“Y vi las huestes de los muertos, pequeños así como grandes”: Joseph F. Smith, la Primera Guerra Mundial, y sus visiones de los muertos
Richard E. Bennett
Traducido de Richard E. Bennett, “‘And I Saw the Hosts of the Dead, Both Small and Great’: Joseph F. Smith, World War I, and His Visions of the Dead” in The Religious Educator, vol. 2, num. 1, ed. Richard Neitzel Holzapfel (Provo: Religious Studies Center, 2001), 105–25.
Richard E. Bennett es profesor de Historia y Doctrina de la Iglesia en la Universidad de Brigham Young.
Mientras meditaba en estas cosas que están escritas, fueron abiertos los ojos de mi entendimiento, y el Espíritu del Señor descansó sobre mí, y vi las huestes de los muertos, pequeños así como grandes (D. y C. 138:11).
Los discursos de Joseph F. Smith con respecto a la vida, la muerte, y la guerra, son considerados hoy en día por los Santos de los Últimos Días como contribuciones profundamente importantes a la doctrina Mormona.[§] El sexto Presidente de la Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días (sirvió del año 1901 al año 1918), sobrino de José Smith, y el fundador de la Iglesia, el Presidente Smith pronunció algunos de sus discursos más consoladores e importantes en los temas de la muerte y el sufrimiento durante los meses tristes de la Primera Guerra Mundial. Su discurso final, conocido como la “Visión de la redención de los muertos,” ahora canonizada como revelación por la Iglesia, permanece como la declaración Mormona autorizada de su época.
Aún hace falta escribir un estudio completo sobre el proceso histórico que trajo esta declaración doctrinal de la obscuridad a la esfera de las escrituras Mormonas modernas. Sin embargo, este ensayo tiene como propósito colocar este y otros discursos de la época en su contexto histórico, sugerir un lugar para ellos en el amplio tapete del pensamiento cristiano, y luchar por su aplicación completa como comentarios sobre la obra del templo, la guerra y otros temas diversos y muy importantes en su día. Así como les llevó años a los líderes de la Iglesia redescubrir el significado completo de las visiones que tuvo el Presidente Smith acerca de la redención de los muertos y su importancia completa como ayuda en la obra del tempo en la actualidad, de la misma forma, los historiadores Santos de los Últimos Días han sido lentos en visualizarlos como documentos importantes, como indicadores y comentarios de la época. Se deben agregar las visiones del Presidente Smith a los puntos de vista y comentarios de otros religiosos de su época que compartieron sus propias visiones al final de la guerra. [1]
En una época en la cual se restringen las oraciones en las escuelas, si no es que se rechazan, “a la hora once del día once del mes once,” a los niños en todas las escuelas de Canadá, y en muchos de los países que forman la Comunidad Británica de Naciones, se les pide que inclinen la cabeza en señal de agradecimiento y en memoria de quienes murieron en la guerra. Hasta esta fecha el Día del Recuerdo, el 11 de noviembre, se observa como si fuera un Día de Reposo, con doblar de campanas en honor de quienes dieron la última y verdadera medida de devoción hacia la causa de Dios, del Rey y la patria. Los canadienses portan amapolas rojas en las solapas y por todo el país se congregan respetuosamente en los monumentos de guerra, cantan himnos, honran a las madres que perdieron hijos en el campo de batalla, y escuchan reverentemente el poema escrito por John McCrae durante los terribles días de la batalla de Ypres en la cual decenas de miles de hombres murieron en Bélgica en los campos de amapola en flor; el poema es el siguiente:
Florecen las amapolas en los campos de Flandes
Entre las cruces, que hilera por hilera
Marcan nuestro lugar; y en el cielo
Las alondras vuelan cantando alegremente
Aunque no se escuchen abajo a causa del ruido de las armas.
Somos los Muertos. Hace pocos días
Vivimos, sentimos la aurora, vimos brillar el ocaso;
Amamos y fuimos amados, y ahora
Yacemos en los campos de Flandes.
De nuestras manos lánguidas
Les pasamos la antorcha a ustedes
Para que la sostengan muy alto
Si fallan a la fe de quienes hemos muerto
No descansaremos, aunque florezcan las
Amapolas en los campos de Flandes. [2]
De hecho, “no olvidemos,” que más de nueve millones de hombres uniformados e incontables legiones de civiles perecieron en los campos de batalla, en los buques de guerra, y en los campos asolados por las bombas de la Primera Guerra Mundial. Otros veintiún millones quedaron lisiados y desfigurados. Cualesquiera que hayan sido los motivos del conflicto, han sido eclipsados por los “repugnantes vapores de la matanza” que, como una plaga colgaron sobre el mundo durante cuatro años y medio. Las terribles batallas del Marne, Ypres, Verdún, Somme, Vinny Ridge, Jutland, Passchendaele, Gallipoli, y otros más son nombres de lugares que son sinónimos de sufrimientos no mitigados por la matanza causada por la humanidad en lo que algunos han descrito como la guerra del siglo diecinueve que se peleó con armas del siglo veinte. Recuerden, que esa guerra fue testigo del horrible estancamiento de una guerra de trincheras prolongada y que desató los combates frente a frente en las “tierras de nadie” de Europa Occidental; de la introducción de los letales ataques submarinos de Alemania; las muertes en masa debido a los gases químicos; y los bombardeos aéreos en una escala alarmante. Con todo eso, la Gran Guerra, esa “guerra para acabar con todas las guerras” llegó a ser el catalizador y el trampolín para otro conflicto aun más mortífero una generación después. Y el 11 de noviembre de 1918, cuando llegó la conclusión por lo que se había orado tanto, se encontró con oraciones por la paz duradera, esperanzas de una Liga de las Naciones que pudiera garantizar la paz mundial, y discursos y visiones que hablaban de nuevas esperanzas y de nuevos sueños para un mundo arruinado.
Las respuestas de Joseph F. Smith a la guerra
Al compararla con las otras grandes religiones de la época, La Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días, con una membrecía de unos cuantos cientos de miles de fieles y la mayoría viviendo en Utah y los estados vecinos, parecería ser una pequeña voz en una enorme catedral. Aunque cerca de quince mil Santos de los Últimos Días fueron a la guerra, principalmente en el Ejército de los Estados Unidos, el Mormonismo como religión no sufrió la tragedia de matar a los suyos, como sucedió en los lejanos campos de batalla de Europa en donde los católicos mataron a católicos y los luteranos acribillaron a luteranos. Con sus oficinas generales en la cumbre de las Montañas Rocallosas en el Oeste Americano, la Iglesia salió relativamente ilesa del infierno y los horrores de la guerra, de la misma forma que sucedió cincuenta años antes durante la Guerra Civil Norteamericana. Sin embargo, los líderes de la Iglesia tuvieron posiciones definidas hacia la guerra, algunas de las cuales fueron modificadas con el tiempo.
Con el repentino e inesperado inicio de la guerra y en respuesta a la solicitud del Presidente Woodrow Wilson de que se hicieran oraciones por la paz, Joseph F. Smith, un republicano confirmado, y sus consejeros en la Primera Presidencia, el consejo de mayor autoridad en la Iglesia, pidieron a toda la membresía que apoyaran al presidente de la nación y que oraran por la paz. “Deploramos las calamidades que les han sobrevenido a los pueblos en Europa,” declaró, “la terrible mortandad de valientes, los horribles sufrimientos de mujeres y niños, y todos los desastres que están aconteciendo en el mundo como consecuencia de los conflictos inminentes, y esperamos fervientemente y oramos que tengan una rápida solución.” [3]
Su consejero, Charles W. Penrose, al hablar un poco después a nombre del Presidente Smith, no condenó a ninguna de las partes en la guerra: “Te pedimos, oh Señor, que veas con misericordia a esas naciones. No importa cual haya sido la causa que ocasionó los tumultos y conflictos que ahora existen, Te rogamos que concedas que se elimine para bien, para que llegue el tiempo en que, aunque se tambaleen tronos y caigan imperios, la liberación y la libertad puedan llegar sobre las naciones oprimidas de Europa y de todo el mundo.” [4] Durante toda la guerra siguió este espíritu de que toda la Iglesia orara por la paz. [5]
Al hablar en la conferencia general de la Iglesia un mes después del inicio de la guerra, el Presidente Smith expresó, por primera vez, su interpretación pública acerca de la guerra y sus causas. Aún asombrado por las noticias de las altísimas bajas que ya se habían infligido, reiteró su deseo por la paz, destacó el “deplorable” espectáculo de la guerra, y no le echó la culpa a Dios, sino que con toda claridad culpó a la falta de humanidad del hombre por el hombre, a las políticas deshonestas, a los acuerdos no respetados, y sobre todo, a las condiciones apóstatas que prevalecían en el cristianismo moderno. “Dios no propuso ni causó tal cosa,” él predicaba. “Es deplorable al cielo que tal condición exista entro los hombres.” [6] Decidió no interpretar el conflicto en tonos económicos, políticos, o nacionalistas, siempre consideró que las causas eran el declive moral, el hundimiento religioso, y el rechazo mundial a aceptar el evangelio completo de Jesucristo. “Tenemos aquí nación contra nación en orden de combate,” dijo, “y en cada uno de estos países hay pueblos cristianos profesando adorar al mismo Dios, profesando creer en el mismo Redentor Divino . . . y con todo, estas naciones están divididas una contra la otra, y cada cual está orando a su Dios que Su ira caiga sobre la otra y les conceda la victoria sobre sus enemigos.”[7] Leal en todo sentido al mensaje del Libro de Mormón y de la Restauración del evangelio de Jesucristo, el lo percibió de esta manera:
¿Sería posible; podría ser posible, que existiera esta condición si las gentes del mundo realmente poseyeran el conocimiento verdadero del evangelio de Jesucristo? Y si en verdad poseyeran el Espíritu del Dios viviente; ¿podría existir tal condición? No; no podría existir, antes cesaría la guerra y llegarían a su fin las contiendas y las luchas. . . . ¿Por qué existe? Porque no son uno con Dios, ni con Cristo. No han entrado al redil verdadero, y como resultado no poseen el espíritu del Pastor verdadero en grado suficiente para gobernar y dirigir sus actos por las vías de la paz y rectitud. [8]
Él creía que el único antídoto real y duradero para el pecado de la guerra era la predicación del evangelio restaurado de Jesucristo “según tengamos la capacidad de enviarlo por medio de los élderes de la Iglesia.” [9] Aunque la guerra no fue provocada por Dios, el líder mormón fue muy rápido para ver en ella el cumplimiento de profecías, tanto antiguas como modernas. “Los periódicos están llenos de las guerras y de los rumores de guerras,” escribió en una carta privada a su familia en noviembre de 1914, “tal parece que literalmente se ha derramado sobre todas las naciones según lo predijo el Profeta [José Smith] en el año 1832. Los reportes de la matanza y la destrucción que se llevan a cabo en Europa son irritantes y lamentables, y de acuerdo con los últimos reportes, la matanza está aumentando grandemente en vez de disminuir.” [10]
Unas semanas después, en su saludo anual a la Iglesia en diciembre de 1914, él volvió al mismo tema. “La repentina ‘efusión’ del espíritu de guerra sobre las naciones europeas que asombró al mundo y que era totalmente inesperada en la fecha en que ocurrió, había sido esperada largamente por los Santos de los Últimos Días, ya que fue predicha por el Profeta José Smith el día de Navidad, el 25 de diciembre de 1832.” [11]
Aun así, nadie se gozó al ver el cumplimiento de la profecía anunciada. Tampoco podrían usarse las predicciones como equivalente a imposición divina en los asuntos de los hombres. Lo que estaba en juego era el albedrío—y la maldad—del hombre. Mientras la fría calamidad de la guerra se diseminaba por todos los campos de batalla de Europa, el Presidente Smith acentuaba continuamente este punto. “Sin duda alguna, Dios podría acabar la guerra” dijo en diciembre de 1914, “prevenir el crimen, acabar con la pobreza, ahuyentar la obscuridad, vencer al error, y hacer que todo sea brillante, hermoso y gozoso. Pero eso destruiría un atributo vital y fundamental de todos Sus hijos e hijas, que conozcan el mal así como el bien, la obscuridad al igual que la luz, el error así como la verdad y las consecuencias de la infracción de las leyes eternas.” [12] Por lo tanto, la guerra, entre muchas otras cosas, fue un ayo, un juicio acerca de los hechos de los hombres, una lección terrible acerca de lo que inevitablemente sucede cuando la codicia y el odio gobiernan el día.
A pesar de estas leyes violadas que traen el cumplimiento inevitable de las profecías desastrosas, es posible encontrar, como un arroyo de aguas claras que recorre todas sus enseñanzas, la doctrina de resolución y la redención final:
Por lo tanto [Dios] ha permitido las maldades que han resultado por los hechos de Sus criaturas, pero controlará los resultados finales para Su gloria y el progreso y exaltación de Sus hijos e hijas, cuando hayan aprendido a obedecer por las cosas que sufren . . . La presciencia de Dios no implica Su acción en que sucedan las cosas que Él ha previsto. [13]
Habiéndose comprometido inicialmente a no tomar partidos en la lucha, el Presidente Smith se dio cuenta que cada vez era más difícil permanecer neutral. El hundimiento del Lusitania en mayo de 1915 golpeó una cuerda que no presagiaba nada bueno en cuanto a la intención de Estados Unidos, como país, en mantenerse al margen del conflicto. Su colega, el élder James E. Talmage, en ese entonces miembro del Quórum de los Doce Apóstoles de la Iglesia, describió el hundimiento como “uno de los acontecimientos más bárbaros de la guerra europea” y acusó a Alemania de mancharse las manos “con sangre inocente que nunca se borrará.” [14]
A pesar de esas atrocidades de guerra, el Presidente Smith se aferró a la esperanza de que Estados Unidos, de alguna manera, se mantuviera apartado de la guerra. “Me alegro de que nos hemos mantenido fuera de la guerra hasta ahora, y espero y oro que no nos veamos en la necesidad de enviar a nuestros hijos a la guerra, o sufrir como nación, la tristeza, la angustia y el dolor que vienen de condiciones como las que existen en el antiguo continente.” [15]
Sin embargo, mientras Estados Unidos avanzaba dando tumbos y a regañadientes hacia la guerra, el Presidente Smith vio como una necesidad la intervención de Estados Unidos. Las noticias acerca de los ataques aéreos (con los dirigibles Zeppelin) sobre Inglaterra y su resultante temor por la seguridad de su hijo que era el presidente de la misión y por los misioneros que estaban sirviendo en Inglaterra, lo preocupaban de manera particular y lo llevaron a dudar aun más de las tácticas de guerra usados por Alemania. “Me parece que el único objetivo de tales ataques es la destrucción sin sentido e inicua de la propiedad y el segar vidas inocentes,” él escribió.
Tal parece que el espíritu de asesinato, del derramamiento de sangre, no tan sólo de los combatientes sino de todos los que tengan algo que ver con el país enemigo, se ha posesionado del pueblo, o al menos de los poderes gobernantes en Alemania. Qué ganan con eso, no lo sé. Es difícil creer que esperen intimidar a la gente con tales acciones, y de seguro eso no disminuye las fuerzas de la oposición. Por esos ataques innecesarios e inútiles hechos a nombre de la guerra, están perdiendo el respeto de todas las naciones de la tierra. [16]
Al ser un patriota leal, fue rápido en admitir lo obvio: “Tengo el sentimiento en mi corazón de que los Estados Unidos tienen un destino glorioso que cumplir, y que parte de ese destino glorioso es el extender libertad a los oprimidos, y hasta donde sea posible a todas las naciones, a toda la gente.” Gradualmente, el preparó un punto de vista cauto, no pacifista a nombre de toda la Iglesia: “No deseo la guerra; pero el Señor ha dicho que será derramada sobre todas las naciones, y si nos libramos ‘será por muy poco.’ Preferiría que mataran a los opresores, o los destruyeran, más que permitir que los opresores maten a los inocentes” [17]
Si los Santos de los Últimos Días deben pelear—y muy pronto se enrolaron miles en la causa—su actitud debe ser siempre la de “paz y buena voluntad hacia toda la humanidad, . . . y que no olviden que también son soldados de la Cruz, que son ministros de vida y no de muerte; y cuando vayan, deben salir con el espíritu de defender las libertades de la humanidad más que con el propósito de destruir al enemigo. . . . Que los soldados que salgan de Utah sean y sigan siendo hombres de honor.” [18] Dispuesto a mostrar la lealtad Mormona a Estados Unidos, que aún sospechaba de la Iglesia y de algunas de sus enseñanzas, y para apoyar la decisión de ir a la guerra hecha por el Presidente Wilson, el Presidente Smith condujo campañas activas para que los Santos de los Últimos Días se enrolaran en las fuerzas armadas y para involucrar a la Iglesia y a su membresía en las distintas ventas de Bonos de Libertad de esa época, juntando miles de dólares en ese proceso. [19]
Es significativo el que sus escritos muestran una falta de malicia o de un espíritu vengativo hacia el agresor. Menos crítico que otros líderes más jóvenes, como James E. Talmage quien, aunque no era dado a castigar, pensó que Alemania tenía una gran deuda por pagar, el Presidente Smith siempre fue lento para condenar. Él dijo: “Que el Señor ejerza la venganza en donde sea necesaria. Y que yo no juzgue a mis compatriotas, ni los condene, no sea que los condene erróneamente.” [20]
Mientras tanto, hasta que terminó la guerra, Los Santos de los Últimos Días se unieron con otros al orar por la paz y al tomar las armas en la causa de la victoria sobre el enemigo. La entrada de los Estados Unidos eventualmente cambió el curso de la guerra y dio por resultado que una Alemania derrotada y los otros poderes del Eje fueran llevados a Versalles. Y aunque a una distancia de medio mundo, las noticias de la posible paz fueron recibidas tan jubilosamente en Utah como lo fueron en casi todas partes del mundo libre. [21]
El Armisticio
Por supuesto, los Santos de los Últimos Días no fueron los únicos en proclamar una visión de la guerra y de la paz. Puede ser instructivo dar una muestra de lo que otros vieron al acabarse la guerra. Randall Thomas Davidson, Arzobispo de Canterbury, estaba tratando afanosamente de encontrar algún sentido a una guerra insensata, de encontrar un propósito divino en la malignidad del hombre, y de dar visión a un mundo que andaba a tientas. “Allí, entonces, con todo lo que la guerra nos ha traído de hogares obscurecidos y de esperanzas rotas por quienes amamos,” dijo en su discurso de gratitud por el fin de la guerra dado en la Abadía de Westminster en Londres el 10 de noviembre de 1918,
con todos los obstáculos y los empujones hacia atrás en nuestro esfuerzo común de promover las cosas en paz y amorosamente y en buena forma, [la guerra] sin lugar a dudas, ha sido nuestro ayo para traernos una visión más amplia del mundo tal como Dios lo ve. Esa es una de las grandes cosas que nuestros hijos, nuestros amados hijos nos han dado con su tenaz sacrificio. . . . Ahora, esta semana, cuando la vida entera—y no creo estar exagerando—la vida entera del mundo está siendo reacondicionada, re-establecida, reacomodada para bien. Esta es esa hora de crisis. Algo ha sucedido, está sucediendo que encuentra mejor descripción en . . . la palabra viva o mensaje de Dios para el hombre. Penetra hasta el centro de nuestro ser. [22]
Él terminó un discurso posterior con su visión particular de un nuevo modo cristiano:
Jesucristo es el centro real y la fuerza de las mejores esperanzas y esfuerzos que el hombre pueda hacer para el mejoramiento y el lucimiento del mundo. Solamente debemos tomar Su ley y Su mensaje meditada, determinada y tranquilamente, como nuestra guía. . . . La tarea es más difícil, quizás, cuando estamos tratando con la relación más grande en la vida; la relación entre los pueblos. ¿Podemos llevar la norma y el credo cristiano hasta allí? ¿Quién se atreve a decir que no podemos? Sólo se necesita una perspectiva más amplia. . . . Con certeza esta es una visión de lo alto.[23]
El Papa Benedicto XV, en su primera encíclica dada inmediatamente después del fin de la guerra, se regocijó porque “el choque de las armas ha cesado,” permitiendo que la “humanidad respire otra vez después de tantas pruebas y tristezas.” Después de su sentimiento de gratitud, estaba su sentimiento de lamentación profunda, casi rayando en disculpa, porque una de las causas que llevaron a la guerra había sido el “hecho deplorable de que los ministros de la Palabra” no habían enseñado desde el púlpito más valientemente la verdadera religión en lugar de las políticas acomodaticias. La conciencia de la Cristiandad había sido lastimada por sus propios abogados. “Se debe echar la culpa a esos ministros del Evangelio” se lamentaba. Continuó regañando al clero y pidió una nueva visión, un nuevo orden de portavoces cristianos valientes, justos, que declaren la paz y la cruz sin temor. “Debe ser nuestro empeño más profundo por todas partes el regresar la prédica de la Palabra de Dios a la norma e ideal por las cuales debe dirigirse de acuerdo al mandato de Cristo Nuestro Señor, y las leyes de la Iglesia.” [24]
La respuesta oficial de los Católicos Americanos se puede apreciar mejor en las cartas pastorales de sus obispos. Básicamente, la guerra mostró una profunda “maldad moral” en el hombre ya que “abundaron el pecado” y “el sufrimiento espiritual.” A pesar de todo el progreso de la humanidad—“el avance de la civilización, la difusión del conocimiento, la libertad ilimitada del pensamiento, la creciente relajación de los límites morales— . . . nos enfrentamos a un grave peligro.” A pesar del progreso científico y materialista, un mundo sin disciplina moral y sin fe llevará a la destrucción. La única visión verdadera de esperanza es “la verdad y la vida de Jesucristo,” y la Iglesia Católica debe sostener la dignidad del hombre, defender los derechos de la gente, aliviar el sufrimiento, consagrar el sacrificio, y unir a todas las clases en el amor del Salvador. [25]
James Cardinal Gibbons de Baltimore, el líder portavoz de los Católicos Americanos, al llamar a los americanos a “agradecer a Dios por la victoria de los aliados y pedirle su gracia para “andar en las vías de la sabiduría, la obediencia y la humildad,” le ordenó a sus sacerdotes que cambiaran en la misa el discurso por una oración de acción de gracias. [26] Los instruyó además para que se efectuara un servicio solemne en todas las iglesias de la arquidiócesis el 28 de noviembre de 1918 en el cual debía cantarse la oración de gratitud oficial de la Iglesia, o sea el Te Deum. [27] Uno de los himnos católicos más famosos, escrito alrededor de 450 DC, habla de la inmortalidad del hombre, de la divinidad de Cristo y de Su redención de los muertos:
Te adoramos, Oh Dios: Te
Reconocemos como el Señor
A Tí el Eterno Padre,
adora toda la tierra . . .
Tú, Oh Cristo, eres el Rey de gloria.
Tú eres el Eterno Hijo del Padre.
No aborreciste la matriz de la virgen
cuando tomaste sobre Ti la naturaleza
humana para rescatar al hombre.
Cuando Tu venciste al
aguijón de la muerte, Tu abriste
el reino de los cielos para los creyentes.
Tu te sientas a la diestra de
Dios, en la gloria del Padre.
Creemos que eres el Juez que vendrá. [28]
Las opiniones sobre la guerra del Protestantismo Americano, y más especialmente de las oportunidades de la post-guerra, son muy variadas y diversas y evaden un análisis y categorización simple. Había tantas “visiones” como había cientos de denominaciones. Aunque la mayoría, como el Obispo Charles P. Anderson de la Iglesia Episcopal Protestante, hablaron en términos de gratitud, muchos otros empezaron a hablar muy pronto de forma patriotera pidiendo castigo y retribución. [29] “The Christian Century, [el Siglo Cristiano] que era representativo de una buena parte de la Cristiandad, creía en un castigo completo para Alemania.” [30] De igual forma, el Congregationalist [el Congregacionalista] escribió en sus editoriales que “Alemania es un criminal ante la barra de la justicia.” [31] El Reverendo Dr. S. Howard Young de Brooklyn, consideró el “castigo a los señores de la guerra” como “divino,” “la primera lección que se debe obtener de la caída alemana.” [32]
Mientras tanto, Billy Sunday, “El Granadero de Dios” y por mucho el patriota/
Otros, clérigos más moderados, como el presbiteriano Robert E. Speer, que tenía una actitud mental positiva, vieron una victoria moral emanando de la guerra, una nueva visión levantándose de las cenizas de Europa. “La Guerra ha colocado, de manera inequívoca, en el lugar supremo a los principios morales y espirituales que constituyen el mensaje de la Iglesia”, declaró. “La guerra ha demostrado que dichos valores son supremos por encima de la pérdida personal y el interés material. . . . Tuvimos éxito en la guerra cuando y donde quiera que ese era nuestro espíritu. . . . La guerra dice que lo que Cristo dijo es para siempre verdadero.” [35]
El Rabí Silverman, al hablar en la sinagoga en el Templo Beth-El de Chicago, reflejó el mismo sentimiento que Speer. “El mundo estuvo más cerca a su milenio que nunca antes,” se reporta que mencionó. “La guerra había acercado a la humanidad hacia la hermandad más que lo que lo habían logrado siglos de enseñanzas religiosas. . . . La guerra había puesto otra vez a la religión en su labor original de combatir la intolerancia, combatir el pecado, y elevar a la humanidad.” [36]
El Reverendo Speer y Henry Emerson Fosdick, profesor del Seminario Teológico Unión en Nueva York, junto con otros líderes religiosos prominentes, percibieron el fin de la guerra como una oportunidad para lanzar “la Union de Paz de la Iglesia,” un nuevo orden religioso unido formado, en parte, por Andrew Carnegie y su Fundación Carnegie para la Paz Internacional a fin de unir a múltiples grupos religiosos protestantes a marchar unidos bajo un gran estandarte: “el nuevo cielo político para regenerar la tierra,” que era como le gustaba llamarlo al Obispo Samuel Fallows de la Iglesia Episcopal Reformada. Aunque estaba destinado al fracaso a causa de las deudas excesivas, los desacuerdos internos, y a la oposición de parte del fundamentalismo protestante, sin embargo, por un corto tiempo este Movimiento Mundial de líderes protestantes, católicos y judíos de Estados Unidos llegó a ser “la voz principal de la religión institucional a favor de lograr y mantener la paz” y parecía tener promesas enormes para la unidad en las iglesias, la reforma social y el desarrollo económico. [37]
Fosdick, uno de los más elocuentes estadistas protestantes americanos de su tiempo, había apoyado de mala gana el que Estados Unidos entrara a la guerra pero salió de ella como un pacifista confirmado. Reflejando el desencanto que la guerra había causado en algunos religiosos, Fosdick hizo una lista de los distintos elementos en su visión de advertencia para el futuro: “Ya no hay nada glorioso en la guerra,” “la guerra ya no es una escuela de virtud,” “ya no existen límites en la forma de matar en la guerra,” “ya no hay límites para el costo de la guerra,” “ya no existe la posibilidad de proteger a una parte de la población del efecto directo de la guerra,” y “ya no podemos reconciliar a la Cristiandad y la guerra.” [38] Deben hacerse todos los esfuerzos para evitar ese tipo de calamidades en el futuro. Él, al igual que muchos otros, estaba amargamente decepcionado por la negativa de Estados Unidos a ratificar el Tratado de Paz de Versalles y para entrar a la Liga de las Naciones. Como se dijo en un comentario, “Dios ganó la guerra y el diablo ganó la paz.”[39]
Las visiones de los muertos de Joseph F. Smith
Agotado por una larga vida de servicio devoto a la Iglesia y abatido por el dolor causado por la muerte reciente de varios miembros de su familia inmediata, Joseph F. Smith, siendo un alma amorosa sabía mucho de la tristeza. “Perdí a mi padre cuando yo apenas era un niño,” una vez dijo. “Perdí a mi madre, el alma más dulce que jamás haya vivido, cuando yo apenas era un muchacho. He sepultado a la esposa más hermosa que pudo haber bendecido a un hombre, y he enterrado a trece de mis más de cuarenta hijos. . . . Y me ha parecido que los que más prometían, los más dispuestos a ayudar, y si fuera posible, los más dulces, puros y mejores han sido los primeros en ser llamados a descansar.” [40] Al hablar de la muerte de una de sus esposas anteriores, Sarah E., y poco después de su hija Zina, él dijo: “No puedo todavía pensar en las cosas que acaban de pasar. Nuestros corazones han sido probados hasta el centro. No es porque el fin de la vida mortal le ha llegado a dos de las almas más queridas para mí, sino por el sufrimiento de nuestros seres queridos, quienes estábamos totalmente imposibilitados de ayudar. Oh, ¡Cuan indefenso es el hombre mortal al encarar la enfermedad terminal!” [41]
La muerte de su hija produjo cuatro de los discursos más reveladores acerca de las doctrinas de la muerte, del mundo de los espíritus y de la resurrección que haya pronunciado jamás un líder Santo de los Últimos Días. Como lo dijo un distinguido erudito: “Dudo que en cualquier otro período de tiempo de duración semejante en la historia de la Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días se hayan dado tantos detalles sobre la naturaleza de la vida y la muerte a cualquier otro profeta de esta dispensación.” [42] Dichos discursos fueron bien recibidos por los miembros y dieron esperanza y consuelo a quienes habían perdido a seres queridos o a quienes se les pudiera haber pedido que sacrificaran a miembros de la familia tanto en tiempos de paz como de conflicto. La guerra, violenta y cruel, sirvió de telón de fondo a estas doctrinas.
El 6 de abril de 1916, con las batallas de Verdún y de Somme ocupando las noticias diarias, él dio un discurso titulado “En la presencia de lo Divino.” En él habló del velo muy delgado que separa a los vivos de los muertos. Al hablar de José Smith, Brigham Young, Wilford Woodruff, y de sus otros predecesores, predicó la doctrina de que los muertos, quienes han partido antes, “se sienten tan profundamente interesados hoy en nuestro bienestar, cuando no con mayor capacidad, con mucho más interés, allende el velo, que cuando estuvieron en la carne. Creo que saben más. . . . Algunos sentirán y pensarán que este concepto es un poco exorbitante, y sin embargo, creo que es cierto.” Continuó diciendo, “No podemos olvidarlos; no cesamos de amarlos” siempre los tendremos en el corazón, en la memoria, y así nos relacionamos con ellos y nos unen a ellos vínculos que no podemos quebrantar.” [43]
El Presidente Smith enseñó que la muerte no es ni sueño ni aniquilación, sino que más bien, la muerte involucra un cambio a otro mundo en donde los espíritus de los que una vez estuvieron aquí, pueden estar atentos de nuestro bienestar, “pueden comprender mejor que antes las debilidades que nos pueden desviar a senderos obscuros y prohibidos.” [44]
Dos años después, al hablar en una reunión en Salt Lake City en febrero de 1918, el mencionó más palabras de confort y consuelo, particularmente a quienes habían perdido hijos o cuyos hijos jóvenes estaban muriendo allende del mar. “Los espíritus de nuestros hijos son inmortales antes de que lleguen a nosotros,” comenzó,
y sus espíritus después de la muerte física son semejantes a cómo eran antes de venir. Están como hubieran sido si hubieran vivido en la carne, para crecer hasta la madurez, o para desarrollar sus cuerpos físicos hasta alcanzar la plenitud de la estatura de sus espíritus. . . . [Además,] José Smith enseñó la doctrina de que el niño que muere saldrá en la resurrección como un niño; y apuntando hacia la madre de un niño sin vida, le dijo: “Usted tendrá el gozo, el placer y la satisfacción de nutrir a este niño, después de la resurrección, hasta que alcance la plenitud de la estatura de su espíritu.” . . . Esto habla de mucha felicidad, de gozo y gratitud a mi alma. [45]
Dos meses después, habiéndose recuperado lo suficiente de su enfermedad para poder hablar en la conferencia general de la Iglesia en abril de 1918, él dio un discurso titulado “Un sueño que fue una realidad” en el cual narró el sueño conmovedor e inolvidable que había tenido hacía 65 años cuando era un joven misionero en Hawaii, un sueño-visión que influyó dramáticamente el resto de su vida. Habló de haber visto a su padre, Hyrum, a su madre, Mary, a José Smith, y a otros más que lo condujeron a una mansión después de que el mismo se había limpiado y bañado. “Esa visión, esa manifestación y testimonio que pude gozar en esa ocasión, me ha hecho lo que soy,” confesó. “Cuando desperté sentí como si me hubieran sacado de un tugurio, de la desesperación y de la desdichada condición en la que me encontraba. . . . Sé que eso fue realidad, para mostrarme mi deber, para enseñarme algo, y para grabar en mí algo que no puedo olvidar.” [46]
Pocas semanas antes, el 23 de enero, a su hijo Hyrum, un Apóstol, con apenas cuarenta y cinco años de edad, se lo llevó la muerte en la flor de su vida debido a una apéndice reventada. Ese fue un golpe tremendo del cual el Presidente Joseph F. nunca se recuperó totalmente, y el cual aumentó con las noticias de la muerte de su nuera y esposa de Hyrum, Ida Bowman Smith, unos meses después. El élder Talmage escribió a nombre de los Doce: “Nuestra gran preocupación ha sido el efecto que ese gran pesar pueda tener sobre el Presidente Joseph F. Smith cuya salud ha estado débil durante los últimos meses. Esta tarde él pasó un poco de tiempo en la oficina de la Primera Presidencia y lo encontramos soportando la carga con fortaleza y resignación.” [47] Enfermo y confinado a descansar en una cama durante varios meses después, él se había recuperado lo suficiente para hablar brevemente durante la conferencia general de la Iglesia en octubre, lo suficiente para proclamar su particular mensaje de paz a un mundo cansado por la guerra. [48]
Él habló de haber recibido recientemente, mientras meditaba los escritos bíblicos del Apóstol Pedro, una más visión de los muertos, la que sería su última. Mientras meditaba en estas cosas, dijo él, “vi las huestes de los muertos, pequeños así como grandes,” quienes habían muerto “firmes en la esperanza de una gloriosa resurrección,” esperando en un estado de paraíso su redención final y su resurrección. Súbitamente, “apareció el Hijo de Dios y declaró libertad a los cautivos que habían sido fieles.” Habiendo decidido no ir Él mismo entre los inicuos e infieles que esperaban en la parte más baja del mundo de los espíritus, Cristo organizó una gran fuerza misional y de entre sus más fieles seguidores envió mensajeros para ministrar y enseñar el evangelio de Jesucristo a “todos los espíritus de los hombres,” quienes en otro tiempo habían sido menos fieles y obedientes en su vida mortal, incluyendo, según escribe Pedro, “los que en otro tiempo desobedecieron,” en los días de Noé y el gran diluvio. Además él vio a muchos de los profetas antiguos, incluso Adán y Eva, participando en este ministerio de redención en la prisión espiritual. De igual manera, “los fieles élderes de esta dispensación” fueron llamados a ayudar. Su visión se cerró con la declaración de que los muertos “que se arrepientan serán redimidos, mediante su obediencia a las ordenanzas de la casa de Dios . . . después que hayan padecido el castigo por sus transgresiones.” [49]
En tanto que sus discursos anteriores han permanecido como sermones memorables, este documento de sesenta versículos fue sostenido inmediatamente, en las palabras el élder James E. Talmage, “como la palabra del Señor” por los consejeros de la Primera Presidencia y por el Quórum de los Doce. [50] Por razones no totalmente claras, aunque se leía ampliamente por toda la Iglesia, el documento no fue aceptado formalmente como escritura canonizada por casi sesenta años. Entonces, en 1976 el presidente Spencer W. Kimball mandó que se agregara a la Perla de Gran Precio. [51] Después, en junio de 1979, la Primera Presidencia anunció que sería la sección 138 de la Doctrina y Convenios. Considerada como una contribución indispensable para un entendimiento más completo de la obra del templo—especialmente en una época muy activa en la construcción de templos—la realización de ordenanzas vicarias, incluyendo el bautismo y la confirmación por los muertos, y la relación ente los vivos y los muertos, ha sido anunciada como “central en la teología de los Santos de los Últimos Días porque confirma y expande en algunas declaraciones proféticas acerca de la obra por los muertos.” [52] Otros han escrito en varias partes acerca de las contribuciones de este documento a la obra del templo de los Mormones. [53]
Debido a que este documento es mucho más que un simple sermón para los Santos de los Últimos Días fieles y porque es considerado como la palabra y la voluntad del Señor—de hecho, es la única revelación del siglo veinte que ha sido canonizada—soporta un escrutinio cuidadoso. Y, como un documento del tiempo de la guerra, puede tener otras aplicaciones y significados que no se han explorado antes.
Por ejemplo, aunque es un discurso acerca de los muertos, no tiene nada de espiritismo. Está bien documentado que el interés público en los muertos y en comunicarse con ellos aumentó durante la guerra y un poco después. En el año 1918, Arthur Conan Doyle, conocido por la fama de Sherlock Holmes, publicó su libro, New Revelation [Una Nueva Revelación], sobre el tema de la investigación psíquica y sus fenomenos, lamentando la disminución en la asistencia a las iglesias en Inglaterra y en la Cristiandad en general y en el cual proclama una nueva religión, una nueva revelación. El estimulaba una creencia no en la caída del hombre o en la redención de Cristo como la base de la fe, sino en la validez de los “escritos automáticos,” las sesiones y otras expresiones del espiritismo como una nueva religión universal y de comunicación con los seres queridos perdidos (muertos); o, como él mismo lo puso, “la única cosa que es posible comprobar conectada con cada religión, cristiana o no-cristiana, formando la base común sólida sobre la cual cada una se levanta, si es que necesita levantarse, ese sistema separado que atrae a los variados tipos de mentes.” [54]
En contraste, la visión del Presidente Smith estaba muy centrada en Cristo, una reiteración de la Expiación del Salvador a favor de un mundo caído. Aunque él creía que “nos movemos y tenemos nuestro ser en la presencia de mensajeros celestiales y de seres celestiales” y aunque los muertos puedan pasar el velo y aparecer a sus seres queridos, si se les autoriza, condujo a la Iglesia lejos de cualquier indicio de espiritismo. [55] Los Santos de los Últimos Días debían ver por los muertos—eso es, por su bienestar espiritual—más bien que buscar a los muertos.
Su revelación también reafirmó la creencia cristiana en Adán y Eva, y en una creación divina, porque, en las palabras del Presidente Smith, él vio a “nuestro padre Adán, el Anciano de Días y padre de todos” y también a “nuestra gloriosa madre Eva” (D. y C. 138:38–39). Aunque no se dice nada específico con respecto al espiritismo y a los debates sarcásticos contemporáneos de esa época sobre la evolución de las especies, estos versículos vuelven a declarar de manera muy simple las doctrinas de la Iglesia en esta materia sin discusiones o ambigüedad.
De igual manera, en una época de bastantes críticas y ataques a la autenticidad y la autoridad de la Biblia, la revelación volvió a establecer, al menos para los Santos de los Últimos Días, una creencia del siglo veinte en la primacía y autoridad de las escrituras, una creencia en los escritos de Pedro, una creencia en Noé y en el diluvio no como una alegoría sino como un evento real, y, por extensión, una creencia renovada tanto en el Antiguo como en el Nuevo Testamentos. Para una Iglesia que con frecuencia es criticada por su creencia en escrituras adicionales, si no es otra cosa, la sección 138 es una declaración clásica de la autoridad bíblica para los tiempos modernos. [56]
La visión también puede ser importante por lo que no dice. No se comentan los tratados de paz, no hay referencias al ecumenismo o a los movimientos inter-iglesias de esa época, no hay llamados al arrepentimiento social o al evangelio social. No es pro-guerra ni pacifista, no dice nada acerca de la superioridad nacionalista o cultural. El problema de la maldad es reducido a límites redimibles; y aunque el hombre siempre cosechará lo que siembre, aún hay esperanza y redención. Mientras tanto la Iglesia retiene su propia misión como el evangelio de Jesucristo sobre la tierra tal como se estableció en su restauración un siglo antes.
Finalmente, proclamó la intervención personal de Dios en los asuntos de la humanidad y Su interés benévolo en Sus hijos. Conduciendo a la Iglesia lejos del laicismo enorme que envolvió a muchas de las otras religiones en la post-guerra, el Presidente Smith habló confiadamente, sobre todo, de Cristo y Su victoria triunfal sobre el pecado y la muerte. [57] Para la desolación total y el terror absoluto resultantes de la catástrofe recién terminada, al final habría redención. Para quienes habían perdido la fe en Dios y en sus conciudadanos, habría una restauración segura. Para el soldado muerto en batalla, para el marino ahogado en el mar, y para el profeta-líder que lloraba la muerte de su propia familia, estaba la realidad de la resurrección.
Notas
[§] Le agradezco a mi asistente de investigación, Keith Erekson, por su ayuda valiosa en ayudarme a preparar esta obra.
[1] Aún debe escribirse una biografía completa del Presidente Joseph F. Smith. Joseph Fielding Smith, uno de sus hijos escribió Life of Joseph F. Smith, Sixth President of the Church of Jesus Christ of Latter-Day Saints [La vida de José F. Smith, Sexto Presidente de la Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días] (Salt Lake City: Deseret News Press, 1938; Deseret Book, 1969) en honor a su padre. Desde esa fecha se ha escrito Joseph F. Smith: Patriarch and Preacher, Prophet of God [Joseph F. Smith: Predicador, Patriarca, Profeta de Dios] (Salt Lake City: Deseret Book, 1984) escrito por Francis M. Gibbons. Ver también “Joseph F. Smith” en The Presidents of the Church [el capítulo sobre Joseph F. Smith en Los Presidentes de la Iglesia], ed. Scott Kenney (Salt Lake City: Deseret Book, 1986), págs. 179–211.
[2] John McCrea, “In Flander’s Fields,” One Hundred and One Famous Poems [En los campos de flanders, Ciento y un poemas famosos], ed. Roy J. Cook (Chicago: Contemporary Books, 1958), pág. 11. El Teniente Coronel John McCrae, miembro del Primer Contingente Canadiense, murió en Francia el 28 de enero de 1918 después de cuatro años y medio de servicio en el frente occidental.
[3] “Anuncio Especial” de la Primera Presidencia el 8 de septiembre de 1914, Messages of the First Presidency of the Church of Jesus Cristh of Latter-Day Saints [Mensajes de la Primera Presidencia de la Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días], vol. 4, ed. James R. Clark (Salt Lake City: Bookcraft, 1970), pág. 311; en adelante se citará como MFP.
[4] Charles W. Penrose, “A Prayer for Peace” [Una Oración por la Paz], Conference Report [Informe de la Conferencia], octubre de 1914, pág. 9.
[5] Ver Conference Report [Informe de la Conferencia], abril de 1915, pág. 3 y Conference Report [Informe de la Conferencia], abril de 1916, pág. 3.
[6] Joseph F. Smith, Conference Report [Informe de la Conferencia], octubre 1914, pág. 7.
[7] Joseph F. Smith, Conference Report [Informe de la Conferencia], octubre 1914, pág. 7.
[8] Joseph F. Smith, Conference Report [Informe de la Conferencia], octubre 1914, pág. 7.
[9] Joseph F. Smith, Conference Report [Informe de la Conferencia], octubre 1914, pág. 8. En una carta enviada a su hijo Hyrum, quien era presidente de misión en Liverpool, Inglaterra, el presidente Smith dijo: “Aún nos enteramos por los periódicos de que sigue la guerra en Europa, eso es un triste comentario acerca del espíritu cristiano y de la civilización de ésta época” (Joseph F. Smith a Hyrum Smith, 7 noviembre de 1914, Archivos de correspondencia, Colección de Joseph F. Smith, Archivos de la Iglesia, La Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días, Salt Lake City, Utah; en adelante se citará como Archivos de la Iglesia).
[10] Joseph F. Smith a Hyrum Smith, 7 de noviembre de 1914, Documentos de Joseph F. Smith, Archivos de la Iglesia.
[11] Tomado de “Un Saludo de Navidad de la Primera Presidencia,” MFP 4:319. La profecía a la que se alude, conocida comúnmente como la “Profecía de la Guerra Civil,” que mencionó de la Guerra Civil y su comienzo en Carolina del Sur. Más tarde, los estados del Sur pedirían la ayuda de la Gran Bretaña. Gran Bretaña, a su vez, “llamarán a otras para defenderse de otras naciones; y entonces se derramará la guerra sobre todas las naciones” (D. y C. 87:3).
[12] Tomado de “Un Saludo de Navidad de la Primera Presidencia,” 19 de diciembre de 1914, MFP 4:326–326.
[13] Tomado de “Un Saludo de Navidad de la Primera Presidencia,” 19 de diciembre de 1914, MFP 4:326–326.
[14] El diario de James E. Talmage, 7 y 13 de mayo de 1915, que es parte de la Colección de James E. Talmage de las Colecciones Especiales L. Tom Perry de la biblioteca Harold B. Lee en la Universidad de Brigham Young. Para un estudio más completo de los puntos de vista del Élder Talmage con respecto a la guerra, ver el ensayo preparado por este autor “‘¿Hasta Cuando Señor, Hasta Cuándo?’ James E. Talmage y la Gran Guerra,” que fue dado en el Simposio “La Iglesia Enfrenta el Siglo Veinte,” patrocinado por el Instituto Joseph Fielding Smith para la Historia de los Santos de los Últimos Días, el 18 de marzo del 2000. Aún está pendiente su publicación.
[15] Joseph F. Smith, en Conference Report [Informe de la Conferencia], abril de 1915, pág. 6. Al escribir en un editorial en diciembre de 1915, él repitió mucho de lo mismo: “Oramos por que los líderes [de Estados Unidos] puedan recibir sabiduría del Padre en los Cielos, para que dirijan los asuntos de su responsabilidad en forma tal que podamos continuar disfrutando de paz y prosperidad por toda la nación” (Joseph F. Smith al editor del Liahona, The Elders’ Journal [El Diario de los Élderes, en la Liahona], 18 de diciembre de 1915, Los documentos de Joseph F. Smith, en los Archivos de la Iglesia).
[16] Joseph F. Smith a su hijo, Hyrum Smith, 19 febrero 1916, Los documentos de Joseph F. Smith, Departamento de Historia de la Iglesia.
[17] Joseph F. Smith, Conference Report [Informe de la Conferencia], octubre de 1916, pág. 154.
[18] Joseph F. Smith, Conference Report [Informe de la Conferencia], abril de 1917, págs. 3–4.
[19] La Iglesia participó en los esfuerzos de guerra al comprar $850,000 dólares en bonos de la libertad. Además, animó a su membrecía a que participaran en esa donación que resultó en que el pueblo de Utah rebasó la cuota asignada de $6.5 millones de dólares.
Una razón por la cual la Iglesia estaba tan dispuesta a participar en los esfuerzos de guerra era la de disipar la publicidad negativa que se arrojó sobre ella durante y después de la audiencia en el Senado en Washington, D.C. acerca de Reed Smoot. Smoot, un apóstol Mormón, había sido elegido al senado en 1903, pero se le impidió ocupar su escaño hasta 1907 a causa de los enconados debates sobre los matrimonios plurales de los Mormones y sobre la lealtad de los Mormones. El Presidente Smith y muchos otros líderes prominentes en la Iglesia viajaron a Washington en varias ocasiones para testificar a favor de la Iglesia. En el año 1907, la Primera Presidencia emitió un discurso especial al mundo en el que explicaba la posición de la Iglesia en estos y muchos otros asuntos, incluyendo su lealtad a los Estados Unidos. Para un fino resumen de las audiencias de Reed Smoot y de su impacto sobre la Iglesia, véase Thomas G. Alexander, Mormonism in Transition, A History of the Latter-Day Saints, 1890–1930 [El Mormonismo en Transición; Una Historia de los Santos de los Últimos Días, 1890 a 1930] (Urbana: University of Illinois Press, 1986), págs. 16–36.
[20] Tomado de un discurso titulado “El estado de los niños en la resurrección,” mayo de 1918, MFP 5:97.
[21] La noticia oficial llegó a Salt Lake City muy temprano en la mañana del 11 de noviembre de 1918. A pesar de lo avanzada la noche y los toques de queda impuestos por la epidemia de influenza, pareció como que la ciudad saltaba a la vida. En las palabras de James E. Talmage, “Repicaron las campanas, sonaron los silbatos, en un increíblemente corto tiempo cientos de automóviles se abalanzaron a las calles, la mayoría traía atados a la parte trasera cordones con latas, utensilios metálicos u otros artefactos ruidosos.” Más tarde en el día, “aparecieron banderas y adornos por todas partes, toneladas de confetti fueron arrojadas desde los edificios altos, todas las bandas disponibles fueron llamados a tocar, y durante la tarde y hasta bien entrada la noche se permitió bailar en la Calle Principal.” El élder Talmage concluyó entusiastamente, “Un día como éste nunca se había visto en la historia del mundo” (Diario de James E. Talmage, 11 de noviembre de 1918).
[22] Randall Thomas Davidson, The Testing of a Nation [La Prueba de Una Nación] (Londres: MacMillan, 1919), págs. 159–160; tomado de un discurso titulado “The Armistice” [El Armisticio] pronunciado el 10 de noviembre de 1918.
[23] Ibid., págs. 176–177, 180. Tomado de un discurso titulado “The Dayspring” [El Principio del Día], pronunciado el 29 de diciembre de 1918.
[24] Tomado de “Quod Iam Diu” Encíclica del Papa Benedicto XV en la Conferencia de la Paz Futura, 1 diciembre 1918, pág. 182, publicado en The Papal Encyclicus 1903-1939, comp. Claudia Carlen (Wilmington, North Carolina: McGrath, 1981), 1:153–154.
[25] Pastoral Letter of the Archbishops and Bishops of the United States Assembled in Conference at the Catholic University of America [Carta Pastoral de los Arsobispos y Obispos de los Estados Unidos Congregados en Conferencia en la Universidad Católica de Estados Unidos] (Washington: National Catholic Welfare Council, 1920), págs. 39–40.
[26] The Chicago Daily Tribune [La Tribuna Diaria de Chicago], 11 nov. de 1918, pág. 3.
[27] John Tracy Ellis, The Life of James Cardinal Gibbons, Archbishop of Baltimore 1834-1921 [La Vida de James Cardinal Gibbons Arzobispo de Baltimore 1834-1921] (Milwaukee: Bruce, 1952), pág. 258.
[28] “Te Deum,” The Catholic Encyclopedia for School and Home [La Enciclopedia Católica para la Escuela y el Hogar] (Nueva York: McGraw-Hill, 1965), 10:563.
[29] The Chicago Daily Tribune, 11 noviembre 1918, pág. 11.
[30] Ray H. Abrams, Preachers Present Arms: The Role of the American Churches in World War One and Two, With Some Observations on the War in Vietnam [Los Predicadores Presentan Armas: El Papel de los Iglesias y los Clérigos Norteamericanos en Las Guerras Mundiales Uno y Dos, con Algunas Observaciones sobre la Guerra de Vietnam] (Scottsdale, Pennsylvania: Herald, 1969), págs. 232–233.
[31] Ibid., pág. 233
[32] The Chicago Daily Tribune 11 noviembre de 1918, pág. 33.
[33] Roger A. Bruns, Preacher: Billy Sunday and Big-Time American Evangelism [Predicador: Billy Sunday y el Evangelismo Americano en su Buen Momento] (Nueva York: Norton, 1922), pág. 249.
[34] Ibid., pág. 252.
[35] R. E. Speer, The New Oportunity of the Church [La Nueva Oportunidad de la Iglesia] (Nueva York: Macmillan, 1919), págs. 48–49. Según se citó en A Documentary History of Religion in America Since 1865, [Una Historia Documentada de la Religión en Estados Unidos desde 1865], ed. Edwin S. Gaustad (Grand Rapids, Michigan: William H. Eerdmans, 1983), pág. 148.
[36] Chicago Daily Tribune, 11 noviembre de 1918, pág. 11. El editor de The Methodist Review [La Revista Metodista] pidió la regeneración de la familia y de la maternidad y que se volvieran a poner en lugar sagrado las enseñanzas de Cristo. “Sin esta luz el mundo debe tropezar en la obscuridad. ¿No es evidente entonces que es la obligación ineludible de la Iglesia el buscar un nuevo Día de Pentecostés? Estos tiempos, tan locos e inquietantes como son, están maduros para un bautismo de poder desde el otro lado del velo” (“What the World Is Facing” [Lo que Enfrenta el Mundo], La Revista Metodista vol. 68, num 4 [octubre 1919]: pág. 590).
[37] Gaustad, A Documentary History of Religion [Una Historia Documentada de la Religión], pág. 148. Esta visión de varias iglesias continuó en menor grado mientras el Reverendo Robert E. Speer del Concilio Federal de Iglesias, desempeñó un papel activo.
[38] Henry Emerson Fosdick, “‘Shall We End the War,’ A Sermon Preached at the First Presbyterian Church, New York, June 5, 1921” [Terminemos La Guerra, Un Discurso Pronunciado en la Primer Iglesia Presbiteriana de Nueva York] (distribuído por el Comité de Aprobación para el Límite de Armamentos, Nueva York), págs. 3–12.
[39] Eldon G. Ernst, Moment of Truth for Protestant America: Interchurch Campaigns Following World War One, [El Momento de la Verdad para los Protestantes en Estados Unidos: Las Campañas Inter-Iglesias Después de la Primera Guerra Mundial], Serie de Disertaciones num. 3 (n.p.: American Academy of Religion and Scholars, 1974), pág. 139.
[40] MFP 5:92.
[41] Joseph F. Smith a Hyrum Smith, 3 noviembre 1915, Los Documentos de Joseph F. Smith, Archivos de la Iglesia.
[42] Nota editorial de James R. Clark en MFP, 5:5.
[43] MFP, 5:6-7.
[44] MFP, 5:7.
[45] Tomado de un discurso titulado “Status of Chrildren in the Resurrection” [El Estado de los Niños en la Resurrección], MFP volumen 5, páginas 94–95.
[46] Tomado de un discurso titulado “A Dream That Was a Reality” [Un Sueño que Fue Una Realidad], MFP, 5:100–101. Es interesante notar que este no fue el único sueño que tuvo de su amada madre. El 21 de julio de 1891, él soñó que “su querida madre vino a vivir con él. Parecía que ella había estado ausente por largo tiempo.” En este sueño él dijo “le arreglé una habitación exclusiva para ella, y la hice tan cómoda como me fue posible. . . . Esta es la tercera vez que me ha parecido que levanto a mi madre desde que nos dejó” (Joseph F. Smith a “Mi Querida Tia Thompson,” 21 de julio de 1891, Las Cartas de Joseph F. Smith, según se citan en la Colección Scott G. Kenney, Colecciones Especiales L. Tom Perry, Biblioteca Harold B. Lee, Brigham Young University).
[47] Diario de James E. Talmage, 25 enero de 1918.
[48] Debido a su frágil condición, el Presidente Smith no leyó este documento en la conferencia sino que hizo que lo entregaran por escrito a los líderes de la Iglesia, poco después de que terminó la conferencia.
[49] Ver D. y C. 138 para leer toda la visión.
[50] Escribió el Élder Talmage el 31 de octubre de 1918: “Asistí a la reunión de la Primera Presidencia y los Doce. Hoy el Presidente Smith, quien aún se haya confinado en su casa por la enfermedad, mandó a las Autoridades el relato de una visión por la cual, según él la declara, le fueron revelados hechos importantes relativos a la obra del Salvador desincorporado en el mundo de los espíritus, y de la activa obra misional en el otro lado del velo. Por decisión unánime el Consejo de los Doce, con los consejeros de la Primera Presidencia, y el Patriarca Presidente aceptaron y avalaron la revelación como la Palabra del Señor. El documento firmado por el Presidente Smith, será publicado en el siguiente número (diciembre) de la revista Improvement Era.” Diario de James E. Talmage, 31 de octubre de 1918.
[51] De vez en cuando, antes de 1976 las Autoridades Generales se refirieron a la revelación. Ver por ejemplo los siguientes discursos: Joseph L. Whirtlin en la conferencia general de abril de 1945; Marion G. Romney en la conferencia general de abril de 1964; Spencer W. Kimball en la conferencia general de septiembre de 1966; Boyd K. Packer en la conferencia general de octubre de 1975. Debido a esta información estoy agradecido a Robert L. Millet, “La Visión de la Redención de los Muertos,” en Hearken, O Ye People: Discourses on the Doctrine and Covenants [Oíd Oh Pueblo: Discursos de Doctrina y Convenios] (Sandy, Utah: Randall Book, 1984), pág. 268.
Los Santos de los Últimos Días aceptan los mensajes de sus profetas vivientes como escritura. “Y lo que hablen cuando sean inspirados por el Espíritu Santo será Escritura, será la voluntad del Señor, será la intención del Señor, será la palabra del Señor, será la voz del Señor y el poder de Dios para la salvación” (D. y C. 68:4). Sin embargo, existen grados de escritura dentro de la Iglesia. Una vez que la visión de José F. Smith fue presentada a la membresía de la Iglesia y fue votada y aceptada como escritura, cambió su significado de escritura a escritura canonizada. Y como lo dijo Robert L. Millet, “Antes del 3 de abril de 1976, representaba un documento teológico de inestimable valor para los Santos, que merecía ser estudiados por quienes están interesados en cosas espirituales; en esa fecha fue incluída en los libros canónicos, y su mensaje—principios y doctrinas—se convirtieron en obligatorias para los Santos de los Últimos Días, lo mismo que las revelaciones de Moisés o Jesús o Alma o José Smith. La Visión de la Redención de los Muertos se convirtió en una parte del cánon, la regla de fe y doctrina y práctica; la regla escrita por la cual discernimos la verdad del error” (Robert L. Millet, La Visión de la Redención de los Muertos,” publicado en Hearken O Ye People, pág. 265).
[52] Millet, “La Visión de la Redención de los Muertos,” pág. 259.
[53] Ver La Doctrina y Convenios, Manuel Para el Alumno, publicado por El Sistema Educativo de la Iglesia (Salt Lake City, Utah: La Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días, 1985), págs. 333–337; ver también Michael J. Preece, Learning to Love the Doctrine & Covenants [Aprender a Amar la Doctrina y Convenios] (Salt Lake City: MJP Publishing, 1988), págs. 409–413.
Sin embargo, debemos hacer notar, que la visión de Joseph F, Smith no fue una extensión repentina de sus enfermedades o pesares. Por ejemplo, tan temprano como en 1882, él había hablado de la predicación de Cristo en la prisión espiritual (Doctrina del Evangelio—Selecciones de los Sermones y Escritos de José F. Smith [Salt Lake City: 1978], págs. 431–432.) De igual manera, él había enseñado previamente con respecto a los profetas antiguos y los misioneros modernos que enseñaban a los espíritus en la prisión (Doctrina del Evangelio, págs. 430 y 453). Sus sermones en funerales están repletos de esta doctrina. Por ejemplo, ver su discurso dado en Logan, Utah el 27 de octubre de 1907, en la conferencia trimestral de la Estaca de Logan; manuscrito mecanografiado, pág. 16, Documentos de José F. Smith, Archivos de la Iglesia. Aunque no se ha escrito un análisis cuidadoso acerca de como desarrolló el Presidente Smith las doctrinas de la muerte y la resurrección, lo que él dijo en octubre de 1918 fue totalmente consistente con lo que él había estado predicando por casi cuarenta años.
[54] Arthur Conan Doyle, The New Revelation [La Nueva Revelación], Nueva York: George H Doran, 1918), pág. 52. Doyle visitó Salt Lake City en mayo de 1923, dio una charla en el Tabernáculo de Salt Lake City a la que asistieron más de cinco mil personas. El espiritismo no era un fenómeno desconocido para los Santos de los Últimos Días. Años antes el movimiento Godbeita lo había proclamado como parte de su nueva religión, mencionando al antiguo apóstol Amasa Lyman en ese proceso. Ver el libro de Ronald W. Walker, Wayward Saints: The Godbeites and Brigham Young [Santos Rebeldes: los Godbeitas y Brigham Young] (Urbana: University of Illinois Press, 1998), págs. 254–257.
[55] Doctrina del Evangelio, pág. 430. Para leer más de este tópico, ver Michael W. Homer, “Spiritualism and Mormonism: Some Thoughts on Similarities and Differences” [Espiritismo y Mormonismo: Algunas Ideas sobre las Similaridades y Diferencias], Dialogue: A Journal of Mormon Thought 27, num. 1 (primavera 1994): págs. 171–191.
[56] Joseph F. Smith sabía qué tan decisivos podrían ser los debates sobre el modernismo y la crítica mayor. En el año 1913, después de una seria de audiencias y debates prolongados, la Universidad de Brigham Young despidió a cuatro profesores debido a sus intenciones de acomodar la teoría de la evolución y de “desmitificar” a la Biblia. Para un comentario completo de esta controversia, ver Brigham Young University—The First One Hundred Years [La Universidad de Brigham Young: Los Primeros Cien Años], ed. Ernest L. Wilkinson (Provo, Utah: Brigham Young University Press, 1975), 1:412–432.
[57] Para más información sobre el laicismo creciente después de la guerra, ver el libro de Alan D. Gilbert The Making of Post-Christian Britain: A History of the Secularization of Modern Society [El Desarrollo de la Britania Post-Cristiana: Una Historia de la Secularización de la Sociedad Moderna] (Londres: Longman Group, 1980) y el libro de Burnham P. Beckwith, The Decline of U.S. Religious Faith 1912-1984 and the Effects of Education and Intelligence on Such Faith [El Declive de la Fe Religiosa en Estados Unidos 1912-1984 y los Efectos de la Educación y la Inteligencia en Dicha Fe] (Palo Alto, California: P. A. Beckwith, 1985). De acuerdo con un estudio, el declive en la asistencia a las iglesias en Inglaterra desde la Primera Guerra Mundial se ha precipitado. Entre los años 1885 y 1928, la proporción de comulgantes en el Día de la Pascua de Resurrección en la Iglesia de Inglaterra entre la población de 15 años de edad y mayor, nunca bajó de 84 por cada mil personas. En el año de 1925 fue de 90 por cada mil. Pero desde los inicios de 1930 ese número ha descendido continuamente. En el año 1939 la proporción había bajado a 73 por cada mil; para el año 1958 era de 63 por cada mil; y para el año 1973 era de 43 por cada mil (Alan Wilkinson, The Church of England and the First World War [La Iglesia de Inglaterra y la Primera Guerra Mundial] [Londres: SPCK, Holy Trinity Church, 1978], pág. 292). En contraste, la membrecía de Santos de los Últimos Días ha crecido de cuatrocientos mil a once millones, y las tazas de actividad son más altas hoy que nunca antes (ver Rodney Stark, “The Basis of Mormon Success: A Theological Application” [La Base para el Exito Mormón: Una Aplicación Teológica], Latter-Day Saints Social Life: Social Research on the LDS Church and its Members [La Vida Social de los Santos de los Últimos Días: Investigación Social en la Iglesia SUD y Sus Miembros], ed. James T. Duke [Provo, Utah: Religious Studies Center, Brigham Young University, 1998], págs. 29–70).