Uno por uno: El modelo de servicio del quinto evangelio
Richard Neitzel Holzapfel
Traducido de Richard Neitzel Holzapfel, “One by One: The Fifth Gospel’s Model of Service” in A Book of Mormon Treasury: Gospel Insights from General Authorities and Religious Educators (Provo and Salt Lake City: Religious Studies Center and Deseret Book, 2003), 378–88.
Richard Neitzel Holzapfel es profesor de Historia y Doctrina de la Iglesia en la Universidad de Brigham Young.
El Nuevo Testamento presenta la obra mortal de Jesucristo como una misión no solo para grupos grandes sino también para los individuos. Las narraciones del Evangelio muestran que en muchos casos hubo un contacto físico directo entre Jesús y otras personas mientras Él ministraba entre el pueblo. Por ejemplo, cuando Él sanó de una fiebre a la suegra de Pedro, Jesús “tocó” su mano (Mateo 8:14–15: énfasis agregado; ver también Marcos 1:30–31; Lucas 4:38–39). En otra ocasión Jesús “extendió su mano y tocó” a un leproso para sanarlo (Mateo 8:1–3; énfasis agregado). Tocó los ojos de dos ciegos mientras Él los sanaba (ver Mateo 9:27–31). Sanó la sordera y un impedimento del habla cuando Él metió Sus dedos “en” las orejas de un hombre (Marcos 7:32–37). Él “puso las manos encima” de un ciego (Marcos 8:22–26). Él sanó a un joven endemoniado cuando “tomándole de la mano le enderezó” (Marcos 9:14–29; véase también Mateo 17:14–21; Lucas 9:37–43). El Salvador sanó a la hija de Jairo cuando la “tomó de la mano” y la levantó de entre los muertos (Mateo 9:23–26; véase también Marcos 5:35–42; Lucas 8:49–55). Los evangelios del Nuevo Testamento registran más milagros en los cuales pudo haber sido posible un contacto físico directo (Ver Mateo 8:28–32; 9:2–8; 20:30–34; Marcos 1:21–28; 5:1–20; 10:46–52; Lucas 4:31–37; 6:6–11; 7:11–17; 8:26–36; 11:14; 13:11–13; 14:1–4; 18:35–43; 22:50–51; Juan 5:1–9; y 9:1–17).
En algunas ocasiones las personas se esforzaron para tocar al Salvador, como fue el caso cuando la mujer que padecía un flujo de sangre “tocó el borde de su manto” (ver Lucas 8:43–46; énfasis agregado). Sin embargo, en algunas ocasiones hubo algo más que el simple hecho de tocar. En el caso de la mujer recién citado, Jesús dijo que Él sabía que “poder ha salido de mí” (Lucas 8:46). José Smith explicó que “el poder al que se hace referencia aquí es el espíritu de vida” y que algunas veces nos debilitamos al dar bendiciones [1]. Estos comentarios de Jesús y de José Smith infieren que en dichas ministraciones hubo una transmisión de poder.
Jesús, de acuerdo con Marcos y Lucas, con frecuencia efectuó sanidades no solamente tocando a las personas sino por medio de una formal imposición de manos (ver Marcos 5:23; 6:5; 7:32; 8:22–25; Lucas 4:40; 13:13), y Él les exigió a sus discípulos que hicieran lo mismo (ver Marcos 16:18). La sanidad también se efectuaba mediante esta imposición de manos en la Iglesia posterior a la Resurrección (ver Hechos 9:12, 17; 28:8). Jesús también bendijo a los niños imponiendo las manos sobre ellos (ver Marcos 10:13–16). En la biblia la imposición de manos tiene un significado y un propósito distintos. La autoridad o poder no se traspasaba literalmente por medio de los brazos y manos a las personas, sino que la imposición de manos era una representación simbólica de quién o qué era el centro de esa acción ritual. En el Antiguo Testamento el uso de la imposición de manos se relacionaba al sacrificio y a la sucesión en un oficio. En el Nuevo Testamento, se asociaba con sanidades, con el bautismo del Espíritu Santo y con la asignación a deberes administrativos específicos en la Iglesia. Todos los ejemplos que se mencionan en el Nuevo Testamento sobre la imposición de las manos tienen las siguientes características fundamentales y unificadoras: el contexto siempre es sagrado, como lo muestra la mención frecuente de la oración, y en cada caso, algo se logra con el uso de esa práctica, aunque la imposición de manos sea una acción simbólica.
3 Nefi—El quinto evangelio
El tercer libro de Nefi, conocido en círculos de Santos de los Últimos Días como el quinto evangelio, describe el ministerio de Cristo entre los Nefitas posterior a Su Resurrección en términos similares a los que se usan en los cuatro evangelios en el Nuevo Testamento. Allí se enfatizan las experiencias personales del pueblo Nefita con el Mesías resucitado, y se menciona su contacto físico personal con Él así como Su imposición de manos como el acto simbólico para transmitir autoridad y poder. Además, se usaron varias formas de la palabra ministrar en relación con éstas experiencias. En su introducción al relato de la aparición, Mormón declara: “He aquí, os mostraré que a los del pueblo . . . les fueron manifestados grandes favores, y se derramaron grandes bendiciones sobre sus cabezas, al grado de que poco después de la ascensión de Cristo al cielo, Él verdaderamente se manifestó a ellos, mostrándoles su cuerpo y ejerciendo su ministerio a favor de ellos; y más adelante se hará una relación de Su ministerio” (3 Nefi 10:18–19; énfasis agregado).
El informe en El Libro de Mormón acerca del ministerio de Jesús entre los Nefitas intensifica nuestro entendimiento del principio de servicio al mostrar la forma en que los discípulos verdaderos deben ministrar a otros. Ese informe es más claro y preciso en muchos puntos del evangelio que el que se encuentra en el Nuevo Testamento. No se enfoca solamente en las palabras de Jesús (la doctrina) sino también en sus acciones (la aplicación de las doctrinas). Mormón, por medio del poder de Cristo, vio hacia el futuro, a nuestros días (ver Mormón 3:16–22). Por lo tanto, parece justo asumir que Él seleccionó el material que nos enseñaría las cosas apropiadas para nuestra situación. Después de que Jesús se mostró a los Nefitas, Él enseñó por precepto y por ejemplo la correlación que existe entre la experiencia personal, el tocar, (y en muchos casos, la imposición de manos), y el ministerio. El Libro de Mormón usa el término ministerio y sus varientes para indicar el dar atención personal y simbólicamente transferir poder por el tacto o la imposición de manos.
Cuando Cristo se apareció a los antiguos habitantes de América, los invitó a “que metáis vuestras manos en mi costado, y para que también palpéis las marcas de los clavos en mis manos y en mis pies, a fin de que sepáis que soy el Dios de toda la tierra, y que he sido muerto por los pecados del mundo” (3 Nefi 11:14). Todos las personas de la multitud que se reunió en el templo en la tierra de Abundancia “se adelantaron y metieron las manos en su costado, y palparon las marcas de los clavos en sus manos y en sus pies” (3 Nefi 11:15), y cuando trajeron a sus enfermos y afligidos, y a sus niños, eran como 2,500 almas (ver 3 Nefi 17:25). Para dar énfasis a esta experiencia, Mormón declara: “y esto hicieron, yendo uno por uno, hasta que todos hubieron llegado, [hasta que todos vieron] con sus ojos y palparon con sus manos” (3 Nefi 11:15; énfasis agregado). El efecto acumulado de la experiencia los hizo adorar a Jesús, exclamando: “¡Hosanna! ¡Bendito sea el nombre del más alto Dios!” (3 Nefi 11:17).
Ordenanzas uno por uno
El Salvador Resucitado enseñó entonces que las santas ordenanzas deben efectuarse individualmente. El detalló el procedimiento para efectuar la ordenanza del bautismo así:
“De cierto os digo que a quienes se arrepientan de sus pecados a causa de vuestras palabras, y deseen ser bautizados en mi nombre, de esta manera los bautizaréis: He aquí, descenderéis y, estando de pie en el agua, en mi nombre los bautizaréis. Y he aquí, estas son las palabras que pronunciaréis, llamándolos por su nombre, diciendo: Habiéndoseme dado autoridad de Jesucristo, yo te bautizo en el nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo. Amén. Y entonces los sumergiréis en el agua, y saldréis del agua” (3 Nefi 11:23–26).
Es necesario tomar en cuenta que cada persona debía ser específicamente llamada por su nombre y entonces individualmente ser sumergida en el agua por quien efectuaba la ordenanza.
Nefi bautizó a los discípulos en la manera descrita—uno por uno. El registro dice, “Y sucedió que Nefi entró en el agua, y fue bautizado. Y salió del agua y empezó a bautizar; y bautizó a todos aquellos que Jesús había escogido” (3 Nefi 19:11–12). El Libro de Mormón confirma que quienes fueron bautizados recibieron ministración adicional:
“Y aconteció que cuando todos fueron bautizados, y hubieron salido del agua, el Espíritu Santo descendió sobre ellos, y fueron llenos del Espíritu Santo y de fuego. Y he aquí, fueron envueltos cual si fuera por fuego; y descendió del cielo, y la multitud lo vio y dio testimonio; y descendieron ángeles del cielo, y les ministraron. Y sucedió que mientras los ángeles estaban ministrando a los discípulos, he aquí, Jesús llegó y se puso en medio de ellos y les ministró (3 Nefi 19:13–15; énfasis agregado).
Al igual que en el paradigma del Nuevo Testamento (ver Marcos 1:31; 15:41; Lucas 8:3), el ministerio en El Libro de Mormón manifiesta ser espontáneo. Cuando los discípulos bautizaban a otros, cada creyente recibía el don del Espíritu Santo y recibía ministración adicional.
Cristo también bendijo a los enfermos entre los Nefitas como lo había hecho durante Su ministerio mortal en la Tierra Santa: “Pues percibo que deseáis que os muestre lo que he hecho por vuestros hermanos en Jerusalén, porque veo que vuestra fe es suficiente para que yo os sane” (3 Nefi 17:8) El sagrado registro continúa: “Y sucedió que cuando hubo hablado así, toda la multitud, de común acuerdo, se acercó con sus enfermos, y sus afligidos, y sus cojos, y sus ciegos, y sus mudos, y todos los que padecían cualquier aflicción; y los sanaba a todos, según se los llevaban” (3 Nefi 17:9). Parece razonable asumir que el Salvador tenía el poder de sanar a todos entre los Nefitas sin necesidad de que se los trajeran. Antes de Su resurrección, el Salvador sanó a las personas sin tocarlos y sanó a quienes no estaban cerca de Él (ver Marcos 7:24–30; Lucas 7:1–9). Sin embargo, entre los Nefitas, el Señor decidió que se los trajeran, y como se infiere en el registro, tocó personalmente a cada uno.
Después de esta gran sanidad, Jesús mandó al pueblo que “trajesen a sus niños pequeñitos, . . . y los colocaron en el suelo alrededor de Él.” Éntonces
“tomó a sus niños pequeños, uno por uno, y los bendijo, y rogó al Padre por ellos. Y cuando hubo hecho esto, lloró de nuevo; y habló a la multitud, y les dijo: Mirad a vuestros pequeñitos. Y he aquí, al levantar la vista para ver, dirigieron la mirada al cielo, y vieron abrirse los cielos, y vieron ángeles que descendían del cielo cual si fuera en medio de fuego; y bajaron y cercaron a aquellos pequeñitos, y fueron rodeados de fuego; y los ángeles les ministraron” (3 Nefi 17:11–12, 21–24; énfasis agregado).
El libro de tercer Nefi registra las palabras y hechos de Jesucristo mientras instruía a los discípulos con respecto al sacramento. “Y haréis esto . . . que os he mostrado. Y será un testimonio al Padre de que siempre os acordáis de mí. Y si os acordáis siempre de mí, tendréis mi Espíritu para que esté con vosotros” (3 Nefi 18:7). Les dio instrucciones similares respecto a la copa de vino (ver 3 Nefi 18:11). Un día después, Jesús proveyó milagrosamente pan y vino y otra vez administró el sacramento a la gente (ver 3 Nefi 20:1–9). Ambas experiencias sacramentales incluyeron el dar el pan y el vino a cada individuo.
Después de que Jesús instituyó el sacramento entre los Nefitas, Él les dio poder a los discípulos para que confirieran el Espíritu Santo: “Y aconteció que cuando Jesús hubo dado fin a estas palabras, tocó con la mano a los discípulos que había elegido, uno por uno, hasta que los hubo tocado a todos, y les hablaba a medida que los tocaba” (3 Nefi 18:36; énfasis agregado). Aunque la multitud no oyó lo que les dijo Jesús, “los discípulos dieron testimonio de que les dio el poder de conferir el Espíritu Santo” (3 Nefi 18:37).
Aunque posiblemente Jesús ordenó a los apóstoles del Nuevo Testamento por medio de la imposición de manos, el texto actual del Nuevo Testamento no lo menciona, y tampoco hay evidencia de que a Matías se le haya asignado el lugar de Judas entre los apóstoles mediante la imposición de manos. En esto, el quinto evangelio resalta los hechos de Jesús y aclara el procedimiento del Nuevo Testamento al llamar y ordenar al ministerio a los doce. Moroni nos ayuda a entender su llamamiento:
“Las palabras de Cristo, las cuales habló a sus discípulos, los doce que había escogido, al imponerles las manos. Y los llamó por su nombre diciendo: Pediréis al Padre en mi nombre, con poderosa oración; y después que hayáis hecho esto, tendréis poder para que a aquel a quien impongáis las manos, le confiráis el Espíritu Santo; y en mi nombre lo conferiréis, porque así lo hacen mis apóstoles. Y Cristo les habló estas palabras al tiempo de su primera aparición; y la multitud no las oyó, mas los discípulos sí las oyeron; y sobre todos aquellos a los que impusieron las manos, descendió el Espíritu Santo” (Moroni 2:1–3).
El ministerio de los discípulos nefitas
En el período del Nuevo Testamento, Jesús escogió a sus propios discípulos (ver Juan 6:70; 15:16, 19). De igual manera en la relación del Libro de Mormón, es Cristo quien inició el llamado al ministerio (ver 3 Nefi 11:18–22; 12:1; 18:36). Este acto fue enfatizado cuando dijo Jesús, al ver a los doce recién llamados, “Porque he aquí, vosotros sois aquellos a quienes he escogido para ejercer el ministerio entre este pueblo” (3 Nefi 13:25; énfasis agregado). Una vez llamados, el Señor tocó individualmente a los doce cuando empezaron un ministerio similar al que Jesús había hecho entre ellos:
Y aconteció que cuando Jesús hubo dado fin a estas palabras, tocó con la mano a los discípulos que había elegido, uno por uno, hasta que los hubo tocado a todos y les hablaba a medida que los tocaba. Y sucedió que cuando Jesús los hubo tocado a todos, llegó una nube y cubrió a la multitud” (3 Nefi 18:36, 38; énfasis agregado).
De esta forma, un hilo conceptual entreteje los temas del llamamiento, el tocar, y la imposición de manos (ver 3 Nefi 17:24; 19:14).
El ministerio de los discípulos no se limitó a los justos; sino que el Salvador también impuso un ministerio hacia los “injustos.” Aunque se dieron mandamientos estrictos a quienes administraban las ordenanzas con respecto a la necesitad de tener santidad al recibir tales bendiciones, con respecto a los indignos el Señor declaró. “No obstante no lo echaréis de entre vosotros, sino que le ministraréis y oraréis al Padre por él en mi nombre” y cuando el individuo venga con un corazón quebrantado y un espíritu contrito “le daréis de mi carne y sangre” (3 Nefi 18:30; énfasis agregado). Aun cuando una persona no se arrepintiera, Cristo mandó: “no lo echaréis de vuestras sinagogas ni de vuestros lugares donde adoráis, porque debéis continuar ministrando por estos; pues no sabéis si tal vez vuelvan, y se arrepientan, y vengan a mí con íntegro propósito de corazón” (3 Nefi 18:32; énfasis agregado). Tomando el modelo para ministrar a los físicamente enfermos, el Señor aplicó el mismo principio a los enfermos espirituales; los discípulos debían traérselos a Jesús, quien promete “y yo los sane” (3 Nefi 18:32).
Casi inmediatamente después, Jesús, “partió de entre ellos y ascendió al cielo” (3 Nefi 18:39). Cuando la multitud volvió a sus hogares, “se divulgó inmediatamente entre el pueblo, antes que llegara la noche, que la multitud había visto a Jesús, y que él había ejercido su ministerio entre ellos, y que por la mañana otra vez se iba a mostrar a la multitud” (3 Nefi 19:2; énfasis agregado). Al día siguiente la multitud era “tan grande [que los discípulos] hicieron que se dividiese en doce grupos” (3 Nefi 19:5). Mormón resume la experiencia así:
Por tanto, quisiera que entendieseis que el Señor verdaderamente enseñó al pueblo por el espacio de tres días; y tras esto, se les manifestaba con frecuencia, y partía pan a menudo, y lo bendecía y se lo daba.
Y sucedió que enseño y ministró a los niños de la multitud de que se ha hablado. . . .
. . . Y aconteció que después que hubo ascendido al cielo—la segunda vez que se había manifestado a ellos . . . después de haber sanado a todos sus enfermos y sus cojos, y abierto los ojos de sus ciegos, y destapado los oídos de los sordos, y aun había efectuado toda clase de sanidades entre ellos, y resucitado a un hombre de entre los muertos, y manifestado a ellos su poder . . .
He aquí, sucedió que al día siguiente se reunió la multitud. . .
Y aconteció que los discípulos que Jesús había escogido empezaron desde entonces a bautizar y enseñar a cuantos venían a ellos; y cuantos se bautizaron en el nombre de Jesús fueron llenos del Espíritu Santo. . . .
Y enseñaron y se ministraron el uno al otro; y tenían todas las cosas en común, todo hombre obrando en justicia uno con otro.
Y sucedió que hicieron todas las cosas, así como Jesús se lo había mandado.
Y los que fueron bautizados en el nombre de Jesús, fueron llamados la iglesia de Cristo (3 Nefi 26:13–17; 19–21 énfasis agregado).
En una visita posterior a los discípulos Nefitas, el Salvador les habló a “uno por uno” y a cada uno les preguntó, “¿Qué es lo que deseáis de mí después que haya ido al Padre?” (3 Nefi 28:1; énfasis agregado). Nueve de ellos respondieron, “deseamos que después que hayamos vivido hasta la edad del hombre, que nuestro ministerio al cual nos has llamado se termine, a fin de que vengamos presto a ti en tu reino” (3 Nefi 28:2; énfasis agregado). Los otros tres desearon seguir en la tierra y continuar sus labores hasta que Jesús volviera otra vez. Entonces Él “tocó a cada uno de ellos con su dedo, menos a los tres que habían de quedar, y entonces partió” (3 Nefi 28:12; énfasis agregado). Esos tres discípulos fueron milagrosamente “arrebatados al cielo,” pero cuando regresaron a la tierra, “de nuevo ejercieron su ministerio sobre la faz de la tierra” (3 Nefi 28:13, 16; énfasis agregado).
Estos discípulos especiales, Mormón dice, “salieron sobre la superficie de la tierra, y ministraron a todo el pueblo” (3 Nefi 28:1; énfasis agregado). Cerca de cuatrocientos años después, Mormón testificó que él sabía que aun estaban en la tierra: “Mas he aquí, yo los he visto y ellos me han ministrado” (3 Nefi 28:26; énfasis agregado). El nos dice que la misión de ellos sería entre los judíos y entre los gentiles, y que “ejercerían suministerio entre todas las tribus esparcidas de Israel, y entre todas las naciones, tribus, lenguas y pueblos” (3 Nefi 28:29; énfasis agregado).
Los discípulos de Jesús debían reproducir las experiencias que habían vivido con Cristo: “En verdad, en verdad os digo que éste es mi evangelio; y vosotros sabéis las cosas que debéis hacer en mi iglesia; pues las obras que me habéis visto hacer, éstas también las haréis; porque aquello que me habéis visto hacer, eso haréis vosotros” (3 Nefi 27:21).
Mormón hace una introducción al relato de las apariciones (ver la nota antes del capítulo 11 del 3 Nefi) con estas palabras, “Jesucristo se manifestó a los del pueblo de Nefi mientras se hallaba reunida la multitud en la tierra de Abundancia, y les ministró” (énfasis agregado). Según la introducción de Mormón, Jesús hizo dos cosas: primero, Él se manifestó al pueblo, y segundo, Él les ministró. Obviamente, el ministrar fue un elemento esencial en la visita de Cristo entre los Nefitas.
Conclusión
Durante sus labores en el Nuevo Testamento, Jesús se dirigió con frecuencia a las multitudes y efectuó milagros entre ellas. En muchas ocasiones, Él habló directamente a ciertas personas, y en varios casos los tocó y los sanó. Pero en ciertas instancias, Él impuso sus manos sobre la gente como símbolo de la acción tomada con esa persona. El registro del 3 Nefi reproduce y enfatiza el modelo de Cristo en el Nuevo Testamento de ministrar por palabras y hechos.
De acuerdo con el modelo del Libro de Mormón, la ministración ocurre “uno por uno” cuando los discípulos tienen contacto con el Salvador y el uno con el otro. En muchos casos un “toque” personal es el medio simbólico de transmitir el amor y poder de Dios a una persona. Sin embargo, en otros casos, el toque es otra manera de expresar que las manos se impusieron sobre la persona. El contexto de estos varios ejemplos entre los Nefitas parece indicar que se realizó una ceremonia por la imposición de manos (ver 3 Nefi 18:36). El ser escogidos para ministrar es también un llamamiento para servir a niños inocentes y puros así como a los Santos fieles, tal como Jesús y sus ángeles lo hicieron durante Su aparición entre los Nefitas.
Como discípulos de Jesucristo, debemos reconocer que Jesús acabó con las reglas legales del código mosaico y tocó a quienes habían sido considerados como “intocables” bajo la ley (ver 3 Nefi 17:7; ver también Levítico 13; 3 Nefi 15:2–9). Él mandó a los discípulos Nefitas que hicieran lo mismo y los animó a que invitaran a todos a que se les unieran en la adoración al ministrarse unos a otros. De igual forma, para el creyente moderno, un llamamiento al discipulado es más que solamente unirse a una clase para estudiar. Es un llamamiento para efectuar la obra del Señor y sus ángeles de manera espontánea, para ministrar como siervo entre los mortales. En particular, es un llamado para servir a quienes están enfermos física, mental, emocional, económica y espiritualmente, o sea los “intocables” de la sociedad moderna. Estas personas no deberían “ser echados de entre” nosotros sino que deben ser ministrados y tocados por los verdaderos discípulos, de la manera en que Jesús lo demostró. Mediante las ordenanzas del evangelio realizadas en forma individual, y como lo ordenó el Salvador resucitado por medio de sus discípulos escogidos, “Se manifiesta el poder de la divinidad” (D. y C. 84:20).
Notas
[1] José Smith, Enseñanzas del Profeta José Smith, comp. José Fielding Smith (Salt Lake City: La Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días, 1954), pág. 345.