Una Senda Sencilla pero Poderosa al Perdón (Alma 36)
Brad Farnsworth
Brad W. Farnsworth (brad_farnsworth@byu.edu) es instructor de escrituras antiguas en BYU.
Como hijos de nuestro Padre Celestial, vinimos a la tierra para ser probados—para demostrar que haremos todo lo que Él nos mande—(ver Abraham 3:25). Inevitablemente, fallamos. Pero mediante la fe en Jesucristo, nos podemos arrepentir y volver a estar limpios para que podamos regresar a la presencia de Dios. El plan de felicidad del Padre invita a sus hijos a que busquen a Su Hijo con la “fe para arrepentimiento [para quien] se realizará el gran y eterno plan de la redención” (Alma 34:16).
Por todo el Libro de Mormón, vemos en ejemplo tras ejemplo a la descendencia de Lehi, pecando, arrepintiéndose y de regreso a las vías del Señor. De igual manera los santos profetas en la antigua América predicaron el plan del Padre, para poder ser “un instrumento en las manos de Dios para conducir a algún alma al arrepentimiento” (Alma 29:9).
El capítulo 36 de Alma es un mensaje para todos los hijos de Dios, y usa la experiencia personal de Alma hijo, para enseñar los principios esenciales del arrepentimiento. Alma enfatiza que la fe en Jesucristo y Su Expiación es la única forma en que la humanidad puede ser salvada de sus pecados. Alma 36 resalta también el gozo, no tan solo de ser digno, sino también el de sentirse digno en la presencia de Dios.
La Experiencia Personal de Alma
En el capítulo 27 de Mosíah se incluye la historia de la rebelión de Alma hijo contra las enseñanzas de su padre pues se esforzó por destruir la Iglesia hasta que un ángel le mandó que se arrepintiera. Como parte del compendio de las planchas mayores de Nefi hecho por Mormón, éste identifica a Alma como miembro de “la nueva generación” en los días del Rey Mosíah (Mosíah 26:1) Los de la “nueva generación” no creían en la venida de Cristo ni podían entender la palabra de Dios; por lo tanto se “endurecieron sus corazones” (ver Mosíah 26:2-3).
El estilo de escritura en el compendio de Mormón en el capítulo 27 de Mosíah es consistente con sus demás escritos en el Libro de Mormón. Usualmente menciona los eventos a fin de ayudar a los lectores a ver o aprender en ellos una lección espiritual, esto se resalta más obviamente con su frase común: “y así vemos.” Hablando a los eventuales lectores del Libro de Mormón, en el capítulo 27 de Mosíah, Mormón ofrece un relato sencillo de la rebelión de Alma hijo: Explica la situación, menciona a personas específicas (en este caso Alma hijo, y Ammón, Aarón, Omner e Himni, los cuatro hijos del Rey Mosíah), declara a detalle los eventos que condujeron a estos jóvenes al arrepentimiento y el perdón, y al fin acentúa los eventos con una profunda lección y una valiosa conclusión para los lectores de los últimos días: “Y así fueron instrumentos en las manos de Dios para llevar a muchos al conocimiento de la verdad” (Mosíah 27:36).
Aproximadamente veinte años después en el registro compendiado, Mormón repite la experiencia de Alma esforzándose por destruir la Iglesia y que se le apareció un ángel: “A menos que tú, por tí mismo, quieras ser destruido, no trates más de destruir la iglesia de Dios” (Alma 36:9). ¿Por qué incluiría Mormón este mismo evento dentro de las siguientes cien páginas del primer relato? Quizás Mormón tiene un mensaje más amplio en esta segunda versión.
Alma 36: Un Modelo para Enseñar el Arrepentimiento
Usando el relato personal de Alma, Mormón define los principios universales del arrepentimiento. Alma describe, en lo que parecen ser sus propias palabras, con claridad los sencillos principios que él siguió para arrepentirse de graves pecados, comparte su poderoso testimonio del perdón, y declara su compromiso de servir a Dios por el resto de sus días.
Quiasmo en Alma 36
Es muy interesante que Alma relata su experiencia de arrepentimiento en este capítulo usando el antiguo estilo literario hebreo llamado quiasmo, un estilo útil para enfatizar que la fe en Jesucristo y su Expiación es esencial para un completo y adecuado arrepentimiento. Tal parece que Mormón conserva la presentación especial de Alma y así la graba sin cambios en las planchas de Mormón. Jack Welch indica: “El quiasmo es un estilo de escritura conocido en la antigüedad y utilizado por muchos escritores antiguos y modernos. Consiste en organizar una serie de palabras o ideas en cierto orden y luego repetirlas en orden inverso. . . . Además, para enfatizarla, la idea principal del pasaje se coloca en el punto de inflexión donde comienza la segunda mitad.”.[1]
El apéndice de este artículo ilustra la serie de ideas que se enseñan en Alma 36, y se presentan en orden y luego en orden inverso. El punto de inflexión está en los versículos 17 y 18 y enfatiza la idea principal o sea el clímax del verdadero arrepentimiento. Por lo tanto, ¿qué principios doctrinales sirven de clímax según se enseñan en estos dos versículos? Alma recuerda las enseñanzas de su padre, el profeta, sobre “un Jesucristo, un Hijo de Dios, para expiar los pecados del mundo” (Alma 36:17). Entonces, Alma ejercita su fe y se vuelve a su Salvador diciendo: “¡Oh Jesús, Hijo de Dios, ten misericordia de mí!” (Alma 36:18).
Claramente, nuestra fe en Jesucristo y en Su Expiación es lo que hace posible el perdón de nuestros pecados; es la única forma de volver a ser limpios de nuestras transgresiones. El profeta Nefi declaró: “no hay otro camino, ni nombre dado debajo del cielo por el cual el hombre pueda salvarse en el reino de Dios” (2 Nefi 31:21). Al igual que otros símbolos y señales que nos dirigen a Jesucristo, el estilo literario del quiasmo le recuerda al alma arrepentida que es esencial ejercer la fe en el Santo Mesías para recibir la remisión de los pecados. No hay otra manera.
El Poder de la Doctrina en Alma 36
Aunque el quiasmo sea muy interesante y grandioso en Alma 36, el poder real de este capítulo se encuentra en la doctrina del arrepentimiento que Alma le enseñó a su hijo Helamán. Este poder real se manifiesta: al enseñar Alma las verdades eternas de utilidad para los lectores de los últimos días si las aplican a su propia vida; y cuando el amor de Dios para todos sus hijos se demuestra en la promesa de Alma, de experimentar las bendiciones de gozo y el perdón.
Alma 36 revela que un alma arrepentida no solamente está limpia sino que también se siente limpia; la confianza de un alma arrepentida “se fortalecerá en la presencia de Dios” (D y C 121:45). Los maestros del evangelio en nuestra época llegan a conocer el poder de Alma 36 al predicar la doctrina del arrepentimiento e invitar al Espíritu a testificar de estas verdades, ya sea en una entrevista personal o en un salón de clases.
Quizás Helamán enseñó la experiencia de su padre a los dos mil jóvenes guerreros al prepararlos para la batalla. El arrepentimiento completo y verdadero es lo que les dio a los jóvenes guerreros la confianza para enfrentarse a un ejército lamanita experimentado porque sabían que eran dignos de recibir las bendiciones milagrosas del Señor—“ponen su confianza en Dios continuamente”—(Alma 57:27). Su fe y confianza dieron por resultado una gran bendición ya que ninguno de ellos pereció, aunque todos fueron heridos. (ver Alma 57:25).
Por lo tanto, ¿cuáles son los principios del arrepentimiento que Helamán les enseñó a los jóvenes guerreros al prepararlos para la batalla? ¿Cuáles son los principios doctrinales que inspirarán a la juventud y a los adultos jóvenes de la actualidad a ser dignos y continuar sintiéndose limpios al cumplir misiones y prepararse para formar sus propias familias?
Los Principios del Arrepentimiento
En Alma 36, Alma comienza su instrucción a Helamán con una fórmula eterna para la felicidad: “porque sé que quienes pongan su confianza en Dios serán sostenidos en sus tribulaciones, y sus dificultades y aflicciones, y serán enaltecidos en el postrer día” (Alma 36:3; énfasis agregado). Alma comparte con Helamán su experiencia personal, ratificada divinamente mediante el testimonio del Espíritu Santo. No hay duda en la mente de Alma de que vino de Dios, ¡lo sabe!
En sus instrucciones a Helamán, Alma enfatiza los principios que le permitieron arrepentirse y recibir el perdon de Dios. Esos principios incluyen los siguientes:
- Reconocer el pecado
- Aceptar la responsabilidad de nuestros actos
- Recibir el don de la tristeza que es según Dios
- Mostrar fe en Jesucristo y en Su Expiación
- Testificar del perdón de Dios
- Regocijarse en el perdón
- Recibir la fuerza física y el cambio de semblante
- Servir a Dios sin cesar
Reconocer el Pecado
Cuando Alma habla de su experiencia, relata que se le apareció un ángel y le dijo: “A menos que tú, por ti mismo, quieras ser destruido, no trates más de destruir la iglesia de Dios” (Alma 36:9). Alma comprendió que estaba cometiendo un gran pecado. Sabía que sería destruido a menos que detuviera sus actos equivocados, un entendimiento tan claro que penetró a lo profundo de su alma “me sentí herido de tan grande temor y asombro de que tal vez fuese destruido, que caí al suelo y no oí más” (Alma 36:11).
El primer paso para el arrepentimiento es reconocer nuestros pecados y las debilidades que son piedras de tropiezo para nuestro progreso. El Presidente Stephen L. Richards enseñó que el arrepentimiento es “el reconocimiento constante de la debilidad y el error y vivir para buscar lo mejor y más elevado”.[2] A muy pocos de nosotros se nos aparecerán ángeles celestiales, pero hay ángeles a nuestro alrededor. Nuestros padres, hermanos, miembros de la familia, los amigos verdaderos, los maestros, y los líderes del sacerdocio están al tanto de nuestros desafíos. Oran por nosotros, cuando en ocasiones tropezamos en la vida. ¿Por qué se le apareció un ángel a Alma? “He aquí, el Señor ha oído las oraciones de su pueblo, y también las oraciones de su siervo Alma, que es tu padre” (Mosíah 27:14)
Hoy es el tiempo de arrepentirse. El presidente Russell M. Ballard citó a su abuelo, el élder Melvin J. Ballard, que enseñó los peligros de aplazar el día de nuestro arrepentimiento: “A mi juicio, cualquier hombre o mujer puede hacer más para ajustarse a las leyes de Dios en un año en esta vida de lo que podría hacer en diez años cuando estén muertos. . . .Cuando la arcilla es flexible, es mucho más fácil cambiarla que cuando se endurece . . . . Esta vida es el tiempo para arrepentirse. Por eso supongo que tomará mil años. . . . para hacer lo que no hubiera tomado, sino tres veintenas y diez años para lograrlo en esta vida.”[3]
Reconocer nuestros pecados y alinear nuestros deseos con los deseos de Dios son acciones diarias que atraen el Espíritu a nuestra vida.
Aceptar la Responsabilidad de Nuestros Actos
En la parte siguiente de su enseñanza, Alma demuestra que aceptó la total responsabilidad de sus esfuerzos para destruir la Iglesia: “Sí, me acordaba de todos mis pecados e iniquidades, por causa de los cuales yo era atormentado con las penas del infierno; sí veía que me había rebelado contra mi Dios y que no había guardado sus santos mandamientos. Sí, y había asesinado a muchos de sus hijos, o más bien, los había conducido a la destrucción; sí, y por último, mis iniquidades habían sido tan grandes que el sólo pensar en volver a la presencia de mi Dios atormentaba mi alma con indecible horror” (Alma 36:13-14; énfasis agregado).
El Presidente Spencer W. Kimball escribió: “Como sucede con cualquier otro pecado, el perdón y el restablecimiento dependen del arrepentimiento del ofensor, el cual empieza por la admisión del pecado y la aceptación de la responsabilidad personal al respecto”.[4]
El élder Theodore M. Burton enseñó: “Olvida todas las excusas y reconoce, completa y exactamente, lo que has hecho.”[5]
Alma aceptó claramente la responsabilidad total por sus actos para destruir la Iglesia y por conducir a la destrucción a muchos de los hijos de Dios. Hay un poderoso sentimiento limpiador que llega a la persona al confesar los pecados ante Dios y los demás sin ofrecer excusas.
Existe un poder espiritual al confesar a Dios todos los pecados y los pecados graves a los líderes del sacerdocio autorizados y que son los jueces en Israel. La confesión sincera y completa a Dios y a un juez en Israel es un acto exterior que indica que la persona acepta la responsabilidad de sus pecados.
La Iglesia enseña que: “Las transgresiones serias . . . . [deben confesarse] al Señor y a sus representantes en la Iglesia. Se completamente honrado con ellos. Si sólo confiesas parcialmente, mencionando sólo errores menores, no podrás resolver una transgresión más seria que no se haya divulgado”.[6]
El Señor le reveló a Alma padre,: “si confiesa sus pecados ante ti y mí, y se arrepiente con sinceridad de corazón, a éste has de perdonar, y yo lo perdonaré también” (Mosíah 26:29).
Al reconocer nuestros pecados y aceptar la responsabilidad completa por ellos, sin ofrecer excusas, nuestro deseo natural es confesarlos a Dios y a un juez en Israel. Las personas arrepentidas hallarán que se les quita de encima una carga terrible y se reemplaza con el valor para continuar en su viaje a través de los otros principios del arrepentimiento.
Recibir el don de la tristeza que es según Dios
Cuando Alma recordó sus pecados y acepto su responsabilidad por ellos, comenzó a comprender las horribles consecuencias de los actos y sus efectos en los miembros inocentes de la Iglesia a quienes había tratado de destruir. Como ya se mencionó, Alma reconoció que “había asesinado a muchos hijos [de Dios], o más bien los había conducido a la destrucción” (Alma 36:14). En su rebelión contra Dios, Alma había puesto en peligro más que su propia salvación; había lastimado muy seriamente los testimonios y las vidas de otras personas. El que usara la palabra “asesinado” indica dramáticamente su influencia negativa en los demás. Algunos de sus seguidores habían abandonado la Iglesia, se habían vuelto a caminos inicuos y jamás regresarían a sus convenios con Dios. Por tanto, podemos ver que los pecados graves no se cometen en una burbuja, siempre afectan a otras personas —padres, hermanos, amigos, y a los jóvenes dentro de la esfera de influencia del pecador—. Los pecados graves pueden lastimar a personas inocentes que se habrían convertido si el pecador hubiera estado obedeciendo los mandamientos. Alma entendió este principio por su experiencia personal y es notorio en la amonestación a su hijo Coriantón: “He aquí, oh hijo mío, cuán gran iniquidad has traído sobre los zoramitas; porque al observar ellos tu conducta, no quisieron creer en mis palabras” (Alma 39:11).
Quienes violan las leyes de Dios a menudo no comprenden los muchos tentáculos de influencia que salen de su estado pecaminoso. Solo después de que los transgresores reflexionan sobre sus pecados comienzan a darse cuenta de la cantidad de personas que han sido perjudicadas por sus malos hábitos. Al igual que Alma, el transgresor arrepentido entonces demuestra la tristeza sincera por sus acciones y busca las pacíficas resoluciones que solamente puede dar un Padre amoroso. Esta “tristeza que es según Dios” [pesar espiritual] es un don de Dios y un requisito necesario para el arrepentimiento completo.
En un ejemplo moderno de la importancia del pesar espiritual, un misionero se reunió con su presidente de misión y le confesó pecados de antes de su misión. Esos pecados no los confesó a su obispo ni a su presidente de estaca. Después de comentar la situación con el Departamento Misional, el presidente de misión recibió el permiso de que el joven siguiera en la misión y que el presidente le ayudara a arrepentirse; sin embargo, el misionero no tuvo una recomendación para el templo durante una temporada.
El misionero se reunió semanalmente con el presidente y hablaron de las enseñanzas del President Kimball en el libro El Milagro del Perdón. Tras varias semanas, su progreso era bueno, pero no mostraba el don del pesar espiritual. Era claro que el misionero pensaba que sus errores no afectaban a nadie más.
En las siguientes semanas, su compañero terminaría su misión y quería asistir al templo antes de regresar a su casa. Sabiendo de esos planes, el presidente le preguntó al primer misionero cómo es que su compañero podría ir al templo si los misioneros siempre están juntos y los dos no tenían una recomendación. El misionero le contestó que él estaría en la sala de espera del templo mientras su compañero iba a la sesión con los demás misioneros.
El presidente sintió que no debía aprobar esa excepción al Manual Misional. El misionero rápidamente dijo: “¡eso significa que él no podrá ir al templo antes de regresar a su casa! No es justo para él.” Aunque el presidente entendió que no era justo para el otro misionero, no cambió su decisión. El presidente se ofreció a ser él quien le informara al compañero esa decisión. Cuando lo hizo, el compañero se sorprendió y se decepcionó. Luego, con lágrimas en los ojos, dijo: “Lo entiendo presidente, y apoyo su decisión. No iré al templo.” Ahora era el presidente a quien se le derramaban las lágrimas por las mejillas al comprender la majestad de este compañero mayor.
Esos dos misioneros no fueron a los jardines del templo en su último día de preparación juntos. El compañero mayor no pudo ir a la sesión del templo, y ambos misioneros perdieron la oportunidad de tomarse la foto tradicional con los demás misioneros que terminaban la misión ese día.
En la siguiente entrevista, el presidente notó un cambio en el misionero menor. Estaba más dispuesto a recibir consejo. Escuchó con más atención a las escrituras que se leyeron en la entrevista. Oró con mayor sinceridad. Este misionero arrepentido recibió el don del ‘pesar espiritual’ y estaba listo para buscar el perdón del Señor. El presidente comprendió lo difícil que fue para el compañero mayor aceptar lo que se le pidió, pero supo que era la voluntad del Señor a fin de que el misionero menor pudiera experimentar un arrepentimiento adecuado y completo.[7]
El Presidente Benson enseñó este hermoso principio: “La tristeza según Dios es un don del Espíritu; Es un claro reconocimiento de que nuestras acciones han ofendido a nuestro Padre y nuestro Dios; es adquirir una vívida conciencia de que, debido a nuestro comportamiento, el Salvador, que estaba libre de todo pecado, Él, el más grande de todos, padeció la agonía y el sufrimiento, porque fue por nuestros pecados que sangró por cada poro. Es a esa aflicción mental y espiritual que sufrimos, a lo que las escrituras se refieren como [tener] 'un corazón quebrantado y un espíritu contrito' (D y C 20: 37), y ese estado espiritual es el requisito absolutamente necesario para que tenga lugar el verdadero arrepentimiento”.[8]
Mostrar fe en Jesucristo y en Su Expiación
Durante tres días Alma fue atormentado “con las penas de un alma condenada”; deseaba ser desterrado y extinguirse, para no volver nunca a la presencia de Dios y ser juzgado por sus actos (Alma 36:15-16). Había llegado a la profunda comprensión de que sus pecados habían ofendido a Dios.
Durante esta prueba dolorosa, Alma recordó las enseñanzas de su padre acerca de un Redentor que expiaría nuestros pecados: “Y aconteció que mientras así me agobiaba este tormento, mientras me atribulaba el recuerdo de mis muchos pecados, he aquí, también me acordé de haber oído a mi padre profetizar al pueblo concerniente a la venida de un Jesucristo, un Hijo de Dios, para expiar los pecados del mundo” (Alma 36:17).
El recuerdo del testimonio de su padre demuestra que aunque estaba en rebeldía, Alma hijo había escuchado las enseñanzas de su padre acerca del Salvador del mundo. Su padre, como sacerdote del inicuo Rey Noé, había pasado por su propia rebelión contra la verdad. Pero su padre, se arrepintió, fue perdonado, y progresó lo suficiente para recibir esta promesa del Señor: “Mi siervo eres tú; y hago convenio contigo de que tendrás la vida eterna” (Mosíah 26:20).
¿Cómo podría un joven como Alma no ser afectado por las palabras de su padre mientras crecía? Tal vez Alma podría identificarse con la confesión honesta de Amulek, su futuro compañero de misión, que declaró: “fui llamado muchas veces, y no quise oír; de modo que sabía concerniente a estas cosas, mas no quería saber” (Alma 10:6). Ahora era el momento de Alma para levantarse y obedecer al Espíritu que sentía o ser destruido como lo había proclamado el ángel. “Y al concentrarse mi mente en este pensamiento, clamé dentro de mi corazón: ¡Oh Jesús, Hijo de Dios, ten misericordia de mí que estoy en la hiel de amargura, y ceñido con las eternas cadenas de la muerte!” (Alma 36:18). Alma sabía que la única fuente para su resolución final era el Hijo de Dios, nuestro Creador, el Salvador de todos los mundos, aún Jehová. El clamor fue sincero y poderoso, directo y claro, honesto y total.
El élder Richard G. Scott enseño este principio al citar las palabras de Alma a su hijo Shiblón:
“Me ví en el más amargo dolor y angustia de alma; y no fue sino hasta que imploré misericordia al Señor Jesucristo que recibí la remisión de mis pecados. Pero he aquí, clamé y hallé paz para mi alma. Y te he dicho esto, hijo mío, para que aprendas sabiduría. . . . que no hay otro modo o medio por el cual el hombre pueda ser salvo, sino en Cristo.” Por esta escritura podemos ver que el sufrimiento no trae el perdón. Éste viene mediante la fe en Cristo y la obediencia a Sus enseñanzas, para que pueda aplicarse Su don de la redención.[9]
El Presidente Benson también testificó:
La fe en el Señor Jesucristo es el fundamento sobre el cual se debe construir un arrepentimiento sincero y significativo. Si realmente buscamos eliminar el pecado, primero debemos mirar hacia Aquel que es el Autor de nuestra salvación. . . . Por cada Pablo, por cada Enós, [por cada Alma hijo], y por cada Rey Lamoni, hay cientos y miles de personas que encuentran el proceso de arrepentimiento mucho más sutil, mucho más imperceptible. Día a día se acercan al Señor, sin darse cuenta de que están construyendo una vida divina. . . . No debemos perder la esperanza.[10]
Testificar del perdón de Dios
Alma había hecho todo lo que podía hacer en la mortalidad para obtener el perdón de Dios. El tiempo probaría su sinceridad para abandonar sus pecados y servir al Señor durante el resto de sus días. Mediante el arrepentimiento sincero, Alma recibió la misma señal que recibieron otros en el Libro de Mormón cuando recibieron el perdón de sus pecados. Es la misma señal que recibimos cuando se perdonan nuestros pecados: el testimonio del Espíritu Santo. “Y he aquí que cuando pensé esto, ya no me pude acordar más de mis dolores; sí, dejó de atormentarme el recuerdo de mis pecados” (Alma 36:19). Alma ya no pudo recordar sus dolores. El tormento que Alma sufrió y “las penas de un alma condenada” (Alma 36:16) que dominaron su experiencia de tres días fueron borrados en la misericordiosa Expiación de Jesucristo.
Alma le describió estos sentimientos a Shiblón, otro de sus hijos dignos: “hallé paz para mi alma” (Alma 38:8). En lenguaje moderno, el Presidente Kimball confirmó este mismo testimonio para nosotros en la actualidad: “Llega una voz apacible y delicada, pero penetrante, que susurra a [nuestra] alma: ‘Tus pecados te son perdonados’”.[11] El Presidente Boyd K. Packer lo describió de esta forma: “He visto a algunos que han pasado un largo invierno de culpa y hambre espiritual emerger en la [brillante] mañana del perdón”.[12] Todos estos sentimientos y palabras describen el testimonio divino del Espíritu Santo mientras sus efectos poderosos santifican el alma de una persona.
¿Podía Alma recordar sus pecados? Obviamente, como lo hemos estado comentando en Alma 36. Alma recordaba la naturaleza y la severidad de sus pecados puesto que pudo describirselos a su hijo Helamán muchos años después. Entonces, ¿por qué en la actualidad muchos de nosotros, especialmente los jóvenes y adultos jóvenes nos confundimos acerca del perdón porque todavía podemos recordar nuestros pecados? Quizás sea por la promesa del Señor en los últimos días: “He aquí, quien se ha arrepentido de sus pecados es perdonado; y yo, el Señor, no los recuerdo más” (D y C 58:42)
El élder Dieter F. Uchtdorf aclaró este hermoso principio: “Dios no nos prometió que nosotros no recordaríamos nuestros pecados; el hacerlo nos ayudará a evitar que volvamos a cometer los mismos errores; pero si nos mantenemos leales y fieles, el recuerdo de nuestros pecados se mitigará con el correr del tiempo”.[13]
Un misionero le escribió a su presidente de misión: “He llegado a la conclusión de que la razón por la que no estamos teniendo éxito es porque no soy digno de estar aquí.” Cuando el presidente leyó esa declaración de inmediato llamó al misionero e hizo una cita para una entrevista esa tarde. Sabía que un misionero que no se siente digno no podía ser eficaz al enseñar y testificar el evangelio.
Cuando se reunieron esa tarde, el presidente le preguntó al misionero por qué no se sentía digno, y éste le respondió: “Cometí algunos errores antes de mi misión. Se los confesé a mi obispo y al presidente de estaca. Pero es obvio que el Señor no me ha perdonado esos pecados porque todavía los recuerdo.”
El presidente le pidió que leyera D y C 58:42 y le enfatizó que el Señor ya no se acuerda de nuestros pecados pero que somos bendecidos al recordarlos a fin de evitar cometerlos de nuevo. El misionero entendió y creyó la explicación de su presidente, pero todavía no se sentía digno. Quería estar seguro, quería saber que era digno de ser misionero.
El misionero comenzó a leer El Milagro del Perdón y cada semana se reunió con el presidente para comentar lo que había aprendido del Presidente Kimball. En una de sus reuniones semanales, el misionero y el presidente sintieron que el Espíritu daba testimonio de que era digno de servir en la misión. El presidente aclaró que estaban siendo testigos del perdón de Dios y que él era un segundo testigo de este evento. El misionero regresó a su área y terminó su misión muy fuerte sin dudas posteriores sobre sus dignidad.[14]
¡Qué gran bendición es el poder recordar nuestros pecados sin los dolores, penas y culpabilidad que los acompañan! Al recordarlos, podemos evitar las situaciones que nos tentaron a tomar decisiones equivocadas. Podemos recordar qué amigos tuvieron influencia negativa en nuestra vida de modo que podamos asociarnos sabiamente con nuevos amigos. Podemos controlar nuestra obediencia futura y en verdad abandonar nuestros pecados al reflexionar en nuestra conducta anterior.
La confusión acerca de cómo es que podemos estar seguros de que hemos sido perdonados es real. El élder Scott explicó el por qué a veces es difícil reconocer el testimonio del perdón y cómo podemos vencer cualquier duda después de recibir el testimonio divino:
Continuar sufriendo por los pecados, cuando ha habido un arrepentimiento y un perdón adecuados del Señor, no es impulsado por el Salvador, sino por el maestro del engaño, cuyo objetivo ¿no ha sido siempre atar y esclavizar a los hijos de nuestro Padre Celestial?. . . . Jesucristo pagó el precio y satisfizo las demandas de la justicia para todos los que obedecen sus enseñanzas. Por lo tanto, el perdón total es gratificante, y los efectos angustiantes del pecado no necesitan persistir en la vida. De hecho, no pueden persistir si uno realmente comprende el significado de la expiación de Cristo. . . .Cuando el recuerdo de errores anteriores invada tu mente, dirige tus pensamientos a Jesucristo, al milagro del perdón y la renovación que viene por medio de Él. Entonces tu sufrimiento será reemplazado con gozo, gratitud y acción de gracias por Su amor.[15]
Respecto al corto período de arrepentimiento de Alma, surge la pregunta: ¿Cómo pudo Alma completar el proceso de arrepentimiento de pecados graves en solamente tres días? El perdón no viene después de un período de espera pre- fijado, aunque en ocasiones, como guía mínima, se sugiere un período de espera de seis a doce meses para los pecados graves. Tad R. Callister enseñó: “El arrepentimiento no se mide por tiempo sino por un cambio de corazón”.[16] El Señor sabía que había cambiado el corazón de Alma; por tanto le perdonó sus pecados tres días después de que el ángel se le apareció a él y a los hijos de Mosíah.
El élder David A. Bednar le enseñó a los nuevos presidentes de misión: “No podemos ayudar a los demás a que se arrepientan si nosotros no hemos aprendido a arrepentirnos debida y completamente”.[17] Los misioneros primero deben poder reconocer el perdón en su propia vida y luego enseñar a los demás a reconocer las señales del perdón del Señor.
El modelo del arrepentimiento de Alma demuestra que deberíamos buscar diligentemente el testimonio del Espíritu Santo de que se nos han perdonado los pecados. Un amoroso Padre Celestial quiere que sus hijos sepan cuando están limpios de sus errores. Mandará a su Espíritu de paz para remover cualquier culpa y dolor asociado con los pecados. De este modo, no solamente podemos ser dignos sino tmbién sentirnos dignos.
Regocijarse en el perdón
“Y ¡oh que gozo, y que luz tan maravillosa fue la que vi! Sí, mi alma se llenó de un gozo tan profundo como lo había sido mi dolor. Sí, hijo mío, te digo que no podía haber cosa tan intensa ni tan amarga como mis dolores. Sí, hijo mío, y también te digo que por otra parte no puede haber cosa tan intensa y dulce como lo que fue mi gozo” (Alma 36:20-21). El poder de la Expiación infinita del Salvador lavó los pecados de Alma, y otra vez estuvo limpio. ¡No es de asombrar que Alma tuviera motivos para regocijarse!
Durante su arrepentimiento total, Alma experimentó un cambio dramático en su confianza para estar en la presencia de Dios. Antes de volverse a Jesucristo para la remisión de sus pecados, Alma había descrito sus deseos de evadir a Dios: “¡Oh si fuera desterrado—pensaba yo—y aniquilado en cuerpo y alma, a fin de no ser llevado para comparecer ante la presencia de mi Dios para ser juzgado por mis obras!” (Alma 36:15) Compárenlo con lo que sintió después de recibir el perdón. “Sí, me pareció ver—así como nuestro padre Lehi vio—a Dios sentado en su trono, rodeado de innumerables concursos de ángeles en actitud de estar cantando y alabando a su Dios; sí, y mi alma anheló estar allí” (Alma 36:22; énfasis agregado). Esos son los sentimientos de un alma que se ha arrepentido por completo y ha sido perdonada, un alma que no tan solo es limpia sino se siente limpia.
Este principio del arrepentimiento, cuando nos regocijamos como resultado de sentirnos limpios, ofrece un tiempo para construir sobre el don del perdón de Dios y continuar construyendo una base sólida que conduzca a la conversión; hacerse “santo por la expiación de Cristo el Señor” (Mosíah 3:19).
Alma describe su propia jornada a la conversión; “He aquí, he ayunado y orado muchos días para poder saber estas cosas por mí mismo. Y ahora sé por mí mismo que son verdaderas; porque el Señor Dios me las ha manifestado por su Santo Espíritu; y este es el espíritu de revelación que está en mí” (Alma 5:46).
Recibir la Fuerza Física y el Cambio de Semblante
El intenso proceso del arrepentimiento y el milagro del perdón que lo acompaña son actos espirituales que afectan al alma entera—al cuerpo y al espíritu—(ver D y C 88:15). Ciertamente, el sufrimiento y el dolor del espíritu afectaría visiblemente a su compañero mortal, el cuerpo físico. De igual manera, el gozo y la limpieza del espíritu se notan por el cambio en el rostro del pecador.
Durante su ministerio mortal, el Salvador enfatizó la relación del cuerpo y el espíritu cuando se cometen pecados y se recibe el perdón. En el estanque de Betesda. sanó a un hombre que no había podido caminar en 38 años y le dijo: “He aquí, has sido sanado; no peques más, para que no te ocurra alguna cosa peor” (Juan 5:14). Al paralítico Jesús le dijo: “Hijo, tus pecados te son perdonados. . . . ¡Levántate! y toma tu lecho y vete a tu casa” (Marcos 2:5, 11).
Al ser perdonado, Alma experimentó un cambio dramático en su estado mortal, lo que se demuestra cuando recuperó su fuerza. Durante tres días y tres noches, no pudo abrir su boca o usar sus miembros (ver Alma 36:10). Después de clamar a Jesucristo con gran fe en Su Expiación y de recibir el gozo del perdón, su fuerza le fue restaurada. “Mas he aquí, mis miembros recobraron su fuerza, y me puse de pie, y manifesté al pueblo que había nacido de Dios” (Alma 36:23). Su alma entera fue restaurada a un estado sano y fuerte.
Otro ejemplo moderno ilustra este principio eterno. Hace muchos años una madre joven fue a la oficina de su obispo con el deseo de arrepentirse. Cuando entró a la oficina, el obispo notó que tenía un rostro joven con hermosos rasgos que estaban nublados con obscuridad. Su cara estaba cubierta con sombras como si las luces de la oficina no fueran brillantes. Sus ojos estaban obscuros y fue difícil saber de que color eran.
El obispo pasó la siguiente hora enterándose de su pasado. No estaba casada y tenía una niña pequeña. En sus propias palabras ella dijo que cuando su ex-esposo las abandonó un año antes, ella “había caído hasta el fondo.” El obispo la invitó a que que diera detalles de su comportamiento. La joven madre dijo todo. Expresó sus dudas de que quizás no sería perdonada nunca por lo que había hecho. Hasta el obispo pensó que quizás ella no sería perdonada, pero eso solamente reveló la mente de un líder del sacerdocio que no entendía bien las escrituras.
Bajo la dirección del presidente de la estaca, el obispo impuso la disciplina apropiada y le restringió sus privilegios de miembro. Durante el proceso del arrepentimiento, ella fue muy fiel y obedeció todas las instrucciones. Después de varios meses, tanto el obispo como la joven madre recibieron el testimonio de que el Padre Celestial le había perdonado sus pecados graves. Pasaron otros meses y ella quiso ser sellada a un ex-misionero digno.
El obispo asistió al sellamiento en el Templo de Salt Lake City. El rostro de la joven madre era angelical. En contraste con la obscuridad y las sombras que tenía en la primera visita, ahora su semblante resplandecía con el brillo de una digna hija de Dios, se veía divinamente hermosa con las ropas del templo. Esta joven madre había experimentado el fruto del árbol de la vida, o sea el amor de Dios. La Expiación del Salvador fue real. El espíritu y el cuerpo de ella se vieron afectados dramáticamente al pasar por el milagro del perdón. Cuando el obispo saludó a la pareja recién casada, se dio cuenta por primera vez que ella tenía ojos cafés y llenos de luz.[18]
Alma enseñó este principio al preguntle al pueblo de Zarahemla: “¿Habéis nacido espiritualmente de Dios? ¿Habéis recibido su imagen en vuestros rostros? ¿Habéis experimentado este gran cambio en vuestros corazones?” (Alma 5:14).
Servir a Dios sin Cesar
“Por esto sabréis si un hombre se arrepiente de sus pecados: He aquí, los confesará y los abandonará” (D y C 58:43). Alma en verdad había recibido el testimonio de que sus pecados habían sido perdonados. “El gozo y. . . . la luz tan maravillosa” que había experimentado no dejan duda de que sus pecados habían sido lavados. El Señor ya no se acordaría de ellos. ¿Fue esta una experiencia temporal y de corta duración, o sí hubo un cambio poderoso en su corazón de tal manera que ya no tuvo “más disposición a obrar mal, sino a hacer lo bueno continuamente” (Mosíah 5:2)?
Unos veinte años después de que se le apareció el ángel, Alma declaró: “Sí, y desde ese día, aun hasta ahora, he trabajado sin cesar para traer almas al arrepentimiento; para traerlas a probar el sumo gozo que yo probé; para que también nazcan de Dios y sean llenas del Espíritu Santo” (Alma 36:24). La verdadera evidencia de que uno ha abandonado sus pecados no es solamente el dejar atrás el modo de vida de rebelión y corrupción anterior, sino también empezar una nueva vida de servicio recto a Dios y a sus hijos.
Sin importar nuestro llamamiento en la Iglesia o nuestra etapa en la vida, podemos demostrar nuestro deseo sincero de abandonar nuestros pecados mediante una vida de servicio recto a Dios y a nuestros semejantes, uno por uno. Alma testificó del gozo que viene por servir a las almas: “Sí, y he aquí, ¡oh hijo mío!, el Señor me concede un gozo extremadamente grande en el fruto de mis obras; porque a causa de la palabra que él me ha comunicado, he aquí, muchos han nacido de Dios, y han probado como yo he probado, y han visto ojo a ojo, como yo he visto; por tanto, ellos saben acerca de estas cosas de que he hablado, como yo sé; y el conocimiento que tengo viene de Dios” (Alma 36:25-26).
Este es el verdadero gozo del servicio recto posterior al arrepentimiento y el perdon de pecados. Así como el ejemplo negativo de un pecador crónico puede afectar a otros aparte del pecador, no se puede medir la poderosa influencia de un siervo convertido.
Conclusión
Los principios del arrepentimiento que se enseñan en Alma 36 definen el modelo sencillo que Alma siguió para recibir el perdón de sus pecados. Tal modelo es igual al que Helamán pudo haber compartido con los jóvenes guerreros al prepararse para la batalla contra el experimentado ejército lamanita. Tal modelo es similar al que los padres y líderes en los últimos días le enseñan a los futuros misioneros mientras estos hombres y mujeres jóvenes se preparan para llevar el mensaje del evangelio a un mundo inicuo y complicado. En cada caso, se hace posible el debido arrepentimiento completo mediante la fe en Jesucristo y su Expiación.
El mensaje más importante que podemos compartir con muchos jóvenes es que tengan la verdadera esperanza del perdón mediante la Expiación de Jesucristo; que cambien su vida y abandonen sus pecados. El élder Jeffrey R. Holland nos aseguró que, sin importan en que etapa de nuestra vida estemos siempre hay esperanza. “No es posible que se hundan tan profundamente que no los alcance el brillo de la infinita luz de la expiación de Cristo”.[19]
El Presidente Russell M. Nelson enseñó: “El evangelio de Jesucristo está lleno de Su poder, el cual está disponible para cada hija o hijo de Dios que lo busque fervientemente. Testifico que cuando obtenemos Su poder en nuestra vida, tanto Él como nosotros nos regocijamos”.[20]
El mensaje de Alma 36 se sigue repitiendo en las dispensaciones del tiempo. Alma y Mormón fueron inspirados a preservar estas enseñanzas para nuestra época. En ésta época, la nueva generación responderá a esta doctrina verdadera a medida que comprendan los principios sencillos del arrepentimiento y sientan en su vida el poder del perdón.
Apéndice
Quiasmo en Alma 36
Hijo mío, da oído a mis palabras (versículo 1; en adelante solo se escribirá: v)
Guardes los mandamientos de Dios, prosperarás en la tierra (v 2)
Quisiera que hicieses lo que yo he hecho (v 2)
Recordando el cautiverio de nuestros padres (v 2)
Porque estaban en cautiverio (v 2)
Él de cierto los libró (v 2)
Ten tu confianza en Dios (v 3)
Sostenidos en sus tribulaciones, y dificultades y aflicciones (v 3)
Serán enaltecidos en el postrer día (v 3)
No sé de mí mismo. . . sino de Dios (v 4)
Nacido de Dios (v 5)
Pensé en destruir la iglesia (vv. 6-9)
Mis miembros fueron paralizados (v 10)
Temor de estar en la presencia de Dios (vv. 14-15)
Las penas de un alma condenada (v 16)
Atribulado por el recuerdo de mis pecados (v 17)
Me acordé de Jesucristo un Hijo de Dios (v 17)
Clamé Oh Jesús, Hijo de Dios (v 18)
No me pude acordar ya mas de mis dolores (v 19)
Gozo tan profundo como lo había sido el dolor (v 20)
Anhelar estar en la presencia de Dios (v 22)
Mis miembros recuperaron su fuerza (v 23)
He trabajado para traer almas al arrepentimiento (v 24)
Nacido de Dios (v 26)
El conocimiento que tengo es de Dios (v 26)
Sostenido en sus tribulaciones, y dificultades y aflicciones (v 27)
Pongo mi confianza en él (v 27)
Y todavía me librará (v 27)
Me levantará en el postrer día (v 28)
Libró a nuestros padres de servidumbre y el cautiverio (vv 28-29)
He retenido el recuerdo de su cautiverio (v 29)
Tu debes saber, como yo sé (v 30)
Guarda los mandamientos y prosperarás en la tierra (v 30)
Y esto es según su palabra (v 30)[21]
Notas
[1] John W. Welch, “A Masterpiece: Alma 36,” en Rediscovering the Book of Mormon, editado por John L. Sorenson y Melvin J. Thorne (Salt Lake City: Deseret Book, 1991), página 114.
[2] Stephen L. Richards, en Conference Report, abril de 1956, página 91.
[3] M. Russell Ballard, “Begin Now to Keep the Commandments,” en Repentance (Salt Lake City: Deseret Book, 1990), páginas 195-196.
[4] Spencer W. Kimball, El Milagro del Perdón, (Salt Lake City: La Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días, 1977), páginas 82-83.
[5] Theodore M. Burton, “The Meaning of Repentance,” en Repentance, página 31.
[6] Leales a la Fe, en la página web de la Iglesia
[7] Experiencia personal del autor.
[8] Ezra Taft Benson, Sermones y Escritos del Presidente Ezra Taft Benson, (Salt Lake City: La Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días, 2003), página 257.
[9] Richard G. Scott, “We Love You—Please Come Back,” en Repentance, páginas 105-106.
[10] Ezra Taft Benson, “A Mighty Change of Heart,” en Repentance, páginas 3, 6-7.
[11] Kimball, El Milagro del Perdón, página 352.
[12] Boyd K. Packer, “The Brilliant Morning of Forgiveness,” Ensign, noviembre de 1995, página 16.
[13] Dieter F. Uchtdorf, “El Punto de Retorno Seguro, Liahona, mayo de 2007.
[14] Experiencia personal del autor.
[15] Scott, “We Love You,” páginas 107-108.
[16] Tad R. Callister, “The Power of Principles,” Religious Educator, 19 núm 2 (2018): página 7.
[17] “Lord’s Servants, Becoming a ‘Preach My Gospel Missionary,’” Church News, 9 jul 2011, página 5.
[18] Experiencia personal del autor.
[19] Jeffrey R. Holland, “Los Obreros de la Viña”, Liahona, mayo de 2012.
[20] Russell M. Nelson, “Como Obtener el Poder de Jesucristo en Nuestra Vida,” Liahona, mayo de 2017.
[21] John W. Welch y J Gregory Welch, Charting the Book of Mormon (Provo, UT: FARMS, 1999) Gráfica 132.