“Que participara también mi familia”
Mark D. Ogletree
Mark D. Ogletree (mark_ogletree@byu.edu) es profesor asociado de historia y doctrina de la Iglesia en BYU.
“Lo más importante de la obra del Señor que usted haga, será la obra que haga dentro de las paredes de su propio hogar.” - Presidente Harold B. Lee [1]
Ciertamente no es fácil el ser padre y criar hijos en un entorno tóxico, caótico, inicuo, e incierto. El Apóstol Pablo describió los últimos días como “peligrosos” declarando que la gente llegaría a ser “amadores de sí mismos, avaros, vanagloriosos, soberbios, blasfemos, desobedientes a sus padres, ingratos, impíos, sin afecto natural, implacables, calumniadores, sin dominio propio, crueles, aborrecedores de lo bueno” (2 Timoteo 3:2-3). Hemos visto que muchas de estas tendencias se han desarrollado en un corto tiempo. Los apóstoles y profetas modernos tampoco se han quedado callados al describir los días que previó el Apóstol Pablo. El Presidente Boyd K. Packer le dijo a la juventud de la Iglesia que estaban creciendo en “territorio enemigo.” [2] Nuestro querido profeta el Presidente Thomas S. Monson declaró que la fibra moral de nuestra sociedad se está desintegrando “ante nuestros propios ojos.” [3] Cuando el élder Neil L. Andersen se dirigió a la juventud de la Iglesia en una conferencia general reciente, les amonestó que en los últimos días, “todas las cosas estarán en conmoción” (D y C 88:91) y que “el mundo no avanzará suavemente hacia la segunda venida del Salvador.” [4] El élder Russell M. Nelson pregunto recientemente: “¿Por qué necesitamos una fe tan firme? Porque vienen tiempos difíciles; pocas veces en el futuro, será fácil o popular ser un fiel Santo de los Últimos Días. Cada uno de nosotros será probado.” [5]
En verdad, vienen tiempos difíciles. ¿Cómo podemos preparar a nuestros hijos para que sean fortalecidos y protegidos de los dardos encendidos, las tácticas y las tentaciones de Satanás? ¿Cómo podemos salvaguardar a nuestros hijos? Específicamente, ¿qué pueden hacer los maestros de religión dentro de las paredes de nuestros propios hogares para fortalecer a nuestros hijos y ayudarles a que se conviertan más profundamente al evangelio de Jesucristo? ¿Cómo podemos ayudarles a que ganen testimonios, para que “cuando el diablo lance sus impetuosos vientos, si, sus dardos en el torbellino, si, cuando todo su granizo y furiosa tormenta [l]os azoten” (Helamán 5: 12), aún así puedan permanecer firmes e inamovibles? Como maestros de religión, ¿hay prácticas específicas en las cuales podemos comprometernos y que ayudarán a nuestros hijos a llegar a ser verdaderos discípulos del Salvador?
Conducidos a la Distracción
La mayoría de nosotros vivimos muy ocupados, de hecho, muchos de nosotros tenemos numerosas responsabilidades, quizás,—pensamos algunos de nosotros—demasiadas. Para los Santos de los Últimos Días activos, una de las herramientas más potentes de Satanás es la distracción. Aunque la mayor parte de nosotros no apostatemos, nos metamos en problemas legales, o en terribles transgresiones, todos podemos ser conducidos por ese señuelo truculento de Satanás que es la distracción. Piensen en el padre de familia que no puede asistir a un juego de su hijo debido a un asunto urgente, o en la madre que no tiene tiempo de hablar con su hija sobre un asunto importante porque está atrapada por su llamamiento en la organización de las Mujeres Jóvenes. Los deberes en la Iglesia y las responsabilidades de nuestro trabajo no son cosas malas; sin embargo, con frecuencia pueden ser la causa de prioridades mal alineadas.
Encontrar el equilibrio entre la familia, los deberes en la Iglesia, y el empleo, no es algo exclusivo de esta época. Por ejemplo, en una revelación dada a la Primera Presidencia de la Iglesia en el año 1833, el Señor declaró: “yo os he mandado criar a vuestros hijos en la luz y la verdad” (D y C 93:40). En esta misma sección de la Doctrina y Convenios, José Smith, Sidney Rigdon, Frederick G. Williams, y el primer obispo, Newel K. Whitney, fueron llamados al arrepentimiento por no haberles enseñado a sus hijos el evangelio de Jesucristo. El Señor declaró: “no has enseñado a tus hijos e hijas la luz y la verdad, conforme a los mandamientos; y aquel inicuo todavía tiene poder sobre ti, y esta es la causa de tu aflicción” (D y C 93:42).
Este reproche sugiere que sin importar que tan ocupados estemos en edificar el reino de Dios, y sin tomar en cuenta cuan significativas creamos que son nuestras responsabilidades profesionales y en la Iglesia, nuestro deber primordial es pasar tiempo con nuestras familias, llevarnos bien con ellos y enseñarles el evangelio de Jesucristo. Nuestra misión como maestros de religión es “invitar a todos a venir a Cristo” (D y C 20:59). Dicho deber debe empezar en la casa con nuestra familia, luego ampliarse al exterior; y no al revés. No importa cuanto éxito tengamos en nuestra profesión o aún en nuestros llamamientos en la Iglesia, si fallamos al enseñarles el evangelio restaurado a nuestros hijos, y si nuestros hijos no entienden las doctrinas sagradas de la Restauración, entonces ninguno de nuestros títulos, premios o galardones profesionales, importará mucho.
¿Les hemos dado tiempo suficiente a nuestros hijos cuando nos han hecho preguntas acerca del evangelio? Después de todo, pasamos muchas horas tratando de encontrar respuestas a las preguntas de nuestros alumnos, pero, ¿les damos a nuestros propios hijos la misma atención? Consideren el tiempo y la preparación que utilizan para la presentación de una lección a fin de hacerla interesante. ¿Usamos una fracción de ese tiempo tratando de preparar lecciones del evangelio interesantes en nuestro propio hogar? Resulta que muchos de nosotros estamos preparando banquetes para nuestros alumnos pero dejamos las migajas para nuestros propios hijos.
El élder Tad R. Callister enseño recientemente: “Todos podemos preguntarnos: ¿Reciben nuestros hijos nuestros mejores esfuerzos espirituales, intelectuales y creativos? ¿O reciben las sobras de nuestro tiempo y talentos, luego de que hemos dado nuestro mejor esfuerzo a nuestro llamamiento en la Iglesia o a nuestra ocupación profesional? En la vida venidera, no sé si los títulos como obispo o presidenta de la Sociedad de Socorro existirán, pero sí sé que los títulos de esposo y esposa, padre y madre, permanecerán y serán venerados por los siglos de los siglos.” [6]
Nuestro servicio en la educación de religión debe ser amigable para las familias. Hemos de poder transferir, sin mucha dificultad, las experiencias en nuestras aulas a las lecciones con nuestra familia. ¿Recuerdan el encuentro de Lehi con el árbol de la vida? Tan pronto como participó del fruto, su más grande deseo fue que: “participara también de él mi familia” (1 Nefi 8:12). El deseo de Lehi no fue el compartir su gozo con sus amigos o vecinos, ni siquiera con los miembros de la Iglesia. Lo más destacado en su mente era su familia, sus deseos estaban fijos en compartir este conocimiento del evangelio con aquellos a quienes amaba más.
Cuando tenemos experiencias espirituales u obtenemos conocimiento de las escrituras, ¿deseamos compartirlas primero con nuestra familia? ¿Reservamos dichas experiencias para nuestros estudiantes, o aún mejor, para nuestros colegas en una reunión de capacitación? De acuerdo con Lehi, el principio que dirija nuestro ministerio como maestros de religión debe ser el compartir nuestro amor por el evangelio, nuestras experiencias espirituales y nuestros momentos de asombro con nuestra familia. Quizás nuestra esposa[o], hijos y nietos deban beneficiarse más que cualquier otro de nuestro conocimiento y testimonio.
La fuente de nuestro mayor gozo no debe ser nuestra aula. sino nuestra cocina o la sala familiar; nuestra mayor paz no debe venir por escribir un artículo para un periódico a nivel mundial o un libro, sino por ayudar a un hijo o hija para que escriba un informe para su clase de historia. Podemos lograr la mayor felicidad cuando nos enfocamos en nuestros estudiantes más importantes: nuestros propios hijos.
Por ejemplo, el élder Jeffrey R. Holland tuvo una carrera exitosa como maestro de religión y como presidente de una universidad. Al igual que nuestra propia vida, la de él estuvo muy ocupada con las responsabilidades de la familia, el trabajo y la Iglesia. Pese a ello, el élder Holland pudo tener el enfoque y equilibrio apropiados en su vida. Su esposa e hijos fueron los beneficiarios de su compromiso de poner primero a su familia antes que la Iglesia y el trabajo. Por ejemplo, Su hijo Matt, una vez comentó que los mejores recuerdos de cuando crecía ocurrieron en la mesa familiar. “Cada noche era una especie de noche de hogar llena de risa, halagos, ánimo, pláticas interesantes, enseñanzas, testimonio y expresiones de amor. Siempre supimos que Papá era más feliz cuando estaba en la casa con su familia.” [7] Indudablemente, el élder Holland entendió qué era lo mas importante en su vida, y su familia se benefició grandemente por su decisión.
Enseñar el Evangelio: Nuestro Deber Paternal Más Sagrado
Nuestros hijos y nietos están asediados por el bombardeo total de los medios que promueven el sexo pre-matrimonial, las perversiones sexuales, el lenguaje soez, el abuso del alcohol y de las drogas, la falta de respeto, el egoísmo y el narcisismo. El élder Marion G. Romney declaró:
Satanás, nuestro enemigo, está haciendo un asalto total sobre la rectitud. Sus huestes bien dirigidas, son legiones. Nuestros hijos y la juventud son el blanco de su ofensiva. Por todas partes están sujetos a la propaganda inicua y viciosa. En todos los lugares a donde van, son golpeados con la maldad, diseñada astutamente para engañar y destruir todo lo sagrado y todos los principios correctos. . . . Si nuestros hijos han de estar lo suficientemente fortalecidos para enfrentar este matadero satánico. se les debe enseñar y capacitar en el hogar, tal como lo ha mandado el Señor. [8]
Si alguna vez ha habido una época en que nuestros hijos necesitaran estar protegidos por la palabra de Dios en contra de la iniquidad del mundo, es ahora. Esta batalla contra el adversario es tan peligrosa que los padres no pueden demorar, o siquiera esperar que alguien cubra su negligencia y les enseñe a sus hijos el evangelio de Jesucristo. El Presidente Russell M. Nelson habló de la forma en que la medicina moderna nos permite vacunar a las personas contra las enfermedades que una vez fueron imprevisibles y posiblemente mortales. Explicó que la palabra “inocular” se deriva de dos palabras latinas: El prefijo “in” que significa “dentro” y “oculus” que significa “un ojo”. Por tanto, inocular es literalmente “poner un ojo dentro” a fin de proteger a una persona de un daño o una enfermedad. El Presidente Nelson continuó:
Una aflicción como la polio puede lisiar o destruir el cuerpo. Una aflicción como el pecado puede destruir el espíritu. Ahora se pueden prevenir los estragos de la polio por medio de la vacunación, pero los estragos del pecado requieren otras formas de prevención. Los doctores no pueden vacunar contra la iniquidad. La protección espiritual viene solamente del Señor—y a Su propia manera—. Jesús decide no inocular, sino adoctrinar.
Su método no usa vacunas; sino que utiliza la enseñanza de la doctrina divina—un “ojo dentro” que gobierna—para proteger a los espíritus eternos de Sus hijos.“ [9]
De hecho, a causa de las enfermedades espirituales que causan estragos en nuestras escuelas, vecindarios, y comunidades, nuestros hijos necesitan ser defendidos con las doctrinas del evangelio. Esa protección debe darse por padres amorosos y dedicados. Esto se hace por la enseñanza y la adoctrinación.
El élder A. Theodore Tuttle preguntó una vez: “Padres, Si su familia quedara aislada de la Iglesia y ustedes tuvieran que suplir toda la capacitación religiosa ¿cómo pasarían la prueba? ¿Se han vuelto tan dependientes de otros que hacen muy poco o nada en su casa? Díganme, ¿qué tanto conocerían sus hijos el evangelio si todo lo que supieran fuera lo que se les enseñó en el hogar? [10] La pregunta del élder Tuttle golpea justo en la raíz de la paternidad. ¿Qué tanto sabrían nuestros hijos si todo lo que se les ha enseñado vino de nosotros; sus padres?
Desafortunadamente, demasiados padres hoy en día han descuidado su principal deber y responsabilidad, y esa es: enseñarles a sus hijos el evangelio de Jesucristo. Quizás más que en cualquier otra generación, los padres de hoy están ocupados, y algunas veces sus hijos están más ocupados que ellos. Esto puede causar que sea muy desafiante el encontrar el tiempo para la enseñanza del evangelio. Hay muy pocas noches libres en las cuales los padres y sus hijos se puedan sentar en la sala familiar para conversar, disfrutar de la compañía mutua, y aprender juntos el evangelio. Sin embargo, debemos re alinear nuestras prioridades y hacer el tiempo para crear un ambiente espiritual en nuestros hogares.
Recientemente, el élder Richard G. Scott les aconsejó a los padres: “No cedas ante la mentira de Satanás de que no tienes tiempo de estudiar las Escrituras. Elije un momento para estudiarlas. Deleitarse en la palabra de Dios cada día es más importante que dormir, que los estudios, el trabajo, la televisión, los videojuegos y las redes sociales. Quizás tengas que reordenar tus prioridades con el fin de tener tiempo para estudiar la palabra de Dios. Si es así, ¡hazlo! [11]
El desafío de sacar a nuestros hijos de lo mundano y traerlos a una cultura espiritual es mayor hoy que antes. Los padres, sean maestros de religión o no, deben encontrar la manera de dar prioridad a su vida a fin de que su responsabilidad número uno—el enseñar el evangelio a sus hijos— pueda efectuarse en su medida completa.
El élder Henry B. Eyring enseñó que “Los padres prudentes nunca pierden una oportunidad de reunir a sus hijos para aprender de la doctrina de Jesucristo. Esos momentos son muy escasos en comparación con los esfuerzos del enemigo. Por cada hora en la que se introduce el poder de la doctrina en la vida de un niño puede haber cientos de horas de mensajes y de imágenes que refuten o hagan caso omiso de las verdades salvadoras.” [12] Piensen en los miles de mensajes que enfrentan nuestros hijos cada día. Hay mensajes contra la familia en cada comercial en la televisión; hay mensajes sexuales y desviados en todos los programas de la televisión. Las películas están llenas de violencia, promiscuidad sexual, y temas satánicos. La música se compone de mensajes que pueden alejar a la juventud de las normas de la Iglesia. Si los padres no enseñan el evangelio a sus hijos, el mundo les enseñará otras cosas. Puesto que nuestros hijos están siendo constantemente enseñados e influenciados por sus compañeros, por los medios, y por quienes tienen normas más bajas, la mayor parte de lo que oigan no estará en armonía con el evangelio de Jesucristo. De hecho, la mayoría de los mensajes a los que están expuestos los alejarán de la Iglesia en vez de acercarlos a ella.
Recientemente, el élder Callister enseñó: “Como padres, se espera que seamos los principales maestros y ejemplos del Evangelio para nuestros hijos; no el obispo, ni la Escuela Dominical, ni las Mujeres Jóvenes, ni los Hombres Jóvenes, sino los padres. Como sus principales maestros del Evangelio, podemos enseñarles el poder y la realidad de la Expiación, de su identidad y destino divino; y al hacerlo, proporcionarles un firme cimiento sobre el cual puedan edificar. Al fin y al cabo, el hogar es el ambiente ideal para enseñar el evangelio de Jesucristo. [13]
Recuerden que cuando Alma hijo estaba en el más obscuro abismo del pecado, no fueron las palabras de su vecino o de un amigo las que vinieron a su mente, sino las enseñanzas de su padre. Y cuando el alma de Enós tuvo hambre, no fueron las lecciones de un pariente o de un líder religioso las que penetraron su corazón; en vez de eso, fueron las enseñanzas espirituales de su padre. Y aunque los jóvenes guerreros no dudaban, no fue lo que aprendieron de Helamán lo que los sostuvo. Fueron las enseñanzas de sus madres las que fortalecieron su fe. De igual manera, la juventud de hoy no debería depender de las enseñanzas y testimonios de sus maestros del seminario, de sus líderes del sacerdocio, o de los maestros de la Escuela Dominical. De hecho, las lecciones de estas personas son maravillosas, pero están allí para apoyar las enseñanzas y los testimonios de los padres—no para suplantarlas—.
Sugerencias Prácticas
A continuación hay diez sugerencias que cualquier maestro de religión debería tomar en cuenta para mejorar el ambiente espiritual en su hogar. Estas ideas puede ser que no sacudan la tierra, pero podrían hacer una gran diferencia en la vida de su esposa[o] e hijos. El élder M. Russell Ballard enseñó que “Las familias fuertes y fieles tienen una mayor posibilidad de producir miembros de la Iglesia fuertes y fieles.” [14]
1. Tengan una Relación Positiva y Sana con su Esposa[o] e Hijos
Sin una buena relación individual con cada hijo, los padres están limitados en lo que les pueden enseñar. De hecho, si tiene una relación negativa con sus hijos, su capacidad para enseñar o influir en ellos es casi nula. Los hijos no aprenderán nada de alguien que no les agrade, a quien admiren y respeten. Si quiere enseñarles algo a sus hijos. el primer paso es tener una relación positiva y sólida con ellos. La influencia y las enseñanzas de un padre son tan fuertes como la relación que tenga con cada hijo en la familia. Ese es el por qué el Presidente Ezra Taft Benson les recomendó a los padres: “Tengan el tiempo para ser un amigo real para sus hijos. . . . escuchen a sus hijos realmente. Hablen con ellos, rían y bromeen con ellos, canten con ellos, jueguen con ellos, lloren con ellos, abrácenlos, elógienlos honradamente. . . . Pasen tiempo. a solas y sin prisa, con cada hijo.” [15]
Los padres que tengan ese tipo de relación con sus hijos podrán influir en sus testimonios y ayudarles a profundizar su conversión. Cuando la relación entre padres e hijos es fuerte, los hijos son más aptos para aceptar los valores, las creencias, y las enseñanzas de sus padres. Por ejemplo, un hombre compartió lo siguiente: “La razón principal por las que amo las escrituras es porque mi padre las amaba. Durante toda su vida, me impresionó su fidelidad para estudiarlas. Las leía constantemente. En muchas ocasiones, mientras las leía, diría: ‘hijo, no sabía esto,’ y entonces me contaba algo ‘nuevo’ que había descubierto al leer el Libro de Mormón por ‘enésima’ vez. Puesto que amo a mi padre, es natural que ame las cosas que él ama. Quiero ser como él.” [16]
2. Sea discípulo de Jesucristo, y ponga un ejemplo sólido para sus hijos.
En vez de abrir las escrituras o una revista de la Iglesia para enseñar a nuestros hijos, la mayoría de los mensajes que les transmitimos vendrán por medio del ejemplo. La forma en que vivimos el evangelio habla muy fuerte—mucho más fuerte que lo que decimos. El mejor sermón que podemos compartir con nuestros hijos es la forma en que vivimos—mostrándoles que el evangelio si importa y que dirige nuestro comportamiento y nuestras decisiones. El élder Dallin H. Oaks enseñó: “Los padres son los mejores maestros. Efectúan su enseñanza más importante por el ejemplo. El círculo familiar es el lugar ideal para demostrar y aprender la bondad, el perdón, la fe en Dios, y toda otra virtud del evangelio que se deba practicar.” [17] Si los padres no viven el evangelio o si practican en el hogar el sistema de “haz lo que te digo, y no lo que hago,” los jóvenes empezaran a dudar de las enseñanzas del evangelio. Pueden empezar a pensar, “si el evangelio es tan grande, ¿por qué no ha hecho algo por mis padres? Los adolescentes pueden identificar a un hipócrita ¡a una milla de distancia!
El élder Jeffrey R. Holland hizo las siguientes preguntas a los padres:
- ¿Podemos preguntarnos lo que saben [del evangelio] nuestros hijos? ¿De nosotros? ¿Personalmente?
- ¿Saben nuestros hijos que amamos las Escrituras? ¿Nos ven leerlas y marcarlas y aferrarnos a ellas en la vida diaria?
- ¿Han abierto nuestros hijos inesperadamente una puerta y nos han encontrado de rodillas orando? ¿Nos han escuchado no solamente orar con ellos, sino orar por ellos a causa del amor que les tenemos?
- ¿Saben nuestros hijos que creemos en el ayuno como algo más que una privación obligatoria del primer domingo de mes? ¿Saben que hemos ayunado por ellos y por su futuro en días en que ellos no lo sabían?
- ¿Saben que nos encanta ir al templo, por la razón importante de que nos proporciona un vínculo con ellos que ni la muerte ni las legiones del infierno pueden romper?
- ¿Saben que amamos y apoyamos a los líderes locales y generales, imperfectos como son, por su disposición de aceptar llamamientos que no buscaron a fin de preservar una norma de rectitud que no crearon?
- ¿Saben nuestros hijos que amamos a Dios con todo nuestro corazón y que anhelamos ver el rostro—y postrarnos a los pies—de Su Hijo Unigénito? Es mi oración que lo sepan. [18]
3. Forme experiencias personales para enseñar el evangelio a sus hijos.
Muy frecuentemente, la enseñanza de nuestros hijos se realiza en “rebaño” o en grupo. Sin embargo, las experiencias más efectivas con nuestros hijos y el evangelio ocurrirán de manera personal.
El élder Dallin H. Oaks compartió la siguiente experiencia:
Un amigo llevó a su joven familia a varios viajes durante las vacaciones de verano, incluso visitas a lugares históricos memorables. Al final del verano, le preguntó a su hijo adolescente cuál de esas buenas actividades veraniegas había disfrutado más. El padre aprendió de la respuesta, al igual que lo hicieron aquellos a quienes él se los contó. “Lo que más me gustó este verano”, dijo el muchacho, “fue la noche en que tú y yo nos acostamos en el césped y conversamos, mirando las estrellas”. Las actividades familiares extraordinarias pueden ser buenas para los hijos, pero no siempre son mejores que el pasar tiempo en forma individual con un padre amoroso. [19]
Encuentren las maneras de poder pasar tiempo personal, cada semana, con cada uno de sus hijos, aunque sea por unos pocos minutos. Llévenlos a caminar, o salgan en el auto con ellos. Llevenlos a comer fuera. Permítanles que le platiquen, sin interrupciones. Escuchen a sus hijos de forma tal que no pongan en duda su amor por ellos. Esta inversión le rendirá mejores dividendos que cualquier otra cosa que haga como padre.
4. Tengan conversaciones del evangelio cuando comen.
Existen abundantes investigaciones que documentan la importancia de comer juntos como familia. En nuestra cultura “sobre programada,” el conservar las comidas familiares, es muy importante para el sano desarrollo espiritual, académico y emocional de nuestros hijos. El Centro Nacional para las Adicciones y el Abuso de Substancias en la Universidad de Columbia, reportó recientemente que el 75 por ciento de los adolescentes dijo que al estar en la mesa, les platican a sus padres lo que está pasando en su vida; y casi el 80 porciento de los padres estuvieron de acuerdo que el comer junto con sus hijos les ayuda a conocer lo que hacen ellos. [20] Los investigadores de la Cornell University, reportaron que cuando los hijos comen junto con sus padres con regularidad, toman alimentos más saludables, tienen menos atrasos, se desempeñan mejor académicamente, tienen mejores niveles de bienestar psicológico y de interacciones familiares, y son menos propensos a tener sobrepeso. [21] La mesa de la comida proporciona el lugar adecuado para enseñar los principios del evangelio, compartir relatos del evangelio, preguntar qué es lo que los hijos están aprendiendo en el seminario y en la Escuela Dominical, y para comentar muchos otros principios y prácticas. Las preguntas del evangelio pueden crear conversaciones sanas y positivas que permitan que nuestros hijos sientan la presencia del Espíritu Santo. Dicha mesa, es el lugar adecuado también para compartir lo que usted está aprendiendo o que fue lo que enseñó en su aula ese día.
5. Ponga suficiente esfuerzo en las lecciones que enseñe en su hogar.
Dedique el mismo esfuerzo y energía a las lecciones familiares formales como lo hace al preparar las lecciones para sus estudiantes. Ocasionalmente prepare una presentación en PowerPoint o en diapositivas para su noche de hogar familiar. Haga una hoja de trabajo que concuerde con un discurso de la conferencia que piense comentar con sus hijos. Use las ayudas visuales de su clase para enseñar a sus hijos. Sea tan creativo al enseñar a su familia, como lo es en el salón de clases. Cuando nuestros hijos eran más chicos, mi esposa y yo alguna vez los llevamos al aula en el seminario o el instituto donde yo enseñaba para tener una lección “prodigiosa” para la noche de hogar. Tuvimos acceso a una pizarra, a los marcadores, a los videos, a los discos compactos, y por supuesto, cada niño se sentó en un pupitre; algo que realmente les encantó. A medida que los hijos crecieron y se dieron cuenta de la inversión que sus padres habían hecho al enseñarles, esperamos que reconozcan la importancia de las doctrinas y los principios y que sus corazones se llenen de gratitud.
6. Busque los comentarios de su esposa[o] e hijos con respecto a las lecciones que está enseñando o los artículos que está escribiendo.
Pedir a sus hijos que le den ideas sobre cómo enseñar una lección, es otra forma de enseñarles el evangelio. También fortalece su relación con usted. Comparta con ellos lo que planifica hacer, y pídales que le hagan comentarios. Pídales su opinión y su perspectiva sobre el tema en que está enfocado. El Presidente Henry B. Eyring comentó recientemente en una conferencia general la siguiente experiencia:
En una ocasión, un miembro del Quórum de los Doce Apóstoles le pidió a mi padre que escribiera un artículo corto sobre la ciencia y religión. Mi padre era un científico famoso y un fiel poseedor del sacerdocio; pero todavía recuerdo el momento en el que me entregó el artículo que había escrito y dijo: “Toma, antes de enviar esto a los Doce, quiero que lo leas. Tú sabrás si está bien”. Él tenía treinta y dos años más que yo y era extraordinariamente más sabio e inteligente. Esa confianza de un gran padre y hombre del sacerdocio aún me fortalece. [22]
Piensen en la confianza y consideración que podemos desarrollar en nuestros hijos al pedirles su opinión, sus observaciones y recomendaciones para lo que hacemos en las aulas. Aún si no tuvieran ninguna sugerencia, se sentirán humildes y agradecidos al saber que a usted le interesan las opiniones de ellos.
7. Lleve a un hijo con usted cuando viaje a conferencias, convenciones o algún otro tipo de viaje de trabajo.
Debido a la agenda tan ocupada que tenía como líder del sacerdocio y como cirujano, el élder Russell M. Nelson, tuvo que ser creativo con respecto al tiempo que pasaba con su familia. Descubrió que podía llevar a sus hijos con él cuando viajaba a reuniones y conferencias médicas. “Esto evitó que se pusiera nostálgico al recordar a sus seres queridos, y le dio la oportunidad de escuchar sus problemas y esperanzas, y brindo a él y a los miembros de su familia la oportunidad de platicar y compartir sus ideas y experiencias.” [23] En uno de esos viajes, estaba abordando el avión junto con una de sus hijas cuando se dio cuenta que el élder Mark E. Petersen iba en el mismo vuelo. “Russell le explicó al élder Petersen que su hija lo estaba acompañando a una reunión profesional, y a manera de disculpa agregó que llevarla pudiera parecer un poco extravagante El élder Petersen respondió ‘¿Extravagante? No hermano Nelson, esa es una inversión muy sabia.’” [24] Para todo padre que haga este tipo de esfuerzo, eso siempre será una inversión. En cuanto ha sido práctico hacerlo, he seguido dicho consejo, y la relación con mis hijos se ha fortalecido y profundizado.
8. Prepare lecciones especiales para enseñar a sus hijos.
Al enseñar a sus hijos, en ocasiones, necesitará cambiar el escenario y el entorno regular para (1) que sus hijos entiendan la importancia del tema que quiera presentarles, y (2) que ellos tengan una mejor oportunidad para recordar el mensaje de la lección. A menudo, estas lecciones son personales, pero algunas veces son con toda la familia. De cualquier forma, hacer el esfuerzo de preparar un entorno especial para la lección puede ayudar a sus hijos a comprender que usted se interesa en el tema y quiere que ellos lo tomen en serio. Por ejemplo, cuando llegó el tiempo de enseñarle a mi hijo “los hechos de la vida,” fuimos a un cañón en Cache Valley y encontramos un lugar maravilloso en el cual pudimos platicar rodeados de una escenografía magnífica y libres de las distracciones e interrupciones.
Años más tarde, después de que nuestros primeros cinco hijos habían salido del nido. nuestras tres hijas menores seguían con nosotros cuando acepté mi empleo actual en la Universidad Brigham Young. Salir de Texas, que era el único lugar que mis hijas conocían, y mudarnos a Utah fue un cambio difícil para toda la familia—especialmente para la hija que estaba comenzando la secundaria—. Poco después de llegar a Provo, preparé una lección con el PowerPoint, con fotografías y experiencias de las escrituras y de los profetas modernos. La historia de Lehi y su familia al salir de Jerusalén y dejar todo lo que amaban, adquirió un nuevo significado para esta hija en particular. Esa lección especial en el patio posterior de nuestra nueva casa tuvo un impacto significativo en la vida de nuestras hijas. Notamos una diferencia positiva en sus actitudes durante las semanas y meses siguientes.
9. Dele oportunidad a sus hijos de que enseñen el evangelio en su hogar.
¿Saben sus hijos que clase de maestro es usted? ¿Le han visto al frente de un salón de clases? ¿Han evaluado ellos la forma en que usted enseña y le han hecho sugerencias? Mejor aún, ¿les han dado la oportunidad adecuada en su hogar para que enseñen el evangelio? ¿Han tomado ellos algunas de las “características”de enseñanza que usted tiene? ¿Ha modelado usted en su casa lo que es un maestro poderoso al estar preparado, al hacer preguntas, al demostrar algo de creatividad, y al tener un conocimiento completo del tema? Si no lo ha hecho ya, puede crear oportunidades en su hogar para que sus hijos enseñen el evangelio.
¿No sería triste si un niño fuera criado en el hogar de un maestro de religión y nunca aprendiera como ser un maestro fuerte y sólido? ¿Qué pasaría si su hijo[a] entrara a la misión sin saber las cosas básicas para enseñar? ¿Podría el o ella enseñar los principios del evangelio y compartir sus sentimientos sobre temas del evangelio con la misma facilidad que usted lo hace?
Es verdad que no todos llegarán a ser grandes maestros del evangelio, pero nuestros hijos pueden llegar a entender algunos de los principios básicos de la enseñanza y tener las oportunidades de aplicarlos.
Por tanto, nuestros hijos necesitan que no solo se les enseñe el evangelio de Jesucristo, también necesitan enseñar el evangelio. Todos entedemos que los maestros aprenden más que sus alumnos. La persona que prepara un discurso para la reunión sacramental, con frecuencia aprende mucho más que los de la congregación. Sabiendo que estos principios son verdaderos, ¿por qué no permitimos que nuestros hijos enseñen el evangelio con mas frecuencia de lo que lo hacemos?
En la Doctrina y Convenios 88:77, el Señor enseñó: “Y os mando que os enseñéis el uno al otro la doctrina del reino.” Quizás hemos creído que este versículo se aplica solamente a las clases en la Iglesia. Sin embargo, una aplicación más amplia es que en una familia, todos deben ser maestros—¡incluso los niños—! Los beneficios de este hermoso plan se explican en el versículo siguiente: “Enseñaos diligente, y mi gracia os acompañará, para que seáis más perfectamente instruidos en teoría, en principio, en doctrina, en la ley del evangelio, en todas las cosas que pertenecen al reino de Dios, que os conviene comprender” (D y C 88:78). Así que, a medida que nuestros hijos enseñan el evangelio, la gracia del Señor los acompañará, y aprenderán más profundamente—por enseñar— ¡las doctrinas del reino! Qué bendición tan tremenda.
Frederick J. Pack escribió que “la verdadera conversión, viene solamente con la participación personal. Nadie está convertido a algo como el individuo que ha dedicado su tiempo y esfuerzos para ello. La conversión genuina y total llega solamente por medio de la emoción del conocimiento que se deriva de la participación de primera mano.” [25] Por tanto, si nuestra mira es que nuestros hijos estén convertidos profundamente al evangelio, ellos también deben enseñar las lecciones en la noche de hogar; en ocasiones podrían dirigir el estudio familiar de las escrituras; y deben compartir mensajes del evangelio en los concilios familiares y alrededor de la mesa al comer.
10. Comparta su testimonio con frecuencia.
Otro poderoso principio de la enseñanza es el de expresar el testimonio. Como maestros de religión. no existe una lección que enseñemos que no requiera que demos el testimonio. Existen muy pocas profesiones en el mundo en las que, a diario, puedan dar su testimonio de las verdades del evangelio y que no los despidan. Tenemos esa sagrada oportunidad y obligación. Sin embargo, ¿que hay de hacerlo en casa? ¿Estamos tan dispuestos a dar nuestro testimonio a nuestros hijos? ¿Y qué de hacerlo con nuestra esposa[o]? ¿Por qué nos quedamos cortos ante esa oportunidad potencialmente realizadora? En muchos casos, cientos de miles de estudiantes nos han oído compartir nuestro testimonio, pero quizás nuestros propios hijos nunca han tenido ese privilegio.
El élder David A. Bednar, animó a los padres a que tomen más tiempo para compartir su testimonio dentro de las paredes de su propio hogar. Enseñó:
Para ser más diligentes y atentos en el hogar, también podemos expresar testimonio a nuestros seres amados acerca de las cosas que sabemos que son verdaderas por el testimonio del Espíritu Santo. Al testificar, no es necesario que la expresión sea larga ni elocuente; y no tenemos que esperar hasta el primer domingo del mes para declarar el testimonio de lo que es verdadero. Dentro de las paredes de nuestro propio hogar podemos y debemos dar testimonio puro de la divinidad y la realidad del Padre y del Hijo, del gran plan de felicidad y de la Restauración. Hermanos y hermanas, ¿cuándo fue la última vez que expresaron su testimonio a su compañero eterno? Padres, ¿cuándo fue la última vez que testificaron a sus hijos acerca de lo que saben que es verdadero? Hijos, ¿cuándo fue la última vez que compartieron su testimonio con sus padres y su familia? [26]
Si nosotros como maestros de religión hemos de enfocarnos en nuestros alumnos más importantes—nuestra propia familia—nuestra vida y la de nuestros hijos estarán más llenas y serán más satisfactorias. Cuando encontramos el sentido y la profundidad en nuestro hogar y en la vida personal, nos volvemos más eficaces profesionalmente, y nuestro mensaje lleva mayor autenticidad. Si hay paz en nuestro hogar, entonces, dicha paz puede ser irradiada hacia aquellos con quienes trabajamos y a quienes servimos profesionalmente.
Notas
[1] Harold B. Lee, Strengthening the Home, (Salt Lake City: The Church of Jesus Christ os Latter-day Saints, 1973), página 7.
[2] Boyd K. Packer, “Consejo a los Jóvenes,” Liahona, noviembre de 2011.
[3] Thomas S. Monson, “Permaneced en Lugares Santos,” Liahona, noviembre de 2011.
[4] Neil A. Andersen, “Torbellinos Espirituales,” Liahona, mayo de 2014.
[5] Russell M. Nelson, “Afrontad el Futuro con Fe,” Liahona, mayo de 2011.
[6] Tad R. Callister, “Los Padres: Principales Maestros del Evangelio para sus Hijos,” Liahona, noviembre de 20144, página 34.
[7] Don R. Searle, “Elder Jeffrey R. Holland of the Quorum of the Twelve Apostles,” Ensign, diciembre de 1994, páginas 10-13; énfasis agregado.
[8] Marion G. Romney, “Home Teaching and Family Home Evening,” Improvement Era, junio de 1969, página 97.
[9] Russell M. Nelson, Perfection Pending, and Other Favorite Dicourses (Salt Lake City: Deseret Book, 1998), página 189.
[10] A. Theodore Tuttle, “Therefore I Was Taught,” Ensign, noviembre de 1979, página 27.
[11] Richard G. Scott, “Haz del Ejercicio de tu Fe, tu Mayor Prioridad,” Liahona, noviembre de 2014, página 93.
[12] Henry B. Eyring, “El Poder de Enseñar la Doctrina,” Liahona, abril de 1999.
[13] Tad R. Callister, Los Padres: Principales Maestros del Evangelio para sus Hijos,” Liahona, noviembre de 20144, página 32.
[14] M. Russell Ballard, “Deleitémonos Sentados a la Mesa del Señor,” Liahona, abril de 1996.
[15] Ezra Taft enson, A las Madres en Sión, (folleto, Salt Lake City: La Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días, 1987), páginas 8-9.
[16] Wayne Boss y Leslee S. Boss, Arming Your Children with the Gospel: Creating Opportunities for Spiritual Experiences (Salt Lake City: Deseret Book, 2003), página 30.
[17] Dallin H. Oaks, “Parental Leadership in the Family,” Ensign, junio de 1985, página 9.
[18] Jeffrey R. Holland, ‘Una Oración por los Niños,” Liahona, mayo de 2003.
[19] Dallin H. Oaks, “Bueno, Mejor, Excelente,” Liahona, noviembre de 2007.
[20] Colleen Gengler, “Teens and Family Meals,” publicado en Teen Talk: A Survival Guide for Parents of Teenagers (Regents of the University of Minnesota, 2011) http://
[21] Eliza Cook y Rachel Dunifon, “Do Family Meals Make a Difference?,” Parenting in Context (Cornell University College of Human Ecology, 2012), http://
[22] Presidente Henry B. Eyring, “El Sacerdocio Preparatorio,” Liahona, noviembre de 2014, páginas 61-62.
[23] Spencer J. Condie, Russell M. Nelson: Father, Surgeon, Apostle (Salt Lake City: Deseret Book, 2003), página 98.
[24] Condie, Russell M. Nelson, página 98.
[25] Frederick J. Pack, “Dual Conversion,” Improvement Era, marzo de 1920 páginas 431-432.
[26] David A. Bednar, “Más Diligentes y Atentos en el Hogar,: Liahona, noviembre de 2009.