El profeta y vidente -- 1836 José Smith y el templo de Kirtland

Steven C. Harper

Steven C. Harper es profesor asociado de historia y doctrina de la Iglesia en la Universidad Brigham Young y es uno de los editores de los Documentos de José Smith.

La historia del Templo de Kirtland comenzó en la recámara de José Smith. “Cuando tenía como 17 años,” dijo José “tuve otra visión de ángeles durante la noche, después de que me había acostado; nome había dormido, sino que estaba meditando en mi vida y la experiencia tenida. Estaba bien consciente de que no había guardado los mandamientos, y me arrepentí sinceramente de todos mis pecados y transgresiones, y me humillé delante de aquel, cuyo ojo ve todas las cosas a la vez. De repente el cuarto más iluminado que por el brillo del sol; un ángel se apareció delante de mí.”

“Soy un mensajero enviado por Dios,” le dijo a José, presentándose como Moroni. Dijo que Dios tenía una obra vital que José debía hacer. Había un libro sagrado escrito sobre planchas de oro y enterrado en una colina cercana. “Me explicó muchas de las profecías,” dijo José, incluyendo “el cuarto capítulo de Malaquías.” Moroni se apareció tres veces esa noche y dos veces al día siguiente, enfatizando y exponiendo el mismo mensaje. Había algo vital en esa profecía; algo que José necesitaba saber. [1]

Cuando José empezó a escribir su historia en 1838, registró las palabras que le dijo Moroni, haciendo notar que “varia[ban] un poco de la forma en que se hallan en nuestras Biblias.” Moroni “citó el quinto versículo [del capítulo 4] en esta forma: ‘He aquí, yo os revelaré el sacerdocio por medio de Elías el Profeta, antes de la venida del grande y terrible día del Señor.’ También expresó el siguiente versículo de otro modo: ‘Y él plantará en el corazón de los hijos las promesas hechas a los padres, y el corazón de los hijos se volverá a sus padres. De no ser así, toda la tierra sería totalmente asolada a su venida.’” [2]

Obviamente, las palabras del ángel causaron una gran impresión en el joven vidente. No está claro si es que entendió todas las palabras esa noche, pero permanecieron en su mente y corazón hasta que fue testigo de su cumplimiento y entonces las comprendió bien. Malaquías predijo que Elías, el profeta del Antiguo Testamento, regresaría a la tierra con la misión de volver el corazón de los primeros israelitas con quienes Dios hizo convenios a los corazones de sus descendientes, a quienes les escribió Malaquías. La profecía era vaga. Todo lo que un lector de la Biblia podía decir es que el Señor mandaría a Elías antes de la Segunda Venida — pero ¿que iba a hacer? Moroni hizo que la profecía fuera directamente relevante para José al especificar que Elías revelaría el sacerdocio que plantaría, las mismas promesas que Dios les hizo a los patriarcas, profundamente en los corazones de sus descendientes que guardan los convenios.

El joven José solamente había buscado el perdón de sus pecados personales, pero aquí estaba un ángel diciéndole que tendría un papel en el cumplimiento de la antigua profecía, y agregó que “de no ser así, toda la tierra sería totalmente asolada” (Doctrina y Convenios 2: 3). Pasaron cerca de 13 años antes de que Elías cumpliera la profecía al traerle a José las llaves del sacerdocio necesarias para sellar a las familias. Mientras tanto, Moroni preparó a José para recibir y usar esas llaves. El papel de José era el de usarlas— y preparar a otros para que las usaran— para brindar a cada alma que lo desee, vivos y muertos, el acceso completo a la Expiación de Jesucristo. Él debía ayudar al Salvador al ofrecer la vida eterna. El élder Russell M. Nelson enseñó que “la vida eterna, hecha posible por la Expiación, es el propósito supremo de la creación. Y poniendo esa declaración en su forma negativa, si las familias no fueran selladas en los santos templos, toda la tierra sería asolada.” [3] Así, en un sentido, Moroni alistó al vidente de 17 años para salvar al mundo.

La Revelación del Templo

Posteriormente, José tradujo el Libro de Mormón, recibió el santo sacerdocio, restauró la Iglesia de Jesucristo y obedeció el mandato revelado de reunir en Ohio a todos los que estuvieran dispuestos a ello. Allí, en diciembre de 1832, reunió a nueve sumos sacerdotes en su cuarto de traducción y les enseñó que “para recibir las revelaciones y las bendiciones del Cielo, era necesario tener nuestras mentes en Dios y ejercer la fe y llegar a ser uno de corazón y de una mente.” Él les pidió que cada todos oraran por turnos para que el Señor nos “revele Su voluntad concerniente a la edificación de Sión y para el beneficio de los santos y por los deberes. . . . de los élderes.” Cada hombre “se inclinó delante del Señor, después de lo cual cada uno se levantó y expresó sus sentimientos y determinación de guardar los mandamientos de Dios.” [4]

La revelación conocida como Doctrina y Convenios sección 88 empezó a fluir, y para las nueve de esa noche no había terminado. Los hermanos se retiraron pero volvieron a la mañana siguiente y recibieron más revelación. [5] Samuel Smith, el hermano menor de José y uno de los que estuvieron presentes, escribió un poco acerca de la experiencia. A él no le gustaba escribir, y lo que decidió anotar nos dice lo que él pensó que era importante acerca de la revelación. Al igual que José, él se enfocó en lo que el Señor le dijo que hiciera. “Algunos de los élderes se reunieron,” escribió Samuel, “y la palabra del Señor fue dada por medio de José y el Señor declaró que esos élderes quienes eran los primeros obreros en esta última viña deberían reunirse para que pudieran convocar a una asamblea solemne y que cada hombre invocara el nombre del Señor y que continuaran en oración y que se Santificaran y que lavaran sus manos y pies como testimonio de que sus vestidos estaban limpios de la sangre de todos los hombres y el Señor nos mandó, a los primeros élderes, a Establecer una Escuela y nombrar a un maestro de entre ellos y que obtuvieran conocimiento tanto por el estudio como por la fe.” [6]

La sección 88 es una revelación totalmente orientada hacia el templo. Comenzando con una promesa de vida eterna por medio de Jesucristo a los fieles, la revelación describe el propósito de la creación de la tierra y entonces explica como obedecer la ley divina para avanzar por grados de luz o gloria por medio de una resurrección perfecta hasta la presencia de Dios. [7]

La sección 88 es amplia. Hace un mapa del universo. Sus conceptos ensanchan la mente e invitan a la pregunta y al asombro. “La verdad brilla,” dice, al introducir una línea de conceptos relacionados, si no es que sinónimos, que incluyen la verdad, la luz, el poder, la vida, el espíritu y aún la ley (véanse los versículos 7 al 15). Los conceptos de la sección 88 se extienden a otros textos del templo. Margaret Barker, la erudita metodista, escribió que en dichos textos “la luz y la vida. . . . se eslabonan y se colocan en oposición a la obscuridad y la muerte. La presencia de Dios es luz; venir a la presencia de Dios transforma todo lo que está muerto y le da vida.” [8]

Las palabras “por tanto” en el versículo 117 marcan el inicio del tema final del Señor en el primer día de la revelación de dos días (véanse los versículos 117-126). Este segmento final revisa las instrucciones en lo que uno podría llamar como ¿por tanto qué? Es un texto de preparación para el templo. El “por tanto qué” de toda la revelación es: “Por tanto, santificaos para que vuestras mentes se enfoquen únicamente en Dios, y vendrán los días en que lo veréis” (Doctrina y Convenios 88: 68).

Como respuesta al mandato de la sección 88 de que los Santos construyeran una casa de Dios, que convocaran a una asamblea solemne en ella, y que se presentaran allí santificados a fin de entrar en la presencia del Señor, los Santos obedecieron. Construyeron el Templo de Kirtland, el primero en esta última dispensación, y entraron, tanto simbólica como literalmente, en la presencia del Señor.

Prepararse para Entrar en la Presencia del Señor

Pero el proceso no fue fácil ni sin costo; las bendiciones principales nunca los son, José trabajó para ayudar a los Santos a entender lo que la sección 88 llamó la gran y última promesa. Era una promesa de entrar en la presencia del Señor basada en las condiciones de que construyeran un templo, que allí convocaran a una asamblea solemne y que santificaran sus vidas en el proceso. Unos días después de que se terminara la sección 88, José mandó una copia de ella junto con un regaño para los líderes de la Iglesia en Missouri. Los malos sentimientos estaban muy enconados allí, y los Santos de Missouri no habían actuado de acuerdo al mandato anterior de la sección 84 de que se construyera un templo en Sión. “Les mando el. . . . mensaje de paz del Señor para nosotros,” les escribió José, “que aunque nuestros hermanos en Sión, tengan sentimientos contra nosotros, los cuales no van de acuerdo a los requisitos del nuevo convenio, pero aún así, tenemos la satisfacción de saber que el Señor nos aprueba y nos ha aceptado, y ha establecido su nombre en Kirtland para la salvación de las naciones, porque el Señor tendrá un lugar desde donde saldrá su palabra en estos últimos días en pureza, porque si Sión, no se purifica a fin de ser aprobada en todas las cosas delante de Su vista, él buscará a otro pueblo porque esta obra continuará hasta que Israel sea congregado y los que no escuchen su voz deben esperar sentir su ira.” [9]

José usó la sección 84 para recordarle a los Santos de Missouri que, al igual que los hijos de Israel, estaban en peligro de perder sus bendiciones del templo. Les escribió: “Purifíquense al igual que a todos los habitantes de Sión, no sea que la ira del Señor se encienda en su furia, arrepiéntanse, arrepiéntanse, es la voz de Dios para Sión y aunque parezca extraño, aún así es cierto que la humanidad persistirá en la auto-justificación hasta que toda su iniquidad sea expuesta y su comportamiento anterior sea redimido, y que lo que atesoran en sus corazones sea expuesto a la vista de la humanidad, les digo (y lo que digo a uno lo digo a todos) escuchen la voz de <amonestación> del Señor no sea que Sión caiga y el Señor jure en su ira que los habitantes de Sión no entrarán en mi reposo.” [10]

José les aseguró a los Santos en Sión que “los hermanos en Kirtland oran por ustedes sin cesar, porque conociendo los terrores del Señor, temen en gran manera por ustedes.” Haciendo referencia a la copia de la sección 88 que les había mandado, José sugirió que el Señor, frustrado con la desobediencia de Sión, les mandó también a los Santos en Kirtland que construyeran un templo. Les escribió: “Verán, que el Señor nos mandó aquí en Kirtland que construyamos una casa de Dios, y que establezcamos una escuela para los Profetas, esta es la palabra del Señor para nosotros, y con la ayuda de Dios, obedeceremos porque es a condición de nuestra obediencia, que < nos> ha prometido grandes cosas, <aún> una visita desde los cielos para honrarnos con su presencia.” [11]

José había aprendido en la sección 84 que el único camino a la presencia de Dios era por medio del templo. Por lo tanto, nada sería más importante. Sí, como a Moisés, le preocupaba que los Santos de los Últimos Días endurecieran sus corazones y provocaran la ira del Señor (véase Doctrina y Convenios 84: 24). “Tememos grandemente delante del Señor que fallemos en este gran honor que nuestro maestro se propone conferir sobre nosotros,” dijo José. “Buscamos la humildad y una gran fe no sea que seamos avergonzados en su presencia.” Terminó su carta para los Santos en Missouri diciendo que “si la fuente de nuestras lágrimas no se seca, aún continuaremos llorando por Sión, esto es de su hermano que tiembla en gran manera por Sión, y por la ira del cielo que le vendrá si no se arrepiente.” [12]

José trabajó muy duro para hacer que los Santos vieran la importancia de esa revelación trascendental y que entendieran las bendiciones finales del templo. Al igual que Moisés, quiso guiar a su pueblo, a veces miope, a la presencia del Señor (véase Doctrina y Convenios 84). Las revelaciones del templo ocuparon la atención de José. Él quiso que recibieran las bendiciones prometidas, y se esforzó para explicárselas a los Santos. José fue impulsado por el mandato de la sección 88 de que se construyera un templo y por la promesa de que el Señor los honraría con su presencia (véase Doctrina y Convenios 88: 68). Animó a los Santos a que siguieran adelante, aún con un enorme sacrificio, para que construyeran la casa del Señor en Kirtland. José estableció escuelas y convocó a reuniones del sacerdocio para capacitar y motivar a los hermanos porque se predicó la promesa de que el Salvador los “visitaría desde los cielos” y no solamente por la edificación del templo sino también por su mandamiento de “santificaos” (Doctrina y Convenios 88: 68). [13]

Los Santos empezaron a construir la casa del Señor en el verano de 1833 y, después de algunas interrupciones y una reprensión (véase la sección 95), lo dedicaron en 1836. Mientras tanto, José instruyó a los Santos a que se purificaran y se prepararan para una manifestación del poder del Señor; una investidura. En noviembre de 1835 se reunió con los apóstoles recién llamados. Confesó sus debilidades y luego les enseñó la sección 88, o, como él lo dijo, “cómo prepararse para las grandes cosas que el Señor va a efectuar.” [14]

José les dijo que había asumido que la Iglesia ya estaba organizada completamente, pero que entonces el Señor le había enseñado más, incluyendo “la ordenanza del lavamiento de los piés” que se menciona en la sección 88: 139. “Esto no lo hemos hecho todavía” les enseñó José a los Apóstoles, “pero es tan necesaria ahora como lo fue en los días del Salvador, y debemos tener un lugar preparado, apartados del mundo, para que podamos cumplir esta ordenanza.” Continuó enfatizando la necesidad del templo:

Debemos tener todas las cosas preparadas y convocar a nuestra asamblea solemne como el Señor nos ha mandado [véase Doctrina y Convenios 88: 70], para que podamos cumplir esta gran obra: y de[be] hacerse a la manera del Señor, la Casa del Señor debe estar preparada y la asamblea solemne convocada y organizada en ella de acuerdo al orden de la casa de Dios y allí debemos cumplir con la ordenanza del lavamiento de los pies; que fue ordenada, no para los miembros, sino para los oficiales, y se hizo para unir nuestros corazones, a fin de que lleguemos a ser uno en opiniones y sentimientos y que nuestra fe sea fuerte, para que Satanás no nos venza, ni que tenga poder alguno sobre nosotros — la investidura que esperáis tan ansiosamente no la podéis comprender ahora, ni podría Gabriel explicarla para que sus mentes obscuras la entiendan, pero esfuércense en estar preparados en sus corazones, sean fieles en todas las cosas— para que cuando nos reunamos en la asamblea solemne, tal como en la que Dios ha pedido que todos los miembros se congreguen, y debemos estar limpios en todos aspectos. [15]

Repitiendo la sección 88: 123-126, José les pidió a los hermanos:

No busquen la iniquidad en los demás, si lo hacen no obtendrán la investidura porque Dios no la conferirá sobre tales personas; pero si somos fieles y vivimos con cada palabra que procede de la boca de Dios, me aventuraría a profetizar que recibiremos una investidura digna de ser recordada aunque vivamos tanto como Juan el Revelador, nuestras bendiciones serán tales como no se han comprendido antes, ni aún en esta generación. El orden de la casa del Señor ha sido y por siempre será el mismo, y aún después de que Cristo venga, y después que se hayan terminado los mil años, será el mismo, y finalmente entraremos al reino celestial de Dios y lo disfrutaremos para siempre [véase Doctrina y Convenios 88: 96-117]: — necesitan la investidura hermanos para que puedan estar preparados y sean capaces de sobrellevar todas las cosas. [16]

José les ayudó a entender la relación entre el poder con el que Dios quería investirlos y su llamamiento para predicar el evangelio (véase Doctrina y Convenios 88: 80-82). Luego concluyó su enseñanza reafirmando lo que dos veces en la sección 88 se llama “la grande y última promesa” : “Me siento dispuesto a hablarles unas cuantas palabras más mis hermanos, con respecto a la investidura. Todos los que estén preparados y sean lo suficientemente puros para soportar la presencia del Señor, lo verán en la asamblea solemne” (Doctrina y Convenios 88: 69, 75). [17] William Phelps le escribió a su esposa en Missouri acerca de lo que estaba aprendiendo de José. “Nuestras reunion[es] se harán más y más solemnes, y continuarán hasta la gran asamblea solemne ¡cuando se termine la casa! Nos estamos preparando para estar limpios, limpiando primero nuestro corazón, abandonando nuestros pecados, perdonando a todos; poniéndonos ropas limpias y decentes, ungiendo nuestras cabezas y guardando todos los mandamientos. Al acercarnos más a Dios podemos ver más y más claramente nuestras imperfecciones y nulidad.” [18] Oliver Cowdery dio más detalles de una de esas reuniones de preparación para el templo, al notar la forma en que los Santos de los Últimos Días siguieron los modelos del Antiguo Testamento de los lavamientos y unciones de los sacerdotes para el servicio del templo. Oliver escribió que se reunió con José y con otros en la casa de José. “Y después de que se preparó agua pura, oraron al Señor y procedieron a lavarse mutuamente el cuerpo , y lo bañaron con whiskey, perfumado con canela. Esto lo hicimos para que pudiéramos estar limpios delante del Señor para el día de reposo, confesando nuestros pecados y haciendo convenios de ser fieles a Dios. Mientras efectuábamos estos lavamientos con solemnidad, nuestras mentes se llenaron con muchas reflexiones acerca de lo apropiado de hacerlo, y la forma en que antiguamente los sacerdotes siempre acostumbraban lavarse antes de ministrar delante del Señor.” [19]

La Redención de los Muertos

Cuando la casa del Señor (como los primeros Santos le llamaron al Templo de Kirtland) estaba cerca de ser terminada José convocó la reunión de preparación en los cuartos del desván del tercer piso para el atardecer del 21 de enero de 1836. Allí, en el cuarto más al oeste, José se reunió con su secretario, otros hermanos de la Primera Presidencia, su padre (el patriarca de la Iglesia) y con los obispados de Missouri y Ohio. Los hermanos llegaron a la reunión recién bañados, como símbolo de sus esfuerzos para arrepentirse y presentarse santificados delante del Señor. La Primera Presidencia, consagró aceite, y luego ungió y bendijo al Padre Smith, quien a su vez ungió y bendijo a José. Entonces los cielos fueron abiertos. Oliver Cowdery escribió que “la escena gloriosa es demasiado grandiosa para poder describirla . . . solamente digo, que los cielos se abrieron para muchos, y se les mostraron cosas grandes y maravillosas.” El obispo Edward Partridge afirmó que algunos de los hermanos “vieron visiones y fueron bendecidos con la manifestación del Espíritu Santo.” [20] José fue el único de los que estuvieron presentes que describió en detalle algo de lo que él experimentó.

La sección 137 de la Doctrina y Convenios se deriva del diario en el cual José Smith describió la visión del futuro reino celestial. En ella vio a su hermano mayor, Alvin, quien había muerto dolorosamente en 1823, poco después de que Moroni se había aparecido a José y le enseñó acerca de las planchas del Libro de Mormón. Casi veinte años después, José dictó una entrada en el Libro de la Ley del Señor, el libro de registros y bendiciones que tuvo hasta cerca del fin de su vida. “Recuerdo bien los dolores de tristeza que inflamaron mi joven pecho y que casi hicieron estallar mi tierno corazón cuando él murió,” dijo José refiriéndose a Alvin. “Él era el mayor, y el más noble de los de la familia de mi padre. Él era uno de los más nobles de los hijos de los hombres.” [21] Aún así, durante el funeral de Alvin, el ministro de su madre, el reverendo Benjamin Stockton “dio a entender enfáticamente que se había ido al infierno, porque Alvin no era miembro de la Iglesia.” Al padre de José “no le gustó eso..” [22] El padre Smith reconoció lo que los teólogos llaman el “problema soteriológico del mal”, lo que significa un dilema entre las doctrinas de la salvación. [23] Parece que el problema surge de tres verdades, cualesquiera dos de ellas pueden trabajar juntas, pero no las tres:

  1. Dios desea que todos sus hijos se salven.
  2. La salvación viene solamente mediante nuestra aceptación de la Expiación de Cristo.
  3. Muchos, muchos de los hijos de Dios han vivido y muerto sin tener la oportunidad de aceptar la Expiación de Cristo.

El Libro de Mormón aclaró que los infantes no responsables no serían condenados, pero no dijo nada acerca de los adultos responsables que murieron antes de aceptar el evangelio. José recibió el sacerdocio, restauró la Iglesia, trabajó para establecer a Sión, y construyó la casa del Señor. Pero por todo lo que José sabía, el reverendo Stockton había tenido razón. No fue sino hasta que el templo estaba por terminarse que el Señor refutó la doctrina del reverendo. Y lo hizo muy hermosamente en la visión registrada para nosotros en Doctrina y Convenios sección 137. El punto de esa revelación es resolver el problema soteriológico del mal, lo que hace en los versículos 7 - 10. Pero antes de revelar la respuesta, el Señor le mostró a José una visión que dio origen a la pregunta. José vio las llamas circundantes de la puerta del reino celestial, las calles de oro, y al Padre y al Hijo sentados en su trono refulgente, Vio a Adán y a Abraham. Y también vio a Alvin y a sus padres ahí. Se “maravilló” por la aparición de Alvin, puesto que él no había sido bautizado antes de su muerte (véase Doctrina y Convenios 137: 6).

El Señor dio la respuesta no solamente para Alvin, sino también para “todos los que han muerto sin el conocimiento de este evangelio, quienes lo habrían recibido si se les hubiese permitido permanecer” (versículo 7). Ellos heredarán la gloria celestial. En realidad, cualquiera que muera sin conocer el evangelio pero que lo hubiera recibido sinceramente, lo recibirá. El punto enfático es que la muerte no es la línea que determina la salvación, “pues yo, el Señor, juzgaré a todos los hombres según sus obras, según el deseo de sus corazones” (versículo 9). El deseo —no el tiempo de la muerte— es el determinante de la salvación por medio de Cristo.

Algunos de los grandes pensadores teológicos han luchado con el problema soteriológico del mal. Los primeros cristianos creyeron que Dios había planificado un “rescate para los muertos”, que es como un erudito lo llamó. [24] Puesto simplemente, los primeros cristianos se bautizaban por sus parientes fallecidos, como lo indicó el apóstol Pablo en 1 Corintios 15: 29 y como lo demostró Hugh Nibley. [25] Los filósofos cristianos posteriores reconocieron el problema y creyeron que Cristo de alguna manera salvaría a todos los justos, pero ya habían perdido el significado de las verdades que Pedro y Pablo habían enseñado, por lo que no dejaron una respuesta certera a la pregunta: “¿Serían marginados totalmente del reino de los cielos quienes murieron antes de la venida de Cristo?” [26] Después influenciada principalmente por San Agustín, la cristiandad apostató en lo general de la doctrina de la redención de los muertos, lo que originó el problema soteriológico.

Para el siglo dieciocho, el teólogo puritano Jonathan Edwards ansiaba encontrar una solución. Un erudito evangélico contemporáneo ve en Edwards la semilla de una “soteriología de disposición, ” o sea una doctrina de salvación que solamente requiere que uno este dispuesto a ser redimido por Dios por medio de Cristo. No requiere que uno, a sabiendas, acepte al Salvador. [27] Pero tal solución niega el albedrío y los pasajes de la Biblia que indican lo contrario. Persiste la pregunta, ¿qué pasa con aquellos que nunca oyeron? La respuesta revelada no es para restar de las tres verdades conocidas, sino para agregar una más que hace que todas ellas sean compatibles y completas más bien que problemáticas. Esa verdad se encuentra en los versículos 8 y 9 de la sección 137: todos los que han muerto o que morirán sin el conocimiento del evangelio y que lo hubieran recibido de todo corazón, lo recibirán de acuerdo con sus deseos y por lo tanto heredarán el reino celestial. “¡Gracias a Dios por José Smith!” escribió el filósofo Santo de los Últimos Días David L. Paulsen, quien conoce muy bien el problema y por lo tanto aprecia esa solución tan profunda. Su gratitud por José Smith no es “solamente por ser el conducto de Dios para resolver uno de los problemas más espinosos del mal, sino por ser el instrumento por el cual Dios restauró el conocimiento y los poderes del sacerdocio que hacen posible la redención de los muertos.” [28]

Después, en Nauvoo, José reveló la ordenanza del bautismo por los muertos lo que capacita a toda la humanidad para hacer y guardar los convenios del evangelio (véanse las secciones 127 y 128). José enseñó la doctrina a su padre en su lecho de muerte. En contraste a su reacción al sermón del reverendo Stockton, el Padre Smith “estuvo encantado de oír” la verdad y le pidió a José que hiciera la ordenanza. José y Hyrum cumplieron el deseo de su padre moribundo. “Veo a Alvin,” dijo el Padre Smith unos minutos antes de su fallecimiento. [29] Proféticamente, la sección 137 resolvió un problema persistente que enfrentó la familia de José y muchos, muchos más.

La Dedicación del Templo

Mientras tanto, en marzo de 1836 los Santos pusieron los toques finales en la casa del Señor en Kirtland y se prepararon para reunirse en asamblea solemne tal como la sección 88 lo había mandado tres años antes (véase Doctrina y Convenios 88: 70, 117). José pasó el día anterior a la asamblea solemne haciendo los arreglos finales con sus consejeros y secretarios. [30] El diario de Oliver Cowdery nos dice que ayudó a José Smith “a escribir una oración para la dedicación de la casa.” [31] La mañana siguiente la casa del Señor estaba llena con casi mil Santos. Quienes no cupieron se reunieron en la casa de al lado. La asamblea solemne comenzó a las nueve con lecturas de las escrituras, con cantos del coro, oración, un sermón y el sostenimiento de José Smith como profeta y revelador. En la sesión de la tarde continuaron los sostenimientos, en los cuales cada quórum y el cuerpo general de la Iglesia sostuvieron, por turnos, a los líderes de la Iglesia. [32] Siguió otro himno, “después del cual,” dice el diario de José, “ofrecí a Dios la. . . oración dedicatoria.” [33]

Esa oración ha sido preservada para nosotros en Doctrina y Convenios sección 109. Es una oración inspirada. Empieza con gracias a Dios, luego le hace peticiones en el nombre de Jesucristo. Se basa principalmente en las instrucciones de la sección 88 referentes al templo así como también en otros textos de las escrituras que se relacionan. En ella “se resumen las preocupaciones de la Iglesia en 1836, presentando delante del Señor cada uno de sus grandes proyectos.” [34] Es una oración del templo.

¿Por qué cosas ora uno en tales situaciones? José empezó pidiéndole a Dios que aceptara el templo de acuerdo a las instrucciones que él había dado en la sección 88 y que los Santos habían tratado de cumplir a fin de obtener la bendición prometida de entrar en la presencia del Señor (véase Doctrina y Convenios 88: 68; 109: 4-12). José pidió que todos los que adoraran en el templo fueran investidos con el poder de Dios, que pudieran ser enseñados por Dios “y que crezcan en tí y reciban la plenitud del Espíritu Santo; y se organicen de acuerdo con tus leyes y se preparen para recibir cuanto fuere necesario” (Doctrina y Convenios 109: 15). En otras palabras, José hizo una oración del templo en la que pidió que los Santos pudieran llegar a ser como su Padre Celestial por grados de gloria según fueran obedeciendo sus leyes y se prepararan para entrar en su presencia. Oró por lo que la sección 88 le enseñó a orar.

José pidió que los Santos, “armados” o investidos con el poder del sacerdocio del templo, pudieran ir “hasta los cabos de la tierra” con las “nuevas sumamente grandes y gloriosas” del evangelio para cumplir las profecías (versículos 22-23). Le pidió al Padre Celestial que protegiera a los Santos de todos sus enemigos (versículos 24-33). Pidió misericordia para los Santos y que sellara las ordenanzas de unción que muchos de los hermanos del sacerdocio había recibido durante las semanas anteriores y que les condujeron a la asamblea solemne. Pidió que los dones del Espíritu se derramaran al igual que en el bíblico Día de Pentecostés (véase Hechos 2: 2-3). Le pidió al Señor que protegiera y les diera poder a los misioneros y que pospusiera el juicio hasta que hubieran reunido a los justos. Pidió que se hiciera la voluntad de Dios “y no la nuestra” (Doctrina y Convenios 109: 44).

José pidió que los Santos fueran liberados de las calamidades profetizadas. Le pidió al Padre Celestial que se acordara de los Santos que habían sido oprimidos y expulsados del Condado de Jackson, Missouri, y oró por su liberación. Preguntó por cuanto tiempo continuarían sus aflicciones antes de que fueran vengadas (véase versículo 49). Pidió misericordia para el “populacho inicuo que ha expulsado a tu pueblo, a fin de que cese de saquear y se arrepienta de sus pecados, si es que puede arrepentirse” (versículo 50). José oró por Sión.

José pidió misericordia para todas las naciones y los líderes políticos para que queden establecidos para siempre los principios de la Constitución de nuestro país. Él oró por “todos los pobres, los necesitados y los afligidos de la tierra” (versículo 55). Pidió que se pusiera fin a los prejuicios a fin de que los misioneros “recojan a los justos. . . a fin de edificar una ciudad santa a tu nombre, como tú les has mandado” (versículo 58). Pidió más estacas para facilitar el recogimiento y el crecimiento de Sión. Pidió misericordia para los remanentes esparcidos de Jacob y por los judíos, en realidad, él pidió “por todo el resto esparcido de Israel que ha sido hostilizado hasta los cabos de la tierra, [para] que llegue al conocimiento de la verdad , crea en el Mesías, y sea redimido de la opresión” (versículo 67).

José oró por sí mismo, recordándole al Señor su esfuerzo sincero por guardar sus mandamientos. Pidió misericordia para su familia, orando por que Emma y los niños “puedan ser exaltados en tu presencia” (versículo 69). Esta es la primera vez en que se usa “exaltados” en las revelaciones de José, para referirse a la plenitud de la salvación por medio de las bendiciones del templo. [35] José pidió que sus parientes políticos pudieran convertirse. Pidió por los otros miembros de la Primera Presidencia y sus familias. Pidió por todos los Santos y sus familias, sus enfermos y afligidos. Nuevamente pidió por “todos los pobres y mansos de la tierra,” y por que el glorioso reino de Dios llene toda la tierra según se ha profetizado. (ver los versículos 68-74).

José pidió que los Santos pudieran levantarse en la Primera Resurrección con vestidos puros, “mantos de rectitud” y “coronas de gloria sobre nuestra cabeza” y “seguemos gozo” (versículo 76). Repitiendo tres veces la petición José suplicó al Señor “escúchanos” y acepta las oraciones y peticiones y las ofrendas de los Santos al construir esa casa a Su nombre. (versículo 78). Pidió gracia para los Santos a fin de que pudieran unirse a los coros que rodean el trono de Dios en el templo celestial “cantando: ¡Hosanna a Dios y al Cordero! (versículo 79). José concluyó así la oración: “Y permite que éstos, tus ungidos, sean revestidos de salvación, y que tus santos prorrumpan en voces de gozo. Amén y Amén” (versículo 80).

La oración de José dedicó la primera casa del Señor en la última dispensación y fijó el modelo para todas las siguientes asambleas solemnes que se hagan con los mismos propósitos santos. Les enseña a los Santos la forma de orar, incluyendo por qué cosas orar, y a pedir de acuerdo con la voluntad del Señor. En ella se enseña la doctrina y se evocan las imágenes del templo, quizás de modo más conmovedor en la idea de que quienes adoren en el templo puedan “crecer” por grados de gloria hasta que lleguen a ser como su Padre Celestial (compárese con la sección 93). Este es el significado de ser exaltado en la presencia de Dios. Las revelaciones del templo la llaman “la plenitud” incluyendo la plenitud de gozo. La oración continúa la amplia obra de las revelaciones del templo de las secciones 76, 84, 88 y 93 y nos dirige a la revelación culminante acerca de la exaltación, la sección 132: 1-20. La oración del templo dicha por José invita a los mortales, que ocupan un planeta telestial contaminado en el cual solamente pueden pensar en una cosa a la vez y generalmente solamente en términos finitos, a que reciban el poder que les permita viajar al mundo real en donde vive Dios “donde te sientas en tu trono, con gloria, honra, poder, majestad, fuerza, dominio, verdad, justicia, juicio, misericordia y un sinfín de plenitud, de eternidad en eternidad” (versículo 77). [36]

Las Llaves

Una semana después de que dedicó la casa del Señor en Kirtland, José asistió a varias reuniones ahí, incluyendo una reunión sacramental por la tarde. Para los cristianos era el domingo de Resurrección, en tanto que los judíos estaban celebrando la Pascua. [37] Después del sacramento, José y Oliver Cowdery se retiraron atrás del cortinaje que se usaba para dividir el salón. Se arrodillaron en lo que el diario de José describe como “una oración solemne, pero en silencio hacia el Altísimo,” indicando que “después de levantarnos de la oración [una] visión se desplegó ante ambos.” [38]

El Señor retiró el velo de las mentes de sus videntes, quienes vieron y oyeron al Señor que estaba de pie delante de ellos. Tres veces, con una voz semejante al estruendo de muchas aguas Él declaró, “Yo Soy,” evocando las revelaciones del Antiguo Testamento en las cuales se identificó repetidamente diciendo: “Yo soy el Señor tu Dios” (ver Éxodo 20 y Levítico 19). Este es un juego de palabras entre el verbo hebreo para ser o estar y el nombre que al español se ha transcrito como Jehová. Es el Señor Jesucristo declarando que él es el Dios que le dijo a Moisés que les dijera a los israelitas que “YO SOY me ha enviado a vosotros” (Éxodo 3: 14). Es Jesús de Nazaret testificando que él es el Dios de Israel, el Mesías prometido, y proclamándolo en esta dispensación en un edificio que aún existe.

En una poderosa yuxtaposición del presente y el pasado del verbo, el Salvador se declaró el Cristo crucificado que conquistó a la muerte: “soy el que vive, soy el que fue muerto; soy vuestro abogado ante el Padre” (Doctrina y Convenios 110: 4). Perdonó a José y Oliver y los declaró limpios, y les mandó y a quienes habían construido el templo que se regocijaran. Él aceptó el templo y les hizo promesas condicionales de que allí se manifestaría a su pueblo y profetizando que decenas de millares se regocijarían en la investidura derramada sobre los siervos en la casa del Señor mientras la fama de ella se extendía por tierras extranjeras.

El Señor se fue, y Moisés se apareció y les entregó las llaves del recogimiento de Israel de toda la tierra, el permiso para conducir a las tribus perdidas de Israel de sus lugares dispersos. Enseguida, Elías se apareció y entregó el evangelio de Abraham, “diciendo que en nosotros y en nuestra descendencia serían bendecidas todas las generaciones después de nosotros” (versículo 12). Siguió otra visión gloriosa ya que Elías el profeta, que fue llevado al cielo sin gustar de la muerte, se apareció y dijo que ya había llegado el tiempo de que se cumpliera la profecía de Malaquías de que Elías el profeta haría volver el corazón de los padres a los hijos y viceversa antes del día grande y terrible del Señor. La visión terminó con un anuncio celestial de que José ahora tenía las llaves de la última dispensación. Ya había recibido el sacerdocio varios años antes. Lo que ahora tenía era el permiso para ponerlo a trabajar de nuevas maneras; incluyendo el sellar a las familias, oficiar en las ordenanzas del templo, y enviar misioneros globalmente.

La gloriosa visión, registrada para nosotros en Doctrina y Convenios 110, cumplió la promesa condicionada del Señor de la sección 38 de que si se mudaban a Ohio y le construían una casa santa, en ella él los investiría con poder (véanse las secciones 38, 88 y 95). Cumplió la promesa de la sección 88, la gran y última promesa de que los santificados vendrían a la presencia del Señor. [39] Finalmente, cumplió la profecía de Malaquías que consta de muchas etapas. Por medio de Malaquías el Señor profetizó: “He aquí, yo os envío a Elías el profeta antes que venga el día de Jehová, grande y terrible” (Malaquías 4: 5). Moroni le reiteró esa profecía a José Smith en 1823 (véase Doctrina y Convenios 2). Elías el profeta la cumplió cerca de trece años después. Los judíos habían esperado el prometido regreso de Elías el profeta y todavía lo invitan a sus hogares durante la Cena de la Pascua. En la misma temporada en que algunos judíos estaban celebrando la comida sagrada con la esperanza de que Elías el profeta regresara, él vino a la casa del Señor. [40]

La aparición de Moisés es también muy significativa. “Su aparición junto con Elías el profeta ofrece otro paralelismo impactante entre las enseñanzas mormonas y la tradición judía, de acuerdo a la cual Moisés y Elías el profeta vendrían juntos al ‘fin del tiempo’” [41] La visión de José y Oliver repite la investidura recibida en el relato bíblico del Monte de la Transfiguración (véase Mateo 17: 1-9).

Pocos textos unen las dispensaciones tan completamente como esta revelación. Dada durante la Semana Santa y la época de la Pascua judía, esta revelación eslabona la liberación de Israel del Antiguo Testamento con la Resurrección de Cristo en el Nuevo Testamento y afirma que José Smith y los Santos de los Últimos Días que construyeron el templo son los herederos de las promesas de Dios a los patriarcas israelitas. Cristo es el Cordero Pascual que “fue muerto” y resucitado y que ahora se aparece a José en Kirtland para aprobar la obra de los últimos días y comisionar al Profeta para cumplir las obras de Moisés (el recogimiento de Israel), de Elías (el evangelio de Abraham), y de Elías el profeta (el sellamiento de las familias).

José puso en uso estas llaves del sacerdocio en medio de una gran oposición. Poco después de recibir las llaves de Moisés para el recogimiento de Israel, José encontró a Heber C. Kimball en el templo y le susurró al oído el llamamiento misional de ir a Gran Bretaña. José había enviado antes a misioneros en misiones locales o regionales de corto tiempo. Heber y sus compañeros iniciaron el proceso continuo de recoger a Israel desde los cabos de la tierra. Aunque estaba oprimido por lo que parece ser una oposición concertada que incluyía el colapso financiero, una apostasía extendida, una orden ejecutiva que expulsó a los Santos de Missouri, José empezó a enseñar y administrar las ordenanzas del templo. En suma, la investidura de las llaves del sacerdocio que él recibió lo autorizó para empezar a efectuar las ordenanzas del templo.

La visión registrada en las sección 110 comunicó el conocimiento y el poder del templo. Llegó en el templo detrás de un velo, fue registrada pero no fue predicada, y se obró de acuerdo a ella, pero no se explicó públicamente. [42] Después de la revelación, José usó las llaves para recoger, investir y sellar en preparación para la Segunda Venida del Salvador. La sección 110 marca la restauración del poder relacionado con el templo, del conocimiento que tenía Moisés y que “claramente enseñó” pero que fue rechazado por los hijos de Israel (ver DyC 84: 19-25).

Una Causa tan Grande

Imagínese por un momento siendo José Smith. Imagínese que es un vidente de diecisiete años de edad. Usted sabe que Dios vive y que Jesús es el Cristo, que ellos le aman y le han prometido darle conocimiento adicional en el tiempo debido. Pero usted no tiene ninguna idea acerca de los templos, la salvación para los muertos, o de las profecías de Isaías, Joel y Malaquías. Y no tiene ni la menor corazonada de que la profecía de Malaquías lo involucrará íntimamente. Usted está preocupado por las cosas, simples y sinceras: sus propios pecados de adolescente, la división religiosa de su familia, y su futuro incierto. Usted ora pidiendo el perdón personal, y un ángel le saluda con una asombrosa curva de aprendizaje y con el llamado de ayudar a salvar al mundo.

Ahora ya tiene veintisiete años de edad. Acaba de recibir una de las revelaciones más sublimes que se hayan registrado, la cual incluye el mandamiento de construir una casa para el Señor y reunir en ella a sus seguidores, solemnes y santificados (véase Doctrina y Convenios 88). Usted tiene que luchar con sus propias debilidades y faltas además de las flaquezas del grupo de Santos de los Últimos Días que aunque sinceros están en un estado caído. Usted hace cuanto puede para explicarles la imperiosa necesidad que tienen del poder que fluye solamente por medio del templo y la promesa del Salvador de revelarse si es que le construyen una casa y santifican su vida. Pero pese a todos sus intentos, los Santos son lentos para captar la magnitud de lo que aparentemente usted es el único que entiende. Sigue intentando. Únicamente extrae rocas. Logra hacer que los Santos vean como usted ve, que sacrifiquen al igual que usted, y que sean santificados tal como usted es santificado por medio del servicio. Usted los reprende. Usted recibe regaños. Los lava, los unge y los bendice. Les lava los pies. Usted tiene una voluntad indomable. Erige la casa del Señor hasta que se termina. Y entonces, convoca la asamblea solemne tal como se le mandó. Usted hace exactamente lo que se le mandó, y entonces reporta su misión. Se arrodilla en solemne oración y espera las bendiciones prometidas. Espera que el Señor se quite el velo y se aparezca en su santa casa. Y lo hace. Le perdona sus pecados. Quizás recuerde la oración que hizo pidiendo tal bendición cuando tenía diecisiete años de edad.

Ya tiene treinta años de edad. Moisés, Elías y Elías el profeta le han puesto en sus manos las llaves de la última dispensación. Ahora ya tiene todo el poder y el permiso que necesita para congregar a Israel, investirlos con poder, y sellarlos antes de la inminente venida del Señor. Tal parece que el infierno se ha desatado, le asalta una oposición intensa. La “envidia y la ira del hombre” son su suerte todos los días de su vida (Doctrina y Convenios 127: 2). Sus mejores esfuerzos para liberar financieramente a su pueblo terminan en la bancarrota. Se les advierte, a usted y sus amigos, en una revelación, que salgan de Kirtland y de la casa del Señor. Llegan a Missouri solamente para saber que se ha emitido una orden de exterminación en contra de ustedes. Usted es capturado, acusado de traición, y encarcelado por una ofensa capital en un estado en el cual no existe el debido proceso de la ley para los Santos de los Últimos Días. Lo encarcelan en una pequeña bodega maloliente y depresiva, sin la posibilidad de sostener a su esposa e hijos que son refugiados. Si Dios no lo hubiera llamado a la obra, usted renunciaría. “Pero no puedo renunciar” dice porque “no tengo duda de la verdad.” [43] Así que usted trabaja, “vigila lucha por [su] Dios, con fuerzas y valor,” [44] y ora con todo su poder y celo. Finalmente, el Señor lo libera de sus enemigos a fin de que pueda ejercer las llaves del santo sacerdocio. Usted se reúne con su familia y hace venir a los Apóstoles.

Cinco años exactos antes de que a usted lo maten, empieza el proceso de investir con poder a los Apóstoles. [45] Usted les enseña, los inviste y ordena tan rápido como puede. Tres meses antes de su muerte, termina. “ Paso la carga y la responsabilidad de dirigir a esta iglesia, de mis hombros a los de ustedes, ” les dice a los Apóstoles. “Ahora, pongan sus hombros y sosténganse de pie como hombres; porque el Señor me va a dejar descansar por un rato.” [46] Ya tiene treinta y ocho años de edad. La comisión que recibió a los diecisiete años de parte de un ángel enviado de la presencia de Dios específicamente para usted, ya esta cumplida. Su obra en la tierra ya esta hecha. Ya no está a salvo. Declara públicamente: “No los culpo por no creer mi historia, de no haberla experimentado yo mismo, tampoco la creería.” [47] Ha sido extraordinario; no porque usted fuera perfecto o inmortal, sino porque no lo era. Usted era un adolescente de 17 años de edad, sincero pero imperfecto que buscaba la salvación de su alma. Qué poco sabía usted que su propia salvación sería envuelta de tal forma en el vasto y eterno plan de Dios para la salvación de la familia humana. Pero a medida que empezó a entender las buenas nuevas, y empezó a unir línea por línea y precepto por precepto, con la ayuda de ángeles ministrantes, y la forma en que las llaves, los poderes y los privilegios del santo sacerdocio serían restaurados a todo aquel que las desee, se regocijó y resolvió empujar hacia adelante esta obra. “Avanzad en vez de retroceder,” les dijo usted a los Santos. “¡Valor, hermanos; e id adelante, adelante a la victoria! ¡Regocíjense vuestros corazones y llenaos de alegría! ¡Prorrumpa la tierra en canto! ¡Alcen los muertos himnos de alabanza eterna al Rey Emanuel que, antes de existir el mundo, decretó lo que nos habilitaría para redimirlos de su prisión; porque los presos quedarán libres!” (Doctrina y Convenios 128: 22).

En realidad, será así. Debido a lo que ocurrió en la casa del Señor en Kirtland, los prisioneros quedarán libres. ¡Oh, que bien sabía José lo que significaba para los prisioneros el ser liberados! Su corazón se regocijó y estuvo sumamente alegre. Fervientemente oro para que la pregunta retórica de José resuene para siempre en nuestros oídos; “¿no hemos de seguir adelante en una causa tan grande? (Doctrina y Convenios 128: 22). Somos los herederos del legado de José. Pasemos nuestra vida, recogiendo, invistiendo y sellando a los vivos y a los muertos. Presentémonos santificados en la casa del Señor, aun contra gran oposición. Ofrezcamos “como Santos de los Últimos Días una ofrenda al Señor en rectitud; y presentemos en su santo templo. . . el registro de nuestros muertos, el cual sea digno de toda aceptación” (Doctrina y Convenios 128: 24).

Notas

[1] The Papers of Joseph Smith, vol. 1, Autobiographical and Historical Writings, editado por Dean C. Jessee (Salt Lake City: Deseret Book, 1989-1992), página 127.

[2] Papers of Joseph Smith, 1: 278.

[3] Russell M. Nelson, en Conference Report, octubre de 1996, página 97.

[4] Kirtland Minute Book, [Libro de Minutas de Kirtland] 27 de diciembre de 1832, Biblioteca de Historia de la Iglesia. La Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días, Salt Lake City.

[5] Kirtland Minute Book, 27 de diciembre de 1832; Kirtland Revelation Book [Libro de Revelaciones de Kirtland], páginas 47-48, 166, Biblioteca de Historia de la Iglesia.

[6] El Diario de Samuel H. Smith, Biblioteca de Historia de la Iglesia.

[7] Richard Lyman Bushman, Joseph Smith: Rough Stone Rolling (Nueva York: Alfred A. Knopf, 2005), página 206.

[8] Margaret Barker, On Heaven as Is Is in Earth: Temple Symbolism in the New Testament (Edinburgo: T&T Clark, 1995), página 13.

[9] De José Smith en Kirtland, Ohio, para W. W. Phelps en Independence, Missouri, el 11 de enero de 1833, se encuentra en el Joseph Smith Letterbook I, páginas 18-20, escrita por Frederick G. Williams, Joseph Smith Collection, Biblioteca de Historia de la Iglesia.

[10] De José Smith en Kirtland, Ohio, para W. W. Phelps en Independence, Missouri, el 11 de enero de 1833, se encuentra en el Joseph Smith Letterbook I, páginas 18-20. Compárese con Doctrina y Convenios 84: 23-25.

[11] De José Smith en Kirtland, Ohio, para W. W. Phelps en Independence, Missouri, el 11 de enero de 1833, se encuentra en el Joseph Smith Letterbook I, páginas 18-20.

[12] De José Smith en Kirtland, Ohio, para W. W. Phelps en Independence, Missouri, el 11 de enero de 1833, se encuentra en el Joseph Smith Letterbook I, páginas 18-20.

[13] De José Smith en Kirtland, Ohio, para W. W. Phelps en Independence, Missouri, el 11 de enero de 1833, se encuentra en el Joseph Smith Letterbook I, páginas 18-20.

[14] Discurso de José Smith en Kirtland, Ohio, el 12 de noviembre de 1835, el Diario de José Smith, en The Papers of Joseph Smith, vol. 2, Journal 1832-1842, página 76, véase también las páginas 75-78.

[15] Discurso de José Smith en Kirtland, Ohio, el 12 de noviembre de 1835, el Diario de José Smith, en The Papers of Joseph Smith, 2: 76-77.

[16] Discurso de José Smith en Kirtland, Ohio, el 12 de noviembre de 1835, el Diario de José Smith, en The Papers of Joseph Smith, 2: 77.

[17] José Smith, History of the Church of Jesus Christ of Latter-day Saints, editado por B. H. Roberts, 2ª edición revisada (Salt Lake City: Deseret Book, 1957), 2: 308; los cumplimientos de esta profecía están documentados en “‘A Pentecost and Endowment Indeed’: Six Eyewitness Accounts of the Kirtland Temple Experience, por Steven C. Harper, en Opening the Heavens: Accounts of Divine Manifestation, 1820-1844, editado por John W. Welch y Erick B. Carlson (Provo, UT: Brigham Young University Press; Salt Lake City: Deseret Book, 2005): páginas 327-371.

[18] De William W. Phelps para Sally Waterman Phelps, enero de 1836, L. Tom Perry Special Collections, Biblioteca Harold B. Lee, de la Universidad Brigham Young, en Provo, UT.

[19] Oliver Cowdery Sketch Book, 16 de enero de 1836, Biblioteca de Historia de la Iglesia.

[20] Steven C. Harper, “A Pentecost and Endowment Indeed,” páginas 338 y 344; véase la descripción de José en la página 354.

[21] Papers of Joseph Smith, 2: 440.

[22] Según el hermano de José, William Smith, citado en el Deseret News del 20 de enero de 1894, citado por Bushman en Rough Stone Rolling (Nueva York: Knopf, 2005), página 110.

[23] David L. Paulsen,”Joseph Smith and the Problem of Evil,” BYU Studies 39 num. 1 (2000): página 61.

[24] Véase de Jeffrey A. Trumbower, Rescue for the Dead: The Posthumous Salvation of Non-Christians in Early Christianity (Nueva York: Oxford University Press, 2001).

[25] Hugh Nibley, “Baptism for the Dead in Ancient Times,” en Mormonism and Early Chistianity (Salt Lake City: Deseret Book; Provo, UT: FARMS, 1987) página 103.

[26] Hugh Nibley, Mormonism and Early Christianity (Salt Lake City: Deseret Book, 1987), página 103.

[27] Gerald R. McDermott, Jonathan Edwards Confronts the Gods (Nueva York: Oxford University Press, 2000).

[28] Paulsen, “Joseph Smith and the Problem of Evil,” página 62.

[29] Lucy [Mack] Smith, Biographical Sketches, páginas 265-266, 270. Richard E. Turley hijo, “‘ The Latter-day Saint Doctrine of Baptism for the Dead,” charla fogonera de historia familiar en el edificio José Smith, el 9 de noviembre de 2001, copia en posesión del autor. Los registros de Bautismos en Nauvoo muestran que Alvin fue bautizado a instancias de su hermano Hyrum (Nauvoo Temple, Baptisms for the Dead 1840-1845, Libro A páginas 145, 149, Biblioteca de Historia de la Iglesia).

[30] Papers of Joseph Smith, 2: 191.

[31] Oliver Cowdery, Sketch Book, 26 de marzo de 1836, Biblioteca de Historia de la Iglesia.

[32] Steven C. Harper, “A Pentecost and Endowment Indeed,” páginas 327-371.

[33] Papers of Joseph Smith, 2: 195.

[34] Richard L. Bushman, Rough Stone Rolling, página 317.

[35] Véase la sección 49: 10, 23 para otros usos del término pero en un contexto diferente.

[36] Hugh Nibley, “A House of Glory” Provo, UT: FARMS, 1993).

[37] John P. Pratt, “The Restoration of Priesthood Keys on Easter 1836, Parte 2: Symbolism of Passover and of Elijah’s Return,” Ensign julio de 1985, página 55.

[38] Papers of Joseph Smith, 2: 209.

[39] De José Smith en Kirtland, Ohio, a William W. Phelps en Independence, Missouri, 11 de enero de 1833, se encuentra en el Joseph Smith Letterbook 1, páginas 18-20.

[40] Stephen D. Ricks, “The Appearance of Elijah and Moses in the Kirtland Temple and the Jewish Passover,” BYU Studies 23, num. 4 (1983): páginas 483-486.

[41] Stephen D, Ricks, “Appearance of Moses and Elijah,” página 485.

[42] Richard L. Bushman, Rough Stone Rolling, páginas 320-321.

[43] Discurso del 6 de abril de 1843, en Nauvoo, Illinois, Joseph Smith Papers, Journals, Biblioteca de Historia de la Iglesia; también en An American Prophet’s Record de Faulring, páginas 347-350; The Words of Joseph Smith, Andrew F. Ehat y Lyndon W. Cook, editores (Provo, UT: Religion Studies Center, Brigham Young University, 1980), páginas 177-180; y de José Smith, History of the Church, 5: 333-337.

[44] Will L. Thompson, “Pon tu hombro a la lid,” Himnos (Salt Lake City: La Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días), número 164.

[45] El Diario de Wilford Woodruff, 27 de junio de 1839, Biblioteca de Historia de la Iglesia.

[46] Declaración de los Doce, alrededor de 1844, Biblioteca de Historia de la Iglesia.

[47] Discurso en Nauvoo, Illinois el 7 de abril de 1844, Joseph Smith Papers, Journals, Biblioteca de Historia de la Iglesia; también en Smith, History of the Church 6: 302-317; Words of Joseph Smith, páginas 340-343; y de Faulring, An American Prophet’s Record, páginas 465-476.