El profeta y vidente -- 1820-1829 José Smith y los primeros principios del evangelio

Richard E. Bennett

Richard E. Bennett es profesor de la Historia y la doctrina de la Iglesia en la Universidad de Brigham Young.     

Últimamente se han escrito tantos aspectos de naturaleza biográfica acerca de la vida de José Smith que uno puede preguntarse si todavía hay algo nuevo o importante que se pueda decir acerca de él. Dan Vogel y Richard Bushman, en su interpretación dramática en contrapunto del Profeta —aquel alegando que fue un “fraude piadoso” y éste asegurando que fue un Profeta americano legítimo— nos han forzado a reconsiderar los primero argumentos e interpretaciones de Donna y Marvin Hill, Fawn Brodie, John Henry Evans y George Q. Cannon. Pero las contribuciones contrastantes de los últimos dos eruditos, y sus respuestas fervientes y algunas veces profundamente emotivas, han reforzado en mi mente la convicción de que el estudio de la vida y las contribuciones religiosas de José Smith es un campo fructífero, listo para la cosecha y que continuamente induce a las nuevas generaciones al estudio y la reflexión cuidadosos. En el pasado, muchos defensores devotos han negado el valor de la documentación histórica, en tanto que muchos críticos se han burlado de la autoridad de las escrituras. Para el creyente Santo de los Últimos Días, ambos son necesarios.

Deseo explorar la vida de José Smith, específicamente los años 1820-1829, desde una perspectiva algo diferente a la de mis colegas al sugerir un ejemplo distinto de pensamiento, uno que está afianzado firmemente en mi convicción de que José Smith fue un hombre llamado por Dios. Mi tesis se puede resumir como sigue: si José Smith fue llamado a ser un profeta, entonces Dios asumió la responsabilidad de enseñarle y capacitarle en ese papel. Dicho de otra forma, el mensajero del evangelio tuvo que haber vivido de acuerdo con el mensaje. La integridad de la Restauración no requeriría algo menos que eso.

Nuestro propósito particular es explorar, tanto en las páginas de la historia de la Iglesia como en las de las santas escrituras, la forma cuidadosa y completa en que a José Smith se le enseñaron los primeros principios del evangelio, específicamente el arrepentimiento, durante esa década formativa y fundacional de los años 1820. Me propongo mostrar que durante esta jornada de diez años de preparación desde Palmyra hasta Fayette, a José Smith se le enseñó el arrepentimiento de una manera tan personal, convincente y profunda que moldeó su carácter.

Por diversos medios y en un libro, digo que en manera similar se le instruyó en cuanto a los otros principios de la fe en el Señor Jesucristo, del bautismo para la remisión de los pecados, y el don del Espíritu Santo, pero en este capítulo apenas tenemos lugar para tratar el segundo principio del evangelio. No lo hago así para impugnar el carácter del Profeta José sino para mejorar nuestra comprensión de su vida, de la historia de la Iglesia y de la Restauración.

Específicamente trataremos el tema de la instrucción divina a lo largo de tres distintos períodos de tiempo: (1) desde 1820, después de la Primera Visión, hasta el día en que José Smith recibió las planchas en septiembre de 1827 o sea lo que podríamos llamar la preparación temprana; (2) del 23 de septiembre de 1827 hasta principios de abril de 1829, o la escuela de Martin Harris de aprender a base de golpes duros; (3) finalmente, el período de traducción desde el 5 de abril hasta el 1 de julio de 1829, tiempo durante el cual José Smith y Oliver Cowdery estuvieron traduciendo el Libro de Mormón.

“Que sus Pecados le Fueron Perdonados”: Un período de Preparación

Si la fe en el Señor Jesucristo fue el principio operativo de la Primera Visión, el tipo de fe poderosa que ejerció José Smith para librarse de la fuerza que buscaba su destrucción, entonces ¿qué fue lo que abrió los cielos la segunda vez? El Profeta nos da una respuesta en sus propias palabras: “Por la noche del ya mencionado día veintiuno de septiembre, después de haberme retirado a la cama, me puse a orar, pidiéndole a Dios Todopoderoso perdón de todos mis pecados e imprudencias” (José Smith – Historia 1: 29). Si el mensaje del evangelio debía ser vivido por aquel a quien le había sido confiado y pre-ordenado para traerlo, es razonable que se sintiera inspirado a buscar ayuda para vencer sus debilidades y para depurar las imperfecciones de su propia vida.

“Durante el tiempo que transcurrió” entre su Primera Visión en la primavera de 1820 y septiembre de 1823, tres años y medio de adolescencia, José confiesa que se juntó “con toda clase de personas” y que “frecuentemente cometía muchas imprudencias y manifestaba las debilidades de la juventud” (José Smith – Historia 1: 28). No nos da los detalles acerca de qué fueron esos problemas, pero la mayoría de los lectores se identificarán rápidamente con él. No son solo nuestros pecados los que nos condenan, sino que también nuestras imprudencias, nuestros juicios severos, nuestras palabras ásperas que hieren profundamente a los demás, nuestra conducta irracional, y la pérdida de tiempo y de talento. Nefi advirtió: “ellos se venden por nada; . . . como recompensa de su orgullo y su necedad, segarán destrucción” (2 Nefi 26: 10). Aunque José afirma que no “era culpable de cometer pecados graves o malos” (José Smith – Historia 1: 28), parece ser evidente que poseía un sentido aumentado de sus pecados, porque con frecuencia “solía sentir[se] censurado “ por sus imperfecciones y fervientemente pidió “perdón de todos [sus] pecados e imprudencias” (José Smith – Historia 1: 29).

Es un principio verdadero que mientras más se acerque uno a Dios en oración y con el comportamiento diario, más nos mostrará Él nuestras debilidades y piedras de tropiezo. “Y si los hombres vienen a mí, les mostraré su debilidad,” escribió Moroni el profeta del Libro de Mormón. “Doy a los hombres debilidad para que sean humildes; y basta mi gracia a todos los hombres que se humillen ante mí; porque si se humillan ante mí, y tienen fe en mí, entonces haré que las cosas débiles sean fuertes para ellos.” (Eter 12: 27). Como sucede a menudo, mientras oramos pidiendo respuestas para lo que consideramos que son nuestros problemas mayores, Dios en su sabiduría nos muestra primero la viga que tenemos en nuestro propio ojo. Aunque el pecado siempre es destructivo, reconocer el pecado puede activar la consciencia, la cual, como parte de la Luz de Cristo, puede impulsarnos a alejarnos y hacernos “olvidar lo que está mal” (Doctrina y Convenios 9:9).

Así fue con José Smith. Él pudo haber tenido una fe perfecta pero no era perfecto. Por tanto, lo que lo llevó a orar esa noche de septiembre de 1823 en la cabaña de troncos que la familia tenía cerca de Palmyra fue, según lo registró posteriormente José, el fuerte deseo de obtener “perdón de todos mis pecados e imprudencias; y también una manifestación para saber de mi condición y posición ante él; porque tenía la más absoluta confianza de obtener una manifestación divina, como previamente la había tenido” (José Smith – Historia 1: 29)

De acuerdo con la relación escrita por el “segundo élder” de esta dispensación, Oliver Cowdery, una de las primeras cosas que José recordó de lo que el ángel Moroni le dijo esa noche fue “que sus pecados le fueron perdonados, y que sus oraciones habían sido escuchadas.” [1] Antes de que pudiera empezar la misión de traducir el Libro de Mormón, primero tenía que darse el mensaje del perdón de los pecados. Por tanto, si la fe en Dios abrió los cielos la primera vez, el arrepentimiento los abrió la segunda vez. Esta modelo de instrucciones sagradas se repetiría en diferentes ocasiones y lugares en las páginas de la historia temprana de la Iglesia. [2]

Mormón el profeta, el padre de Moroni, que había visto tanto pecado y corrupción en su vida, había enseñado bien el principio del arrepentimiento y bien pudo haber previsto la futura misión de su hijo.

. . .Ni han cesado los ángeles de ministrar a los hijos de los hombres.

Porque he aquí, se sujetan a él para ejercer su ministerio de acuerdo con la palabra de su mandato, manifestándose a los que tienen una fe fuerte y una mente firme en toda forma de santidad.

Y el oficio de su ministerio es llamar a los hombres al arrepentimiento; y cumplir y llevar a efecto la obra de los convenios del Padre, los cuales él ha hecho con los hijos de los hombres; y preparar la vía entre los hijos de los hombres, declarando la palabra de Cristo a los vasos escogidos del Señor, para que den testimonio de él. (Moroni 7: 29-31)

Por lo tanto, los ángeles no vienen para satisfacer la curiosidad ociosa sino para “llamar a los hombres al arrepentimiento.” Y así sucedió esa noche de septiembre de 1823.

Aunque es muy apropiado estudiar el mensaje de Moroni desde la perspectiva de preparar a José Smith para su futura asignación de traducir “un libro, escrito sobre planchas de oro,” que contenía “la plenitud del evangelio eterno” (José Smith – Historia 1: 34), mi propósito es mostrar cómo fue que los acontecimientos de la Restauración y las manifestaciones celestiales le enseñaron al profeta de la Restauración los primeros principios del evangelio, en especial el arrepentimiento. Vistas desde esta perspectiva, algunas de las cosas que Moroni, el profeta maestro, le empezó a enseñar al aprendiz de profeta, pueden tener nuevo significado.

La primera escritura que Moroni citó — y ¿no es irónico que Moroni, un profeta del Libro de Mormón, se muestre aquí como un experimentado erudito de la Santa Biblia?— fué de Malaquías, es una advertencia acerca del pecado: “Porque he aquí, viene el día que arderá como un horno, y todos los soberbios, sí, todos los que obran inicuamente, arderán como rastrojo” (José Smith – Historia 1: 37). Entonces, citando el tercer capítulo de Hechos, Moroni habló otra vez de la advertencia de Cristo de que “toda alma que no oiga a aquel profeta, será desarraigada del pueblo” (José Smith – Historia 1: 40). Y pasó a citar a Joel capítulo 2 del versículo 28 hasta el final, que incluye la promesa de “que todo aquel que invoque el nombre de Jehová,” como el mismo José Smith había hecho, “será salvo,” porque seguramente “vuestros jóvenes verán visiones.” (Joel 2: 32, 28). Moroni “citó muchos otros pasajes de las Escrituras y expuso muchas explicaciones” (José Smith – Historia 1: 41) que no están registradas.

Al volver a visitarlo una y otra vez esa noche y a la mañana siguiente, Moroni repitió todo lo que dijo la primera vez, porque la repetición produce la convicción y no solamente el recuerdo. No es de sorprender que José Smith haya recordado posteriormente que los pasajes bíblicos citados por Moroni estuvieran “variando un poco de la forma en que se halla[n] en nuestra Biblia” (José Smith – Historia 1: 36), como fue el caso con el cuarto capítulo de Malaquías, o que estuvieran “tal como se hallan en nuestro Nuevo Testamento” (José Smith – Historia 1: 40), como fue el caso cuando Moroni citó el libro de los Hechos. Uno puede ver aquí no solamente la asignación de traducir el Libro de Mormón sino que posteriormente, después de terminar ese trabajo, la invitación a que revisara la sagrada Santa Biblia, no para condenarla sino para elevarla y recuperarla. Moroni al citar la Biblia, la estaba proclamando y redimiéndola. Así como la Biblia condujo a José Smith a la Arboleda Sagrada, se estaba usando otra vez aquí para instruirlo acerca de su nueva misión.

Durante esas primeras veinticuatro horas de instrucción angelical, Moroni visitó a José cinco veces — tres presentaciones que virtualmente tomaron toda la noche, otra vez a la mañana siguiente cuando trató de brincar la cerca para salir del campo de su padre, y otra vez en el Cerro de Cumorah. Habiéndosele advertido la noche anterior acerca de no ver las planchas de oro por su valor monetario, especialmente si consideramos las circunstancias de pobreza en que vivía la familia Smith, cuando José “intent[ó] sacarlas” Moroni se lo prohibió. El ángel le dijo “que aún no había llegado la hora de sacarlas, ni llegaría sino hasta después de cuatro años a partir de esa fecha;” ( José Smith – Historia 1: 53).

Vemos en esto el principio de un curso de capacitación y de instrucción cuidadosa que tenía todo que ver con la preparación de un profeta. En el otoño de 1823, como un adolescente de diecisiete años de edad, obviamente José no estaba listo para recibir las planchas y con ellas la misión de traducirlas, ni lo estaría por algún tiempo. Moroni le informó que en el aniversario de su primera visita, deseaba encontrarse con José Smith una vez cada año en ese mismo lugar.

Es muy difícil sobre estimar el significado mental, emocional y espiritual de una visita anual con un mensajero celestial. Los Santos de los Últimos Días se pueden identificar con esto por la práctica actual de un ajuste anual de diezmos con su obispo o presidente de rama o por las entrevistas regulares de dignidad para una recomendación para el templo. En tales entrevistas existe un magnífico elemento de rendir cuentas sobre nuestros convenios. Nos dan la oportunidad de confesar nuestros pecados, de re-dedicar nuestras almas y para re-establecer nuestras prioridades para adaptarlas a lo mejor dentro de nosotros mismos. Y la confesión es buena para el alma, no el ejercicio mental casual que pretende repasar nuestros pecados sino el acto valeroso de admitirlos ante un siervo de Dios que escucha y es comprensivo, que aunque no es la fuente del perdón, puede ser el oído que escucha y el agente de la reconstitución divina. La escritura dice: “Por esto sabréis si un hombre se arrepiente de sus pecados: He aquí, los confesará y los abandonará.” (Doctrina y Convenios 58: 43).

En el curso de instrucción que usó Moroni podemos empezar a ver no solo su papel como mentor y tutor, sino también el de profeta y obispo. ¿A donde podía recurrir el joven para recibir capacitación religiosa y edificación si se le había dicho que no se uniera a ninguna de las iglesias existentes? Su madre, Lucy Mack Smith, y otros miembros de la familia siguieron asistiendo a la Iglesia Presbiteriana, y es posible que José haya ido con ellos algunas veces. Obviamente tuvo varias conversaciones con los ministros a lo largo de esos años y posiblemente les dijo más de lo que la prudencia dictaba. Su padre, quien había sido preparado de manera especial para creer en el desarrollo espiritual de su hijo por medio de varios sueños y visiones que él mismo tuvo, creyó en la visita de Moroni y había dicho “que era de Dios” (José Smith – Historia 1: 50) y lo animó a que continuara. Por tanto, el joven José posiblemente esperaba esta entrevista anual como una ocasión sagrada para comunicarse, para confesarse, para explorar y para preguntar. El simple hecho de saber que tendría dichas entrevistas debe haber ejercido un impacto enorme sobre su fe, en su conducta personal y en el desarrollo del sentido de responsabilidad y de tener una misión.

Hay abundantes antecedentes y modelos en las escrituras para tal capacitación. Aunque Jesús a la tierna edad de doce años confundió a los maestros de su época, su propia misión empezaría formalmente hasta que fue mucho mayor. Mientras tanto continuó recibiendo instrucción y preparación, “gracia en gracia” tanto de Sus padres como de Su Padre Celestial “hasta que recibió la plenitud.” (Doctrina y Convenios 93: 12-13). Durante ese tiempo Él “crecía en sabiduría, y en estatura y en gracia para con Dios y los hombres.” (Lucas 2: 52). Samuel, el antiguo profeta israelita, fue instruido de manera similar. El Señor se le había aparecido cuando era un niño confiado y creyente y lo comisionó de igual manera diciendo: “He aquí, haré yo una cosa en Israel que a quien la oiga le retiñirán ambos oídos” (1 Samuel 3: 11). El Señor lo tomó bajo su ala porque “Samuel crecía, y Jehová estaba con él y no dejó caer a tierra ninguna de sus palabras. Y todo Israel supo, desde Dan hasta Beerseba, que Samuel había sido confirmado como profeta de Jehová” (1 Samuel 3: 19-20). El Señor no se le apareció solamente una vez a Samuel, porque se le apareció otra vez en Silo, enseñándole y revelándole mucho a Su joven profeta (véase 1 Samuel 3: 21). De manera similar, Nefi fue preparado por el Señor y por los ángeles de Dios en su misiones de obtener las planchas de Labán y de buscar una nueva tierra prometida, un curso de enseñanza que sus rebeldes hermanos mayores rehusaron aceptar. Aún Pablo el apóstol, después de su gloriosa visión de Cristo mientras estaba en el camino a Damasco, fue a un hombre llamado Ananías para ser sanado, ungido, bautizado y enseñado por el agente humano del milagro de Dios. Aunque lleno de su comisión, Pablo permaneció “por algunos días con los discípulos que estaban en Damasco” (Hechos 9: 19; véase también Gálatas 1: 15-18), presumiblemente no solamente testificando y confundiendo a los judíos incrédulos sino también siendo instruido y guiado por sus compañeros cristianos.

José Smith no explica las confidencias y confesiones que pudo haber expresado durante sus visitas anuales con Moroni. En los años intermedios entre 1823 y 1827, en los que José creció de los diecisiete años de edad hasta los veintiuno, se vio involucrado en la búsqueda de tesoros junto a Josíah Stowell de Bainesbridge, Nueva York. Mucho se ha dicho sobre el trabajo de José Smith en las excavaciones en minas de plata como una manera de aumentar los escasos recursos de su familia. Aunque la búsqueda de tesoros había sido una ocupación común en la Nueva Inglaterra y Nueva York durante décadas y ocupaba la fuerza de muchos, José se fue sintiendo incómodo con ese proceso y buscó distanciarse de la cultura mágica y el folklore asociado con eso y con la naturaleza materialista de quienes se dedicaban a ello; habiendo dicho, en momentos inoportunos, más de lo debido acerca de ángeles y las planchas de oro. José llegó a lamentar su participación en tales actividades y, al acercarse el tiempo de recibir las planchas, trató de seguir adelante. Pero si decidió no compartir con nosotros los asuntos privados que se trataron en sus entrevistas con Moroni, sí nos da indicios sobre lo que comentaron. “De acuerdo con lo que se me había mandado, acudía al fin de cada año, y en cada ocasión encontraba allí al mismo mensajero, y en cada una de nuestras entrevistas recibía de él instrucciones e inteligencia concernientes a lo que el Señor iba a hacer, y cómo y de que manera se conduciría su reino en los últimos días” (José Smith – Historia 1: 54).

Uno se asombra con la selección deliberada de las palabras “instrucciones” e “inteligencia.” La primera todos la podemos comprender, la última puede tener referencia a la “luz y verdad” que solamente la revelación puede impartir, el tipo de instrucción celestial, educación, y refinamiento que santifica al espíritu a la vez que instruye al alma.

Hubo también algo mas que las planchas y la forma de obtenerlas en la capacitación dada por Moroni. Claramente predijo los eventos “concernientes a lo que el Señor iba a hacer”, eventos que pudieron haber incluido el proceso de la traducción, la restauración de la autoridad necesaria e instrucciones angelicales adicionales. Más allá del futuro inmediato, Moroni también le enseñó acerca del “cómo y de que manera se conduciría su reino en los últimos días.” En estas entrevistas personales del Sacerdocio, ¿sería posible que el Profeta José haya aprendido el cómo y cuando organizar y establecer la Iglesia de Jesucristo, acerca de los oficios del sacerdocio, de los templos y otras muchas cosas más?“Por fin,” José Smith recibió las planchas, el Urim y Tumim y el pectoral el 22 de septiembre de 1827, de manos del “mismo mensajero celestial” y con el encargo final: “que yo sería responsable de ellos; que si permitía que se extraviaran por algún descuido o negligencia mía, sería desarraigado” (José Smith – Historia 1: 59), pero que, si era fiel, sería protegido en su obra. Al cabo de cuatro años de capacitación profética acerca de los principios de verdad y rectitud, se le consideró digno para avanzar al siguiente nivel de instrucción. Aún así, después de todo esto, todavía tenía mucho que aprender acerca del arrepentimiento.

Martin Harris y la Preparación para la Traducción, 1827-1829

Se desconce hasta que punto José había platicado en confianza con otras personas acerca de sus visitas con el ángel Moroni; sin embargo, aun antes de que recibiera las planchas, Martin Harris, un bien conocido granjero y ciudadano respetable de Palmyra, se había interesado en la incipiente misión del joven. Siendo mayor que José por veintidós años, Martin Harris había sido el comisionado de caminos y había servido en varios jurados locales. Siendo que asistía con frecuencia a la iglesia había adquirido cierta reputación como estudiante de la Biblia.

Mucho de lo que se sabe acerca de Harris en esos primeros años se lo debemos al relato de José Smith y al de su madre Lucy Mack Smith, cuya History of Joseph Smith by His Mother sigue siendo una lectura indispensable, especialmente en lo que concierne a esos primeros años de preparación. Según lo que ella dice, el matrimonio de Martín con su prima Lucy Harris era menos que ideal. De mal genio y dura de oído Lucy Harris se oponía fuertemente al interés que su esposo mostraba en el Profeta en ciernes de Palmyra.. Creía que les iría mal financieramente e insistía en participar en todos los tratos que tuviera Martin con la familia Smith. [3] Es muy comprensible la ansiedad de Martin para corroborar la credibilidad, si no es que la autenticidad, de la obra de José Smith, al tomar en cuenta sus problemas hogareños. Después de todo, era su dinero el que estaba en riesgo. [4]

Mucho antes de que el Profeta recibiera las planchas, “el rumor con sus mil lenguas” circulaba por todo Palmyra, tratando de desacreditar la reputación de la familia Smith. (José Smith – Historia 1: 61). La persecución resultante, llegó a ser tan intolerable que José y Emma querían mudarse a la casa de ella en Harmony Pennsylvania, algunos ciento sesenta kilómetros al sur. José registró: “En medio de nuestras aflicciones hallamos a un amigo en la persona de un caballero llamado Martin Harris, que vino a nosotros y me dio cincuenta dólares para ayudarnos a hacer nuestro viaje” (José Smith – Historia 1: 61) Con esa ayuda tan oportuna — equivalente a $2,500 al valor estándar de hoy en día— la pareja pudo salir de Palmyra e inmediatamente llegar a Harmony en el mes de diciembre de 1827.

Durante los siguientes meses, José continuó trabajando en la traducción de las Planchas Mayores de Nefi, terminando 116 páginas tamaño grande de la transcripción aparentemente con Martin Harris trabajando como su escriba. Acosado por las críticas constantes en su hogar y quizás también molesto por sus propias dudas persistentes, Martín le pidió a José que le permitiera llevar las páginas que habían terminado para enseñárselas a su esposa y sus familiares que tenían muchas dudas. Sin tomar en cuenta las advertencias del Señor de que no lo hiciera y su propio buen juicio, José aceptó con renuencia y entregó los manuscritos a su amigo y benefactor. Lamentablemente, no hizo una copia de ellos.

Martin regresó rápidamente a Palmyra en donde lo peor de sus intenciones se apoderó de lo mejor de él. Descuidadamente rompió su promesa de mostrar los manuscritos solamente a su esposa y a un grupo selecto de miembros de su familia, se mostró como un guardián infiel del texto sagrado y en poco tiempo los perdió, sin duda por haberlos prestado a otras personas.

Mientras tanto, no teniendo noticias de Martin, quien, como Lucy Smith recuerda, “estaba bien al tanto del arreglo cuando se separaron,” [5] las preocupaciones de José aumentaron esa misma primavera del año 1828 al enfrentar otra crisis en su casa. Emma había dado a luz a su primer niño, un hijo, que murió en la infancia. Permaneciendo al lado de la cama de su esposa de día y de noche durante dos semanas mientras se recuperaba, José estaba preocupado no solamente por su salud sino también por la condición y situación del manuscrito. Finalmente, a instancias de Emma, José regresó a Palmyra con el propósito de saber por qué Martin no aparecía y tampoco escribía.

La mañana en que intentaban reunirse, Martín Harris llegó como unas seis horas tarde al desayuno en la casa de los Smith, aparentemente rodeando y buscando, mientras José y el resto de la familia estaban adentro bastante preocupados e impacientes. Finalmente lo vieron venir.

Con paso lento, con los ojos fijos en el piso hasta que llegó a la cerca, la brincó y se caló el sombrero hasta los ojos. Por fin entró a la casa. Lucy registra lo que sucedió enseguida:

Martin tomó su cuchillo y tenedor como si los fuera a usar pero los dejó caer. Hyrum dijo: “Martin, ¿por qué no come? ¿se encuentra bien? Martin apretó sus manos contra sus sienes y exclamó en un tono muy angustiado, “¡Oh, he perdido mi alma! ,¡he perdido mi alma!”

José, que había controlado sus temores hasta ese momento, brincó de la mesa, exclamando: “¡Oh! Martin, ¿ha perdido el manuscrito? ¿Ha roto su juramento y ha traído condenación sobre mi cabeza así como sobre la suya?

“Sí,” contestó Martin, “se perdió, y no se en donde.”

“Oh, mi Dios, mi Dios,” dijo José, juntando sus manos.” “¡Todo se ha perdido, está perdido!” ¿Que es lo que voy a hacer? ¡He pecado! Soy yo quien tentó a la ira de Dios al pedirle lo que no tenía derecho de pedir, puesto que fui instruído claramente por el ángel. . . “¿Debo ahora, dijo José, regresar a donde mi esposa con una historia como esta? No me atrevo a hacerlo porque eso la mataría de inmediato. ¿Y como me presentaré ante el Señor? ¿Qué tipo de reproche merezco recibir de parte del ángel del Altísimo?” [6]

En este momento dramático, podemos vislumbrar algo del carácter de José Smith y hasta donde se le había enseñado. Un hombre menor, muy probablemente se hubiera vuelto contra Martin Harris y lo habría regañado fuertemente por su propio error de juicio. Por ser como es la naturaleza humana, con frecuencia tratamos de culpar a otros por causar nuestros problemas, en especial cuando comparten tanto de la culpa. Pero en ese momento de angustia, José Smith creció a la altura de su llamamiento, al tomar la responsabilidad total y completa por todo el asunto: “¡He pecado! Soy yo quien tentó a la ira de Dios.” Si el primer paso del arrepentimiento es aceptar su propia responsabilidad, aquí José era el maestro y Martin Harris su alumno atormentado.

Lucy muestra la profundidad del remordimiento que sentía su hijo. “Le pedí que no se lamentara tanto,” escribió, con la esperanza de ofrecerle algo de consuelo.

Porque podría ser que el Señor lo perdonara, después de una corta temporada de arrepentimiento y humildad. Pero ¿qué podría decir para consolarlo cuando vio que toda la familia estaba con la misma situación mental en que él estaba? Nuestros más afligido que los demás, porque conocía definitivamente, y por amarga experiencia, las consecuencias de lo que, para otros, podría parecer un fallo insignificante. Siguió caminando de atrás para adelante, llorando y lamentándose como un niño, hasta el anochecer, cuando lo convencí de que tomara algo de alimento. [7]

Regresando a casa en Harmony inmediatamente después de eso, José Smith continuó orando fervientemente, percibiendo que estaba por llegar el día en que debía rendir cuentas. Posteriormente, Moroni se le apareció una vez más , y lo censuró por haber entregado el manuscrito en las manos de Harris. El Profeta dijo: “Como me arriesgué a ser responsable por la infidelidad de este hombre, tendría que sufrir las consecuencias de su indiscreción, y ahora debo entregar el Urim y Tumim en sus manos (las del ángel).” [8]

José recibió una revelación en el verano de 1828, poco después de que el ángel lo visitara, en la cual fue castigado en términos muy claros:

Y he aquí, con cuánta frecuencia has transgredido los mandamientos y las leyes de Dios, y has seguido las persuasiones de los hombres.

Pues he aquí, no debiste haber temido al hombre más que a Dios. Aunque los hombres desdeñan los consejos de Dios y desprecian sus palabras,

sin embargo, tú debiste haber sido fiel; y con su brazo extendido, él te hubiera defendido de todos los dardos encendidos del adversario; y habría estado contigo en todo momento de dificultad. . . . porque has permitido que el consejo de tu director sea hollado desde el principio. (Doctrina y Convenios 3: 6-8, 15).

En consecuencia, José perdió sus privilegios para traducir durante una temporada, fue un tiempo de probación durante el cual continuó aprendiendo acerca de la humildad y la disciplina, más consciente que antes de que la Restauración del evangelio y la traducción del Libro de Mormón se efectuarían ya fuera con o sin él.

Felizmente, unos dos meses después, el 22 de septiembre de 1828, el quinto aniversario de la primera aparición de Moroni, José Smith disfrutó de los frutos de su disciplina, diciendo “Tuve el gozo y la satisfacción de recibir otra vez el Urim y Tumim.” Su maestro también “estaba regocijado” por las lecciones que José había aprendido sobre el arrepentimiento y “me dijo que el Señor estaba complacido con mi fidelidad y humildad, y que me amaba por mi disciplina y diligencia en la oración.” [9]

La historia de José Smith, Moroni, Martin Harris y el manuscrito perdido tiene un episodio final. Nueve meses después, a finales de junio de 1829, en la granja de Peter Whitmer hijo, en Fayette, Nueva York, el ángel Moroni se apareció a los Tres Testigos: Martin Harris, David Whitmer y Oliver Cowdery. Así como Moroni había venido a José Smith en septiembre de 1823 para declarar el perdón y para enseñarle a José sobre el arrepentimiento, así también esta visita de Moroni a Harris se basó en el mismo principio salvador. José Smith le había dicho de antemano a Harris, cuando le indicó la posibilidad de que el pudiera ser uno de los Tres Testigos, “Martin Harris, . . . tiene que arrepentirse ante Dios en este día y obtener, si es posible, el perdón de sus pecados. Si lo hace, es la voluntad de Dios que usted. . . pueda ver las planchas.” [10] Es bien conocido en la historia de la Iglesia el hecho de que después de que David, Oliver, Martín y José se habían retirado al bosque cerca de la casa de los Whitmer, no sucedió nada hasta que Martin se disculpó, pues creía que él, “según él mismo lo expresó, era el causante de que no recibiéramos lo que deseábamos. En consecuencia se retiró” mientras que el ángel se apareció a los otros tres hombres. Solamente fue hasta después de que José se reuniera con Martin y lo acompañara en ferviente oración, que se abrió la misma visión ante sus ojos. “‘Basta’ Basta.” dijo; “mis ojos han visto; mis ojos han visto.” Entonces, “brincando, gritó: ‘Hosana,’ bendiciendo a Dios, y regocijándose excesivamente en otras formas.” [11]

José Smith, Oliver Cowdery y el Proceso de Traducción, 1829

Llegamos ahora al tercer y último episodio, el período de la traducción durante el cual José Smith y su nuevo escribiente, Oliver Cowdery, terminaron el Libro de Mormón como ahora lo conocemos. Prácticamente de la misma edad que José, Oliver (1806-1850) también era de Vermont, había sido dependiente de tienda y enseñó en las escuelas rurales. Mientras se alojaba con los padres de José Smith, oyó del registro antiguo y de las 116 páginas perdidas. Lo que despertó su interés en la obra es que le “había consultado al Señor” sobre el asunto. Según se registra en la Doctrina y Convenios: “cuantas veces lo has hecho, has recibido instrucción de mi Espíritu. De lo contrario, no habrías llegado al lugar donde ahora estás” (Doctrina y Convenios 6: 14). José Smith dijo: “El Señor se le apareció a. . . Oliver Cowdery y le mostró las planchas en visión. . . y lo que el Señor iba a hacer por medio de mí, su indigno siervo. Por tanto deseaba venir a escribir lo que yo tradujera.” [12]

Ambos hombres se vieron por primera vez el 5 de abril de 1829, al día siguiente trataron juntos algunos asuntos temporales, y empezaron el trabajo de la traducción el 7 de abril. Asociados en el proceso de la traducción, la gran diferencia entre ellos era la preparación espiritual y el enfoque académico del trabajo. Un maestro de profesión que sabía leer y escribir y hacer números mucho mejor que su compañero, Oliver era sin embargo el alumno de José en cuanto a los primeros principios.

Al ver la experiencia fracasada de Oliver como traductor, se pueden vislumbrar las tremendas dificultades intelectuales que enfrentó José Smith al traducir un lenguaje antiguo y desconocido, aunque tuviera la ayuda del Urim y Tumim; y nos permite ver otra perspectiva de como fue que se enseñó el arrepentimiento durante el proceso de la traducción. Vale la pena tomar nota de que el segundo élder de la Restauración empezó su misión buscando el don de traducir: “Pide que se te conceda conocer los misterios de Dios y que puedas traducir y recibir conocimiento de todos esos antiguos anales que han sido escondidos, que son sagrados; y según tu fe te será hecho” (Doctrina y Convenios 8: 11). Sin embargo, según lo ha dicho el élder Dallin H. Oaks, Oliver muy pronto “fracasó en sus intentos por traducir.” [13] ¿Por qué? “Y he aquí, es por motivo de que no continuaste como al comienzo . . . has supuesto que yo te lo concedería cuando no pensaste sino en pedirme. Pero he aquí, te digo que debes estudiarlo en tu mente; entonces has de preguntarme si está bien” (Doctrina y Convenios 9: 5, 7-8).

El tema aquí era más que la actitud de ser enseñado y la humildad de Oliver; incluía también la aptitud de aplicarse intelectualmente la cual no estaba tan bien desarrollada en él para rendir resultados, o al menos en la manera oportuna en que se requería. Oliver fracasó en la obra de traducción que demandaba una dedicación intelectual porque no se aplicó mentalmente y por completo a ella. Y como lo indicó el Señor: “He aquí no has entendido; has supuesto que yo te lo concedería cuando no pensaste sino en pedirme. Pero he aquí, te digo que debes estudiarlo en tu mente; entonces has de preguntarme si está bién; y si así fuere, haré que tu pecho arda dentro de tí; por tanto, sentirás que está bien” (Doctrina y Convenios 9: 7-8). José Smith había aprendido ambas lecciones — la espiritual y la mental— de sus experiencias anteriores. Se le había enseñado en asuntos del carácter y del espíritu durante los últimos nueve años por medio de la expreiencia anterior con Martin Harris y la traducción de las 116 páginas; claramente, en retrospectiva, una escuela preparatoria de aprendizaje extraordinario. ¿Podemos en verdad esperar que Oliver las haya aprendido tan bien en unos cuantos días en esa asignación? Quizás deseemos revisar nuestra forma de pensar en cuanto a quién era el alumno y quién el maestro.

Las exigencias intelectuales de la traducción fueron rigorosas y extremadamente desafiantes. Si las experiencias y el Testimonio de los Tres Testigos se deben aceptar por lo que valen, la traducción con éxito del Libro de Mormón no fue mágico ni mítico sino medido y maravilloso, por una parte fue una confluencia cuidadosa de obediencia, arrepentimiento constante, y la resultante revelación; y por la otra el ejercicio mental constante del estudio intenso, reconocer y recordar, probar y errar. Los detalles específicos de la traducción siguen siendo un misterio, pero puede ser instructivo el comparar el trabajo de José Smith con el trabajo de su gran contemporáneo, el gran traductor de la antigua escritura egipcia en jeroglíficos, el brillante Jean- Francois Champollion. Solo cinco años antes, Champollion finalmente había podido decifrar los misteriosos jeroglíficos de la famosa Piedra Rosetta que encontró el ejército de Napoleón cerca de Alejandría en el año 1799. Después de toda una vida de estudiar el copto, el árabe, el hebrero, el griego, el egipcio y una docena más de otros idiomas, Champollion en su famosa “Lettre à Monsieur Dacier” del 22 de septiembre de 1822, un año exacto antes de la visita inicial de Moroni, convenció al mundo expectante que él podía leer los antiguos escritos jeroglíficos de Egipto. Como resultado, Chamnpollion, el hombre de Grenoble, es considerado justamente como el padre de la egiptología moderna.

Aunque Champollion ingenuamente pensó al principio que conocer profundamente el copto le permitiría decifrar directamente los jeroglíficos egipcios antiguos, gradualmente llegó a comprender tristemente que ese no era el caso. Los escritos en jeroglíficos no eran un solo alfabeto; contenían una amplia variedad de formas de describir a la misma persona o lugar, y no tenían vocales sino bastantes contracciones tipo taquigrafía, como si en español uno pudiera escribir “nvrsd” para universidad o “stcmnt” para estacionamiento. Además, los antiguos escribas egipcios pensaron que el lector estaba familiarizado con sus combinaciones de las vocales correctas y sus contracciones, “pero ese conocimiento se había perdido, aunque el idioma copto da algunas pistas para eso.” [14]

Después de largos y concienzudos esfuerzos, Champollion concluyó que los jeroglíficos no podían leerse solos sino que debían ser en grupos o racimos. Comparando intensamente el griego con el copto, el copto con el demótico (una posterior forma simplificada de escritura egipcia) y por extensión, el demótico con los jeroglíficos, Champollion se dio cuenta de que había tres veces más signos jeroglíficos que palabras griegas. Por tanto, tenía que haber una combinación o grupo de signos para transmitir un solo significado —en otras palabras, consonantes y sílabas— que son partes esenciales de las expresiones fonéticas. A diferencia de otros de sus contemporáneos científicos, como Thomas Young de Inglaterra, Champollion ahora no estaba buscando más pistas entre los jeroglíficos y el demótico, sino la capacidad de leer el laberinto de lo que constituía la escritura jeroglífica.

Lo que le permitió a Champollion hacer lo que Young ni otros habían podido lograr, fue el aplicar al problema su dominio del idioma copto. Como un líder erudito ha escrito: “ Su dominio del copto le permitió deducir los valores fonéticos de muchos signos silábicos, y asignar las lecturas correctas a muchos caracteres gráficos, cuyo significado le fue dado a conocer por los textos griegos en la Piedra.” [15] El sistema de descifrado que Champollion había desarrollado sistemáticamente durante varios años era que la escritura en jeroglíficos era primordialmente fonética, pero no por completo, y que también contenía logogramas o símbolos taquigráficos usados para los nombres nativos y los pronombres comunes de la era de los Faraones. La mezcla de ambos constituyó un alfabeto antiguo, el cual ahora pudo probar y leerlo o descifrarlo suficientemente. Por lo tanto, Champollion pudo llegar a la conclusión correcta de que la escritura de los jeroglíficos no eran solamente de los últimos períodos de la historia egipcia sino que también lo eran del inicio de la era de los faraones. Él, por lo tanto, descodificó todo el sistema y demostró que el jeroglífico, el hierático y el demótico correspondían todos al mismo idioma. Aunque Young bien pudo haber descubierto partes del alfabeto, fue “Champollion [quien] abrió todo el lenguaje.” [16]

Por otra parte, José Smith apenas podía leer o escribir en un idioma: el inglés. [17] José Smith no tuvo el tiempo, ni la capacitación académica, ni el conocimiento lingüístico para descodificar un símbolo tras otro; de hecho su misión no era dominar la lingüística necesaria para leer un idioma antiguo sino que era el traducir y transmitir su significado al inglés. Su trabajo inicial en la traducción consistió en copiar los distintos “caracteres,” las letras, las frases o los jeroglíficos que se hallaban en las planchas mayores de Nefi en un tipo de alfabeto que funcionara. Él registró: “Copié un número considerable de ellos,” lo que es una evidencia clara del ejercicio mental fuerte y el estudio cuidadoso que él también necesitaría antes de que pudiera empezar la traducción. Entonces, y solamente de manera gradual, él empezó a usar lo que ni Champollion ni ningún otro traductor habían tenido a su disposición: los Intérpretes. Con la ayuda de esos instrumentos antiguos, José Smith empezó a traducir algunos de los caracteres.

Parecería que el proceso no consistió en descodificar o descifrar el significado exacto de cada símbolo e inscripción que se hallaban en las planchas, como Champollion lo hizo tan esmeradamente con la Piedra Rosetta, sino más bien en discernir el significado indicado en ellos y además, batallar para transcribir esos significados al inglés literario antiguo semejante al de la Biblia del Rey Santiago. Parece ser que los traductores habían funcionado en dos niveles: comunicar el significado del texto antiguo y simultáneamente sugerir las palabras semejantes al inglés bíblico que estaban fuera del alcance limitado que tenía entonces José Smith. Por lo tanto, podemos argumentar que José Smith no fue un descodificador o un traductor puro en el sentido estricto de la palabra como Champollion sino más bien un transmisor/traductor y escritor que, con la ayuda de los intérpretes, transpuso lo que vio a una prosa y poesía inglesa exquisita.

Para todo esto, Oliver no estaba bien preparado. La reprimenda personal y el regaño gentil que recibió en la sección 9 de la Doctrina y Convenios no fueron tanto un regaño sino más bien un recordatorio de que Dios había llamado y preparado a su profeta; y lo que ahora se necesitaba era un escriba arrepentido y humilde y que apoyara devotamente y que fuera un testigo ocular confiable de las visiones que ocurrirían pronto. “No te quejes, hijo mío, porque es según mi sabiduría el haber obrado contigo de esta manera. . . . no es oportuno que traduzcas ahora. He aquí, cuando comenzaste fue oportuno; mas tuviste miedo, y ha pasado el momento, y ahora ya no conviene; porque, ¿no ves que le he dado a mi siervo José fuerza suficiente mediante la cual esto se compensa? Y a ninguno de vosotros dos he condenado. . . . Sé fiel y no cedas a ninguna tentación” (Doctrina y Convenios 9: 6, 10-13). Esa fue una lección acerca del arrepentimiento que no perdieron ninguno de los dos.

Si José y Oliver aprendieron del arrepentimiento al inicio de la traducción, a medida que avanzaba la obra se les recordó de su importancia central. Es muy conocido el recuerdo de David Whitmer cuando en el año 1882 habló de la ocasión en que José no pudo traducir, a pesar de todos los dones que tenía a su disposición. Whitmer dijo: “Él no podía traducir a menos que fuera humilde y tuviera los sentimientos debidos hacia los demás.”

Se ilustra para que lo puedan ver. Una mañana mientras se alistaba para continuar la traducción, pasó algo malo en la casa y el se molestó. Era algo que Emma había hecho. Oliver y yo subimos [obviamente esto fue en la casa de los Whitmer] y poco después subió José para continuar la traducción, pero no pudo hacer nada. No pudo traducir ni una sola sílaba. Bajó, salió a la huerta, y estuvo suplicando al Señor; estuvo afuera cerca de una hora; regresó a la casa y le pidió perdón a Emma y luego subió a donde estábamos y entonces la traducción continuó muy bien. No pudo hacer nada a menos que fuera humilde y fiel. [18]

Por tanto, usando la fraseología de B. H. Roberts, la traducción “no fue meramente un proceso mecánico” sino más bien un laboratorio de aplicación espiritual y mental que es gobernado por los principios que se encuentran en el mismo libro que estaban traduciendo. Aun después de casi diez años de preparación, José Smith volvió a aprender la lección de que aun los pecados o las ofensas mas pequeños evitaban el libre flujo de la inspiración y la revelación. Por la fe, la fe que le llevó al arrepentimiento, y que a su vez le condujo a la influencia guiadora y reveladora del Espíritu del Señor, él pudo seguir su camino hasta el fin del proceso de traducción.

Conclusión

He sugerido una perspectiva nueva y diferente a la de algunos biógrafos de José Smith. En ninguna parte he dicho que José Smith fuera perfecto o sin culpa. Sus imperfecciones y pecados fueron reales, y aunque no los he usado de ninguna manera para desacreditar su vida, con seguridad le causaron tristeza y apuros. Nuestro tema ha sido que si Dios llamó a un profeta, Él preparó a ese profeta en cuanto a los primeros principios del evangelio. La misión de Moroni a fin de preparar el camino para la traducción del Libro de Mormón, fue la asignación que se dio a los visitantes angelicales: “ejercer su ministerio de acuerdo con la palabra de su mandato, manifestándose a los que tienen una fe fuerte y una mente firme en toda forma de santidad. Y el oficio de su ministerio es llamar a los hombres al arrepentimiento; y cumplir y llevar a efecto la obra de los convenios del Padre” (Moroni 7: 30-31). Vez tras vez, Moroni, el profeta maestro, capacitó a José Smith, el profeta aprendiz, en asuntos del alma, de honestidad e integridad, en la humildad y la paciencia, en el arrepentimiento y el perdón. A los socios de José Smith en la traducción, Martin Harris y Oliver Cowdery, de igual manera se les capacitó en los mismos principios y aprendieron por la experiencia difícil que, para que surtiera efecto duradero, el mensaje del evangelio tenía que ser vivido por los mensajeros del evangelio. La integridad, no la hipocresía atraerá a los mejores hombres y mujeres y hará un movimiento duradero. Este mandato fue repetido por todo el camino hasta Fayette y la organización de la Iglesia en 1830 y, de hecho, por muchos años después. “No prediques más que el arrepentimiento” y “lo que será de mayor valor para ti será declarar el arrepentimiento a este pueblo, a fin de que traigas almas a mí, para que con ellas reposes en el reino de mi Padre” (Doctrina y Convenios 19: 21; ver también 15: 6 y 16: 6). De hecho, esta lección de arrepentimiento y perdón se repetiría muchas veces en las páginas de la historia posterior de la Iglesia, incluyendo la famosa visión en el Templo de Kirtland en abril de 1836 cuando el Señor de nuevo les dijo a José y a Oliver: “He aquí, vuestros pecados os son perdonados; os halláis limpios delante de mí; por tanto, alzad la cabeza y regocijaos” Doctrina y Convenios 110: 5).

Notas

[1] De Oliver Cowdery a W. W. Phelps en el Messenger and Advocate, febrero de 1835, p.79.

[2] Por ejemplo, en la primavera de 1836 en la dedicación del Templo de Kirtland, cuando Cristo mismo se apareció ante los altares del templo, entre las primeras palabras fueron que les proclamó a José Smith y a Oliver Cowdery: “He aquí vuestros pecados os son perdonados; os halláis limpios delante de mí; . . . alzad la cabeza y regocijaos” (Doctrina y Convenios 110: 5). Así como la fe precede al milagro, el arrepentimiento precede a la asignación. El hombre debe ser “digno de su salario.” (Doctrina y Convenios 84: 79).

[3] Los profesores Susan Easton Black y Larry C. Porter están por publicar una nueva biografía de Martin Harris.

[4] Para mayor información acerca de la visita de Harris al este, ver “The Anthon Transcript: People, Primary Sources and Problems” por Stanley B. Kimball, en BYU Studies, vol. 10, núm. 3 (primavera de 1970): págs. 325-352; ver también el artículo del autor “‘Read This I Pray Thee’: Martin Harris and the Three Wise Men of the East” (que ha sido aceptado para publicarse en el Journal of Mormon History en el año 2010).

[5] Lucy Mack Smith, The Revised and Enhanced History of Joseph Smith by His Mother, editado por Scot Facer Proctor y Maurine Jensen Proctor (Salt Lake City: Deseret Book, 1996), pag. 161.

[6] Lucy Mack Smith, History of Joseph Smith by His Mother, pags. 164-166.

[7] Lucy Mack Smith, History of Joseph Smith by His Mother, pag. 166.

[8] Lucy Mack Smith, History of Joseph Smith by His Mother, pag. 174.

[9] Lucy Mack Smith, History of Joseph Smith by His Mother, pag. 176.

[10] Lucy Mack Smith, History of Joseph Smith by His Mother, pag. 199.

[11] José Smith, History of the Church of Jesus Christ of Latter-day Saints, editada por B. H. Roberts, segunda edición revisada (Salt Lake City: Deseret Book, 1957), 1: 54-55.

[12] The Papers of Joseph Smith, vol. 1 Autobiographical and Historical Writings, editado por Dean C. Jessee, (Salt Lake City: Deseret Book, 1989), 1: 10.

[13] Dallin H. Oaks, “Our Strenghts Can Become Our Downfall,” en BYU Speeches of the Year 7 de junio de 1992, página 6.,

[14] Lesley y Roy Adkins, The Keys of Egypt: The Obsession to Decipher Egyptian Heroglyphics (Nueva York: Harper Collins, 2000), pág. 84.

[15] Ernest Alfred Wallis Budge, The Rosetta Stone in the British Museum, (Nueva York: AMS Press, 1976), pág. 4.

[16] Richard B. Parkinson, Cracking Codes: The Rosetta Stone and Decipherment (Berkely: University of California Press, 1999), pág. 40.

[17] Posteriormente, Emma Smith le volvió a contar a su hijo la experiencia del período de traducción como sigue: “Estoy satisfecha porque ningún hombre pudo haber dictado los escritos de los manuscritos a menos que estuviera inspirado; porque, mientras serví como su escriba, tu padre me dictaba hora tras hora; y cuando regresábamos después de las comidas o de alguna interrupción, de inmediato empezaba donde se había quedado, sin ver el manuscrito o pedirme que le leyera una parte de el. Era usual que él hiciera esto. Hubiera sido poco probable que un hombre educado pudiera hacer esto; y, para alguien tan ignorante e iletrado como él era, habría sido imposible” (“Last Testimony of Sister Emma,” Saints’ Herald, 1 de octubre de 1879, pag. 290).

[18] Declaración de David Whitmer hecha a William H. Kelley y G. A. Blakeslee de Gallen, Michigan, el 15 de septiembre de 1882, tomado del debate entre Baden y Kelley acerca del origen divino del Libro de Mormón, página 186, según se citó en The Essentil B. H. Roberts, por Brigham Henry Roberts y editado por Brigham D. Madsen (Salt Lake City: Signature Books, 1999). Pág. 139.