El pecado, la culpa y la gracia: martínl lutero y la doctrina de la restauración

Daniel K Judd

El psiquiatra americano Karl Menninger publicó en el año 1973 un libro interesante con el llamativo título Whatever Became of Sin? [¿Qué Pasó con el Pecado?] Lo oportuno de la publicación de Menninger fue una de las razones por las que llegó a ser importante; la comunidad académica y la cultura popular se estaban distanciando de la religión en lo general y del concepto del pecado y la culpa en lo particular. Menninger, el fundador de la mundialmente reconocida clínica Menninger, y muy bien versado en los orígenes biológicos y sociológicos de la enfermedad mental, escribió: “En todos los lamentos y los reproches que hacen nuestros [líderes], uno extraña el que no haya mención alguna del ‘pecado,’ una palabra que era una contraseña auténtica de los profetas. . . . Sabemos que se cometen actos malos; durante las noches se siembran cizañas en los trigales. Pero, ¿no hay algún culpable o alguien que se responsabilice de esos actos? Todos reconocemos la ansiedad y la depresión, y hasta unos vagos sentimientos de culpabilidad; pero ¿nadie ha cometido algunos pecados? De hecho, ¿a dónde se ha ido el pecado? ¿Qué pasó con él?” [1]

El punto de vista de Menninger enfrentó mucha oposición. Albert Ellis, contemporáneo de Menninger y un muy respetado teórico y psicólogo, representó a quienes hablaron en contra de las creencias religiosas al declarar: “La religiosidad, por tanto, en muchos aspectos es equivalente al pensamiento irracional y al disturbio emocional. . . . La solución terapéutica elegante para los problemas emocionales es ser bastante anti-religioso. . . . Mientras menos religiosos sean, serán más sanos emocionalmente.” [2] Esta declaración de Ellis hace eco a los escritos de Sigmund Freud, que consideraba que la religión era “la neurosis compulsiva universal de la humanidad.” [3] Los escritos de Freud y Ellis se adelantaron a muchas de las críticas de las creencias y las prácticas religiosas actuales, tales como las que hizo el Profesor Richard Dawkins, que describe a la religión como una “infección maligna.” [4]

Sin embargo, con muy pocas excepciones, las investigaciones desde la primera parte del siglo veinte hasta el presente han producido muy poco apoyo para el argumento que vincula la religión a la enfermedad mental. [5] La mayoría significativa de los estudios apoyan la conclusión de que las creencias y las prácticas religiosas, y muy especialmente la devoción religiosa intrínseca, facilitan la salud mental, la cohesión marital y la estabilidad familiar. [6]

Aunque muchas de las investigaciones sobre la salud mental son positivas con respecto a la influencia religiosa, hay lecciones importantes que aprender de la minoría de los estudios que sugieren que algunas creencias y prácticas religiosas son perjudiciales para la salud mental. Hay pocas influencias más destructivas en la vida de los individuos, las familias y de las naciones que la religión “descompuesta.” A la inversa, como este artículo lo sugerirá, en general la religión es una influencia benéfica en la vida de los individuos, las familias y las naciones.

El principal interés de este artículo es enfocarse en los principios doctrinales básicos del pecado, la culpa, y la gracia y las bendiciones que vienen por medio de la Expiación de Jesucristo ya que contribuyen al bienestar temporal y eterno de la familia humana. También se da atención especial a las enseñanzas doctrinales, que si se mal interpretan y se aplican equivocadamente, pueden contribuir a la inestabilidad individual, familiar y global. Una gran parte del artículo incluye ejemplos de la vida del famoso reformador protestante Martín Lutero como ilustraciones de las influencias, positivas y negativas, de las creencias y prácticas religiosas genuinas y de las distorsionadas.

La doctrina del pecado

El escritor inglés G. K. Chesterton notorio por sus conocimientos de la cultura occidental, escribió un libro titulado What’s Wrong with the World [Qué es lo Malo del Mundo] [7] La leyenda indica que el título para esa publicación en el año 1910 se inspiró en la invitación, que él y otros escritores ingleses recibieron del muy conocido periódico londinense Times para escribir acerca de los problemas que estaba enfrentando el mundo. Aparentemente, se recibieron muchas respuestas, pero la más notoria fue la de Chesterton. En respuesta a la pregunta “¿Qué es lo Malo del Mundo?” él simplemente contestó: “Estimados Señores: Yo Soy. Sinceramente, G. K. Chesterton.” [8]

Es cierto que no todos los problemas del mundo tienen su origen en el pecado (ver Juan 9: 1-3), pero el ignorar la moralidad de la mortalidad y re-etiquetar todos esos problemas como dolencias, enfermedad mental, o hasta crimen, es cometer un grave error. Si no entendemos la relación entre el pecado, la culpa, el arrepentimiento, y la gracia de Jesucristo, es posible que nunca estaremos libres de nuestras cargas individuales. La consecuencia de eliminar el pecado como una fuente de sufrimiento es quitar también el único remedio que traerá la curación que muchos buscan.

En el Nuevo Testamento, la palabra griega más común que ha sido traducida como “pecado” es hamartia, que significa más exactamente “errar el blanco.” [9] Frecuentemente interpretamos que “errar el blanco;”cuando pecamos es violar los mandamientos de Dios; el élder Neal A. Maxwell enseñó que “el blanco” no es solamente un mandamiento o un principio, sino que “el blanco es Cristo.” [10] Cristo es el blanco; los principios doctrinales que se encuentran en Su evangelio son las manifestaciones de su mismo Ser. Los principios, los preceptos, y las leyes doctrinales son vitales, pero el Salvador no fue solamente un maestro de la ley; Él fue y es la ley: “He aquí, yo soy la ley y la luz. Mirad hacia mí, y perseverad hasta el fin, y viviréis; porque al que persevere hasta el fin, le daré vida eterna” (3 Nefi 15: 9).

Así como llegamos a ser discípulos de Jesucristo por seguir sus enseñanzas, también adquirimos sus atributos y llegamos a ser como Él es. Pablo enseño a los primeros santos en Filipo: “Prosigo a la meta, al premio del supremo llamamiento de Dios en Cristo Jesús” (Filipenses 3: 14; énfasis agregado). El pecado nos separa del Salvador; seguir sus enseñanzas y su ejemplo nos conduce a Él.

Transpasar lo señalado

Pablo les enseñó a los santos en Roma: “Por cuanto todos pecaron y están destituidos de la gloria de Dios” (Romanos 3:23; énfasis agregado). Jacob, el profeta del Libro de Mormón, enseñó que nosotros también podemos transgredir las leyes de Dios por “traspasar lo señalado.” Jacob enseñó que “traspasar lo señalado” fue la razón por la que los antiguos judíos perdieron la verdad con la una vez fueron bendecidos al tenerla: “Pero he aquí, los judíos fueron un pueblo de dura cerviz; y despreciaron las palabras de claridad, y mataron a los profertas, y procuraron cosas que no podían entender. Por tanto, a causa de su ceguedad, la cual vino por traspasar lo señalado, es menester que caigan; porque Dios les ha quitado su claridad y les ha entregado muchas cosas que no pueden entender, porque así lo desearon; y porque así lo desearon, Dios lo ha hecho, a fin de que tropiecen” (Jacob 4:14; énfasis agregado).

Los judíos buscaban un salvador, pero la mayoría no estaban buscando el ser salvos del pecado. El salvador que esperaban los liberaría de la opresión romana y les brindaría una salvación temporal. Erraron el blanco al no aceptar y seguir a Jesucristo como el Mesías.

En nuestra propia época, hay quienes también “traspasan lo señalado” como el medio para colocarse arriba de los demás y colocar a la ley arriba del Legislador. Ellos, como algunos de los fariseos de la antigüedad, hacen las cosas correctas por las razones equivocadas. La crítica de Cristo a los fariseos, que se encuentra en el libro de Mateo, no se refiere a las acciones sino a los motivos: “. . . . hacen todas sus obras para ser vistos por los hombres. . . .” (Mateo 23: 5). Robert L. Millet ha escrito: “A medida que los miembros de la Iglesia rebasan los límites del decoro y traspasan lo señalado, se exponen a la decepción, y al final, a la destrucción. El desequilibrio lleva a la inestabilidad. Si Satanás no puede hacer que mintamos, o robemos o que fumemos o que seamos inmorales, es posible que solamente hará que nuestra fortaleza—nuestro celo por la bondad y la rectitud—se convierta en nuestra debilidad. Él fomentará el exceso, porque ciertamente, cualquier virtud, llevada al extremo, se convierte en un vicio.” [11]

Por tanto, a menudo el “traspasar lo señalado” es una expresión de legalismo o de “la rectitud de las obras” con la cual las personas intentan salvarse a sí mismas mediante la obediencia a la ley. El “traspasar lo señalado” puede ser tan destructivo como el no guardar los mandamientos. Esta forma externa de creencia y práctica religiosa, en la que el enfoque está en el comportamiento en público más que en la adoración en privado, es una característica común de muchos de los miembros de las comunidades religiosas que experimentan una creciente inestabilidad mental y emocional. [12] Quienes son religiosos externamente tienden a ver la religión como el medio para lograr la aceptación pública y otros objetivos centrados en sí mismos. Las personas religiosas internamente, ponen la voluntad de Dios y el bien de los demás antes de sí mismos. Las creencias y prácticas religiosas internas son las formas de religión que se relacionan más comúnmente con la creciente salud mental. [13]

Los fariseos del Nuevo Testamento que eran motivados externamente, son ejemplos de quienes adoraron la ley pero rechazaron al Legislador. El Apóstol Pablo describió esta misma rectitud falsa de los de su época que tenían “celo por Dios, pero no conforme al conocimiento” (Romanos 10: 2). Pablo continuó con esa descripción al enseñar que tales individuos estaban “ignorando la justicia de Dios, y procurando establecer la suya propia, [y] no se han sujetado a la justicia de Dios” (Romanos 10: 3). Estas advertencias de las escrituras, junto con los hallazgos de las investigaciones de la ciencia social, nos advierten de los peligros de tener exceso de celo en las creencias y las prácticas religiosas (ver Mosíah 9: 3).

Martín Lutero

Aunque existen individuos que ven y viven “traspasando lo señalado” como el medio de gratificar su “orgullo [y] vana ambición” (D y C 121:37), otros pecan por ignorancia en su sincero pero mal dirigido intento de vivir con lo que entienden que es el evangelio de Cristo (ver Mosíah 3:11). Es una triste realidad el que podemos pecar por ignorancia, y aunque no seamos culpables moralmente por pecar, de todas formas sufrimos las consecuencias de la ley que hemos violado.

Uno de los ejemplos más sorprendentes en la historia cristiana de alguien que empezó su ministerio enfocado en los sacramentos externos de su religión, en lo que erróneamente pensaba que era una devoción religiosa genuina, es Martín Lutero, uno de los padres de la Reforma Protestante. Su lucha personal, y posteriormente pública, en contra de las falsedades del legalismo, el celo excesivo, y (discutiblemente) una obsesión clínica con la escrupulosidad, influyeron en la Reforma Protestante y la posterior Restauración por medio del Profeta José Smith. Las personas de todas las religiones pueden aprender mucho de los errores de Martín Lutero así como de sus contribuciones importantes a las creencias y las prácticas religiosas.

En sus propias escritos leemos que Martín Lutero comenzó su ministerio como un fiel monje agustino: “Fui un buen monje, y cumplí las reglas de mi orden tan estrictamente que podría decir que si alguna vez un monje llegaba al cielo por su vida monástica, ese era yo. Todos mis hermanos en el monasterio que me conocieron bien lo respaldarán. Si hubiera seguido por más tiempo, me hubiera matado con vigilias, ayunos, lecturas y otras obras.” [14]

Los monjes agustinos fueron conocidos por su disciplina física y moral. Dormían y estudiaban en cuartos pequeños y por lo general no tenían calefacción. Además de hacer votos de castidad, de obediencia y de pobreza, Lutero y los otros monjes de esa orden participaban en adoración formal que empezaba entre la una y las dos de la mañana. Estas sesiones normalmente duraban 45 minutos cada una y se efectuaban siete veces a lo largo del día. Aunque se ha citado que el joven Lutero dijo: “El primer año en el monasterio, el diablo está muy tranquilo,” [15] las cosas cambiaron dramáticamente en los años siguientes. Después de un año inicial de paz, Lutero empezó a tener sentimientos de culpa y desesperación:

Cuando era monje, hice un gran esfuerzo por vivir de acuerdo a los requisitos de las reglas monásticas. Practicaba la confesión y la mención todos mis pecados, pero siempre con un acto de contrición previo; iba a confesarme frecuentemente y cumplía fielmente las penitencias asignadas. Sin embargo, mi conciencia no podía lograr la certeza sino que siempre dudaba y decía: “No lo haz hecho correctamente. No estabas lo suficientemente contrito. No mencionaste esto en tu confesión.” Por tanto, mientras más trataba de sanar a mi incierta, débil y atribulada conciencia con las tradiciones humanas, la hice más incierta, débil y atribulada. De esta forma al observar las tradiciones humanas, las transgredía aún más; y por seguir la rectitud de la orden monástica, nunca pude lograrlo. [16]

Durante diez años Lutero trabajó con crecientes sentimientos de duda y culpabilidad. Sus escritos revelan que otros monjes con quienes había servido experimentaron sentimientos similares: “Vi a muchos que intentaban con gran esfuerzo y la mejor de las intenciones hacer todo lo que era posible para pacificar sus conciencias. Usaban camisas de pelos; ayunaban, oraban, se atormentaban y agotaban sus cuerpos con varios ejercicios tan severamente que si estuvieran hechos de hierro, habrían sido molidos. Y sin embargo, por más que se esforzaban, sus tormentos se hicieron más grandes.” [17]

La búsqueda de la paz

Martín Lutero buscó en su religión y a sus líderes religiosos para que le ayudaran con su culpa. Específicamente, se volvió a los sacramentos de la Iglesia Católica pero halló que no le dieron la paz que buscaba. Al comentar acerca de su participación en los sacramentos de la Iglesia, Lutero registró lo siguiente: “Después de la confesión y de celebrar la Misa nunca pude hallar descanso en mi corazón.” [18]

Las confesiones se convirtieron en un suplicio infructuoso para Lutero y para aquellos a quienes se confesaba. Sus biógrafos anotaron que Lutero “se confesaba frecuentemente, a veces a diario, y se tardaba hasta seis horas en una sola ocasión.” [19] Johannes von Staupitz, el mentor en quien confiaba Lutero y vicario de la Orden de los Agustinos en la cual servía Lutero, fue uno de quienes recibieron sus confesiones. Acerca de esta relación, Lutero escribió: “Con frecuencia me confesaba con Staupitz. . . . Él [Staupitz] dijo, ‘no te entiendo.’ ¡Esto fue un consuelo real! Después al ir con otro confesor tuve la misma experiencia. En breve, ningún confesor quería escucharme. Entonces pensé: ‘Nadie tiene esta tentación, solo tu,’ y estaba tan muerto como un cadáver.” [20] El padre Staupitz procuró reducir la culpa de Lutero: “Si esperas que Cristo te perdone, ven con algo que se pueda perdonar—parricidio, blasfemia o adulterio—en vez de todos estos pequeños pecados.” [21]

Si la confesión no resolvió la culpa de Lutero, tampoco lo lograron los ayunos en que se abstenía de alimento y bebida, lo que hacía con frecuencia y durante varios días a la vez. Lutero registró: “Ayuné casi hasta morir, porque una y otra vez estuve sin tomar una sola gota de agua o una bocado de alimento.” [22] Aunque reconoció que el ayuno tenía un lugar legítimo en la adoración cristiana, Lutero advirtió que quienes practicaran el ayuno más allá del propósito establecido (como él lo había hecho) “simplemente arruinarían su salud y se volverían locos.” [23] Parece ser que la mayor devoción de Lutero hacia la oración, una parte central de la rutina diaria de los monjes, solamente aumentó su carga. Lutero declaró: “Escogí a veintiún santos y cada día les oraba a tres al celebrar la misa; por tanto terminaba los veintiuno cada semana. Especialmente le oraba a la Virgen Bendita, quien con su corazón de mujer podría calmar a su Hijo.” [24] Lutero reportó que en vez de traer la paz que buscaba, esta devoción adicional al ayuno y la oración “hizo que se partiera [su] cabeza.” [25]

La teología católica de esa época incluía “una visión individualista del pecado,” pero una “visión corporativa de la bondad.” [26] A Lutero se le había enseñado que aunque todos deben ser responsables por cada pecado que hayan cometido, también tenían derecho a la bondad colectiva de los justos que habían muerto habiendo adquirido mayor rectitud de la que necesitarían para recibir la salvación en el reino de Dios. Este conjunto de rectitud estaba disponible a cambio de un precio. La transferencia de crédito de esta rectitud colectiva de los santos a una persona que lo necesitara se conocía como “indulgencia.” [27]

Una de las maneras en que podía ocurrir esta “transferencia” de rectitud de una persona a otra era haciendo una contribución monetaria. Otros métodos incluyeron el visitar los lugares santos y el ver las reliquias sagradas. Durante su primer visita a Roma, Lutero subió (de rodillas) la “Scala Santa” [la escalera santa], veintiocho escalones de mármol que, supuestamente, Jesús ascendió cuando fue llevado ante Poncio Pilato para ser juzgado. Estos escalones habían sido transportados de Jerusalén a Roma para recordarle a la gente lo injusto del juicio y la crucifixión del Salvador. El biógrafo de Lutero, Richard Marius, dijo que quienes subían esos escalones, ofreciendo una oración en cada escalón, lo hacían con la creencia de que estarían “exentos de la necesidad de pagar por los pecados que habían cometido.” Marius registró que cuando Lutero termino su ascensión puso en duda la validez de que de esa forma se le hubieran perdonado sus pecados al preguntar “¿Quién puede saber que así es?” [28] Al final, Lutero concluyó que “quienes creen que pueden estar seguros de su salvación porque tienen las cartas de indulgencia, serán condenados eternamente, junto con sus maestros.” [29]

El psiquiatra cristiano Ian Osborn dice que Lutero estaba sufriendo de un trastorno obsesivo-compulsivo. [30] Un diagnóstico clínico más exacto es “escrupulosidad,” la cual el psiquiatra Santo de los Últimos Días, Dawson Hedges y su colega Chris Millet describen como “un trastorno psicológico caracterizado principalmente por una culpa u obsesión patológica asociada con temas morales o religiosos que frecuentemente es acompañada por una obediencia compulsiva a los asuntos morales o religiosos y produce angustia y es de difícil adaptación.” [31]

El trastorno obsesivo-compulsivo, la escrupulosidad, o cualquier otro trastorno psicológico no lo “causa” la religión. Más bien, las personas tienden a expresar su confusión mental por medio de los aspectos en su vida que son importantes para ellos. [32] “Los antecedentes culturales (religiosos o de otro tipo) proporcionan el escenario en el cual los problemas emocionales crean el drama.” [33] Aunque ningún mortal puede definir exactamente el origen de la culpa y la desesperación de Lutero, está claro que estaba ansioso por entender y resolver lo que el llamó “Anfechtungen” [34] o lo que otros han descrito como “la noche obscura del alma.” [35]

La justicia de Dios

La experiencia de Martín Lutero con la gracia de Cristo, eventualmente le traería paz y al final sería la inspiración para la Reforma Protestante. El viaje de Lutero hacia la gracia empezó formalmente cuando su vicario, Johannes von Staupitz, lo invitó a que buscara un doctorado y diera conferencias de la Biblia en la Universidad Wittenberg. Lutero se sorprendió por la invitación pero aceptó la nueva asignación y comenzó un estudio serio de la Biblia, empezando con el libro de Salmos y siguiendo con los libros de Romanos y Gálatas.

Lo que resultó cambió el curso de la historia. Lo que Lutero llamó “la experiencia en la torre” fue en gran parte una revelación personal que recibió al estudiar y enseñar las escrituras durante varios años. [36] La “torre” era un cuarto pequeño en la torre del Claustro Negro en el monasterio de Wittenberg. Lutero hizo una lista de muchos textos de las escrituras que fueron importantes para que “renaciera,” pero el texto que fue central en su transformación personal vino del libro de Romanos: “Porque en el evangelio la justicia de Dios se revela por fe y para fe; como está escrito: Mas el justo por la fe vivirá” (Romanos 1:17). Al principio, Lutero luchó para entender la frase “la justicia de Dios.” Inicialmente esas palabras le causaron enojo al punto de que “odió al Dios justo que castiga a los pecadores.” [37] Pero su nueva comprensión de “la justicia de Dios” fue lo que al final cambió todo:

Las palabras “justo” y “la justicia de Dios” llegaron a mi conciencia como si me hubiera alcanzado un rayo. Cuando las escuché estaba bastante asustado. Si Dios es justo [pensé], entonces debe castigar. Pero cuando por la gracia de Dios medité, en la torre y en el cuarto caliente de este edificio, las palabras “mas el justo vivirá por la fe” [Romanos 1:17], y “la justicia de Dios” [Romanos 3:21], muy pronto llegué a la conclusión de que si nosotros, como hombres justos, debemos vivir por la fe y si la justicia de Dios contribuye en la salvación de todos los que creen, entonces la salvación no será por nuestros méritos sino por la misericordia de Dios. Mi espíritu se alegró por eso. Porque es por la justicia de Dios que somos justificados y salvos por medio de Cristo. Estas palabras [que antes me llenaron de terror] ahora fueron muy agradables para mí. El Espíritu Santo me reveló las Escrituras en esta torre. [38]

Eventualmente, Lutero formuló lo que ahora se conoce como la doctrina de la “justificación por la fe.” Lutero llegó a creer que la “justicia de Dios” en Romanos 1:17 no era una descripción de la ira de Dios hacia el pecador, sino de su misericordia y perdón disponible para los que creyeran en Él. Lutero enseñó que la doctrina de la justificación era el ‘artículo principal de la doctrina cristiana’ y que todos debemos ser justificados solamente por la fe en Jesucristo, sin ninguna contribución de la ley o ayuda de nuestras obras. [39] El pastor y erudito protestante John F. MacArthur Jr. define la doctrina de la justificación como “un acto de Dios por el cual Él le atribuye al pecador creyente la justicia completa y perfecta de Cristo, perdonando al pecador de tod la injusticia, declarándolo perfectamente justo a la vista de Dios, librando así al creyente de toda condenación. [40]

Lo que Lutero no había podido comprender inicialmente, y lo que vió como una falla del catolicismo, fue que la paz y la salvación eterna no eran la recompensa por sus propias buenas obras, sino que solamente podrían venir por motivo de “la justicia de Dios” que era posible mediante la Expiación de Jesucristo. Todas las oraciones que Lutero había hecho, los ayunos que hizo, las incontables horas de confesión que había hecho, y las indulgencias que había recibido no podrían ganarle el favor de Dios y traerle las bendiciones de paz y redención.

Parece ser que las obsesiones y compulsiones de Lutero con la oración, el ayuno, el estudio de las escrituras, y cosas por el estilo, no fueron motivadas por un deseo fariseo de buscar la alabanza de sus semejantes sino por su deseo de ser aceptado por Dios y estar libre de la culpa y el temor a la muerte y la condenación que lo consumía. Sin embargo, su obsesión religiosa con sus propios problemas fue en gran parte lo que evitaba su progreso. John MacArthur escribe: “La raíz de la las enfermedades psicológicas y espirituales es la preocupación por sí mismo. Irónicamente, el creyente que es consumido por sus propios problemas—aún sus propios problemas espirituales—deja de preocuparse por otros creyentes, sufre de un egoísmo destructivo que no sólo es la causa de sus problemas, sino la barrera suprema para la solución de ellos.” [41]

El nuevo conocimiento de Lutero le permitió aceptar el perdón de Dios y enfocarse en las necesidades de otros. El siguiente es el consejo que Lutero le dio a un hombre que estaba cometiendo los mismos errores que él había hecho. Los comentarios de Lutero nos dan a conocer la profundidad de su nuevo conocimiento:

Hermano, te es imposible, en esta vida, llegar a ser tan justo y que tu cuerpo esté tan claro y sin mancha como el sol. Tendrás manchas y arrugas (Efesios 5:27), pero aún así eres santo. Pero dices: “. . . . ¿pero como seré liberado del pecado?” Corre hacia Cristo, El Médico que sana al contrito de corazón y salva a los pecadores. Cree en Él. Si crees, eres justo, y porque le atribuyes a Dios la gloria de ser todo poderoso, misericordioso, verídico, etc., justificas y alabas a Dios. En breve, le atribuyes a Él divinidad y todo lo demás. Y el pecado que aún permanece en tí no se te imputa sino que es perdonado por la gloria de Cristo, en quien crees y que es perfectamente justo en un sentido formal. Su justicia es tuya; tus pecados son de Él. [42]

Lutero ya no permitió que sus pecados lo consumieran, porque después de años de desesperación él tenía la convicción de que había sido perdonado mediante su fe en Cristo y que la justicia de Dios, se le había imputado. Este poder redentor y habilitador le permitió a Lutero, y a cada uno de nosotros, el ser perdonados de nuestros propios pecados y hace lo que nosotros no podemos hacer por sí mismos, y es el medio por el que Dios “consagrará [nuestras] aflicciones para [nuestro] provecho” (2 Nefi 2:2).

Doctrinas falsas

El Presidente Joseph F. Smith enseñó: “Satanás es un imitador muy hábil, y cuando una verdad del evangelio es dada al mundo en abundancia creciente, él extiende una doctrina falsa. . . ‘para engañar, de ser posible, aún a los elegidos.’” [43] Las doctrinas de la gracia de Cristo y del lugar correcto de las buenas obras han sido el tema de los engaños más eficaces y destructivos del adversario. Debido a que estas doctrinas son tan importantes en el evangelio de Jesucristo, el adversario ha conjurado falsedades seductoras que han engañado y continuarán desorientando a quienes escuchen el mensaje del evangelio.

Algunos, al citar la tradición de Agustín, Lutero y Calvino, se enfocan en pasajes bíblicos tales como el consejo del Apóstol Pablo a los efesios: “Porque por gracia sois salvos por medio de la fe;. . . . no por obras, para que nadie se gloríe” (Efesios 2: 8-9). Muchos de estas mismas personas ignoran la siguiente frase en el texto que dice: Porque somos hechura suya, creados en Cristo Jesús para buenas obras, las cuales Dios preparó de antemano para que anduviésemos en ellas” (Efesios 2:10; énfasis agregado).

Otros, siguiendo la tradición de los clérigos y eruditos como el monje británico Pelagio, deciden no enfatizar la gracia sino que resaltan la importancia de las buenas obras y se enfocan en lo escrito en la Epístola de Santiago: “Hermanos míos, ¿de qué aprovechará si alguno dice que tiene fe, y no tiene obras? ¿Podrá la fe salvarle? . . . . Así también la fe, si no tiene obras, es muerta en sí misma” (Santiago 2: 14, 17). Al igual que el joven Lutero, muchas de estas personas creen erróneamente que sus buenas obras los salvarán y no entienden la importancia de “confiando solamente en los méritos de Cristo, que era el autor y consumador de su fe” (Moroni 6:4; énfasis agregado).

Tomando las escrituras como un todo, el Salvador y sus antiguos Apóstoles enseñaron que las buenas obras no pueden salvarnos, pero que tampoco podemos ser salvos sin ellas. Los debates contenciosos acerca de la relación entre la gracia y las buenas obras, muy raramente son instructivos o edificantes. Quienes apoyan los argumentos de ambas partes concluyen por lo general que el debate fortalece sus propias versiones de qué es lo que el Salvador y sus siervos enseñaron sobre la relación entre la gracia y las obras. C. S. Lewis describió el principio de la dinámica doctrinal como sigue: “Él [el diablo] siempre manda al mundo errores en pares opuestos. Y siempre nos anima a que pasemos mucho tiempo decidiendo cual es el peor. ¿Pueden ver porqué? Él confía en tu disgusto por uno de los errores para llevarte, gradualmente, hacia el otro. Pero no nos engañemos. Debemos poner nuestros ojos en la meta y seguir hacia adelante entre esos dos errores.” [44]

Llevar la doctrina de la gracia más allá de lo que el Salvador y sus siervos han enseñado, degrada y cambia el principio más importante a una distorsión que destruye el propósito principal de la Expiación de Jesucristo. El pastor y teólogo Dietrich Bonhoeffer enseñó:

La gracia barata, significa la justificación del pecado sin la justificación del pecador. . . . La gracia barata es la predicación del perdón sin requerir el arrepentimiento, el bautismo sin la disciplina de la iglesia. La comunión sin la confesión, la absolución sin la confesión personal. La gracia barata es la gracia sin el discipulado, la gracia sin llevar la cruz, la gracia sin Jesucristo. . . .

La gracia [cara] es costosa porque nos llama a seguir, y es gracia porque nos llama a seguir a Jesucristo. Es costosa porque le cuesta la vida a un hombre, y es gracia porque le da a un hombre la única vida verdadera. Es costosa porque condena el pecado, y gracia porque justifica al pecador. Sobre todo, es costosa porque a Dios le costó la vida de Su Hijo. [45]

A la inversa, si se sobre estima el lugar y la importancia de las buenas obras, se lleva erróneamente a la humanidad a creer equivocadamente que podemos salvarnos a nosotros mismos. El élder M. Russell Ballard ha escrito:

No importa que tanto trabajemos, no importa que tanto obedezcamos, no importa cuántas cosas buenas hagamos en esta vida, no sería suficiente si no fuera por Jesucristo y Su gracia amorosa. No podemos ganar el reino de Dios por nosotros mismos—no importa lo que hagamos—. Desafortunadamente, hay algunos dentro de la Iglesia que han llegado a preocuparse tanto por hacer buenas obras que se olvidan que esas obras—tan buenas como puedan ser— están vacías si no van acompañadas de una total dependencia en Cristo. [46]

Conclusión

El entender correctamente la relación entre el pecado, la gracia de Cristo, y las buenas obras fue parte íntegra de la Reforma Protestante y de vital importancia para la Restauración; y también es esencial para cada uno de nosotros al tratar de hallar la paz en este mundo y la vida eterna en el mundo venidero. Robert Millet sabiamente dijo: “Dios y el hombre trabajan juntos en la salvación del alma humana. La verdadera pregunta no es si somos salvos por gracia o por obras. Las verdaderas preguntas son estas: ¿En quién confío? ¿De quién dependo?” [47]

La distorsión de la importancia de las buenas obras trae un sentido de auto-justicia a quienes tienen éxito en su obediencia, o la desesperación a aquellos, como el joven Martín Lutero, que guardan los mandamientos escrupulosamente sin recibir recompensa inmediata. La distorsión de la gracia del Salvador crea el falso sentido de libertad con permiso para pecar, o menos dramática pero igual de destructiva, la falsa noción de que la mediocridad es aceptable. Estas distorsiones son las maneras en las que el adversario nos tienta para que coloquemos este principio por encima de lo que el Salvador y sus siervos escogidos han enseñado. El Presidente Spencer W. Kimball advirtió: “Cualquier cosa en la que el ser humano ponga con mayor fervor su corazón y su confianza pasa a ser su dios, y si su dios no es el Dios verdadero y viviente de Israel, esa persona se encuentra en la idolatría.” [48] Una doctrina, verdadera o falsa, se puede convertir en un ídolo tan fácilmente como un objeto material.

Aunque no todos los problemas mentales y emocionales tienen un origen moral, la comprensión distorsionada de la gracia o de las buenas obras, ayuda a explicar las investigaciones que reportaron puntuaciones elevadas en varios niveles de inestabilidad mental y de conflicto familiar entre las religiones y denominaciones. [49] Al igual que el joven Martín Lutero antes de que llegara a entender la misericordia de Cristo, algunas personas se acaban a sí mismos hasta la desesperación en el intento de resolver los problemas personales y familiares. Otras personas y familias fracasan en su intento de hallar la paz porque son indisciplinados en su discipulado y no desean guardar los mandamientos que Dios les ha dado pero reclaman las bendiciones que vienen de la obediencia.

Aprendemos en el Libro de Mormón que la humanidad es . . . . “redimid[a] a causa de la justicia [del] Redentor”. . . . (2 Nefi 2:3) y que “. . . . ninguna carne puede morar en la presencia de Dios, sino por medio de los méritos del Santo Mesías. . . . (2 Nefi 2:8). Nefi describió la relación entre la gracia y las obras cuando escribió que “. . . . es por la gracia por la que nos salvamos, después de hacer cuando podamos” (2 Nefi 25:23). Aunque es mucho lo que se ha escrito al intentar interpretar lo que Nefi quiso decir con “hacer cuanto podamos” quizás la mejor respuesta se encuentra en la interpretación del líder lamanita, que antes fue inicuo, que había descubierto el perdón de Dios “. . . . por los méritos de su Hijo” (Alma 24:10). Anti-Nefi-Lehi dijo: “Pues he aquí, hermanos míos, en vista de (por ser nosotros los más perdidos de todos los hombres) nos ha costado tanto arrepentirnos de todos nuestros pecados y de los muchos asesinatos que hemos cometido, y lograr que Dios los quitara de nuestros corazones, porque a duras penas pudimos arrepentirnos lo suficiente ante Dios para que él quitara nuestra mancha” (Alma 24: 11; énfasis agregado).

La clave es el arrepentimiento, que está disponible solamente mediante la Expiación de Cristo, la cual nos permite pedir el don de la gracia. Quizás la contribución más importante que proporciona El Libro de Mormón para ayudarnos a entender la relación entre el pecado, la gracia de Cristo y nuestras propias buenas obras se encuentra en el siguiente resumen del sermón de despedida de Moroni:

Sí, venid a Cristo, y perfeccionaos en él, y absteneos de toda impiedad, y si os abstenéis de toda impiedad, y amáis a Dios con toda vuestra alma, mente y fuerza, entonces su gracia os es suficiente, para que por su gracia seáis perfectos en Cristo; y si por la gracia de Dios sois perfectos en Cristo, de ningún modo podréis negar el poder de Dios.

Y además, si por la gracia de Dios sois perfectos en Cristo y no negáis su poder, entonces sois santificados en Cristo por la gracia de Dios, mediante el derramamiento de la sangre de Cristo, que está en el convenio del Padre para la remisión de vuestros pecados, a fin de que lleguéis a ser santos, sin mancha. (Moroni 10: 32-33)

Notas

[1] Karl A. Menninger, Whatever Became Of Sin? (Nueva York: Hawthorne Books, 1973), página 13.

[2] Albert E. Ellis, “Psychotherapy and Atheistic Values: A Response to A. E. Bergin’s “Psychotherapy and Religious Values,” Journal of Consulting and Clinical Psychology 48 num. 5 (1980): página 637.

[3] Sigmund Freud, The Future of an Illusion, traducción [al inglés] de W. D. Robison-Scott (Nueva York: Doubleday, 1957), páginas 77-78.

[4] Richard Dawkins, A Devil’s Chaplain (Londres: Weidenfeld & Nicholson, 2005), página 143.

[5] Daniel K. Judd, “Religious Affiliation and Mental Health,” apéndice A en Religion, Mental Health and the Latter-day Saints, editado por Daniel K. Judd (Provo, UT: Religious Studies Center, 1999), página 257.

[6] Allen E. Bergin, Kevin S. Masters y P Scott Richards, “Religousness and Mental Health Reconsidered: A Study of an Intrinsically Religious Sample,” Journal of Counseling Psychology 34 num. 2 (1987): páginas 197-204. Ver también de Daniel K. Judd “Religiosity, Mental Health, and the Latter-day Saints: A Preliminary Review of Literature (1923-1995),” en Latter-day Saint Social Life: Social Research on the LDS Church and its Members, editado por J. T. Duke (Provo, UT: Religious Studies Center, 1997), páginas 473-497.

[7] G. K. Chesterton, What’s Wrong with the World 8a. edición (Londres: Castell, 1910).

[8] G. K. Chesterton, según fue citado por Phillip Yancey en Soul Survivor: How My Faith Survived the Church (Nueva York: Doubleday, 2001), página 58.

[9] E. P. Sanders, “Sin,” en The Anchor Bible Dictionary, editado por Daniel Noel Friedman (Nueva York: Doubleday, 1992), 6:41.

[10] Neal A. Maxwell, “Jesus of Nazareth, Savior and King,” Ensign, diciembre de 2007, página 45.

[11] Robert L. Millet, “Pursuing a Sane and Balanced Course,” en Selected Writings of Robert L. Millet, (Salt Lake City: Deseret Book, 2000), página 372.

[12] Bergin, Masters y Richards, “Religiousness and Mental Health Reconsidered,” páginas 197-204.

[13] Bergin, Masters y Richards, “Religiousness and Mental Health Reconsidered,” páginas 197-204.

[14] Martín Lutero, según fue citado por Roland C. Bainton en Here I Stand: A Life of Martin Luther (reimpresión de 1950 en Peabody MA: Hendrickson Publishers, 2012)), página 26.

[15] Martín Lutero, según lo citó E. H Erikson en Young Man Luther: A Study in Psycho-analysis and History (Nueva York: W. W. Norton, 1993), página 130.

[16] Jeroslav Pelikan, editor de Luther’s Works (St. Louis: Concordia Publishing House, 1955), 27: 13.

[17] Pelikan, Luther’s Works, 27:13.

[18] Pelikan, Luther’s Works, 5:157.

[19] Bainton, Here I Stand, página 35.

[20] Pelikan, Luther’s Works, 54:94.

[21] - Bainton, Here I Stand, página 36.

[22] Pelikan, Luther’s Works, 54:339.

[23] Pelikan, Luther’s Works, 44:74-75.

[24] Pelikan, Luther’s Works, 54: 340.

[25] Pelikan, Luther’s Works, 54:85.

[26] Bainton, Here I Stand, página 27.

[27] Alister McGrath, Christianity’s Dangerous Idea: The Protestant Reformation—A History from the Sixteenth Century to the Twenty-First (Nueva York: HarperOne, 2007), páginas 46-47.

[28] Richard Marius, Martin Luther: The Christian between God and Death (Cambridge: Harvard University Press, 1999), página 83.

[29] Pelikan, Luther’s Works, 31:179.

[30] Ian Osborn, Can Christianity Cure Obsessive-Compulsive Disorder? (Grand Rapids, MI: Brason Press, 2008), páginas 62-67.

[31] Chris H. Miller y Dawson W. Hedges, “Scrupulosity Disorder: An Overview and Introductory Analysis,” en Journal of Anxiety Disorders 22 (2008): página 1042.

[32] Estas dos descripciones, “trastorno obsesivo-compulsivo” y “escrupulosidad,” son superiores al diagnóstico de una “crisis de identidad,” hecho por Erik Erikson y que describe en su (alguna vez) popular publicación Young Man Luther: A Study in Psychoanalysis and History. La obra de Erikson se basó en las teorías de Freud, las cuales han sido desacreditadas ampliamente en la teoría y en la práctica.

[33] Joseph W. Ciarrochi, The Doubting Disease: Help for Scrupulosity and Religious Compulsions, (Mathwah, NJ: Paulist Press, 1995), página 12.

[34] Martín Lutero, según lo citó David P. Scaer en “The Concept of Anfechtung in Luther’s Thought,” en el Concordia Theological Quarterly 47 num. 1 (enero 1983): páginas 15-30.

[35] Gerald G. May, The Dark Night of the Soul (Nueva York: Harper-San Francisco, 2005).

[36] Marius, Christian between God and Death, páginas 212-213.

[37] Pelikan, Luther’s Works, 34:336-337.

[38] Pelikan, Luther’s Works, 54: 193-194

[39] Pelikan, Luther’s Works, 35:363.

[40] John F. MacArthurJr., The Gospel Acording to Jesus, edición revisada (Grand Rapids, MI: Zondervan, 1994), página 197.

[41] John MacArthur, The MacArthur New Testament Commentary: Ephesians (Chicago: Moody Press, 1986), página 383.

[42] Pelikan, Luther’s Works, 26:233.

[43] Joseph F. Smith, según lo citó Daniel H. Ludlow en Latter-day Prophets Speak (Salt Lake City: Bookcraft, 1968), páginas 20-21.

[44] C. S. Lewis, Mere Chistianity (Nueva York: Scribner, 1960), página 145.

[45] Dietrich Bonhoeffer, The Cost of Discipleship (Nueva York: Touchstone, 1995), páginas 44-45.

[46] M. Russell Ballard, “Building Bridges of Understanding,” Ensign, junio de 1998, página 65.

[47] Robert L. Millet, After All We Can Do. . . . Grace Works (Salt Lake City: Deseret Book, 2003), página 144.

[48] Spencer W. Kimball, “Los Dioses Falsos, Liahona, agosto de 1977, páginas 2-3.

[49] Marleen Williams, “Family Attitudes and Perfeccionism As Related to Depression in Latter-day Saint and Protestant Women,” en Religion, Mental Health, and the Latter-day Saint, páginas 46-47. Ver también de Ronald J. Sider, The Scandal of the Evangelical Conscience: Why Are Christians Living Just Like the Rest of the World? (Grand Rapids, MI: Baker Books, 2005), páginas 13-29.