Nuestra identidad y nuestro destino
Tad R. Callister
El élder Tad R. Callister es miembro de la Presidencia de los Setenta.
Este discurso lo dio el 14 de agosto de 2012, durante la Semana de Educación en BYU.
Élder Tad R. Callister. Intellectual Reserve, Inc.
Continuando con el tema de esta semana, me gustaría comentar con ustedes una visión de quiénes somos y de lo que podemos llegar a ser. Hace poco, en una Sesión de Capacitación para las Autoridades Generales , se hizo la pregunta: “¿Cómo podemos ayudar a quienes están luchando con la pornografía?”
El élder Russell M. Nelson se puso de pié y contestó: “Enséñenles su identidad y su propósito.”
Esa respuesta me impactó, no solamente como respuesta a esa pregunta específica sino como una respuesta apropiada para la mayoría de los desafíos que encontramos en esta vida. Por eso, hoy, hablaré de la verdadera naturaleza de nuestra identidad y de la visión correcta de nuestro destino divino.
Primero, nuestra identidad. Existe un sentimiento entre muchos en el mundo de que somos las creaciones espirituales de Dios, así como un edificio es la creación de su arquitecto o una pintura es la creación del pintor o una invención la creación de su inventor. Sin embargo, las escrituras enseñan una doctrina muy diferente. Nos enseñan que somos mas que las creaciones de Dios; enseñan que somos la progenie espiritual literal, o los hijos, de Dios nuestro Padre.[1] ¿Cuál es la diferencia con esta distinción doctrinal? La diferencia es muy grande en sus consecuencias porque nuestra identidad determina en gran medida nuestro destino. Por ejemplo, ¿puede una creación alguna vez llegar a ser como su creador? ¿Acaso un edificio puede convertirse con el tiempo en un arquitecto? ¿Una pintura en un pintor? ¿O una invención en inventor? Si no es así, entonces quienes creen que somos creaciones de Dios, más bien que Su progenie espiritual, llegan a la inevitable conclusión de que no tenemos la capacidad de llegar a ser como Dios, nuestro creador. En esencia, esa doctrina de identidad ha definido y señalado un destino inferior.
Por otra parte, como miembros de la Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días, creemos en que somos la progenie espiritual de Dios y hemos heredado rasgos espirituales que nos dan el potencial divino de llegar a ser como nuestro padre, Dios el Padre. Con respecto a esta identidad, el Presidente Boyd K. Packer escribió:
Tú eres un hijo de Dios. Él es el padre de tu espíritu. Espiritualmente, eres de nacimiento noble, la simiente del Rey de los Cielos. Graba esa verdad en tu mente y aférrate a ella. Sin importar cuantas generaciones haya en tus ancestros mortales, no importa a que raza de gente o pueblo representes, el cuadro genealógico de tu espíritu se puede escribir en una sola línea. ¡Eres un hijo de Dios![2]
Esta doctrina de identidad es la que define nuestro destino potencial de lograr la deidad. Si alguien no comprende su identidad divina, entonces nunca entenderá correctamente su destino divino. La identidad y el destino son, en realidad, socios inseparables.
Entonces, ¿Qué es lo que Dios nos ha revelado acerca de nuestro destino? Dios ha hablado desde el principio clara, frecuente y directamente sobre este tema. Cuando Adán y Eva estaban en el Jardín de Edén, vivían en un estado de inocencia [o sea que tenían un conocimiento muy limitado del bien y del mal]. Lehi describió su condición así: “por consiguiente, habrían permanecido en un estado de inocencia, sin sentir gozo, porque no conocían la miseria; sin hacer lo bueno, porque no conocían el pecado” (2 Nefi 2: 23).
Imagínense por un momento que mi esposa y yo los invitamos a que viajen en auto desde California hasta nuestra casa en Utah. Además supongan que les pido que manejen en “neutral”.
Es posible que se rían y contesten: “Eso no se puede”.
Y si yo les respondiera: “Pisen el acelerador hasta el fondo”.
Quizás me responderían: “Eso no servirá de nada. No puedo llegar a su casa si no le pongo la velocidad (o el cambio) a mi carro.”
Eso es lo que pasó con Adán y Eva. Estaban en un estado de “neutral espiritual” y no podrían llegar a su destino divino a menos que fueran expulsados del jardín y puestos en una velocidad espiritual.
Cuando Adán y Eva fueron arrojados del Jardín de Edén, cambiaron su inocencia, [o sea la falta de conocimiento del bien y el mal] por la perspectiva de la perfección, ese fue el trato. La inocencia y la perfección no son la misma cosa. Un infante puede ser inocente pero ciertamente no es perfecto en el sentido de que no ha adquirido todos los atributos de la divinidad. Una vez que Adán y Eva fueron expulsados del jardín, leemos en el libro de Génesis que Dios mismo dijo: “He aquí el hombre ha llegado a ser como uno de nosotros, [o sea, como los dioses]” (Génesis 3: 22; énfasis agregado). ¿Cómo pudo ser? Entonces Dios nos dice cómo fue posible este nuevo destino: porque el hombre ahora “conoce el bien y el mal” El estar inmersos en un mundo de bien y mal, el tener la capacidad de elegir y de aprovechar los poderes de la Expiación, dieron como resultado que el hombre tuviera oportunidades ilimitadas de progresar hacia su destino de la deidad.
Aprendemos una gran verdad doctrinal en esta serie de acontecimientos que rodean el Jardín de Edén: un hombre que no había caído habría permanecido en un estado de inocencia [a salvo, pero restringido en su progreso]. Por otra parte, un hombre caído, se aventuró en un ámbito de mayor riesgo, pero, bendecido con la Expiación de Jesucristo, tuvo acceso a posibilidades, poderes y potencial ilimitados. Hablando del efecto de la Expiación en un hombre caído, C. S. Lewis dijo:
Dios no está reparando, ni restaurando solamente un status quo. La humanidad redimida debe ser algo más glorioso que lo que la humanidad no caída habría sido, más gloriosa de lo que cualquier raza es ahora. . . y esta gloria sobre-añadida, exaltará a todas las criaturas.[3]
Pero alguien podría preguntar: “Por qué quiere Dios que lleguemos a ser como Él?”
Para contestar esa pregunta, uno debe entender primeramente por qué existe el hombre. Lehi dio la breve y simple respuesta: “existen los hombres para que tengan gozo” (2 Nefi 2: 25). El Presidente David O. McKay confirmó esa verdad fundamental: “La felicidad es el propósito y designio de la existencia”.[4] Si les preguntara ¿Quién es el ser mas feliz de todo el universo [el que tiene mayor gozo]? Me contestarían sin duda, “Dios.” De acuerdo con eso, Dios quiere que lleguemos a perfectos como Él para que podamos experimentar Su tipo de gozo y así poder llenar mejor la medida de nuestra existencia. Es por eso, que a Su plan para nosotros a veces se le llama “el plan de felicidad” (véase Alma 42: 8, 16).
Nuestra Busqueda de la Deidad
A pesar de los propósitos altruistas de Dios en nuestro favor, quizás ninguna doctrina, ninguna enseñanza ni filosofía ha causado tanta controversia como lo ha hecho esta: que el hombre puede llegar a ser un dios. Algunos la ven como una blasfemia y otros como algo absurdo. Dicen que tal concepto rebaja a Dios al estado del hombre y por lo tanto priva a Dios de Su dignidad y Su divinidad. Otros claman que a esta enseñanza le falta el apoyo de las escrituras. Dicen también que tan sólo es una fantasía de José Smith, un joven sin educación; y que por seguro, ninguna persona temerosa de Dios, que piense bien y que crea en la Biblia, aceptará una filosofía como esta.[5] Aunque algunos de los que abogan eso son críticos empedernidos, otros son hombres honestos y brillantes que simplemente no están de acuerdo con nosotros en esta doctrina. Por lo tanto ¿en donde está la verdad? Ojalá que los conceptos siguientes inviten al Espíritu Santo a susurrar esta doctrina, tranquila pero verdadera, a todos aquellos que sinceramente la busquen.
En nuestra búsqueda de la verdad, usaremos a cinco testigos: primero y principalmente al testimonio de las escrituras; segundo, al testimonio de los primeros escritores cristianos; tercero, a la sabiduría de los poetas y autores que beben de la fuente divina; cuarto, al poder de la lógica; y quinto, a la voz de la historia.
Las Escrituras. Primero, las escrituras. ¿Acaso no se le apareció un ángel a Abraham y le dio el mandato divino “anda delante de mí y sé perfecto” (Génesis 17:1)?
“Eso es cierto”, interpone el crítico. “Perfecto al compararlo con otros hombres, con otros mortales, pero ciertamente no es perfecto al compararlo con Dios. La palabra fue usada en su sentido relativo, no en su sentido absoluto”
¿Es así? Y viene la respuesta. “Busquemos entonces, la palabra perfecto tal como la usó el Salvador mismo”.
Fue en el Sermón del Monte que el Salvador declaró: “Sed, pues, vosotros perfectos, así como vuestro Padre que está en los cielos es perfecto” (Mateo 5: 48; énfasis agregado)[6] ¿Estaba el Salvador invitando a los hombres a ser perfectos comparándolos con otros hombres —otros mortales— o comparándolos con Dios mismo? Este mandato es consistente con la oración intercesora del Salvador. Hablando de los creyentes, le pidió al Padre: “para que sean uno, así como nosotros somos uno. Yo en ellos, y tú en mí, para que sean perfeccionados en uno” (Juan 17: 22-23).
De acuerdo con el mandato de buscar la perfección, Pablo enseñó que un propósito fundamental de la Iglesia era el “perfeccionar a los santos. . . hasta que todos lleguemos. . . a un varón perfecto, a la medida de la estatura de la plenitud de Cristo” (Efesios 4: 12-13; énfasis agregado). Fíjense en la vara de medir: no es un hombre, ni una especie de mini-Cristo o un casi-Dios, sino más bien que debemos llegar a ser “un varón perfecto, [y nos da el nivel que debemos procurar] a la medida de la estatura de la plenitud de Cristo”. ¿Les parece que eso relativo?
El crítico se queda callado por un momento. Responde algo avergonzado: “De seguro esas escrituras han de tener otro significado.”
Sin embargo, las escrituras que apoyan esta doctrina siguen apareciendo con un testimonio repetido y poderoso. En cierto momento, los judíos amenazaron con apedrear al Salvador por blasfemia. Él les recordó Sus buenas obras y les preguntó: “¿por cuál de ellas me apedreáis?”
Le contestaron: “Por buenas obras no te apedreamos, sino por la blasfemia; y porque tú, siendo hombre, te crees Dios”
Él reconoció rápidamente que lo era y les declaró que ellos también deberían serlo. “Jesús les respondió: ¿No está escrito en vuestra ley: Yo dije: Sois dioses?” (Juan 10: 32-34; énfasis agregado). En otras palabras lo que dijo el Salvador es: “No solamente yo soy Dios, sino que todos ustedes son dioses en potencia”. Se estaba refiriendo a Su propia declaración en el Antiguo Testamento, la cual los judíos debían conocer bien: “Vosotros sois dioses, y todos vosotros hijos del Altísimo” (Salmos 82: 6; énfasis agregado). El Salvador solamente estaba reafirmando la enseñanza básica del evangelio de que todos los hombres son hijos de Dios, y por lo tanto todos pueden llegar a ser como Él.
Pablo entendió este principio, porque, hablando a los hombres en Atenas, les dijo: “como algunos de vuestros propios poetas también dijeron: Porque linaje suyo somos” (Hechos 17: 28). Pablo sabía las consecuencias de ser la simiente de Dios, porque, al hablar a los romanos declaró: “Porque el Espíritu mismo da testimonio a nuestro espíritu de que somos hijos de Dios. Y si hijos, también herederos; herederos de Dios, y coherederos con Cristo” (Romanos 8: 16-17; énfasis agregado; véase también 1 Corintios 3: 21-23 y Apocalipsis 21: 7).
No herederos subordinados, ni menores, ni subalternos, sino herederos iguales con Cristo Mismo, para compartir todo lo que el compartirá. Después de todo, ¿no es esa la misma promesa que le hizo el Señor al Apóstol Juan? “Al que venciere, yo le daré que se siente conmigo en mi trono, así como yo he vencido y me he sentado con mi Padre en su trono” (Apocalipsis 3: 21).
No es de sorprender que Pablo haya escrito a los santos en Filipos: “Prosigo a la meta, al premio del supremo llamamiento de Dios en Cristo Jesús” (Filipenses 3: 14). Pablo, que entendía muy bien nuestro destino, estaba esforzándose por la deidad como recompensa. Pedro, que también entendía esta doctrina, les rogó a los santos que pudieran llegar a “ser participantes de la naturaleza divina” (2 Pedro 1: 4), o sea, ser recipientes de la deidad. Eso es exactamente lo que Jesús ordenó al hablar a los santos del Libro de Mormón: “Por lo tanto, ¿qué clase de hombre habéis de ser? En verdad os digo, aun como yo soy” (3 Nefi 27: 27, véase también 1 Juan 3:2).Y es exactamente lo que el Salvador prometió en esta dispensación a todos los santos fieles: “Entonces serán dioses, porque tendrán todo poder, y los ángeles estarán sujetos a ellos” (DyC 132: 20; véase también el verso 19 y DyC 76: 58-60).
Quien critica, moviendo la cabeza responde: “Ese concepto rebaja a Dios al estado del hombre y Le roba Su divinidad”.
O, por el contrario, es nuestra respuesta, ¿no eleva al hombre en su potencial divino?
Pablo conoció muy bien este argumento de los críticos y los calló de una vez por todas hace muchos siglos. Hablando a los santos en Filipos , mencionó: “Haya, pues, en vosotros este sentir que hubo también en Cristo Jesús, el que, siendo en forma de Dios, no tuvo como usurpación el ser igual a Dios” (Filipenses 2: 5-6; énfasis agregado).
El Salvador sabía que el que Él fuera un dios y que nosotros pudiéramos llegar a serlo, no le robaría a Dios Su divinidad. Después de todo, ¿quién es el mayor, el ser que limita o el ser que aumenta el progreso eterno del hombre?
Alguien podría preguntar: ¿Quién puede dar mayor honor y gloria a Dios, un ser de un estado inferior o uno de un estado más exaltado? Puede un animal honrar y adorar con la misma pasión e intensidad que un ser humano? ¿Puede un simple mortal expresar los sentimientos empíricos o ejercer el mismo fervor de un dios en potencia? Nuestra capacidad de honrar y adorar se aumenta de acuerdo con nuestro progreso intelectual, emocional, cultural y espiritual. De igual manera, mientras más lleguemos a ser como Dios, es mayor nuestra capacidad de rendirle homenaje. En el proceso de elevar al hombre hacia el cielo, Dios simultáneamente multiplica Su propio honor y gloria y por lo tanto es glorificado más, no menos.
Brigham Young comentó sobre este tema:
[La deidad del hombre] no le quitará nada de gloria y poder a nuestro Padre Celestial, porque Él seguirá siendo nuestro Padre, y seguiremos sujetos a Él, y a medida que progresemos en gloria y poder, eso aumenta la gloria y poder de nuestro Padre Celestial.[7]
Esa es la ironía del argumento de los críticos —la deidad para el hombre no disminuye el estado de Dios— por el contrario, lo aumenta al producir santos más inteligentes, más apasionados, más espirituales que tienen capacidades aumentadas para entender, honrar y adorar a Dios.
El mandato del Salvador, que nos pone a pensar y hace que se esfuerce el alma “sed pues vosotros perfectos” era mucho más que metal que resuena o címbalo que retiñe. (véase 1 Cor 13:1). Era una invitación divina para levantarnos y elevarnos a todo nuestro potencial y llegar a ser como Dios nuestro Padre. C.S. Lewis un exhuberante defensor de esta sencilla pero gloriosa verdad, escribió:
El mandamiento Sed pues vosotros perfectos no es una charla idealista. Tampoco es un mandato de lograr lo imposible. Él nos va a convertir en criaturas que puedan obedecer ese mandato. Él dijo (en la Biblia) que eramos “dioses” y Él cumplirá Su palabra. . . El proceso será largo y en algunas partes muy doloroso; pero esa es la razón por la cual estamos aquí. Nada menos. Él supo lo que dijo.[8]
Primeros Escritores Cristianos. Segundo, de igual modo los primeros escritores cristianos escribieron acerca de nuestro destino divino.[9] Tan temprano como en el segundo siglo, Irineo (115-202 dC.) escribió: No fuimos hechos dioses desde el principio, sino que primero simples hombres, y con el tiempo, dioses.[10] En otra ocasión Irineo aclaró que el hombre exaltado no sería relegado a un tipo de ángel glorificado sino que literalmente llegará a ser un dios: “Pasando a los ángeles y ser hecho a la imagen y semejanza de Dios”. [11]
Clemente de Alejandría (160-200 dC.) contemporáneo de Irineo, habló acerca de la deidad como la recompensa que viene después de una larga preparación: “Siendo destinados a sentarse en tronos con los otros dioses que han sido puestos en sus lugares por el Salvador”.[12] El mismo Clemente de Alejandría también hizo esta declaración rotunda con respecto al hombre que vive una vida recta: “Conociendo a Dios, será semejante a Dios. . . Y ese hombre llega a ser Dios, porque Dios así lo quiere”.[13]
Hipólito (170-236 dC.) uniendo los siglos segundo y tercero, habló del potencial ilimitado de los santos que son fieles en esta vida: “Y serás un compañero de la Divinidad, y un co-heredero con Cristo. . . Porque has llegado a ser Dios. . . has sido deificado, y engendrado a la inmortalidad”.[14]
Cipriano, (200-258 dC) un bien conocido líder cristiano del tercer siglo, reafirmó que el hombre puede llegar a ser como Cristo: “Lo que Cristo es, lo seremos los cristianos, si emulamos a Cristo,” [15]
Orígenes (185-255 dC), también del tercer siglo, escribió: “El Dios verdadero [refiriéndose al Padre], entonces es “El Dios,” y quienes son formados a Su semejanza son dioses, como si fueran imágenes de Él que es el prototipo.” [16]
Y en el cuarto siglo, San Atanasio de Alejandría (295-373 dC), explicó que “[Dios] fue hecho carne a fin de que estuviéramos capacitados para ser hechos dioses.”[17]
Esta verdad doctrinal sobrevivió durante varios siglos pero, eventualmente, la apostasía hizo que esta doctrina, en toda su pureza y extensión, se perdiera. La doctrina del potencial del hombre para llegar a ser Dios, tal como la enseñó el Profeta José Smith no fue de su invención; ni de su creación ni el fruto de una mente fértil; fue única y simplemente la restauración de una verdad gloriosa que se había enseñado en las escrituras y por muchos escritores cristianos de la Iglesia primitiva.
Poetas y Autores. El tercer testimonio, el de poetas y autores inspirados. C. S. Lewis, un hombre íntegro y de orientación espiritual, reafirmó esta propuesta una y otra vez:
Es un asunto muy serio el vivir en una sociedad de posibles dioses y diosas, recordar que la persona menos interesante y más aburrida con quien hables pueda ser alguna día una criatura a la cual . . . te sientas tentado muy fuertemente para adorarla. . . . ¡No existen personas ordinarias![18]
Estaba en lo correcto. No hay entre nosotros personas ordinarias, sino solamente dioses y diosas en potencia.
Fue Víctor Hugo, el autor magistral, quien dijo: “La sed por el infinito comprueba la infinidad”.[19] ¡Qué pensamiento tan poderoso y sublime! Quizás la sed por la deidad de igual manera compruebe la divinidad. El Dios que ustedes y yo conocemos ¿plantaría en el alma del hombre la visión y el anhelo de la deidad y luego lo frustraría en su capacidad para lograrla? Shakespeare tuvo un chispazo de esta idea, porque al hablar en boca de Hamlet, dijo:
¡Qué obra de arte es el hombre! ¡Qué noble en su razón! ¡Cuán infinito en sus facultades! ¡Que admirable y expresivo en su forma y movimientos! ¡En la acción, tal como un ángel! ¡en su comprensión tan semejante a un dios![20]
La visión de Robert Browning, que frecuentemente traspasaba el velo mortal, lo hizo otra vez en estos renglones de su poema “Rabbi Ben Ezra”:
Habiendo alcanzado su fin la batalla de la vida.
Desde allí pasaré, aprobado
Un hombre, para siempre jamás removido
Del bruto desarrollado; un dios, aunque en embrión.[21]
Este poeta y pensador profundo vio las semillas y el embrión de la deidad en cada hombre.
La Lógica. El cuarto testimonio es el poder de la lógica. ¿Acaso las leyes de la ciencia no nos enseñan que las cosas se reproducen a su semejanza, según su especie? La ciencia nos ha enseñado que un código genético complejo que se transfiere de padre a hijo es el responsable de que el hijo adquiera los mismos atributos físicos de sus padres. Si esto es así, ¿es ilógico asumir que la progenie espiritual reciba un código genético espiritual que les proporcione las características y el potencial divinos de su padre [Dios] haciéndolos dioses en embrión? No, solamente es el cumplimiento de la ley de que una cosa engendra otra igual. Es la misma verdad que enseñó el profeta Lorenzo Snow:
Nacimos a la imagen de Dios nuestro Padre. Él nos engendró a Su semejanza. En la composición de nuestra organización espiritual existe la naturaleza de la Deidad. Al nacer espiritualmente, nuestro Padre nos transmitió la capacidad, los poderes, y las facultades que Él posee, tanto como el niño en el seno de su madre posee, aunque en un estado no desarrolladotodavía, las facultades, los poderes y las susceptibilidades de su padre.[22]
El presidente Boyd K.Packer contó que un día les ayudó a sus hijos a llevar al granero unos pollitos recién nacidos. Al ver que su hijita de 4 años llevaba un pollito en sus manos comento algo así como: “Ese pollito será un hermoso perro cuando crezca, ¿verdad?
Su hija lo miró sorprendida.
Él agregó: “o quizás será un gato o una vaca”.
Su hijita frunció la nariz , como si dijera: “¿Qué no sabes nada papá? El pollito crecerá y será exactamente como sus padres”.
Él entonces comento acerca de como fue que esta niñita de cuatro años supo casi de manera instintiva, que el pollo crecería siguiendo el modelo de sus padres.[23]
El evangelio de Felipe, uno de los libros apócrifos, menciona esta declaración lógica: “Un caballo engendra un caballo, un hombre engendra un hombre, un dios engendra a un dios.”[24] La diferencia entre el hombre y Dios es importante, pero es una cuestión de grado, no de especie. Es como la diferencia entre una bellota y una encina. Un capullo de rosa y una rosa. Un hijo y un padre. En verdad, todo hombre es, potencialmente, un dios en embrión, en cumplimiento de la ley de que las cosas se reproducen a su semejanza.
La voz de la Historia. Quinto, y finalmente la voz de la historia verificará de igual manera esta verdad. Me acuerdo del cuento de que un camión pasó por el lugar donde pacían unas vacas. En un costado del vehículo estaban escritas con letras grandes las palabras: “Homogeneizada, Pasteurizada y con Vitaminas A y D.
Una vaca al ver el letrero, se volteó hacia la otra y le dijo: “Hace que una se sienta inepta, ¿verdad?”
Reconozco que así es como me siento cuando vea la distancia que hay entre Dios y yo, pero me consuelo al contemplar todo lo que se puede lograr en el corto espacio de la vida mortal. Parafraseo las ideas de B. H. Roberts: De la cuna se han levantado oradores, generales, artistas y obreros para efectuar las maravillas de nuestra época. De un bebé indefenso se puede levantar un Demóstenes, o un Lincoln para dirigir el destino de las naciones. De tal bebé puede surgir un Miguel Angel para llenar el mundo de belleza. De tales comienzos puede salir un Mozart, o un Beethoven para traer del silencio los poderes y la serenidad de la música. De tal bebé indefenso puede levantarse un José Smith para dar luz en un mundo de tinieblas.[25]
Piensen por un momento en lo que se puede lograr en el corto espacio de la vida mortal. Ahora supongan que pueden quitarle al hombre las barreras de la muerte y concederle la inmortalidad y tener a Dios como su guía. ¿Qué límites querrían ponerle a su logros mentales, morales o espirituales? B. H. Roberts lo expresó mejor cuando dijo:
Si dentro del corto espacio de la vida mortal hay hombres que se levantan de su infancia y llegan a dominar los elementos de fuego y agua y tierra y aire, y los gobiernan casi como Dioses, ¿Qué no podrían hacer en unos cuantos cientos o miles o millones de años?[26]
Una mirada al otro lado del velo nos dice que los registros de la historia no terminan con la muerte sino que continúan marcando los logros ilimitados del hombre. Victor Hugo con unos Rayos X casi espirituales, vio las posibilidades después de la muerte:
Mientras más me acerco al final escucho más claramente a mi alrededor las sinfonías de los mundos que me invitan. . . . Por medio siglo he estado escribiendo mis ideas en prosa y en verso; historia. . . . Lo he probado todo. Pero siento que no he dicho ni la milésima parte de lo que hay en mí. Cuando baje a la sepultura, puedo decir como tantos otros: “he terminado mi día de trabajo,” pero no puedo decir: “he terminado mi vida.” Mi día de trabajo empezará otra vez al día siguiente. La tumba no es un callejón sin salida, es un camino. . . . Mi trabajo apenas comienza.[27]
La perfección es una búsqueda en ambos lados del velo. Las escrituras nos recuerdan: “continuad con paciencia hasta perfeccionaros” (DyC 67: 13).
La Posibilidad Divina se Convierte en una Realidad Divina
Las escrituras, los primeros escritores cristianos, la poesía, la lógica y la historia testifican no sólo de la posibilidad divina sino de la realidad divina de que el hombre puede llegar a ser como Dios. La Doctrina y Convenios se refiere a Abraham, Isaac y Jacob diciendo: “ y porque no hicieron sino lo que se les mandó, han entrado en su exaltación, . . . y se sientan sobre tronos, y no son ángeles sino dioses” (DyC 132: 37). Para estos hombres la posibilidad divina se convirtió en la realidad divina. Eso no quiere decir que se convirtieron en dioses que reemplazaron a nuestro Padre Celestial sino que más bien en hombres exaltados que han aumentado sus capacidades de honrar y glorificar a Dios. Nuestro Padre Celestial permanecerá para siempre como nuestro Dios supremo, a quien amaremos, reverenciaremos y adoraremos, para siempre jamás.
Pero ¿cómo es posible que ustedes y yo, con todas nuestras faltas y debilidades e imperfecciones, podamos llegar a ser un dios? Afortunadamente, un Padre Celestial amoroso nos ha dado los recursos que nos levanten sobre nuestras restricciones mortales y que nos impulsen a las alturas divinas. Mencionaré solamente dos de tales recursos, ambos son posibles debido a la Expiación de Jesucristo, cuya meta final es ayudarnos en nuestra búsqueda de la deidad —para que podamos “ser uno”― no solamente con Él sino que también “ser uno” como Él. Primero, menciono las ordenanzas salvadoras del reino.
José Smith recibió una revelación que explicó la relación entre las ordenanzas y la divinidad: “Así que, en sus ordenanzas se manifiesta el poder de la divinidad. Y sin sus ordenanzas y la autoridad del sacerdocio, el poder de la divinidad no se manifiesta a los hombres en la carne” (DyC 84: 20-21). En otras palabras, el participar en las ordenanzas salvadoras, desata y libera ciertos poderes de la deidad en nuestras vidas que no están disponibles de alguna otra manera. Estos poderes ayudan a refinarnos y purificarnos. Las cinco ordenanzas de salvación y sus correspondientes poderes de la deidad son las siguientes:
Primero, bautismo por inmersión (y, por consiguiente, la ordenanza del sacramento). Por motivo de la Expiación de Jesucristo, esta ordenanza nos limpia de nuestros pecados y ayuda a hacernos santos, ajustando nuestra vida más en línea con la del Salvador.
Segundo, el don del Espíritu Santo. Este don nos ayuda a conocer “la voluntad del Señor [y] la intención del Señor” (DyC 68:4) y por lo tanto hace posible que obtengamos una mente más como la de Dios.
Tercero, el sacerdocio. Esta ordenanza transfiere a un simple mortal el poder de actuar por Dios en la tierra, como si Él Mismo estuviera presente. En esencia, es un poder notarial espiritual para ser el agente de Dios y para invocar Su poder, con lo que nos ayuda a ejercer en rectitud los poderes divinos.
Cuarto, la investidura. Esta ordenanza es un don de conocimiento que viene de Dios con respecto a cómo podemos llegar a ser como Él, y está acompañada de convenios que nos inspiran en ese intento. Como se expresa en el dicho antiguo: “El conocimiento es poder.” El uso correcto del conocimiento que se recibe en la ordenanza de la investidura resulta en un mayor poder de Dios en nuestra propia vida. Es por eso que la Doctrina y Convenios dice: “me propongo investir con poder de lo alto a los que he escogido” (DyC 95:8).
Quinto, las ordenanzas del sellamiento. La muerte, con todo su poder, no puede destruir las relaciones selladas en el templo —que pueden continuar más allá de la tumba― y que nos permiten, al igual que Dios, tener crecimiento eterno.
Las ordenanzas de la salvación son mucho más que una lista de verificación que debemos llenar para ganar la entrada en el reino celestial —son las llaves que abren las puertas de los poderes celestiales― que pueden elevarnos por encima de nuestras limitaciones mortales.
El segundo recurso que nos ayuda en la búsqueda de la deidad son los dones del Espíritu. ¿Cuáles son los dones del Espíritu? Los conocemos como amor, paciencia, conocimiento, testimonio, etc, etc. En esencia, cada don del Espíritu representa un atributo de la deidad. Por lo tanto, cada vez que adquirimos un don del Espíritu, adquirimos un potencial atributo de la deidad. En este respecto, Orson Pratt enseñó:
Se ha declarado que uno de los objetivos [de la Iglesia] es “Para la perfección de los Santos,” . . . El . . . plan. . . para el cumplimiento de este gran objetivo, es por medio de los dones espirituales. Cuando cesan estos dones sobre naturales del Espíritu, los Santos dejan de perfeccionarse, por lo tanto, no pueden tener la esperanza de lograr una salvación perfecta. . .
En toda nación y época en la cual haya creyentes, deben existir los dones para perfeccionarlos.[28]
Con razón el Señor nos manda “procurad, pues, los mejores dones” (1 Corintios 12: 31), “buscad diligentemente los mejores dones” (DyC 46: 8); y “procuraseis toda buena dádiva” (Moroni 10: 30).
El Presidente George Q. Cannon habló de las imperfecciones del hombre y de la solución divina. Reconociendo el vínculo entre los dones espirituales y la deidad, fervientemente les pedía a los Santos que vencieran toda debilidad manifiesta mediante la adquisición de un don de fuerza que la cancele conocido como el don del Espíritu. Él lo mencionó así:
Si alguno de nosotros es imperfecto, es nuestro deber orar para pedir el don que nos haga perfectos . . . Ningún hombre debe decir: “Yo no puedo cambiar, esa es mi naturaleza.” No está justificado en eso, por la razón de que Dios ha prometido dar la fuerza para corregir estas cosas, y dar los dones que las erradiquen. . . . Él quiere que Sus Santos sean perfeccionados en la verdad. Con este fin Él da estos dones, y los confiere sobre quienes los busquen, a fin de que puedan ser un pueblo perfecto sobre la faz de la tierra, sin importar sus muchas debilidades porque Dios ha prometido conceder los dones que sean necesarios para su perfección.[29]
¿Cuál fue la respuesta del Señor a la ferviente petición de Salomón de que le concediera el don de un corazón con entendimiento? Las escrituras dicen: “Y le agradó al Señor que Salomón pidiese esto” y entonces el Señor le dijo: “he aquí, he hecho conforme a tus palabras. He aquí, que te he dado un corazón sabio y entendido” (1 Reyes 3: 10, 12).
¿Cuando fue la última vez que oramos pidiendo un don del Espíritu que nos eleve sobre muestras debilidades mortales y promueva nuestra búsqueda de la deidad? Una y otra vez el Señor ha invitado y prometido: “Pedid, y se os dará” (Mateo 7: 7).
¿Por qué es tan importante tener una visión correcta acerca del destino divino de la deidad de la cual las escrituras y otros testigos hablan tan claramente? Porque con una visión aumentada se tiene una mayor motivación. El élder Bruce R. McConkie escribió: “Ninguna doctrina es tan fundamental, ninguna doctrina abarca un mayor incentivo para la rectitud personal. . . como el maravilloso concepto de que el hombre puede ser como su Creador.”[30] ¿Y por qué no sería posible? ¿Qué no todas las iglesias cristianas promueven una conducta como la de Cristo? ¿No es eso de lo que trata el Sermón del Monte? Si es una blasfemia pensar que podemos llegar a ser como Dios, entonces ¿en que punto deja de ser blasfemo el llegar a ser como Dios; 90 por ciento, 50 por ciento o el uno por ciento? Es más cristiano el buscar una deidad parcial que una deidad total? ¿Se nos ha invitado a andar en el camino de la deidad — de “sed pues vosotros perfectos, como vuestro Padre en los cielos es perfecto”― sin la mínima posibilidad de alcanzar jamás ese destino?
Al entender mejor nuestro destino potencial, nuestro nivel de auto-estima, confianza y motivación se eleva grandemente. La juventud entenderá que es una miopía tomar clases fáciles y maestros fáciles en vez de los que les impulsarán hacia la deidad. Comprenderán la visión de que su esfuerzo es por la deidad no por las calificaciones.
Y nuestros miembros algo mas viejos ¿qué? Entenderán que no hay tal cosa como una granja de retiro, ningún día en que se acabe el trabajo. Al igual que Víctor Hugo, saben que su trabajo apenas empezó. Todavía hay miles de libros que leer y escribir, pinturas que disfrutar, música que componer, y servicios que prestar. Comprenden la revelación al Profeta José Smith: “Cualquier principio de inteligencia que logremos en esta vida se levantará con nosotros en la resurrección” (DyC 130: 18).
¿Qué pasa con los que sentimos debilidades en la vida? Podemos tomar una esperanza renovada en las palabras del Señor a Moroni: “porque si se humillan ante mí, y tienen fe en mí, entonces haré que las cosas débiles sen fuertes para ellos” (Ether 12: 27).
¿Y qué de aquellos que piensan que han pecado más allá de la gracia redentora de Cristo? Pueden consolarse en Su promesa: “aunque vuestros pecados sean como la grana, como la nieve serán emblanquecidos” (Isaías 1: 18). Quizás haya algunos que piensen que su vida ha sido destrozada y que ya no se puede reparar. ¿Acaso no pueden encontrar esperanza renovada en estas palabras del Salvador: “[Yo] les de gloria en lugar de ceniza” (Isaías 61:3)? No existe ningún problema, ningún obstáculo en nuestro destino divino, para el cual la Expiación del Salvador no tenga un remedio de poder sanador y edificador superior. Eso es el por qué Mormón dijo: “debéis tener esperanza, por medio de la expiación de Cristo” (Moroni 7: 41).
¿Cómo es que no podríamos tener mayor fe en Dios y en nosotros mismos si supiéramos que Él ha plantado dentro de nuestras almas las semillas de la deidad y nos ha investido con el acceso a los poderes de la Expiación? “¿La Deidad?” Si no es así, entonces el crítico debe contestar ¿Por qué no?
Quizás podríamos sugerir tres respuestas para la consideración de los críticos: Es probable que el hombre no pueda llegar a ser como Dios porque Dios no tiene el poder de crear una simiente divina. Está fuera de su alcance actual de comprensión e inteligencia.
“Blasfemo,” responde el crítico. “Él es todopoderoso y lo sabe todo.”
Quizás, entonces, Él ha creado una simiente menor debido a que no nos ama,
“Eso es ridículo y absurdo,” es su respuesta. “Porque de tal manera amó Dios al mundo que ha dado a su Hijo Unigénito” (Juan 3: 16).
Bueno, quizás Dios no ha plantado dentro de nosotros la chispa divina porque quiere retener Su deidad para Sí Mismo; se siente amenazado por nuestro progreso. Solamente puede retener Su superioridad al asegurar la inferioridad del hombre.
“No, no, se lamenta el crítico. “¿No ha conocido nunca a un padre amoroso que no quisiera que su hijo rebasara lo que él es?”
Y así es con Dios nuestro Padre.
Testifico que no hay gente común en nuestro medio, no cifras ni ceros; solamente hay dioses y diosas en potencia. Aunque muchos testimonios certifican esta verdad, los más poderosos de todos son los tranquilos susurros del Espíritu que confirman tanto a mi mente como a mi corazón la grandeza y verdad de esta doctrina gloriosa. Y como lo enseñó Jacob: “porque el Espíritu habla la verdad, y no miente. Por tanto, habla de las cosas como realmente son, y de las cosas como realmente serán” (Jacob 4: 13).
Oro por que podamos reconocer nuestra verdadera identidad como hijos e hijas de Dios y obtengamos una visión de nuestro destino divino como realmente será. Ruego que seamos agradecidos a un Padre y un Hijo amorosos que lo han hecho posible. En el nombre de Jesucristo, amén.
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Notas
[1] Véase Hechos 17: 28-29; Romanos 8: 16-17 y Hebreos 12: 9.
[2] Boyd K. Packer, “To Young Women and Men,” Ensign, Mayo 1989, pág. 54
[3] C. S. Lewis, “The Grand Miracle,” en Miracles: A Preliminary Study (New York: Macmillan, 1978), pp. 122-123; énfasis agregado.
[4] David O. McKay, Pathways to Happiness (Salt Lake City: Bookcraft, 1957), xi.
[5] Cuando fui presidente de misión, comentamos en una conferencia de zona el potencial del hombre para alcanzar la deidad. Al hacerlo nos referimos a un pasaje de las escrituras citado frecuentemente por nuestros críticos, Isaías 43: 10 que dice: “antes de mí no fue formado dios alguno, ni lo será después de mí.” Por lo tanto, concluyen los críticos si no existe un dios antes o después del Padre, entonces el hombre no podría convertirse en dios.
Como cosa del destino, varios días después uno de nuestros jóvenes misioneros estaba tocando puertas. Un hombre distinguido lo invitó a pasar. Los misioneros pronto supieron que él era maestro de teología en una universidad de la localidad. Era muy cortés pero declaró rotundamente que la doctrina mormona era incorrecta porque enseñaba que el hombre puede llegar a ser un dios, y, después de todo, la Biblia enseña que no hay dios ni antes ni después del Padre.
Este misionero no se arredró. Simplemente contestó: “¿Señor, sabe donde se encuentra esa escritura?”
El hombre vaciló, “no recuerdo exactamente, pero está en la Biblia.”
El misionero contestó: “está en Isaías 43: 10, pero también se menciona en Isaías 44, 45 y 46.” Además preguntó: “Recuerda el contexto en que se dio?”
El profesor no pudo recordar.
“Entonces” dijo el misionero, “déjeme ayudarle. Dios estaba reprendiendo a los israelitas porque estaban adorando a imágenes y estatuas hechas por la mano del hombre. En varias ocasiones, el Señor declaró en estos capítulos que ninguna de esas imágenes o estatuas, hechas en el pasado o en el futuro, llegaría a ser un dios.” Este misionero explicó principalmente, que esos versículos se referían a la incapacidad de las imágenes talladas de llegar a ser dioses y que no tenían nada que ver en absoluto con la capacidad del hombre de convertirse en un dios. Invitó al profesor a aprender más acerca de la verdad con respecto con el potencial del hombre, pero su invitación fue declinada..
[6] La palabra perfecto como se usa en esta escritura viene del la palabra griega telios. Algunos han sugerido que se podría traducir como “terminado” o “completo,” lo que da por resultado una connotación distinta a la de la perfección moral; quizás queriendo decir un santo completo o maduro. Aunque esta podría ser una interpretación, la escritura no excluye la referencia a la perfección moral. De hecho, cuando se lee en contexto, este pasaje parece requerir la perfección moral. Delinea específicamente el tipo de finalización o de perfección a la que se refiere al al hacer la comparación “como vuestro Padre que está en los cielos es perfecto” (énfasis agregado). Dios no es perfecto en el sentido relativo. Él es absolutamente perfecto. Es de interés darse cuenta de que tanto la versión del Rey Santiago de la Biblia y la Nueva Versión Internacional de la Biblia, traducen la palabra telios como “perfecto.”
[7] Brigham Young, en Journal of Discourses (London: Latter-day Saints' Book Depot, 1854-1886), 10: 5.
[8] C. S. Lewis, “Counting the Cost,” en Mere Christianity (New York: Macmillan, 1960), pp. 174-175.
[9] Algunos pueden argumentar que algunas de las referencias de los primeros escritores cristianos acerca del potencial del hombre para alcanzar la deidad, solamente eran frases alternativas para la inmortalidad del hombre. En algunos casos esa interpretación puede ser correcta, pero las referencias que comentaremos más adelante proveen la evidencia de que el potencial de alcanzar la deidad existía en el pensamiento del cristianismo temprano.
[10] Irineo, Adversus Haereses (Irineo Contra las Herejías) libro 4, capítulo 38, en The Apostolic Fathers, Justin Martir, Irenaeus, vol. 1 de Ante-Nicene Fathers: The Writings of the Fathers Down to 325 dC, Alexander Roberts y James Donaldson, editores (Peabody, MA: Hendrickson Publishers, 1994). pág. 522.
[11] Irineo, Adversus Haereses (Irineo Contra las Herejías) libro 5, capítulo 36, en vol. 1 de The Apostolic Fathers, pág. 567.
[12] Clemente de Alejandría, Stromata (Miscellanies) libro 7, capítulo 10, en Fathers of the Second Century: Thomas, Tatian, Athenagoras, Theophilus, and Clement of Alexandria (Entire), vol. 2 of Ante-Nicene Fathers, Alexander Roberts y James Donaldson, editores (Peabody, MA: Hendrickson Publishers, 1994). pág. 539.
[13] Clemente de Alejandría, Paedagogus (The Instructor) libro 3, capítulo 1, en el vol. 2 de Fathers of the Second Century, pág. 271; énfasis agregado.
[14] Hipólito, Philosophumena (The Refutation of All Heresies) libro 10, capítulo 30, en Fathers of the Third Century: Hyppolytus, Cyprian, Caius, Novation, Appendix, vol. 5 de Ante-Nicene Fathers, Alexander Roberts y James Donaldson, editores (Peabody, MA: Hendrickson Publishers, 1994). pág. 153; énfasis agregado.
[15] Cipriano, “On the Vanity of Idols,” The Treatises of Cyprian 6: 15, en el vol. 5 Fathers of the Third Century, pág. 469.
[16] Orígenes, Commentary on John 2: 2, en The Gospel of Peter, the Diatessaron of Tatian, vol. 9 de Ante-Nicene Fathers, Alexander Roberts y James Donaldson, editores (Peabody, MA: Hendrickson Publishers, 1994). pág. 323.
[17] Ver de Atanasio, Orations Contra Arianus (Four Discourses Against the Arians) 1. 39, 3.34, en St. Athanasius: Select Works and Letters, vol. 4 de A Select Library of Nicene and Post-Nicene Fathers of the Christian Church: Second Series, Philip Schaff y Henry Wace, editores (Grand Rapids, MIL Eerdmans, 1978-1979), pág. 329 y 413; ver también de Atanasio, De Incarnation Verb Dei (On the Incarnation) 54.3, en AT Athanasius, 65. Sin duda Atanasio obtuvo esta idea de Irineo, quien antes había dicho, “si el Verbo ha sido hecho hombre, es para que los hombres puedan ser dioses.” The Westminster Dictionary of Christian Theology, Alan Richardson y John S. Bowden, editores (Philadelphia: Westminster Press, 1983), s.v. “deification” pág. 147; ver de Irineo, Adversus Haereses (Irenaeus Against Heresies) libro 5, prefacio, en el vol. 1, The Apostolic Fathers, pág. 526).
Martín Lutero enseño esta misma verdad en su sermón de Navidad de 1514: “Así como el verbo de Dios se hizo carne, así también es necesario que la carne pueda llegar a ser verbo. En otras palabras,: Dios se convierte en hombre para que el hombre pueda llegar a ser Dios. . . Él tomó lo nuestro para sí mismo a fin de impartirnos lo que es suyo.” Citado en “Martin Luther: Little Christs for the World; Faith and Sacramentes as Means to Theosis,”de Jonathan Linman en Partakers of the Divina Nature: The History and Development of Deification in the Christian Traditions, editado por Michael J. Christensen y Jeffery A. Wittung (Grand Rapids, MI: Baker Academics, 2007), pág. 191. Lutero además enseñó: “Sí, mediante la fe llegamos a ser dioses y participantes de la naturaleza divina y el nombre, como lo dice en Salmos 82: 6: 'Yo dije: vosotros sois dioses, y todos vosotros hijos del Altísimo.”' Martin Lutero según se cita en “Marthin Luther,: de Linman, pág. 198.
[18] C. S. Lewis, “Love Thy Neighbor,” en The Joyful Christian (New York: Touchstone, 1996), pág. 197.
[19] Según lo relató Arsêne Houssaye, “Victor Hugo on Immortality,: en Fifty Years and Beyond; or, Gathered Gems for the Aged editado por Samuel Gordon Lathrop, (Chicago; New York: Fleming H. Revell, 1881), pág. 325. Citado por Hugh B. Brown en Conference Report, abril de 1967, pág. 50.
[20] Shakespeare, Hamlet, acto 2, escena 2, líneas 323-327.
[21] Robert Browning, “Rabi Ben Ezra,” (1864), estrofa 13; en The Individual y Human Values, vol, I de Out of the Best Books: An Anthology of Literature, Bruce R. Clark y Robert K. Thomas, editores (Salt Lake City: Deseret Book, 1964). pág. 463.
[22] Lorenzo Snow, en Biography and Family Record of Lorenzo Snow: One of the Twelve Apostles of the Church of Jesus Christ of Latter-day Saints por Eliza Snow (Salt Lake City: Deseret News, 1884O, pág. 335; énfasis agregado.
[23] Ver “Let Not Your Heart Be Troubled” de Boyd K. Packer, (Salt Lake City: Bookcraft, 1991), pág. 289.
[24] 'The Gospel of Philip (II, 3),” en The Nag Hammadi Library: In English,traducción, members of the Coptic Gnostic Library Project of the Institute for Antiquity and Christianity (New York: Harper and Row, 1977), pág. 145.
[25] Ver de B. H. Roberts, The Mormon Doctrine of Deity (Salt Lake City: Deseret News, 1903), pp. 33-34.
[26] Roberts, The Mormon Doctrine of Deity, pág. 35.
[27] Houssaye, “Victor Hugo on Immortality,” Fifty Years, pp. 324-325; citado en Sterling W. Sill, Thy Kingdom Come, (Salt Lake City: Deseret Book, 1975), pp. 222-223.
[28] Orson Pratt, capítulo 4 del “Kingdom of God,” Orson Pratt's Works (Salt Lake City: Deseret News Press, 1945), pág. 97; énfasis agregado.
[29] Discurso dado por el Presidente George Q. Cannon,: Millennial Star, 23 abril de 1894, pp. 260-261; énfasis agregado; citado en Measure of the Hearts de Marvin J. Ashton, (Salt Lake City: Deseret Book, 1991), pp. 24-25.
[30] Bruce R. McConkie, The Promised Messiah: The First Coming of Christ (Salt Lake City: Deseret Book, 1978) pág. 133.