“No temáis, yo estoy con vosotros”: las lecciones de redimir, fortalecer y perfeccionar de la Expiación de Jesucristo

Bruce C. Hafen and Marie K. Hafen

El élder Bruce C. Hafen es miembro emérito del los Setenta y recientemente sirvió como presidente del templo en Saint George, Utah.

Mary K. Hafen sirvió recientemente como la Directora de Obreras en el templo de St. George.

Nota del Editor: El élder Hafen fue invitado a hablar sobre la Expiación en el Simposio del Nuevo Testamento en el año 1988 para los maestros de Seminarios e Institutos. Después de algunas revisiones que incluyeron los comentarios de algunos maestros, ese discurso se convirtió en el capítulo de introducción de The Broken Heart, que fue publicado en 1989 y aumentado en 2008. Ahora, veinticinco años después, en este número del Religious Educator, él empieza una conversación de dos partes con los maestros de religión que ofrece algunas reflexiones sobre la forma en que entendemos y enseñamos sobre la Expiación. La primera parte: “No Temáis, Yo Estoy con Vosotros,” se basa en un discurso que él y su esposa Marie, dieron en la Conferencia de Mujeres en BYU en el año 2014. Entonces la Parte 2 (“Pedro, El Sacerdocio, El Templo, y la Expiación”),que aparecerá en el siguiente número, se basa en su discurso en el Simposio Sperry de BYU en el 2014.

Bruce: Es un privilegio ser parte de esta maravillosa reunión con ustedes. Cuando pienso en el importante papel de la Presidencia General de la Sociedad de Socorro en co-patrocinar esta Conferencia de Mujeres, me acuerdo del reporte de lo que dijo el élder Legrand Richards cuando asistió a una reunión de la Sociedad de Socorro siendo la presidenta General Belle Spafford. Justo antes que de hablara el élder Richards, ella dijo: “Élder Richards, nosotras las hermanas queremos que ustedes los hermanos sepan que la Sociedad de Socorro está detrás del sacerdocio al 100 porciento.” El élder Richards fue al púlpito y dijo: “Hermana Spafford, me da gusto saber que la Sociedad de Socorro está detrás del sacerdocio al 100 porciento, porque el sacerdocio ¡está cien años atrás de la Sociedad de Socorro!” Eso todavía es cierto, pero ya estamos trabajando en ello.

Misericordia severa

Marie: Una noche a la hora de la cena, una amiga compartió una historia sacada de lo que ella llama “su botiquín espiritual de primeros auxilios.” Es una historia que ella recuerda cuando la vida se siente fría y dura—cuando el agotamiento es profundo, y la nieve se hace más profunda— y el punto de llegada todavía está lejano. Sucedió en las llanuras de Wyoming en octubre de 1856. Nuestra amiga tituló esta historia como “Misericordia Severa.” [1]

Agnes Caldwell, una niña de 9 años de edad, iba caminando, igual que el resto de la compañía de carros de mano de Willie, entre la nieve que era movida por el viento, por lo que debió parecer una eternidad, cuando los carros de auxilio aparecieron delante de ellos en el sendero. Antes de que empezara la tormenta, Agnes había caminado todo el sendero otoñal, aun donde había estado lleno de serpientes de cascabel. Durante esa parte, ella y su amiga Mary se tomaron de las manos y brincaron una y otra vez sobre las serpientes hasta que estuvieron, misericordiosamente sin daño, fuera del peligro.

Pero tras varios días de arrastrar sus pies casi congelados entre la nieve que se acumulaba, ya no estaba brincando más y literalmente se estaba muriendo de hambre. La mortalidad en la compañía aumentaba cada noche. Sin embargo, todo lo que Agnes anotó en su historia acerca de la llegada del grupo de auxilio es: “Ciertamente fue un alivio.” Y luego describe su propio rescate: “A los enfermos y los ancianos les permitieron subir a los vagones, y todos los que pudieron siguieron caminando. Cuando nuevamente los vagones arrancaron, varios de los niños decidimos ver que tanto podríamos mantenernos a la par de los vagones con la esperanza de que nos dijeran que nos subiéramos. Uno por uno todos cayeron, hasta que yo fui la última que seguía, determinada a subirme a un vagón. Tras lo que me pareció la carrera más larga que jamás he hecho antes o después, el conductor, [el hermano] Kimball, me llamó: “Dime hermanita, ¿te gustaría un paseo?” Le contesté lo mejor que pude: “Sí, señor.”

“Se agachó, me tomó y de la mano, [y entonces] con un chasquido de la lengua aceleró los caballos [lo que me hizo] correr, con piernas que parecían no dar más. Continuamos por [lo que pareció fueron] millas. Pensé que era el hombre más malo que jamás había vivido o del que yo hubiera sabido, al igual que otras cosas que no darían ningún crédito. . . . por venir de alguien tan joven. Justo cuando parecía que sería mi punto de quiebre, se detuvo. Tomando una cobija, me envolvió y me acostó en el piso del vagón, caliente y cómodo. Aquí tuve tiempo de cambiar mi forma de pensar, y de seguro lo hice, sabiendo muy bien que al hacer eso evitó que muriera congelada.” [2]

¿Ven el por qué nuestra amiga le llama a esta historia “Misericordia Severa? “Pensé que era el hombre más malo que jamás había vivido.” Sentados aquí en la comodidad del aire acondicionado, ¿nos podemos poner en la situación de Agnes? Si yo hubiera sido Agnes, hubiera esperado una poca de compasión de parte de este “ángel de misericordia.” ¿No podría alguien haber visto mi cara quemada por el frío o mi mano huesuda y envuelta en trapos y me hubiera considerado merecedora a una poca de bondad? Pero no, este hombre tomó a Agnes de la manita y en lugar de subirla a su regazo en un acto misericordioso, aceleró a sus caballos para que fueran más aprisa, forzándola a correr, lo cual aumentó su circulación. Su misericordia severa le salvó la vida.

Esta historia tiene mucho que enseñarnos sobre los poderes redentores y fortalecedores de la Expiación de Jesucristo. Vean los simbolismos. La llanura llena de serpientes, la inesperada ventisca que convirtió el camino a Sión en un fuego de refinador; la jovencita con su pasión y determinación de dar todo lo que tenía, el conductor del vagón que amaba lo suficiente para brindar su ayuda pero lo suficientemente sabio para exigirle [a ella] que llegara a su límite—y primeramente— con el valor suficiente de ofrecerse como voluntario en esta labor de rescate. Este hombre no tuvo que dejar la comodidad de su casa y esta niña no tuvo que sujetarse a la mano de él cuando la presionó para que diera más. Sí, él salvó su vida, pero ¡ ella también lo hizo! Para lograr el éxito, el esfuerzo de rescate tenía que ser recíproco. Ambos tenían que darlo todo.

Pondremos las siguientes preguntas en lenguaje moderno, ¿en donde queda en esta historia el poder habilitador de la Expiación del Salvador? ¿Qué función tiene la gracia aquí?

Puede ser que hayan notado, al igual que nosotros, que en estos últimos años más y más Santos de los Últimos Días están usando palabras y frases relacionadas con la Expiación al hablar de sus experiencias espirituales. Este diálogo creciente puede ser que salga de las trincheras lodosas de nuestras vidas y de nuestra necesidad, algunas veces desesperada, de sentir la liberación de Dios. Profundizar en el corazón del evangelio es exactamente lo que deberíamos hacer cuando las tormentas nos están golpeando. Pero en nuestra búsqueda por explicar nuestras experiencias, articular nuestros sentidos y enseñar nuestras clases en la Escuela Dominical, puede ser que, inadvertidamente, nos alejemos de la simple claridad del evangelio restaurado porque, al menos en parte, compartimos muchas palabras clave con otras iglesias cristianas. Con este aumento de nuestro discurso, también experimentamos un poco de confusión.

Una mujer SUD, al tratar de despejar su confusión, preparó una lista de historias del Libro de Mormón en las cuales el poder de Dios había librado o fortalecido a alguien, con frecuencia de manera milagrosa. Al revisar la lista preguntó: “¿Cuando es el poder de la Expiación, cuando es el poder del sacerdocio, o cuando es simplemente una respuesta a la oración? También nos preguntó: ¿Hay situaciones cuando deberíamos invocar alguno de estos poderes en lugar de algún otro? Pensaba que la doctrina de la Expiación era, para ella, un rompe cabezas.

Esperamos poder ayudar a aclarar algunos de los elementos clave de la doctrina de la Expiación del Señor, incluyendo el cómo participamos en esa doctrina. Al hacerlo, esperamos que se sientan seguros con respecto al deseo de Cristo de ayudarnos a levantar nuestras cargas, y que se sientan más confiados en su capacidad de seguir con Cristo sin importar lo que venga. También esperamos que a medida que aumentamos nuestro entendimiento de lo que Cristo ha hecho por nosotros, también podamos aumentar nuestra disposición de someternos a lo que Él nos pueda pedir.

El Propósito de la Expiación de Cristo—Nuestro Crecimiento y Desarrollo

Bruce: Nuestro comentario de la doctrina de la Expiación del Salvador empieza con la historia de Adán y Eva. Un amigo me preguntó: “Si Jesucristo es el centro del evangelio y el centro del templo, ¿por qué la investidura del templo no enseña la historia de la vida de Cristo? ¿Que es todo esto sobre Adán y Eva?” Al pensar en esta pregunta, he llegado a creer que la historia de la vida de Cristo es la historia de darnos Su Expiación. La historia de Adán y Eva es la historia del recibir Su Expiación; y su historia es nuestra historia.

Lehi les dijo a sus hijos que si Adán y Eva hubieran permanecido en el Jardín de Edén, solamente hubieran conocido la inocencia, y sus espíritus no hubieran crecido y desarrollado. “Y no hubieran tenido hijos; por consiguiente, habrían permanecido en un estado de inocencia, sin sentir gozo, porque no conocían la miseria;” Pero todavía hay más “sin sentir gozo porque no conocían la miseria; sin hacer lo bueno, porque no conocían el pecado. Adán cayó para que los hombres existiesen [ser mortales] y existen los hombres [son mortales] para que tengan gozo” (2 Nefi 2: 23, 25).

Así que la Caída no fue un desastre, según lo enseña el cristianismo tradicional. Fue una gran victoria que abrió la puerta para todos nosotros a la escuela que llamamos mortalidad. Cuando pasemos esa puerta, aprenderemos con la experiencia diaria—algunas de ellas muy ásperas—la diferencia entre el bien y el mal y la miseria y el gozo. Sin embargo, este tierra no es nuestro hogar. Estamos en la escuela. El solo entender eso nos da un entendimiento claro de quienes somos, quien es Dios, y el por qué estamos aquí—y del por qué—necesitamos la Expiación de Jesucristo.

Veamos el propósito general de la Expiación, que se relaciona directamente a nuestro propósito al venir a la tierra. Esa perspectiva, guiada por un propósito, explica el por qué en algunas ocasiones nos tomará de la mano y nos hará correr.

Consideramos el propósito de la gracia del Salvador y de Su Expiación con una luz totalmente diferente de la forma en que la ven otras iglesias cristianas. Para entender esa diferencia, veamos brevemente lo que sucedió durante la Gran Apostasía. Desde mas o menos el quinto siglo DC el cristianismo tradicional ha enseñado—incorrectamente—que a causa de la Caída, nacemos con una naturaleza pecaminosa. Un bien conocido credo cristiano declara que Adán y Eva “por su desobediencia. . . . perdieron su pureza y felicidad, y . . . . como consecuencia de su caída todos los hombres han llegado a ser pecadores, depravados por completo.” [3] Esta idea dice que la naturaleza inicua innata del hombre es la causa principal de los pecados humanos; principalmente la gente peca porque no pueden evitarlo. En este punto de vista incorrecto, solamente la gracia de Cristo puede vencer la naturaleza depravada del hombre, y el vencer esa depravación es el propósito primordial de la gracia. Y solamente Dios decide a quién le extenderá la gracia. Debido a que el hombre es malo, no podría escoger la gracia por sí mismo. Este punto de vista, considera equivocadamente que la gracia es una infusión de un solo sentido, y no como la interacción de dos sentidos que realmente es, tal como lo veremos adelante.

Así que nosotros Santos de los Últimos Días tenemos un desafío al usar los términos “gracia” y “poder habilitador” debido a que esos términos, usados muy ampliamente por otras iglesias, algunas veces proceden de suposiciones doctrinales incorrectas. Eso significa que el vocabulario del cristianismo tradicional no siempre funciona para nosotros, y puede confundirnos. Por otra parte, la Restauración corrigió esas doctrinas con claridad y luz acerca de quienes somos y por qué estamos aquí. Esa claridad resuena en el corazón de cada niño que canta “Soy un Hijo de Dios,” [4] con recuerdos de padres divinos, de haber venido de otra esfera, del anhelo interno por el hogar en los brazos de un Padre que no solamente tiene un cuerpo, sino también un corazón; como el nuestro. [5] Vinimos a la tierra no como pecadores depravados sino “siguiendo nubes de gloria,” [6] llevando dentro de nosotros las semillas de una naturaleza potencialmente divina.

Las escrituras modernas nos enseñan que no nacemos buenos o malos por naturaleza, más bien nacemos “limpios” (Moisés 6:54) o “inocentes” (D y C 93:38). Entonces, en un entorno mortal sujeto a las influencias pecaminosas y a la muerte, probaremos algo de pecado y amargura—no porque seamos malos por naturaleza—sino porque no podemos aprender a apreciar lo dulce sin probar lo amargo (D y C 29:39; ver también Moisés 6: 54-55). Y debido a que los efectos de esa amargura nos pueden separar de nuestro Padre Celestial, necesitamos la Expiación de Cristo para vencer todo lo que nos separe de Él—tales como la separación física que causa la muerte y la separación espiritual causada por nuestros pecados—. Eso es lo que significa la palabra “expiación,” [at-one-ment en inglés] o el hecho de reunir lo que ha sido separado.

Además, necesitamos la Expiación para ayudarnos a progresar a fin de llegar a ser como nuestro Padre, ya que no podemos estar “con Él” para siempre en Su esfera celestial hasta que seamos “como Él.” En este sentido, nuestra capacidad inmadura nos separa de Él—por eso es que nos mandó a la escuela—. Así que al nacer somos completamente inocentes, literalmente somos bebés. Entonces, a medida que crecemos, al igual que nuestros primeros padres luchamos con las aflicciones—el pecado, la miseria, los hijos—y esa lucha, paradójicamente, nos enseña el significado del gozo. De ese modo, nuestros hijos también nos ayudan a descubrir la parte “gozosa.” La Expiación del Salvador hace posible ese proceso al protegernos mientras aprendemos con la práctica lo que el amor es en realidad y por qué la maldad no puede producir la felicidad (ver Alma 41: 10). A causa de la Expiación, podemos aprender de nuestra experiencia sin ser condenados por eso. Así que la Expiación no es solamente una doctrina sobre como borrar las manchas negras—sino que es la doctrina central—que permite el desarrollo humano. Por tanto, su propósito es facilitar nuestro crecimiento y al final nos ayuda a desarrollar las cualidades, semejantes a las de Cristo, que necesitamos para vivir con Dios.

Marie: Teniendo en mente ese propósito, la Expiación del Señor desempeña una función en dos categorías de bendiciones esenciales; (1) incondicionales y (2) condicionales. Las bendiciones incondicionales se otorgan a todos libremente. Las bendiciones condicionales requieren nuestra participación. Existen tres tipos de bendiciones condicionales: perdonar, fortalecer, y perfeccionar. Hablaremos en ese orden de cada una de ellas, aunque dichas bendiciones puede ser que en ocasiones se traslapen y tengan interacción con las demás en nuestras vidas.

Las Bendiciones Incondicionales de la Misericordia y la Gracia

Primero están las bendiciones incondicionales que se confieren sobre todos por la misericordia y la gracia de nuestro Padre y de Su Hijo. Estos dones bendicen sin cesar a toda la humanidad, sin importar lo que hagamos. Esta dimensión fundamental de la misericordia es, en algún sentido, la fuente de todas nuestras bendiciones, que empiezan con la Creación y nuestra presencia en la tierra. Por ejemplo, una vez escuchamos a una mujer SUD expresar el gran asombro que sintió cuando lo comprendió: “Vivo en un mundo en el cual el Maestro del Universo—el ser vivo más poderoso—me conoce y me ama y se preocupa por mi felicidad eterna. ¿Qué hice para merecer esto? Aparte de decidir venir a la tierra, nada.”

El don de la resurrección universal es también un milagro incondicional de la Expiación, para todas las personas. Debido a que Él ha resucitado, todos resucitarán, y eventualmente todos se arrodillarán para reconocerlo. La Expiación del Salvador también pagó el pecado original de Adán. Otras iglesias cristianas creen, incorrectamente, que cada persona todavía necesita la gracia para ser limpia de la mancha de Adán, la que según ellos creen, causó la naturaleza pecaminosa del hombre. Pero como dice el segundo Artículo de Fe: los hombres no serán castigados por la transgresión de Adán.

La resurrección también es la primera de las dos bendiciones redentoras fundamentales; o sea la redención de la muerte y la redención del pecado. La redención de la muerte es incondicional; pero, como ahora veremos, la redención del pecado (y por lo tanto el perdón) es una bendición condicional.

La Bendición Condicional de la Expiación de Cristo; El Perdonar

Bruce: La Expiación nos ofrece tres bendiciones condicionales. Podemos ser (1) perdonados, (2) fortalecidos y (3) perfeccionados—con la condición—de que participamos en esos procesos.

La eterna ley de la justicia requiere que paguemos por nuestros pecados. Sin embargo, la eterna ley de la misericordia permite que el sufrimiento de Cristo le pague a la justicia por nuestros pecados, si nos arrepentimos. Entonces, al arrepentirnos, la gracia que se permite por la ley de misericordia asegura nuestro perdón. Como tropezamos a lo largo del camino, tenemos la necesidad continua de arrepentirnos y aprender de nuestros errores. Este arrepentir y aprender se equipara con Su disposición perpetua para perdonar. Nuestro arrepentimiento no le paga a Cristo; y por lo tanto en ese sentido, no “ganamos” su gracia. Sin embargo, como una condición para extendernos la gracia—y ayudarnos a crecer—nos pide que iniciemos un proceso de cambio o de rehabilitación que empieza con abandonar nuestros pecados. En este contexto, la gracia es una calle de doble circulación que nos permite inter actuar con Él mediante nuestro arrepentimiento. Así, Él nos ayuda a cambiar, si con humildad hacemos todo lo que esté a nuestro alcance aunque nuestros pecados—sean habituales o de la clase adictiva—. Entonces necesitamos acercarnos al poder continuo de la Expiación de Cristo para ganar fuerza adicional para cambiar. [7]

En términos aplicables tanto al perdón como a las otras bendiciones condicionales de fortalecer y perfeccionar, Nefi dijo: “es por la gracia por la que nos salvamos, después de hacer cuanto podamos” (2 Nefi 25: 23). Algunas personas creen que esto significa que el Señor no nos ayudará sino hasta que nos hayamos agotado. Pero el contexto doctrinal más extenso aclara que “después” en este versículo significa “junto con”—Su gracia está con nosotros, antes, durante y después de que hacemos todo lo que podemos—.

Bendiciones Condicionales—El Fortalecer

Cuando tomamos en serio nuestro arrepentimiento, podemos experimentar la conversión que Alma llamó el “gran cambio en el corazón” (Alma 5: 12-26; ver también Mosíah 5), el cual puede ser repentino o gradual. Así empieza el proceso de fortalecer de la Expiación, cuando nuestra obediencia inter actúa con Su gracia. Cuando esto le sucedió al pueblo del Rey Benjamín, desearon hacer el bien en lugar del mal e hicieron convenio de convertirse en “los hijos de Cristo.” Tomaron sobre sí Su nombre, porque Él los había “engendrado espiritualmente” —volvieron a nacer— y entonces empezaron a obedecerlo. (Ver Mosíah 5).

La experiencia del pueblo del rey Benjamín demuestra la relación de convenio que Cristo crea con Sus discípulos mediante los convenios del bautismo y del sacramento. Cuando nuestras vidas muestran que sinceramente estamos tratando de tomar sobre nosotros Su nombre, recordarle siempre y guardar sus mandamientos, Él cumple su convenio con nosotros; o sea que siempre tendremos Su Espíritu. Mediante esta íntima relación de ida y vuelta, el Salvador nos ofrece la seguridad continua del perdón, la fuerza, y la luz creciente de llegar a ser como Él. Continuamente está nutriendo a nuestros espíritus como un arroyo constante. Entonces, al entender más de Su luz, nos ofrece más porque ya somos capaces de recibir más. Por lo tanto, Esta relación es el cimiento y la fuente de las bendiciones de fortalecer y perfeccionar que siguen al bautismo.

Marie: Así comienza el proceso de llegar a ser Santo—o ser perfeccionado—mediante la Expiación de Cristo, al someternos “al influjo del Santo Espíritu” y despojarnos del “hombre natural” y volvernos “como un niño sumiso, manso, humilde, paciente, lleno de amor y dispuesto a someterse a cuanto el Señor juzgue conveniente imponer sobre [nosotros]” Mosíah 3: 19). Sin embargo, si nos sometemos al adversario más de lo que nos sometamos al Espíritu, entonces seremos como los hijos de Adán y Eva, que “amaron a Satanás más que a Dios” (Moisés 5: 13). Alma dice que seguir este camino, carnal, sensual y diabólico finalmente nos hará estar “sujet[os] al espíritu del diablo” quien nos “sella como cosa suya” (Alma 34:35; cursiva agregada). ¡Qué escalofriante! En contraste, si permanecemos en el sendero del convenio, tenemos la invaluable promesa del rey Benjamín de que Cristo eventualmente “pueda sellaros como suyos” (Mosíah 5: 15; cursiva agregada). Nos gustaría ilustrar este proceso de fortalecer con dos relatos.

Allison estaba casada en el templo y tenía varios hijos. Cuando llegaron a la adolescencia algunos de ellos cayeron en problemas grandes, lo que causó turbulencia en su matrimonio. Por años la familia había tratado de hacer todo lo “correcto”; leer las escrituras, la oración, las noches de hogar, asistir a la Iglesia e ir al templo. Sin embargo, ella dijo: “No estaba pasando lo que yo me había imaginado y esperaba y me sentí atorada por completo. Mi mente frustrada clamó ante Él, ‘siempre fui fiel, y de todas formas me abandonaste, ¿Donde está mi apoyo cuando nos son arrojados todos los dardos ardientes?’”

Entonces, después de cuatro años obscuros, una escritura se abrió ante ella como si fuera un mensaje personal del Señor: “Mas recuerda que Dios es misericordioso; arrepiéntete, pues, de lo que has hecho contrario al mandamiento que te di, y todavía eres escogido, y eres llamado de nuevo a la obra” (D y C 3: 10). Como respuesta, dijo Allison, “la esperanza empezó otra vez a brotar entre mis dudas, Esa pequeña parte de esperanza en mí se dirigió hacia el cielo, ¿En realidad Dios era misericordioso? ¿Podría arrepentirme, y abandonar mis dudas, y otra vez ser digna de su apoyo? Estaba dispuesta a intentarlo.”

Hizo todo lo que sabía para cumplir sus compromisos espirituales y para apoyar a su familia de manera sanadora. La sanidad no vino de la noche a la mañana, pero con los años llegó de manera sencilla. Ella dijo: “Nuestra carga ha sido levantada—por una escritura una vez, por un susurro del Espíritu en el templo—al oír cantar a los niños de la Primaria, y por las tiernas palabras de amigos que no tenían ni idea de su dolor anterior.”

Siete años después de esforzarse e inter actuar con el Señor, Allison describe cómo es que sus hijos empezaron a volver. “Mi hija entró a mi habitación, se sentó en la cama y platicamos, reímos, y lloramos por casi dos horas. ¡Cómo había soñado tener momentos como ese! De parte de mi hijo, ahora recibo un abrazo diario que él empieza y desea. Ver la luz de Cristo que de nuevo se refleja en él me trae un gozo maravilloso y pacífico que sobrepasa la tristeza de sus decisiones anteriores.” Allison dijo que solamente confió en Jesús. Él la cargó cuando sintió que no podía seguir. Ella dio su deseo y su trabajo y Él concedió Su fuerza.

Bruce: Otro amigo, al que llamaré Tyler había sido miembro activo de la Iglesia por mucho tiempo, pero sufrió tanto abuso durante su niñez que no podía creer que las promesas de fortalecer hechas por el Salvador se pudieran aplicar a alguien tan destrozado como él se sentía. Al empezar a aprender que esas promesas estaban ancladas en las raíces profundas de la Expiación, empezó a sentir que las promesas eran reales, pero todavía pensaba que eran para otras personas. Tenía miedo de acercarse a las promesas porque creía que las contaminaría si las tocaba. Gradualmente supo que Cristo podría fortalecerlo para iniciar el proceso del desarrollo de su espíritu. Luego vino el pensamiento clave de que, con la ayuda del Salvador, el dolor que había sufrido durante su vida podría llenarlo de empatía y compasión que le ayudarían a ser de mayor servicio para el Señor y para otros de Sus hijos que lo necesitaran. Desde entonces, se ha convertido en un maestro y asesor inspirado, ayudando a otros a encontrar lo que él encontró—que la ayuda del Salvador—le podría ayudar a convertir sus debilidades en fortalezas.

Las experiencias de Allison y Tyler repiten el modelo de muchos relatos de las escrituras acerca de la manera en que el Señor fortalece a Su pueblo en sus aflicciones. Lo hace debido a Su relación de convenio con ellos. Cuando los hijos de Israel estaban en Egipto, Dios escuchó su clamor y recordó Su convenio con Abraham, Isaac y Jacob. “Y dijo Jehová: Bien he visto la aflicción de mi pueblo,. . . y he oído su clamor. . . . pues conozco sus angustias” (Éxodo 3: 7). Y después de cruzar el Mar Rojo, le dijo esto a Moisés: “Vosotros visteis lo que hice a los egipcios [y ¡eso es quedarse corto al decirlo!] y cómo os llevé sobre alas de águilas y os he traído a mí.” A mí, para ser uno con el Señor. “”Ahora pues, si dais oído a mi voz y guardáis mi convenio, . . . vosotros me seréis. . . . un pueblo santo” (Éxodo 19: 4-6).

Ese mismo modelo y lenguaje aparece en la interacción del Señor con el pueblo de Alma cuando eran cautivos de Amulón: “Yo, el Señor Dios, visito a mi pueblo en sus aflicciones” (Mosíah 24: 14). Nótese que Él dice “mi pueblo” —no el pueblo—debido a Su relación de convenio con ellos. “Alzad vuestras cabezas y animaos, pues sé del convenio que habéis hecho conmigo” (Mosíah 24: 13). Tal como fue cuando el pueblo de Alma estaba en cautiverio, el Señor guardará Su convenio con nosotros de fortalecernos cuando tratamos diligentemente de guardar las promesas que le hemos hecho.

Sin embargo, puede ser que no siempre nos libre de nuestro cautiverio—al menos no de inmediato—aunque seamos fieles. Pero nos fortalecerá hasta que nuestras cargas se sientan más livianas, y con frecuencia usa las cargas para enseñarnos y bendecirnos. Quizás no podemos decir con exactitud que el “expió” por nuestras cargas más allá del pecado y la muerte, y lógicamente no sería exacto decir que “la Expiación” libró a los pueblos de Moisés y Alma—o a Allison y Tyler— pero Su Expiación es lo que califica a Cristo para establecer una relación de convenio personal con sus seguidores fieles, entonces, Cristo Mismo los fortalece por medio de la relación basada en la Expiación. En Sus palabras dice: “No temas porque yo te he redimido. . . mío eres tú” (Isaías 43: 1). “Soy tu Dios que te fortalezco; siempre te ayudaré” (Isaías 41: 10).

El término “fortalezco” en este contexto me parece más claro que el término “habilitar.” Fortalecer significa “hacer más fuerte, o ser más fuerte,” lo que implica que ya estamos usando nuestro albedrío para hacer lo que podamos. Por otra parte, “habilitar” significa activar o hacer operacional” lo que podría implicar que nos falta el deseo (o el albedrío) de actuar rectamente por nosotros mismos. Dicho de manera más simple: “Fortalecer” significa que el Señor agrega Su fuerza a la nuestra, en tanto que “habilitar” simplemente podría implicar que Él actúa por nosotros. Quizás es por esta razón que algunas versiones standard de las creencias teológicas protestantes enseñan que Dios elige extender la gracia a un pecador y entonces queda libre del pecado, y “la gracia solamente le permite que libremente desee y haga lo que es bueno espiritualmente.” [8]

No queremos extendernos mucho en temas de semántica, aunque tengan implicaciones doctrinales. Reconocemos que el uso de las palabras “poder habilitador” es tan nuevo en el vocabulario SUD que muchos de nosotros no estamos seguros de lo que significa. Y en cierto sentido, aunque no entendamos lo que significa si al tratar de obtenerlo nos acerca al Salvador, y ese proceso nos ayuda a levantar nuestras cargas, no necesitamos saber más.

A la vez, el lugar esencial de los convenios en las historias de las escrituras y otras que hemos compartido nos muestra que Cristo extiende su poder fortalecedor solamente bajo ciertas condiciones. No necesitamos ser perfectos, pero si debemos esforzarnos de todo corazón, no a medias. Jacob lo indicó así: “ Vengáis [a Él] con íntegro propósito de corazón, y os alleguéis a Dios como él se allega a vosotros” (Jacob 6: 5). Esta doctrina de la gracia condicional difiere de la idea protestante tradicional de que la gracia es enteramente un regalo gratuito. Pero el modelo de interacción en dos direcciones en los convenios es la manera del Señor de animarnos a hacer lo que solamente nosotros podemos hacer—esforzarnos lo suficiente—para participar de manera importante en el proceso de crecimiento. Sin nuestro esfuerzo, ni Dios puede hacernos crecer, sin importar cuanta gracia nos extienda. Piensen en Agnes Caldwell que casi se congeló. Esa misericordia severa fue increíblemente difícil para ella, pero la impulsó a la acción que solamente ella podía ejercer, y eso le salvó la vida.

Las escrituras y los himnos de los SUD usan el término “gracia” en una rica variedad de maneras fortalecedoras; algunas de ellas requieren que tomemos acción clara y enérgica. Aquí hay algunas muestras que ilustran nuestra función activa a fin de calificar para la gracia del Señor: “Enseñaos diligentemente, y mi gracia os acompañará” (D y C 88: 78). En el tiempo de Alma “los sacerdotes no habían de depender del pueblo para su sostén; sino que por su obra habían de recibir la gracia de Dios” (Mosíah 18: 26). “Basta mi gracia a todos los hombres que se humillan ante mí. . . . entonces haré que las cosas débiles sean fuertes para ellos” (Eter 12: 27).

“Aunque cruel jornada esta es, Dios nos da Su bondad. Mejor nos es el procurar afán inútil alejar. . . ” [9] Esa promesa del himno “¡Oh, Está todo bien!” se repite en otro himno favorito “Que firmes cimientos” que en inglés indica que el socorro será de acuerdo a la necesidad. [10] Cuando nos esforcemos, Él nos socorrerá y nos fortalecerá tan completamente como lo requiera el más difícil de nuestros días.

Marie: Para algunos de nosotros “como lo requiera” puede significar dolor y tristeza indescriptibles causados por tragedias que están fuera de nuestro control. Un hombre que conocemos, no se dio cuenta de que su niño estaba atrás del automóvil, lo atropelló y mató a su propio hijo de dos años en su casa. Esa fue la experiencia más devastadora en la vida de este hombre fiel. Se culpó a sí mismo y se sintió indigno ante Dios y su familia. Pero su error no fue su culpa, y tampoco era pecado. Fue un accidente. ¿En qué forma ayuda la Expiación a este hombre? o quizás debamos definir la pregunta mejor a ¿Cómo le ayuda Cristo, a él o a cualquiera de nosotros, en la angustia más profunda de nuestra vida?

Una mujer que conocemos hizo su propia versión de la misma pregunta. Siendo niña recibió muchos abusos. Se sentía traicionada, abandonada, sola, atormentada física y espiritualmente. Dijo: “Por años me he sentido manchada y excluida de la presencia de Dios. Pero yo no pequé; pecaron contra mí. ¿Me ayudará la Expiación?” Podemos contestarle con un rotundo ¡Sí! Por motivo de Su Expiación, Cristo le ayudará—a ella, a nosotros y a todos—. La ayuda de esa fuente es Su mayor expresión de compasión hacia cada uno de nosotros sin importar cuales sean nuestras circunstancias. [11]

Alma nos indica que Cristo, al parecer como parte de Su Expiación, tomó sobre Sí los “dolores” y las “enfermedades” de “Su pueblo” (Alma 7: 11-12). Eso significa, que cuando menos, no sufrimos solos. Y si se lo permitimos Él se nos unirá para aligerar nuestras cargas—Sus manos bajo las nuestras—Sus hombros ayudándonos a llevar lo pesado de la carga.

Pero más allá de eso, ¿quiso decir Alma que el Salvador de alguna manera le “pagó” a la justicia por nuestras enfermedades de la misma manera que pagó por nuestros pecados? O, de manera más amplia, ¿quiso decir Alma que Cristo incondicionalmente tomo sobre Sí toda la miseria humana, librando a la humanidad de toda injusticia y de todas las otras formas de sufrimiento?

No creemos que sea así, porque esas interpretaciones minarían el alcance y el propósito de la Expiación. Ya que Él tomó sobre Sí las enfermedades de “Su pueblo,” no del pueblo; Alma está hablando solamente del cómo Cristo fortalece a Sus hijos que han hecho convenios. Y aún para ellos, no siempre elimina toda la carga, porque al hacerlo no siempre se cumpliría el propósito de la Expiación de ayudar a Sus hijos a crecer y madurar para que lleguen a ser “purificados así como él es puro” (Moroni 7: 48).

Arrebatarnos completamente las injusticias de la vida—de nuestra “lucha eficaz” usando la frase del rey Limhi (Mosíah 7: 18)—negaría la razón misma por la que vinimos a la tierra, que es el de dominar los rasgos de bondad aunque estemos bajo presión intensa. Su gracia nos permite ser sanados de esa tristeza y santificados por ella sin que nos destruya.

Cristo ganó el derecho de extender Su gracia “sufriendo dolores, aflicciones y tentaciones de todas clases” y lo hizo así “a fin de que según la carne sepa como socorrer a los de su pueblo” (Alma 7: 11-12). Socorrer significa ayudar, auxiliar o aliviar en tiempo de necesidad o aflicción. Así, Su socorro nos bendice con apoyo, sanidad y fuerza.

Sin embargo, podríamos perder lo que este entendimiento del socorro y la gracia nos ofrece si no entendemos lo que nos pide y el por qué. No es solamente que Dios removerá las cosas difíciles si decodificamos los mensajes ocultos o si apretamos el botón correcto, como cuando la computadora nos dice “haga click aquí.” Él nos pide que demos todo lo que tenemos al proceso refinador de la gracia—no para calmarlo a Él— sino para comprometernos nosotros. Allí está Agnes otra vez.

Estar inmersos en el crisol refinador puede, durante los tiempos más duros, hacernos sentir que estamos caminando en el infierno; y quizás ¡así sea literalmente! Pero si nos unimos a Cristo, Él nos mostrará la salida. Lo puede hacer ya que Él mismo pasó por el infierno sin perderse en el.

Uno de los sobrevivientes que había pasado por la tragedia infernal de los carros de mano en Wyoming dijo: “Conocimos a Dios en nuestras mayores angustias. . . Fue un privilegio pagar ese precio para conocer a Dios” [12] Cuando luchamos para encontrarlo y conocerlo en tales lugares, los temores se convierten en fe y confianza, la ira se convierte en mansedumbre, la angustia se vuelve empatía. Línea sobre línea, gracia por gracia, Él hace—si nos sujetamos—que la aflicción sea consagrada para nuestro provecho (ver 2 Nefi 2: 2).

¿En qué forma consagra nuestras aflicciones para nuestro provecho? Tiene algo que ver con lo que el élder Neal A. Maxwell llamó “una comprensión profunda” [13] que Cristo obtuvo por someterse a todas las amarguras de la vida, por “descend[er] debajo de todo” (D y C 88: 6), para que pudiera saber, por su propia experiencia de carne y hueso, como socorrer a Su pueblo.

Quizás Su empatía divina fue en parte un don de Su Padre en respuesta a Su oración por Sus discípulos: “ Padre, te ruego por ellos . . . . para que crean en mí, para que yo sea en ellos como tú, Padre, eres en mí, para que seamos uno” (3 Nefi 19: 23) [14] Es como si estuviera diciendo: “Déjame sentir con ellos, Padre de la manera en que Tu sientes en mí. Déjame sentir su dolor de la manera en que Tu, Padre, sientes el mío.”

Por estar con nosotros, Él puede sentir con nosotros tan completa y tan perfectamente, como para “ser uno” con nosotros en nuestras aflicciones. Así Él nos susurra que nos fortalecerá durante las más obscuras noches del fuego del refinador:

Pues ya no temáis, y escudo seré,

Que soy vuestro Dios y socorro tendréis;

Y fuerza y vida y paz os daré,

Y salvos de males, vosotros seréis . . .

La llama no puede dañaros jamás

Si en medio del fuego os ordeno pasar.

El oro del alma más puro será,

Pues sólo la escoria, se habrá de quemar. [15]

Bendiciones Condicionales—El Perfeccionar

Bruce: Ahora estamos listos para considerar la forma en que las bendiciones de Perfeccionar que da el Señor nos puede investir de las cualidades divinas por medio del proceso de llegar a ser santos, como Cristo. Después de que Él nos ha ayudado a limpiarnos de nuestras manchas terrenales y de que nos ha fortalecido mediante nuestras tribulaciones al mayor grado posible, podemos llegar a ser “investidos, por toda la vida, con santidad de Dios.” [16]

Sobre este proceso perfeccionador, Moroni escribió: “Y si os abstenéis de toda impiedad, y amáis a Dios con toda vuestra alma, mente y fuerza, entonces su gracia os es suficiente, para que por su gracia seáis perfectos en Cristo” (Moroni 10: 32). La conexión de “si-entonces” en este versículo dice que la gracia perfeccionadora del Señor también es condicional—si abandonamos la impiedad y lo amamos—entonces nos investirá con la santidad.

Ahora presentamos una imagen que ilustra este proceso: Una de las primeras conversas australianas escribió: “Mi vida anterior era un monte lleno de hierbas y una que otra flor esparcida entre ellas. Pero ahora, las hierbas se han desvanecido y las flores están brotando en su lugar.” [17] La Expiación del Salvador nos ayuda tanto con las hierbas como con las flores. Mediante los milagros inter activos del arrepentimiento, el perdón y la gracia, Cristo trabaja con nosotros para quitar nuestras hierbas pecaminosas y cualesquiera otros obstáculos entre nosotros y Dios. Entonces Él puede plantar y ayudarnos a cultivar las semillas de las cualidades divinas, como la mansedumbre, la caridad y la santidad. La gracia del Señor ayuda a que crezcan esas flores. Pero aún así puede ser que todavía haya algunas hierbas entre nuestras flores, y unas cuantas flores entre nuestras hierbas; es un proceso orgánico.

Marie: Como un ejemplo de Su ayuda para que seamos santos, podemos ver el don de la caridad, la santa capacidad para amar a otros como Cristo los ama. Moroni explicó: “Pedid al Padre con toda la energía de vuestros corazones, que seáis llenos de este amor que él ha otorgado a todos los que son discípulos verdaderos de su Hijo Jesucristo; . . . para que cuando él aparezca seamos semejantes a él” (Moroni 7: 48). Entonces, ¿es la caridad un don de la gracia? Sí, y se “otorga” [o sea que viene de fuera de nosotros]. ¿Bajo qué condiciones, ya que la gracia también es una bendición condicional? Quienes reciben la caridad son quienes han llegado a ser “discípulos verdaderos” de Jesús. La participación que se requiere de nosotros en este nivel más alto exige más.

Bruce: Así que al buscar “todo lo que podamos hacer” para gozar de las bendiciones del perfeccionar, el Señor nos pide más del espíritu de la ley, y menos de la letra de la ley; más acerca de nuestras actitudes internas y menos de una lista de qué cosas hacer y cuales no hacer; más acerca de nuestra consagración y sacrificio, y menos de nuestro porcentaje de actividad. Las escrituras que describen los atributos de perfeccionar dicen que son dados a quienes son “sumisos, mansos, humildes, pacientes [y] llenos de amor” (Mosíah 3: 19); o a quienes son “mansos y humildes de corazón” (Alma 37: 34); o a quienes cuya vida refleja una “conducta pacífica para con los hijos de los hombres” (Moroni 7:4); o a quienes entregan “el corazón a Dios” (Helamán 3: 35). Moroni pidió que “am[eis] a Dios con toda vuestra alma” (Moroni 10: 32). Debemos amarlo tanto como lo permita nuestra limitada capacidad personal, pero eso no quiere decir que debamos tratar de lograr por nosotros mismos un nivel de perfección inalcanzable; ya que al final Su gracia nos es suficiente para perfeccionarnos en Él.

Marie: Cuando le damos al Señor todo lo que tenemos, y Él nos da todo lo que tiene, juntos, reemplazamos a las hierbas nocivas con abundantes flores. El proceso completo que hemos comentado hoy, ha sido descrito por Moroni mejor que en ninguna otra escritura que conozcamos —desde el perdón, a la fuerza espiritual, a la perfección de la caridad, y la santificación—: “Y las primicias del arrepentimiento es el bautismo; y el bautismo viene por la fe para cumplir los mandamientos; y el cumplimiento de los mandamientos trae la remisión [el perdón] de los pecados; y la remisión de los pecados trae la mansedumbre y la humildad de corazón; y por motivo de la mansedumbre y la humildad de corazón viene la visitación del Espíritu Santo, [la fuerza espiritual] el cual Consolador llena de esperanza y de amor perfecto, amor [caridad como la de Crisito] que perdura por la diligencia en la oración, hasta que venga el fin, cuando todos los santos [los santificados] morarán con Dios” (Moroni 8: 25-26).

Para ilustrar la forma en que puede venir la caridad, recordamos al élder Neal A. Maxwell. La búsqueda de su vida fue su deseo de ser un verdadero discípulo de Jesucristo. Por varios años meditó sobre el discipulado; oró, habló y escribió sobre ese tema. En sus últimos años, empezó a ver en las vidas de otros que la adversidad podría ser santificadora. Identificó tres fuentes de sufrimiento; nuestros propios errores, las adversidades naturales de la vida, y a veces, las aflicciones que el Señor pudiera “infligirnos” para nuestra enseñanza. Sobre esta última categoría el élder Maxwell escribió: “El simple hecho de decidir ser un discípulo. . . . puede ocasionarnos un cierto sufrimiento especial. . . . [Es una] dimensión que viene con el discipulado profundo. [Así] todos los que lo deseen pueden llegar a conocer [lo que Pablo llamó] “la participación de sus sufrimientos” (Filipenses 3:10). [18] Y también escribió: “Si tomamos en serio nuestro discipulado, eventualmente Jesús requerirá a cada uno de nosotros aquellas cosas que nos sean más difíciles de hacer.” [19]

Después de varios años de enseñar estos principios a otras personas, a la edad de setenta años, el élder Maxwell fue atacado por la leucemia en el año 1996. Mientras trataba de absorber el impacto de la noticia, les dijo a quienes conocía acerca del eslabón que veía entre el discipulado y el sufrimiento, “debí haberlo visto venir.” Esto es lo que él llamó “la doctrina glacial;” [20] o sea la idea de que no podemos interiorizar la verdadera consagración sin tener nuestras propias “experiencias clínicas.” [21]

Durante los siguiente ocho años, hasta su muerte en el 2004. aumentó la empatía del élder Maxwell por otras personas. Descubrió por sí mismo lo que había tratado de enseñar a otros: Que el Salvador puede socorrernos en nuestras aflicciones porque Él mismo ha bebido la copa de la aflicción. A esto el élder Mawxell le llamó “comprensión profunda.” Y quienes lo trataron durante la etapa de su propia temporada de la doctrina glacial vieron la forma en que el proceso de santificación obró en su vida, en sus enseñanzas, en su inter acción con los demás y en las visitas que hizo a otros enfermos. En cierta medida, sintió que el Señor contestó sus oraciones sobre el por qué había sido afligido así: “Te he dado la leucemia para que puedas enseñarle al pueblo con mayor autenticidad.” No es de sorprender que el élder Maxwell se haya acercado a una frase como la “disciplina severa.”

Bruce: Creemos que estaba recibiendo el don de la caridad, ya que descubrió la conexión entre la caridad y la aflicción. Quienes buscan ser verdaderos seguidores de Cristo es posible que tengan que emular Su experiencia del sacrificio, no solo por el dolor físico sino de otras maneras, al menos las suficientes para probar Su empatía y Su caridad. Por que es hasta entonces que somos como Él al sentir Su amor por los demás de la manera que Él lo siente—amar “como yo os he amado”— (Juan 13: 34). Bien pudiera ser que la caridad y el sufrimiento sean los dos lados de una moneda. Entonces, no es de sorprender que Cristo no nos elimine todo el sufrimiento. Sobre todo, Él dijo: “los que no quieren soportar la disciplina. . . . no pueden ser santificados” (D y C 101: 5). No nos sorprendamos ni retrocedamos cuando descubramos, paradójicamente, el gran precio que necesitamos pagar para recibir la caridad; que es un don de la gracia.

Ahora me gustaría dar una idea final antes de que Marie concluya por ambos. Tengo el sentimiento personal de que quienes reciben el don total de la caridad sentirán el amor de Cristo no solamente por los demás; también sentirán Su amor por ellos mismos. Y lo sentirán de tal forma que les asegure fuera de toda duda que—pese a las debilidades que les queden—al final, sus sacrificios y sus vidas son totalmente aceptables para Él. Puedo percibir ese día como el momento culminante de la Expiación de Cristo para nosotros, porque seremos “semejantes a él, porque lo veremos tal como es” (Moroni 7: 48). Es posible que esa haya sido la experiencia de Lehi cuando se sintió “para siempre envuelto entre los brazos de [del Redentor ]su amor” (2 Nefi 1: 15). El Señor ha prometido que aquellos que “saben que su corazón es sincero y está quebrantado, y su espíritu es contrito, y están dispuestos a cumplir sus convenios con sacrificio, . . . .son aceptados por mí” (D y C 97: 8). La aceptación; o sea, podemos estar con Él y podemos llegar a ser como Él.

Conocimos a una hermana anciana muy fiel en Brisbane, Australia que estuvo presente, junto con nosotros, cuando el Presidente Gordon B. Hinckley les habló a varios miles de santos australianos reunidos en un estadio grande. Para terminar, el Presidente les testificó del amor que el Señor tenía para ellos, y les expresó la confianza que les tenía de forma tal que hizo que descendiera un espíritu especial de calma. Al día siguiente, esta hermana nos dijo: “Nunca había creído que mi vida pudiera ser realmente aceptable para el Señor. Pero mientras el Presidente Hinckley hablaba a nuestros corazones, por primera vez sentí que, a pesar de todas mis debilidades, el Señor podía aceptarme. Estaba estupefacta.

Nuestra amiga Donna creció con el deseo de casarse y criar una familia grande. Pero esa bendición nunca llegó. En vez de eso, pasó los años de su vida adulta sirviendo a los miembros de su barrio con una compasión desmedida y asesorando a niños confundidos en un distrito escolar. Padecía de artritis grave y tuvo muchos días tristes. Aún así siempre animaba y era animada por su familia y amigos. Una vez, mientras enseñaba el sueño de Lehi dijo con algo de humor: “me pondría en ese escena en la senda recta y estrecha, sujetándome a la barra de hierro, pero desmayada por la fatiga en esa misma senda.” Poco antes de su muerte, su maestro orientador le dijo en una bendición inspirada que el Señor la había “aceptado.” Donna lloró, ninguna otra palabra pudo haber sido tan importante para ella.

Esas dos mujeres descubrieron que el Señor no solamente nos perdona y aligera nuestras cargas, sino que al final, aceptará y perfeccionará a los puros de corazón que acepten cualquier sacrificio con un espíritu contrito—aunque sus vidas no sean de una perfección intachable—. La Expiación de Jesucristo hace que esta aceptación sea tanto real como posible—y para aceptarnos— Él extiende “sus manos todo el día” (Jacob 6: 4). Testifico que cada uno de nosotros puede experimentar algún día esa aceptación final—si realmente la busca— en tanto que no deseemos más alguna otra cosa.

Marie: Lo importante del rescate de Agnes Caldwell se centra en el momento en que su mano encontró la mano del conductor en ese apretón que le salvó la vida. Así sucede entre nosotros y Cristo. No se nos pueden revelar las bendiciones completas de Su Expiación sino hasta que nuestra mano se extienda y se sujete a la de Él. Aún con todo Su poder, no puede forzarnos a que lo tomemos de la mano, pero si nos invita y nos hace señas para que vengamos a Él.

Y Él está esperando recibirnos en Su santa casa. Los poderes del templo que salvan, sanan y perfeccionan emanan de la Expiación de Cristo, pero no podemos recibirlos a menos que entremos allí; así como Agnes corrió junto al vagón.

Durante los últimos tres años hemos disfrutado al ver los rostros de quienes se han sujetado de la mano del Señor, y dependen de ella, en el templo de Saint George, Utah. La presencia del Señor en sus vidas se muestra en sus rostros. Una madre que tiene en su casa una hija adolescente exasperante, me dijo cmo era el hacer el sacrificio de ir al templo con más frecuencia y tratar de vivir de acuerdo a lo que aprendía y sentía allí. “No hay mucho cambio con mi hija todavía; pero me estoy convirtiendo en una persona diferente, en una mejor persona.”

A la luz de la sección 84 [de D y C], podemos ver que esta joven madre—y cualquier discípulo que, como ella, está dispuesto a sacrificar—esta absorbiendo el poder del sacerdocio mayor y de las ordenanzas más altas. Sin ellas, los misterios de la divinidad—o el poder de llegar a ser como Él—no se pueden manifestar en la carne. Si quieren este poder en su cuerpo mortal—inscrito en las “tablas de carne del corazón” [el suyo] (2 Corintios 3:3)—vayan al templo. En donde quiera que podamos estar, así como nos quitamos los zapatos al entrar al templo, ¿nos podríamos quitar los zapatos de nuestro corazón cuando pensamos y hablamos de Él y de Su Expiación?

Un día, cuando iba al templo me topé con una abuela—una de las obreras del templo— que estaba agachada atendiendo las flores cerca de la puerta principal. Levantó la mirada. Su rostro anciano estaba vivo y radiante, era el rostro de una vida de adoración en el templo y de vivir de acuerdo con el templo. Su semblante me envolvió en el aura del templo y me llenó del deseo de tener esa misma feliz santidad. Al igual que José y María, a Él “le hallar[mos] en el templo.” (ver Lucas 2:46). Él es modelo del templo. Él está convirtiendonos en un templo.

“Marcó la senda y nos guió a esa gran ciudad do hemos de vivir con Dios por la eternidad” [22]

Notas

[1] Aparentemente esta frase se originó con C. S. Lewis. Ver A Severe Mercy de Sheldon Vanauken (Nueva York: Harper & Row, 1977), página 20.

[2] Susan Arrington Madsen, I Walked to Zion: True Stories of Young Pioneers on the Mormon Trail (Salt Lake City: Deseret Book, 1994), páginas 57-59.

[3] Ejército de Salvación, Doctrina 5; disponible en http://salvation army.org.za/index.php/our-faith/doctrines-of-the-salvation-army.

[4] Naomi W. Randall, “Soy un hijo de Dios,” Himnos de la Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días, (Salt Lake City: La Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días, 1992), número 196.

[5] Le oímos esta frase por primera vez a Terryl Givens.

[6] William Wordsworth, “Ode: Intimations of Immortality.”

[7] Ver de Craig Cardon “El Salvador desea perdonar, ” Liahona, mayo de 2013; ver también de Brad Wilcox, The Continuos Atonement (Salt Lake City: Deseret Book. 2011).

[8] Por ejemplo, la Confesión de fe Westminster declara: “9:3 El hombre, por su estado caído en el pecado ha perdido totalmente toda habilidad de aspirar a cualquier bien espiritual que acompañe a la salvación: así que como hombre natural esta totalmente alejado de ese bien, y muerto en el pecado, no es capaz, por sus propios medios, de convertirse o prepararse el mismo para ello. 9:4 Cuando Dios convierte a un pecador, y lo traslada al estado de gracia, lo libera de su cautiverio natural bajo el pecado; y, solamente por su gracia, le hace posible desear y hacer lo que es espiritualmente bueno” cursiva agregada.

[9] William Clayton, “¡Oh, está todo bien!” Himnos, número 17.

[10] Atribuido a Robert Keen, Himnos, número 40.

[11] Para mayores comentarios sobre la forma en que la Expiación de Cristo puede ayudarnos a sanar del abuso que nos causan otras personas, ver “Forgiveness and Christ Figures” de Bruce C. Hafen en The Broken Heart: Applying the Atonement to Life Experiences, Expanded Edition (Salt Lake City: Deseret Book, 2008), páginas 239-249.

[12] Citado por David O. McKay en “Pioneer Women,” Relief Society Magazine 35, núm. 1 (enero de 1948) página 8.

[13] Ver por ejemplo, de Neal A. Maxwell, “Loor a dios por bendiciones de amor” Liahona, abril de 1997.

[14] Ver también D y C 50: 43: “Yo soy en el Padre y el Padre en mí; y por cuento me habéis recibido, vosotros sois en mí y yo en vosotros”

[15] Keen, “Qué Firmes Cimientos,” Himnos, número 40, (tercera y quinta estrofas).

[16] Elouise M. Bell, “Holiness” en Encyclopedia of Mormonism, editado por Daniel H. Ludlow (New York: Macmillan, 1992), páginas 648-649.

[17] Martha Maria Humpreys, citada por Marjorie Newton en Southern Cross Saints: The Mormons in Australia (Lahie, HI: Institute for Polynesian Studies, Brigham Young University-Hawaii, 1991), página 227.

[18] Neal A. Maxwell, All Thiese Things Shall Give Thee Experience (Salt Lake City: Deseret Book, 1979), páginas 32, 34, 36.

[19] Neal A. Maxwell, A Time to Choose (Salt Lake City: Deseret Book, 1972), página 46.

[20] Neal A. Maxwell, “I Will Arise and Go to My Father,” Ensign, septiembre 1993, página 67.

[21] Neal A. Maxwell, “The Path of Discipleship,” charla fogonera en la Universidad de Brigham Young el 4 de enero de 1998. Se puede consultar en http://speeches.byu.edu/?act=viewitem&id=619.

[22] Eliza R. Snow, “Jesús, en la corte celestial” Himnos, número 116 (cuarta estrofa).