Libros Antiguos, Métodos Antiguos, pero una Influencia Duradera (Hasta Eterna)

Brent L. Top

Brent L. Top (brent_top@byu.edu) es profesor de la doctrina y la historia de la Iglesia y ex-decano de Educación de Religión en BYU.

Tomado del discurso de apertura en la Conferencia de la Sociedad de Educadores Santos de los Últimos Días en BYU el 28 de junio de 2019.

Me siento muy honrado por dirigirme a ustedes hombres y mujeres que toman en serio la enseñanza, no tan solo por su vocación, sino por su herencia educativa Santo de los Últimos Días y por su identidad eterna como hijas e hijos de Dios. La enseñanza es parte de nuestro ADN espiritual. La conocida frase "Educación para la Eternidad" refleja la visión de los Santos de los Últimos Días acerca de la importancia de la enseñanza y el aprendizaje. Pero es mucho más que un refrán, de hecho, es nuestra teología, como se demuestra en los numerosos mandatos y ejemplos en las escrituras acerca de la importancia de la educación para esta vida y para la eternidad. La enseñanza está en nuestra alma, es parte de nuestra naturaleza divina. Todos somos maestros, ya sea que estemos o no profesionalmente contratados como tales. Somos maestros al ser hijos y padres, hermanos, amigos y colegas, líderes de la Iglesia o miembros de un barrio, vecinos y ciudadanos. Como seres humanos—hijos e hijas de Dios—somos maestros—a todas horas—en todo lo que hacemos. El Presidente Thomas S. Monson con frecuencia nos decía que: “somos maestros. Siempre debemos recordar que no solo enseñamos con palabras; también enseñamos por cómo somos y vivimos nuestras vidas.”[1] Por tanto, es en este contexto que me dirijo a ustedes hoy,—no de manera académica o profesional como lo haría en otros entornos y en otras conferencias—sino más bien como un compañero educador Santo de los Últimos Días con todo lo que implica ese título.

Mientras estuve en la escuela primaria, hubo muchas cosas por las que no me preocupaba, las tareas, por ejemplo. Pero había muchas cosas que esperaba y en las que estaba completamente comprometido. Primero, los viernes. Me gustaba ir a la escuela en viernes porque ese día nos daban leche con chocolate y el nuevo ejemplar de la revista Weekly Reader. Luego estaban los lunes especiales en los que debíamos “mostrar y comentar.” Siempre me gustó el “mostrar y comentar,” porque aprendía de mis compañeros y también trataba de ver y aprender algo que pudiera mostrarles en la clase. (Estoy seguro que mis padres no siempre apreciaron lo que cogía de la casa para enseñarlo en la clase).

Así que hoy, aunque no traje leche con chocolate ni las revistas Weekly Reader (que me entristece el que se descontinuaran en el año 2012, a los casi cien años de asombrar a las mentes infantiles) voy a usar un poco el método de “mostrar y comentar.”

Mi oficina se localiza en el edificio José Smith en el campus de BYU. Allí se encuentran las oficinas de Educación de Religión y se dan muchas de las clases de religión. Al menos una vez por semestre, en ese edificio hay una actividad que, al observarla a través de los años, ha sido interesante y esclarecedora. Me refiero al intercambio y regalo de libros. Cuando los maestros cambian de oficinas o se jubilan, sacan los libros que no quieren conservar. De igual manera, otros maestros y empleados revisan sus oficinas y desechan los libros que ya no quieran. Las universidades son lugares para el libre intercambio de ideas, pero durante unas semanas cada semestre en el edificio José Smith, también hay un libre intercambio de libros. Esa es una manera eficaz para que los maestros más jóvenes formen sus propias bibliotecas, y para que los demás consigan libros que querían pero que no tenían o no pudieron comprar. También es una bendición para aquellos de nosotros que, en el otro extremo de nuestras carreras, no tenemos lugar en nuestro hogar para todos los libros cuando nos jubilamos. Pasado cierto tiempo, dejamos que los alumnos se lleven cualquier libro que deseen.

Siempre es interesante ver los títulos de los libros en la mesa de intercambio. Es como un paseo por el carril de la memoria. Pero para muchos de los jóvenes maestros y hasta para los estudiantes más jóvenes, puede ser como estar por primera vez en un país extranjero—o algunas veces—como si estuvieran en otro planeta. Permítanme ilustrarlo con mi “mostrar y comentar.” A causa de mi experiencia profesional, voy a usar como ilustración los libros de la Iglesia, pero muy probablemente también sería igual en otras disciplinas.

Ninguno de mis alumnos conocerían los nombres o las obras de Milton R. Hunter, Sterling W. Sill, Mark E. Petersen, Marion D. Hanks, Vaughn J. Feaathersone, Elaine Cannon, or Chicko Okazaki, por nombrar algunos. Y podría continuar mencionando a muchos mas.

Aunque los nombres puedan ser desconocidos u olvidados y sus libros estén agotados y empolvándose en los anaqueles de las tiendas de Deseret Industries, estos maestros tuvieron una influencia tremenda sobre mí, en mi familia y después sobre mis alumnos y miles de otras personas.

Permítanme mostrarles a unos cuantos más y comentarles cómo influyeron en mí y en otras personas.

El élder Bruce R. McConkie. Ninguno de mis estudiantes había nacido cuando falleció el élder McConkie. Sin embargo, ya sea que lo sepan o no, su estudio del Salvador, de las escrituras y de la doctrina de la Iglesia han sido influenciados grandemente por las enseñanzas, escritas y habladas, del élder McConkie. Mi propia enseñanza y conocimiento del evangelio fueron influenciados fuertemente por él.

El elder Neal A. Maxwell. Es difícil pensar que ha estado ausente durante quince años. La mayoría de mis alumnos, asistían al jardín de niños, o empezaban a caminar o ni siquiera habían nacido cuando el élder Maxwell—un educador de toda la vida—bendecía a millones con su conocimiento y elocuencia. Él podía decir en una frase más de lo que muchos dicen en todo un libro. Sus enseñanzas sobre el discipulado, la consagración y el perseverar hasta el fin son incomparables.

Como pueden observar, los maestros son como los libros antiguos, Vienen y van; envejecen y encanecen. Es posible que sus nombres no sean conocidos muy ampliamente. Es posible que no tengan tanto entusiasmo y energía en sus clases como alguna vez la tuvieron. Sin embargo, es posible que tengan algo más importante que el entusiasmo o las pizas en las aulas. Tienen influencia duradera, hasta eterna. Fíjense, los maestros más influyentes—quienes en realidad han marcado una diferencia—no se olvidan nunca. Su influencia, y más importante todavía, sus enseñanzas—como las ondas creadas por una piedra arrojada a un lago tranquilo—, pasan de un estudiante a otro, a las familias de esos estudiantes, a sus clases y a los hijos de sus hijos. Estos maestros influyentes continúan llegando a muchos otros a medida que pasa el tiempo y hasta la eternidad.

Todos podemos recordar a un maestro, posiblemente a muchos, cuyas vidas e influencia educativa continúan bendiciéndonos. Puedo pensar en maestras de la Primaria, en maestros de escuelas públicas, en asesores de Hombre Jóvenes, en líderes de la Iglesia, en padres de mis amigos, en maestros del seminario, en profesores de la universidad, etc. Aunque no recuerde las materias o lecciones exactas que me dieron, me acuerdo de ellos y lo que hicieron por mí. ¿Qué fue lo que hizo que estos maestros fueran tan influyentes y cambiaran vidas?

El Presidente Harold B. Lee recordó a una de sus maestras de más de setenta años de edad y cabello canoso, “con la habilidad peculiar, así parecía, de grabar profundamente en [su] alma las lecciones de la historia de la Iglesia, la moral y la verdad del evangelio de tal manera que hoy, cuarenta años después, [se hallaba] aún recordándola y siendo guiado por sus lecciones.” El Presidente Lee continuó hablando de esta maestra influyente e identificó las características que la hicieron tan buena:

¿Qué fue lo que le dio las cualidades esenciales de una maestra exitosa? No tenía grandes conocimientos seculares ni estaba bien educada en las teorías y prácticas de la pedagogía moderna. Su apariencia era simple y corriente: la de una esposa y madre en una pequeña comunidad rural donde la necesidad le exigía largas horas de trabajo a todos los miembros de la familia. Tenía tres dones que, en mi opinión, hicieron que su enseñanza fuera efectiva: primero, tenía la facultad de hacer que cada alumno sintiera que tenía un interés personal en él [o ella]; segundo, amaba el evangelio y tenía la capacidad de ilustrar cada lección de manera tan adecuada como para aplicarla a nuestras propias vidas; y tercero, tenía una fe absoluta en Dios y un testimonio inquebrantable de la divinidad del evangelio restaurado de Jesucristo. [2]

En un aspecto personal, permítanme resaltar a un maestro influyente que no tan solo bendijo mi vida, sino la de incontables personas. Ciertamente, él no se consideraría como maestro, pero lo fue. En el año 1980, el periódico Church News publicaba cada semana un artículo titulado "Mi Maestro Más influyente." Podrán imaginarse mi agradable sorpresa al abrir el periódico del 20 de diciembre y descubrir que el maestro destacado era mi padre Norman Top. El artículo fue escrito por Darrol Gardner, que fue uno de los Boy Scouts en la tropa que mi padre dirigió. Darrol escribió:

Yo no estaba activo en la Iglesia, excepto en el escultismo. Siempre estuve al borde de los problemas. Cuando estuve en el Quórum de Maestros, el Obispo asignó al [hermano] Top como mi compañero de orientación familiar con la esperanza de que me activara. No tuvo éxito en ese momento, pero nunca se dio por vencido.

Años más tarde, después de convertirme en policía, Top hizo otro intento por alentarme a abrazar [más plenamente] el evangelio. [En ese momento yo no vivía como debería], pero él me dijo sus sentimientos hacia mí y por qué debería examinar mi vida. Siempre supe que tenía razón y sentí que debía reflexionar más sobre las cosas que me dijo acerca del Evangelio.

Comencé a asistir a los servicios de manera regular en 1967. El 29 de mayo de 1969 fui ordenado obispo del Barrio Iona [Idaho]. El hermano Top siempre siguió mi éxito y ha mostrado su aprobación mediante sus expresiones amables y amorosas. Él es un maestro que se preocupó por mí y nunca se rindió. [3]

Permítanme comentarles algo acerca de mi padre. Era hijo de inmigrantes daneses, tuvo problemas para aprender en la escuela. El inglés no era su primer idioma, y además, padecía dislexia, lo que le hacía muy difícil el poder leer y aprender. Tuvo que dejar la escuela el segundo año de secundaria para trabajar como labriego en los ranchos cercanos a fin de ayudar a la familia durante lo más grave de la Gran Depresión. Aunque posteriormente obtuvo un título en GED [educación general] y se hizo comerciante, siempre se sintió en desventaja educativa junto a los demás. No se sentía bien al hablar en público. Se sentía ignorante e incapaz. Sin embargo, fue un maestro—un maestro influyente—porque amaba a los demás, hacía que se sintieran importantes e inculcaba en ellos el deseo de ser mejores. Enseñó con elocuencia, no con palabras o con conocimiento académico, sino con el ejemplo y su bondad. Sus enseñanzas formaban el carácter. Eso es lo que hacen los maestros influyentes. Tal como lo enseñó el Presidente Russell M. Nelson: “El objetivo final de la educación es la edificación del carácter. Uno se entrena solo para las tareas, mientras que el carácter se convierte en la sustancia de la propia identidad eterna.” [4]

La enseñanza es más que tan solo transmitir contenido, al igual que el aprendizaje es más que el memorizar los hechos. El Señor declaró: “La gloria de Dios es la inteligencia, o en otras palabras, luz y verdad” (D y C 93:36). La enseñanza influyente y lo que el élder Kim B. Clark llama “el aprendizaje profundo” requieren la inspiración así como la información, el espíritu así como la mente. Uno puede adquirir la verdad y todavía no tener la luz. El élder Maxwell enseñó: “No todo el conocimiento tiene la misma importancia. algo puede ser real pero sin importancia. . . . . Algunas verdades son importantes para la salvación y otras no”.[5] Los mejores maestros conocen la diferencia y ayudan a sus alumnos a adquirir la inteligencia en el verdadero sentido de la palabra.

Todos somos beneficiados por la gran erudición. Pero no toda la erudición es duradera aunque la influencia de los maestros puede y debe serlo. Por ejemplo, la información que recibí en la clase de biología en el primer año de secundaria ya es inadecuada en la actualidad en comparación con lo que se ha aprendido en las décadas (no siglos) desde que estuve en primero de secundaria. Pero eso no quiere decir que haya tenido un mal maestro o que yo no haya aprendido mucho. En realidad fue todo lo contrario, tuve un gran maestro—un maestro influyente—que en verdad atrajo mi atención, inculcó en mí la curiosidad sobre la biología—la forma en que funcionan las cosas en la vida y en la naturaleza—y me enseñó la forma de aprender y buscar la mejor información disponible sobre el tema. La erudición pudo no ser duradera, porque hemos aprendido mucho más desde entonces, pero la influencia del maestro si fue duradera.

Permítanme ilustrarlo con mi bolsa de libros para “mostrar y comentar”. Soy profesor de la historia y la doctrina de la Iglesia, así que, por supuesto, usaré los libros de historia de la Iglesia para aclarar mi tema. Otra vez, me permito enfatizar que este principio se puede aplicar a otros temas y entornos.

Uno de los libros más influyentes en mi niñez fue The Latter-day Prophet: Young People’s History of Joseph Smith, escrito por George Q. Cannon. Era un libro, para la juventud, adaptado de la primera biografía publicada en los años 1880. De acuerdo a las normas actuales, pudo no haber sido un gran libro. Pero fue algo grandioso para un joven del sureste de Idaho en los años 1960. No me acuerdo de toda la historia en ese libro, pero sí recuerdo lo que sentí al leerlo. Mi testimonio del Profeta de la Restauración empezó con ese libro.

Como estudiante en BYU durante los años 1970, tomé una clase de historia de la Iglesia con Ivan J. Barrett, autor del libro Joseph Smith and the Restoration. El hermano Barrett no era un historiador académico. Ciertamente los historiadores actuales podrían identificar las deficiencias, quizás hasta inexactitudes, en el libro del Hermano Barrett. Sin embargo, él fue uno de los maestros que más influyeron en mi vida, mediante sus clases así como por su libro. Más recientemente, leí y releí la biografía del Profeta José Smith escrita por Richard Bushman Rough Stone Rolling. Totalmente diferente a las otras biografías, el libro de Bushman fue mucho más académico e histórico. Me causó algunas molestias, pero también me hizo pensar profundamente y ver al Profeta con otros ojos. También fue poderoso, pero de una manera diferente. Tuvo un profundo efecto en mí. Como el libro de George Q. Cannon y la clase del hermano Barrett, Bushman tuvo una influencia duradera sobre mí; hasta una influencia eterna. Me gusta pensar que esos libros, con sus limitaciones y perspectivas históricas, han influenciado a miles de personas que, a través de los años, han escuchado (o leído) mi testimonio de José Smith.

En la actualidad somos muy bendecidos por tener varios tomos de los Documentos de José Smith con toda la información y puntos de vista que contienen. Son el conocimiento histórico de primer nivel. Pero eso no disminuye el impacto que History of the Church o Las Enseñanzas del Profeta José Smith tuvieron sobre generaciones anteriores. El conocimiento mejora. La influencia perdura.

De igual manera, los miembros de la Iglesia (y muchas personas que no son de nuestra religión) han sido y seguirán informados e inspirados por los varios tomos de la nueva historia Santos. Eso prueba que la historia sólida, fundada en la mejor investigación disponible, no tiene por que ser aburrida o carente de emociones. Pero otra vez lo digo, eso no disminuye la luz y verdad que adquirí en Comprehensive History of the Church escrita por B. H. Roberts o en Elementos de la Historia de la Iglesia escrita por Joseph Fielding Smith, y en muchas otras historias que he leído en mi vida. Las perspectivas y las metodologías difieren, pero cada una ha tenido una influencia duradera en mi vida personal y profesional.

Así que, pueden ver que los maestros son como los libros antiguos. Algunos son más sabios y más académicos que otros. Algunos tienen deficiencias pedagógicas. Algunos al igual que Moisés y Enoc son “tardos en el habla” (Éxodo 4:10; Moisés 6:31). Aún así, cada uno intenta ayudar a otros a aumentar su amor y conocimiento mediante el aprendizaje. Buscan mejorar las actitudes y las conductas de formas positivas. Algunos logran esos objetivos mejor que otros. Mientras más envejezco, menos me acuerdo de lo que leí o escuché en una clase o quórum. De igual manera, hay algunos libros y maestros antiguos a los que no puedo olvidar, aunque no me acuerde de todos los detalles. Su influencia continúa en mí y por medio de mí. El conocimiento más importante que los maestros influyentes pueden transmitir a otros no es solamente lo que está en sus cerebros sino lo que está en sus corazones y almas y en el ejemplo de sus vidas. El Presidente David O. McKay, un educador consumado cuyo legado de enseñanza continúa, enseñó:

Obtener conocimiento es una cosa, y aplicarlo es otra muy distinta. La sabiduría es la aplicación correcta del conocimiento; y la verdadera educación—la educación que defiende la Iglesia—es la aplicación del conocimiento al desarrollo de un carácter noble y divino.

Un hombre [o mujer] puede poseer un profundo conocimiento de la historia y de las matemáticas; [ellos], pueden ser una autoridad en psicología o astronomía; conocer todas las verdades descubiertas relacionadas con la geología y las ciencias naturales; pero si con este conocimiento [no tienen] la nobleza del alma que los impulse a tratar justamente [a] sus semejantes, a practicar la virtud y la santidad en la vida personal, [ellos] no están verdaderamente educados. [6]

Hay otra cosa en mi bolsa de “mostrar y comentar”. Es una copia del examen completo que tomé en el año 1980 para obtener mi maestría en medios de instrucción [material audiovisual]. En la actualidad, algunas de las preguntas del examen causarían risa debido a que la tecnología educacional ha cambiado mucho desde esa época. No estoy seguro de que mis nietos sepan lo que es una grabadora de carrete a carrete, mucho menos cómo editar realmente las cintas cortando y empalmando. No creo que hayan visto diapositivas o un proyector de diapositivas o sepan cómo se desarrolló la fotografía y se procesaban los retratos en un cuarto obscuro. Ven nuestros viejos cassetes y videos de VHS y piensan que la abuela y yo debimos haberlos robado del Museo Smithsonian.

Prácticamente todo lo que aprendí y practiqué en mis clases de preparación de materiales audiovisuales es obsoleto en la actualidad. Pero no quiere decir que sean inválidos el proceso de aprendizaje, la interacción con otros estudiantes y la oportunidad de ser enseñado por maestros extraordinarios en mas formas que la producción de materiales audiovisuales.

He sido un educador profesional de religión en el Sistema Educativo de la Iglesia durante más de cuarenta años. He visto tantos tipos de tecnologías y de materiales instructivos que vienen y van, vienen y van, y vuelven a venir. Filminas, videos, juegos, simulacros, lecciones objetivas, proyectos en grupo, emparejar y compartir, PowerPoint, Centros de Recursos de Aprendizaje, computadoras personales, teléfonos inteligentes, escrituras electrónicas, la Internet, aprender en línea, bases de datos digitales, podcasts, aulas invertidas, aprendizaje combinado, etc. etc. He tenido maestros influyentes que fueron emocionantes y entretenidos en el aula por utilizar la tecnología de punta y pedagogía innovadora. He tenido otras maestros poderosos que pensaban que el pizarrón era la tecnología avanzada. Ha habido en mi vida extraordinarios maestros que hacían preguntas profundas y bien pensadas, y otros que nunca hicieron preguntas.

Los maestros influyentes son tan variados en sus enfoques de enseñanza como hay métodos y medios. Pero todos tienen una cosa en común: Entienden que los métodos son el medio para un fin, pero no son el fin en sí mismos. El Presidente Boyd K. Packer ilustró este principio muy hermosamente mediante la parábola de la perla y el joyero: “Un mercader que buscaba joyas preciosas encontró por fin la perla perfecta. Hizo que el mejor artesano tallara un magnífico joyero y lo forrara con terciopelo azul. Puso su perla de gran precio en exhibición para que otros pudieran contemplar su tesoro. Observó cómo venía la gente y lo veía. Pronto se dio la vuelta con tristeza. Admiraban el joyero, no la perla”. [7]

La obra y la gloria del Padre no es que sus hijos tengan “lecciones magníficas”: audiovisuales emocionantes, lecciones objetivas memorables, o la mas reciente o mejor investigación en cualquier tema. La inmortalidad y la vida eterna para sus hijos son sus mejores deseos. La perla es la "Vida eterna." El Presidente Gordon B. Hinckley declaró: “eso llegará solo cuando se enseñe a hombres y mujeres con tal efectividad que cambien y disciplinen sus vidas. No pueden ser forzados a la rectitud o al cielo. Deben ser guiados, y eso significa enseñados”.[8] Los maestros inspirados, y que inspiran, lo entienden y saben que algunas cosas importan más que otras y que la influencia duradera, hasta eterna, no puede lograrse al enfocarse demasiado en los métodos y los materiales a costa de los objetivos principales.

Creo que me inclino por los libros, los métodos y los maestros antiguos, debido a que ya estoy viejo. De hecho, una de mis gorras de beisbol favoritas y que uso frecuentemente tiene la frase “Old Guys Rule” [la regla de los viejos]. En realidad, no es la antigüedad de los libros, de los métodos o de los maestros a lo que soy aficionado. Me adhiero a la influencia duradera, aun eterna. Tengo libros antiguos que me dará gusto tirar a la basura, y libros nuevos que nunca quiero perder. Hay antiguos métodos de enseñanza y actitudes que me emociono al poder acabar con ellos y hay nuevos métodos y tecnologías que son extraordinariamente útiles en el proceso de aprendizaje. Hay maestros viejos que son —tan solo digamos viejos (creo que pienso en mí al decirlo)—y maestros jóvenes que son muy sabios para su edad y me enseñan de manera sorprendente (pienso en mis nietos al decirlo). La enseñanza influyente, real, que moldea almas, que edifica el carácter nunca envejecerá y tampoco habrá mucha oferta de ella.

Así que a ustedes maestros Santos de los Últimos Días—que son maestros profesionales, a ustedes que escriben del evangelio, o que tan solo aman el evangelio, a ustedes que son expertos y creativos en las técnicas de enseñanza, y a ustedes que ni siquiera pueden deletrear la palabra técnica, a ustedes que son madres y padres que solo tratan de criar hijos rectos y responsables, a ustedes que son maestros en la Primaria y que cada domingo sienten que apenas logran sobrevivir, a ustedes maestros en cualquier capacidad que se sienten inadecuados, ustedes que tan solo desean ser mejores, que quieren ser maestros influyentes en la vida de sus hijos, nietos y de aquellos que aman—les digo: ¡Muchas Gracias! Ustedes representan a todos los maestros que han bendecido mi vida. Debido al impacto y la influencia duradera de los maestros deseo mayor luz y verdad en mi vida y deseo con todo el corazón ayudar a otros a conocer la gloria y el amor de Dios en la suya. Que todos sean bendecidos en sus deseos y esfuerzos para tener influencia duradera, aun eterna en la vida de aquellos a quienes enseñan.

Notas

[1]- Teachings of Thomas S. Monson [Las Enseñanzas de Thomas S, Monson], (Salt Lake City: Deseret Book, 2011), página 301.

[2]- Clyde J. Williams, Teachings of Harold B. Lee (Salt Lake City: Bookcraft, 1996) página 444.

[3]- Darrol Gardner, “My Most Influential Teacher,” Church News, 20 dic 1980, página 2.

[4]- Teachings of Russell M. Nelson (Salt Lake City: Deseret Book, 2018), página 96.

[5]- Neal A. Maxwell, “The Inexhaustible Gospel,” en 1991-92 Devotionals and Fireside Speeches (Provo, UT: Brigham Young University, 1992), página 141.

[6]- David O. McKay, Gospel Ideals: Selections from the Discourses of David O. McKay (Salt Lake City: The Improvement Era, 1953), página 440.

[7]- Boyd K. Packer, “The Cloven Tongues of Fire,” Ensign mayo de 2000.

[8]- Gordon B. Hinckley, “How to Be a Teacher When Your Role as a Leader Requires You to Teach,” Reunión de Sacerdocio del Consejo de las Autoridades Generales el 5 de febrero de 1969; citado por Jeffrey R. Holland en “A Teacher Come from God,” Ensign, mayo de 1998, página 26.