El hogar, un destello del cielo
Linda K. Burton
Linda K. Burton es la presidenta general de la Sociedad de Socorro.
Tomado de la transmisión por satélite de los Seminarios e Institutos de Religión el 6 de agosto de 2013.
Linda K. Burton © Intellectual Reserve, Inc.
Soy miembro del comité ejecutivo y del consejo de SEI. Amo y admiro a aquellos con quienes sirvo y les testifico que son hombres y mujeres de Dios. A ustedes también les expreso mi amor y gratitud profundos. Algunos de ustedes les han enseñado a algunos de nuestros hijos y nietos ya sea en un seminario o en un instituto. Puede ser que otros de ustedes aún tendrán la oportunidad de enseñar a nuestros veintitrés nietos. Al igual que Juan, no tenemos “mayor gozo que esto, el oír que [nuestros] hijos [y nietos] andan en la verdad” (3 Juan 1:4). ¡Gracias por lo que han hecho y seguirán haciendo para ayudar a que nuestra posteridad anden en la verdad!
Hace como tres años, fui llamada para servir como maestra de seminario matutino, lo hice por dos cortos meses antes de ser llamada a otra asignación. Obtuve un gran aprecio por lo que ustedes hacen para bendecir las vidas de los amados hijos e hijas de nuestro Padre Celestial, y le agradezco a mi Padre Celestial por ustedes. También le doy gracias a Él por el apoyo que me dio mi amado esposo mientras enseñé en seminario. Me acompañó cada mañana para ayudarme a arreglar las mesas y sillas e hizo mucho, mucho más. Todos los días me llamaba al terminar la clase para saber cómo me había ido. Le compartí los gozos, las frustraciones, los desafíos y todas las experiencias. Fue y sigue siendo mi querido compañero y es mi mejor apoyo.
A las esposas/
Como miembro del consejo, me gustaría decir una o dos cosas sobre un tema muy sensible. Debido a que creemos en la importancia de la familia, y por ello le ponemos gran énfasis en la Iglesia, podría ser tentador pensar que el trabajar en seminario o instituto debería ser más “amigable hacia la familia.” Si juntos planifican y se aconsejan, sería muy raro que tuvieran ustedes que escoger entre su familia y el trabajo. Esta no es una propuesta de uno o lo otro.
Su constancia y profesionalismo para estar en donde se han comprometido a estar, le indica al Señor que puede confiar en ustedes para bendecir a Sus hijos en la edad en que están más dispuestos y listos para aprender. ¿Qué pasaría si el maestro no estuviera allí en la fecha particular en que un estudiante necesitaba una experiencia especial? Su constancia bendice ahora a quienes enseñan así como a la Iglesia en el futuro porque, como todos sabemos, aquellos a quienes enseñan llegarán a ser los futuros líderes y maestros en la Iglesia.
Hace unos años, en dos distintas reuniones mundiales de capacitación, el Presidente Hinckley enfatizó la importancia de ser un buen empleado. Dijo: “No descuiden a su patrón o se aprovechen de él. Denle todo lo necesario por la compensación que les brinda.” [1]
Hermanos y hermanas, les invito a que se comprometan a vivir de acuerdo a este consejo del profeta. Si así lo hacen, les prometo que el Señor les bendecirá a ustedes y a sus familias y a los estudiantes a quienes enseñan. Sean dignos de las oraciones que ofrecen los miembros de la Iglesia que oran por la juventud de la Iglesia y por quienes les dirigen y les enseñan; o sea, ustedes.
Mientras comparto algunas ideas, oro por que el Espíritu Santo nos bendiga a todos nosotros para que veamos la importante misión que cada uno tiene en esta obra de los seminarios e institutos y cuyo propósito es “ayudar a la juventud. . . . a que entiendan y confíen en las enseñanzas y en la Expiación de Jesucristo, que sean merecedores de las bendiciones del templo, y prepararse a sí mismos, a sus familias y a otros para la vida eterna.” [2]
Hace unos meses tuve la bendición de reunirme con una converso reciente a la Iglesia en el continente de África. Esta hermosa jovencita apenas tenía 15 años de edad y era la única miembro de la Iglesia en su familia. Mientras nos preparábamos para salir al terminar una hermosa reunión en su casa, le preguntamos si había algo que pudiéramos hacer para ella. Con ansiedad nos pidió que convenciéramos a su padre que le permitiera asistir a seminario. Él le había prohibido que lo hiciera. Cuando le preguntamos el por qué, nos dijo que estaba muy preocupado por la seguridad de la niña, ya que tendría que caminar en la obscuridad para asistir al seminario matutino.
El inspirado líder del sacerdocio nos acompañó en la visita, muy sabiamente le preguntó al padre: ¿Por qué no la acompaña usted? Puede estar en la clase y escuchar lo que se le enseña. ¿Podría hacerlo al menos dos veces antes de prohibirle que asista?”
El padre estuvo de acuerdo en hacerlo.
Recientemente hablé con mi padre. Ya tiene casi 87 años de edad, pero recuerda con emoción que enseñó en el seminario cuando estaba recién casado. Recordó a una muchacha de 17 años de edad que fue invitada por algunos de sus compañeros de la escuela a asistir a la clase de seminario. En esa época ni ella ni su familia estaban activos en la Iglesia. Ella aclaró que se presentó en el seminario debido a la presión de sus amigos y declaró que esa sería la única vez en que se levantaría de la cama tan temprano para ir a la clase con ellos. Pero en ese primer día de seminario, ella sintió algo en lo profundo de su corazón que la hizo regresar todas las mañanas del resto del año escolar.
Su amor por el evangelio creció. y ella empezó a suavizarse y a cambiar, lo cual se hizo evidente en su comportamiento en la casa. Una noche, su padre alcohólico regresó a casa con el estupor de una borrachera. Esta joven corrió hacia su padre, lo abrazó por el cuello y le dijo: “¡Papá, te amo!” Debido a que estaba llena del Espíritu, él se sintió conmovido. Eventualmente dejó de tomar y regresó a la actividad en la Iglesia, y trajo con él al resto de la familia.
Estoy segura que muchos de ustedes pueden compartir historias similares.
Un estudiante que entiende lo ancho y lo profundo de la Expiación de Jesucristo puede ejercer una influencia profunda, al guiar a una familia hacia el templo y ayudarles a ser una familia eterna. ¡Esa es la razón del por qué hacemos lo que hacemos en esta obra maravillosa!
Mientras visitaba a mi padre, le pregunté qué impacto creía que la relación con mi madre tuvo en su capacidad para enseñar. Me dijo que aprendió muy rápido que si las cosas no estaban bien en el hogar, él no tendría el Espíritu. Confesó que en ciertas ocasiones, al salir para el seminario, debió regresar y pedirle perdón a mi madre por algo que él había hecho. Entonces me dijo: “Si ella estaba dispuesta a perdonarme, todo iba bien.”
Eso me hizo recordar la experiencia de José Smith al tratar de traducir el Libro de Mormón cuando las cosas no estaban del todo bien con Emma. Cuando se arrepintió y le pidió perdón, pudo continuar con la traducción. Todos conocemos esa historia.
Lo que más me interesó al escuchar a mi padre fue la importancia de pedir perdón por ser la parte ofensora, así como de recibir ese perdón de parte de quien había sido ofendido. Vino a mi mente uno de los versículos magistrales de las escrituras. En Doctrinas y Convenios 64: 9 se nos recuerda que “debéis perdonaros los unos a los otros; pues el que no perdona las ofensas de su hermano, [o su cónyuge] queda condenado ante el Señor, porque en él permanece el mayor pecado.”
¿Qué habría pasado si el día en que la joven menos activa vino a seminario por primera vez, fue un día en que las cosas no estaban del todo bien entre mis padres? ¿Qué habría sucedido si mi padre no hubiera decidido guardarse su orgullo, arrepentirse y pedirle perdón a mi madre? O ¿qué hubiera sido si ella hubiera abrigado un resentimiento y decidiera no perdonarlo ese día? Es muy posible que esa joven no hubiera regresado al seminario. Quizás no habría sentido el Espíritu o hubiera podido expresarle su amor a su papá, quien a su vez nunca habría traído a su familia de regreso a la actividad en la Iglesia.
Al meditar sobre la necesidad vital de tener el Espíritu en nuestros hogares todos los días, podemos encontrar ayuda en las escrituras para lograrlo. En la sección 25 de la Doctrina y Convenios el Señor da consejos inspirados que se aplican a todos nosotros al tratar de tener el Espíritu en nuestros hogares:
1.- Consolar y hablar con “palabras consoladoras, con el espíritu de mansedumbre” (D y C 25:5)
Piensen en Saríah, la esposa de Lehi. Todos nos identificamos con ella porque, como todos nosotros, ella era muy mortal; no siempre recordó hablarle a Lehi con palabras consoladoras con el espíritu de mansedumbre. Pero que impacto tan tremendo para bien tuvo cuando se arrepintió y apoyó a su esposo, dando testimonio de su llamamiento como profeta y de sus enseñanzas (véase 1Nefi 5: 2-3, 8). Quizás ustedes [como esposa/
2.- “Desecharás las cosas de este mundo y buscarás las de uno mejor” (D y C 25: 10).
Puede ser que esto simplemente quiera decir vivir de acuerdo a los principios que se enseñan en la proclamación sobre la familia, y dándole la espalda a las tendencias del mundo. Esto incluye el practicar la fe, la oración, el arrepentimiento, el perdón, el respeto, el amor, la compasión, el trabajo, y las actividades recreativas sanas. Encuentro que es muy instructivo el orden de estos principios en la proclamación. A menudo, el orden indica la prioridad.
3.- “Eleva tu corazón y regocíjate, y adhiérete a los convenios . . . . [y] guarda mis mandamientos continuamente” (D y C 25: 13, 15).
Tenemos la oportunidad de influenciar para bien a la juventud, al vivir el evangelio adhiriéndonos a los convenios, al guardar los mandamientos incondicionalmente y no de mala gana.
¿Que habría sucedido el día en que el padre de la joven africana la acompañó al seminario si ese fue un día cuando el Espíritu no estuvo presente en el hogar del maestro de seminario? ¿Que hubiera sido si el maestro de seminario y su familia vivían el evangelio de mala gana, quizás guardando la letra de la ley pero no de forma incondicional? ¿Se habría perdido la oportunidad de influenciar a toda una familia?
Recientemente, nuestros líderes han enfatizado la importancia de fortalecer a nuestras familias por medio del sacerdocio. Cada familia, incluso las familias de una sola persona—aún si esa persona es una mujer—puede tener el poder del sacerdocio en su hogar al adherirse a los convenios y al guardar los mandamientos. Hace poco recibí una carta de una hermana que decía: “Nunca he conocido la seguridad, la estabilidad y el calor que viene de tener a un digno poseedor del sacerdocio en mi casa. . . . El Salvador siempre me ha cuidado. . . . Él ha sido, y es, el Poseedor del Sacerdocio en mi hogar.”
El elevar nuestra cabeza y regocijarnos sugiere que, al igual que esa hermana que es una devota discípula de Jesucristo, vivamos el evangelio incondicionalmente.
4.- “Continúa con el espíritu de mansedumbre y cuídate del orgullo. Deléitese tu alma en tu [compañero/
Me interesaba mucho saber la respuesta de mi madre mientras mi padre recordaba sus días como maestro de seminario. Ella estaba tan emocionada como él al recordar la experiencia, y completaba los detalles que a él se le olvidaban al comentar algo sobre sus estudiantes. Era obvio que ella compartió la experiencia con él, al igual que los desafíos, los gozos, y la gloria.
Al esforzarnos por confortar, consolar, dejar de lado las cosas de este mundo (incluyendo nuestro propio orgullo), regocijarnos y adherirnos a nuestros convenios, y guardar los mandamientos, nuestros matrimonios y familias serán fortalecidos y el Espíritu morará allí. Seremos bendecidos con destellos ocasionales del cielo dentro de las paredes de nuestro propio hogar.
“Una vez un hombre le preguntó al Presidente Spencer W. Kimball, ‘¿alguna vez ha estado en el cielo?’ Como respuesta a esta pregunta el Presidente Kimball . . . . dijo de una vez en que vio el cielo en el hogar de un presidente de estaca. La casa era pequeña y la familia era grande. Los niños trabajaron juntos para poner la mesa, y un jovencito ofreció una oración sincera antes de la cena. . . . ‘El cielo es un lugar’, enseño el Presidente Kimball, ‘pero también es una condición; es el hogar y la familia, es comprensión y bondad. . . . Es el vivir los mandamientos de Dios sin ostentación y sin hipocresía. Es desinterés.”’ [3]
Cuando tenía catorce años, yo también tuve “un destello del cielo.” El hermano Noel Archibald fue mi primer maestro de seminario en la escuela de la Iglesia en Nueva Zelandia. Tuve la oportunidad de vivir muy cerca de la mayoría de mis maestros y con frecuencia cuidaba a sus niños. Me impresionó lo que aprendí y lo que sentí en el hogar de los Archibald ya que en ocasiones cuidé a sus niños. Siempre me invitaron a arrodillarme junto a ellos en la oración familiar y escuché con gran interés cuando el hermano o la hermana Archibald expresaban una gratitud sincera por la bendición de estar sellados en el templo. Había escuchado al hermano Archibald enseñar acerca de la importancia del matrimonio en el templo en sus clases y recuerdo que expresaba su amor por su esposa en muchas ocasiones. Pero cuando vi a esta pareja recta tomarse de las manos y les oí expresar en oración su gratitud por tenerse mutuamente y por su matrimonio en el templo, ¡me pareció algo muy real! El verlo vivir de acuerdo con lo que enseñaba, fue la ¡mejor ayuda visual que tuve en seminario!
Aunque no recuerdo haber visto que la hermana Archibald asistiera a la clase de seminario, su papel era tan importante como el de su esposo. ¿Cómo podría él haber testificado de la importancia del matrimonio en el templo a menos que ella se adhiriera a sus convenios y le hablara palabras de consuelo o de perdón según fuera necesario? ¿Cómo podría él enseñar con el Espíritu sin la disposición de ella para desechar las cosas de este mundo y guardar los mandamientos?
El élder Neal A. Maxwell enseñó: “No existen las familias perfectas, ya sea en el mundo o en la Iglesia, pero hay muchas buenas familias. . . . En una familia sana, lo primero y lo mejor es que aprendamos a escuchar, a perdonar, a alabar, y a regocijarnos en los logros de los demás. También podemos aprender a dominar nuestro egoísmo, a trabajar, a arrepentirnos y a amar. [4]
Termino con las sencillas y dulces palabras escritas por Stephen Chalmers:
Venimos de lo inhóspito
Para llegar a tu alegría
Venimos cansados
Hogar. [5]
Que nuestras hogares puedan ser dignos de tal descripción al esforzarnos por vivir como discípulos devotos de nuestro Salvador, Jesucristo. Entonces con seguridad, vislumbraremos el cielo.
Testifico que nuestro Padre Celestial y Su Hijo, Jesucristo, nos conocen y nos aman. Les testifico que somos dirigidos por un profeta viviente, el Presidente Thomas S. Monson. Se que el Libro de Mormón es verdadero y añado mi testimonio de ese sagrado registro, en el nombre de Jesucristo, amén.
® 2013 por Intellectual Reserve, Inc. Reservados todos los derechos.
Notas
[1] Gordon B. Hinckley, “To the Bishops of the Church,” reunión mundial de capacitación el 19 de junio de 2004, página 27; véase también “Rejoicing in the Privilege to Serve” reunión mundial de capacitación el 19 de junio de 2003, páginas 22-23.
[2] Gospel Teaching and Learning: A Handbook for Teachers and Leaders in Seminaries and Institutes of Religion (Salt Lake City: La Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días, 2012), página x.
[3] Hijas en Mi Reino: La Historia y la Obra de la Sociedad de Socorro (Salt Lake City: La Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días, 2011), página 162; véase también de Spencer W. Kimball, “Glimpses of Heaven” Ensign, diciembre de 1971, páginas 36-39.
[4] Neal A. Maxwell, “Take Especial Care of Your Family,” Ensign, mayo de 1994, páginas 89-90.
[5] Stephen Chalmers, citado por Richard L. Evans, Richard Evans’ Quote Book (Salt Lake City: Publishers Press, 1971), página 28.