“Grandes son las palabras de Isaías”
Hugh W. Nibley
Traducido de Hugh W. Nibley, “Great Are the Words of Isaiah,” in Sperry Symposium Classics: The Old Testament, ed. Paul Y. Hoskisson (Provo and Salt Lake City: Religious Studies Center and Deseret Book, 2005), 177–95.
Hugh W. Nibley (1910-2005) fue profesor emérito de escrituras antiguas en la Universidad de Brigham Young.
He alcanzado la etapa en la cual no tengo nada más que decir. En lo que a mí concierne, las escrituras lo dicen todo. “Y he aquí, ahora os digo que debéis escudriñar estas cosas. Sí, un mandamiento os doy de que escudriñéis estas cosas diligentemente, porque grandes son las palabras de Isaías. Pues él ciertamente habló en lo que respecta a todas las cosas concernientes a mi pueblo que es de la casa de Israel; por tanto, es menester que él hable también a los gentiles. Y todas las cosas que habló se han cumplido, y se cumplirán, de conformidad con las palabras que habló” (3 Nefi 23:1–3). Esa cita por sí sola nos evita el problema de disculparnos por Isaías. El libro de Isaías es un tratado para nuestra propia época; la aversión que sentimos por él certifica de su relevancia. Es necesario que se nos recuerde su importancia, porque el mensaje de Isaías no ha sido popular, y él nos dice el por qué. A los inicuos no les gusta que se les hable de sus faltas. Toda sociedad, no importa cuán corrupta sea, tiene algunas cosas buenas—de otra forma no sobreviviría de un año para el otro. ¿Acaso no es más agradable hablar de las cosas buenas que de las malas? Samuel el Lamanita dijo que el pueblo de Zarahemla quería profetas que les hablaran de las cosas buenas de su ciudad y no de las malas. Pero en ello, hay un gran peligro: Por muchas cosas buenas que tenga una sociedad casi no pueden hacerle daño, pero un defecto grande puede destruirla. Uno va al doctor para que le diga qué cosas le están enfermando y amenazándolo con lo peor, y no para que le diga que órganos le están funcionando bien.
Pero, dice Isaías, el pueblo de Israel quiere oír cosas suaves: “No nos profeticéis lo recto, decidnos cosas halagüeñas” (Isaías 30:10). Y desde entonces, el proceso de interpretar a Isaías ha sido de suavizarlo. Consideren algunos ejemplos específicos de ello.
- La idea de que Isaías es un moralizador, y que no habla de doctrina. Pero aun así, él empieza llamando a Israel los hijos de Dios (Isaías 1:2); e insiste constantemente en ello—Dios es su padre. Es el primer artículo de fe. Pero el pueblo no lo quiere ver (Isaías 1:3); no quieren nada de la doctrina (Isaías 1:4). Isaías dice que el pueblo no ve nada que no quiera ver. Son ciegos por elección. Con toda intención han cortado los cables, y luego se quejan porque no reciben ningún mensaje. Isaías está lleno de cosas obvias que nadie ve, especialmente para los Santos de los Últimos Días. Los rabinos se han burlado de la sugerencia de que él se está refiriendo a Cristo. Pero nosotros vamos mucho más allá. Vemos en El Libro de Mormón aun el llamamiento particular del profeta José Smith. Y, ¿quién nos puede decir que estamos equivocados?
- La idea de que el Dios de Isaías es el Dios salvaje, vengativo del Antiguo Testamento, un Dios de ira, el Dios tribal. Eso significa que no hay que tomarlo muy en serio. Esto pues nos deja fuera. Pero el Dios de Isaías es la bondad misma: “Venid luego, y estemos a cuenta,” nos dice, “si vuestros pecados fueran como la grana, como la nieve serán emblanquecidos” (Isaías 1:18). No existe nada autoritario en Él ya que constantemente está dispuesto a platicar y explicar. Sus declaraciones más amenazantes, son seguidas de inmediato por lo que parece ser un cambio de humor y juicio. Él siempre está dispuesto, listo, esperando, alentando, disculpando pacientemente; pero son los de Israel quienes no oirán, son ellos quienes terminan la plática y se alejan, dándole la espalda y pidiéndole que por favor se calle.
- La idea de que Isaías se dirige a grupos especiales. En realidad él habla de gente buena y de gente mala, ¡Pero son los mismos! ¡Ay de Israel! ¡Buenas nuevas para Israel! El único y el mismo Israel. Y no solamente para Israel sino para toda la humanidad; él se dirige a las naciones y a sus líderes por sus nombres. Y no solamente habla para su generación sino para todas. Nefi aplicó las palabras de Isaías a su propio pueblo en el desierto “para nuestro provecho e instrucción” (1 Nefi 19:23). Seiscientos años más tarde, Jesucristo les pidió a los Nefitas que hicieran la misma cosa, y el ángel Moroni pasó el mismo mensaje a nuestra generación. Isaías solo tiene una audiencia porque él tiene un solo mensaje. El se dirige a todos los mortales sobre la faz de la tierra que necesiten arrepentirse. Esto nos lleva al siguiente punto.
- La idea de que hay más de un Isaías y que todos hablan cosas diferentes. Esta es una objeción sin importancia porque sólo hay un mensaje y una audiencia. El mensaje es uno de felicidad: “¡Arrepentíos—y todo saldrá bien—mejor de lo que se puedan imaginar!” El mensaje es duro solamente para quienes no se quieren arrepentir. Isaías no hace distinción entre los buenos y los malos, sino sólo entre quienes se arrepienten y los que no. No pregunta en donde estamos—eso ya lo sabe—sino en qué dirección nos estamos moviendo. Por supuesto que sólo se pueden arrepentir quienes necesiten hacerlo, y eso quiere decir todos—por igual. ¿Acaso no necesita arrepentirse una persona más que otra? Esdras y Baruc protestaron contra Dios diciendo que si bien Israel había pecado, los gentiles lo habían hecho peor, y preguntaron por qué se les dejó ir con mayor facilidad. Pero Dios no aceptó ese argumento. Siempre se puede encontrar a alguien que es peor que tú a fin de que te sientas virtuoso, ese es un argumento muy débil: esos terroristas tremendos, los pervertidos, los comunistas—¡ellos son quienes necesitan arrepentirse! Sí, lo son, y para ellos el arrepentimiento será un trabajo de tiempo completo, exactamente igual que para todo el resto de nosotros.
- A los doctores de la ley, judíos y cristianos por igual, les gusta manejar la idea de que para Isaías, el pecado supremo e imperdonable es la adoración de ídolos. Pues bien, él dice que la idolatría es tonta e irracional pero nunca dice que sea el pecado imperdonable. La ilusión preferida de los eruditos es que, como pensadores modernos, iluminados y racionales, han hecho un gran descubrimiento: que los muñecos o ídolos de madera o metal, en realidad no pueden ver, oír, etc. Mencionan esa idea hasta morir. Pero los antiguos sabían eso al igual que nosotros. Ese es exactamente el por qué patrocinaban a los ídolos. Desde el Reino Medio de Egipto existe una historia, El Campesino Elocuente, que narra la forma en que el administrador de una hacienda, que era un sinvergüenza, al ver pasar a un campesino que llevaba muchas cosas al mercado, exclamó: “Cómo me gustaría tener un ídolo que me permita robarle la mercancía a ese hombre.” Una imagen muda no se opondría a cualquier decisión que quisiera tomar. En eso consiste la belleza de los ídolos: son tan amorales e impersonales como el dinero en el banco—el equivalente actual y antiguo de un ídolo útil.
- Esto se equipara a la idea de que la más grande de las virtudes morales e intelectuales era el reconocimiento del único y verdadero Dios. Otra vez, eso también era común en la antigüedad. Isaías no declara que el politeísmo sea el más grande de los pecados. De hecho, un gran número de investigadores han mostrado que el politeísmo en sí no es condenado en ninguna parte de la Biblia. Pero Isaías pone gran énfasis en la unidad. No se debe transigir. Solamente hay un camino que una persona deba seguir, un Dios para Israel. Una humanidad a quién servir. Para disminuir esta enseñanza incómoda, los doctores la han convertido en un ejercicio teológico para uso en las escuelas.
- La idea de que, ante todo, Isaías denuncia las prácticas paganas. Pero son los ritos y las ordenanzas que Dios dio a Moisés y que el pueblo observaba fielmente lo que Isaías describe como una práctica de inutilidad desesperante.
Isaías Capítulo 1
El modo más rápido de tener una idea acerca del inmenso libro de Isaías, es simplemente leer el primer capítulo. Los eruditos han sostenido por mucho tiempo que éste no es parte del libro original, sino que es un resumen preparado por uno de sus discípulos. Si así fuera, aun así es muy valioso, y de hecho, es muy interesante que éste, el capítulo más famoso de Isaías, nunca sea citado en El Libro de Mormón. Vayamos versículo por versículo.
1:2. El pueblo de Israel son los hijos de Dios—Él es su Padre. Esta es la doctrina que han olvidado, y no estarán en condiciones de recibirla nuevamente sino hasta que hayan pasado por la regeneración moral, que es el tema principal en el discurso de Isaías.
1:3. Esta doctrina la han rechazado. Se rehúsan a escucharla.
1:4. A causa de su estado pecaminoso, no pueden vivir esa doctrina y han huido de ella. Esto es imperdonable; Dios no lo ve con ningún grado de tolerancia. Él sabe que son capaces de entender y vivir el evangelio. Por lo tanto, Él está más que insatisfecho; ¡Está enojado!
1:5. Aun así, no es Dios quien les ha causado dificultades. El pueblo decidió seguir su propio camino, rebelándose abiertamente contra Él. Y su sistema no está funcionando. Mentalmente no pueden lidiar con su situación, ni tienen el valor de llevarlo adelante. Los hombres por sí mismos son objetos dignos de lástima.
1:6. La situación total está enferma, enferma, enferma. Todo intento de corregirla falla miserablemente. Nada funciona.
1:7. El resultado es depresión interna y un desastre internacional.
1:8. El pueblo escogido de Dios ha sido acorralado, confiando en sus miserables defensas, atrapados por sus propias murallas.
1:9. La razón por la cual han sobrevivido hasta ahora, es porque aun existen unos cuantos justos, un pequeño remanente de gente sincera viviendo entre ellos.
1:10. Así que ya es tiempo de que consideren la alternativa que Isaías les ofrece aquí.
1:11. No van a poder calmar a Dios, tratando de comprarlo con sus acciones piadosas derivadas de sus prácticas religiosas, sus reuniones y sesiones del templo.
1:12. No les corresponde a ustedes decidir qué hacer para complacer a Dios—Él es quien decide—y Él no les ha pedido todo ese despliegue de piedad.
1:13. Sus prácticas más dedicadas, aun las que obedecen los preceptos antiguos dados por Dios, si se hacen con el espíritu equivocado, en realidad son iniquidad; no para su beneficio sino para su pérdida.
1:14. Dios no está impresionado por eso, sino disgustado.
1:15. Aun cuando oren, Dios no los escuchará. ¿Por qué no? Respuesta: Porque hay sangre en vuestras manos extendidas.
1:16. La sangre y los pecados de esta generación están sobre ustedes en el templo. ¿Qué sangre y pecados? Sus vías inicuas.
1:17. ¿Cuáles vías inicuas? ¿Qué deberíamos estar haciendo? Respuesta: Tratar con justicia, aliviar a los oprimidos por las deudas, en vez de cobrarles, tratar con justicia al huérfano, y ayudar a las viudas; en otras palabras, pensar en quienes no tienen dinero.
1:18. Dios no está siendo caprichoso o arbitrario. Es eminentemente razonable. ¿Es Su manera la única manera? Permítanle que les diga el por qué, y luego vean si no están de acuerdo: “Venid luego, dice Jehová, y estemos a cuenta.” Y entonces una declaración sorprendente: “Si vuestros pecados fueren como la grana, como la nieve serán emblanquecidos.” Ciertamente Dios no se complace en estos regaños ni se goza como lo harían los hombres (por ejemplo, Tomás de Aquino) en el castigo decretado para los inicuos. Él los ama a todos y les extiende las más asombrosas promesas. Hay una manera de escapar, y por eso es qué habla Isaías y no porque sea un enojón puritano.
1:19. ¿Han tenido bastante? Solamente necesitan oír y obedecer los consejos y todo estará bien.
1:20. No pueden continuar haciendo lo mismo como hasta ahora. Si lo hacen, serán consumidos por la guerra. “Porque la boca de Jehová lo ha dicho.” La “consumación decretada” (D. y. C 87:6) es otra cita tomada de Isaías.
1:21. Lo pueden hacer—ya lo hicieron una vez, y luego lo perdieron todo—debido al sexo licencioso y al asesinato.
1:22. ¿Y para qué? Por propiedades y placeres, por plata que ahora vale tan poco como la basura y por vino que ha sido adulterado.
1:23. Los líderes ponen el peor ejemplo. Trabajan con hombres corruptos; todos quieren ganar algo: “todos aman [los presentes], y van tras las recompensas,” en tanto que el pobre no obtiene ayuda en los tribunales, y la viuda ni siquiera es escuchada.
1:24. Dios no quiere tratar con bribones; se deshará de ellos. Ellos mismos se han convertido en Sus enemigos.
1:25. Este es un llamado para limpiar a fondo la casa. Toda esa escoria debe echarse fuera.
1:26. Devolver el orden antiguo, “restaurar tus jueces como al principio” (como lo dice un himno). Aún es posible hacerlo y Dios lo hará. Otra vez será “la Ciudad de justicia y la Ciudad fiel.”
1:27. Sión será redimida con muchos de los pecadores que vivan allí, junto con los conversos de fuera.
1:28. Todo lo demás se tendrá que ir, pero no porque Dios quiera correrlos. Se irán de la seguridad directo a la destrucción; con los ojos bien abiertos abandonarán al Señor y serán consumidos.
1:29–31. Estos versículos son las únicas referencias al paganismo—cultos populares que se marchitarán y serán quemados—sin embargo, no son destruidos porque sigan formas o costumbres paganas, como a los doctores, ministros y comentaristas les gusta decirnos, sino porque servían para encubrir las prácticas avariciosas, insensibles e inmorales.
Los peores vicios
Durante el resto del tiempo quiero hablarles de las cualidades humanas que Isaías describe como agradables a Dios así como de las cualidades que Él detesta. Ambos tipos vienen de manera sorpresiva. En lo que al segundo tipo se refiere, las tendencias y el comportamiento que Isaías denuncia como lo peor de los vicios, son, sin excepción, los de la gente de éxito. La iniquidad y locura de Israel no consta de la indecencia, los vestidos extravagantes, el cabello largo, la inconformidad (aún con la lectura de libros), las ideas y programas radicales, liberales o irreales, la falta de respeto a las costumbres y a las propiedades, la contención por los ídolos establecidos y cosas así. El pueblo más inicuo en El Libro de Mormón son los Zoramitas, un pueblo orgulloso, valeroso, independiente, industrioso, patriota y próspero, que cumplían estrictamente con sus deberes religiosos semanales incluyendo una forma de vestir apropiada. Agradeciéndole a Dios por todo lo que les había dado, testificaban de su bondad. Eran sostenidos en todo lo que hacían por una auto-imagen perfectamente hermosa. Y bien, ¿qué hay de malo en todo ello? Solamente hay una cosa que echa todo a perder, y de acuerdo con Isaías, esa cosa es lo mismo que pone mal a Israel delante del Señor. Los judíos observaban con la más estricta regularidad todas las reglas que Moisés les dio—“y sin embargo . . . te invocan” pero piensan en otra cosa. “He ahí, ¡oh Dios mío!, sus suntuosos vestidos, . . . todos sus objetos preciosos . . . sus corazones están puestos en éstas cosas, y aun así te invocan diciendo: Gracias te damos ¡oh Dios!, porque te somos un pueblo escogido, mientras que los otros perecerán” (Alma 31:27–28; énfasis agregado).
Dios resume la causa de su enojo contra Israel en una palabra: “Por la iniquidad de su codicia me enojé, y le herí, escondí mi rostro y me indigné.” ¿Con qué resultado? No disminuyendo la culpabilidad, sino “él siguió rebelde por el camino de su corazón” (Isaías 57:17). Al igual que los Zoramitas, el codicioso Israel estaba muy complacido consigo mismo, igual como sucede en estos últimos días. El Israel moderno fue puesto bajo “una maldición muy grave y penosa” por motivo de “avaricia y con palabras fingidas”; o sea, avaricia y la hipocresía. (D. y C. 104:4) Por mucho, la acusación más común que Isaías presenta contra los inicuos es “opresión,”‘ashaq. La palabra significa, asfixiar, sujetar por el cuello y apretar, sujetar o presionar; sacar la mayor ventaja posible de alguien, en breve, aumentar las ganancias. Todo se centra en “Babilonia, . . . la ciudad codiciosa de oro,”—“el opresor” (Isaías 14:4), lo que nos da un vistazo instantáneo sobre la estructura social y económica del mundo de Isaías. Es una sociedad competitiva y depredadora, “Y esos perros comilones son insaciables; y los pastores mismos no saben entender [no saben lo que está sucediendo, porque cada uno busca lo suyo]; todos ellos siguen sus propios caminos, cada uno busca su propio provecho, cada uno por su lado” (Isaías 56:11).
Esta acusación se aplica a nuestra propia época, cuando “todo hombre anda por su propio camino, y en pos de la imagen de su propio dios, cuya imagen es a semejanza del mundo y cuya substancia es la de un ídolo que envejece y perecerá en Babilonia, sí, Babilonia la grande que caerá” (D. y C. 1:16). Babilonia ya había florecido mucho tiempo antes de Isaías, y continuaría haciéndolo por mucho tiempo después. En esa época particular está prosperando nuevamente, pero la palabra se usa en todas las escrituras como un tipo y modelo de un mundo que se regía por la economía. Su filosofía se expresa mejor en las palabras de Korihor: “en esta vida a cada uno le tocaba de acuerdo con su habilidad; por tanto, todo hombre prosperaba según su genio, todo hombre conquistaba según su fuerza; y no era ningún crimen que un hombre hiciese cosa cualquiera” (Alma 30:17).
En Isaías la gente de éxito vivía al máximo. Es como si dijeran, “Venid, . . . tomemos vino, embriaguémonos de sidra” (Isaías 56:12). Tendremos una fiesta con bebidas en mi casa. Y mañana otra vez, pero mejor y más excelente. La economía se ve brillante, todo va bien.
Isaías tiene mucho que decir de este pueblo hermoso en palabras que nos hacen sentir incómodos:
28:1. “¡Ay de la corona de soberbia de los ebrios de Efraín, y de la flor caduca de la hermosura de su gloria, que está sobre la cabeza del valle fértil de los aturdidos del vino!
28:2. “He aquí, Jehová tiene [un viento] fuerte y poderoso . . . [el cual] con fuerza derriba a tierra.
28:3. “Con los pies será pisoteada la corona de soberbia de los ebrios de Efraín. . . .
28.7. “Pero también estos erraron con el vino, . . . tropezaron en el juicio.” (Isaias 28:1–3, 7)
Él describe a los que hacen fiestas, el jet set: “¡Ay de los que se levantan de mañana para seguir la embriaguez; que se están hasta la noche, hasta que el vino los enciende!” (Isaías 5:11). Están atontados por el batir incesante de la música oriental que es parte de esta escena: “y en sus banquetes hay arpas, vihuelas, tamboriles, flautas y vino, y no miran la obra de Jehová, ni consideran la obra de sus manos” (Isaías 5:12). Y por supuesto está la sujeción total a los dictados de la moda: “Por cuanto las hijas de Sion se ensoberbecen, y andan con cuello erguido y con ojos desvergonzados; cuando andan van danzando, y haciendo son con los pies” (Isaías 3:16)—al estilo inmemorial de las modelos de la moda. Una lista de palabras de las boutiques, que solamente los versados en la moda las entenderían, nos resulta instructiva ya que nos dice que “El Señor quitará . . . las redecillas, las lunetas, los collares, los pendientes y los brazaletes, las cofias, los atavíos de las piernas, los partidores del pelo, los anillos, y los joyeles de las narices” (Isaías 3:18-21), y por supuesto las ropas, “ . . . las ropas de gala, los mantoncillos, los velos, las bolsas” (Isaías 3:22). Sus productos de belleza fallarán en su propósito ya que se caerán sus cabellos y sus perfumes serán inútiles (ver Isaías 3:24).
Naturalmente también está el lado morboso del sexo, lo mas reprensible: “Príncipes de Sodoma, oíd la palabra de Jehová; . . . pueblo de Gomorra . . . ¿Cómo te has convertido en ramera, oh ciudad fiel?” (Isaías 1:10, 21). De la forma en que Nefi “[aplicó] las escrituras a nosotros mismos para nuestro provecho e instrucción” (1 Nefi 19:23), así Isaías desde el principio, no sólo compara a Jerusalén a las ciudades ya desaparecidas de Sodoma y Gomorra, sino que se dirige a ellas por nombre como si en realidad fueran Sodoma y Gomorra— mostrándonos que no podemos eludir esa acusación como que no es aplicable a nosotros porque vivimos en otra época y cultura—¿es tan diferente la escena en la actualidad?
Las modas costosas son un indicio de un mundo en el cual la gente sale a impresionar e imponerse sobre los demás. Todo mundo busca una profesión, todos aspiran a ser muy importantes: “el valiente y el hombre de guerra, el juez y el profeta, el adivino y el anciano; el capitán . . . y el hombre de respeto, el consejero, el artífice excelente y el hábil orador” (Isaías 3:2–3). ¿Qué pasa con ellos? “Y les pondré jóvenes por príncipes, y muchachos serán sus señores” (Isaías 3:4). He allí lo que dura su autoridad—y ¿por qué? Porque cada uno busca lo suyo en este juego de ensalzarse uno mismo: “y el pueblo se hará violencia unos a otros, cada cual contra su vecino [¡allí hay competencia para ustedes!]; el joven se levantará contra el anciano [¿qué otra cosa se puede esperar?], y el villano contra el noble” (Isaías 3:5). Todo estará fuera de control, un hombre tomará a su hermano y le dirá: “Tú tienes vestido, tú serás nuestro príncipe, y toma en tus manos esta ruina”; pero el otro rehusará ese gran honor diciendo: “no traten de hacerme un príncipe—porque estoy en la quiebra” (ver Isaías 3:6–7). A causa de que todos estarán en la quiebra, Isaías continua diciéndonos: “Porque arruinada está Jerusalén” (Isaías 3:8)—y todo porque tercamente creen que pueden hacerlo solos: “¡Ay de los hijos que se apartan, dice Jehová, para tomar consejo, y no de mí; para cobijarse con cubierta, y no de mi espíritu, añadiendo pecado a pecado!” y justificándose a sí mismos a cada paso (Isaías 30:1). El pueblo rebelde, los hijos mentirosos no darán oído a la ley de Dios. Han rechazado la ley de Dios; rechazan la ley de los sacrificios. Claro que ofrecen sacrificios, pero no lo hacen de la manera que Jehová quiere que lo hagan—“¿Demandé esto de vuestras manos?” (ver Isaías 1:12). Han violado la ley de castidad, porque Israel es una ramera. Han violado la ley de consagración, porque son idólatras—codiciar para sí mismos es ahora su consagración. Han rechazado la ley de Dios, porque no harán las cosas a Su manera, de acuerdo con lo que habían convenido (ver Isaías 30).
Quien pone el mayor ejemplo para el pueblo es el más ambicioso e inspirador de todos los espíritus. “¡Cómo caíste de cielo, oh Lucero, hijo de la mañana! Cortado fuiste por tierra, tú que debilitabas a las naciones. Tú que decías en tu corazón: . . . levantaré mi trono, y en el monte del testimonio me sentaré” (Isaías 14:12–13). Él ha salido para gobernar al mundo, y lo hace, con efectos desastrosos ya que los resultados son la depresión y la ruina: “He aquí que Jehová vacía la tierra y la desnuda, y trastorna su faz, y hace esparcir a sus moradores. Y sucederá así como al pueblo, también al sacerdote; como al siervo así a su amo; . . . como al que compra, al que vende; como al que presta, al que toma prestado; como al que da a logro, así al que lo recibe. La tierra será enteramente vaciada, y completamente saqueada; porque Jehová ha pronunciado esta palabra” (Isaías 24:1–3).
Isaías sabe como describir a un mundo que está en colapso total, y tenemos literatura de lamentación muy antigua y variada que proviene de los egipcios y de los babilonios, que hace su aparición periódicamente a lo largo de miles de años, y junto con eso existen abundantes documentos de negocios, cartas y textos rituales que confirman que dichas condiciones existieron en el mundo, vez tras vez, exactamente como Isaías las menciona, y siempre con la misma combinación de histeria social, política y económica. Nótese el fuerte énfasis, en la economía y en las finanzas en el pasaje recién citado. Samuel el Lamanita dijo: “siempre recordáis vuestras riquezas” y por esa misma razón las perderéis (ver Helamán 13:22, 31). Están malditas y se “volverán deleznables” que es la manera en que él lo expresa, e Isaías tiene una expresión comparable: “La tierra será enteramente . . . saqueada . . . Se destruyó . . . porque [ellos] “traspasaron las leyes, falsearon el derecho, quebrantaron el pacto sempiterno” para acomodarlo a sus deseos (Isaías 24:3–5). “Por esta causa la maldición consumió la tierra” (Isaías 24:6); quedan pocos habitantes, todo está desolado, no hay cosechas, tampoco llueve; por lo tanto muchas personas son llevadas al cautiverio ya que no tienen conocimiento, y sus honorables están muertos de hambre; la multitud está agotada por la sed. “Porque aquel no es pueblo de entendimiento; por lo tanto, su Hacedor no tendrá de él misericordia, ni se compadecerá de él el que lo formó” (Isaías 27:11).
Ayes contra la sociedad
Claramente, ante Dios, los hombres son responsables de mostrar cordura. El autoengaño cuesta mucho; el Señor deshace “las señales de los adivinos, y enloquece a los agoreros . . . hace volver atrás a los sabios, y desvanece su sabiduría” (ver Isaías 44:25). Han desechado Su palabra y confían en la opresión y en la perversidad y persisten en ello. Son un pueblo de duro entendimiento. Persisten en eso hasta el fin, como la caída de “una gran muralla.” Seguirán en sus caminos con gran tenacidad. Nada los hará cambiar. Como una presa alta cuando se rompe, se rompe de repente. (Este es el principio de “el día 29.") Primero la pared empieza a agrietarse y entonces todo se va: “cuya caída viene súbita y repentinamente” (Isaías 30:12–13). Él no perdonará ni un guijarro. La destrucción es rápida y total.
Y esto porque todo está fuera de orden. Nadie puede confiar en nadie en esta sociedad libre y competitiva. “No hay quien clame por la justicia, ni quien juzgue por la verdad; confían en vanidad, y hablan vanidades” (Isaías 59:4). “La obra de rapiña está en sus manos. Se apresuran para derramar sangre inocente. Sus pensamientos, pensamientos de iniquidad” (ver Isaías 59:6–7). Esto se parece a un drama de televisión. Seguir ese camino solo lleva a una secuela de desconfianza. “No conocieron camino de paz, . . . sus veredas son torcidas” (Isaías 59:8); “el hablar calumnia y rebelión, concebir y proferir de corazón palabras de mentira. . . . Y la verdad fue detenida, y el que se apartó del mal fue puesto en prisión” (Isaías 59:13, 15). Desobedecer las leyes es rentable mientras haya gente simplona y lo suficiente obediente que sí las guarde. Pero si no les sigues el juego, puedes estar seguro que te convertirás en una víctima. Isaías no aprueba ese realismo: “¡Ay de ti, que saqueas y nunca fuiste saqueado; que haces deslealtad, bien que nadie contra ti la hizo!” (Isaías 33:1). En nuestra dispensación, el Señor va mas allá, al decirnos que no tenemos derecho de engañar ni siquiera a los corruptos que traten de engañarnos: “¡Ay de aquel que miente para engañar, porque supone que otro miente para engañar!” (D. y C. 10:28).
Naturalmente Isaías nos lleva a los juzgados: “¡Ay de los que a lo malo dicen bueno, y a lo bueno malo!” (Isaías 5:20)—siendo ese el arte de la retórica, el arte, según explica Platón, “de hacer, mediante el uso de la palabra, que lo bueno parezca malo, y lo malo parezca bueno,” y que en la antigüedad se hallaba a sus anchas en los juzgados, “¡Ay de los sabios en sus propios ojos, y de los que son prudentes delante de sí mismos! . . . ¡los que justifican al impío mediante cohecho, y al justo quitan su derecho!” (Isaías 5:21, 23). Esto nos recuerda a los ladrones de Gadiantón cuando lograron el control del gobierno, y cuando “lograron la administración exclusiva del gobierno,” de inmediato “volvieron la espalda a los pobres y a los mansos” (Helamán 6:39), “[ocupando] los asientos judiciales” (Helamán 7:4) con su propia gente, “dejando ir impunes al culpable y al malvado por causa de su dinero” (Helamán 7:5). Isaías les dice que “justifican al impío mediante cohecho” (Isaías 5:23), y les advierte en su propio lenguaje legal que Dios traerá a cuentas a los ancianos de Israel “y contra sus príncipes; porque vosotros habéis devorado la viña, y el despojo del pobre esté en vuestras casas” (Isaías 3:14; énfasis agregado). Las cosas que tienen en vuestras casas son de los pobres. “¿Qué pensáis vosotros que majáis mi pueblo y moléis las caras de los pobres?” (Isaías 3:15) “¡Ay de los que dictan leyes injustas, [en su propia autoridad intocable], y prescriben tiranía” (Isaías 10:1)—buscando sus propios intereses por las leyes y reglamentos que hacen, “para apartar del juicio a los pobres, y para quitar el derecho a los afligidos de mi pueblo; para despojar a las viudas, y robar a los huérfanos!” (Isaías 10:2).
Todo está desolado; todos quieren robar; la ciudad ramera está llena de asesinos; los príncipes se rebelan, se acompañan de ladrones: “todos aman el soborno, y van tras las recompensas; no hacen justicia al huérfano, ni llega a ellos la causa de la viuda” (Isaías 1:23). Aun cuando el derecho claramente esté de parte del pobre, este no tiene ninguna oportunidad de ganar porque “el tramposo . . . trama intrigas inicuas para enredar a los simples con palabras mentirosas y para hablar en juicio contra el pobre” (Isaías 32:7). “Porque el ruin . . . fabricará iniquidad . . . para hablar escarnio . . . dejando vacía el alma hambrienta, y quitando la bebida al sediento” (Isaías 32:6). Los bienes inmuebles son la ocupación de tales personas, y los anales antiguos, desde Hesiodo y Solón, los primeros predicadores griegos, hasta el terriblemente moderno Petronio, están llenos de las trampas y los arreglos amañados con los que se adueñaban de las grandes propiedades. “¡Ay de los que juntan casa a casa, y añaden heredad a heredad hasta ocuparlo todo!” (Isaías 5:8).
Isaías tiene mucho que decir acerca de los negocios y el comercio, “Profecía sobre Tiro,” la ciudad principal, “cuyos negociantes eran príncipes, cuyos mercaderes eran los nobles de la tierra.” La intención de Jehová es “envilecer la soberbia de toda gloria, y para abatir a todos los ilustres de la tierra” (Isaías 23:1, 8–9). Este pueblo emprendedor es un grupo que no descansa: “Paz, paz al que está lejos y al cercano, dijo Jehová; . . . Pero los impíos son como el mar en tempestad, que no puede estarse quieto, y sus aguas arrojan cieno y lodo” (recuerden las “aguas inmundas” del sueño de Lehi) (Isaías 57:19–20). “No hay paz para los malos, dijo Jehová” (Isaías 48:22; 57:21). Babilonia está a la vez sin descanso y ocupada; egoísta y descuidada; “Nadie me ve,” dice; “[no hay] nadie más [que yo]” (Isaías 47:10). Babilonia tiene a su disposición todo el conocimiento y las técnicas comerciales. Todos los expertos trabajan para ella—los encantadores, los astrólogos, los analistas expertos, los contadores eficaces—y todos serán quemados como estopa. En el capítulo 13 de Isaías vemos la carga de Babilonia, la gran actividad, el ruido, el bullicio la auto-importancia, el apetito atroz por las ganancias en este gran centro mundial que también es otra Sodoma, un resumidero de depravación moral.
El orgullo de las naciones
Por medio de un gran milagro, Ezequías, rey de Judá, fue arrebatado de la muerte y se le concedieron 15 años más de vida. En una expresión de gozo y gratitud, él explicó su agradecimiento y alivio infinitos al saber que Dios era capaz de conceder lo que uno le pidiera, aun la vida misma; ¿Cuál es la seguridad de toda la riqueza del mundo comparada con eso? Y entonces sucedió algo muy significativo. Llegaron embajadores de Babilonia y Ezequías no se pudo aguantar de mostrarles todos sus tesoros, exhibiendo su riqueza y su poder. “Entonces el profeta Isaías vino al rey Ezequías y le dijo: ¿Qué dicen estos hombres, y de dónde han venido a ti? Y Ezequías respondió . . . de Babilonia. Dijo entonces, ¿Qué han visto en tu casa? Y dijo Ezequías: todo lo que hay en mi casa han visto . . . .entonces dijo Isaías a Ezequías: Oye palabra de Jehová de los ejércitos: He aquí, vienen días en que será llevado a Babilonia todo lo que hay en tu casa” (Isaías 39:3–6). El hombre no pudo resistir el mostrar sus tesoros, y por su vanidad lo que hizo fue aumentar la codicia de los embajadores. Les gustó mucho lo que vieron y tiempo después vinieron para llevárselo. El se entregó en sus manos.
Isaías penetra en la escena internacional en la cual existe el defecto fatal de que las cosas están en manos de los nobles de la tierra, cuando en realidad no hay nobles sino hombres ordinarios con desastrosas ilusiones de grandeza. Altivez es una de las palabras favoritas de Isaías.
“Y castigaré al mundo por su maldad, y a los impíos por su iniquidad y haré que cese la arrogancia de los soberbios, y abatiré la altivez de los fuertes” (Isaías 13:11).
“Haré más precioso que el oro fino al varón, y más que el oro de Ofir al hombre” (Isaías 13:12).
“La altivez de los ojos del hombre será abatida, y la soberbia de los hombres será humillada; y Jehová solo será exaltado en aquel día” (Isaías 2:11).
“He aquí, el Señor, Jehová de los ejércitos, desgajará el ramaje con violencia, y los árboles de gran altura serán cortados, y los altos serán humillados” (Isaías 10:33).
“Se destruyó, cayó la tierra; enfermó, cayó el mundo; enfermaron los altos pueblos de la tierra. Y la tierra se contaminó . . . Por esta causa la maldición consumió la tierra, y sus moradores fueron asolados; por esta causa fueron consumidos los habitantes de la tierra, y disminuyeron los hombres” (Isaías 24:4–6).
¿Qué hace que una nación sea grande? La respuesta que damos hoy es: poder y ganancias; lo importante es ser el número uno en influencia militar y económica. Eso mismo pensaban en la época de Isaías: Ay de los que confían en caballos y carruajes porque son poderosos pero “no miran al Santo de Israel”; “Los egipcios hombres son, y no dios; y sus caballos carne, y no espíritu” (Isaías 31:1, 3). La seguridad real no se obtiene por medio de alianzas, la espada del fuerte ni la del débil podrá vencer Asiria; Jehová tenía sus propios planes para Asiria y nadie podría haber adivinado cuáles eran. ¿Donde se halla la seguridad? ¡Al cavar las defensas de Jerusalén están cavando sus propias tumbas! La única defensa verídica es el llamamiento del sacerdocio en el templo. Si sigues el juego del poder de la política, lo único que puedes esperar son las recompensas acostumbradas.
Los asirios garantizaban la seguridad. Militarmente, ellos eran la nación más poderosa. “Vénganse con nosotros” le dijeron a Jerusalén (Isaías ha preservado sus cartas), “y serán salvos. Son insensatos. ¿Cómo los puede librar Dios si no tienen ejército? Ustedes nos necesitan. Dios está del lado de los grandes batallones.” Esto es lo que se llama Política Real, y que repetidamente ha destruido a quienes la practican en los tiempos modernos. Cuando Isaías le dice a la gente que confíen en Dios, y no en Egipto, el pueblo dice que ¡eso no es realista! Así que aquí vienen los Asirios, esos súper-realistas con su poderío irresistible—y fueron barridos en su campamento mientras dormían. ¿Las grandes naciones? “He aquí que las naciones le son como la gota de agua que cae del cubo, y como menudo polvo en las balanzas” (Isaías 40:15). Delante de Él, todas las naciones le son como nada, y ante Él le son contadas como menos de nada y vanidad porque pretenden ser algo (ver Isaías 10:33). “Porque Tofet ya de tiempo está dispuesto” y los está ya esperando—(“He preparado una prisión para ellos” le dijo el Señor a Enoc [Moisés 7:38]). “[Está] preparado para el rey”—para Asiria. “Está . . . profundo y ancho, cuya pira es de fuego y mucha leña; el soplo de Jehová, como torrente de azufre, lo enciende” (Isaías 30:33). No se dejen impresionar por “el valiente y el hombre de guerra, el juez y el profeta, el adivino y el agorero” (Isaías 3:2). Solamente hay uno en quien puedes depositar tu confianza. Asiria desapareció en una noche y nunca más se volvió a saber de ella, mientras que otras naciones más pequeñas y tan antiguas como Asiria, pero que no podían competir por la supremacía en el campo de batalla, aún se encuentran entre nosotros.
“Manos limpias y un corazón puro”
Los rasgos de carácter que Isaías desprecia son tan sorprendentes como los que alaba—no es el dinamismo, la iniciativa, la industria, la empresa, el trabajo arduo, el ahorro, la piedad—ninguna de las virtudes Zoramitas, aunque en verdad son virtudes cuando no están viciadas por motivos egoístas, o por una mordaz obsesión por la rutina. Permítanme comentar de pasada, que el trabajo no es estar ocupados yendo y viniendo por surcos ya hechos, aunque esa sea la esencia de nuestra vida académica y de negocios moderna, sino que es la energía y curiosidad disciplinadas que se requieren para abrir nuevos surcos. Las cualidades que Dios exige de los hombres en el libro de Isaías son tales, que la sociedad las considera poca cosa y con desdén. Isaías promete las mayores bendiciones y gloria a los humildes, a los abatidos, a los pobres, a los oprimidos, a los afligidos y a los necesitados. ¿Qué? ¿Es un logro el ser pobre y oprimido? ¿Se nos anima a que nos unamos a las filas de los caídos y desechados?
¿Qué mérito puede haber en esta postura negativa y sumisa? Bueno, hay virtud en ello, y el factor decisivo es la presencia de Satanás en el mundo. Se nos ha prometido que no habrá pobres en Sión. Y eso es porque Satanás no estará allí con su astuto modo de ver las cosas. Pero él es el príncipe de este mundo y, por un tiempo, se le permite que libremente pruebe y tiente a los hombres. El marca el ritmo aquí.
¿Y cómo es que nos tienta y nos prueba? En la mitología mundial de la raza humana, el diablo es el señor del bajo mundo que se sienta en los tesoros de la tierra en su reino obscuro; él es Plutón, el dios de las riquezas, que con su control sobre los recursos de la tierra gobierna los asuntos de los hombres. La última obra teatral de Aristófenes, El Plutus, es un comentario largo y amargo del tipo de personas que tienen éxito en el mundo. De hecho, “los maltratos que despojan al indigno de su paciente mérito” son tema del repertorio de la literatura mundial, desde el relato egipcio de los hermanos Lázaro y Divos, hasta las vicisitudes de la familia Joad en Las Viñas de Ira. Si le creemos a Isaías, el mismo Hijo del Hombre fue “despreciado y desechado” (Isaías 53:3), de lo cual concluimos que tener mucho éxito en la vida, muy difícilmente es el sello mayor de la virtud. Porque la pregunta de oro de Satanás ¿Tenéis dinero? tiene un efecto fascinante y paralizador que enlista a todos, menos a los espíritus más nobles, en la gran conspiración: “Y el derecho se retiró,” nos dice Isaías, “y la justicia se puso lejos; porque la verdad tropezó en la plaza, y la equidad no pudo venir. Y la verdad fue detenida, y el que se apartó del mal fue puesto en prisión” (Isaías 59:14–15). Quien se rehúse a formar parte de este tipo de cosas, en sus palabras, debe esperar una golpiza. “Y lo vio Jehová,” continúa Isaías, “y desagradó a sus ojos, porque pereció el derecho” (Isaías 59:15). Todo mundo está engañando, y a Dios no le agrada eso, “He aquí, el mundo yace en pecado ahora, y nadie hace lo bueno, ni uno solo . . . y mi ira está encendida contra los habitantes de la tierra para visitarlos de acuerdo a su impiedad.” [1] Tales fueron las palabras iniciales del Señor en esta dispensación, dichas al Profeta José Smith en la arboleda. Las palabras “el mundo yace en pecado” requieren una declaración más particular al estilo de Isaías. Y esa misma expresión la encontramos explicada en D. y C. 49:20 “pero no se ha dispuesto que un hombre posea más que otro; por consiguiente, el mundo yace en el pecado” (énfasis agregado). Mamón es un dios celoso; no lo puedes servir a él y a algún otro señor. Para poder escapar a la poderosa atracción de las cosas de este mundo, y la amenaza mortal que se cierne sobre quienes no las poseen, se requiere, de hecho, tener un alma mansa y humilde, y valerosa.
¿Qué dice Isaías que pide Dios a quienes serán justificados? Ante todo deben estar limpios de toda mancha: “Lavaos y limpiaos” nos dicen en el primer capítulo (Isaías 1:16). No oréis cuando vuestras manos están llenas de sangre. Una persona con manos limpias y un corazón puro, dice el salmista, es uno “que no ha elevado su alma a cosas vanas, ni jurado con engaño” (Salmos 24:4) Isaías concuerda con esto porque “el que aborrece la ganancia de violencias, el que sacude sus manos para no recibir cohechos, el que tapa sus oídos para no oír propuestas sanguinarias; el que cierra sus ojos para no ver cosa mala” (Isaías 33:15). El pueblo ayunó de la manera en que Dios lo había ordenado y perplejos le preguntaron a Isaías el por qué Dios no los había escuchado. En respuesta les dijo: “¿No es más bien el ayuno que yo escogí, desatar las ligaduras de impiedad, . . . y que rompáis todo yugo? ¿No es que partas tu pan con el hambriento, y a los pobres errantes albergues en casa; que cuando veas al desnudo, lo cubras . . . ?” (Isaías 58:6–7). Esto es un recordatorio de que nuestro ayuno requiere ofrendas para los pobres. Dios no está impresionado por los templos magníficos que la gente le construye—Él es el dueño de todo, “pero miraré a aquel que es pobre y humilde de espíritu, y que tiembla a mi palabra” (Isaías 66:2; énfasis agregado), si siguen justificándose a sí mismos—“Y porque escogieron sus propios caminos, y su alma amó sus abominaciones” (Isaías 66:3). Dios no les quitará su albedrío; Él les dará toda la cuerda que quieran: “también yo escogeré para ellos escarnios, . . . porque llamé, y nadie respondió; . . . y escogieron lo que me desagrada” (Isaías 66:4).
Después de describir los modos de Israel, la carga de Damasco, la carga de Egipto, la carga de Babilonia y de Asiria—en pocas palabras, el mundo tal cual es, pero que no debería ser—Isaías describe con términos brillantes al mundo como debería ser—como fue la intención que fuera y para lo cual fue creado. “[Él] no la creó en vano, para que fuese habitada la creó (Isaías 45:18). Bajo su mandato Él es el Señor y nadie más. Ante Él toda rodilla se doblará y toda lengua confesará. “En aquel tiempo . . . el fruto de la tierra para grandeza y honra” (Isaías 4:2). Todo lo que queda son Sión y Jerusalén, “cuando el Señor lave las inmundicias de las hijas de Sión, y limpie la sangre de Jerusalén” (Isaías 4:4).
Con Babilonia fuera de la escena, se levanta un gran suspiro de alivio; por fin el mundo está tranquilo y en paz. La ciudad codiciosa de oro, el opresor, se acabó (ver Isaías 14:4). Toda la tierra está en paz. “Me ha enviado a predicar buenas nuevas a los abatidos, a vendar a los quebrantados de corazón, a publicar libertad a los cautivos, y a los pobres apertura de la cárcel” (Isaías 61:1). “Nunca más se oirá en tu tierra violencia, destrucción ni quebrantamiento en tu territorio” (Isaías 60:18). Por lo contrario, “juzgará con justicia a los pobres, y argüirá con equidad por los mansos de la tierra” (Isaías 11:4). “¿Pero en donde está el furor del que aflige?” (Isaías 51:13). “Y los que no tienen dinero, venid, comprad y comed. Venid, comprad sin dinero y sin precio, vino y leche. ¿Por qué gastáis el dinero en lo que no es pan? . . . Venid a mí, oíd y vivirá vuestra alma” (Isaías 55:1–3). Maravilla de maravillas, en ese día un hombre valdrá más que el oro—un cambio completo de valores. Al mismo tiempo regresan los bosques y se regocijan los árboles: “no ha subido cortador contra nosotros” (Isaías 14:8). Con frecuencia Isaías compara la creciente iniquidad en el mundo con la brutal explotación y desperdicio de los recursos naturales, que ha alcanzado un clímax histórico en esta generación. Todos conocemos sus versos más poéticos: “el leopardo con el cabrito se acostará; el becerro y el león y la bestia doméstica andarán juntos, y un niño los pastoreará. La vaca y la osa pacerán, sus crías se echarán juntas; y el león como el buey comerá paja” (Isaías 11:6–7). En mis días de estudiante esta era la mayor ilustración de un Isaías irreal, pura tontería zoológica. No era la “naturaleza roja en colmillo y garra” de nuestro propio mundo neo-darwiniano. De esa fecha para acá se ha aprendido mucho con respecto a la verdadera naturaleza de muchas bestias salvajes. “No harán mal ni dañarán en todo mi santo monte; porque la tierra será llena del conocimiento de Jehová, como las aguas cubren el mar” (Isaías 11:9). “Se alegrarán el desierto y la soledad; el yermo se gozará y florecerá como la rosa. Florecerá profusamente, . . . porque aguas serán cavadas en el desierto, y torrentes en la soledad. El lugar seco se convertirá en estanque, y el sequedal en manaderos de agua”; (Isaías 35:1–2, 6–7) “para que vean y conozcan, y adviertan y entiendan todos, que la mano de Jehová hace esto, y que el Santo de Israel lo creó” (Isaías 41:20).
Y este mundo feliz es para todos, así como lo es la amonestación de Isaías y la promesa de perdón. Los hijos del extranjero, al sujetarse al convenio, “yo los llevaré a mi santo monte.” Vendrán al templo el cual “será llamada casa de oración para todos los pueblos” (Isaías 56:7). Jehová el Señor, que reúne a los “dispersos de Israel” y a “todas las bestias del campo” dice que ya no habrá perros de caza que los atemoricen; esa será una época feliz para el hombre y las bestias (ver Isaías 56:8–10). “Grandes son las palabras de Isaías” (3 Nefi 23:1). Se nos ha mandado que las escudriñemos, que las estudiemos, que las meditemos, que las memoricemos y que entendamos que las calamidades y las bendiciones que allí se mencionan se escribieron para nuestra generación. Es mi oración, que las palabras de este gran profeta nos preparen para esas calamidades y bendiciones.
Notas
[1] Milton V. Backman, Joseph Smith’s First Vision: Confirming Evidences and Contemporary Accounts, 2da ed. rev. (Salt Lake City: Bookcraft, 1980), pág. 159.