Edificando la Estabilidad Espiritual

Dale G. Renlund

El élder Dale G. Renlund es miembro del Primer Quórum de los Setenta. Este discurso fue pronunciado el 16 de septiembre de 2014.

una foto de Elder Dale G. RenlundElder Dale G. Renlund. © Intellectual Reserve, Inc.

Deseo empezar con el relato de un acontecimiento histórico poco conocido, y luego mencionaré algunas lecciones que se pueden aprender de este remoto y desafortunado evento marítimo.

A principios del siglo diecisiete, Suecia era una potencia mundial. El rey de Suecia Gustavo Adolfo II, ordenó que se construyera un buque de guerra que sería nombrado Vasa. Este buque requería una gran cantidad de recursos, particularmente la madera de roble con la cual se construiría el barco. Los robles eran tan valiosos que el derribar un árbol de roble sin la debida autorización era un delito capital. Gustavo Adolfo supervisó el proceso de la construcción con la intención de asegurarse que el Vasa llenara sus expectativas.

Después de que se empezó la construcción, Gustavo Adolfo ordenó que el Vasa fuera más largo. Debido a que los soportes para la ancho ya se habían construido con el valioso roble, el rey les ordenó a los constructores que aumentaran el largo del buque sin que aumentaran su anchura. Aunque los carpinteros del navío sabían que si lo hacían así pondrían en riesgo la navegabilidad del Vasa, tuvieron miedo de decirle al rey algo que sabían que no quería escuchar. Cumplieron las órdenes. Gustavo Adolfo insistió también en que el buque no tuviera solamente una cubierta para los cañones, quería que llevara cañones en tres cubiertas y que los más pesados estuvieran en la cubierta superior. Otra vez, a pesar de que estaban en contra de su experiencia y buen juicio, los carpinteros siguieron las órdenes.

Durante varios años, los carpinteros, los cordeleros y otros obreros trabajaron con ahínco para construir el Vasa. Se requirieron más de mil árboles de roble para terminar el buque. Tenía 64 cañones y sus mástiles eran de casi cincuenta metros de alto. A fin de darle la opulencia adecuada para ser el buque insignia de un rey, se le agregaron varios cientos de esculturas doradas o pintadas.

El 10 de agosto de 1628, el Vasa inició su viaje inaugural. Debido a la gran cantidad de espectadores, el buque dejó su amarradero directamente abajo del palacio real en Estocolmo. Después de haber sido remolcado por un corto trecho, el Vasa salió del refugio del puerto. Un fuerte viento golpeó sus velas y el buque empezó a inclinarse. El Vasa se enderezó ligeramente, pero fue algo temporal. Poco después, según lo registró uno de los observadores, “empezó a zozobrar y el agua entró a torrentes por las troneras de los cañones hasta que lentamente se fue al fondo con las velas, los banderines y todo lo demás.” [1] El viaje inaugural del Vasa fue de mas o menos 1280 metros.

El Vasa descansó en el fondo del Mar Báltico por más de tres siglos hasta que fue recuperado en el año 1961. Fue levantado del lecho del mar y remolcado de regreso a Estocolmo. Hoy, el Vasa descansa en un museo con temperatura y humedad controladas en Djurgárden, una isla en el centro de Estocolmo. Como recordatorio de las diferentes lecciones que emanan de esta trágica historia, tengo un modelo de este barco en mi despacho en las oficinas generales de la Iglesia.

A pesar de la magnífica apariencia del Vasa , el buque no podía navegar. Las alteraciones en su construcción dieron como resultado el que no tuviera la suficiente estabilidad lateral que le permitiera hacerse a la mar con seguridad. El deseo de Gustavo Adolfo de tener un símbolo extravagante de su posición, arruinó el diseño de lo que hubiera sido una magnífica nave de velas y el más poderoso buque de guerra de su época. La renuencia de los constructores a hablar—por su temor a causar la ira del rey—le quitaron al rey la oportunidad de aprender de la experiencia y conocimiento de ellos. Todos los involucrados perdieron de vista las metas de la empresa: proteger a Suecia y promover sus intereses en el exterior. Una nave que intente desafiar las leyes de la física, es simplemente un bote que no flotará.

A fin de que podamos navegar con éxito durante nuestro viaje mortal, necesitamos tener la suficiente estabilidad lateral—que en realidad es la estabilidad espiritual— para enfrentar los vientos cruzados y las contracorrientes, poder efectuar los ajustes necesarios y regresar con seguridad a nuestro hogar celestial. Hay varias cosas que podemos hacer para aumentar nuestra estabilidad espiritual. También hay cosas que podemos hacer que disminuyen nuestra estabilidad espiritual. A medida que se reduce nuestra estabilidad espiritual, como es de esperar, traemos consecuencias sobre nosotros que se podrían haber evitado. Hablaré sobre cuatro asuntos que nos ayudan a edificar nuestra estabilidad espiritual.

Obedecer los Mandamientos de Dios

Lo primero es obedecer los mandamientos de Dios. De la misma forma en que el Vasa estaba sujeto a las leyes físicas—aunque hubiera sido diseñado por un rey— todos estamos sujetos a las leyes espirituales. Nadie está exento. Necesitamos obedecer esas leyes espirituales que conocemos como los mandamientos de Dios.

Imagínense lo que hubiera pasado si a Gustavo Adolfo se le hubiera dicho francamente que al construir un barco largo, angosto y pesado en la parte superior se ignoraba una ley física relacionada a la estabilidad lateral. Pueden imaginarse al rey diciendo, de forma hosca, propia de un adolescente: “Eso no es justo. Yo soy el rey. Puedo poder hacer lo que quiera. No me entienden.”

El trabajar con las leyes de la física relacionadas a la estabilidad lateral durante la construcción del barco, pudo haber sido restrictivo para Gustavo Adolfo, pero si se hubieran obedecido dichas leyes, el Vasa no se hubiera hundido antes de empezar su misión. Hubiera tenido la libertad y la flexibilidad para efectuar lo que se esperaba que hiciera.

Así también, la obediencia a las leyes de Dios preserva nuestra libertad, la flexibilidad y la habilidad de lograr nuestro potencial. Los mandamientos no fueron dados para restringirnos. Más bien, la obediencia nos conduce a una mayor estabilidad espiritual y a la felicidad a largo plazo.

Piensen en lo que sería enfrentar las contracorrientes y los vientos cruzados de la vida sin la estabilidad espiritual. Hay una razón para que la obediencia sea la primera ley del cielo. El obedecer es nuestra decisión. El Salvador lo aclaró. De acuerdo con la traducción hecha por José Smith de Lucas 14: 28, Jesús dijo: “Por tanto, proponed esto en vuestros corazones: que haréis lo que yo os enseñaré y os mandaré.”

Es así de simple. Acéptenlo. Decidan ahora ser exactamente obedientes. Al hacerlo así, nuestra estabilidad espiritual mejorará grandemente. Evitaremos el desperdiciar los recursos que Dios nos ha dado y hacer desviaciones improductivas y destructivas en nuestras vidas.

En el año 1980, mi esposa, mi hija y yo nos mudamos a Baltimore, Maryland. Poco después de nuestra llegada fuimos invitados a una fiesta del barrio en la casa de uno de los miembros. Se nos dijo que sería una fiesta de jaiba. Estábamos entusiasmados, pero en realidad no sabíamos que esperar. Toda nuestra experiencia con mariscos se limitaba a la trucha, al salmón enlatado y a los arenques encurtidos. Al llegar al patio del miembro de la Iglesia, vimos que se habían puesto manteles de papel en las mesas y que había grandes recipientes llenos de criaturas rojas, del tamaño de mi puño.

Ruth, mi esposa, preguntó: “¿Qué son esas?” señalando a las criaturas rojas. Se nos informó que eran las jaibas azules de Maryland, que se vuelven de color rojo brillante al ser cocidas al vapor. Ruth preguntó: ¿Cómo las atrapan?”

Se nos informó que esa mañana muy temprano, dos de los hermanos habían ido a la carnicería y compraron una cubeta llena de pescuezos de pollo. Ustedes saben que los pescuezos de pollo, se ven como pollo y huelen a pollo cuando están cocidos, pero si eso es lo que te dan para comer, te quedarás con hambre ya que los pescuezos de pollo solo tienen hueso, tendones y piel.

Los hermanos asignados, fueron en un esquife a la Bahía Chesapeake. En aguas de más o menos dos metros de profundidad empezaron el proceso de atrapar a las jaibas. Ataron un pescuezo de pollo a un hilo, lo echaron al agua y dejaron que cayera a la arena del piso del mar. Sintiendo una banquete potencial, una jaiba se acercó corriendo por el fondo y con su tenaza cogió el pescuezo de pollo. Entonces los hombres empezaron a jalar el hilo suave y lentamente. La jaiba se aferró al pescuezo de pollo y justo cuando estaba por llegar a la superficie de la bahía, se agitó y se soltó. Pero para entonces los hombres habían puesto una red bajo la jaiba. La sacaron del agua y la arrojaron al bote. ¡Ya está la cena del barrio!

Ruth dijo, “¿eso es todo? ¿no hay caña de pescar? ¿no hay anzuelo? ¿no hay carrete?”

Le contestaron: “Así es.”

Ruth volvió a preguntar “¿las jaibas se pudieron haber soltado en cualquier momento?”

“Correcto.”

¿Pero no lo hicieron?”

“No,” fue la respuesta.

Ruth resumió lo que acababa de aprender al decir: “¡Que tontas son esas jaibas!”

Si tuvieran que escribir un folleto llamado Para la Fuerza de las Jóvenes Jaibas, sería muy corto, ¿o no? Solamente diría: “¡Suelten los pescuezos de pollo! Son una trampa. No se dejen engañar.”

Existen muchos pescuezos de pollo en el mundo: cosas que se ven tentadoras, cosas que aparentan ser un buen banquete, y cosas por las cuales vale la pena desviarse un poco. Pero si nos desviamos, experimentaremos, al igual que el hijo pródigo, un paroxismo de gozo seguido por degradación que va desde ligera hasta enorme, y por tristeza que va desde pequeña hasta ser insoportable antes de que podamos volver a ubicarnos y reconocer el error. El error consiste en no reconocer que esos desvíos son trampas.

Podemos ver cada mandamiento por separado y decidir si vamos a obedecer o no. Podemos razonar si desobedecemos o no, o podemos simplemente decidir de corazón que haremos las cosas que el Señor nos enseña y nos manda. Nada aumentará más nuestra estabilidad espiritual. Nada nos dará mayor libertad para cumplir con la misión de nuestra vida. “La fidelidad y la obediencia” no son solamente “las marcas del verdadero discipulado”, son “los requisitos de la verdadera libertad.” [2]

Escuchar los Consejos y Aprender Durante Toda la Vida

Segundo, debemos prestar atención y dar oído a los consejos que recibimos de fuentes confiables y comprometernos a aprender durante toda la vida. Algunas veces podemos llegar a ser como el rey Gustavo Adolfo, y no tener el deseo de escuchar los consejos de las fuentes confiables, si es que dichos consejos no se ajustan a nuestros deseos y tendencias. Podemos llegar a crear un entorno que haga que los demás sean como los carpinteros del navío, temerosos de dar sus mejores sugerencias y consejos. Cuando fallamos al pedir y escuchar los consejos de nuestras fuentes confiables, reducimos nuestra estabilidad espiritual y caemos en la trampa de construir un buque espiritual largo y angosto, muy pesado en la parte superior; o sea un bote que no flotará.

El presidente Henry B. Eyring ha indicado que uno de los peligros al obtener conocimiento es que se desarrolla el orgullo desmedido, [3] que es la arrogancia que puede venir cuando creemos que sabemos tanto que ya no hay nada más que aprender. Todos hemos visto esto en las personas que están muy seguras de su propio brillo. Es muy difícil enseñar a quien cree que lo sabe todo. Este orgullo educativo puede ocurrir tanto en los estudiantes como en los profesores universitarios, en los líderes de la Iglesia, ya sean inexpertos o muy experimentados, así como en los nuevos conversos tanto como entre los miembros de la Iglesia de toda la vida. Sin embargo, parece ser que el riesgo es mayor entre aquellos que tienen mas educación y mayor experiencia.

Consciente de este riesgo y con el deseo de ser alguien comprometido a aprender durante toda la vida, el presidente Eyring dijo: “Todavía soy un niño que tiene mucho que aprender. La mayoría de las personas tienen algo que enseñarme.” [4] Cuando el presidente Eyring me extendió el llamamiento para ser Autoridad General, me enseñó una lección importante. Me dijo que cuando escucha a alguien hacer un relato que ya ha escuchado antes, o que usa una escritura con la cual él está muy familiarizado, se hace esta pregunta: “¿porqué el Señor está enfatizando eso para mí? y ¿qué más tengo que aprender de este relato o escritura?” De igual manera, si deseamos aumentar nuestra estabilidad espiritual, debemos estar deseosos de aprender y ser lo suficientemente humildes para aceptar la instrucción sin importar nuestra edad y experiencia.

En una ocasión fui asignado para acompañar al élder Neal A. Maxwell, miembro del Quórum de los Doce Apóstoles, a una conferencia de estaca. Fue algo maravilloso estar con uno de los maestros del evangelio más extraordinarios en esta dispensación. Durante la conferencia pude saber cómo él había adquirido y magnificado ese don que indudablemente Dios le había concedido. El sábado por la noche al salir del centro de estaca, al ir en el auto se volteó hacia mí y preguntó: “¿Qué pude haber hecho mejor para explicar los principios que enseñamos?”

Pensé que estaba bromeando, pero siguió insistiendo hasta que me pudo sacar un pequeño comentario de algo que quizás no había quedado claro. Al día siguiente, en la sesión general de la conferencia de estaca, él aclaró el detalle que yo le había mencionado. Comprendí que estaba con un humilde discípulo de Jesucristo que recibía consejos, y estaba comprometido a aprender durante toda la vida, y deseaba mejorar.

La forma en que recibamos el consejo hace una gran diferencia entre quienes nos rodean para que se sientan cómodos al aconsejarnos. Podemos ser quisquillosos, gruñones y estar a la defensiva; o podemos recibir el consejo, sabiendo que es dado con motivos amorosos y, si lo aceptamos con el espíritu debido, nos ayudará a aprender y mejorar.

En realidad de nosotros depende. Podemos o no, dar oído a los consejos que nos dan los líderes de la Iglesia, especialmente aquellos a quienes sostenemos como profetas, videntes y reveladores; nuestros padres; y amigos en quienes confiamos. Podemos desear o no, el ser personas comprometidas a aprender durante toda la vida. Podemos o no, aumentar nuestra estabilidad espiritual. Si no aumentamos nuestra estabilidad espiritual, seremos como el Vasa: un buque largo, angosto, muy pesado; un barco que no flotará.

Servir A los Demás

Tercero, el ser abierto hacia los demás, el preocuparse por ellos y servirles, aumenta nuestra estabilidad espiritual. Es equivalente a construir un flotador externo para una canoa. Dicho flotador aumenta grandemente la estabilidad lateral de la canoa.

Paradójicamente, el deseo de ayudar a los demás es una consecuencia de la verdadera conversión, y a la vez es un atributo que nos ayuda a permanecer convertidos. El Presidente Marion G. Romney declaró: “El servicio no es algo que soportemos en esta tierra a fin de ganar el derecho a vivir en el reino celestial. El servicio es la fibra esencial de la cual está hecha una vida exaltada en el reino celestial.” [5]

Se enfoca mejor la eternidad cuando nos enfocamos en los demás al tratar de ayudar de alguna manera a los hijos del Padre Celestial. He aprendido que es mucho más fácil recibir la inspiración cuando oro pidiendo saber como ayudar a otros, que cuando solamente estoy pidiendo por mí.

Es posible que creamos que en el futuro estaremos en mejor situación para ayudar a nuestros semejantes. En realidad, ahora es el tiempo. El hacer que esta “fibra” del servicio se convierta en parte de lo que somos no es algo condicional. Estamos muy equivocados si pensamos que en el futuro cuando tengamos más dinero, más tiempo, o más de lo que sea, será más conveniente servir mejor a los demás. Ahora es el tiempo para empezar. Nuestra estabilidad espiritual mejorará instantáneamente.

Mi padre nos enseñó a mis hermanos y a mí, que el ayudar a los demás es un deber, una decisión que hacemos a pesar de nuestras propias circunstancias. Mi padre nació en el norte de Finlandia, a las afueras del pueblo de Jakobstad, que también se le conoce como Pietasaari. Le gustaba mucho la literatura finlandesa, especialmente las obras del poeta finlandés, Johan Ludvig Runeberg, quien también nació en Jakobstad.

Papá nos citaba la literatura finlandesa en lugar de los cuentos para dormir. Estos relatos eran muy sombríos. A los niños, nos parecía, que la moraleja de esas historias era el luchar valientemente contra lo imposible y entonces morir. Era como escuchar el libro de Job pero sin el final feliz.

Uno de los poemas de Runeberg que escuchamos una y otra vez contaba la historia del Granjero Paavo. Paavo era un pobre campesino que vivía con su esposa e hijos en Saarijärvi en la región de los lagos del centro de Finlandia. Durante varios años seguidos, como resultado de las inundaciones por el deshielo de la primavera, o las granizadas del verano o una helada temprana en el otoño, se destruyó la mayor parte de sus cosechas.

Cada vez que levantaba su escasa cosecha, su esposa le decía: “Paavo, Paavo, viejo desafortunado, Dios se ha olvidado de nosotros.”

Paavo a su vez decía: “Cuando hagas el pan de centeno, ponle harina de corteza de pino a fin de que no nos quedemos con hambre. Trabajaré más para drenar los campos inundados. Dios nos está probando, pero Él proveerá.”

Cada vez que se destruía su cosecha, Paavo le mandaba a su esposa que aumentara al doble la cantidad de harina de corteza de pino que le ponía al pan a fin de evitar el morirse de hambre. El pobre Paavo trabajaba aún más duro. Hizo acequias para drenar las ciénegas a fin de disminuir el riesgo de las inundaciones por los deshielos de la primavera y los daños por una helada temprana en el otoño.

Finalmente, Paavo tuvo una buena cosecha. Muy emocionada su esposa dijo: “¡Paavo, Paavo, estos son días felices! Es hora de desechar la harina de corteza de pino y preparar el pan únicamente con el centeno.” Pero Paavo, tomando la mano de su esposa le dijo: “Mujer, prepara el pan con la mitad de la harina de corteza de pino, porque los campos de nuestro vecino ya se congelaron.” [6]

Algo que no se mencionó en el poema fue la intención de Paavo de ayudar a su pobre vecino que estaba desolado.

Al volver a leer la historia, ahora como adulto, he llegado a comprender un poco mejor lo que mi padre estaba tratando de enseñarnos a mis hermanos y a mí. A pesar de las circunstancias, tenemos que decidir: ¿Ayudaremos o no a los demás? Si no decidimos ayudar a los necesitados reprobaremos una prueba importante de la mortalidad. Y si les ayudamos aumentamos nuestra propia estabilidad espiritual. El servir a los demás nos permite mostrar la fibra esencial de la cual está hecha una vida exaltada en el reino celestial.

Que Cristo Sea Nuestro Fundamento

Cuarto, finalmente, y más importante, nuestra estabilidad espiritual aumenta en proporción al grado en el que establezcamos a Jesucristo como nuestro fundamento. El profeta Mormón lamentó el cambio que ocurrió cuando su pueblo dejó de tener a Cristo como su fundamento. Por aquellos que dejaron las amarras seguras de la fe en Cristo declaró: “Más ahora, he aquí que Satanás los lleva, tal como tamo que se lleva el viento, o como el barco que, sin velas ni ancla, ni cosa alguna con qué dirigirlo, es azotado por las olas; y así como la nave son ellos” (Mormón 5:18).

Sin Cristo, somos como una nave arrastrada sobre las olas. No tenemos poder porque no tenemos velas. No tenemos estabilidad, especialmente en tiempos de tormenta, porque no tenemos ancla. No tenemos rumbo ni propósito porque no tenemos nada que nos dirija.

Si queremos evitar navegar por la vida en un buque largo, angosto y pesado, debemos hacer que Cristo sea nuestro fundamento y buscar Su consejo. Lo máximo del orgullo educativo es creer que somos tan sabios que no necesitamos buscar la guía del Señor mediante el Espíritu Santo. Recuerden que es, “bueno ser instruido, si hace[mos] caso de los consejos de Dios” (2 Nefi 9:29; véase también el versículo 28).

Conclusión

A fin de estar preparados para enfrentar y vencer las contracorrientes y los vientos cruzados de la vida, debemos obedecer los mandamientos de Dios, ser más humildes, deseosos de comprometernos a aprender durante toda la vida, servir a los demás; y establecer a Jesucristo como el fundamento de nuestra vida. Si así lo hacemos, aumentamos enormemente nuestra estabilidad espiritual. A diferencia del Vasa, podremos regresar a puerto seguro, habiendo cumplido con nuestro destino.

No hace mucho tiempo, en la República Democrática del Congo, mi esposa Ruth y yo nos reunimos con un grupo de miembros de la Iglesia que viven en circunstancias muy pobres. Les pregunté a los de la congregación: “¿Cuáles son sus desafíos?”

No hubo respuestas. Volví a preguntar. Otra vez, no hubo respuesta. Pregunté por tercera vez. Finalmente, un anciano se levantó lentamente y me preguntó con toda sinceridad: “Elder Renlund, ¿cómo podemos tener desafíos? Tenemos el evangelio de Jesucristo.”

Al principio quise sujetarlo y decirle que viera a su derredor. No tenían nada—no luz eléctrica ni agua corriente—pero entonces comprendí. No son sus posesiones lo que les da fuerza; es lo que ellos saben. Su compromiso hacia lo que saben les da una estabilidad espiritual extraordinaria. Guardan los mandamientos. Están decididos a aprender durante toda la vida las cosas espirituales. Se ayudan mutuamente y tienen a Cristo como su fundamento.

Mis queridos hermanos y hermanas, les testifico que nuestro Redentor vive. Yo se que Jesucristo se levantó de la tumba. Yo se que el Señor resucitado, junto con Dios nuestro Padre Celestial, se le aparecieron al Profeta José aquel día en 1820, tal como lo dijo José. Yo se que somos guiados por Presidente Thomas S. Monson, el profeta de Dios en la tierra hoy. Pero es Jesucristo quien dirige esta obra por medio de Su profeta y los demás a quienes sostenemos como profetas, videntes y reveladores. Yo se que esto es verdadero. Pido que las mas ricas bendiciones estén con ustedes durante su viaje mortal y al navegar por esta vida desafiante y maravillosa. En el nombre de Jesucristo, amén.

© 2014 por Intellectual Reserve, Inc. Reservados todos los derechos.

Notas

[1]- Carta del Concejo del Reino Sueco dirigida al Rey Gustavo Adolfo II; la traducción se citó en “The Vasa Capsizes” de Richard O. Mason, virtualschool.edu/mon/CaseStudies/Vasa/vasa.html. Existen muchos relatos del Vasa; por ejemplo, ver: vasamuseet.se/en para conocer la historia y otros eslabones.

[2]- Frederic W. Farrar, The Life of Christ (Londres: Cassell y Compañía: 1874; re-impreso en Salt Lake City: Bookcraft, 1994), página 416; véase también Juan 8:31-32).

[3]- Ver de Robert J. Eaton y Henry J. Eyring. I Will Lead You Along: The Life of Henry B. Eyring (Salt Lake City: Deseret Book, 2013(, páginas 405-406.

[4]- Eaton y Eyring, I Will Lead You Along, página 409.

[5]- Marion G. Romney, “The Celestial Nature of Self-Reliance,” Ensign, noviembre de 1982, página 93.

[6]- Johan Ludvig Runeberg, “Högt Bland Saarijärvis Moar” [En lo Alto del Moro Saarijärvi,” también conocido como “El Granjero Paavo” o “El Campesino Paavo], en Eemil Nestor Satälä, Viljo Tarkiainen, y Vihtori Laurila editores, Suomen Kansalliskirjallisuus [Literatura Nacional Finlandesa]: Valikoima Suomen Ikirjallisuuden Huomattavimpia Tuotteita, vol. 9, Juhana Ludvig Runeberja Sakari Topelius (Helsinki: Kustannusosakeyhtiö Otava, 1941), páginas 50-52; ver: sv.wikisource.org/wikiförfattare:Johan_Ludvig_Runeberg. La traducción del sueco original de Runeberg (al inglés) es mía.