¿Cuál es el Propósito del Sufrimiento?

Tad R. Callister

TAD R. CALLISTER fue relevado recientemente como el Presidente General de la Escuela Dominical de la Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días.

Alma hijo, no fue ajeno a la aflicción y al sufrimiento. Parecía que eran su compañeros constantes. Luchó en combate cuerpo a cuerpo defendiendo a su pueblo (ver Alma 2:29). Fue rechazado, ultrajado, escupido y echado fuera de Ammoníah, sufrió “agobiado por la aflicción, pasando por mucha tribulación y angustia en el alma” por los pecados de su pueblo (ver Alma 8:13-14). Se “condolió” al ver que hombres, mujeres y niños justos eran arrojados a la hoguera por los inicuos (ver Alma 14:10). Fue atado, encarcelado y abusado físicamente (ver Alma 14:14-15); los inicuos le crujieron los dientes, le escupieron, lo privaron de alimento y de agua para que “padeciera hambre” y “tuviera sed” y “padeció por muchos días” (ver Alma 14:21-23). Estuvo “afligido” por la iniquidad de su pueblo (Alma 35:15), y lo “martirizaba un tormento eterno” por su propio pasado pecaminoso (Alma 36:12). Baste decir, que Alma conocía el dolor.

Alma sabía que Helamán, su hijo justo, también padecería la adversidad. Por lo tanto, Alma comenzó sus consejos para Helamán, tal como se hallan en Alma 36, tratando el tema de la aflicción. Lo exhortó a que recordara “el cautiverio de nuestros padres; porque estaban en el cautiverio, y nadie podía rescatarlos salvo el Dios de Abraham, . . .y él de cierto, los libró de sus aflicciones”. Alma continuó: “Y ahora bien, ¡oh mi hijo Helamán!, he aquí, estás en tu juventud, y te suplico, por tanto, que escuches mis palabras y aprendas de mí; porque sé que quienes pongan su confianza en Dios serán sostenidos en sus tribulaciones, y sus dificultades y aflicciones, y serán enaltecidos en el postrer día” (Alma 36:2-3; en todo el artículo, el énfasis ha sido agregado). Lo esencial de su consejo fue que aunque Helamán era justo, tendría que enfrentar aflicciones, pero que si ponía su confianza en Dios, llegaría el día de su liberación y sería enaltecido, o sea, exaltado. No hay duda de que este consejo se incluyó en el Libro de Mormón porque es aplicable para todos nosotros al enfrentarnos a las ineludibles aflicciones de la vida. De hecho, una razón clave del evangelio es el de dar propósito al sufrimiento, ayudar a que tenga sentido, para que podamos aguantar y tener esperanza incluso en los momentos de dolor y desesperación insoportables.

Preguntas acerca de la Aflicción y el Sufrimiento

El tema de la aflicción junto con su compañero, el sufrimiento, plantea algunas preguntas que invitan a la reflexión:

  • ¿Qué, o quien causa la aflicción y el sufrimiento?
  • ¿Por qué Dios interviene y alivia el sufrimiento para algunos pero no para otros?
  • ¿Cualquier Tipo de Sufrimiento Conduce a un Crecimiento Positivo?
  • ¿En que forma nos ayuda Dios a enfrentar nuestras aflicciones?
  • ¿Cómo debemos reaccionar a la aflicción y al sufrimiento?
  • En el plan de Dios ¿Cuál es el objetivo final del sufrimiento?

Inspirado, en parte, por los consejos de Alma a su hijo Helamán, lo que sigue es un intento por contestar esas preguntas.

¿Qué o Quién Causa la Aflicción y el Sufrimiento?

¿Es la respuesta: Satanás, los demás, nosotros mismos, nuestra condición mortal, las causas naturales, Dios, todas estas, o solo algunas de ellas?

Ciertamente, Satanás es el causante de algunas aflicciones, si usamos como evidencia la experiencia de Job: “[Satanás]. . . hirió a Job con una sarna maligna desde la planta de su pie hasta la coronilla de su cabeza” (Job 2:7). Además, las escrituras nos dicen que: “porque [Satanás] había caído del cielo, y llegado a ser miserable para siempre, procuró igualmente la miseria de todo el género humano” (2 Nefi 2:18). Basta decir que Satanás es el principal autor de la miseria y la aflicción.

Los seres mortales también causan la aflicción y el sufrimiento—a sí mismos y a los demás—y esto se evidencia ampliamente con: el abuso intra-familiar, el abuso sexual, la deshonestidad, los homicidios, los fraudes, el conducir imprudentemente y tantos otros casos de negligencia y conducta pecaminosa.

Existen otras aflicciones por las cuales, tal parece que, no se puede culpar a nadie. Nuestra condición mortal nos sujeta a los desastres naturales tales como terremotos, hambrunas, huracanes y otras cosas semejantes ya que el Señor ha dicho:” vuestro Padre que está en los cielos, que hace salir su sol sobre malos y buenos, y hace llover sobre los justos e injustos” (Mateo 5:45). Enoc dijo: “Por motivo de que Adán cayó, nosotros existimos; y por su caída vino la muerte; y somos hechos partícipes de miseria y angustia” (Moisés 6:48). La muerte, las enfermedades y los accidentes son la consecuencia natural de nuestra condición caída. En otras palabras, Dios permite que las leyes naturales sigan su curso normal tanto contra los justos como contra los injustos.

¿Pero qué hay de Dios? ¿Causa Él la aflicción? El Señor ha causado que las aflicciones vengan sobre los impíos, como lo demuestran sus muchas advertencias a los los inicuos, a las que les siguieron: guerras, incendios, terremotos, huracanes, hambrunas y otras devastaciones.

Incluso, parece que Él causa aflicción entre Su pueblo escogido cuando necesitan arrepentirse. Al referirse a los Santos que fueron expulsados de Missouri, Dios dijo: “Yo, el Señor, he permitido que les sobrevenga la tribulación con que han sido afligidos, por motivo de sus transgresiones” (Doctrina y Convenios 101:2; [en adelante se usará D y C] ver también Helamán 12:3).

Luego surge la siguiente pregunta: ¿permite Dios que los justos sufran? Alma escribió: “porque el Señor permite que los justos sean muertos para que su justicia y juicios sobrevengan a los malos” (Alma 60:13). Alma y Amulek pasaron por eso cuando vieron que los santos justos, incluyendo mujeres y niños, eran consumidos por el fuego debido a que no negaron su testimonio. La escena fue tan terrible y espantosa que Amulek le pidió a Alma que usaran el poder de Dios “y salvémoslos de las llamas” Pero Alma respondió: “El Espíritu me [lo] impide” (Alma 14:10-11).

Pero lo más importante de todo, Dios permitió que Jesucristo, el más justo de todos los seres, sufriera. No hay quién pueda olvidar la súplica del Salvador al inicio de Su sacrificio expiatorio: “Padre, si quieres, pasa de mí esta copa; pero no se haga mi voluntad, sino la tuya” (Lucas 22:42) o las palabras de Cristo desde la cruz: “¡Dios mío, Dios mío!, ¿porqué me has desamparado?” (Mateo 27:46). A pesar de Sus súplicas sinceras, no habría alivio, Dios, al no intervenir, permitiría que este sacrificio infinito continuara junto con toda la angustia y el dolor relacionados.

Pero quizás la pregunta más difícil de hacer sea: ¿Dios no solo permite el sufrimiento de los justos sino que también lo causa? Otra forma de hacer la pregunta es: ¿Dios prueba incluso a los justos, no causando directamente el sufrimiento relacionado, sino sabiendo que la consecuencia de tal prueba será el sufrimiento?

Las escrituras declaran: “Muchas son las aflicciones del justo” (Salmos 34:19). Y Pablo añadió: “Y también todos los que quieren vivir piadosamente en Cristo Jesús, padecerán persecución” (2 Timoteo 3:12). Al principio, esto puede ser un pensamiento preocupante y parecer demasiado injusto. En algunas ocasiones nos podríamos sentir como Tevye, en El Violinista en el Tejado, quien en cierto momento estaba reflexionando en las aflicciones de su familia y de su pueblo. Entonces dijo, como si estuviera hablándole a Dios: “Ya sé, ya sé que somos tu pueblo escogido. Pero de vez en cuando, ¿no puedes escoger a alguien más? [1]

Al hablar de los primeros Santos expulsados de Missouri, el señor dijo: “y me es menester traerlos hasta este punto para poner a prueba su fe” (D y C 105:19; ver también Mosíah 23:21). Leemos en Génesis: “Dios puso a prueba a Abraham y le dijo. . . . Toma ahora a tu hijo, tu único, Isaac, a quien amas . . . . y ofrécelo allí en holocausto sobre uno de los montes que yo te diré” (Génesis 22:1-2). Esta fue una prueba para la obediencia exacta de Abraham—de su sumisión a la voluntad de Dios—bajo las circunstancias más difíciles. De seguro esa fue una experiencia desgarradora y agonizante para Abraham. Algunas personas dicen que Abraham pudo haber dicho que no, pero eso hubiera causado, como consecuencia, una conciencia culpable y sufrimiento. En esencia, cualquiera de las opciones traería alguna forma de ansiedad, angustia y sufrimiento. Sin embargo, tal parece que no es un caso aislado, ya que el Señor dijo de los primeros Santos de esta dispensación: “Por tanto, es preciso que sean disciplinados y probados, así como Abraham, a quien se le mandó ofrecer a su único hijo” (D y C 101:4).

Bástenos decir que Dios probará a todos—aún a los justos—hasta sus límites. Él verá si hay un punto en el cual nos daremos por vencidos, tiraremos la toalla, y perderemos nuestra confianza en Dios. El punto importante no es la fuente de nuestras aflicciones, sino la forma en que reaccionemos a ellas.

¿Porqué Dios Interviene y Alivia el Sufrimiento para Algunos pero No para Otros?

Si Dios es justo (y ciertamente lo es), algunos podrían preguntar ¿porqué Dios les da alivio a uno pero no a otro que es igualmente justo? ¿Porqué sana a un niño inocente pero no a otro? ¿Porqué evita la muerte de alguien en un accidente de automóvil pero no salva a la persona sentada junto ella? La contestación honesta es que no conocemos las respuestas a esas preguntas.[2] Lo que sí conocemos es que debido a que Dios nos ama perfectamente, Él siempre hará lo que facilite nuestro progreso espiritual.

John Greenleaf Whittier escribió sobre esos tiempos difíciles en los que es muy duro entender nuestro sufrimiento:

En el enloquecedor laberinto de las cosas,

Y rodeado por tormentas e inundaciones,

A una confianza fija, mi espíritu se aferra,

Sé que Dios es bueno.[3]

Podemos obtener consuelo en el conocimiento de que debido a la bondad de Dios, Él no permitirá que suframos mayor aflicción que la necesaria para perfeccionarnos. Fue el élder Richard G. Scott el que enseñó: “Tu Padre Celestial y Su Amado Hijo te aman perfectamente. No requerirán que experimentes un momento más de dificultad de lo que sea absolutamente necesario para tu beneficio personal o el de aquellos que amas”.[4]

¿Cualquier Tipo de Sufrimiento Conduce a un Crecimiento Positivo?

No todas las formas de sufrimiento son constructivas. Anne Morrow Lindbergh hizo este comentario sincero: “No creo que el puro sufrimiento enseñe. Si el sufrimiento enseñara, todo el mundo sería sabio, ya que todos sufren. Al sufrimiento hay que añadirle el remordimiento, la comprensión, la paciencia, el amor, la apertura y la voluntad de ser vulnerable. Estos y otros factores combinados, si las circunstancias son correctas, pueden enseñar y pueden conducir al renacimiento”.[5]

Mormón dio un ejemplo específico del sufrimiento destructivo. Habló de su pueblo derrotado en la batalla: “su aflicción no era para arrepentimiento, por motivo de la bondad de Dios, sino que era más bien el pesar de los condenados, porque el Señor no siempre iba a permitirles que hallasen felicidad en el pecado” (Mormón 2:13).

Es interesante tomar nota de que dos personas pueden tener la misma experiencia; para una es una experiencia negativa, pero para la otra es positiva. Por ejemplo, el Libro de Mormón registra que al fin de muchos años de guerra, “muchos se habían vuelto insensibles por motivo de la extremadamente larga duración de la guerra; y muchos se ablandaron a causa de sus aflicciones, al grado de que se humillaron delante de Dios con la más profunda humildad” (Alma 62:41). Obviamente, el sufrimiento no fue la causa de una experiencia negativa o positiva, sino que la reacción al sufrimiento de algunos determinó la naturaleza de su experiencia. En cierto sentido, la aflicción es el gran divisor; nos distanciará de Dios o nos acercará a Él. No se presta para ser neutral.

¿En que Forma nos Ayuda Dios a Enfrentar Nuestras Aflicciones?

Por virtud de Su Expiación, el Salvador adquirió el conocimiento y los poderes para fortalecernos, apoyarnos y consolarnos cuando sufrimos las aflicciones y las enfermedades de la vida. Quizás no haya versículos más instructivos en todas las escrituras que los que hallamos en el libro de Alma que expliquen el cómo y el porqué el Salvador sufrió por nosotros y la forma en que ese sufrimiento lo preparó para ser el Consolador: “Y él saldrá, sufriendo dolores, aflicciones y tentaciones de todas clases; y esto para que se cumpla la palabra que dice: Tomará sobre sí los dolores y las enfermedades de su pueblo. Y tomará sobre sí la muerte, para soltar las ligaduras de la muerte que sujetan a su pueblo; y sus enfermedades tomará él sobre sí, para que sus entrañas sean llenas de misericordia, según la carne, a fin de que según la carne sepa cómo socorrer a los de su pueblo, de acuerdo con las enfermedades de ellos” (Alma 7:11-12; ver también Mosíah 3:7).

Isaías dio ideas adicionales acerca de los poderes de consuelo y sanación del Salvador. En lo que parece ser un lenguaje angelical, explicó que debido a que el Salvador sufrió nuestras aflicciones, Él puede “vendar a los quebrantados de corazón. . . . consolar a todos los que lloran. . . . .[dar] gloria en lugar de ceniza, aceite de gozo en lugar de luto, manto de alegría en lugar de espíritu apesadumbrado” (Isaías 61:1-3). Qué gran consuelo es saber que, en sentido figurado, aunque nuestra vida esté en cenizas, el Salvador puede hacerla hermosa.

Una cosa es entender que el Salvador tiene poderes universales de consuelo y curación; y otra muy distinta es saber cómo se pueden aplicar estos poderes en nuestra vida personal, aún en las épocas de nuestra desesperación mayor y profunda. Las escrituras muestran múltiples maneras en las que esto se puede lograr. Escuchar o leer la palabra de Dios puede traer esperanza y paz a nuestra alma. Jacob invitó a su pueblo a: “oír la agradable palabra de Dios; sí, la palabra que sana el alma herida” (Jacob 2:8).

Personalmente, yo descubrí que esto es verdad. Tenía catorce años de edad cuando Paula, mi hermana mayor, murió repentinamente por una enfermedad renal a la edad de 15 años. Ese día yo estaba en viaje con los Scouts en una base naval en San Diego. Cuando regresé a casa, mi hermano Dick se me acercó en la puerta de entrada y me dijo que Paula había muerto. Me acuerdo que lloré mucho. Subí a la planta alta a ver a mi padre y encontré que estaba tendido en el suelo llorando también. Recuerdo que decía: “Sin ella, las cosas nunca serán iguales.” Creó que oré con tanta fe como la puede tener un muchacho de 14 años pidiendo que Paula volviera a la vida, pero no iba a ser así. Fue la primera vez que las consecuencias de la muerte habían sido tan personales y tan preocupantes para mí.

Con el tiempo, dos cosas me trajeron el consuelo. Una fue el leer su bendición patriarcal que no le prometía salud y fuerza como a mí me lo había prometido el mismo patriarca. La segunda ocurrió mientras leía la Doctrina y Convenios ya que recibí el consuelo que necesitaba tan desesperadamente: “Y acontecerá que los que mueran en mí no gustarán la muerte, porque les será dulce. . . .Y además, sucederá que el que tuviere fe en mí, para ser sanado, y no estuviere señalado para morir, sanará” (D y C 42:46,48). La verdad y la esperanza que encontré en las escrituras fueron un bálsamo sanador para mí.

Algunas veces las sencillas palabras del Señor “sed consolados” son suficientes para que ocurra la sanación. Cuando los hijos de Mosíah necesitaron consuelo al empezar su misión entre los lamanitas, “el Señor los visitó con su Espíritu, y les dijo: Sed consolados; y fueron consolados” (Alma 17:10; ver también Jacob 2:8).

En otros casos, el Señor interviene a nuestro favor y suaviza el corazón de quienes causan nuestras aflicciones. Cuando Limhi y su pueblo eran cautivos de los lamanitas, sufrieron tantas aflicciones, “que no había manera de que se libraran de las manos de los lamanitas” (Mosíah 21:5). Entonces el Señor entró con Sus poderes de sanación “y empezó a ablandar el corazón de los lamanitas, de modo que empezaron a aligerar sus cargas” (Mosíah 21:15). Vemos en operación semejantes poderes de consuelo cuando el Señor suaviza el corazón de un esposo renuente y ahora permite que su esposa sea bautizada, o cuando Él suaviza el corazón de los gobernantes de los países para que permitan la obra misional dentro de sus fronteras, a menudo entre pueblos oprimidos.

Cuando Alma padre y su pueblo estaban en cautiverio, el Señor escogió una manera distinta de consolar a Su pueblo de las aflicciones. Les dijo: “Y también aliviaré las cargas que pongan sobre vuestros hombros, de manera que no podréis sentirlas sobre vuestras espaldas, mientras estéis en servidumbre; y esto haré yo para que me seáis testigos en lo futuro, y para que sepáis de seguro que yo, el Señor Dios, visito a mi pueblo en sus aflicciones. Y. . . .el Señor los fortaleció de modo que pudieron soportar sus cargas con facilidad” (Mosíah 24:14-15).

El Señor también puede consolarnos de otras maneras. Tomemos el ejemplo de José Smith; él y sus compañeros habían languidecido apiñados en el calabozo de la Cárcel de Liberty durante dos meses en lo mós crudo del invierno. Tenían mucho frío, hambre, y estaban enfermos y maltratados. Mientras tanto, los Santos fueron perseguidos y expulsados de sus hogares. Necesitaban el consejo de José Smith, su ánimo, su visión profética y su presencia, pero parecía que no se veía que habría libertad para José. Finalmente, José clamó con desesperación: “Oh Dios, ¿en donde estás?. . . . ¿Hasta cuando se detendrá tu mano?” (D y C 121:1-2).

Entonces el Señor le dio a José lo que yo considero que es el gran remedio reconfortante —la cura para cualquier aflicción—sin importar que tan larga o dolorosa pueda ser. El Señor le dio a José la perspectiva eterna. Le ayudó a ver las pruebas del momento en comparación con las recompensas eternas del futuro. El Señor la presentó en estas íntimas y consoladoras palabras: “Hijo mío, paz a tu alma; tu adversidad y tus aflicciones no serán más que por un breve momento; y entonces, si lo sobrellevas bien, Dios te exaltará; triunfarás sobre todos tus enemigos” (D y C 121:7-8).

El Señor entonces le presentó una imagen de la vida mortal de José, y no era muy bonita. Le mencionó muchas de las cosas trágicas y desgarradoras que José había sufrido o que todavía tendría que soportar—la separación forzada a punta de la espada de su esposa y su hijo de 6 años, ser “echado. . . . en manos de homicidas” que las puertas del infierno “se abren de par en par para tragarte—.” Y luego, de manera extraordinaria el Señor le dijo: “entiende, hijo mío, que todas estas cosas te servirán de experiencia, y serán para tu bien”. El Señor continuó con esta promesa de valor incalculable: “no temas, pues, lo que pueda hacer el hombre, porque Dios estará contigo para siempre jamás” (D y C 122:6-9). En otras palabras, no hay nada que el hombre pueda hacer, no hay nada que los elementos puedan hacer, no hay nada ni nadie “si lo sobrellevas bien” que pueda robar tu exaltación. Tú, José, tienes el control exclusivo y absoluto de tu destino si decides crecer en vez de desesperar en tus aflicciones. Entonces, estas aflicciones serán para tu bien, y tu recompensa será la exaltación.

Después de esta promesa y consuelo divinos, no hubo alivio inmediato para José. Todavía estuvo confinado en la Cárcel de Liberty durante más de un mes, pero se abrieron sus ojos espirituales. Ahora veía con ojos más agudos la brevedad de esta mota de aflicción mortal al compararla con la recompensa celestial de duración eterna. Ya tenía una perspectiva eterna, lo que le permitió escribirle a los Santos desde esa prisión infernal: “muy queridos hermanos, hagamos con buen ánimo cuanta cosa esté a nuestro alcance; y entonces podremos permanecer tranquilos, con la más completa seguridad, para ver la salvación de Dios y que se revele su brazo” (D y C 123:17).

En otra ocasión, el Señor le enseñó a José esa misma lección: “el que es fiel en la tribulación tendrá mayor galardón en el reino de los cielos. Por lo pronto no podéis ver con vuestros ojos naturales el designio de vuestro Dios concerniente a las cosas que vendrán más adelante, ni la gloria que seguirá después de mucha tribulación. Porque tras mucha tribulación vienen las bendiciones. Por tanto, viene el día en que seréis coronados con mucha gloria; la hora no es aún, más está cerca” (D y C 58:2-4).

Esta es la misma perspectiva que disfrutó Job que a pesar de la pérdida de su familia, sus riquezas y sus amigos declaró: “Aunque él [Dios] me matare, en el confiaré” (Job 13:15).

La Expiación de Jesucristo brinda la perspectiva eterna, la perspectiva eterna produce la esperanza, y la esperanza trae el consuelo y la paz.

Algunas veces las escrituras mencionan cosas aparentemente contradictorias acerca del sufrimiento. Por ejemplo, Moisés enseñó: “Cuando estés en angustia. . . . si. . . . te vuelves a Jehová tu Dios y escuchas su voz. . . . No te dejará” (Deuteronomio 4:30-31). Por otra parte, Cristo clamó desde la cruz: “¡Dios mío, Dios mío!, ¿porqué me has desamparado?” (Mateo 27:46). Esto pudiera ser una contradicción al verlo mediante los lentes de la mortalidad, pero no existe contradicción cuando se mira mediante los lentes de la eternidad. Es cierto que algunas veces nuestros lentes son nebulosos, por lo que debemos andar “por fe, no por vista” (ver 2 Corintios 5:7), pero al final en retrospectiva, no habrá contradicciones ni cabos sueltos.

El élder Melvin J. Ballard habló de que fue “a una fábrica de alfombras en la que estaban haciendo unos tapetes hermosos. Las lanzaderas iban y venían. . . . pero no aparecía ningún diseño. Todo parecía desmoronarse y terminar. Se parecía a la vida. Pero cuando me paré del otro lado, esa era otra cosa. Era la misma operación—exactamente la misma—pero esta vez en el lado del dibujo. El color se estaba mezclando y las figuras apareciendo. No había ninguna falla. Vemos los dolores como la muerte y pensamos que son tragedias, pero solo estamos mirando las cosas desde el lado de la costura [nuestra perspectiva mortal]. La imagen tiene otro lado, el lado del diseñador—el lado de Dios—[la perspectiva eterna] y no hay errores allí. Algún día la veremos”.[6]

Las escrituras nos ayudan a entender que Dios nos puede consolar de muchas maneras; por el poder de su palabra, al suavizar los corazones, al fortalecernos para que podamos llevar nuestras cargas más fácilmente y quizás lo más importante, al concedernos la perspectiva eterna. No hay duda de que el Señor puede consolarnos de otras maneras tales como quitar por completo la aflicción, si así lo desea. Al reconocer todo esto, no es de sorprender que Alma le haya dicho a Helamán: “he sido sostenido en tribulaciones y dificultades de todas clases, sí, y en todo género de aflicciones; sí, Dios me ha librado de la cárcel, y de ligaduras, y de la muerte; sí, y pongo mi confianza en él, y todavía me librará” (Alma 36:27).

Estos ejemplos de las escrituras pueden fortalecer nuestra fe en los poderes curativos del Salvador para nuestras necesidades específicas.

¿Cómo Deberíamos Reaccionar a la Aflicción y al Sufrimiento?

Si se reacciona adecuadamente al sufrimiento, puede ser una fuente suprema para el crecimiento espiritual. Pero alguien preguntaría: ¿podemos crecer sin sufrir? Sí, pero el sufrimiento puede acelerar y profundizar el proceso refinador—facilitar que adquiramos los atributos divinos—si reaccionamos a él de manera santa.

Debido al dominante respeto de Dios para el albedrío, Él permite que los inicuos hagan cosas malas, aún a las buenas personas. La decisión de hacer lo malo, puede poner en riesgo la exaltación del perpetrador, pero en y por sí misma no puede poner en peligro la exaltación de la víctima. En otras palabras, el albedrío de alguien no puede afectar negativamente nuestra propia exaltación. ¿Porque? Porque nuestra exaltación no se determina por las decisiones de los demás, sino por nuestras decisiones. Entonces, ¿cómo deberíamos reaccionar a la aflicción para maximizar nuestro crecimiento espiritual?

Las escrituras nos dan ejemplos y nos aconsejan al respecto. La paciencia parece ser un tema recurrente. En una época de grandes dificultades para la iglesia, Alma habló de los fieles que “sobrellevaron pacientemente la persecución que se les imponía” (Alma 1:25; ver también Romanos 12:12). En otra ocasión el Señor les mandó a los hijos de Mosíah cuando estaban por salir para ir entre los lamanitas: “seréis pacientes en las congojas y aflicciones, para que les déis buenos ejemplos en mí” Alma 17:11). A José Smith y otros de los primeros líderes se les dio el consejo celestial: “continuad con paciencia hasta perfeccionaros” (D y C 67:13). Para quienes son pacientes, el Señor prometió: “porque los que me esperan no serán avergonzados” (1 Nefi 21:23).

La paciencia, tal como se usa en las escrituras, se refiere a conservar la fe en Dios sin murmurar, sin quejarse, y confiando implícitamente en Dios. Nefi, Job, Abraham y el mayor ejemplo de todos—Jesucristo—son poderosos recordatorios de esto.

El sufrimiento puede hacer que nos arrodillemos en humildad. Tal respuesta nos prepara para ser receptivos a la tutoría del Señor. Algunas de las mayores lecciones de la vida se aprenden en tales momentos. El élder Lance B. Wickman compartió una lección al respecto cuando él y su esposa, Pat, perdieron a Adán, su hijo de cinco años, debido a una enfermedad inesperada. Comentó acerca de la lección que aprendieron diciendo: “En esencia, la humildad y la sumisión son una expresión de total disposición a dejar que las preguntas que principian con “por qué” queden por ahora sin respuesta. . . . Pienso que la prueba suprema de la mortalidad es afrontar el “por qué” y después olvidarse de él, confiando humildemente en la promesa del Señor de que “todas las cosas tienen que acontecer en su hora” (D. y C. 64:32)”.[7]

Si estamos dispuestos a ser arcilla húmeda en las manos del Alfarero—y preguntar: ¿Qué puedo aprender de esto?— entonces el sufrimiento tiene el poder de llevarnos a nuevas alturas, inclusive más allá de lo que creíamos posible. El presidente Dallin H. Oaks habló acerca esto refiriéndose a su propia madre viuda: “A menudo escuché a mi madre decir que el Señor consagró sus aflicciones para su bien porque la muerte de su esposo la obligó a desarrollar sus talentos y servir y convertirse en algo en lo que nunca se habría convertido sin esa aparente tragedia”.[8]

Cristo nos enseñó la función de la obediencia en el sufrimiento: “Y aunque era Hijo, por lo que padeció aprendió la obediencia” (Hebreos 5:8). Si nosotros, al igual que Nefi, podemos ser obedientes en las pruebas que enfrentemos sin murmurar o quejarnos, entonces podemos ser “guiado[s] por el Espíritu, sin saber de antemano lo que tendría[mos] que hacer” (1 Nefi 4:6).

El sufrimiento puede destruir o fortalecer nuestra fe, dependiendo de la manera en que reaccionemos a el. Es posible que ustedes recuerden los sufrimientos increíbles por los que pasaron los integrantes de las caravanas Willie y Martin. El Presidente David O. Mckay habló acerca de una clase de la Escuela Dominical, años después de que los Santos se habían establecido en el Valle de Salt Lake, en la cual se estaba criticando a los líderes de la Iglesia por haber enviado a los pioneros de los carros de mano casi al final de la temporada para hacerlo; “Un anciano en un rincón permaneció en silencio todo el tiempo que pudo aguantarse, luego se levantó y dijo cosas que ninguna persona que las oyó las olvidará. Su rostro estaba pálido por la emoción, pero habló con calma, deliberadamente, pero con gran seriedad y sinceridad: ‘Les pido que dejen de criticar . . Están discutiendo un asunto del que no saben nada. Yo estuve en esa compañía y mi esposa también. . . sufrimos más allá de lo que se puedan imaginar, y muchos murieron de exposición al frío y de hambre, pero ¿alguna vez escucharon a un sobreviviente de esa compañía pronunciar una palabra de crítica? Ninguno de esa compañía renegó ni apostató de la Iglesia, porque cada uno de nosotros obtuvo el conocimiento absoluto de que Dios vive, porque nos familiarizamos con él en nuestras condiciones extremas”.[9]

¡Que pensamiento tan poderoso! En el momento de su sufrimiento extremo, esos pioneros no tuvieron pensamientos tales como: “¿porqué a mí o a mi pequeño hijo indefenso? ¿En donde está Dios en mi hora de necesidad? ¿En verdad me ama Dios? ¿Es necesario este sufrimiento para mi exaltación? Pero ya en retrospectiva, no parece que haya habido quejas, no maldijeron a Dios, no dudaron de Su amor o Sus motivos, sino que más bien se profundizó su fe en un Amoroso Padre Celestial. En su prueba, semejante a la de Abraham, esos pioneros siguieron fieles hasta el fin—y en ese proceso—se convirtieron en oro puro.

John Roberts, presidente de la Suprema Corte de Justicia de los Estados Unidos, al hablar en la graduación de secundaria de su hijo, abordó la ineludible naturaleza de la aflicción, de la necesidad de tenerla en nuestra vida, y como deberíamos reaccionar:

Por lo general, los oradores en las graduaciones también les desearán buena suerte y les extenderán buenos deseos. Yo no lo haré y les digo el porqué. Espero que en los años venideros, de vez en cuando sean tratados injustamente, para que conozcan el valor de la justicia. Espero que sufran traición, porque eso les enseñará la importancia de la lealtad. Lamento decirlo, pero espero que se sientan solos de vez en cuando para no dar por sentado a los amigos. . . .

Y cuando pierdan, como lo harán de vez en cuando, espero que alguna vez su oponente se burle de su fracaso. Es una forma de comprender la importancia del espíritu deportivo. Espero que los ignoren para que sepan la importancia de escuchar a los demás, y espero que tengan suficiente dolor para aprender la compasión. Ya sea yo que les desee o no estas cosas, les van a suceder. Y si se benefician o no de ellas dependerá de su capacidad para ver el mensaje en sus desgracias.[10]

El sufrimiento puede ser uno de nuestros mayores maestros—un catalizador—para nuestro mayor crecimiento o para nuestro mayor retroceso. Las consecuencias están bajo nuestro control ya que se determinan por nuestra reacción.

¿Cuál es el Objetivo Final del Sufrimiento en el Plan de Dios?

El Señor permite y algunas veces hasta causa la aflicción y el sufrimiento porque: (1) conserva el albedrío del género humano, (2) tiene una influencia refinadora que facilita la perfección y la gloria del afectado, y (3) sirve como el medio de condenar al inicuo (ver Alma 14:10-11).

Las escrituras revelan que uno de los propósitos principales de la mortalidad es el ver “si har[emos] todas las cosas que el Señor. . . . [nos] mandare” (ver Abraham 3:25). Encontramos un dramático ejemplo de este tipo de prueba en el Libro de Mormón. A los creyentes en la época de Samuel el Lamanita se les requirió que arriesgaran sus vidas para determinar si habría un punto en el que se rendirían o confiarían en Dios hasta el amargo final.

El profeta Samuel había profetizado que en cinco años el Salvador nacería en Jerusalén y que Su nacimiento se anunciaría por una noche sin obscuridad. Pasó el tiempo y la señal no había acontecido. Los incrédulos se volvieron más vociferantes y poderosos, finalmente declararon que si la profecía no se cumplía para una fecha determinada, todos los creyentes serían ejecutados. Esa fue una prueba suprema de fe y resistencia para los Santos. Uno se preguntaría si algunos de los “creyentes” cayeron un mes, una semana, o aun poco antes de la la hora señalada. Pero sabemos que Nefi y los demás Santos fieles no podrían ser eliminados bajo ninguna circunstancia. Estuvieron allí hasta el final sin importar el costo. Dios había llevado a este grupo hasta la orilla del acantilado, hasta el borde de la muerte, pero no cederían. Entonces Nefi oró poderosamente a Dios, y en respuesta llegaron estas palabras del cielo: “Alza la cabeza y sé de buen ánimo, pues he aquí, ha llegado el momento; y esta noche se dará la señal, y mañana vengo al mundo” (3 Nefi 1:13). Estas almas nunca se dieron por vencidas, nunca perdieron su confianza en el Señor. Ahora podían decir lo que dijo Job: “cuando me haya probado, saldré como oro” (Job 23:10).

El Señor nos dio la razón fundamental para la aflicción: “todas las cosas con que habéis sido afligidos obrarán juntamente para vuestro bien y para la gloria de mi nombre” (D y C 98:3). O como Lehi le dijo a Jacob: “Dios. . . . consagrará tus aflicciones para tu provecho” (2 Nefi 2:2). Pero, ¿cómo es que estas aflicciones son para nuestro bien? El Señor dio esta reflexión: “Es preciso que los de mi pueblo sean probados en todas las cosas, a fin de que estén preparados para recibir la gloria que tengo para ellos, sí, la gloria de Sión” (D y C 136:31).

Los resultados finales del sufrimiento constructivo son: mayor compasión para nuestros semejantes, la capacidad aumentada para consolar a los demás, más humildad divina, mayor paciencia, apreciar mejor nuestras bendiciones, y el aumento de la fe y la confianza en Dios. En esencia, salimos del crisol de la aflicción como hombres o mujeres más refinados y santos dignos de la gloria de Sión.

Truman Madsen nos dio otra razón del porque es necesario sufrir. Cuando le preguntó al Presidente Hugh B. Brown el porqué a Abraham se le mandó que sacrificara a su hijo Isaac, el Presidente Brown contestó: “Abraham necesitaba aprender algo sobre Abraham.”[11] Quizás todos nosotros, mediante el sufrimiento, aprendamos acerca de nuestra verdadera naturaleza—saber si estamos dispuestos a confiar en Dios—cuando “todos los elementos se combinan para obstruir la vía” (D y C 122:7) y Satanás desata toda su furia contra nosotros. Entonces sabremos quienes somos y lo que merecemos en el reino celestial. No hay duda de que el día del juicio solamente será la confirmación de lo que ya hemos aprendido acerca de nosotros mismos.

Quizás un principio doctrinal acerca de la aflicción y el sufrimiento se pueda declarar como sigue: Dios permitirá y hasta algunas veces causará que suframos las aflicciones que sean necesarias para refinarnos y exaltarnos, pero en ese proceso Él no permitirá ni causará que suframos innecesariamente. El élder Neal A. Maxwell dijo que algo de este sufrimiento no parece que sea justo: “Un buen amigo, que sabe de qué habla, ha dicho sobre las pruebas: "¡Si es justa, no es una verdadera prueba!" Es decir, sin la presencia adicional de algo inexplicable y un poco de ironía e injusticia, la experiencia no puede mejorarnos o elevarnos lo suficiente”.[12]

Pablo puso nuestro sufrimiento en la perspectiva correcta: “Porque considero que los sufrimientos de este tiempo no son dignos de ser comparados con la gloria venidera que en nosotros ha de ser manifestada” (Romanos 8:18). De igual manera, la hermana Linda S. Reeves puso en perspectiva nuestros sufrimientos mortales comparados con nuestras posibles recompensas eternas:

No sé la razón por la que tenemos las muchas pruebas que tenemos, pero yo pienso que la recompensa es tan grande, tan eterna y duradera, tan gozosa y más allá de nuestro entendimiento, que en ese día de recompensa quizás queramos decir a nuestro misericordioso y amoroso Padre: “¿Era eso todo lo que se requería?”. Creo que si a diario pudiésemos recordar y reconocer la profundidad del amor que nuestro Padre Celestial y nuestro Salvador tienen por nosotras, estaríamos dispuestas a hacer cualquier cosa para volver a Su presencia una vez más, rodeadas por Su amor eternamente. ¿Qué importará. . . . lo que suframos aquí si, al final, esas pruebas son precisamente lo que nos preparará para la vida eterna y la exaltación en el Reino de Dios con Ellos?[13]

No hay duda de que un ciego no puede apreciar por completo una gloriosa puesta del sol, o un campo de flores silvestres mecidas por el viento de la montaña, las magníficas obras maestras de Leonardo da Vinci, o de las estatuas casi vivas de Miguel Angel. De igual manera, es imposible para el sordo captar el hermoso canto del ave mañanera o la música inspiradora del “Aleluya” del Mesías de Handel. En forma similar, a nuestros sentidos mortales—nuestros ojos, oídos y corazón naturales—les falta la perspectiva, la visión y la pasión para comprender completamente el salto cuántico de la vida mortal a la vida eterna. Pablo escribió: “Cosas que ojo no vio, ni oído oyó, ni han subido al corazón del hombre, son las que Dios ha preparado para aquellos que le aman” (1 Corintios 2:9).

Puesto en los términos más simples, todos estamos pasando la misma prueba; decidir entre la recompensa instantánea si nos conformamos a los modos del mundo o la felicidad sin fin si nos sujetamos a las maneras del Señor. Estamos siendo probados para ver si podemos aguantar con fidelidad la pérdida de un cónyuge ahora a cambio de su compañía eterna en un estado glorificado para siempre jamás; sufrir de cáncer durante cinco años ahora a cambio de una eternidad de absoluta perfecta salud con un cuerpo resucitado y perfecto; sufrir el ridículo ahora por nuestras creencias religiosas a cambio de ser adorados para siempre por aquellos a quienes hemos creado; y sujetarnos a los poderes inicuos de los demás durante cierto número de años a cambio de tener poder ilimitado, cuando “todas las cosas estarán sujetas” (ver D y C 132:20) a nosotros para siempre jamás.

Todo regresa siempre a la perspectiva eterna y la fe en Dios. Eso es lo que nos da la esperanza, Eso es lo que nos da la resistencia física y espiritual para decir: “Vete de aquí Satanás, no murmuraré, no culparé ni maldeciré a Dios, no endureceré mi corazón, nunca renegaré de Dios. Más bien, haré mi mejor esfuerzo para seguir adelante con alegría, con la mejor sonrisa que pueda presentar. Como consecuencia de mi sufrimiento, estaré agradecido por las bendiciones de Dios y por sus recompensas divinas prometidas; seré más compasivo con los demás; seré más humilde; seré más fiel; haré todo cuanto pueda para usar esta aflicción y sufrimiento para refinarme y perfeccionarme, a fin de poder emerger como oro puro; más santificado.” Ese es el propósito y la meta final del sufrimiento santo.

Al acercarse los momentos más obscuros de la vida del Salvador—justo antes de que Judas lo traicionara, que Pedro negara que lo conocía, que aquellos a quienes había venido a salvar lo condenaran y que el dolor infinito del Getsemaní y de la cruz fueran arrojados sobre Él—Jesús les dijo a Sus discípulos: “Estas cosas os he hablado para que en mí tengáis paz. En el mundo tendréis aflicción. Pero confiad; yo he vencido al mundo” (Juan 16:33). Como el élder Neal A. Maxwell dijo: “participar de una copa amarga sin llegar a ser amargo es. . . parte de la emulación de Jesús”.[14]

Debido a que el Salvador efectuó Su Expiación, no existe fuerza externa, o evento o persona—ninguna aflicción, divorcio, desastre financiero, debilidad o la pérdida de un cónyuge o hijo—que nos evite la exaltación si nos arrepentimos, obedecemos los mandamientos de Dios y recibimos las ordenanzas de salvación. Con respecto a nuestro destino eterno, tenemos el control. Ninguna cantidad de aflicción mortal nos puede robar esa bendición prometida. Por el contrario, el sufrimiento puede ser nuestro mejor amigo y maestro.

Como lo dijo el élder Orson F. Whitney: “No se desperdicia ningún dolor que suframos, ninguna prueba que experimentemos. . . . Es a través del dolor y el sufrimiento, el trabajo y la tribulación, que obtenemos la educación que vinimos a adquirir aquí”.[15] Dios nos ama tanto que provee las experiencias necesarias, aún las que requieren el sufrimiento, que al final nos perfeccionarán y nos exaltarán. Ese es el propósito del sufrimiento; creo que esa es, la doctrina y la teología del Salvador sobre el sufrimiento.

Notas

[1]- Joseph Stein, Fiddler on the Roof, 1964.

[2]- Cuando Nefi ve el destino que le espera a su pueblo en su destrucción, dijo: “¡Oh, el dolor y la angustia de mi alma por la pérdida de los de mi pueblo que serán muertos! Porque yo, Nefi, lo he visto, y casi me consume ante la presencia del Señor; pero tengo que clamar a mi Dios: ¡Tus vías son justas!” (2 Nefi 26:7).

[3]- John Greenleaf Whittier, “The Eternal Goodness,” líneas 41-44.

[4]- Richard G. Scott, “Trust in the Lord,” Ensign, noviembre de 1995, página 17.

[5]- Anne Morrow Lindbergh, Hour of Gold, Hour of Lead: Diaries and Letters of Anne Morrow Lindbergh, 1929-1932 (San Diego, CA: Harcourt, 1973), página 3.

[6]- Melvin J. Ballard, Cruzades for Righteousness (Salt Lake City: Bookcraft, 1968), página 276.

[7]- Lance B. Wickman, “ Y si No,” Liahona, noviembre de 2002.

[8]- Dallin H. Oaks, Life’s Lessons Learned (Salt Lake City: Deseret Book, 2011), página 70.

[9]- David O. McKay, “Pioneer Woman,” Relief Society Magazine, enero de 1948, página 8.

[10]- John Roberts, discurso dado en la graduación de secundaria de su hijo, en julio de 2017.

[11]- Truman Madsen, /the Highest in Us (Salt Lake City: Bookcraft, 1978), página 49.

[12]- Neal A. Maxwell, All Things Shall Give Thee Experience (Salt Lake City: Deseret Book, 1979), página 31.

[13]- Linda S. Reeves, “Dignas de las Promesas Prometidas, Liahona, noviembre de 2015.

[14]- Neal A. Maxwell, “Apply the Atoning Blood of Christ,” Ensign, noviembre de 1997, página 22.

[15]- Orson F. Whitney, citado en La Fe Precede al Milagro por el Pdte. Spencer W. Kimball (Salt Lake City: Deseret Book, 1972), página 98.