El Convenio de Abraham—Tema Fundamental para el Antiguo Testamento

Michael A. Goodman

Michael Goodman es instructor de la doctrina y la historia de la Iglesia en BYU.

En el año 1993, el Presidente Boyd K. Packer nos enseñó: “si le dan a cada uno de [sus alumnos] un marco de referencia en el cual puedan organizar en un testimonio personal las verdades que descubren al azar, les habrán servido bien. . . . Es de gran valor presentar, desde el principio, un resumen breve pero muy bien organizado de todo el curso.” [1]

En mi propia enseñanza he hallado que el consejo del Presidente Packer es verdad. He disfrutado de manera especial al enseñar el Antiguo Testamento. Hay muchos relatos llenos de fe y símbolos que estimulan el alma que es un gozo compartirlos con los estudiantes. Sin embargo, con la gran longitud del libro y la diversidad de temas que contiene, podemos perdernos en los detalles y olvidar el propósito que teníamos al comenzar a enseñarlo. El convenio de Abraham proporciona un tema básico y un marco de referencia a los conceptos desde los cuales podemos entender mejor la obra de Dios en el Antiguo Testamento. Para salvar a Sus Hijos, desde los días de Adán hasta hoy, el Señor siempre ha obrado por medio de convenios. Al estudiar la forma en que Dios obró mediante los convenios con el Israel antiguo, entenderemos la importancia de los convenios en la actualidad así como las consecuencias de la obediencia o desobediencia a esos convenios.

El Evangelio y Abraham

Generalmente se conoce al evangelio como “el evangelio de Jesucristo”. No obstante, hay otros nombres tales como: “el evangelio del reino” (Mateo 4:23), “el evangelio de la gracia de Dios” (Hechos 20:24), “el evangelio de Dios” (Romanos 1:1), “el evangelio de paz” (Romanos 10:15), “el evangelio de vuestra salvación” (Efesios 1:13). Sin embargo, para nuestro propósito en el Antiguo Testamento, es de particular interés el nombre “el evangelio de Abraham” (D y C 110:12). Es el único nombre que se refiere a alguien distinto a Cristo. Los otros nombres son solamente términos descriptivos. ¿Por qué se referiría el Señor a Su propio evangelio como el evangelio de Abraham? Un ejemplo similar sería el cambio de nombre del sacerdocio mayor. Aprendemos en D y C 107:2-4 que el nombre del sacerdocio se cambió a fin de evitar la frecuente repetición del nombre del Señor y porque Melquisedec fue un gran sumo sacerdote, que sirve como símbolo de Cristo. De la misma forma, el convenio del evangelio que le fue dado a Abraham sirve como símbolo del convenio del evangelio dado a nosotros por medio de Jesucristo. Así que, entender el convenio de Abraham es entender el evangelio de Jesucristo.

Convenios y Ordenanzas

Antes de definir el convenio de Abraham y aplicarlo a nuestro estudio del Antiguo Testamento, unos breves comentarios de los convenios y las ordenanzas podrían ser útiles .

Un convenio denota un pacto entre dos partes y, en el sentido del evangelio, es un acuerdo obligatorio entre Dios y el hombre. [2] Este eslabón conector nos brinda acceso a una protección y poder muy por encima de nuestros propios esfuerzos. El Padre Celestial obra por medio de convenios para salvar a Sus hijos, en la actualidad como en épocas anteriores.

Las ordenanzas se relacionan muy de cerca a los principios de los convenios. El élder Henry B. Eyring enseñó: “Nuestro Padre Celestial . . . . proporcionó convenios que podríamos hacer con él. Y con esos convenios proveyó ordenanzas que indican lo que Él prometió o acordó hacer y nosotros mostramos lo que promemtimos o acordamos hacer.” [3] En Doctrina y Convenios 84:20-21 se declara: “Así que, en sus ordenanzas se manifiesta el poder de la divinidad. Y sin sus ordenanzas y la autoridad del sacerdocio, el poder de la divinidad no se manifiesta a los hombres en la carne.” Es difícil encontrar un lugar en las Escrituras donde las ordenanzas y los convenios sean más centrales para el texto que en el Antiguo Testamento. Al estudiar y comprender que los convenios y las ordenanzas en el Antiguo Testamento son un principio fundamental, podemos entender el poder de la divinidad y de Dios mismo.

El Convenio de Abraham—La Parte del Señor

Varios pasajes de las escrituras son clave para ayudarnos a definir el convenio de Abraham. Génesis 12:1-3 y Abraham 2:9-11 enlistan diferentes aspectos del convenio. El Señor le prometió a Abraham: que él llegaría a ser una gran nación, que su nombre sería grande, que sería bendecido, que el Señor bendeciría a quienes lo bendijeran y maldeciría a quienes lo maldijeran, que sería una bendición para su propia descendencia, y que mediante él todas las familias de la tierra serían bendecidas. En Génesis 13:14-16 el Señor resume algunas de estas bendiciones en dos promesas principales: primera, que Abraham recibiría una herencia eterna de tierras, y segunda, que él sería bendecido con una descendencia “como el polvo de la tierra”, o en otras palabras, una posteridad numerosa. Las otras bendiciones son parte de la categoría de que Abraham sería una bendición para su descendencia y para todas las familias de la tierra. Abraham 2:9-10 dice que “. . . . y serás una bendición para tu descendencia después de tí, para que en sus manos lleven este ministerio y sacerdocio a todas las naciones. Y las bendeciré mediante tu nombre; pues cuantos reciban este evangelio serán llamados por tu nombre.” Por lo tanto, a Abraham se le prometió que el sacerdocio y el evangelio se le darían a él y a su posteridad por la eternidad. Podemos resumir la parte del Señor en el convenio de Abraham en tres bendiciones prometidas: tierras, descendencia y el evangelio. Una vez que entendemos estos tres principios, empezaremos a verlos por todo el Antiguo Testamento, especialmente en el libro de Génesis. [4]

Estas tres promesas tienen significado para otros aparte de Abraham y su familia, pues fueron prometidas a toda la descendencia de Abraham. Abraham 2:10 nos enseña que todos los que acepten el evangelio son contados como su descendencia. Así que, estas promesas se nos aplican a nosotros también. Sin embargo, debemos verlas en su perspectiva eterna a fin de aplicarlas en nuestra propia vida. A Abraham se le prometió una herencia de tierra por toda la eternidad. Aprendemos de los profetas que esta tierra será perfeccionada y que recibirá su gloria paradisiaca y que finalmente se convertirá en nuestro reino celestial. [5] Si a Abraham se le dio (y a nosotros también) una herencia eterna en esta tierra, finalmente se nos promete la vida eterna en el reino celestial si es que somos fieles a nuestro convenio. A Abraham se le prometió (y a nosotros también) una descendencia tan numerosa como las arenas del mar o las estrellas del cielo. Esta promesa solamente se puede cumplir por medio de nuestra exaltación, lo que permitirá que tengamos aumento eterno. Al vivir de acuerdo al evangelio que se nos dará, Abraham (y nosotros) al final heredaremos la vida eterna. Así que, las bendiciones del convenio de Abraham se pueden resumir como: herencia celestial, crecimiento eterno, y la vida eterna. Estas promesas forman la parte de Dios en el convenio de Abraham.

El Convenio de Abraham—La Parte de Abraham

Como se ha mostrado arriba, las promesas del Señor a Abraham son verdaderamente extraordinarias. Por tanto, ¿Cual fue la parte de Abraham en el convenio? Esta se puede dividir en dos partes. Dos de las bendiciones prometidas a Abraham tendrían que esperar a dar fruto hasta después de su muerte. Durante su vida, él no poseería toda la tierra que el Señor le prometió, ni su descendencia sería tan numerosa como las estrellas en el cielo. Sin embargo, la tercera promesa, el otorgamiento del evangelio, le fue dada en vida. Como consecuencia, se le exigieron dos cosas en relación con esta bendición prometida. En Génesis 17: 1, el Señor le dijo a Abraham: “Yo soy el Dios Todopoderoso; anda delante de mí y sé perfecto.” Hablando simplemente, a Abraham se le mandó que fuera obediente. Este es el primer aspecto de la parte de Abraham. Segundo, como se encuentra en muchos de las escrituras en las que se le promete el evangelio a Abraham, él debía compartir el evangelio al resto de los hijos del Padre Celestial. Repetidamente se le dijo que él sería una bendición para su propia descendencia y para todas las naciones. Un ejemplo de esta obra se puede ver en sus labores misionales en Harán (ver Génesis 12:5). En Abraham 2:6 el Señor dice: “. . . . porque me he propuesto sacarte de Harán y hacer de ti un ministro para llevar mi nombre.” En resumen, la parte de Abraham (y la nuestra) en el convenio es vivir de acuerdo a las enseñanzas y los mandamientos del evangelio y compartirlos con quienes nos rodean.

En Génesis 17:7 el Señor le prometió a Abraham: “Y estableceré mi convenio entre yo y tú y tu descendencia después de ti en sus generaciones, por convenio eterno, para ser tu Dios y el de tu descendencia después de ti.” En Éxodo 6:7 el Señor le dice a Moisés: “Y os tomaré como mi pueblo y seré vuestro Dios; y vosotros sabréis que yo soy Jehová vuestro Dios.” Podría decirse que este es el resumen final del convenio de Abraham. El Señor hace convenio de ser nuestro Dios y exaltarnos (ver Moisés 1:39) si queremos ser su pueblo y permanecer fieles a Él. Todas las escrituras pueden y deben interpretarse a través de este lente especial. Todo lo que el Señor hace es para nuestra exaltación final (vése 2 Nefi 26:24). Si recordamos esto al tratar de entender los aspectos difíciles del Antiguo Testamento y al esforzarnos al enfrentar los aspectos difíciles de nuestra vida, es probable que obtengamos una mayor comprensión de la función del Señor en las escrituras y en nuestra vida diaria.

Incluir el Antiguo Testamento en el Convenio de Abraham

Con una comprensión básica del convenio de Abraham, podemos empezar a entender mejor la narrativa, extraordinaria pero diversa, y el texto que forman el Antiguo Testamento. Consideren la historia de Noé. Para mucha gente les es muy difícil entender como es que un Dios amoroso ahogaría a todos sus hijos salvo ocho. ¿Por qué un Dios amoroso sería tan duro? La respuesta a tal pregunta yace en la comprensión básica de la naturaleza eterna de nuestra existencia y de la relación que Dios desea tener con nosotros. En la época de Noé, los hijos de Dios se habían vuelto muy inicuos. Génesis 6:11 declara: “Y se corrompió la tierra delante de Dios, y estaba la tierra llena de violencia.” Es difícil imaginar el dolor de un Padre amoroso que vio a Sus hijos destruirse mutuamente. No solamente estaban terminando prematuramente la vida mortal de cada uno, se estaban condenando a sí mismos en ese proceso y por tanto estaban acabando con la posibilidad de volver a vivir otra vez con el Padre Celestial. ¿Es de sorprender que el Dios del cielo llorara? (Ver Moisés 7:28). Sin embargo, es importante que entendamos el amor de Dios, no solo para los que eran lastimados, sino también para quienes estaban causando el daño. [6] Aunque las escrituras hablan de Su indignación e ira, Él no envió el diluvio para condenar más a Sus hijos sino para detenerlos de que se siguieran condenando a sí mismos. Una vez que Sus hijos habían pasado el punto de arrepentimiento, dejarlos en ese estado habría ido en contra del convenio de Abraham y del plan de salvación. Habría condenado aún más al pueblo que cometía la iniquidad y haría imposible que Sus hijos inocentes vivieran con seguridad. En tales condiciones, nunca podrían crecer en el evangelio ni compartir con los demás las bendiciones prometidas en el convenio. Por lo tanto, la cosa mas amorosa y misericordiosa que el Señor pudo hacer fue interrumpir el ciclo perpetuo de violencia e iniquidad, al mandar a los pecadores a otro lugar en el cual se les pudiera enseñar y tener la esperanza de ser salvados (ver 1 Pedro 4:6).

La historia de que Israel fuera llevado a Egipto, sus cuatrocientos años de esclavitud, el éxodo subsecuente y que se estableciera en la tierra prometida empiezan a tener nuevo significado cuando se mira a través del lente del convenio de Abraham y del plan de salvación. En la época en que Israel salió de Canaán para ir a Egipto era un poco más que una familia extendida. Todos juntos apenas eran setenta almas las que fueron con Jacob a Egipto. Recuerden que uno de los deberes que tenían los hijos de Abraham dentro del convenio era el de compartir el evangelio al mundo. Setenta personas en medio de las naciones más poderosas (y hostiles) de ese tiempo, tenían muy poca oportunidad de sobrevivir, mucho menos de hacer proselitismo. Sin embargo, como el Señor había hecho antes con Abraham, y como lo haría en el futuro con Su Hijo Unigénito, el Señor usó a Egipto como un refugio seguro para la protección y el crecimiento del pueblo del convenio. La vida no fue fácil para los descendientes de Abraham en Egipto; sin embargo, como resultado de su estancia alli, prosperaron y se convirtieron en un pueblo poderoso. Cuando los israelitas salieron de Egipto, eran centenares de millares. Otra vez, el Señor los puso en medio de las naciones más poderosas de la tierra, en el cruce de caminos del mundo antiguo. Pero esta vez, si eran fieles, estarían listos para cumplir su parte del convenio y compartir el evangelio con quienes estuvieran en contacto. Pero había un obstáculo; la tierra que iban a heredar ya pertenecía a otro pueblo; los cananeos.

Podría parecer extraño que el Señor les mandara a los israelitas que no se mezclaran con los cananeos ya que Él deseaba compartir el evangelio con todos Sus hijos. Sin embargo, como sucedió con Sus hijos en la época de Noé, parecía que los cananeos habían rebasado el punto de arrepentimiento. El Señor conocía la influencia corruptora que podrían tener sobre quienes habían sido asignados a predicar el evangelio al resto del mundo. Por lo tanto, les mandó a los israelitas no solamente que no inter actuaran con ellos sino que los expulsaran de sus tierras. Para entonces, los cananeos, al igual que la gente en los días de Noé podían ser enviados a otra esfera en donde pudieran estar listos para escuchar, y el pueblo del convenio del Señor podría comenzar en serio a cumplir su parte del convenio y llevar el evangelio a toda la tierra.

Los israelitas no fueron fieles al mandato del Señor de expulsar a los cananeos de la tierra y como resultado vivieron entre un pueblo que no se arrepentirían por sí solos y que eran una gran amenaza para la pureza e integridad del pueblo del convenio del Señor. ¿Podría ser esta la razón por la cual el Señor dio tantos mandamientos de que no trataran con sus vecinos? Aún antes de que entraran a la tierra prometida, el Señor ya les estaba enseñando a los israelitas que fueran un pueblo aparte. Muchas de las reglas de la ley de Moisés establecieron a Israel como un pueblo diferente por lo que comían (véase Levítico 13), la ropa que usaban, y hasta en la forma en que cultivaban la tierra (ver Levítico 19). Estas restricciones parecían imposibilitarlos a que cumplieran su responsabilidad en el convenio de compartir el evangelio con el resto de los hijos del Padre Celestial. Sin embargo, no se les mandó que se apartaran de todos los pueblos, sino solamente de aquellos que el Señor les mandó que no vivieran entre ellos. Una lectura cuidadosa de muchos de los mandamientos muestran que se trataba de mantener a los israelitas apartados de los cananeos. Se les mandó que fueran un pueblo especial, no un pueblo excluyente (ver Éxodo 19: 5). Pero, empezaron a ser excluyentes, Los israelitas, como descendientes de Abraham, sólo tenían que vivir el evangelio y predicarlo. La historia del Antiguo Testamento testifica en gran manera lo que sucede cuando el pueblo del Señor no cumple estas dos cosas.

Parece obvio que después de Abraham mismo, hay poco esfuerzo de parte de los israelitas para compartir el evangelio con el mundo. Cuando los israelitas tuvieron un liderazgo recto, se muestra que el enfoque del Señor era que el pueblo fuera obediente y se preparara a empezar a compartir el evangelio con otros. Constantemente el Señor mandó a sus siervos, los profetas, a llamar a Israel al arrepentimiento. Ya sea que hablemos de Abraham, de Moisés, Samuel, Esdras o Malaquías, los profetas hicieron exactamente lo que están haciendo hoy—llevar al pueblo del convenio al punto de obediencia y preparación—para compartir el evangelio con el resto de los hijos del Padre Celestial. Al evaluar la obra de Dios a la luz de Su deseo de prepararnos para vivir y compartir el evangelio, estamos en terreno más firme en nuestro intento por entender los pasajes difíciles del Antiguo Testamento.

Si no se entiende el convenio de Abraham y el plan de salvación, pudiera parecer que el Antiguo Testamento es de alguna manera diferente al evangelio de Jesucristo. Aunque muchas de las prácticas fueron diferentes, el evangelio era el mismo y los propósitos del Señor fueron iguales. John Taylor enseñó que: “los mismos principios que existen ahora, en relación con el evangelio, existieron en las diversas dispensaciones que han existido en las diferentes edades del mundo. Existieron en los días de Moisés, en los días de Enoc y en los días de Adán; y existieron en la eternidad en la mente de Dios, antes de que este mundo cobrara vida, las estrellas de la mañana cantaran juntas, o los hijos de Dios gritaran de alegría.” [7] Brigham Young enseñó también que: “estamos seguros al decir que desde el día en que Adán fue creado y puesto en el Jardín del Edén hasta el día de hoy, el plan de salvación y las revelaciones de la voluntad de Dios para el hombre no han cambiado, aunque la humanidad, a consecuencia de la apostasía y la maldad, no haya sido favorecida con ellas durante muchas épocas. No hay evidencia en la Biblia de que el Evangelio haya sido una cosa en los días de los Isrealitas, otra en los días de Cristo y sus Apóstoles, y otra en el siglo XIX, sino que, por el contrario, se nos ha instruido que Dios es el mismo en todas las épocas, y que su plan para salvar a sus hijos es el mismo. El plan de salvación es uno, desde el comienzo del mundo hasta el final del mismo.” [8]

El Antiguo Testamento y el Evangelio Restaurado

Esto nos ayuda a relacionar el Antiguo Testamento al evangelio restaurado de Jesucristo. Aunque cambien las formas o las prácticas, los propósitos del Señor no cambian. Él desea ayudarnos a que lleguemos a ser Su pueblo no solo de palabra sino de hecho. Quiso preparar a Israel antiguo para que compartieran el evangelio así como sigue preparando al Israel moderno a compartir el evangelio. El Señor Mismo quiso morar entre su pueblo y ser su Dios al igual que ahora desea morar entre nosotros y ser nuestro Dios (véase Éxodo 29:45-46; D y C 110:7-8). Fue parte del convenio que hizo con Abraham. Sin embargo, desde el principio, el antiguo Israel se sintió incómodo al tener un Dios vivo en su presencia. Cuando el Señor le mandó a Israel que subieran al Monte Sinaí, el pueblo tuvo miedo de la presencia del Señor y le dijeron a Moisés: “Habla tú con nosotros, y nosotros escucharemos; mas no hable Dios con nosotros, para que no muramos” (Éxodo 20:19). En otros intentos para “morar entre” Su pueblo, el Señor le mandó a Israel primero que construyeran un tabernáculo y mas adelante en el Antiguo Testamento que construyeran un templo permanente. En Éxodo 40, vemos que cuando se terminó el tabernáculo, la gloria (presencia) del Señor lo llenó. De igual manera, en nuestra época, el Señor nos ha pedido varias veces que construyamos templos a fin de que Él pueda morar con nosotros. Es mucho lo tenemos que aprender de los éxitos y de los fracasos del Israel antiguo.

Al igual que a los antiguos israelitas, también se nos ha mandado ser un pueblo peculiar. Esto quiere decir que no debemos tocar lo que nos corrompa espiritualmente. Al igual que al antiguo Israel, se nos ha pedido que seamos un pueblo separado. Se nos ha dado una ley dietética para conservanos sanos y a salvo de las substancias impuras. Se nos ha pedido abstenernos de algunas de las modas de la época porque son ofensivas para Dios. Se nos ha pedido que seamos un pueblo que construye y asiste a los templos. En todas las cosas, el Señor sigue tratando de “llevar a cabo la inmortalidad y la vida eterna del hombre” (Moisés 1:39). La pregunta es, si en lo personal, tendremos más éxito que el Israel antiguo al cumplir nuestra parte del convenio. En el Antiguo Testamento tenemos muchos ejemplos de diversos individuos y grupos que fueron más o menos fieles a sus convenios. El Antiguo Testamento puede ser uno de los lugares más claros para ver el resultado de la fidelidad a los convenios o la falta de ella.

Así que al esforzarnos, como el Israel antiguo, por ser fieles al convenio del evangelio, ¿que es lo que el Señor quiere que hagamos? Primero, como el mismo Abraham, el Señor quiere que seamos humildes, fieles, y completamente obedientes. En Abraham 1:2 se encuentra una de las mejores fórmulas que se hayan dado sobre como hacerlo: “y hallando que había mayor felicidad, paz y reposo para mí, busqué las bendiciones de los padres, y el derecho al cual yo debía ser ordenado, a fin de administrarlas; habiendo sido yo mismo seguidor de la rectitud, deseando también ser el poseedor de gran conocimiento, y ser un seguidor más fiel de la rectitud, y lograr un conocimiento mayor, y ser padre de muchas naciones, un príncipe de paz, y anhelando recibir instrucciones y guardar los mandamientos de Dios, llegué a ser un heredero legítimo, un Sumo Sacerdote, poseedor del derecho que pertenecía a los patriarcas.” Abraham quería lo que ustedes y yo queremos: mayor felicidad, paz y reposo. Su fórmula era simple. Buscó obtener mayor conocimiento de Dios y del evangelio a fin de poder ser más recto; también supo que al ser más recto obtendría mayor conocimiento, y a la vez este conocimiento le haría ser mas recto. Es un gran ciclo. Este ciclo se puede volver a empezar en términos de los primeros principios y ordenanzas del evangelio. Todos buscamos aumentar nuestra fe en Cristo; Al aumentar nuestra fe en Cristo, el resultado natural es que queremos arrepentirnos (ver Helamán 14:13); al arrepentirnos y acercarnos más a Dios, hacemos convenios con Él. Al guardar esos convenios, Su presencia, por medio del Espíritu Santo empieza a tener una función más activa en nuestra vida; el Espíritu Santo confirma y fortalece nuestra fe, con lo cual comienza el ciclo otra vez.

Es importante recordar que hay dos aspectos en nuestra parte del convenio de Abraham. Primero, debemos vivir el evangelio y luego compartirlo. En Abraham 2:11 El Señor le dijo a Abraham que en él y en su descendencia “serán bendecidas todas las familias de la tierra, sí, con las bendiciones del evangelio, que son las bendiciones de salvación, sí, de vida eterna.” ¿Cómo se haría? Aunque hay poca información en el Antiguo Testamento en este aspecto del convenio, los profetas de los últimos días nos han ayudado a entenderlo con más claridad. En la sesión del sábado por la mañana de la conferencia general de abril de 1981, el Presidente Spencer W. Kimball dijo:

“Mis hermanos y hermanas, los Hermanos de la Primera Presidencia y los Doce han meditado y orado sobre la gran obra de los últimos días que el Señor nos ha dado, tenemos la impresión de que la misión de la Iglesia es triple: proclamar la Evangelio del Señor Jesucristo a toda nación, tribu, lengua y pueblo; Perfeccionar a los santos preparándolos para recibir las ordenanzas del Evangelio y que por la instrucción y la disciplina obtengan la exaltación; Redimir a los muertos efectuando las ordenanzas vicarias del Evangelio para aquellos que han vivido en la tierra. Las tres son parte de una obra— ayudar a nuestro Padre Celestial y a Su Hijo, Jesucristo, en Su gran y gloriosa misión de— 'llevar a cabo la inmortalidad y la vida eterna del hombre' (Moisés 1:39).” [9]

Es por medio del trabajo de realizar la triple misión de la Iglesia que finalmente podremos cumplir nuestra parte del convenio. En realidad solamente hay dos grupos de personas que se asocian con “todas las familias de la tierra.” Los que viven y los que han muerto. La única forma de bendecir con “las bendiciones de salvación, sí, de vida eterna” a quienes han fallecido es con nuestro esfuerzo por la redención de los muertos. Es con nuestra historia familiar y la obra del templo que podemos ser ministros de salvación para nuestros ancestros. En cuanto a los que viven, también se pueden dividir en dos grupos: los que son miembros de la Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días y quienes no lo son. Para los que no son miembros, la única manera en que podemos traerles la salvación es proclamándoles el evangelio. Este gran esfuerzo misional del pueblo del convenio del Señor es en parte a lo que se refería el Señor cuando le dijo a Abraham que en él y en su descendencia serían bendecidas todas las familias de la tierra. La sola membresía en la Iglesia del Señor no promete la salvación o la exaltación. Estas promesas se obtienen al ser fieles a los convenios que hacemos en la Iglesia del Señor. Por lo tanto, existe la gran necesidad de ministrar aún a los que ya son miembros. A este ministerio le llamamos la perfección de los santos. Así que, al proclamar el evangelio, perfeccionar a los santos y redimir a los muertos, finalmente estamos cumpliendo nuestra parte del gran convenio que Dios estableció y lo nombró el Convenio de Abraham.

Resumen

El Antiguo Testamento es el primer testamento de Jesucristo. En vez de ser la historia irrelevante y pasada de moda de un pueblo extinto, el Antiguo Testamento es la historia del intento de Israel por vivir fiel a los convenios que el Señor les había dado. Esto, por supuesto, no comenzó con el profeta Abraham. Adán, Set, Enoc, Noé y todos los otros profetas antes de Abraham vivieron el mismo convenio así como Moisés, Isaías, Jeremías, Nehemías y todos los demás profetas posteriores a Abraham han continuado viviendo el mismo convenio. Sin embargo, no se terminó al fin del Antiguo Testamento, ni al fin del Nuevo Testamento. José Smith y todos los profetas de esta dispensación han continuado con la misma obra. La obra sigue bajo muchos nombres, dos de los cuales son el evangelio de Abraham y el convenio de Abraham. Al incluir nuestro estudio del Antiguo Testamento dentro de este convenio, no solamente podemos entender mejor el Antiguo Testamento, también estamos mejor preparados para vivir nuestros propios convenios en ésta la dispensación del cumplimiento de los tiempos.

Notas

[1] - Boyd K. Packer, “The Great Plan of Happiness,” discurso dado el 10 de agosto de 1993 en el 17avo Simposio Anual del Sistema Educativo de la Iglesia, página 2; énfasis en el original.

[2] - Diccionario de la Biblia (en inglés) página 651.

[3] - Henry B. Eyring, “Making Covenants with God,” Brigham Young University 1996-1997 Speeches, 6 de septiembre de 1996, página 14.

[4] - Para ejemplos de estas tres bendiciones dadas a Abraham. Isaac y Jacob, véase Génesis 15:5-7; 17:2-8; 18:18-19; 22:17-18; 26:3-4; 28:13-14.

[5] - Ver Doctrina de Salvación de Joseph Fielding Smith, compiladas por Bruce R. McConkie (Salt Lake City: La Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días, 1979) 2:25.

[6] - John Taylor en Journal of Discourses (Londres; Latter-day Saints’ Book Depot, 1878), 19:158-159.

[7] - John Taylor en The Gospel Kingdom, compilado por G. Homer Durham (Salt Lake City: Bookcraft, 1964), página 12.

[8] - Brigham Young, Discourses of Brigham Young, compilados por John A, Widtsoe (Salt Lake City: Deseret Book, 1966), páginas 103-104.

[9] - Spencer W. Kimball, “A Report of My Stewardship,” Ensign, mayo de 1981, página 5.