Cómo utilizar la adversidad

D. Todd Christofferson

El elder D. Todd Christofferson es miembro del Quórum de los Doce Apóstoles.

Actualmente, es por todos conocido que serios problemas económicos azotan a una gran parte del mundo. Vemos deudas nacionales abrumadoras y economías en lento crecimiento o aún en recesión en varios países en lo que se conoce como la zona del euro; en partes de la América Latina; en Africa y aún en los Estados Unidos. Igualmente preocupantes son los niveles de endeudamiento personal y familiar que han traído como resultado que haya demasiados juicios hipotecarios, declaraciones de bancarrota y hasta la pérdida de las casas.

Hace algunos años, el Presidente Gordon B. Hinckley habló muy claramente sobre tales temas en la sesión del sacerdocio en una conferencia general. Al fin de ese discurso, resumió su consejo en estas palabras: “Hermanos, los insto a evaluar su situación económica. Los exhorto a gastar en forma moderada, a disciplinarse en las compras que hagan para evitar las deudas hasta donde sea posible. Liquiden sus deudas, lo antes posible y librénse de la servidumbre.”[1] Estoy seguro que quienes obedecieron esa clara instrucción del Presidente Hinckley hoy están muy felices de haberlo hecho y por estar en una mejor posición para resistir la tormenta en el que pudieron haberse encontrado por no obedecerlo. Lamentablemente, existen muchos que no escucharon sus palabras o, que si las oyeron, no las obedecieron.

En mayo del 2005, recorté un artículo que apareció en un periódico de Salt Lake City que presagiaba lo que ahora ya ha sucedido. Mencionaba las cifras record de préstamos en los Estados Unidos ya que la gente estaba usando el crédito para agrandar sus casas y mejorar su estilo de vida. Entre otros, citaba el caso de una pareja relativamente joven:

Winford Wayman, un obrero de la construcción de 30 años de edad, creció en una casa pequeña atiborrada con once hijos; anhelaba tener privacidad y espacios abiertos. Pero él y su esposa Kristin, una contadora de 26 años de edad, se atrasaron en sus pagos ya que pidieron prestado para comprar camionetas. El señor Wayman había comprado o arrendado cuatro en los últimos 6 años.

“Me gustan las camionetas. Las hacen tan. . . bonitas. Si veo una camioneta que me guste la tengo que comprar” dice el señor Wayman que es esbelto y con barba de chivo. Mantiene como nueva su camioneta Ford F-150 SuperCrew, y reconoce que es su forma de tratar de igualarse con su hermano menor que es más rico y es el dueño de la constructora donde trabaja y que prefiere las camionetas con motor a diesel.

Hace poco, los Wayman se interesaron en una casa de $125,000 dólares en la ciudad de Tooele. . . Solicitaron un préstamo en el que solamente pagarían los intereses cada mes (no el préstamo) pero a medida que avanzaba el proceso, Kristin Wayman se asustó. Temía que no pudieran hacer lo pagos de la hipoteca. “Nos quedamos fríos. No sabíamos que hacer” dice la señora Wayman. Decidieron continuar con la compra de la casa pues temían que los demandaran legalmente si cancelaban el trato. Ahora los Wayman están tratando de calcular como terminar el sótano, un gasto que puede requerir un crédito que traiga mayor endeudamiento. Dice el señor Wayman: “No estoy muy contento por disponer de tantas formas de pedir prestado.” [2]

Algunos pueden sentirse muy seguros en su empleo. Otros pueden tener motivos de preocupación o quizás estar entre los que se han visto forzados a buscar otro empleo. Puede ser que algunos tengan una fuente de ingresos adecuada y tengan poca o ninguna deuda. Es posible que otros están enfrentando problemas financieros que crecen desmedidamente y son difíciles de controlar. Quizás ustedes se encuentran entre estos dos extremos, o, aunque usted se sienta relativamente seguro, se preocupa por amigos o seres queridos que enfrentan desafíos mayores.

Ciertamente, todos tenemos derecho a sentirnos preocupados. Sin embargo, mi mensaje es que las adversidades actuales y futuras pueden servir para un propósito sano y hasta pueden ser una bendición: Pueden ayudar para reafirmar y volver a los valores profundos; nos pueden hacer más atentos hacia los demás y ayudarnos a valorar nuestra relaciones personales por encima de las cosas materiales; pueden profundizar nuestra espiritualidad y fe en Dios.

Piensen en lo que podamos haber perdido en las últimas dos décadas y que los problemas actuales nos ayuden a ganar. Si no actuamos anteriormente, ahora podremos ser obligados a cambiar nuestros malos hábitos de gastos; a detener el aumento de las deudas y empezar a reducirlas; ahorrar dinero; a comprender mejor la diferencia entre lo que queremos y lo que necesitamos, entre los lujos y las necesidades; controlar y huir del materialismo; despojarnos del orgullo; dominar los modelos de la vida providente; entender mejor la fuerza y el poder del trabajo por sobre las influencias debilitantes de los derechos; y gastar menos dinero y tiempo en cosas que ya no podemos permitirnos y pasar más tiempo con la familia y los amigos.

El 21 de octubre de 2008 apareció un artículo muy interesante en el periódico New York Times bajo el encabezado “Memorándum desde Londres” y se tituló “Querida Prudencia: La Recesión Puede Ocasionar el Regreso de los Valores Tradicionales.” Mencionó la caída en los gastos de consumo y del sentimiento de alarma que había en la Gran Bretaña, pero continuó diciendo: “Existe una idea paralela en el aire: quizás la caída, sin importar lo dolorosa que sea, nos guiará a un regreso a los valores del pasado. Quizás los 15 años anteriores serán considerados como un tipo de locura, una anomalía, un mal sueño. En un país cuya identidad moderna se forjó en gran parte sobre los principios de la post guerra tales como el ahorro, la prudencia y el vivir dentro de nuestros recursos, quizás ahora el pueblo bajará sus expectativas muy exageradas y volverán a lo que pueden lograr.”

La escritora citó a una secretaria jubilada de 65 años de edad de nombre Audrey Hurren:

“Creo que no le causaría ningún daño a algunos de la generación más joven el que sean menos ambiciosos” dijo. “No es agradable decirlo, pero quizás pudieran comportarse un poco más sensiblemente.” La señora Hurren creció justo después de la Segunda Guerra Mundial con la idea de que si no puedes darte ese gusto, no lo compras. En contraste, ella dijo que sus nietas tienen más cosas de las que ella ni siquiera soñó, pero aún así no están satisfechas. “No aprecian nada,” dijo. “Para ellas es: fácil viene, fácil se va. Consiguen un teléfono celular; y si no les gusta lo tiran y consiguen uno nuevo.”

El artículo continúa:

“Me da gusto ver que las décadas de excesos vulgares finalmente se han terminado.” la columnista India Knight escribió en el periódico The Times of London. “Hay un sentimiento colectivo muy fuerte de que todos estamos volviendo a la tierra. Es como si fuera una enorme sacudida de la realidad, y aunque no nos guste, existe la posibilidad de que terminará en que pongamos en orden nuestras prioridades.” . . .

Los alimentos orgánicos se presentaron como una necesidad para la buena salud; los super mercados enfatizaron los rangos de alimentos “de lujo”. Los británicos abandonaron sus tradicionales vacaciones a la playa y empezaron a viajar al Continente, comían en los restaurantes de moda, se volvieron locos con los nuevos aparatos electrónicos. En un libro reciente, el psiquiatra Oliver James se quejó de que el país estaba padeciendo de “affluenza” [o sea, vivir en la opulencia].” [3]

El Salvador habló con claridad en Su Sermón del Monte. “No os hagáis tesoros en la tierra, donde la polilla y el orín corrompen, y donde ladrones minan y hurtan; sino haceos tesoros en el cielo, donde ni la polilla ni el orín corrompen, y donde ladrones no minan ni hurtan. Porque donde esté vuestro tesoro, allí estará también vuestro corazón” (Mateo 6: 19-21). Debemos preguntarnos: ¿Qué es lo que atesoramos? Nuestro corazón ¿está fijo en lo que tenemos y lo que codiciamos o está fijo en Jesucristo y Su tesoro?

Samuel el Lamanita dio una reprimenda severa a quienes aman a su tesoro financiero y a sus posesiones más que al dador de tales dádivas generosas:

“Escuchad las palabras que el Señor habla; porque he aquí, él dice que sois malditos por motivo de vuestras riquezas, y vuestras riquezas son malditas también, porque habéis puesto vuestro corazón en ellas, y no habéis escuchado las palabras de aquel que os las dio.

No os acordáis del Señor vuestro Dios en las cosas con que os ha bendecido, mas siempre recordáis vuestras riquezas, no para dar gracias Señor vuestro Dios por ellas; sí, vuestros corazones no se allegan al Señor, sino que se hinchan con desmedido orgullo. . . .

Y he aquí, se acerca la hora en que maldecirá vuestras riquezas, de modo que se volverán deleznables, al grado que no las podréis conservar; y en los días de vuestra pobreza no las podréis retener.

Y en los días de vuestra pobreza, clamaréis al Señor; y clamaréis en vano, porque vuestra desolación ya está sobre vosotros, y vuestra destrucción está asegurada; y entonces lloraréis y gemiréis en ese día, dice el Señor de los Ejércitos; y entonces os lamentaréis y diréis:

¡Oh, si me hubiese arrepentido, y no hubiese muerto a los profetas; ni los hubiese apedreado ni echado fuera! Sí, en ese día diréis: ¡Oh, si nos hubiésemos acordado del Señor nuestro Dios en día en que nos dio nuestras riquezas, y entonces no se habrían vuelto deleznables para que las perdiéramos; porque he aquí, nuestras riquezas han huido de nosotros! (Helamán 13: 21-22 y 31-33).

Cuando reviso el valor actual de mi cuenta de ahorro para el retiro que acumulé durante mi trabajo como abogado de empresas, entiendo la forma en que las riquezas se hacen deleznables. Simplemente, he decidido ¡que no me jubilaré!

Hablando con toda seriedad, no debemos jugar con el consejo del Señor, y nunca dejemos de reconocer Su mano en nuestras bendiciones o ser ingratos por lo que Él nos ha concedido y lo que nos concederá tanto como pueblo como en lo individual. Sí, esta es una época turbulenta pero dejemos que para nosotros sea una de reflexión, de reforma y renovación. Podemos convertirla en una época para re establecer lo fundamental en nuestra vida. “Mejor nos es el procurar afán inútil alejar.” [4] Quizás de una vez por todas podamos eliminar el materialismo de nuestras vidas y reemplazarlo con caridad y bondad.

Me interesó mucho leer en BYU Magazine un reporte de los comentarios hechos por el profesor Jason S. Carroll de la escuela de Vida Familiar en BYU. Él, junto con algunos colegas de la Universidad de Duke y del Tecnológico de Texas, publicó algo de sus investigaciones y análisis en el tema del materialismo. La BYU Magazine resaltó que “tratar de definir el materialismo es como si un pez tratara de definir el agua, el profesor Carroll dice: ‘Nadamos en él; está alrededor de nosotros; está tan generalizado que es muy difícil ponerlo en duda y pensar claramente en él.’”

El artículo continúa:

El profesor Carroll dice que también podemos volvernos materialistas en el sentido de la “experiencia del consumidor”. Podemos insistir en que nuestros hijos tomen lecciones de violín, que reciban entrenamiento en las artes marciales y que compitan en ligas de futbol. “Los padres se defenderán diciendo que eso es el ¡‘desarrollo del talento y de las habilidades! ¿No es justificable?’ Sí, hasta cierto punto, pero si lo llevamos demasiado lejos caemos en otra forma de materialismo — el de las experiencias que nuestro dinero y recursos puedan comprar.”— . . .

Consideren, por ejemplo, a la pareja que mira hacia arriba en la escala económica y se enfoca en las personas que tienen más. Aunque tengan suficientes ingresos, por lo general, se sentirán como que no tienen lo suficiente, lo que a su vez fomenta un sentimiento de que tienen derecho a más, tendrán resentimiento y ansiedad, Carroll dice: “Si ven que fulano de tal va a Europa, es posible que piensen, ‘nunca hemos ido a Europa; ir de vacaciones a Europa es parte de la buena vida, pero no podemos costearla, algo no está bien.’ Así, empiezan a juntar sus expectativas y su sentido de la calidad de vida a los de quienes están más alto en la escala . En esencia, el ver hacia arriba también crea un sentimiento de ingratitud, dice Carroll: Pierden la perspectiva de lo que tienen.” [5]

El profesor Carroll recomienda cuatro estrategias que puedan reducir o eliminar el materialismo de nuestras vidas. Primera, dice, estén conscientes de sus puntos de comparación y de sus límites. En otras palabras, en lugar de ver hacia arriba en la escala económica con envidia, enfóquense con humildad y compasión en quienes menos tienen; sean agradecidos por lo que tienen y compártanlo con los menos afortunados. Segunda, resistan la presión de otros padres y compañeros. Si pueden aguantar la presión de ver que otros padres le dan a sus hijos más cosas y les tienen programadas muchas actividades y vacaciones exóticas, sus propios hijos adquirirán actitudes menos materialistas. Tercera, entiendan que con frecuencia existe un precio económico que deben pagar por la fidelidad al evangelio. El artículo mencionó: “Solemos creer que podemos tener familias grandes, pagar diezmos, tener nuestro almacén familiar, hacer contribuciones caritativas, mandar a los hijos a la misión sin tener que acostumbrarnos a un nivel de vida más bajo. ‘Tenemos expectativas que se basan en un nivel de vida americano que, en gran parte, lo llevan familias más pequeñas y con dos fuentes de ingresos. Queremos copiar ese nivel de vida con un solo ingreso y todos estos gastos adicionales,’” [6] Es muy probable que no podamos hacerlo, pero está bien, ya que estamos eligiendo algo de mucho mayor valor. La cuarta y última recomendación del profesor Carroll es que actualicemos nuestra perspectiva del evangelio con relación a las posesiones materiales. Nos recuerda, por ejemplo, los modelos del Libro de Mormón y la amonestación del Salvador: “La vida del hombre no consiste en la abundancia de los bienes que posee” (Lucas 12: 15).

El profesor Carroll asevera:

Los niños que crecen en un hogar no materialista, disfrutan de innumerables ventajas: Crecen con una aprecio más profundo por las cosas que tienen, sin importar lo modesto que sea; aprenden a ser sabios en sus hábitos de gastos; desarrollan una fuerte ética del trabajo. Quizás lo más importante, es que son parte de una familia que estima el gran valor de la interacción en vez de las posesiones, lo que a su vez fomenta un sentimiento de seguridad y de pertenencia. Es un gran don el darle a un hijo el conocer en donde se encuentran los verdaderos valores. La clave es enseñarles a valorar algo que puedan encontrar a pesar de sus circunstancias financieras. Es algo que es muy estable y seguro: sus relaciones personales.

No es fácil el oponerse a una cultura que es abrumadoramente materialista. Los padres necesitarán anteponer el bienestar de sus hijos sobre otras oportunidades incluyendo, quizás, las que podrían atraer una mayor riqueza. [7]

Si un presupuesto ajustado nos hace ir más despacio porque ya no podemos costear todo lo que estábamos haciendo, de hecho puede ser, que empecemos a ver necesidades que no habíamos visto antes ya que andábamos muy apresurados. El Señor dice que la manera que Él ha ordenado para que nos ayudemos mutuamente es que “los pobres sean exaltados, y los ricos sean humildes” (DyC 104: 16). Con frecuencia, exaltamos mejor a otros cuando ofrecemos lo que pueden parecer pequeñas ofrendas de nuestro almacén — una comida, una plática, una expresión de amor o amistad, unos cuantos dólares, una visita, una carta— Quizás ahora más que nunca, podemos tratar de ayudar a otros directa e indirectamente, cuando voluntariamente dedicamos tiempo, habilidades, y otros recursos al almacén al que recurren los obispos al cumplir con el encargo especial de ayudar a los necesitados. El Manual de Instrucciones de la Iglesia declara: “Se establece un almacén cuando los miembros fieles consagran al obispo su tiempo, sus talentos, sus habilidades, su compasión, sus materiales, y sus recursos financieros para cuidar de los pobres y edificar el reino de Dios en la tierra.” [8]

Permítanme recordarles el consejo de Jacob de que las posesiones y las riquezas no son fines en sí mismos, sino los medios de lograr objetivos más grandes: “Pero antes de buscar riquezas, buscad el reino de Dios. Y después de haber logrado una esperanza en Cristo obtendréis riquezas, si las buscáis; y las buscaréis con el fin de hacer bien: para vestir al desnudo, alimentar al hambriento, libertar al cautivo y suministrar auxilio al enfermo y al afligido” (Jacob 2: 18-19; énfasis agregado).

Hemos hablado de las bendiciones que esta época de dificultad pueden traer en su camino, si es que volvemos a colocar los valores fundamentales del evangelio en nuestras vidas y somos más atentos a las necesidades de quienes nos rodean. Pero lo que verdaderamente nos dará esperanzas es nuestra fe en Jesucristo. Si eso nos acerca más a Él, en verdad será dulce el como utilicemos la adversidad.

Recuerden, tienen el Espíritu Santo, y Sus enseñanzas y paz son reales. Hubo un período en mi vida cuando nos amenazó el desastre económico. Había asuntos, fuera de mi control, que me tenían sujeto, y a veces no hubo otra persona que pudiera brindarme la ayuda que necesitaba. La oración fue mi único recurso, y la guía del Espíritu, como respuesta a mis súplicas, me dio lo que necesitaba. Al principio, pedí por una liberación inmediata y milagrosa de mis problemas. La respuesta a esa oración fue no. En vez de eso me di cuenta que el Espíritu guió mis pasos poco a poco, abrió puertas que no pude abrir yo solo, y en ocasiones, trajo un poco de ayuda en el momento preciso. Fui enseñado y guiado en un viaje que tomó varios años para alcanzar una solución final y positiva. Durante todo ese tiempo, cuando no podía ver claramente mi ruta hasta el fin, o cuando menos el siguiente paso, el Espíritu habló paz a mi alma, y me fue posible continuar, cumplir otras obligaciones y ser un esposo y padre dedicado. Quizás, de acuerdo con las palabras de Alma, fui “obligado a ser humilde” (ver Alma 32: 13). De cualquier forma, como Alma prometió, fui bendecido y aprendí sabiduría. Y más importante, aprendí a orar — a orar realmente— y obtener respuestas. Eso ha hecho que los conflictos de esos años difíciles hayan valido la pena.

Así que les digo, confíen en Aquel que es poderoso para salvar, y escuchen los consejos de Sus siervos. “Recordad que es sobre la roca de nuestro Redentor, el cual es Cristo, el Hijo de Dios, donde debéis establecer vuestro fundamento, para que cuando el diablo lance sus impetuosos vientos. . . . sí, cuando todo su granizo y furiosa tormenta os azoten, esto no tenga poder para arrastraros al abismo de miseria y angustia sin fin, a causa de la roca sobre la cual estáis edificados, que es un fundamento seguro, un fundamento sobre el cual, si los hombres edifican, no caerán” (Helamán 5: 12).

No conozco ningún otro mandamiento cuya observancia produzca una instantánea investidura de fe como la ley de los diezmos y ofrendas. Cuando uno ha sido honesto con Dios en el pago de los diezmos, puede pedirle a Dios con confianza, sabiendo, no solamente creyendo, que Dios lo escuchará y le contestará. Dios no solamente prometió abrir las ventanas de los cielos y derramar “bendición hasta que sobreabunde” (Malaquías 3: 10; 3 Nefi 24: 10); sino que también prometió que: “Reprenderé por vosotros al devorador” (Malaquías 3: 11; 3 Nefi 24: 11) y proteger y preservar el fruto de vuestra labor para que provean para su familia, para que críen a sus hijos, que mejoren su matrimonio, y sirvan al Señor en los llamamientos en la Iglesia. Todos necesitamos la protección contra el adversario, y todos necesitamos la seguridad de las bendiciones sin medida. Por lo tanto, el diezmo es el cimiento en cualquier estructura financiera estable y segura que esperen construir.

Cuando la Iglesia aún era muy joven, —de hecho, antes de que la Iglesia fuera establecida formalmente— el Señor les habló al Profeta José Smith y Oliver Cowdery en palabras que nos enseñan el por qué no necesitamos temer, les dijo:

“No tengáis miedo, hijos míos, de hacer lo bueno, porque lo que sembréis, eso mismo cosecharéis. Por tanto, si sembráis lo bueno, también cosecharéis lo bueno, para vuestra recompensa.

Así que, no temáis, rebañito; haced lo bueno; aunque se combinen en contra de vosotros la tierra y el infierno, pues si estáis edificados sobre mi roca, no pueden prevalecer.

He aquí, no os condeno; id y no pequéis más; cumplid con solemnidad la obra que os he mandado.

Elevad hacia mí todo pensamiento; no dudéis; no temáis.

Mirad las heridas que traspasaron mi costado, y también las marcas de los clavos en mis manos y pies; sed fieles; guardad mis mandamientos y heredaréis el reino de los cielos.” (DyC 6: 33-37)

A causa de las heridas en Su costado y en Sus manos y pies —o sea, que debido a Su Expiación y el poder y la gracia que emanan de ella— no necesitamos temer. Él ha vencido al mundo, y podemos confiar en Él. Estamos grabados en las palmas de Sus manos; Él no puede olvidarnos y no lo hará. Su poder para ayudar y bendecir es infinito. Su promesa, de alguien que no puede mentir, es que si somos fieles, Él nos sostendrá y lo bueno será nuestra recompensa. Doy testimonio de que su promesa es segura, que está dentro del poder de Jesucristo como el Redentor Divino y desea cumplirla.

Las pruebas, las dificultades, las experiencias de la vida pueden cumplir un propósito útil si nos acercamos en vez de alejarnos del Salvador. Él es quien puede convertir toda adversidad en nuestra bendición. Termino con las palabras del hermoso poema titulado: “Que Tengas”:

“Suficiente felicidad para mantenerte amable

Suficientes pruebas para mantenerte fuerte

Suficiente tristeza para conservarte humano

Suficiente esperanza para mantenerte feliz

Suficientes fracasos para conservarte humilde

Suficiente éxito para mantenerte ilusionado

Suficiente riqueza para satisfacer tus necesidades

Suficiente entusiasmo para mirar hacia adelante

Suficientes amigos que te den confort

Suficiente fe para combatir la depresión

Suficiente determinación para hacer que cada día sea mejor que ayer.”[9]

Esta es mi oración por ustedes al invocar sobre cada uno de ustedes las bendiciones y el tierno amor de su Señor y Redentor celestial.

© Intellectual Reserve, Inc. Edición revisada de un discurso dado en noviembre de 2008 ante la Sección Dallas/Fortworth de la BYU Management Society.

Notas

[1] Gordon B. Hinckley, “A los Jóvenes y a los Hombres,” Liahona, enero de 1999 página 66.

[2] Bob Davis, “Extra Credit: Lagging Behind the Wealthy, Many Use Debt to Catch Up,” Salt Lake Tribume, 17 de mayo de 2005.

[3] Sarah Lyall, “Dear Prudence: Recession May Bring Return of Traditional Values,” New York Times, 20 octubre de 2008.

[4] William Clayton, “¡Oh, está todo bien!” Himnos (Salt Lake City: La Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días, 1992) número 17.

[5] M. Sue Bergin, “Family Focus: Enjoy a Richer Life,” BYU Magazine, invierno 2008, pag. 18.

[6] Bergin, “Family Focus,” página 19.

[7] Bergin, “Family Focus,” página 19.

[8] Manual de Instrucciones de la Iglesia, Libro 1: Para Obispados y Presidencias de Estaca (Salt Lake City, La Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días, 2006).

[9] Harold B. Lee, Citado en “Mensaje de la Primera Presidencia: Your Light to Be a Standard unto the Nations,” Ensign, agosto de 1973, pág. 4.