El viaje de aprender toda la vida

Robert D. Hales

Robert D. Hales, "El viaje de aprender toda la vida," en Buscad Diligentemente​, ed. Richard Neitzel Holzapfel y Kent P. Jackson, trad. Nefi Treviño y Fernando Dealba (Provo, UT: Religious Studies Center, 2010), 1–15.

El élder Robert D. Hales es miembro del Quórum de los Doce Apóstoles.

Se pronunció este discurso en un devocional el 19 de agosto de 2008, durante la Semana de la Educación en el campus de BYU.

Hoy me siento muy honrado al dirigirme a quienes están comprometidos a estudiar durante toda la vida.

Nuestra búsqueda de conocimiento y nuestro viaje de progreso eterno empezaron mucho antes de nuestra existencia mortal. Se nos ha dado el conocimiento claro de que durante el concilio en los cielos usamos nuestro albedrío para escoger venir a esta tierra y participar de la mortalidad. Al escoger venir a esta tierra, escogimos la oportunidad de progresar, de crecer y de obtener más conocimiento. Y en este proceso de aprendizaje y de venir a la tierra, el tomar sobre nosotros un cuerpo mortal para obtener conocimiento y para experimentar la mortalidad es una parte esencial de nuestro aprendizaje y progreso eternos.

El tema de aprender durante toda la vida es importante porque para los Santos de los Últimos Días la búsqueda constante de conocimiento no es solo secular sino también espiritual. Entendemos que el obtener conocimiento es esencial para ganar la salvación eterna. Brigham Young dijo, “Si nuestra vida se extendiera hasta mil años, todavía podríamos aprender de las vivencias” [1].

Para la mayoría de las posesiones mundanas y temporales es verdadero el refrán: “No te lo puedes llevar”. Sin embargo, los tesoros intelectuales del conocimiento y los valores espirituales contienen una promesa de importancia eterna. Leemos en la Doctrina y Convenios, “Cualquier principio de inteligencia que logremos en esta vida se levantará con nosotros en la resurrección; y si en esta vida una persona adquiere más conocimiento e inteligencia que otra, por medio de su diligencia y obediencia, hasta ese grado le llevará la ventaja en el mundo venidero” (DyC 130:18–19).

Así que mientras la mortalidad no es más que un momento en la eternidad, el aprender por toda la vida mortal es una parte esencial de nuestra educación eterna. Aquí en la tierra, como lo dijo Brigham Young, “estamos en una gran escuela” [2].

Cuando consideramos que lo que aprendemos aquí es parte de nuestra educación eterna, elevamos nuestras metas de aprendizaje. Como niños, quizás empezamos a aprender porque nuestros padres nos animaron o nos halagaron. Querían que tuviéramos una educación formal con títulos universitarios o con habilidades técnicas para el trabajo, sabiendo que al final de nuestros esfuerzos seríamos recompensados al ser autosuficientes, productivos y capaces de sobrevivir en el mundo real. Algunos estudiamos mucho al interesarnos en la competencia severa por las calificaciones y los honores.

Aunque estas razones para estudiar tuvieron papeles importantes en las distintas etapas de nuestra vida, si son nuestros únicos estímulos dejaremos de estudiar cuando nuestros padres y maestros se hayan ido y cuando hayamos logrado nuestros títulos. Quienes estudian toda la vida son impulsados por motivos eternos. Uno de los grandes avances al madurar y adquirir conocimiento y experiencia es cuando aprendemos por el gozo de ser edificados más que por el placer de estar entretenidos. La meta de quienes estudian toda la vida no es tanto impresionar a los demás sino mejorarse a sí mismos y ayudar a otros. Su deseo es aprender y cambiar su comportamiento siguiendo los consejos y los profundos ejemplos que les imparten los grandes maestros a su alrededor.

Algunas veces limitamos nuestro aprendizaje al creer que es solamente un curso o que se trata de ganar un título. Pero cuando vemos las escrituras, nos dan el programa de estudio para quienes estudian toda la vida: “cosas tanto en el cielo como en la tierra, y debajo de la tierra; cosas que han sido, que son y que pronto han de acontecer; cosas que existen en el país, cosas que existen en el extranjero; las guerras y perplejidades de las naciones, y los juicios que se ciernen sobre el país; y también el conocimiento de los países y de los reinos” (DyC 88:79).

El primer versículo del Libro de Mormón dice: “Yo, Nefi, nací de buenos padres y recibí, por tanto, alguna instrucción en toda la ciencia de mi padre” (1 Nefi 1:1). Así como el campo de estudio de Nefi era toda la ciencia de su padre, quienes aprenden toda la vida no tienen límites en su búsqueda de mayor conocimiento.

Quienes aprenden toda la vida tienen un deseo interior insaciable de adquirir mayor conocimiento en una amplia gama de temas y disciplinas. La recompensa para ellos es el gozo de aprender y adquirir conocimientos en un espectro amplio de los temas que les interesan.

Algunos se preguntarán si es posible enseñar a estudiar durante toda la vida o si eso es simplemente un don genético. De la misma forma en que algunos nacen con mayor velocidad, algunos de nosotros podemos tener de manera natural el deseo de aprender. Es más, así como los entrenadores eficientes pueden mejorar la capacidad de quien esté dispuesto a pagar el precio, de la misma manera nuestro Padre Celestial está deseoso de bendecirnos con el impulso y la determinación de llegar a convertirnos en estudiantes de toda la vida si es que estamos dispuestos a pagar el precio.

Con frecuencia se necesita un gran maestro para motivarnos e infundir ese deseo en nosotros. ¿Cómo podemos mejorar nuestro deseo y aumentar en los demás ese deseo de adquirir más conocimiento y experiencias durante toda la vida?

Los atributos de quienes aprenden toda la vida

Es importante considerar los atributos que uno debe adquirir para llegar a ser alguien que aprenda toda la vida. Unos pocos de los atributos básicos para ello son el valor, un deseo genuino, la humildad, la paciencia, la curiosidad y la buena disposición para comunicar y compartir el conocimiento que se obtenga. Hagamos una pausa y reflexionemos más profundamente en cuanto a la manera en que cada uno de estos atributos contribuye a que seamos estudiantes de toda la vida. Y el otro lado de la moneda sería considerar cómo podemos inculcar ese tipo de aprendizaje en quienes nos rodean, especialmente en nuestros hijos.

El valor. “Esforzaos todos vosotros los que esperáis en Jehová, y tome aliento vuestro corazón” (Salmos 31:24).

Quienes aprenden toda la vida tienen el valor de vencer el temor de dejar los límites externos de su zona de comodidad educativa y de entrar a lo desconocido. La escritura dice, “Porque no nos ha dado Dios espíritu de cobardía, sino de poder, de amor y de dominio propio” (2 Timoteo 1:7).

Con demasiada frecuencia nos quedamos en la comodidad de nuestros puntos fuertes y evitamos el vencer nuestras debilidades académicas. Así nuestras mayores fortalezas pueden convertirse en nuestras mayores debilidades. Nos quedamos en la seguridad del pasado, y no estamos dispuestos a aventurarnos en el futuro por el temor a la ignorancia o a la falta de conocimiento acerca de un tema que deseamos estudiar o investigar. Necesitamos el valor para dar un gran paso de fe hacia la obscuridad atemorizante, sin saber qué tan profunda es la cueva educativa en la cual vamos a entrar.

El temor se disipa con la cantidad de luz intelectual que estemos dispuestos a hacer brillar en el abismo educativo, que es un hueco en nuestro entendimiento. Debemos encontrar el valor de avanzar, de seguir adelante. En Doctrina y Convenios leemos, “existían temores en vuestros corazones, y en verdad, ésta es la razón por la que no la recibisteis” (DyC 67:3). A pesar de nuestros temores, el valor para adquirir nuevo conocimiento es esencial en quienes aprenden toda la vida.

Un deseo genuino. “Buscad diligentemente y enseñaos el uno al otro palabras de sabiduría; sí, buscad palabras de sabiduría de los mejores libros; buscad conocimiento, tanto por el estudio como por la fe” (DyC 88:118).

Lo que sigue es un deseo genuino. Quienes aprenden toda la vida poseen un insaciable deseo interno de obtener un amplio espectro de conocimiento en muchas disciplinas, y lo hacen por el puro gozo de alcanzar y compartir mayor conocimiento sin necesidad de reconocimientos o recompensas. Con frecuencia la necesidad de ayudar a otros es lo que estimula la motivación para aprender. Por ejemplo, una madre preocupada al ver que no hay un diagnóstico médico adecuado en un problema físico o mental familiar se pone a investigar en los libros y revistas de medicina para ayudar a encontrar una solución.

Quien aprende toda la vida tiene un deseo de mejorar para tener una vida más feliz y benevolente. Quienes aprenden toda la vida tienen el deseo del conocimiento que les ayudará a ser mejores, madres, padres, ciudadanos y siervos en el reino del Señor, de forma que “conozcáis y glorifiquéis el nombre de vuestro Dios” (2 Nefi 6:4).

La humildad. “Aprenda sabiduría el ignorante, humillándose y suplicando al Señor su Dios, a fin de que sean abiertos sus ojos para que él vea, y sean destapados sus oídos para que oiga” (DyC 136:32).

La cualidad que sigue es la humildad. Quienes aprenden toda la vida reconocen que la fuente de todo conocimiento es un don que viene de Dios. “El que verdaderamente se humille [...] será bendecido” (Alma 32:15).

Debido a que quienes aprenden toda la vida reconocen que la inteligencia es un don de Dios, no se jactan de ella ni se sienten orgullosos de su propio cociente intelectual o de sus logros. Cada nuevo descubrimiento de conocimiento se reparte de lo alto en el tiempo del Señor y a la manera del Señor “línea por línea, precepto por precepto” (2 Nefi 28:30).

Cuando somos verdaderamente humildes, reconocemos que el conocimiento y la sabiduría nos son dados por el Señor y que debemos usarlos para elevar y fortalecer a los demás. “A todo hombre le es dado un don por el Espíritu de Dios. A algunos les dado uno y a otros otro, para que así todos se beneficien” (DyC 46:11–12). Obtenemos conocimiento para servir mejor.

La paciencia. “Añadid a vuestra fe virtud; a la virtud, conocimiento; al conocimiento, dominio propio; al dominio propio, paciencia; a la paciencia, piedad” (2 Pedro 1:5–6).

Quienes aprenden toda la vida adquieren un grado extraordinario de paciencia en su búsqueda de conocimiento. Entienden por medio de su búsqueda diligente de conocimiento que se requiere mucho tiempo para encontrar el conocimiento puro.

¡Qué emoción! ¿Han buscado algo —investigado, meditado, orado— hasta que al fin allí estaba, justo enfrente de ustedes? Algunas veces lo que aprendemos hoy no parece tener valor sino hasta meses o aún años después. No solamente aprendemos sino que ponderamos ese conocimiento de forma tal que en el momento preciso y en el lugar preciso haremos el mejor uso de él.

La curiosidad. “Fijé mi corazón para saber y examinar e inquirir la sabiduría y la razón” (Eclesiastés 7:25).

La siguiente cualidad es la curiosidad. Mi hermana acostumbraba decirme, “La curiosidad mató al gato, pero la satisfacción lo trajo de vuelta”.

Quienes aprenden toda la vida son curiosos de corazón. Cuando éramos niños, nuestra curiosidad era instintiva, pero nuestra educación formal es más envolvente y sistemática. Quienes aprenden toda la vida desarrollan sus propias técnicas de aprendizaje que rebasan lo que se enseña en las escuelas. El elemento clave es que nunca pierden su curiosidad inherente que les fue dada por Dios. Son simples detectives o sabuesos al estilo de Sherlock Holmes, que resolviendo los casos al juntar todos los hechos que han conseguido. Lo logran porque se preguntan “¿Por qué?” y se ponen a buscar las respuestas. La emoción de investigar un nuevo concepto o encontrar la respuesta a algo que era desconocido para nosotros es un momento de gozo y satisfacción estimulante.

Quienes aprenden toda la vida lo hacen “línea por línea” y “precepto por precepto” aunque también tienen sus momentos personales de “¡Ajá!” cuando pueden ver todo el panorama completo. Nunca se dan por vencidos. Thomas A. Edison era alguien que aprendía toda la vida. Se le atribuyen las siguientes palabras: “No he fracasado; solamente he encontrado diez mil formas que no funcionan”.

La comunicación. “De manera que, el que la predica y el que la recibe se comprenden el uno al otro, y ambos son edificados y se regocijan juntamente” (DyC 50:22).

Quienes aprenden toda la vida son maestros de corazón, y se gozan al comunicar el aprendizaje y conocimiento. Encuentran gozo al compartir su conocimiento cuando aquellos a quienes enseñan son elevados y fortalecidos. Se comunican con Dios por medio de la oración en la que piden guía y conocimiento. Se comunican con Dios para dar gracias y expresar gratitud por el conocimiento que han recibido. Se comunican con quienes aprenden toda la vida al escucharles intensamente en un intercambio de aprendizaje de doble vía que es beneficioso de forma mutua para todos.

Los grandes maestros no solamente son buenos comunicadores sino que también saben escuchar. Cuando nos comunicamos, podemos aprender algo de todas las personas que conocemos.

Los grandes maestros producen individuos que aprenden toda la vida. Los grandes maestros no les dan a sus alumnos todas las respuestas. Los dirigen a la fuente del conocimiento y les infunden el deseo de beber de ella. Los grandes maestros motivan a los estudiantes a buscar el conocimiento.

Un educador estaba en una reunión con el Presidente Packer en una sesión de preguntas y respuestas. Se le preguntó al Presidente Packer acerca de sus enseñanzas sobre la Expiación. ¿Qué fue lo que enseñó? Querían que él les diera un testimonio y una disertación completa sobre la Expiación. Eso es lo que esperaban de este gran maestro. Su respuesta les enseño a todos con respecto al aprendizaje durante toda la vida. El Presidente Packer contesto, “Lea el Libro de Mormón unas cuantas veces, buscando las enseñanzas acerca de la Expiación. Después escriba un resumen de una página de todo lo que aprendió. Entonces, mi querido hermano, tendrá su respuesta”.

El estudio de las escrituras y el aprender toda la vida

Es estudio de las escrituras es una experiencia de aprendizaje que dura toda la vida. Quizá en ninguna parte veamos con mayor claridad la necesidad de aprender toda la vida que en el estudio de las escrituras. Sin importar cuantas veces las hayamos leído, por medio del poder y la inspiración del Espíritu Santo aprendemos nuevas verdades y obtenemos consejos y puntos de vista valiosos para enfrentar los desafíos de la vida. El Presidente Ezra Taft Benson enseñó, “La comida de ayer no es suficiente para satisfacer las necesidades de hoy. Así tampoco es suficiente una lectura poco frecuente del libro ‘más correcto de todos los libros sobre la tierra,’ como lo llamó José Smith [al Libro de Mormón]” [3].

Los propósitos principales para estudiar las escrituras son entender el evangelio y fortalecernos espiritualmente. Una razón por la que necesitamos deleitarnos continuamente en las palabras de Cristo es que, al igual que con todo tipo de aprendizaje, el entendimiento del evangelio y el conocimiento espiritual llegan en un precepto a la vez.

El estudio de las escrituras es una forma única de aprender. Requiere alfabetización, o sea, la habilidad de leer. El rey Mosíah le enseño a sus hijos “todo el idioma de sus padres, a fin de que así llegaran a ser hombres de entendimiento; y que supiesen concerniente a las profecías que habían sido declaradas por boca de sus padres, las cuales les fueron entregadas por la mano del Señor” (Mosíah 1:2).

Mosíah no les estaba enseñando a leer a sus hijos para que salieran adelante en el mundo; les estaba enseñando a leer para que pudieran sumergirse en las escrituras y llegar a ser sabios espiritualmente.

Las planchas de bronce fueron preservadas y llevadas a la tierra prometida para que la familia de Lehi y su posteridad no olvidaran quienes eran, “un pueblo escogido”, y para que recordaran la forma en que debían vivir como hijos de Dios. Es con ese mismo propósito que las escrituras se han preservado para nosotros en este día y en este tiempo.

El obtener conocimiento por medio del estudio de las escrituras requiere algunos atributos y acciones que la mayoría de los programas educativos no exigen: un deseo sincero, una fe inquebrantable, la oración, la voluntad y la obediencia para seguir los susurros del Espíritu. Virtualmente todos los seres humanos sobre la tierra, sin importar su capacidad mental, pueden experimentar el gozo y las recompensas del estudio del evangelio a lo largo de su vida.

El estudio de las escrituras no requiere años de educación formal para obtener un entendimiento de los principios esenciales del evangelio. Esto se ilustra con Pedro y Juan en el libro de los Hechos. Los dirigentes judíos estaban sorprendidos. Habían asumido que para conocer el evangelio se necesitaba un exhaustivo curso formal de capacitación. La escritura nos dice: “Entonces viendo el denuedo de Pedro y de Juan, y sabiendo que eran hombres sin letras y del vulgo, se maravillaban; y les reconocían que habían estado con Jesús” (Hechos 4:13).

Aunque ignorantes e iletrados ante los ojos del mundo, Pedro y Juan habían obtenido un gran conocimiento del evangelio al escuchar y dar oído a las palabras de nuestro Salvador. Lo mismo es cierto para cada uno de nosotros y para todos los miembros de nuestra familia. Una maestría en teología es de menor valor en el estudio del evangelio que el grado de conocimiento que todos podemos adquirir del Maestro mismo.

Un componente importante en la obtención de conocimiento que viene del Salvador es actuar en base a los principios que Él enseñó. A fin de obtener los mayores conocimientos que las escrituras nos ofrecen, nuestro estudio se debe enfocar no tanto en los lugares y en los nombres sino en los principios y las doctrinas. No estamos buscando simplemente conocimiento de los libros, sino el conocimiento que cambiará nuestra forma de vivir y que en realidad marcará una diferencia en nuestras vidas. Debemos ver las escrituras como lo que son: un manual de instrucciones para llegar a ser semejantes a nuestro Salvador.

El estudio de las escrituras durante toda la vida es una búsqueda interminable de percepciones espirituales y del desarrollo que resulta cuando las aplicamos a nuestra vida. Como Santos de los Últimos Días, entendemos que el adquirir conocimiento espiritual, el tener experiencias espirituales y el desarrollar nuestros dones y aptitudes son importantes para nuestro crecimiento mortal. Además, debemos desarrollar nuestras disposiciones espirituales con respecto a Dios, nuestro Padre, y Su Hijo, Jesucristo, y cultivar las cualidades de fe y obediencia que invitarán al Espíritu Santo a que venga a nuestra vida. También crecemos espiritualmente cuando servimos y protegemos a nuestros prójimos y al mundo que nos rodea. Todos estos elementos del aprendizaje de toda la vida tienen consecuencias eternas, y sus recompensas son la esencia de nuestra meta mortal de obtener logros y cualidades espirituales. Los resultados de nuestro estudio durante toda la vida no se reflejan en las calificaciones, los títulos o los honores sino en las personas en quiénes nos convertimos. Nuestra meta es desarrollar los eternos valores del carácter tales como el conocimiento, la esperanza, la fe, la caridad y el amor. Ésta es la búsqueda más importante que tenemos al aprender.

El estudiar las escrituras nos ayuda a desarrollar y progresar como individuos. De manera distinta a cualquier otra materia, las escrituras se prestan para estudiarse durante toda la vida.

Cuando aumentamos nuestra capacidad espiritual, emocional y mental a través de los años, calificamos para obtener nuevas percepciones de las escrituras. ¿Cuántas veces se han detenido y meditado en un pasaje de las escrituras que han leído y repasado muchas veces antes y luego, en un momento de revelación, toman conciencia, y un entendimiento nuevo viene a su mente y a su corazón que les concede una nueva percepción, y ese conocimiento adicional contesta una pregunta o resuelve un problema o uno de los desafíos de la vida? Eso, mis queridos hermanos y hermanas, es el dulce misterio del aprendizaje de toda la vida, un instante maravilloso en un momento bendito en el tiempo cuando experimentan un salto de fe y entendimiento.

Esta es la razón por la cual oramos antes y después de estudiar las escrituras. La oración previa al estudio es para prepararnos espiritualmente para recibir los momentos de revelación y una elevación espiritual. La oración posterior al estudio es para dar gracias y expresar gratitud por lo que se nos ha dado.

El conocimiento de las verdades del evangelio restaurado de Jesucristo es el conocimiento más valioso que jamás poseeremos. Ese conocimiento se encuentra en la palabra de Dios en las escrituras, en las palabras de los profetas vivientes y en el templo. La investidura es el curso de estudios eterno. En ella se nos enseña de dónde venimos y por qué estamos aquí en la tierra, y se nos da la promesa de alcanzar la vida eterna en el reino celestial si es que obedecemos los mandamientos y los convenios que hemos tomado sobre nosotros.

El aprender toda la vida, tanto del pasado como del presente y del futuro

Además de todos los atributos de que hemos hablado, quienes aprenden toda la vida ven la conexión entre lo que han aprendido en el pasado, lo que estan aprendiendo ahora y lo que pueden aprender en el futuro. Quienes aprenden toda la vida son acumuladores. Juntan todo lo que han aprendido para que les ayude. Nunca vivirán en el pasado porque están ansiosos por explorar el futuro. Siempre estarán abiertos a nuevos conceptos por haber sido bendecidos con mentes inquisitivas que buscan nuevo conocimiento a diario.

¡Quienes aprenden toda la vida se la pasan superando sus buenas acciones! Algunas veces lo mejor que habíamos hecho antes no es suficiente. El ser desafiados a superar lo bueno puede que no sea razonable o que desafíe la lógica intuitiva pero ¡el progreso personal es eso simplemente! La realidad es que lo mejor de nosotros hoy no es lo suficientemente bueno para tener éxito en el mundo de mañana.

Por ejemplo, en las Olimpiadas de 2004, el nadador norteamericano Michael Phelps, de quien hemos oído mucho últimamente, ganó la medalla de bronce en los 200 metros estilo libre con un tiempo de un minuto cuarenta y cinco segundos. Hace cuatro años eso fue su récord personal. Pero él sabía que para ganar la medalla de oro en 2008 él tendría que hacerlo mejor, así que se puso a entrenar para cumplir esa meta. Millones de personas han tenido la oportunidad de ver la saga olímpica que se ha desplegado cuando él superó su mejor desempeño anterior, fijando un nuevo record mundial de un minuto cuarenta y dos segundos, y ganó la medalla de oro. En Beijing él pulverizó su propio record mundial anterior por un segundo y mejoró por diez segundos la marca ganadora de Mark Spitz de 1972. ¡Piensen en lo rápido que es eso! De hecho, le quitó un minuto completo al tiempo ganador de 1904, que era dos minutos cuarenta y cuatro segundos. Imagínese nada más: ¡hoy nadan dos vueltas a la piscina en menos de un minuto! Eso es lo que le hubiera adelantado al ganador de 1904. Es impresionante que de las ocho medallas de oro de Michael Phelps en 2008, siete de sus registros superaron los records mundiales; no eran sus propios records sino que eran mundiales. La otra, su octava medalla, impuso un record olímpico. ¿Se pueden imaginar siendo capaces de hacer eso y superar lo mejor de sí? ¡Qué gran ejemplo para nosotros!

Algunas veces el panorama espléndido del aprendizaje no es limitado por la capacidad de nuestra mente, sino más bien por los límites artificiales que le imponemos a nuestra habilidad para aprender. Debemos expandir la capacidad de nuestra mente. Piensen solamente en lo que eran los límites de nuestro aprendizaje antes de que las computadoras se convirtieran en una herramienta universal para la investigación, el aprendizaje y las comunicaciones por la Internet. A nuestros nietos les es muy difícil imaginarse cómo es que fuimos educados sin computadoras (o, de igual manera, como vivimos sin un teléfono celular o sobrevivimos sin la pizza como artículo de primera necesidad de nuestra dieta. La lista es interminable).

Me gustaría compartir con ustedes una experiencia personal de aprendizaje que se ha extendido por más de treinta años y que se relaciona con los beneficios de la naciente tecnología computarizada en la investigación de la historia familiar. Durante los años 1970, observé al élder Theodore H. Burton cuando presentó el uso futuro de las computadoras en la investigación y los registros familiares. Fue lo suficientemente franco para proclamar y enseñar y decir que la tecnología de la computadora le fue dada al hombre para acelerar el advenimiento del día de la historia familiar, la genealogía y la obra del templo.

Los comentarios acerca de las computadoras hechos por el Élder Burton se enfrentaron a reservas muy comprensibles: “Las computadoras siempre serán muy grandes y muy caras para su uso personal”. “Nunca habrá suficientes miembros de la Iglesia que tengan computadoras”. “Muy pocos miembros de la Iglesia saben manejar las computadoras”. “Los detalles y las explicaciones necesarias para hacer compatibles la investigación personal y la obra del templo son muy complejos”. Todas esas reservas parecían ser muy razonables en su época, ¿pero qué de los futuros avances de las computadoras?

Hoy en día nos estamos embarcando en una nueva era de tecnología computarizada para la historia familiar. Con la próxima edición de un nuevo sistema —que ya está disponible en la mitad de los distritos de los templos en todo el mundo— podremos preparar y enviar desde nuestra casa los nombres de nuestros antepasados para que se haga la obra del templo usando un nuevo sistema basado en la Internet. Este nuevo sistema les ayudará a ver rápidamente cuáles de sus antepasados necesitan las ordenanzas vicarias en el templo y podrán imprimir una página de resumen con un código de barras que cuando se escanee en el templo producirá una tarjeta que servirá para las sesiones del templo. Típicamente, cuando se termine una ordenanza estará disponible en este sitio seguro de la Web dentro de veinticuatro horas.

Ahora, ¿por qué les hablo de esto a ustedes que aprenden toda la vida? Tengo un simple mensaje. Nunca vivan en el pasado o intenten proteger su zona de comodidad en contra de los cambios necesarios e inevitables para adaptarnos a los necesarios adelantos futuros. Cuando Jesús dijo “Consumado es” (Juan 19:30) al morir en la cruz, era solamente el fin de una misión —la Expiación— y luego fue a ver a quienes estaban en la eternidad para darles esperanza (véase DyC 138). Leemos en 3 Nefi que aún en otra experiencia misional Él, ya como ser resucitado, visitó también a los fieles en el templo en el nuevo continente y los bendijo por su fidelidad. En nuestra vida, al igual que en el ejemplo del Salvador, cuando algo se termina es para empezar algo nuevo. El final de una era solamente da inicio a una nueva era. Quienes aprenden toda la vida nunca viven en el pasado.

El aprendizaje pasado crea un cimiento valioso de experiencia sobre el cual se debe edificar, y no un lugar cómodo para vivir el resto de la vida.

Algunas veces cuando llegamos a una meta que creíamos que era la final, y una vez que la emoción del momento se ha ido, nos sentimos casi deprimidos; por ejemplo, puede ser así cuando se termina una misión o cuando se acaba la luna de miel. Es un momento espantoso de la cruda realidad, en el cual uno se pregunta, “¿Qué sigue? y ¿ahora qué hago?” En tales ocasiones, recuerden que el fin de algo es solamente la aurora de un nuevo comienzo.

Cuando estén en la cima de una montaña que hayan escalado, disfruten el momento de satisfacción del presente y vean el paisaje extraordinario y el progreso que han hecho desde el pasado hasta ahora. Pero luego volteen a ver qué nuevos picos están a la vista y preparen un plan para escalar más alto en el futuro. Al hacerlo así, el cumplimiento de una meta fijada en el pasado eventualmente preparará el camino para lograr una meta más alta en el futuro. Al contemplar el esfuerzo y el sacrificio que se requirieron para cumplir metas anteriores, juntemos la confianza y la determinación necesarias para avanzar a mayores alturas.

Permítanme hacer una pausa otra vez y hablarles desde el fondo de mi corazón acerca de una las experiencias únicas del aprendizaje. El verdadero significado del aprendizaje de toda la vida se forma en el círculo del pasado, el presente y el futuro, progresando junto con el tiempo en su paso veloz e inevitable. El tiempo no espera a ningún hombre. De hecho, una de las posesiones comunes que todos compartimos es el tiempo. Lo que hagamos con nuestro tiempo determinará el grado de aprendizaje de toda la vida y los valores espirituales que llevemos a las eternidades que vienen después de nuestra prueba mortal.

Permítanme también usar un momento o dos para hablar de la experiencia exclusiva de las mujeres para aprender durante toda la vida: la maternidad.

La maternidad: La oportunidad ideal para aprender toda la vida

La maternidad es la oportunidad ideal para aprender toda la vida. El aprendizaje de una madre crece al nutrir a su hijo en sus años de crecimiento. Ambos están aprendiendo y madurando juntos a un paso extraordinario. Es exponencial y no lineal. Nada más piensen en el proceso de aprendizaje de una madre durante la vida de sus hijos. Cada hijo le agrega una dimensión a su aprendizaje porque sus necesidades son muy variadas y de largo alcance.

Por ejemplo, en el proceso de criar a sus hijos, una madre aprende de diversos temas. Estudia materias relacionadas al cuidado de la salud, como el desarrollo del niño, la nutrición, la fisiología, la psicología, la enfermería y la investigación y los cuidados médicos; aprende de la educación en muchos campos diversos como las ciencias, las matemáticas, la geografía, la literatura y el español y otras lenguas extranjeras. Desarrolla talentos tales como la música, los deportes, la danza, y el hablar en público. Los ejemplos de aprendizaje podrían continuar de forma interminable. Piensen nada más en el aprendizaje espiritual que se requiere cuando una madre enseña los principios del evangelio y se prepara para enseñar las lecciones de la Noche de Hogar y en la Primaria, la Sociedad de Socorro, las Mujeres Jóvenes y la Escuela Dominical.

Mi punto es, mis queridas hermanas —así como para los hermanos, que espero que estén escuchando con mucha atención— la oportunidad de una madre para aprender y enseñar durante toda la vida es de naturaleza universal. Mis queridas hermanas, como mujeres o madres nunca se consideren inferiores.

No cesa de asombrarme la manera en que el mundo declara que la mujer está en una forma de servidumbre que no le permite desarrollar sus dones y talentos. Nada, absolutamente nada, está más lejos de la verdad. No permitan que el mundo defina, denigre o limite sus sentimientos de aprendizaje de toda la vida y los valores de la maternidad en el hogar —tanto en lo mortal como en lo espiritual— y los beneficios que les dan a sus hijos y a su compañero.

El aprendizaje durante toda la vida es esencial para la vitalidad de la mente, el cuerpo y el alma humanos. Aumenta la autoestima y funcionamiento. El aprendizaje de toda la vida es mentalmente vigorizante y una gran defensa en contra del envejecimiento, la depresión y el dudar de sí mismo. Cuando dejamos de buscar nuevos conocimientos, nuestro progreso se detiene y comienza el estancamiento mental.

El mejoramiento y el progreso son la esencia del aprendizaje durante toda la vida. No se sorprenderán al saber que solamente hay una meta final: el vivir una vida fiel y perseverar hasta el fin dignos de la salvación y la gloria eternas. Todas las otras metras y logros son resultado de perseverar fielmente hasta el fin. De hecho, este es el plan de vida que se da en las escrituras para nuestro beneficio eterno.

El proceso de aprendizaje que enseñó Salomón en el libro de Proverbios en la Santa Biblia es útil porque nos ayuda a entender la naturaleza del aprendizaje durante toda la vida. “Bienaventurado el hombre que halla la sabiduría, y que obtiene la inteligencia” (Proverbios 3:13).

Para explicarlo más, empezamos con una inteligencia básica, o el cociente intelectual [IQ], que nos es dado por Dios como uno de los dones conferidos a la humanidad. “La gloria de Dios es la inteligencia, o en otras palabras, luz y verdad” (DyC 93:36). A la inteligencia básica le agregamos conocimiento, el cual llega por medio del aprendizaje y la experiencia. La suma de la inteligencia básica y la experiencia es igual a la sabiduría. “Sabiduría ante todo; adquiere sabiduría; Y sobre todas tus posesiones adquiere inteligencia” (Proverbios 4:7).

El mundo se detiene en el nivel de la sabiduría en el aprendizaje, pero las escrituras nos enseñan “Jehová con sabiduría fundó la tierra; Afirmó los cielos con inteligencia” (Proverbios 3:19; énfasis agregado).

La sabiduría más los dones del Espíritu Santo dan entendimiento a nuestros corazones. Cuando en verdad tenemos entendimiento y nuestros corazones se enternecen, ya no tendremos “deseos de hacer lo malo” (Alma 19:33).

Tendremos “la mira puesta únicamente en la gloria de Dios” (DyC 82:19) y el deseo de volver con honor a la presencia de nuestro Padre Celestial y de Su Hijo, Jesucristo.

Ahora les asigno una tarea ¡para toda la vida! Mediten y traten de adquirir los atributos extraordinarios de quien aprende toda la vida: el valor, el deseo fiel, la curiosidad, la humildad, la paciencia y el deseo de comunicar. Estas cualidades del carácter son muy deseables. Mediten y háganse estas preguntas: “¿Cuál es para mí el valor y el significado de cada una de estas cualidades? ¿Cómo se me aplican estas cualidades? ¿Qué voy a hacer para que estas cualidades sean parte de mi vida?” Luego, durante unos minutos mediten en estas cualidades y pregúntense qué es lo que deben hacer para aumentarlas a su carácter y en su vida. Aún si solamente toma una de las cualidades y trata de mejorarse a sí mismo, eso marcará una diferencia. La recompensa será grande en su futuro y para los que le rodean.

Espero que puedan ver lo valioso que es revisar sus metas con la mira puesta en las perspectivas de aprender toda la vida y al ciclo de la vida del pasado, el presente y el futuro. Que su vida sea una de aprendizaje —aumentando en conocimiento, en inteligencia y en sabiduría— al buscar los valores espirituales y las características que les bendecirán con las recompensas de la vida eterna.

Procuren saber que Dios vive

Les doy mi testimonio de que Dios vive y de que podemos aprender no solamente a creer sino a saber que Dios vive. Busquen ese conocimiento. Les será concedido. Busquen saber (y por medio de su testimonio, hagan que lo sepan quienes les rodean) que José Smith fue un profeta de Dios y que en esta última dispensación del cumplimiento de los tiempos se nos ha restaurado todo lo que se le ha dado a la humanidad. Aprendan todo lo que puedan dentro de nuestros templos y en nuestras escrituras. Aprendan y conduzcan su vida de tal forma que puedan regresar a la presencia de nuestro Padre y Su Hijo. Ruego que nuestro deseo y meta sea aprender durante toda la vida para cumplir con esos propósitos, en el nombre de Jesucristo, amén.

® Intellectual Reserve, Inc.

Notas

[1] Brigham Young, en Journal of Discourses (Londres: Latter-Day Saints’ Book Depot, 1854–1886), 9:292.

[2] Brigham Young, en Journal of Discourses, 12:124.

[3] Ezra Taft Benson, “A New Witness for Christ”, Ensign noviembre de 1984, páginas 6–7; en el que citaba a José Smith, History of the Church of Jesus Christ of Latter-Day Saints, editado por B. H. Roberts, 2ª edición revisada. (Salt Lake City: Deseret News, 1957), 4:461.