“Palmear suavemente”: El manejo de la conducta en el salón de clases
William C. Ostenson
William C. Ostenson, "“Palmear suavemente”: El manejo de la conducta en el salón de clases," en Buscad Diligentemente, ed. Richard Neitzel Holzapfel y Kent P. Jackson, trad. Nefi Treviño y Fernando Dealba (Provo, UT: Religious Studies Center, 2010), 269–74.
William C. Ostenson es un director jubilado del Sistema Educativo de la Iglesia en Idaho Falls.
Mike Mansfield, un altamente respetado senador de los Estados Unidos del estado de Montana, sirvió como líder de la mayoría legislativa durante dieciséis años y, después de retirarse del Senado, fue embajador en Japón durante otros doce años. Mucho de su éxito como senador y como embajador se puede atribuir al hecho de que, en sus relaciones con la gente, siempre trató de “palmear suavemente”. El tomó esa expresión de sus nueve años en las minas de cobre de Butte, Montana, después de su servicio en las tres ramas de las fuerzas armadas durante y después de la Primera Guerra Mundial.
Esa expresión era una advertencia para quienes usaban explosivos para romper la roca en la cual se hallaba incrustado el mineral de cobre. Un minero experto perforaba hoyos en la roca y luego colocaba la carga explosiva en lo profundo de cada hoyo. Si las cargas no estaban ajustadamente en la roca, la fuerza de la explosión provocaría un derrumbe que casi de inmediato causaría la muerte repentina. Dicho proceso exigía que el minero golpeara las cargas en los hoyos hasta que llegaran al fondo. Por supuesto, si golpeaba demasiado fuerte, las cargas explotarían antes de tiempo y de allí surgió el aviso precautorio, “Golpéala suavemente”. Mike Mansfield vio en esto una metáfora para tratar con la gente. Al buscar aplicar esta regla en sus relaciones con la gente, él se ganó el respeto no solamente de los republicanos y de los demócratas en el senado, sino también de los japoneses. [1]
Los maestros y los directores en el programa de seminarios pueden usar este principio para resolver los problemas de disciplina.
Como director, tuve que trabajar con un estudiante cuyo maestro lo había expulsado de la clase por desobediencia constante. No recuerdo todas las quejas que tenía el maestro contra este estudiante, pero ese día en particular el estudiante había llevado una lata de refresco al salón y no quiso guardarla. Invité al estudiante a que viniera a mi oficina y empecé a tratar de conocerlo mejor. Eso no es lo que esperan los estudiantes cuando son enviados a la oficina del director debido a problemas de disciplina; pero para poder ayudarle necesitaba saber lo más posible acerca de él. Además, tal enfoque usualmente los desarma, y podría atender el problema de mejor forma una vez que el estudiante bajara sus defensas. Después de conocerlo mejor, le pedí que me diera su versión del asunto. Descubrí que este enfoque también los desarma y nos puede revelar mucho acerca de los estudiantes. Con frecuencia, el “palmear suavemente” de esta forma, es el primer paso hacia la solución.
Al pedirle al estudiante su versión del asunto, me dijo en son de queja que si todos los maestros de la escuela le permitían llevar refrescos a sus clases, no veía problema si los traía al seminario. Le expliqué que esa era la regla en todo el seminario, y que debido a que podía beber refrescos en las otras clases no necesitaba tomarlos en el seminario. Esa fue la manera en que apoyé al maestro en esa situación, y el estudiante lo aceptó. Pensé que también estaría dispuesto a cooperar más si le prometía que le pediría al maestro que no fuera tan duro con él. Eso también lo aceptó, y después de eso platiqué con el maestro.
Como maestros, algunas veces entramos en una lucha de voluntades con un alumno, y nos resulta difícil entender nuestra propia contribución al ambiente hostil que existe entre nosotros. Pude haber cambiado al estudiante a otra clase, pero era importante que el maestro y el estudiante resolvieran sus diferencias. Primero, el joven debía dejar de demostrar su independencia por medio de la desobediencia, y segundo, el maestro necesitaba aprender a palmear más suavemente y no ofenderse en lo personal cuando los alumnos pusieran a prueba su autoridad.
Por haber trabajado durante catorce años como coordinador en el Área Noreste de los Estados Unidos, sabía que este joven era una de las razones por las cuales teníamos el seminario de tiempo libre. Durante mis catorce años de servicio a los barrios y estacas del norte de Indiana y la parte noroeste de Ohio, tuve la oportunidad de observar a muchos maestros excelentes que servían en el seminario matutino y en las clases en el hogar. Todos ellos eran voluntarios. Pero la inscripción en el seminario matutino o en el estudio en casa nunca era tan alta como en seminario de tiempo libre y ésa es la razón por la cual los estudiantes indiferentes —como este joven— casi nunca se inscribían en ese tipo de clases. Sin embargo, sí asisten al seminario de tiempo libre y por tanto nos brindan algo de la justificación para pagarle a un maestro profesional para que enseñe esas clases. No debemos apresurarnos a correrlos cuando se conviertan en un desafío para nosotros.
Como parte de mis asignaciones como coordinador, les daba una clase mensual a los estudiantes del seminario matutino y del estudio en el hogar, previa a la actividad mensual de la estaca (la llamada “Súper Sábado”). Siempre disfruté esas clases y muy rara vez tuve problemas de disciplina. Pero en una ocasión, los estudiantes estaban demasiado excitados al empezar la clase y tuve que detenerme y esperar a que se calmaran. Todos los setenta u ochenta estudiantes respondieron bien a este enfoque con excepción de una señorita que estaba en el centro de la capilla, que tan pronto como reanudé la lección empezó a platicar con un joven que estaba a su izquierda. Cuando vi que estaba platicando otra vez, me detuve y anuncié que iba a esperar hasta que ella terminara para poder continuar con la lección. Sintiéndose señalada se levantó y empezó a pisotear y empujar a los estudiantes que estaban sentados entre ella y el pasillo. No puedo decir cómo se sintieron los demás, pero cuando ella se levantó para salirse del salón, yo sentí que el Espíritu también se fue.
Siempre teníamos una reunión de capacitación para los maestros después de que los estudiantes se habían ido a sus actividades. Durante la reunión pregunté quién era el maestro de esta jovencita. Cuando lo supe le pedí a su maestra que hiciera todo lo que estaba a su alcance para que esa muchacha regresara el mes siguiente. También admití ante los maestros que no había dado un buen ejemplo de cómo manejar un problema de disciplina, aunque los maestros reconocieron que no encontraban otra forma de manejarlo.
Para la siguiente lección mensual, nos reunimos en un edificio diferente, y estábamos en un salón que no era la capilla. Se había invitado a los alumnos del segundo año de secundaria a fin de que aprendieran lo que era un Súper Sábado ya que debían inscribirse al siguiente año. El salón estaba tan lleno que algunos estudiantes tuvieron que sentarse en el piso en la parte delantera del salón. Cuando empecé la lección, todos estaban alborotados y no ponían atención. Yo sabía que había preparado una buena lección, así que empecé a hacer una serie de preguntas a los estudiantes de secundaria sentados en el piso a la derecha de donde yo estaba. Cuando vi que el temor reflejado en sus ojos se convertía en interés por la lección, me dirigí a otro grupo y logré atraerlos a la lección. Seguí usando la misma estrategia hasta lograr que todos estuvieran interesados en la lección, con la excepción de la jovencita del mes anterior. Estaba sentada en el centro del salón y parecía que nuevamente intentaba desafiar mi autoridad. Pero era una buena lección, y cuando empecé a tomarla en cuenta, rápidamente se interesó en la clase.
Cuando faltaban unos veinte minutos para terminar la clase, vi que uno de nuestros maestros de seminario matutino entró al salón junto con un estudiante y se sentaron en el piso a mi izquierda. Luego vi que ese maestro se levantó y salió para volver a entrar unos momentos después con otro estudiante. Tuve mucho interés en saber qué es lo que él tendría que decir en la siguiente reunión de capacitación al término de la clase cuando los estudiantes salieran a sus actividades. Primero, se disculpó por haber llegado tarde. Era un maestro nuevo y no tenía idea de cuánto tiempo le tomaría recoger a sus estudiantes que no tenían medio de transporte. Cuando llegaron al edificio era tan tarde que solamente pudo convencer a uno de ellos para que entraran juntos a la clase. Pero una vez que entró al salón, sintió el Espíritu tan fuertemente que salió a tratar de convencer a sus demás estudiantes a que al menos sintieran el Espíritu que había allí. Ese sábado nuestra lección de capacitación se trató de cómo disciplinar a los estudiantes haciendo preguntas que los atrajeran a la lección en vez de empujarlos a que se salieran por señalar su mal comportamiento. En otras palabras, ¿cómo podemos “palmear suavemente” para romper la resistencia sólida sin que nuestros esfuerzos nos exploten en la cara?
No hay substituto para una lección bien preparada cuando se trata de la disciplina en el salón de clases, y especialmente cuando se trata de los problemas disciplinarios que resultan del aburrimiento. Debido a los cuatro años de buenas lecciones recibidas de varios maestros, el joven que trajo refresco a la clase sintió el Espíritu algunas veces y aprendió algunas cosas del evangelio a pesar de sí mismo. Lo sé porque lo estuve observando durante los siguientes cuatro años. Y aunque no se graduó del seminario, creo que se le aplica lo que dijo el Presidente Eyring en 1993: “Si los tratan con interés, sentirán que ustedes les aman, y eso puede despertar en ellos la esperanza de tener un corazón más tierno. Puede que no suceda todas las veces, es posible que no dure. Pero sucederá con frecuencia, y algunas veces perdurará. Y todos ellos al menos recordarán que ustedes creyeron en lo mejor dentro de ellos: su herencia como un hijo de Dios.” [2]
No obstante, una parte de amarles y creer en ellos consiste en disciplinarlos cuando sea necesario que sean disciplinados Por ejemplo, la tercera vez que fui nombrado director, descubrí que había más de veinte estudiantes del último año que aprovechaban su tiempo libre de la escuela para hacer lo que quisieran en vez de asistir al seminario. Hice que todos fueran, uno por uno, a mi oficina para hablar con ellos acerca de sus planes futuros y para preguntarles si estaban planificando graduarse del seminario. Todos dijeron que se querían graduar, así que les dije que podrían hacerlo si asistían continuamente al seminario. Pero si volvían a faltar al seminario, sería necesario expulsarlos y no se podrían graduar. Les expliqué la importancia de que cumplieran el acuerdo de tiempo libre que habían hecho con la escuela y lo importante que era para nosotros el conservar nuestra situación legal como un programa de tiempo libre así como el mantener buenas relaciones con la escuela. Les dije que lo que les expliqué no tenía nada que ver con lo que sentía por ellos en lo personal, pero que yo tenía que actuar de acuerdo con las mismas reglas que ellos. Al final les dije que iba a llamar a sus padres para informarles lo mismo.
Con una sola excepción, todos los padres apoyaron. Un padre dijo que ya era tiempo de que se hijo se hiciera responsable y que su hijo terminaría las tareas de recuperación antes de las vacaciones de primavera, y que si no lo hacía se quedaría en la casa mientras sus amigos iban a una excursión a un lago. Todos esos estudiantes, menos una, dejaron de faltar al seminario y se graduaron. A la que siguió faltando le quitamos su inscripción, y después de eso vino y preguntó si habría la posibilidad de graduarse. Debido a lo descarada de la última vez que faltó, le dije que no era digna de confianza para permitirle volver al seminario, pero que se podrían establecer ciertas condiciones muy estrictas, que si las cumplía, le permitirían graduarse. Ella aceptó y cumplió y se pudo graduar junto con sus compañeros.
Creo que debemos usar las reglas que tenemos en el seminario para motivar a los estudiantes a que cumplan con lo que ya saben que deben hacer. En otras palabras, siempre debemos “palmear suavemente” con las reglas más que usarlas para aplicar todo su rigor. He aprendido que si somos amables pero firmes con los estudiantes, casi siempre se levantarán y harán lo correcto. Y cuando no lo hagan, las consecuencias serán para ellos. Podemos hallar consuelo al saber que hemos seguido la amonestación del Presidente Howard W. Hunter, quien nos aconsejó que diéramos una “respuesta suave” cuando nos sintamos tentados a contestar severamente; que “animemos a nuestros jóvenes” en vez de desanimarlos; que “tratemos de entenderlos” en vez de ser rápidos para juzgarlos como faltos de espiritualidad o de madurez; que “revisemos [nuestras] exigencias para ellos”; y que seamos “amables” y “gentiles” con ellos. [3] Ése es un buen consejo para todos los que queremos “palmear suavemente”.
Notas
[1] Don Oberdorfer, Senator Mansfield: The Extraordinary Life of a Great American Statesman and Diplomat (Washington, DC: Smithsonian Books, 2003), páginas 1–14.
[2] Henry B. Eyring, To Draw Closer to God: A Collection of Discourses (Salt Lake City: Deseret Book, 1997), página 146.
[3] Howard W. Hunter, “This Christmas…”, publicado en Church News el 10 de diciembre de 1994.