Elevar el nivel: la preparación de los futuros misioneros

Brent L. Top

Brent L. Top, "Elevar el nivel: La preparación de los futuros misioneros," en Buscad Diligentemente​, ed. Richard Neitzel Holzapfel y Kent P. Jackson, trad. Nefi Treviño y Fernando Dealba (Provo, UT: Religious Studies Center, 2010), 241–60.

Brent L. Top es profesor de historia y doctrina de la Iglesia en BYU.

El 11 de diciembre de 2002, la Primera Presidencia y el Quórum de los Doce emitieron una declaración extraordinaria en cuanto a la obra misional. En esa época, la mayoría de los miembros de la Iglesia no comprendieron la manera en que esa declaración y los cambios subsecuentes en los esfuerzos misionales revolucionarían la obra de los últimos días en la proclamación del evangelio. La frase “Elevar el nivel” pronto se convirtió en algo común entre los miembros de la Iglesia para describir las mayores expectativas para los misioneros. Al oír la frase, yo, al igual que la mayoría de los miembros de la Iglesia, pensé primeramente en normas más elevadas de dignidad moral para servir como misionero de tiempo completo. Los requisitos fueron una parte importante de la declaración acerca de la obra misional. La dignidad moral y la estabilidad física, mental y emocional ciertamente son parte de la elevación del nivel. Sin embargo, hay otros aspectos que son muy importantes pero que frecuentemente no han sido enfatizados o se han pasado por alto. Llegué a ver la elevación del nivel de manera muy diferente que antes, de una manera más completa, cuando fui llamado a servir como presidente de misión. Esa responsabilidad y la inmersión total en los asuntos misionales—desde la necesidad constante de enseñar, capacitar y motivar a los misioneros hasta ayudar a los líderes y a los miembros de la Iglesia a cumplir sus responsabilidades de compartir el evangelio—me hicieron ver la preparación misional con nuevos ojos.

He sido un educador de religión por más de treinta años, diez años con los seminarios e institutos, como maestro de seminario de tiempo libre y maestro de instituto, y veinte años como maestro de religión en el departamento de Educación Religiosa en la Universidad de Brigham Young. Siempre he sentido que es una responsabilidad a la vez que un privilegio increíble el enseñar a los jóvenes y señoritas en mis clases. Al igual que ustedes, quiero que mis estudiantes crezcan intelectualmente, que sean edificados espiritualmente, que aumente su conocimiento de las escrituras y las doctrinas del evangelio, que se intensifique su devoción al Señor y Su Iglesia, que sus testimonios, sus vidas, su amor y su servicio sean fortalecidos. Sin embargo, debo admitir que no siempre he pensado tan profunda y específicamente como debí haberlo hecho con respecto al impacto de mi enseñanza al prepararlos para que sean misioneros eficaces, ya sea como misioneros de tiempo completo o como miembros misioneros durante toda su vida.

Con la nueva visión que adquirí durante mi experiencia en la misión, ahora veo más claramente que todos mis alumnos, no solamente los futuros misioneros de tiempo completo, ya son misioneros y lo serán durante toda la vida. Al saber esto, ahora veo que cada curso que enseño—ya sea el Libro de Mormón, el Nuevo Testamento, Doctrina y Convenios, las enseñanzas de los profetas vivientes, la historia de la Iglesia, el matrimonio SUD y la familia, o cualquiera de nuestra amplia gama de cursos—debe ser dirigido a preparar lo que el élder M. Russell Ballard llamó “la generación más grandiosa de misioneros que haya existido en la historia de la Iglesia.” [1] Después de comentar lo que se requiere de los jóvenes y señoritas para que lleguen a ser la más grandiosa generación de misioneros, el élder Ballard les habló específicamente a los padres: “Si vamos a ‘elevar el nivel’ de los requisitos para que sus hijos [e hijas] sirvan en una misión, eso también significa que lo estamos haciendo para ustedes. Si esperamos mas de ellos, eso quiere decir que también esperamos mas de ustedes. [2] Yo creo que este principio no se aplica únicamente a los padres y a los líderes de la Iglesia, sino también a nosotros como educadores religiosos. El élder Ballard declaró “este no es un momento para los alfeñiques espirituales.” [3] Eso se aplica también a nosotros. No es el tiempo para instructores religiosos de “salsa ligera” (un término usado por mis misioneros para describir algo que es tentativo, débil o que le falta claridad o autoridad). El nivel se ha elevado para todos nosotros.

“Me gustaría haber…”

En las entrevistas con los misioneros, cientos de veces les oí expresar sus sentimientos con la frase “me gustaría haber”. Quizá la expresión más frecuente era: “Me gustaría haber sabido lo difícil que es la misión”. También había muchas otras expresiones: “Me gustaría haber estudiado más el Libro de Mormón”, “Me gustaría haber aprendido mejor las escrituras”,

“Me gustaría haber adquirido mejores hábitos de estudio”, “Me gustaría entender más el evangelio”, ‘Me gustaría que mi testimonio fuera más fuerte”. Poco después de llegar al campo misional, me di cuenta que algunos misioneros batallaban mucho con el cambio de ser adolescentes a ser misioneros de tiempo completo. Sin embargo, otros tocaban el suelo corriendo y casi de inmediato se convirtieron en maestros del evangelio confiados, competentes y poderosos. ¿Cuál es la diferencia? ¿Por qué algunos están tan bien preparados y otros no? Por supuesto, hay una gran cantidad de razones; casi tantas como los misioneros mismos. Aún así, hay ciertas cosas específicas que observé y experimenté como presidente de misión que me han hecho repensar mi filosofía educativa y cambiar mis métodos de enseñanza.

De los varios centenares de misioneros que sirvieron en nuestra misión, la mayoría había asistido al seminario. Más pocos, pero aún así una cantidad considerable, habían participado en las clases de instituto. Aún menos habían estado inscritos en clases de religión en los distintos campus de BYU. Menciono este hecho para demostrar que la principal educación religiosa de los misioneros de tiempo completo en la Iglesia hoy se encuentra en las clases de seminario que se imparten por todo el mundo, ya sea en las clases de tiempo libre, en las clases matutinas o en los cursos en el hogar. Cuando comprendí eso, me hizo reflexionar. Me encontré expresando los sentimientos de “Me gustaría haber” que escuché tan frecuentemente de mis misioneros. Me gustaría haber enseñado a mis alumnos de seminario más específicamente y más eficazmente las cosas que les hubieran permitido llegar a ser mejores misioneros. Me gustaría haber visto más claramente que cada uno de mis estudiantes en la clase no era solamente un futuro misionero de tiempo completo, sino que ya era un misionero y lo sería durante el resto de su vida.

Al ser relevado como presidente de misión, regresé a mis responsabilidades de enseñanza en BYU. Aunque los cursos que enseño son los mismos que enseñé antes de la misión, ahora soy diferente. Con la nueva visión que adquirí en la experiencia misional, vi muchas cosas de diferente manera. Por ejemplo, los libros canónicos son los mismos, pero lo que veo en ellos es distinto. Los estudiantes que se sientan en mis clases se ven muy parecidos a los de hace cuatro años (con la diferencia de que se ven más jóvenes que antes), pero ahora los veo bajo una nueva luz. Al imaginarlos usando gafetes negros con sus nombres, con camisas blancas y corbatas, o que se enfrentan a oportunidades misionales en la forma de preguntas o desafíos (que sin duda tendrán) vienen dos preguntas a mi mente: (1) Si este joven o señorita sentado delante de mí fuera llamado a servir en mi misión, ¿qué me gustaría que supiera? (2) ¿Cómo pueden mis enseñanzas ayudarles a “ser testigos de Dios en todo tiempo, y en todas las cosas y en todo lugar” con más confianza, capacidad y convicción? (Mosíah 18:9). Mi mente vuela cuando pienso en todas las cosas que quisiera que supieran y en los atributos que desearía que tuvieran. Pero, para mí, parece que todo se reduce a tres cosas principales que quiero que mis estudiantes —todos mis estudiantes, ya sea que se estén preparando para cumplir misiones de tiempo completo o solamente estén tratando de ser buenos miembros misioneros— sepan. Ahora, de manera más urgente y más ferviente que antes en mi carrera como educador de religión, quiero que mis estudiantes sepan: (1) la veracidad del evangelio, (2) las doctrinas del evangelio y (3) cómo compartir el evangelio.

Saber que el evangelio es verdadero

El Presidente James E. Faust les aconsejó a los misioneros: “Tu propio testimonio personal es la flecha más aguda que llevas en tu aljaba.” [4] Por eso, toda nuestra enseñanza debe estar encaminada hacia ese fin. “Comenzar con el fin en mente” es un refrán conocido que es de particular importancia, aún vital, para los educadores de religión. Una de las técnicas misionales que constantemente les repetíamos a los misioneros era la que llamábamos “enseñar a comprometerse”. Eso quiere decir que todo lo que enseñemos —toda doctrina y todo principio— debe llevar a extender a todos los investigadores el desafío de convertirse en “hacedores de la palabra, y no tan solamente oidores” (Santiago 1:22). Cada principio que se enseña tiene un resultado o una acción que deseamos que aquellos a quienes enseñamos hagan y experimenten en sus vidas. No es suficiente que los misioneros enseñen acerca de las verdades del evangelio. De hecho, si eso es todo lo que hacen, han perdido (o nunca tuvieron) la visión de lo que el Señor les llamó a hacer. Los misioneros eficaces quieren que aquellos a quienes enseñen sepan y vivan esas verdades y experimenten las bendiciones que siempre vienen cuando lo hacen. Al enseñar la Apostasía y la Restauración, los misioneros invitarán a los investigadores a leer el relato de José Smith acerca de la Primera Visión, o la introducción del Libro de Mormón y algunos pasajes selectos, y que mediten acerca de eso y que oren específicamente para obtener un testimonio de la veracidad de esos acontecimientos. Les enseñan específicamente lo que significa obtener un testimonio, cómo lo pueden obtener y por qué ese testimonio cambiará sus vidas para siempre. Deber ser exactamente igual para los educadores de religión. Es cierto que no necesitamos enseñar a comprometerse de la misma forma que lo hacen los misioneros al extender la invitación a la acción cada vez que se enseña un concepto; sin embargo, podemos “enseñar para la conversión” en cada lección, cada comentario y cada tarea. ¿Cómo podemos enseñar para la conversión de manera más eficaz? No tengo todas las respuestas, pero hay algunas cosas que aprendí como presidente de misión y que he tratado de aplicar a mis enseñanzas como educador de religión.

Lo importante versus lo interesante

Si ustedes son como yo, entonces tienen mucho más material para la lección que tiempo de clase para enseñarlo adecuadamente. Como resultado, todos tenemos que tomar decisiones difíciles—ojalá que con buen juicio e inspiración—con respecto a qué será lo más importante enseñar y comentar durante la clase. Mi deseo de enseñar para la conversión hace que frecuentemente me pregunte: “¿Esto fortalecerá el testimonio?” y “¿Ayudará esto a la conversión?”

Algunas veces mis misioneros se quejaban de que algún miembro con quien estaban enseñando a investigadores empezaba a enseñar cosas periféricas tales como la poligamia, la madre en el cielo, las evidencias arqueológicas del Libro de Mormón, el llegar a ser como Dios, “las simientes eternas” o cualquiera otra cosa que al miembro le parecía fascinante. Pudieron haber sido interesantes (y ésa no siempre es una buena descripción) pero muy rara vez, si acaso, fueron útiles. Nunca supe de alguien que se hubiera convertido por tales comentarios. En vez de recibir convicción, usualmente, el investigador recibió confusión.

Por molesto que haya sido eso para mí como presidente de misión, tristemente debo admitir que quizás he sido culpable de algo parecido en mi enseñanza. Algunas veces quizás me enfoqué más en los hechos que en la fe, más en demostrar cuánto conocimiento tengo que en asegurarme de que los estudiantes sepan las cosas correctas, las cosas que traen salvación. El élder Neal A. Maxwell declaró: “No todo el conocimiento tiene la misma importancia. ¡No hay democracia en los hechos! No todos son de la misma importancia […] Algo puede estar basado en los hechos pero no ser importante […] Por ejemplo, hoy estoy usando un traje color azul. Eso es verdad pero no es importante […] Al rozar la verdad, sentimos que tiene una jerarquía de importancia […] Algunas verdades son de importancia salvadora, y otras no.” [5] Quizá en mis clases de seminario o instituto o en mis clases de religión en BYU puse más énfasis en el interés de los estudiantes que en la conversión de los estudiantes. Creo que ahora entiendo mejor lo que quiso decir el élder William R. Bradford cuando dijo: “Existen cosas interesantes [...] pero hay otras que son realmente importantes.” [6] Ninguno de nosotros tiene el tiempo suficiente para enseñar todo lo que sabemos, lo que personalmente nos parezca fascinante o lo que haría que el estudiante de seminario matutino que se sienta en la última fila porque se está durmiendo se mantenga al borde de su asiento. Sin embargo, lo qué sí podemos hacer es luchar más para asegurarnos de que lo interesante nunca arrolle o confunda a lo importante e imperativo.

No suponga que ellos saben

El suponer con frecuencia nos mete en problemas. Probablemente todos hemos tenido alguna experiencia en la cual lo que suponíamos que era de una forma no lo fue. Como presidente de misión, me di cuenta muy pronto que no podía suponer que todos los misioneros que llegaban a la misión eran dignos de estar allí. De vez en cuando había sorpresas tristes. Era esencial que entrevistara cuidadosamente a cada misionero, no solamente cuando llegaban, sino con frecuencia de allí en adelante. De igual manera, aprendí que no debía suponer que todos los misioneros poseían testimonios ardientes del evangelio, ya fuera al tiempo de su llegada o al fin de sus misiones. De vez en cuando me sorprendí al saber que el élder o la hermana que dio un testimonio poderoso en el primer día de su misión después dudó de su testimonio cuando les hicieron preguntas difíciles, tuvo desafíos o sufrió persecución. Aprendí que, al igual que con los investigadores, no se puede suponer que los misioneros saben lo que es un testimonio, lo que deben hacer para obtenerlo (y retenerlo) o cómo pueden saber que realmente saben. Éstos son conceptos básicos, pero con frecuencia se dan por hecho. Se les debe enseñar, enseñar y volver a enseñar porque los misioneros, al igual que los investigadores, necesitan obtener y retener sus testimonios todos los días al tener nuevos desafíos, nuevas preguntas y nuevas circunstancias.

De manera similar, no podemos suponer que nuestros estudiantes —ya sea que tengan catorce años de edad o cuarenta— tengan un testimonio del evangelio. Y tampoco debemos suponer que todos saben cómo adquirir un testimonio o que sabrán cuando lo tengan. De igual modo, no podemos suponer que el tener un testimonio general (del tipo de “amo el evangelio”) es igual que un testimonio específico, un testimonio inequívoco por el poder del Espíritu Santo acerca de la veracidad de una doctrina específica tal como el poder limpiador y transformador de la Expiación de Jesucristo, la Primera Visión de José Smith, la restauración del sacerdocio, la veracidad del Libro de Mormón, la Iglesia como “la única iglesia verdadera y viviente sobre la faz de toda la tierra” (DyC 1:30) y el hecho de que en realidad somos guiados por profetas y apóstoles vivientes. Los investigadores que mejor progresaron hacia el bautismo y los nuevos conversos que se retuvieron y progresaron hacia el templo fueron los que oraron a fin de recibir testimonios específicos y los recibieron. De esta forma, continuamente son “nutridos por la buena palabra de Dios” (Moroni 6:4; véase también Juan 8:31). Y así será con nuestros estudiantes y con todos nosotros. Los testimonios específicos que repetidamente se adquieren por el poder del Espíritu Santo conducen a la capacidad de perseverar. El Presidente Harold B. Lee enseñó: “El testimonio no es algo que tienes hoy y que lo vas a tener siempre. Un testimonio es frágil. Es tan difícil de sujetar como un rayo de luna. Es algo que debes recapturar todos los días de tu vida.” [7]

Así como los misioneros siempre invitan a los investigadores a que lleguen a saber por sí mismos la verdad respecto a las cosas específicas que estudian y aprenden, nosotros no debemos ser negligentes para hacer lo mismo con nuestros estudiantes. No debemos suponer que ellos lo harán. En la conferencia general de abril de 2008, el élder Dallin H. Oaks nos dio una poderosa instrucción con respecto a los testimonios. Él no nos enseño solamente lo que es un testimonio y cómo se obtiene, sino que también nos enseñó cómo podemos compartir nuestro testimonio con los demás. Al escuchar sus palabras, tuve la impresión de que yo, como instructor de religión, necesito revisar esa instrucción con mis estudiantes cada semestre y comentar la forma en que se aplica a las doctrinas y principios que estudiaremos en el curso. Ésta es una manera por la cual me puedo asegurar que no estoy simplemente suponiendo cosas que pueden no ser ciertas. También es la manera por medio de la cual ayudo a los futuros misioneros a llenar sus aljabas espirituales con las flechas más agudas.

Saber las doctrinas del evangelio

Como maestros del evangelio, conocemos muy bien la declaración del Presidente Boyd K. Packer con respecto al poder de la doctrina pura. Él nos enseñó: “La verdadera doctrina, si se entiende, cambia las actitudes y la conducta. El estudio de las doctrinas del evangelio mejorará la conducta más rápido que un mero estudio de la conducta.” [8] Personalmente he leído y usado esa declaración veintenas de veces en mi enseñanza. Creí que la conocía y creía en ella. Sin embargo, fue al servir como presidente de misión que observé y experimenté, de manera dramática, el poder transformador de la doctrina. Conocer, enseñar y vivir las doctrinas fundamentales del evangelio restaurado transformaron a la misión, a los misioneros, a los miembros y a los investigadores. Experimentamos en nuestra misión algo semejante a lo que Alma describió con respecto a sus esfuerzos misionales y de reactivación entre los zoramitas: “Y como la predicación de la palabra [o sea, enseñar la doctrina] tenía gran propensión a impulsar a la gente a hacer lo que era justo —sí, había surtido un efecto más potente en la mente del pueblo que la espada, o cualquier otra cosa que les había acontecido— por tanto, Alma consideró prudente que pusieran a prueba la virtud de la palabra de Dios” (Alma 31:5). Verdaderamente, la doctrina cambió la conducta y las actitudes dentro de nuestra misión. La virtud de la palabra de Dios guió a nuestros misioneros poderosamente “a hacer lo que es justo”, lo que resultó en una espiritualidad fortalecida; mejoró la obediencia, aumentó nuestra ética de trabajo y nuestra enseñanza del evangelio llegó a ser más persuasiva.

Uno de los cambios más significativos que resultaron de la declaración acerca de la obra misional y la publicación subsecuente de Predicad Mi Evangelio fue la eliminación de las charlas memorizadas. La Primera Presidencia y el Quórum de los Doce Apóstoles declararon: “Nuestro propósito es enseñar el mensaje del evangelio restaurado en forma tal que permita que el Espíritu dirija tanto a los misioneros como a quienes se enseña”. A los misioneros se les instruyó para que “no den una recitación memorizada, sino a hablar desde su corazón [...] por [su] convicción y en [sus] propias palabras.” [9] Para predicar en sus propias palabras, del corazón de su convicción y por el poder del Espíritu, a los misioneros se les enseña en Predicad Mi Evangelio a que adquieran “un conocimiento profundo de la doctrina.” [10] Para ayudarles a lograr ese objetivo, Predicad Mi Evangelio brinda una valiosa instrucción para los misioneros y los miembros por igual sobre “las doctrinas, los principios y los mandamientos esenciales que usted debe estudiar, creer, amar, vivir y enseñar.” [11]

Es imperativo conocer la doctrina—al derecho y al revés, a lo largo y ancho—para llegar a ser “la más grandiosa generación de misioneros”. Elevar el nivel requiere que los futuros misioneros tengan un mayor conocimiento del evangelio. El Señor prometió que el Espíritu nos dará “en la hora precisa” lo que debemos enseñar, pero solamente si “atesora[mos] constantemente en [nuestras] mentes las palabras de vida” (DyC 84:85). Los misioneros enseñan eficazmente por el Espíritu solamente hasta después de que han atesorado el conocimiento de las doctrinas del reino. Eso coloca una mayor responsabilidad sobre los hombros de todos los educadores de religión a fin de que, de igual manera, elevemos el nivel de nuestra enseñanza de la doctrina. Probablemente todos podemos pensar de diversas maneras en que podemos lograrlo. Yo sé que hay muchas áreas en las cuales necesito mejorar, pero mi experiencia con Predicad Mi Evangelio al entrenar a los misioneros de tiempo completo así como a los miembros misioneros ha hecho que me enfoque en dos formas específicas en las que puedo ayudar mejor a mis estudiantes para que atesoren la doctrina.

Conectar los puntos

Durante los primeros días en la misión asistí a varias reuniones de distrito en las cuales observé a los misioneros enseñándose las lecciones unos a otros. Varias de las cosas que escuché fueron muy impresionantes y alentadoras, pero también hubo muchas cosas que me desanimaron. Una de las deficiencias más comunes que observé era el que los élderes y las hermanas podían recitar los principios básicos de las charlas misionales, pero les faltaba la profundidad de entendimiento para explicar adecuadamente esos principios o para contestar las preguntas que les hicieran acerca de ellos. Parecía como si los misioneros les dieran a los investigadores mil piezas de un rompecabezas, pero sin ayudarles a entender la forma en que se juntan para formar un paisaje hermoso. Comprendí que estos misioneros no eran diferentes a nuestros estudiantes (y quizás a un gran segmento de la membresía general de la Iglesia). Es muy común que llenemos nuestra mochila de conocimiento doctrinal con muchos fragmentos—datos, referencias en las escrituras, relatos inspiradores, enseñanzas básicas, citas—de cosas que hemos oído en las clases o en los quórums a lo largo de los años. Lo que casi no se encuentra (al menos entre los misioneros con quienes serví) es la habilidad para “conectar los puntos”. ¿Se acuerdan que cuando éramos niños hacíamos dibujos conectando los puntos numerados? Los puntos por sí mismos no revelaban mucho. Sin embargo, al unirlos, surgía un dibujo agradable. Funciona de la misma manera con los principios del evangelio. Los misioneros no les ayudan a los investigadores si solamente les enseñan los puntos, es decir, las doctrinas separadas, aisladas y sin conexión. El verdadero conocimiento y la conversión verdadera vienen cuando se conectan los puntos y pueden apreciar todo el dibujo, la vista panorámica del gran plan de felicidad. Predicad Mi Evangelio ayuda a los misioneros a ver esas conexiones —la relación entre los principios y ordenanzas del evangelio y la forma en que encajan— del plan general del evangelio. Además de enseñar en qué creemos, nos da la razón del por qué lo creemos. Por ejemplo, podemos enseñar qué fue la Restauración, pero para entender el por qué fue necesaria hay que conectarla a la Gran Apostasía.

Otro ejemplo ilustrativo sería el enseñar los primeros principios y ordenanzas del evangelio. Es mucho lo que se puede enseñar acerca de los qué de la fe, el arrepentimiento, el bautismo y el don del Espíritu Santo. Pero el poder real de estas doctrinas—el poder que convierte—se encuentra en la relación entre unas y otras y su conexión total a la Expiación de Jesucristo. Ustedes no pueden comprender el arrepentimiento sin conectarlo a la fe. Es interesante que Amulek haya demostrado este método de enseñanza cuando nos enseñó acerca de la “fe para arrepentimiento” y no solamente la fe y el arrepentimiento como doctrinas separadas. (Alma 34:15; véase también los versículos 16 y 17). El modelo de la enseñanza del evangelio de los misioneros a los investigadores (y a otras personas) que se encuentra en Predicad Mi Evangelio puede, de igual manera, mejorar nuestra enseñanza como educadores de religión y ayudar así a los estudiantes para que conecten los puntos doctrinales.

En nuestra misión, la instrucción doctrinal tomaba una gran parte de las conferencias de zona. Usando las doctrinas que se enseñan en las lecciones misionales (que se encuentran en el capítulo 3 de Predicad Mi Evangelio), mi esposa y yo intentamos ayudar a los misioneros a que entendieran mejor no solamente las diferentes dimensiones de una doctrina específica sino también cómo esa doctrina se interconecta con otras y cómo lleva lógicamente hacia las otras doctrinas que enseñamos. Fue algo muy emocionante y gratificante observar las reacciones de nuestros misioneros. Se les prendieron las luces casi como si fuera la primera vez que lo hacían. Cuando los misioneros conectan los puntos, se fortalecen sus testimonios, se profundiza su conocimiento del evangelio y mejora su capacidad para enseñar a los demás con claridad y convicción. Debido a estas experiencias, ahora comprendo mejor que nunca que ayudar a los futuros misioneros a ver el panorama completo del plan de salvación y conectar los puntos de las doctrinas del evangelio les permitirá ser mejores misioneros de tiempo completo y bendecirá sus vidas para siempre.

Enseñarles cómo estudiar el evangelio

Prácticamente todos los misioneros con quienes servimos habían leído el Libro de Mormón antes de venir a la misión, y algunos de ellos lo habían leído más de una vez. Casi nunca dejaban de leer las escrituras; era un hábito que empezó en el seminario. Esta es una buena noticia, pero el otro lado de ella no es tan bueno. Una de las deficiencias más comunes que observé entre nuestros misioneros era la falta de técnicas para el estudio del evangelio y de las escrituras. Para la mayoría, el estudio del evangelio consistía en leer las escrituras y los libros de la Iglesia aprobados. En los años previos a su misión, hubo un énfasis considerable en la lectura diaria de las escrituras y terminar uno de los libros canónicos, pero muy poca instrucción sobre las formas de estudiar las doctrinas del evangelio profunda y eficazmente. Muchos, si no la mayoría, de nuestros misioneros dominaban algunos pasajes de las escrituras, y con frecuencia habían memorizado algunos de esos pasajes. Pero aún así, no podían explicar adecuadamente los pasajes que habían memorizado y muy rara vez entendían el contexto de esos pasajes en las escrituras.

Siendo que la mayoría de nuestros misioneros nunca habían hecho un estudio por temas o por doctrinas de alguno de los libros canónicos, les presenté un proyecto que resultó ser extraordinariamente exitoso, pues no solamente les ayudó a aprender cómo estudiar las escrituras al buscar doctrinas específicas, sino que también aumentó su conocimiento de los principios del evangelio (especialmente las doctrinas que se enseñan en las lecciones misionales) y fortaleció su espiritualidad y su testimonio personal. A cada misionero le entregué un Libro de Mormón nuevo y lápices de cuatro colores diferentes. Cada color representaba una de las lecciones misionales. Su asignación consistió en leer cuidadosamente el capítulo tres de Predicad Mi Evangelio y preparar una lista de las principales doctrinas que se enseñan en cada lección. De la lista de doctrinas que habían preparado, entonces leyeron el Libro de Mormón todos los días durante su estudio personal y buscaron los principios específicos que se enseñan en las lecciones misionales y marcaron esos pasajes con el color correspondiente. Se asombraron con lo que encontraron y por la claridad con que el Libro de Mormón enseña esos principios. Aumentó dramáticamente su reserva de escrituras para enseñar las lecciones misionales. Muy pronto estaban haciendo referencias cruzadas, escribiendo anotaciones en el margen e intercambiando opiniones y aplicaciones. Para mí fue muy emocionante y gratificador ver el entusiasmo al estudiar las escrituras Ese entusiasmo, así como lo que estaban aprendiendo, se hizo evidente en lo que enseñaban. Su amor por el estudio del evangelio afectó igualmente su amor por la obra.

En un seminario de área para presidentes de misión, a la hora del almuerzo me tocó sentarme a la misma mesa con el élder Ballard y varios presidentes de misión con mucha más experiencia que yo. Como sabía mi profesión, que yo era un instructor de religión, el élder Ballard me preguntó cómo es que había adquirido mi conocimiento de las escrituras y de las doctrinas del evangelio. Expliqué que casi todo lo que sabía era el resultado de preparar los bosquejos de las lecciones que enseñaría. Afortunadamente, ése era el punto que el élder Ballard quería enfatizar. El conocimiento doctrinal profundo—el tipo de conocimiento que se requiere para poder enseñar a otros—muy rara vez, si acaso, viene por leer solamente. El élder Ballard declaró: “Ahora, necesitan lograr que sus misioneros hagan lo mismo”. Él nos estaba enseñando que los misioneros aumentan su conocimiento del evangelio al preparar bosquejos para la enseñanza de las personas a las que están enseñando. Entendí entonces que los misioneros (y de hecho, todos nosotros) necesitamos estudiar en preparación para enseñar y no tan solamente leer las escrituras. Afortunadamente, no tuve que inventar ideas o programas para facilitarlo. Predicad Mi Evangelio tiene las mejores ideas y es el mejor programa de estudio del evangelio que tienen los misioneros.

Predicad Mi Evangelio contiene la mejor instrucción acerca del estudio eficaz del evangelio que la Iglesia haya publicado. Aunque está dirigido primordialmente para los misioneros, las sugerencias que se encuentran en el capítulo 2 bendecirán a cualquiera que estudia las escrituras, incluyendo a los educadores de religión. Al elevar el nivel de nuestros esfuerzos de enseñanza, podemos usar con nuestros estudiantes los principios que se enseñan, las referencias de las escrituras que se deben estudiar y las actividades de aprendizaje que se encuentran en Predicad Mi Evangelio (en particular las ideas para el estudio y las sugerencias de las páginas 22–24).

Si modelamos en nuestra enseñanza las técnicas eficaces de estudio, les permitirá a nuestros estudiantes aprender por medio de la observación y la práctica personal, y no tan solamente al escucharnos hablar de esos principios. Todos los días en mis clases, trato de utilizar las sugerencias de Predicad Mi Evangelio y espero que mis estudiantes hagan lo mismo. Algunas de las prácticas que más se prestan como modelo para los estudiantes y que podemos usar más frecuentemente en los comentarios en el salón de clases podrían incluir:

  • Pregúntese: ¿Qué es lo que está diciendo el autor? ¿Cuál es el tema central? ¿Cómo se aplica esto a mí?

  • Anote en su diario de estudio las preguntas que tenga, y use las escrituras, las palabras de los profetas de los últimos días y otros recursos de estudio para encontrar las respuestas.

  • Escriba en el margen las referencias de las escrituras que aclaren los pasajes que está leyendo.

  • Trate de escribir la idea principal de un pasaje con sus propias palabras y en un solo enunciado (oración) o párrafo pequeño.

  • Busque las palabras clave y asegúrese de entender su significado. Use las notas al pié de página, La Guía para el Estudio de las Escrituras o algún otro diccionario para encontrar las definiciones de palabras o frases poco conocidas. Revise las frases o palabras de alrededor para obtener pistas del significado de las palabras clave.

  • Busque las palabras conectoras y las relaciones entre las palabras y las frases clave. Encierre en círculo las palabras clave y trace líneas para eslabonar las palabras que se relacionen.

  • Evite marcar las escrituras en exceso. Se pierde el beneficio si usted no puede entender sus propias marcas debido a que hay demasiadas notas, líneas y colores. Subraye solamente una pocas palabras clave para hacer resaltar el versículo, la sección o el capítulo.

  • Use Fieles A la Fe y la Guía para el Estudio de las Escrituras al estudiar los temas y las doctrinas específicas.

  • Use las lecciones misionales, las escrituras que las apoyan, Predicad Mi Evangelio y las actividades de estudio personal que le acompañan para dirigir su estudio. [12]

Elevar el nivel del conocimiento de las doctrinas del evangelio es vital para los misioneros hoy en día al enseñar en sus propias palabras por el Espíritu. Cuanto más conozcan el evangelio, más confiados y poderosos los hará como maestros. Lo mismo pasa con nuestros estudiantes. Cuanto más pongamos a prueba la virtud de la palabra de Dios al enseñar la doctrina —al ayudarles a conectar los puntos y que sepan como estudiar más eficazmente—mayor será su confianza al compartir el evangelio con sus amigos, parientes y otras personas que encontrarán a lo largo de sus vidas. Aprender, amar y vivir la doctrina de Cristo nos hace mejores misioneros, pero lo más importante, según lo explicó el Presidente Packer, es que cambia nuestras actitudes y conducta y de esa manera profundiza nuestro discipulado. Por eso mismo no debemos conformarnos con que nuestros estudiantes pasen por las escrituras. Debemos hacer que las escrituras y las doctrinas del evangelio pasen de manera profunda por sus mentes y corazones y estén siempre listas en la punta de sus lenguas. El élder Maxwell lo observó muy inteligentemente: “Nosotros poseemos otra vez esas valiosas verdades y debemos estar impregnadas de ellas.” [13]

Saber cómo compartir el evangelio

Al entrevistar a un misionero que tenía algunos problemas y que quería regresar a su casa, escuché un comentario interesante pero a la vez perturbador. El misionero dijo: “Siempre quise salir a una misión. Pero no supe que tendría que hablar del evangelio con tanta gente”. Desafortunadamente, ése no fue el único misionero que expresó sentimientos parecidos. Hubo más que unos cuantos. Otro misionero dijo: “Creo que sería mucho mejor misionero si no tuviera que hablar con tanta gente”. ¿Qué, qué? Al hallarme perplejo por este orden de ideas, creo que entendí la razón por la que dijeron esas cosas. Ellos desearon ser misioneros. Se prepararon al ahorrar el dinero, se mantuvieron dignos y estudiaron las escrituras. Sin embargo, lo que no hicieron fue hablar con la gente (especialmente con los que no son de nuestra fe) acerca del evangelio. Se habían preparado pero no tuvieron realmente la oportunidad de practicar lo que hacen los misioneros. Tener el deseo de ser misionero y hablar de eso es la parte fácil. Sin embargo, hacerlo es la parte difícil. Si ustedes no aceptan esta idea, hablen con casi cualquiera de los miembros respecto de sus esfuerzos como miembro misionero. Parte de la muy común condición que yo llamo la “parálisis del miembro misionero” emana de no saber cómo compartir el evangelio con otros y de la falta de capacidad para reconocer las abundantes oportunidades misionales a nuestro alrededor.

El élder David A. Bednar enseñó: “Lo más importante que pueden hacer para prepararse para el llamamiento de servir es llegar a ser misionero antes de ir a la misión […] Ustedes no se transformarán de manera repentina o mágica en misioneros preparados y obedientes el día que entren por las puertas del Centro de Capacitación Misional […] Es por eso por lo que uno de los elementos clave al elevar el nivel de la preparación consiste en esforzarse para llegar a ser misioneros antes de ir a la misión.” [14] No fue una sorpresa para mí, como presidente de misión, que los jóvenes y señoritas que habían tenido experiencia al hablar del evangelio con sus amigos no miembros o con miembros de su familia tuvieran mucha más confianza en el campo misional. Muchos venían de lugares donde había muy pocos SUD en sus escuelas y vecindarios. Pero otros venían de comunidades predominantemente SUD. Al verlos, era aparente que para ellos el ser misionero—tener la experiencia de compartir el evangelio con otras personas—no era tanto un asunto de geografía, sino de un amor profundo por el evangelio, el reconocimiento de sus frutos en la vida de ellos y la disposición de compartir sus sentimientos personales acerca de esas cosas. Estas cosas pueden y deben existir en las vidas de nuestros estudiantes en cualquier parte en que residan; ya sea que ellos sean los únicos SUD en su escuela, o si haya muchos SUD. ¿Qué podemos hacer como educadores de religión para fomentar esos sentimientos y darles a los futuros misioneros mejores técnicas para enseñar acerca de sus creencias y compartir sus testimonios del evangelio?

“Enseñaos el uno al otro la doctrina del reino”

Las conferencias de Zona, las reuniones de distrito y el estudio con compañero en el campo misional están llenos de oportunidades en las cuales los misioneros se enseñan el uno al otro y luego practican las técnicas importantes. Aunque no comparo nuestros seminarios o institutos ni nuestras clases de religión con las conferencias de zona, sí encuentro alguna semejanza. Desde que regresé de la misión, he comprendido que puedo involucrar más a mis estudiantes en enseñarse mutuamente las doctrinas del reino de acuerdo a lo que mandó el Señor en DyC 88:77. Hay muchas maneras por las cuales podemos hacerlo. Podría ser que pidamos a nuestros estudiantes a que enseñen partes de la lección, que hagan grupos pequeños, que representen a personajes o que den respuestas individuales a la pregunta “¿Cómo explicaría eso a alguien que no es de nuestra fe?” Existe la tentación de ser quien dé toda la información en vez de ser el director del aprendizaje. Sin duda, aprendemos más cuando tenemos que enseñar a otros. Como resultado, nuestros estudiantes—los futuros misioneros y los futuros padres y madres en “hogares que compartan el evangelio” [15]—estarán mejor preparados para compartir su testimonio y comentar sus creencias si no se sientan en nuestras clases nada más para aprender en vez de compartir con los demás lo que han aprendido.

Con mucha frecuencia, pensaba que tenía buena participación en las clases si lograba que los estudiantes leyeran unas cuantas escrituras o contestaran algunas preguntas superficiales que no requerían una respuesta meditada. Ahora, a medida que más conscientemente intento que mis estudiantes se enseñen el uno al otro, trato de imaginarme situaciones de la vida real en las que los misioneros y los miembros misioneros se encuentran constantemente y que requieren explicaciones claras, concisas y convincentes. Por ejemplo, les presento este desafío a mis estudiantes: “Hábleme del Libro de Mormón—qué es, cómo lo obtuvimos y sus sentimientos concerniente a él—en dos minutos”. Hay muchas formas por las cuales podemos hacer que nuestros estudiantes se enseñen el uno al otro y traten los desafíos misionales reales. Usualmente, mis estudiantes tienen situaciones más relevantes, que incluyen preguntas que les han hecho o desafíos a nuestras creencias que han enfrentado. A menudo esos son momentos grandiosos de enseñanza y de preparación misional. Asimismo, al enseñar un bloque de escritura en lugar de pedir que un estudiante lea, les pido a mis estudiantes que vean el contexto del pasaje y que luego expliquen en sus propias palabras qué es lo que se está enseñando. De igual forma, cuando hemos comentado conceptos doctrinales, invito a mis estudiantes a que resuman (por lo general en un minuto o menos) lo que hemos comentado y que lo hagan en forma tal que alguien que no haya estado en toda la clase entienda la doctrina. El poder sintetizar y resumir, tanto verbalmente como por escrito, es vital para adquirir un mayor conocimiento de la doctrina y es muy valioso al compartir el evangelio con los demás.

Hace algunos años, mientras servía en una presidencia de estaca, el presidente de estaca hizo una asignación al consejo de estaca y a los obispados. Debíamos escribir un resumen de todo el plan de salvación que se pudiera leer en menos de dos minutos. De allí en adelante, durante muchos meses, en las reuniones leímos a los demás nuestros cortos resúmenes del plan.

Fue difícil hacerlo pero muy iluminante. Aprendí mucho de las ideas de los demás. Quizá ustedes deberían intentarlo. Este tipo de síntesis doctrinal escrita se puede aplicar en una gran variedad de principios del evangelio. Un colega mío dijo una vez: “No sabes en realidad en qué crees sino hasta que tienes que escribirlo tan claramente de manera que nadie lo malentienda”. Ése es por qué a los misioneros se les instruye para que preparen planes o bosquejos de las lecciones cada vez que las enseñen. Como educadores de religión, hacemos la misma cosa. Probablemente debamos permitir que nuestros estudiantes hagan lo mismo. Mientras más oportunidades les demos para aprender a enseñar y hablar del evangelio de manera clara y concisa, mejor preparados y confiados estarán para compartir el evangelio con los demás.

“Ser testigos de Dios en todo tiempo”

Pese a lo mucho que disfruto la obra misional y el preparar a futuros misioneros, me siento incómodo al darles a mis estudiantes asignaciones para que compartan el evangelio con sus amigos de otras religiones. Para mí, la obra misional no es un proyecto. Espero que mis estudiantes estén orando para tener experiencias misionales. Espero que los que se están preparando para servir una misión de tiempo completo vayan con los misioneros a las citas para enseñar según lo hayan aprobado los líderes locales. Como educador de religión, no puedo controlar esa parte. Sin embargo, lo que sí puedo hacer es mantener al frente de mi enseñanza las bendiciones tan grandes que tenemos por motivo del evangelio restaurado, por el privilegio de ser miembros misioneros de la Iglesia y por las responsabilidades derivadas del convenio que hicimos cuando nos bautizamos. Les puedo enseñar que en cada libro de escrituras se nos recuerda que por nuestros esfuerzos como la descendencia de Abraham “serán bendecidas todas las familias de la tierra, sí, con las bendiciones del evangelio, que son las bendiciones de salvación, sí, de vida eterna” (Abraham 2:11). Puedo enseñar y testificar que la obra misional está relacionada directamente a la Expiación de Cristo. Mientras más siento el amor del Salvador en mi vida, mayor es mi deseo de ser testigo del Señor y compartir con quienes me rodean lo que Él ha hecho por mí. De hecho, compartir el evangelio con los demás es una manifestación de nuestro amor hacia el Salvador y de nuestra gratitud por Su sacrificio a nuestro favor. El Presidente Howard W. Hunter declaró: “Cada vez que experimentamos las bendiciones de la Expiación en nuestra vida, nos impulsa a sentir preocupación por el bienestar de los demás […] Un gran indicador de nuestra conversión personal es el deseo que tengamos de compartir el Evangelio con los demás.” [16] Mientras más ayudemos a nuestros estudiantes a entender quiénes son y lo que la Expiación ha hecho por ellos, y el por qué el Señor espera que compartan el evangelio con los demás, más claro se hace el cómo de la obra misional. El Presidente Henry B. Eyring enseñó:

He reflexionado detenidamente y con oración en algunos hermanos que son notablemente fieles, y eficaces testigos del Salvador y de Su Iglesia. Sus ejemplos son inspiradores […] No hay un modelo exclusivo en lo que hacen, ni tampoco hay una técnica común […] Cada uno ha recibido una respuesta diferente, adecuada en particular para él y para las personas que conozca. Pero todos ellos comparten algo en común: Entienden por qué están aquí en la tierra y hacen lo que han sido inspirados a hacer debido a ese conocimiento. Para hacer lo que hemos de hacer, tendremos que volvernos como ellos en al menos dos aspectos: Primero, ellos saben que son los amados hijos de un amoroso Padre Celestial. Por eso, acuden a Él espontáneamente y a menudo en oración, y esperan recibir su orientación personal. Obedecen con mansedumbre y humildad, como los hijos de un Padre perfecto. Él está cerca de ellos.

Segundo, son agradecidos discípulos del Cristo resucitado. Saben por sí mismos que la Expiación es auténtica y necesaria para todos. Saben que han quedado limpios por medio del bautismo efectuado por los que tienen autoridad para ello y por haber recibido el Espíritu Santo…

Los que hablan con soltura y a menudo del evangelio restaurado valoran lo que éste ha significado para ellos y piensan con frecuencia en esa gran bendición. El recuerdo de la dádiva que han recibido les infunde el deseo de que otras personas la reciban. Han sentido el amor del Salvador. [17]

Conclusión

Ser un presidente de misión fue para mí la cosa más intensa, más ocupada, más exigente, más difícil, más extenuante—tanto física como emocionalmente—y más gratificante, aparte de mi familia, que haya hecho en mi vida. ¡Qué privilegio fue el servir! No sé si hice algo bueno para los demás, pero sé que la misión me hizo bien. Soy diferente por ella y para siempre estaré agradecido por esa transformación. Con frecuencia se me pregunta: “¿Qué es lo que más extrañas de la misión?” Al igual que todo misionero que ha regresado, joven o viejo, tengo muchas cosas que extrañaré profundamente. (¡También hay muchas cosas que no extrañaré!). Extraño el contacto diario con los misioneros de tiempo completo: la enseñanza, la capacitación, el ánimo y la edificación. Extraño el ver los milagros que ocurrieron dentro de ellos y los milagros que efectuaron a su alrededor.

Al regresar a mi puesto de enseñanza en BYU, me decepcioné (debo admitirlo) porque no se me asignó a enseñar el curso de Religión 130, Compartir el Evangelio. Pero ahora comprendo que todo lo que enseñe—cualquier curso o cualquier concepto—es en realidad preparación para compartir el evangelio. Todos nuestros estudiantes—de hecho, todos nosotros—son parte de la “más grandiosa generación de misioneros en la historia de la Iglesia” que los profetas han visto en visión. Para que esa visión se cumpla, debemos ser la más grande generación de educadores de religión: preparadores de misioneros, fortalecedores de testimonios, fomentadores de los eruditos del evangelio, conectores de los puntos doctrinales y, sobre todo, edificadores de la fe. Hay mucho por hacer. Ésa es una responsabilidad seria y sagrada. Así que, como dirían con frecuencia mis misioneros: “Subamos. Hay que elevar el nivel”.

Notas

[1] M. Russell Ballard, Liahona noviembre de 2002, página 47.

[2] M. Russell Ballard, Liahona, noviembre de 2002, página 49; énfasis agregado

[3] M. Russell Ballard, Liahona , noviembre de 2002, página 47.

[4] James E. Faust, en Liahona, julio de 1996, pág. 45.

[5] Neal A. Maxwell, “The Inexhaustible Gospel” en 1991–1992 Speeches (Provo, UT: Brigham Young University), pág. 141.

[6] William R. Bradford, en Liahona enero 1988. Página 73.

[7] Harold B. Lee, en el artículo “President Harold B. Lee Directs Church: Led by the Spirit”, publicado en Church News, 15 de julio de 1972, página 4.

[8] Boyd K. Packer, en Conference Report, octubre de 1986, página 20.

[9] “Statement on Missionary Work”, Carta de la Primera Presidencia del 11 de diciembre de 2002.).

[10] Predicad Mi Evangelio (Salt Lake City: La Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días, 2004), página 21.

[11] Predicad Mi Evangelio, página 29.

[12] Estas sugerencias de estudio se han adaptado de Predicad Mi Evangelio, páginas 22–24.

[13] Neal A. Maxwell en Conference Report de abril de 1986, página 45; véase también Liahona julio de 1986, página 33.

[14] David A. Bednar, Liahona de noviembre de 2005 páginas 45 y 46.

[15] Véase M. Russell Ballard en Liahona de mayo de 2006, página 84.

[16] Howard W. Hunter, en “The Atonement and Missionary Work”, pronunciado en el seminario para nuevos presidentes de misión en junio de 1994, citado en Predicad Mi Evangelio, página 13.

[17] Henry B. Eyring, en Liahona, mayo de 2003, página 30.