Comprometiéndose

Kathy Kipp Clayton

Kathy Kipp Clayton, "Comprometiéndose," en Buscad Diligentemente​, ed. Richard Neitzel Holzapfel y Kent P. Jackson, trad. Nefi Treviño y Fernando Dealba (Provo, UT: Religious Studies Center, 2010), 261–67.

Kathy Kipp Clayton es miembro del consejo asesor del Centro de Estudios Religiosos.

No crecí teniendo el evangelio en mi hogar, pero debido a una maestra que tuve cuando era joven obtuve un testimonio personal acerca de la realidad del amor de mi Salvador. Mi maestra no vivía dentro de los límites de nuestro barrio, ni tampoco asistí jamás a ninguna de sus clases formales, pero a pesar de eso la reconozco como mi maestra. A mi maestra se le invitaba frecuentemente a discursar en la Iglesia, y ella me invitó a que fuera su ayuda visual. Después de que ella había instruido amplia y claramente a la congregación, me pedía que cantara “Yo sé que vive mi Señor” como ilustración de los principios que había enseñado. Me sentía halagada por la invitación, y cantaba con todo mi corazón para agradar y honrar a mi mentora, pero algo más sucedió durante ese proceso. Mientras cantaba las palabras del himno, lo supe; supe que lo que estaba cantando era verdad. Supe que Él en realidad vive y que “me ama para siempre Él”. Supe que en realidad Él era “mi amigo fiel.” [1] Lo supe. Mientras aplicaba mi voz a esa tarea y ofrecía lo mejor de mi talento juvenil, el cielo grabó en mi alma la realidad de las cosas que estaba cantando.

Durante una orientación para los nuevos estudiantes en BYU, una presentadora muy dinámica comenzó diciéndoles que había muchos mitos acerca de BYU. Les aseguró que muchos de esos mitos eran ciertos, incluyendo el que los estudiantes se comprometían mucho. “De hecho –continuó— he estado comprometida varias veces. Me pongo la meta de comprometerme cuando menos cinco veces por semestre”. Los nuevos estudiantes estaban asombrados y riéndose. Ella continuó: “Les sugiero que llamen a sus padres al fin del semestre, aunque sería mejor al terminar esta clase, y les digan que ya se comprometieron”. Ella no se estaba refiriendo al compromiso matrimonial, sino a que se dedicaran a estudiar. Mi servicio como ayuda visual no era tan importante para el éxito de la lección de mi maestra, pero comprometerse a aprender era esencial para lograr un cambio de corazón.

La meta de un compromiso auténtico por parte del estudiante se puede ilustrar con una lección acerca de una manzana. Una maestra que quisiera que sus alumnos aprendieran lo que es una manzana podría pararse frente a ellos y dar una presentación muy bien preparada en la que documentara todas las características de una manzana. Lo probable es que los alumnos saldrían de la clase con más información de la que tenían cuando llegaron. La maestra también podría llevar a la clase la fotografía de una manzana. Esos estudiantes sabrían aún más por haber participado visualmente en el tema. La maestra podría incrementar el alcance de la conexión sensorial si llevara una manzana a la clase a fin de que los estudiantes la vean, la huelan y la palpen. Pero mejor que todo, la maestra que espere dejar una impresión duradera en sus estudiantes podría llevar una manzana a la clase —quizás distintas variedades de manzanas— y ofrecerles probadas de todas ellas. Los estudiantes que participaran totalmente saldrían del salón de clases conociendo el tema personalmente porque se les invitó a que actuaran para que lo enseñado llegase a ser de ellos.

La investigación psicológica demuestra que la gente es más dada a basar sus pensamientos en su comportamiento que a basar su comportamiento en sus pensamientos. Dicho simplemente, si sonreímos, en verdad seremos más felices; si silbamos una melodía alegre, tendremos menos miedo; y si contamos nuestras bendiciones, sentiremos mayor gratitud. O como enseñó el Profeta José Smith, “La fe es un principio de acción.” [2] Recibimos un testimonio de la verdad y crecemos en la fe al vivir el evangelio. El aprendizaje y la conversión suceden mejor al practicar porque “el que quiera hacer la voluntad de Dios, conocerá si la doctrina es de Dios” (Juan 7:17). Yo canté “Yo sé que vive mi Señor”, y mientras cantaba esas estrofas, su veracidad se convirtió en mi propio testimonio. El mensaje llegó a ser mío mientras hacía algo al respecto. Esa acción le permitió al Espíritu la oportunidad de sellarlo en mi corazón y me ayudó a saberlo y recordarlo.

Una maestra muy concienzuda que permitió la participación de sus alumnos entendió la diferencia entre el impacto de un entorno pasivo y el de un ambiente activo en el salón de clases. Ella arregló sus salones de clases para que fueran talleres para los estudiantes en vez de salas para las disertaciones de la maestra. Para enseñarles a sus alumnos de once años acerca del sacerdocio, en vez de darles un sermón acerca de los deberes y de la importancia de la ordenación que pronto recibiría ese grupo de potenciales jóvenes inquietos, ella los llevó a la pila bautismal vacía y les pidió que entraran a ese promisorio lugar y que leyeran las escrituras que contienen el convenio bautismal. Juntos, recordaron los detalles de sus propios bautismos. De allí, el grupo participante se fue a la mesa sacramental, donde leyeron y comentaron las escrituras relativas al sacramento, incluyendo las oraciones sacramentales. Desfilaron hasta la oficina del obispo, en la que cada jovencito recibió una papeleta de donaciones y procedieron a llenarla. Comentaron juntos la importancia de esas donaciones y la forma en que usan para ayudar a los necesitados. Terminaron la actividad con dos misioneros que les relataron algunas de las experiencias espirituales que gozaban en su misión. Esos jovencitos de 11 años pudieron hacer preguntas y se les permitió inspeccionar las tarjetas de planificación diaria de los misioneros, el manual Predicad Mi Evangelio y los gafetes de identificación. Al final de esa clase participativa, esos jovencitos entendieron el sacerdocio de forma más profunda y personal debido a que estuvieron, y participaron de una forma activa y multisensorial, en los lugares y en las prácticas relacionadas con el sacerdocio.

Los juegos interactivos pueden ser formas eficaces y satisfactorias de involucrar a los estudiantes en el aprendizaje. El antiguo acrónimo de los niños exploradores, KISMIF [Sus siglas en inglés representan “Keep It Simple, Make It Fun”, que significa “Mantenlo simple, hazlo divertido”.], sigue siendo una guía valiosa. Los escritores John Newstrom y Edward Scanell en su obra The Big Book of Team Building Games sugieren que los juegos en el salón de clases son útiles para explicar claramente un punto; para elevar la moral del grupo; para fomentar la confianza entre los miembros del grupo al compartir sus ideas y buscar soluciones comunes; para promover la flexibilidad entre los estudiantes; y para reforzar los comportamientos adecuados tales como la cooperación, el escuchar y la creatividad. Los juegos son económicos, participativos y de bajo riesgo. Un maestro descubrió que un juego llamado “Bingo para conocerte” al principio de un curso de seminario matutino en un grupo formado por alumnos de cinco diferentes escuelas estableció un terreno común y creó puentes de comunicación entre los estudiantes que no tenían una conexión inmediata. Se efectuó una conexión entre dos estudiantes que eran buceadores certificados; uno de ellos era una muchacha de la escuela al otro lado del estacionamiento. El otro era un muchacho con deficiencias auditivas que asistía una escuela especializada a varias cuadras de distancia. Ambos aprendieron que tenían algo en común en lugar de seguir creyendo que eran muy diferentes.

En un campamento para mujeres de la estaca, las jóvenes de cinco barrios distintos se unieron en una actividad de juego al tratar de desenredar el nudo humano que se formó al tomarse de las manos y hacer líneas entrecruzadas a través de un círculo. Se hablaron, definieron la estrategia a seguir, y entonces se agacharon, se brincaron unas a otras y se voltearon en un esfuerzo de poco riesgo para crear una línea continua. En el proceso, aprendieron lecciones suaves pero importantes acerca de la cooperación, la comunicación, el intentar y cometer errores, y el dedicarse a una tarea. También aprendieron a apreciar los distintos talentos y puntos de vista de otras jóvenes que no habían conocido antes. Ese juego simple y gratuito proporcionó una forma rápida, divertida e interactiva de animar las relaciones entre esas muchachas sin tener que sentarlas para darles una charla aburrida sobre el tema.

Aunque los juegos tienen una utilidad amplia y convincente, existen varias zonas de peligro que vale la pena recordar. Estén bien preparados con todos los accesorios; administren el tiempo cuidadosamente; seleccionen juegos que promuevan y fortalezcan el aprendizaje sin que se conviertan por sí mismos en el fin; y eviten las imágenes simplistas que puedan distraer la atención, especialmente de los temas sagrados. Por ejemplo, en ocasiones los líderes les piden a los jóvenes que preparen alguna obrita de teatro usando temas del evangelio. Cuando la juventud responde con presentaciones tontas sobre asuntos sagrados tales como la moralidad o la oración, muy pronto esas comedias se vuelven irreverentes.

El dedicarse al aprendizaje se adapta bien a la atención de corto alcance de los alumnos. A un maestro de Escuela Dominical muy capaz le tocó enseñar a un nuevo grupo de adolescentes inquietos, y salió de su primera clase muy decepcionado y listo para hacer una cita con el obispado y solicitar su relevo. A pesar de la amplia preparación del maestro, esos jóvenes impacientes se distrajeron a los pocos minutos de que el maestro comenzó su lección. Deseoso de redimirse a sí mismo, ese fiel maestro volvió a la siguiente semana con una nueva estrategia para el ritmo de la clase. Preparó su lección en segmentos de diez minutos titulados “Introducción, Presentación y Aplicación”. La sección de “Introducción” consistía de una actividad que captara la atención que podría ser tan simple como un dibujo, un objeto, una pregunta que hiciera pensar o una prueba rápida. La sección de “Presentación” movió a los estudiantes de la actividad para captar la atención hacia los puntos que quería enseñar. Esa sección podría incluir la lectura de escrituras seleccionadas muy cuidadosamente, algún relato, o una presentación comprensible de un punto doctrinal. La sección final de “Aplicación” incluyó la importantísima respuesta a la típica pregunta de los estudiantes, “¿Y qué?”. Durante ese segmento, el maestro ayudó a sus estudiantes a que aplicaran en su propia vida el principio aprendido. Algunas veces él inició ese importante proceso relatando una historia de su propia vida. Ocasionalmente arrojaba un objeto y preguntaba “¿Y qué?” al estudiante que lo atrapaba. Siempre hizo preguntas bien pensadas, no amenazantes, que promovieran el pensamiento y la aplicación personal. En el curso de una lección de treinta minutos, usaba tres veces ese ciclo de “Introducción, Presentación y Aplicación”.

Un aspecto importante de un grupo de estudiantes comprometidos debe ser la celebración; celebrarse el uno al otro, celebrar el tema y celebrar el aprendizaje mismo. Desafortunadamente, con frecuencia separamos el trabajo y el juego como si fueran excluyentes entre sí, cuando en realidad efectuar el trabajo en una forma de aprendizaje es una de las maneras más satisfactorias de jugar. Tal Ben-Sahar en su libro Happier [Más feliz] sugiere que un maestro habilidoso puede “crear entornos en el hogar y en la escuela que conduzcan a experimentar el beneficio, el placer y el significado, tanto en el presente como en el futuro.” [3] Especialmente al dedicarse a un estudio ferviente del evangelio, a la esencia del cual adecuadamente se le llama “el plan de felicidad”, nuestros alumnos deben hallar felicidad, satisfacción y aún diversión.

Una brillante maestra de un seminario matutino a quien le gustaba la diversión organizó cada año los “Granny Awards” [Los premios de la abuelita] que correspondían con los “Grammy Awards”. Durante meses antes de la celebración, le sirvió a su familia todos los días un desayuno consistente de hot cakes o Waffles bañados con jarabe de maple de la marca Mrs. Butterworth y guardó las botellas vacías (que tienen la forma de una abuela) para pintarlas de color dorado y usarlas como los premios en su celebración en el seminario. Los estudiantes nombraban a los personajes del libro de escrituras que estaban estudiando ese año, y presentaban las razones por las cuales tal o cual personaje merecía recibir el “Granny” como “El Mejor Protagonista” o “El Mejor Ayudante” o cuál relato de las escrituras merecía el premio a “La Mejor Historia” o “Lo Mejor en General”. El grupo votaba para identificar a los ganadores, después de lo cual el estudiante que hizo la nominación aceptaba la botella de jarabe dorada. Esa celebración anual servía como repaso, involucraba a los estudiantes inquietos y fomentaba una comunidad de aprendizaje.

El aprendizaje activo también satisface las necesidades de los estudiantes con distintos estilos de aprendizaje. Como soy una persona de cerebro izquierdo sin remedio, una pensadora clásica, me gustan las conferencias y me encantan las hojas de trabajo. La escuela, con su rigidez repetitiva tradicional, me queda muy bien. Me complacen los pupitres en líneas bien formadas y los encuadernadores con sus divisiones bien marcadas. Sin embargo, de manera creciente nuestros salones de clases están llenos de estudiantes que aprenden de manera diferente. Los esfuerzos para involucrar a los estudiantes que tienen distintas estrategias creativas para aprender son indispensables para los que no piensan en línea y estimulantes para los demás.

Un judío, converso a la Iglesia, deleitó a sus estudiantes al brindarles una auténtica fiesta de Pascua para familiarizarlos con los simbolismos de ese acontecimiento. Esos estudiantes tuvieron una experiencia multisensorial con las hierbas amargas que les permitió entender y literalmente probar algo de amargura.

Otra maestra apeló al estilo de aprender de su grupo al crear unas rimas sencillas y unas frases musicales para la actividad del dominio de las escrituras. Esos estudiantes sabrán por siempre dónde encontrar la historia de José huyendo de la tentación. ¿A quién se le podría olvidar la mente pecaminosa de la esposa de Potifar en Génesis 39? Los estudiantes que aprenden de manera física se animaron en una clase de seminario cuando su maestro les invitó a pasar a la pizarra en grupos de seis hasta que todos tuvieron la oportunidad de participar. Después de leer un pasaje de las escrituras, se les pidió que escribieran una palabra o frase sencilla que respondiera a una pregunta tal como, “¿Qué cualidades admiras en ese personaje?” o

“¿Cuál es el tema importante en este pasaje?” o “¿Qué cosas le agradeces a tu padre/madre/obispo?”. Cuando toda la pizarra estuvo llena de respuestas, el grupo leyó y comentó el resultado de su esfuerzo conjunto.

Un inolvidable maestro de la escuela dominical fue más allá de los límites normales de una lección al usar actividades de “Introducción” imaginativas e impredecibles. Para familiarizar a sus estudiantes con los elementos del sueño de Daniel, trajo al salón de clases un gigantesco muñeco inflable del “Hombre de Michelin” (marca de neumáticos) con etiquetas en todas las protuberancias del cuerpo. Las etiquetas llevaban nombres que representaban los diversos reinos que serían destruidos por la piedra cortada no con manos. En otro domingo la clase comenzó cuando un muchacho fue desfilando por el pasillo soplando a todo pulmón un “kazoo” [juguete musical que produce un zumbido ronco] haciendo un ruido estridente. El maestro empezó a entrevistar al músico y logró enterarse que él iba a pagar sus diezmos y que quería asegurarse de recibir el crédito apropiado a sus buenas obras. Después de ésta muy efectiva actividad de “introducción”, el grupo se concentró en la lectura de Mateo para la parte de “presentación” del tema de dar ofrendas para ser vistos por los hombres.

Csikszentmihalyi, en su libro Finding Flow: The Psychology of Engagement With Everyday Life, escribe lo siguiente: “Ni los padres ni las escuelas son muy eficaces al enseñar a los jóvenes a encontrar placer en las cosas correctas. Los adultos mismos con frecuencia se engañaron por encapricharse con modelos tontos, conspirando en el engaño. Hacen que las tareas serias parezcan aburridas y difíciles, y las tareas frívolas las presentan como emocionantes y fáciles. Con frecuencia, las escuelas fracasan al enseñar cuán emocionantes y fascinantemente hermosas pueden ser las ciencias o las matemáticas; enseñan la rutina de la literatura o de la historia en vez de la aventura.” [4]

¡Cuánto más “fascinantemente hermosas” son las doctrinas del evangelio, más aún que lo mejor de las ciencias o las matemáticas! Con una participación activa, los estudiantes pueden probar los frutos deliciosos del aprendizaje activo, algunas veces, incluso, en sentido literal. La fe es un principio de acción. A medida que los maestros tengan salones de clases que promuevan una auténtica participación activa de sus estudiantes, éstos se darán cuenta que el aprender es tan delicioso como una manzana madura, tan memorable como una canción y tan personal como una visita a la pila bautismal. Ellos adquirirán conocimiento mediante el buen comportamiento y se comprometerán felizmente una y otra vez.

Notas

[1] “Yo sé que vive mi Señor” Himnos, (Salt Lake City: La Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días, 1992), número 73.

[2] José Smith y John A. Widtsoe, Una compilación conteniendo los Discursos sobre la fe. Traducido al español por el Dr. Arturo de Hoyos y publicados en la Ciudad de México por Editorial Zarahemla, 1987, página 9.

[3] Tal Ben-Sahar, Happier, (New York: McGraw-Hill, 2007), página 86.

[4] Mihaly Csikszentmihalyi, citado por Ben-Sahar en Happier, página 94.