Buscar conocimiento por la fe
David A. Bednar
David A. Bednar, "Buscar conocimiento por la fe," en Buscad Diligentemente, ed. Richard Neitzel Holzapfel y Kent P. Jackson, trad. Nefi Treviño y Fernando Dealba (Provo, UT: Religious Studies Center, 2010), 47–58.
El élder David A. Bednar es miembro del Quórum de los Doce Apóstoles.
Este discurso fue transmitido a los educadores de religión del Sistema Educativo de la Iglesia el 3 de febrero de 2006.
Expreso mi amor por ustedes y les transmito la gratitud de los Doce y de la Primera Presidencia por la recta influencia que ejercen en los jóvenes de la Iglesia en todo el mundo. Gracias por bendecir y fortalecer a la nueva generación. Ruego que el Espíritu Santo nos bendiga y edifique durante este momento especial que pasaremos juntos.
Principios inseparables: Predicar por el Espíritu y aprender por la fe
En las escrituras se nos amonesta repetidas veces a predicar las verdades del evangelio por el poder del Espíritu (véase DyC 50:14). Creo que la mayoría de nosotros que somos padres y maestros en la Iglesia somos conscientes de este principio y por lo general nos esforzamos correctamente por llevarlo a la práctica. Sin embargo, y sin restarle importancia, este principio no es más que otro elemento de un modelo espiritual mayor. Se nos enseña con frecuencia que debemos buscar conocimiento por la fe (véase DyC 88:118). Predicar por el Espíritu y aprender por la fe son principios inseparables que debemos llegar a entender y vivir simultánea y sistemáticamente.
Me temo que recalcamos y sabemos mucho más sobre ser un maestro que enseña por el Espíritu que ser un alumno que aprende por la fe. Obviamente, los principios y procesos de la enseñanza y el aprendizaje son espiritualmente esenciales; sin embargo, al vislumbrar el futuro y prever el mundo cada vez más confuso y atribulado en el que nos tocará vivir, creo que resultará esencial que todos aumentemos nuestra capacidad de buscar conocimiento por la fe. En nuestro diario vivir, en nuestras familias y en la Iglesia podemos recibir, y recibiremos, las bendiciones de la fortaleza, la dirección y la protección espirituales mientras con fe procuramos obtener y poner en práctica el conocimiento espiritual.
Nefi nos enseña: “Cuando un hombre habla por el poder del Santo Espíritu, el poder del Espíritu Santo [...] lleva [el mensaje] al corazón de los hijos de los hombres” (2 Nefi 33:1). Fíjense en que el Espíritu lleva el mensaje al corazón, pero no lo introduce necesariamente en su interior. Un maestro puede explicar, demostrar, persuadir y testificar con poder y eficacia espirituales; sin embargo, el contenido de un mensaje y el testimonio del Espíritu Santo penetran el corazón sólo cuando lo permite el receptor.
Hermanos y hermanas, aprender por la fe abre el camino que conduce al interior del corazón. Esta noche nos centraremos en la responsabilidad personal que tiene cada uno de nosotros de buscar conocimiento por la fe (véase DyC 88:118) y consideraremos las implicaciones que este principio tiene para nosotros los que somos maestros.
El principio de acción: Fe en el Señor Jesucristo
El apóstol Pablo definió la fe como la certeza de lo que se espera, la convicción de lo que no se ve (Hebreos 11:1). Alma declaró que la fe no es un conocimiento perfecto, sino una esperanza en cosas que no se ven y que son verdaderas (Alma 32:21). Además, en Lectures on Faith [Discursos sobre la fe] aprendemos que la fe es “el primer principio de la religión revelada y el cimiento de toda rectitud” y también es “el principio de acción en todos los seres inteligentes.” [1]
Las enseñanzas de Pablo, Alma y Lectures on Faith resaltan tres componentes básicos de la fe: (1) la fe es la certeza de cosas que se esperan y que son verdaderas, (2) es la convicción de lo que no se ve y (3) es el principio de acción en todos los seres inteligentes. Describo estos tres componentes de la fe en el Salvador como la representación simultánea de mirar hacia el futuro, contemplar el pasado y actuar en el presente.
La fe es la certeza de lo que se espera, ya que mira hacia el futuro. Esta certeza se basa en la correcta comprensión de la confianza en Dios y de cómo ponerla en práctica, y nos permite “[marchar] adelante” (2 Nefi 31:20) en situaciones inciertas y a menudo complejas al servicio del Salvador. Por ejemplo, Nefi confió precisamente en este tipo de certeza espiritual en cuanto al futuro cuando regresó a Jerusalén para obtener las planchas de bronce, “sin saber de antemano lo que tendría que hacer. No obstante, [siguió] adelante” (1 Nefi 4:6–7).
La fe en Cristo está intrínsecamente ligada a la esperanza en Cristo por nuestra redención y exaltación, y es fruto de ella. La certeza y la esperanza nos permiten caminar hasta el borde de la luz y dar unos pasitos en la oscuridad, esperando y confiando en que la luz avance e ilumine el camino. [2] La combinación de certeza y esperanza inicia la acción en el presente.
La fe, en calidad de convicción de lo que no se ve, mira hacia el pasado y confirma nuestra confianza en Dios y en la veracidad de lo que no se ve. Nos adentramos en esta oscuridad con certeza y esperanza, y recibimos convicción y confirmación según avanzaba la luz y nos brindaba la iluminación que necesitábamos. El testimonio recibido tras la prueba de nuestra fe (véase Éter 12:6) es una convicción que incrementa y fortalece nuestra certeza.
La certeza, la acción y la convicción se influyen mutuamente en un proceso continuo como una espiral que asciende y se expande. Estos tres elementos de la fe—la certeza, la acción y la convicción—no están separados y aislados, sino que se interrelacionan y forman parte de un ciclo continuo y ascendente. La fe que alimenta este proceso se desarrolla, evoluciona y cambia. Al volvernos hacia un futuro incierto, la certeza nos conduce a la acción y produce convicción, con lo que aumenta la certeza. Nuestra confianza se fortalece, línea por línea, precepto por precepto, un poco aquí y un poco allí.
Hallamos un poderoso ejemplo de la interacción que hay entre la certeza, la acción y la convicción cuando los hijos de Israel transportaban el arca del convenio bajo el liderazgo de Josué (véase Josué 3:7–17). Recuerden que los israelitas llegaron al Río Jordán y se les prometió que éste se dividiría o que sus aguas se “[detendrían] como en un muro” (Josué 3:13) y que serían capaces de cruzarlo por tierra seca. Curiosamente, las aguas no se dividieron cuando los hijos de Israel llegaron a la ribera del río y se quedaron aguardando a que sucediera algo; más bien, las plantas de sus pies estaban mojadas antes de que se dividieran las aguas. La fe de los israelitas se manifestó en el hecho de que entraron en las aguas antes de que se dividieran. Se adentraron en el Jordán con una certeza futura en aquello que esperaban. En cuanto avanzaron, las aguas se dividieron, y tras cruzar por tierra seca, volvieron la vista atrás y contemplaron la convicción de lo que no se veía. En este episodio, la fe como certeza conduce a la acción y produce la convicción de lo que no se veía pero era verdadero.
La fe verdadera se centra en el Señor Jesucristo y siempre conduce a la acción. La fe como principio de acción protagoniza muchos pasajes de las Escrituras que nos son familiares:
“Porque como el cuerpo sin espíritu está muerto, así también la fe sin obras está muerta” (Santiago 2:26; cursiva agregada).
“Pero sed hacedores de la palabra, y no tan solamente oidores” (Santiago 1:22; cursiva agregada).
“Mas he aquí, si despertáis y aviváis vuestras facultades hasta experimentar con mis palabras, y ejercitáis un poco de fe” (Alma 32:27; cursiva agregada).
La fe como principio de acción es vital para el proceso de aprender y aplicar la verdad espiritual.
Aprender por la fe: Cosas que actúan y cosas sobre las que se actúa
¿Cómo se relaciona la fe como principio de acción en todos los seres inteligentes con el aprendizaje del evangelio? Y ¿qué se entiende por ‘buscar conocimiento por la fe’?
En la gran división de todas las creaciones de Dios, existen cosas que actúan y cosas sobre las que se actúa (véase 2 Nefi 2:13–14). Como hijos e hijas de nuestro Padre Celestial, hemos sido bendecidos con el don del albedrío, que es la capacidad y el poder de obrar con independencia. Al estar investidos del albedrío, somos agentes, por lo que debemos actuar y no sólo dejar que se actúe sobre nosotros, en especial cuando procuramos recibir y aplicar conocimiento espiritual.
Aprender por la fe y aprender de la experiencia son dos de las características fundamentales del plan de felicidad de nuestro Padre. El Salvador protegió el albedrío moral mediante la Expiación y nos permitió obrar y aprender por la fe. La rebelión de Lucifer contra el plan trató de destruir el albedrío del hombre a fin de que se actuara sobre nosotros, los que estamos aprendiendo.
Consideren la pregunta planteada por nuestro Padre Celestial a Adán en el jardín de Edén: “¿Dónde estás?” (Génesis 3:9). Obviamente, el Padre sabía dónde se ocultaba Adán y sin embargo hizo la pregunta. ¿Por qué? Un Padre sabio y amoroso permitió a Su hijo actuar en el proceso de aprendizaje y no se limitó a que se actuara sobre él. No era un sermón de una vía para reprender al hijo desobediente, como tal vez muchos de nosotros solemos hacer. Antes bien, el Padre ayudó a Adán a aprender a obrar como agente y a realizar un uso adecuado de su albedrío.
Recuerden cuánto deseaba Nefi conocer lo que su padre había visto en la visión del árbol de la vida. Curiosamente, el Espíritu del Señor comienza la tutela de Nefi formulándole la siguiente pregunta: “He aquí, ¿qué es lo que tú deseas?” (1 Nefi 11:2). Claramente, el Espíritu sabía lo que deseaba Nefi. Entonces, ¿para qué preguntárselo? El Espíritu Santo estaba ayudando a Nefi a actuar en el proceso de aprendizaje en vez de limitarse a que se actuara sobre él. (Les animo a estudiar por su cuenta los capítulos 11–14 de 1 Nefi y fijarse en los elementos activos del proceso de aprendizaje que emplea el Espíritu, especialmente las preguntas que le hace a Nefi y las indicaciones a mirar.)
Gracias a estos ejemplos aprendemos que, en calidad de aprendices, ustedes y yo debemos aprender a actuar y ser hacedores de la palabra, y no tan solamente oidores sobre los que se actúa. ¿Somos ustedes y yo agentes que actúan y que tratan de aprender por la fe, o aguardamos a que se nos enseñe y que se actúe sobre nosotros? ¿Los alumnos a los que servimos actúan y desean aprender por la fe o esperan a que se les enseñe y se actúe sobre ellos? ¿Animamos y ayudamos a las personas a las que servimos a buscar conocimiento por la fe? Ustedes, yo y nuestros alumnos debemos estar anhelosamente inmersos en pedir, buscar y llamar (véase 3 Nefi 14:7).
El alumno que ejerce su albedrío para actuar en consonancia con principios que son correctos abre su corazón al Espíritu Santo e invita tanto al poder de Éste para enseñar y testificar como a su testimonio confirmador. Aprender por la fe requiere un esfuerzo espiritual, mental y físico, y no simplemente una recepción pasiva. Mediante la sinceridad y la constancia de las obras inspiradas por la fe, indicamos a nuestro Padre Celestial y a Su Hijo Jesucristo nuestra disposición para aprender y recibir instrucción del Espíritu Santo. Entonces, aprender por la fe implica el ejercicio del albedrío moral para actuar con la certeza de lo que se espera e invita a la convicción de lo que no se ve y que procede del único maestro verdadero, el Espíritu del Señor.
Consideren cómo ayudan los misioneros a los investigadores a aprender por la fe. El concertar y observar compromisos espirituales, como son leer el Libro de Mormón, asistir a las reuniones de la Iglesia y guardar los mandamientos, requieren que el investigador ejerza la fe y actúe. Una de las obligaciones fundamentales de un misionero es ayudar al investigador a contraer compromisos y honrarlos, es decir, obrar y aprender por la fe. A pesar de la importancia que tiene el enseñar, exhortar y explicar, esos puntos jamás podrán transmitir al investigador el testimonio de la veracidad del evangelio restaurado. El Espíritu Santo sólo podrá comunicar la confirmación de su testimonio cuando la fe del investigador inicie la acción y despeje el camino que conduce a su corazón. Los misioneros deben aprender a enseñar por el poder del Espíritu, pero igual importancia tiene su responsabilidad de ayudar al investigador a aprender por la fe.
El aprendizaje que estoy describiendo va más allá de la mera comprensión cognitiva o la retención y recuperación de información. El tipo de aprendizaje del que hablo hace que nos despojemos del hombre natural (véase Mosíah 3:19), que cambiemos el corazón (véase Mosíah 5:2) y que nos convirtamos al Señor y nunca nos desviemos (véase Alma 23:6). Aprender por la fe requiere de un corazón y una mente dispuestos (véase DyC 64:34). Aprender por la fe es el resultado de que el Espíritu Santo lleve el poder de la palabra de Dios al interior de nuestro corazón. Aprender por la fe no se puede transferir del instructor al alumno mediante un discurso, una demostración o un ejercicio experimental; antes bien, el alumno debe ejercer su fe y actuar para lograr conocimiento por sí mismo.
El joven José Smith entendía instintivamente el significado de buscar conocimiento por la fe. Uno de los episodios más conocidos de su vida es su lectura de los versículos sobre la oración y la fe en el libro de Santiago, en el Nuevo Testamento (véase Santiago 1:5–6). Este texto inspiró a José a retirarse a una arboleda cercana a su hogar para orar y buscar conocimiento espiritual. Fíjense en las preguntas que José se había planteado en su mente y sentía en el corazón, y que llevó consigo a la arboleda. A todas luces se había preparado para pedir con fe (véase Santiago 1:6) y obrar.
“En medio de esta guerra de palabras y tumulto de opiniones, a menudo me decía a mí mismo: ¿Qué se puede hacer? ¿Cuál de todos estos grupos tiene razón; o están todos en error? Si uno de ellos es verdadero, ¿cuál es, y cómo podré saberlo?...
“Había sido mi objeto recurrir al Señor para saber cuál de todas las sectas era la verdadera, a fin de saber a cuál unirme. Por tanto, luego que me hube recobrado lo suficiente para poder hablar, pregunté a los Personajes que estaban en la luz arriba de mí, cuál de todas las sectas era la verdadera y a cuál debía unirme” (José Smith—Historia 1:10, 18).
Fíjense en que las preguntas de José se centraban en lo que él necesitaba saber, pero también en lo que precisaba hacer. Su primera pregunta se centró en la acción, ¡en lo que debía hacer! Su oración no se limitó a preguntar qué iglesia era la verdadera, sino que preguntó a qué iglesia debía unirse. José fue a la arboleda a aprender por la fe y tenía la intención de actuar.
En definitiva, la responsabilidad de aprender por la fe y aplicar la verdad espiritual descansa en cada uno de nosotros individualmente. Se trata de una responsabilidad cada vez más grave e importante en el mundo en el que vivimos y en el que habremos de vivir. Qué, cómo y cuándo aprender dependen de un instructor, un método de presentación y un tema concreto o un formato de lección, aunque no se trata de una dependencia exclusiva.
Ciertamente, buscar conocimiento por la fe es uno de los mayores retos de esta vida. El profeta José Smith resume como ninguno el proceso de aprendizaje y los resultados que intento describir. En respuesta a una petición de instrucción por parte de los Doce, José enseñó, “La mejor manera de obtener verdad y sabiduría no es pedirla a los libros, sino acudir Dios a través de la oración y recibir una enseñanza divina.” [3] En otra ocasión, el Profeta explicó que “leer la experiencia de otras personas o la revelación que éstas recibieron jamás podrá darnos una comprensión de nuestra condición ante Dios y nuestra verdadera relación con Él.” [4]
Implicaciones para los maestros
Las verdades sobre aprender por la fe analizadas hasta ahora tienen profundas implicaciones para nosotros, los maestros. Consideremos ahora tres de ellas.
Implicación 1. El Espíritu Santo es el único maestro verdadero. El Espíritu Santo es el tercer miembro de la Trinidad y es el maestro y testigo de toda verdad. El élder James E. Talmage explicó, “El oficio del Espíritu Santo en Sus ministraciones entre los hijos de los hombres aparece descrito en las Escrituras. Es un maestro enviado por el Padre, y revela todo lo necesario para el progreso del alma a aquéllos confiados a Su docencia.” [5]
Debiéramos recordar siempre que el Espíritu Santo es el maestro que, tras la pertinente invitación, puede acceder al interior del corazón del que aprende. De hecho, ustedes y yo tenemos la responsabilidad de predicar el evangelio por el Espíritu, sí, el Consolador, como requisito previo para el aprendizaje por la fe que sólo se logra por medio de Él (véase DyC 50:14). A este respecto, ustedes y yo nos asemejamos a esas largas y finas tiras de fibra óptica que permiten la conducción de señales de luz a grandes distancias. Así como la fibra de esos cables debe ser pura para conducir la luz con efectividad y eficacia, también nosotros debemos ser conductos dignos a través de los cuales pueda operar el Espíritu del Señor.
Pero, hermanos y hermanas, debemos recordar en nuestro servicio que somos conductos y canales, y no la luz. “Porque no sois vosotros los que habláis, sino el Espíritu de vuestro Padre que habla en vosotros” (Mateo 10:20). No tiene nada que ver conmigo ni con ustedes. De hecho, cualquier cosa que hagamos en calidad de maestros para llamar a propósito la atención sobre nosotros (bien sea el mensaje que presentamos, los métodos que empleamos o nuestra apariencia personal) es una forma de superchería que restringe la eficacia de la enseñanza del Espíritu Santo. “¿La predica por el Espíritu de verdad o de alguna otra manera? Y si es de alguna otra manera, no es de Dios” (DyC 17–18).
Implicación 2. Somos instructores más eficaces cuando fomentamos y facilitamos el aprendizaje por la fe. Todos conocemos el dicho de que dar un pescado a un hombre le ayuda con una comida, pero enseñarle a pescar le da de comer toda la vida. Nosotros, como maestros del evangelio, no estamos en el negocio de la distribución de pescado. Más bien, nuestra labor consiste en ayudar a las personas a aprender a “pescar” y llegar a ser autosuficientes espiritualmente. Este importante objetivo se alcanza mejor cuando fomentamos y permitimos al alumno que obre en consonancia con principios correctos, permitiendo así que aprenda al obrar. “El que quiera hacer la voluntad de Dios, conocerá si la doctrina es de Dios” (Juan 7:17).
Fíjense en la implicación de esta práctica en el consejo de Brigham Young a Junius F. Wells cuando éste fue llamado en 1875 a organizar a los hombres jóvenes de la Iglesia:
“Comience las reuniones pasando lista y llamando a tantos miembros como el tiempo lo permita para compartir sus testimonios. Comience la siguiente reunión donde se quedaron en la anterior y llame a los siguientes hermanos a fin de que todos participen en la práctica de ponerse en pie y decir algo. Tal vez muchos piensen que no tienen un testimonio, pero hágales ponerse en pie y verán que el Señor les dará facilidad para hablar de muchas verdades en las que no habían pensado antes. Más son las personas que han obtenido un testimonio al tratar de compartirlo que las que están de rodillas orando por recibirlo.” [6]
El presidente Boyd K. Packer nos ha dado un consejo parecido en nuestra época:
“Si tan sólo pudiera enseñar este principio: que un testimonio se encuentra cuando se expresa. En alguna parte, en su búsqueda de conocimiento espiritual, existe ese ‘salto de fe’, como lo llaman los filósofos. Es el momento en que uno llega al borde de la luz y tropieza con la oscuridad, sólo para descubrir que el camino continúa iluminado por delante uno o dos pasos más. ‘Lámpara de Jehová’, como dice el pasaje, verdaderamente ‘es el espíritu del hombre’ (Proverbios 20:27).
“Una cosa es recibir un testimonio de lo que uno ha leído o de lo que otra persona ha dicho, lo cual es necesario como comienzo; otra cosa es que el Espíritu nos confirme íntimamente que lo que hemos testificado es verdadero. ¿Se dan cuenta de que este testimonio se nos restituirá a medida que lo compartamos? Al dar lo que tenemos, esto se nos reemplazará, ¡pero aumentado!” [7]
He descubierto una característica común entre los maestros que más han influido en mi vida: me ayudaron a buscar conocimiento por la fe y se negaron a darme respuestas fáciles a las preguntas difíciles. De hecho, no me dieron respuesta alguna, sino que me indicaron el camino y me ayudaron a dar los pasos para encontrar mis propias respuestas. No siempre aprecié este método, pero la experiencia me ha permitido entender que no solemos recordar por largo tiempo la respuesta de otra persona, si la recordamos en absoluto; mas la respuesta que descubrimos u obtenemos mediante el ejercicio de la fe, por lo general la conservamos toda la vida. Las enseñanzas más importantes de la vida no se enseñan, sino que se atrapan.
Sencillamente, la comprensión espiritual con la que se nos ha bendecido y que se nos ha confirmado como verdadera en nuestro corazón no se puede entregar a otra persona. Es preciso abonar la inscripción de la diligencia y la obtención de conocimiento por la fe para recibir y “poseer” dicho conocimiento. Sólo de este modo lo que se sabe en la mente podrá transformarse en lo que se siente en el corazón. Sólo así puede una persona pasar de confiar en el conocimiento y las experiencias espirituales de otros y reclamar esas bendiciones para sí. Sólo así podemos prepararnos espiritualmente para lo que venga. Debemos “[buscar] conocimiento, tanto por el estudio como por la fe” (DyC 88:118).
Implicación 3. La fe del instructor se fortalece al ayudar a otros a buscar conocimiento por la fe. El Espíritu Santo puede enseñarnos y recordarnos todas las cosas (Juan 14:26), y ansía ayudarnos a aprender cuando obramos y ejercemos fe en Jesucristo. Curiosamente, esta ayuda para recibir conocimiento divino se hace más que evidente en el momento de enseñar, tanto en la Iglesia como en el hogar. Tal y como Pablo aclaró a los romanos: “Tú, pues, que enseñas a otro, ¿no te enseñas a ti mismo?” (Romanos 2:21).
Fíjense como en los siguientes versículos de Doctrina y Convenios la enseñanza diligente invita a la gracia y la instrucción celestiales: “Y os mando que os enseñéis el uno al otro la doctrina del reino. Enseñaos diligentemente, y mi gracia os acompañará, para que seáis [vosotros] más perfectamente instruidos en teoría, en principio, en doctrina, en la ley del evangelio, en todas las cosas que pertenecen al reino de Dios, que os conviene comprender” (DyC 88:77–78; cursiva agregada).
Piensen que las bendiciones descritas en estos pasajes van dirigidas concretamente al maestro: “Enseña […] diligentemente y mi gracia te acompañará” (a ti, al maestro) ¡para que seas instruido! Idéntico principio es patente en el versículo 122 de la misma sección de Doctrina y Convenios: “Nombrad de entre vosotros a un maestro; y no tomen todos la palabra al mismo tiempo, sino hable uno a la vez y escuchen todos lo que él dijere, para que cuando todos hayan hablado, todos sean edificados de todos y cada hombre tenga igual privilegio” (DyC 88:122, cursiva agregada).
Cuando todos hablan y todos escuchan de manera correcta y ordenada, todos resultan edificados. El ejercicio individual y colectivo de la fe en el Salvador invita a la instrucción y la fortaleza del Espíritu del Señor.
Buscar conocimiento por la fe: Un ejemplo reciente
Todos fuimos bendecidos por el reto que nos extendió la Primera Presidencia el pasado mes de agosto en cuanto a leer por entero el Libro de Mormón antes del fin del año 2005. Con dicho reto, el presidente Gordon B. Hinckley nos prometió que al observar fielmente este sencillo programa de lectura, nuestra vida y nuestro hogar recibirían una porción del Espíritu del Señor, la determinación de ser obedientes a Sus mandamientos y un testimonio más fuerte de la realidad viviente del Hijo de Dios. [8]
Vean como este reto inspirado es un ejemplo clásico de aprender por la fe. En primer lugar, ni a ustedes ni a mí se nos mandó, obligó ni requirió leer, sino que se nos invitó a ejercer nuestro albedrío como agentes y actuar de acuerdo con principios que son correctos. El presidente Hinckley, a modo de maestro inspirado, nos instó a actuar en vez de que se actuase sobre nosotros. En última instancia, cada uno de nosotros tuvo que decidir cómo responder al reto y si perseveraríamos hasta el fin de la tarea.
En segundo lugar, al extendernos la invitación para leer y actuar, el presidente Hinckley nos instaba a buscar conocimiento por la fe. No se repartieron nuevos materiales de estudio entre los miembros de la Iglesia, y no se crearon lecciones, clases ni programas adicionales. Cada uno tenía su ejemplar del Libro de Mormón, y un sendero hacia el interior del nuestro corazón se ensanchó debido al ejercicio de nuestra fe en el Salvador al responder al reto de la Primera Presidencia. De este modo fuimos preparados para recibir instrucción del único maestro verdadero, el Espíritu Santo.
En las últimas semanas he quedado gratamente impresionado por los testimonios de tantos miembros sobre sus recientes experiencias con la lectura del Libro de Mormón, pues han aprendido lecciones espirituales importantes y oportunas, sus vidas han mejorado y han recibido las bendiciones prometidas. El Libro de Mormón, un corazón dispuesto y el Espíritu Santo; así de simple. Mi fe y la fe de los demás miembros del Quórum de los Doce se ha visto fortalecida al aceptar la invitación del presidente Hinckley y ver a tantos de ustedes actuar y aprender por la fe.
Como dije antes, la responsabilidad de buscar conocimiento por la fe descansa en cada uno de nosotros, y esta obligación cobrará mayor importancia a medida que el mundo se torne más confuso y atribulado. Aprender por la fe es vital para nuestro desarrollo personal y espiritual y para el crecimiento de la Iglesia en los últimos días. Ruego que cada uno de nosotros tenga hambre y sed de justicia y sea lleno del Espíritu Santo (véase 3 Nefi 12:6) a fin de buscar conocimiento por la fe.
Testifico que Jesús es el Cristo, el Hijo Unigénito del Padre Eterno, nuestro Salvador y Redentor. Testifico que al aprender de Él, al dar oído a Sus palabras y caminar en la mansedumbre de Su Espíritu (véase DyC 19:23), seremos bendecidos con fortaleza, protección y paz espirituales.
En calidad de siervo del Señor, invoco esta bendición sobre cada uno de ustedes a fin de que su deseo y capacidad para buscar conocimiento por la fe (y ayudar a otras personas a buscar conocimiento por la fe) aumente y mejore. Esta bendición será una fuente de grandes tesoros de conocimiento espiritual en su vida personal y familiar, y para aquéllos a quienes enseñan y sirven. En el sagrado nombre de Jesucristo. Amén.
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Notas
[1] Joseph Smith, comp., Lectures on Faith (Salt Lake City: Deseret Book, 1895), 1.
[2] Véase Boyd K. Packer, “La lámpara de Jehová”, Liahona, diciembre de 1988, págs. 32—36
[3] José Smith, History of the Church of Jesus Christ of Latter-day Saints, ed. B. H. Roberts, 2nd ed. Rev. (Salt Lake City: Deseret Book, 1957) , 4:425.
[4] Smith, History of the Church, 6:50.
[5] James E. Talmage, Articles of Faith, 12th ed. (Salt Lake City: Deseret Book, 1924), pág. 162.
[6] Brigham Young, en Junius F. Wells, “Historic Sketch of the YMMIA”, Improvement Era, junio de 1925, pág. 715).
[7] Boyd K. Packer, “Lámpara de Jehová”, Liahona, octubre de 1983, págs. 34–35.
[8] Gordon B. Hinckley, “Un testimonio vibrante y verdadero”, Liahona, agosto de 2005, pág. 6.