“Buenos ciudadanos de nuestro país adoptivo”: la academia Juárez y la globalización santo de los últimos días mediante la educación

Scott C. Esplin

Scott C. Esplin es profesor asociado de historia y doctrina de la Iglesia en la Universidad Brigham Young.

A medida que la Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días se ha extendido globalmente, su sistema educativo la ha seguido paso por paso. [1] En la actualidad, el Sistema Educativo de la Iglesia opera en 140 países, generalmente en la forma de sus bien reconocidos programas de seminarios e institutos y sus instituciones de post-secundaria. Adicionalmente, sostiene un puñado de escuelas primarias y secundarias establecidas hace mucho tiempo, que atienden a casi 7,000 estudiantes en varias localidades que incluyen a Fiji, Kiribari, Samoa, Tonga, y, para el enfoque de este capítulo, México. [2] En México, uno de los primeros usos de la educación que tuvo la Iglesia en un contexto global se efectuó en la Academia Juárez, la escuela internacional de la Iglesia que ha funcionado por más tiempo. Originalmente sirviendo un propósito de aislamiento para los Santos que buscaban refugio fuera de las fronteras de Estados Unidos, la escuela se estableció en el año 1897 para educar a los niños de habla inglesa confinados en el norte de México. La historia de la escuela, ilustrada por los relatos de quienes asistieron o enseñaron en ella, captura los éxitos y los desafíos para expandir la Iglesia fuera del país. Este estudio examinará la historia de la Academia Juárez con el propósito de explorar la forma en que la Iglesia usó a la educación para facilitar su expansión internacional.

La Fundación de las Colonias Mormonas y el Establecimiento de la Academia Juárez

La presencia en México de la educación mormona se remonta a la historia de la religión y especialmente en su respuesta a la cruzada anti-polígama del gobierno de los Estados Unidos en los años 1880. John Taylor el Presidente de la Iglesia escribió a los líderes de la comunidad en Arizona en diciembre de 1884: “Se ha hecho un ataque general a nuestras libertades en todos los territorios donde reside nuestro pueblo.” Caracterizando la reacción de aislamiento de la Iglesia, el Presidente Taylor propuso: “Nuestro consejo es y ha sido el obtener un lugar de refugio bajo un gobierno foráneo al cual pueda huir nuestro pueblo cuando sea amenazado en esta tierra.” [3] A las pocas semanas del anuncio, más de trescientos Santos de los Últimos Días de Arizona, Nuevo México y Utah, cruzaron la frontera de México y eventualmente establecieron nueve comunidades en los estados de Chihuahua y Sonora en el norte de México. [4] La principal entre ellas fue la comunidad de Colonia Juárez, la que llegó a ser la sede para una estaca en esa región en el año 1895. [5] Entre las principales razones para reubicarse más allá de las fronteras de Estados Unidos, estaba el deseo de poder vivir por completo las enseñanzas de la religión, incluyendo la práctica del matrimonio plural. Aunque la práctica del matrimonio plural fue descontinuada durante los primeros años de la comunidad, los motivos detrás de ella influyeron en todos los aspectos de la vida en las colonias, incluso sus prácticas educativas.

A medida que los miembros se fueron estableciendo a lo largo de las montañas de la Sierra Madre en el norte de México, los líderes de la Iglesia en Salt Lake City reaccionaron a la pérdida del control social que ocurrió por la creciente oposición del gobierno federal [USA] a las prácticas de la Iglesia. Intentando proteger a la Iglesia de las usurpadoras influencias externas, los líderes de la Iglesia instituyeron una política educacional de aislamiento. En abril de 1886, el Presidente Taylor declaró: “Bajo estas circunstancias, el deber de nuestro pueblo es muy claro; consiste en mantener a sus hijos lejos de la influencia de los sofismas de la infidelidad y los caprichos de las sectas. Establezcan, aunque posiblemente sea con cierto sacrificio monetario, escuelas en las que enseñen los miembros de nuestra religión, en donde, libres de los obstáculos impuestos por la ayuda estatal, puedan enseñar sin reservas las doctrinas de la religión verdadera combinadas con las diversas ramas de una educación general.” [6] Después de la muerte del Presidente Taylor, el Presidente Wilford Woodruff implementó la visión: “Ha llegado el tiempo en el que la educación apropiada de nuestros niños, sea tomada por nosotros como pueblo,” declaró el Presidente Woodruff en el año 1888 al pedir que cada estaca creara su propia academia privada. [7] En pocos meses surgieron docenas de academias de la Iglesia en Utah, Idaho y Arizona. [8] Los miembros en México hicieron lo mismo cuando la comunidad de Colonia Juárez abrió en septiembre de 1897 la Academia de la Estaca Juárez. Siguiendo el modelo de sus academias hermanas en los Estados Unidos, la Academia Juárez ofreció clases académicas tradicionales reforzadas con clases de religión. En su primer año se inscribieron 225 alumnos y en 1898 la escuela graduó del octavo grado a 15 estudiantes. Estos estudiantes se convirtieron en el primer grupo de noveno grado el siguiente otoño. [9] Entre esos estudiantes estaba Anna Lowrie Ivins, una joven cuya historia revela las primeras perspectivas globales dentro del mormonismo.

La vida de Anna comenzó en Saint George, Utah en donde nació el 20 de octubre de 1882 siendo sus padres Anthony Woodward Ivins y Elizabeth Ashby Snow. Era la tercera de una familia que llegó a tener nueve hijos, Anna recordaba sus días de niñez en Saint George como “muy felices. . . . y la fuente de muchos recuerdos placenteros.” [10] Los recuerdos de Ivins se acentúan por los detalles que da de sus estudios, los juegos en el recreo, las rondas, el viejo gato, las canicas, etc., así como las excursiones a la cima del monte Sugar Loaf en Saint George, y regresar a casa caminando, en parejas, después de las fiestas. [11] Sin embargo, el tono cambia cuando, el 18 de agosto de 1895, su padre recibe el llamamiento de la Primera Presidencia para que se mude a México, a presidir la Misión Mexicana, a organizar la Estaca Juárez, y para que sirviera como el primer presidente de esa estaca. [12] Anna, de 13 años de edad, se da cuenta del gran sacrificio que eso significó para su padre, quien era, según las palabras de ella, “un candidato muy prometedor para ser gobernador del estado,” y para su madre que tenía una salud muy precaria y que “sentía temor por vivir en un país nuevo y extraño.” En cuanto a ella misma, Anna llamó a la mudanza a México “la mayor tragedia de mi vida hasta entonces.” [13]

Después de un año de preparación, la pareja Ivins, junto con sus hasta entonces siete hijos desde Antoine de 16 años de edad hasta Gusta de casi tres años, viajaron por tren del sur de Utah a Salt Lake City, y entonces a El Paso, Texas. Cruzaron a México en octubre de 1896. y Anna recuerda el nerviosismo de su madre durante la primera noche que acamparon cerca de Villa Ahumada, Chihuahua, México. Cuando su padre les aseguró que los soldados del gobierno estaban estacionados muy cerca de allí, la madre de Ivins, reveló las tensiones evidentes en esta incursión desconocida al contestar que ella “les temía a los soldados tanto como a la población local.” Ivins capturó la escena al reflejar la perspectiva de una joven LDS del siglo diecinueve durante una aventura internacional en proceso, y reportó: “Mientras viajábamos por el campo escasamente poblado, era muy evidente que, en realidad, estábamos en un país totalmente diferente.” Las “muchas vistas interesantes” que se “presentaban ante nuestros ojos” incluían: “hombres mexicanos con sombreros altos y sarapes de colores arreando delante de ellos a sus burros muy cargados por los caminos polvorientos, las chozas de techo plano hechas con adobe color café, con hombres, mujeres y niños casi del mismo color que el adobe, rondando cerca de las puertas rodeados de sus pollos, perros y cabras; los hombres trabajando en los campos con métodos primitivos y herramientas rudimentarias como los arados y azadas de madera. . . . Todo [era] indicativo del nuevo país en el que ibamos a vivir.” [14]

Al instalarse en la comunidad de Colonia Juárez, Ivins hizo amigos muy rápido y reanudó sus estudios. “Las instalaciones educativas eran tan limitadas, que mi padre de inmediato empezó a mejorarlas,” dijo ella. Muy pronto se construyó una escuela con dos aulas grandes. [15] Con una escuela adecuada, el padre de Ivins puso su atención en conseguir un maestro competente para la aislada comunidad mormona, contratando para ese puesto a Guy C. Wilson, un instructor en la Academia Brigham Young en Provo, Utah. El curso de estudios en esta escuela internacional era semejante al del sistema de academias en los Estados Unidos e incluía, entre otras materias: álgebra, geometría, literatura inglesa, historia, psicología y contabilidad. Dándose cuenta de que los cursos para los más pequeños necesitaban atenderse si es que los futuros estudiantes iban a estar preparados para ingresar a la Academia, los oficiales hicieron arreglos para que Ella Larsen ayudara al director Wilson a dar clases de preparación de maestros a fin de capacitar a futuros profesores. Además, varios profesores de las escuelas de la Iglesia en Utah, visitaban la escuela con regularidad para dar capacitación y mantenerla a la par con sus instituciones hermanas. En el año 1903, se dio la palada inicial para un nuevo edificio con instalaciones semejantes a las otras escuelas de la Iglesia. [16]

Con el curso de estudios tradicional, con su correspondiente programa de capacitación de maestros, y con un edificio parecido, la nueva Academia Juárez se veía igual que cualquier otra escuela de la Iglesia, pero con una excepción muy importante: estaba fuera de Estados Unidos. Al examinar la escuela, había muy poco que indicara que no estaba localizada en algún lugar rural de Utah, Arizona o Idaho. Durante sus primeros años, los nombres de los maestros y de los alumnos reflejaban la población Anglo de la academia y tenía algunos de los nombres locales más prominentes de la religión. Por ejemplo, aunque era pequeño, los seis miembros del primer grupo que se graduó tenía, además de Anna Ivins y su hermano Antoine, los apellidos Bentley, Clayson, Harris y Hatch. De igual manera, nombres similares como Bentley, Cox, Jones, Redd, Robinson, Romney, Snow, Spilsbury y Taylor, originarios del norte de Europa predominaron en las siguientes cinco graduaciones. Las listas de los maestros también reflejaban la presencia americana con nombres como Cannon, Clark, Eyring, Hatch, Larson, Romney, Smith, Snow, Wilson y Young que fueron prominentes durante los primeros quince años de la escuela. [17] Adicionalmente, toda la enseñanza se hacía en inglés, con excepción de una clase de español, que era la única diferencia de lo que ofrecían las otras academias de la Iglesia. [18]

Esta clase de español ayudó, durante los primeros años de la institución, a los estudiantes de la Academia Juárez a conectarse mejor con los mexicanos que los rodeaban. Parece ser que Manrique González, un estudiante hispano adulto, fue el único graduado hispanoparlante durante los primeros veinticinco años de operación de la escuela. [19] Siendo originario del estado de Coahuila en el noreste de México, González se mudó a Colonia Juárez en busca de trabajo en el año 1898, se unió a la Iglesia, y se inscribió en el primer año de primaria siendo un joven de diecisiete años de edad. Acelerando su educación, se graduó del octavo grado cinco años después a la edad de veintidós. El director Wilson le pidió a González que enseñara el español en la Academia a la vez que continuaba con sus estudios de secundaria. Siendo maestro de medio tiempo, González se graduó de la Academia en 1910 a la edad de veintiocho años. [20] Después de graduarse fue maestro de español de tiempo completo, y era el único latino miembro del cuerpo docente, que aparte de él, fue totalmente Anglo durante las primeras décadas de operación. Posteriormente, González recordó la influencia que él tuvo en la escuela: “Mi trabajo era enseñarles el español. Traté de hacerlo a lo mejor de mi capacidad. . . . fui el primer alumno mexicano que se graduó [de la Academia Juárez]. Ayudé a traer a la escuela a muchos alumnos mexicanos que tuvieron gran éxito: Andrés C. González, Luis González, Manuel Gónzalez W., el general Julio González, Manuel Quijano, Luis Flores y otros de los que no me acuerdo ahora. . . . Todos me han confesado que el cimiento que obtuvieron en la Academia de la Estaca Juárez ha sido la mayor ayuda que han tenido en sus vidas.” [21]

A pesar de estos ejemplos, la interacción entre los expatriados americanos y los residentes locales mexicanos fue limitada durante los primeros años de la comunidad. El relato de Anna Ivins sutilmente indica que su familia contrató a Ruperta Hernández , una joven mexicana, para que le ayudara a la madre de Anna en el hogar, y que un vecino de nombre Andrés les ayudaba con el trabajo en el campo. Adicionalmente, el hermano de Anna, al graduarse, pasó varios años estudiando las leyes mexicanas en la Ciudad de México, en donde “logró hablar el idioma como nativo y aprendió a comprender al pueblo mexicano.” [22]

El vocabulario del relato de Anna al hablar de que su hermano entendió “al pueblo mexicano”, veladamente subraya la manera en que los colonizadores de las colonias mormonas se consideraban a sí mismos como no mexicanos. De este modo, se reflejan las limitaciones para la verdadera globalización en las primeras tentativas internacionales de la Iglesia. En realidad, la comunidad de Colonia Juárez tenía un pie en los Estados Unidos y otro en México. Esta diferencia de culturas se ilumina en las reminiscencias de Ivins de las reuniones comunales que mezclaban elementos de las celebraciones tradicionales mormonas y americanas con las de México. Ella recordó las conexiones con Utah que persistían en la comunidad. “Los días festivos eran de interés especial y teníamos varios. Celebrábamos el 24 de julio con un desfile y con reuniones públicas en las que escuchábamos discursos acerca de nuestros pioneros mormones de Utah.” Sin embargo, también indica su adopción de las celebraciones mexicanas. “Entonces había los días festivos mexicanos, el cinco de mayo y el 16 de septiembre. Se hacía una reunión en la plaza del pueblo, se cantaba el Himno Nacional, daban discursos sobre la historia de la nación, el trenzado del palo de mayo el cinco de mayo, juegos y concursos para todos, y siempre un baile en la noche, todo eso ayudó a hacer que estos días fueran memorables para nosotros. Nos emocionábamos por las proezas de [Miguel Hidalgo] el pobre sacerdote que guió a su pueblo en sus luchas por la libertad y de [Benito Juárez] que llegó a ser el Presidente de la República.” Explicando el equilibrio que estos colonizadores buscaban, por ser americanos de nacimiento pero exilados residentes en México, Ivins continuó: “Estábamos haciendo nuestro mejor esfuerzo para ser buenos ciudadanos de nuestro país adoptivo, no reales ciudadanos en el sentido legal, porque pocos de los colonos mormones llegaron a nacionalizarse, pero intentamos ser leales al país y sus leyes.” [23] Por su parte, el Director Wilson, que se casó con Anna Ivins en mayo de 1903, amaba su trabajo en México y la escuela exitosa que había ayudado a fundar. En el año 1911 le aconsejó al cuerpo estudiantil: “No hay nada que ganar por salir de México, por lo que se enseña en la Academia de la Estaca Juárez; por el contrario hay muchas razones por las que deberíamos apoyar a nuestra institución local y convertirla en el orgullo de nuestro pueblo y un crédito para México. ¡DECIDAN! ¡TRABAJEN! ¡`VENGAN!” [24]

Irónicamente, la invitación de Wilson en el año 1911 para que los estudiantes se quedaran en México, fue revertida un año después, porque en julio de 1912 la Revolución Mexicana hizo necesario que se abandonara la escuela.

Anticipándose al conflicto, Ivins escribe en su relato: “El pueblo de la colonia intentó permanecer totalmente neutral ya que no deseábamos incitar ninguna animosidad hacia nosotros.” Sin embargo, “en lo referente a nuestro pueblo, la revolución continuó yendo de mal en peor.” Eventualmente, “se desarrolló mucha tensión y hubo malos sentimientos entre los mexicanos y los ‘americanos’ como llamaban a nuestros colonos,” y se determinó evacuarlos a El Paso, Texas. [25] Aunque muchos regresaron, el temor interno de Ivins de que no volvería a ver su casa mexicana otra vez, resultó cierta, ya que su familia se mudó a Salt Lake City, en donde su esposo llegó a ser el segundo maestro de seminario de la Iglesia y, posteriormente, el primer maestro de religión de tiempo completo en la Universidad Brigham Young. [26]

Aunque para muchos la experiencia en las colonias de México terminó con la evacuación de la comunidad en el año 1912, la Academia Juárez continuó con vida. Algunos de los residentes regresaron a Colonia Juárez un año después, solidificando los efectos de la Revolución Mexicana en el enfoque global de la Iglesia por la educación a principios del siglo veinte al afianzarse las ideas de aislamiento y proteccionismo. La comunidad de Colonia Juárez y la Academia Juárez misma sirvieron de refugio para los colonizadores mormones en México durante los turbulentos años que siguieron. Por esta razón, al menos en parte, cuando la Iglesia se desligó de las otras academias de la Iglesia durante los años 1920, se preservó la Academia Juárez. [27] En la fecha de esta decisión, el Superintendente de las Escuelas de la Iglesia, Adam S. Bennion contestó, el por qué sobrevivió la Academia Juárez: “La Iglesia no desea operar un sistema de escuelas en oposición a las que están bajo el control del estado. . . . Las academias que ahora tiene, no las maneja con un espíritu de rivalidad, sino que las ha tenido en comunidades que no son atendidas por las secundarias públicas, lo sigue haciendo así para el alivio de la tesorería del estado y para la satisfacción de las personas a quienes sirven.” [28]

La escuela sobrevivió, nó porque fuera una escuela internacional o porque las colonias mormonas representaran un primer esfuerzo de la Iglesia para la globalización. Más bien, la escuela siguió porque extendía la oportunidad de una educación americana a los americanos expatriados en México. Al describir su llamamiento para ir a una misión donde se hablaba español, J. LeRoy Hatch, graduado de la escuela en el año 1930, reflexionó sobre la realidad de esa época: “En nuestras colonias, aislados como estábamos, todas nuestras clases escolares, nuestros servicios religiosos y nuestras actividades se hacían en inglés. Realmente, teníamos contacto con muy pocos mexicanos, solamente con los que habían ido a nuestra área en busca de trabajo en las huertas o en el campo.” [29] Aunque los maestros y los administradores de la escuela trabajaron durante los años 1930 para asegurarse que todos los graduados pudieran, leer, escribir y hablar el español con fluidez y para “para lograr el entendimiento entre los colonos y sus paisanos adoptivos,” tuvieron una lucha cuesta arriba para integrar las culturas americana y mexicana. [30]

Eventualmente, el aislamiento y el proteccionismo aunados al hilo que conectaba a la comunidad con los Estados Unidos, se atrincheró dentro de la educación de la Iglesia en México. Un historia en una escuela primaria de una comunidad vecina cuyos graduados fueron a la Academia Juárez, registró las tensiones entre las culturas. “Un día, después de una asamblea patriótica para celebrar a la bandera, una alumna, Allie Accord, desfiló con una bandera americana por todo el patio de la escuela. Un alumno mexicano le arrebató la bandera, la arrojó al suelo y la pisoteó mientras gritaba ‘¡ésta no se debe llevar en México!’” Para minimizar la situación, pero reflejando la división de la comunidad, el “maestro prosiguió con su lección de civismo e incluyó los colores rojo, blanco y verde de la bandera del país adoptivo. De allí en adelante, las dos banderas ondearon juntas en el asta bandera.” [31] Perpetuando la división, la escuela en Juárez “enseñó los cursos requeridos por el Departamento de Educación de México,” pero, según lo resumió el historiador Clark Johnson en su análisis de las escuelas de la Iglesia en México, “no cumplieron con el requisito de que esos cursos se enseñaran en español. También continuaron celebrando el día de la Independencia el 4 de julio de cada año, en vez del 16 de septiembre que es el día de la Independencia de México. La escuela en Juárez, simplemente no adoptó la cultura mexicana,” concluyó Johnson. [32] Un maestro resumió la meta de dicha instrucción: “Vamos a convertir a los nativos en buenos americanos y no en buenos mexicanos para México.” [33]

Cambios en la Perspectiva de la Iglesia sobre la Educación Global

Para que la Iglesia floreciera verdaderamente de manera global en México, sus perspectivas y programas necesitaban cambiar. En un estudio de las escuelas Santo de los Últimos Días en Colonia Juárez realizado en el año 1942 por Henry L. Cain , el director de la Escuela Americana en la Ciudad de México, se resumió el desafío de la Iglesia: “Aunque estas escuelas existen desde 1885, un visitante fácilmente puede imaginarse que está en Kansas o en Utah. Y aunque se enseña el español en todos los grados, no se crea ningún ambiente. Algunos de los maestros nacieron en México y hablan perfectamente el español, no obstante, están fallando al no darle al niño más de México que lo que su primo recibe de su clase de español en Salt Lake City. De los muchos valores culturales que ofrece México, pocos son parte de los programas educativos de estas escuelas,” opinó Cain.: “De todas todas, les están dando una buena educación americana a quienes asisten a ellas.” [34] Manuel Lara Villanueva, Inspector Escolar mexicano, dijo más francamente que los residentes todavía eran “americanos de corazón.” [35]

Unos segmentos de la sociedad mexicana no aprobaron este elemento exterior en su país. Argumentando que México había sido dominado por imitar las ideas, los hábitos y las costumbres foráneas, algunos educadores mexicanos dijeron que “la tarea de la educación. . . . es disipar de la mente de los mexicanos todas las sombras de inferioridad.” [36] Para mediados del siglo veinte, las autoridades mexicanas empezaron a reaccionar ante esa excepción mormona en las colonias y usaron a la Academia Juárez como punto de contención. En el año 1950, Moisés T. de la Peña, un respetable sociólogo, publicó una crítica mordaz de las colonias mormonas en el norte de México. Dijo Peña: “En los temas escolares, los mormones dicen que aceptan el programa oficial y que mantendrán sus escuelas solamente hasta que el gobierno les provea de escuelas.” [37] “La verdad del asunto,” continuó, “es que sus prejuicios religiosos hacen que vean la instrucción oficial con repugnancia y temor, y de hecho son totalmente libres en su programa académico, una situación que debe ser corregida, puesto que este privilegio ilegal no se debe tolerar en este época.” Peña alabó a los colonos por ser “celosos al obedecer las leyes del registro civil en cuanto a nacimientos, matrimonios y defunciones.” De hecho, “su respeto por las leyes mexicanas, con excepción del ejemplo escolar mencionado, es inalterable y ejemplar.” continuó. Sin embargo, culturalmente, concluyó Peña, “son un quiste demográfico, que desdeña a la sociedad en la que viven, o sea a los mexicanos como grupo. Esta verdad innegable los convierte en un pueblo indeseable.”

La evaluación de Peña descubrió la evidente falta de globalización en las comunidades mormonas a mediados del siglo veinte. En su opinión, “los colonos parecen ser optimistas y estar satisfechos con su rápido progreso y añaden que están felices ‘por participar en este cuadro brillante de mejoras y progreso de nuestro amado país mexicano.’” Sin embargo, creía que el compromiso de los colonos hacia México era un “problema teórico” porque el colono “se considera mexicano y cívicamente su conducta es casi intachable; pero sigue siendo un extranjero mormón al 100 por ciento.” Como evidencia, Peña reportó su visita a Colonia Juárez en donde oyó a los estudiantes de la Academia que caminaban por la calle “bromeando en inglés” y que conoció a una anciana feliz y robusta, que todavía no hablaba español, después de 57 años de residencia en México.” Aún entre los colonos mormones que hablaban español y contribuían de manera positiva económicamente, Peña censuró que “estas virtudes se cancelan por el hecho de que nos obligan a tolerarlos como un quiste social.” En sus palabras, los colonos operaban “dentro de una barrera purista inquebrantable que al final es racial y nórdica.” De los doscientos miembros mexicanos que vivían en la región, Peña encontró que “eran una cosecha muy pobre” después de casi seis décadas de esfuerzos proselitistas. “Generalmente son gente humilde que son tratados como un mundo aparte de los mormones extranjeros opulentos, lo que habla muy poco en favor de [ellos].”

Como resultado de su evaluación, Peña pidió que se hicieran cambios radicales dentro de la comunidad Santo de los Últimos Días, que incluían: la prohibición de textos en idiomas extranjeros en las escuelas, la obligación de celebrar las festividades cívicas mexicanas, la contratación de maestros mexicanos, sin excepciones, y el requisito de que todos, hombres y mujeres mayores de diez años, demostraran fluidez al leer y escribir el español y que tuvieran una comprensión básica de la geografía, de la historia nacional, y del civismo de México. Si no se efectuaban dichos cambios, Peña recomendó que se expulsara del país a los Santos de los Últimos Días americanos. [38]

Al someterse la comunidad y la escuela a estas críticas en los años 1950, su misma existencia fue amenazada por sus desafíos internos, algunos de los cuales fueron captados por Peña en su reporte. “Estos colonos han mantenido una emigración constante de sus jóvenes, lo que ha impedido su crecimiento.” Peña resumió: “Puesto que los jóvenes sienten una pasión absoluta por educarse, al salir de la Academia, se diseminan en universidades americanas (muy pocos se van a México), y, como es aparente, no tienen razones para regresar.” [39] Los retos demográficos como estos, redujeron el crecimiento de la comunidad, lo que forzó un cambio escolástico. Cuando solamente se graduaron nueve estudiantes de la Academia en el año 1954, otro autor preguntó: “¿Han cumplido su propósito la Academia y las colonias a las que ha guiado? La Academia, que ha tenido un rico y emocionante antecedente histórico y que tantas veces ha combatido la adversidad para sobrevivir, al final ¿tendrá que cerrar?” [40]

Para lograr que la escuela y la comunidad sobrevivieran, necesitaba ocurrir un cambio dentro de las perspectivas de la Iglesia sobre la globalización. En vez de preservar y transmitir los ideales americanos, la escuela, al igual que la Iglesia en su enfoque internacional, necesitaban abrazar la cultura local. En Salt Lake City, el Apóstol Marion G. Romney, él mismo era originario de Colonia Juárez, reconoció la necesidad del cambio al aconsejar: “Tenemos una gran obra que hacer en estas tierras. . . . para desarrollar nuestros programas alrededor de las culturas nativas.” Usando las escuelas en México como ejemplo, Romney recalcó: “Para México las historias y las ilustraciones deben salir de la historia mexicana y de las vidas de los héroes mexicanos como Benito Juárez y [Miguel] Hidalgo. Nuestras actividades deben presentar el folclore, la música y las danzas indígenas y mexicanas.” Idealmente, él esperaba que los miembros de la Iglesia en México pudieran “buscar su modelo educativo en la Ciudad de México, en vez de la Academia de la Estaca Juárez o en Estados Unidos.” [41] Cumpliendo con estos deseos, se revisaron los programas de la Academia Juárez a fin de cumplir estrictamente con las reglas mexicanas. [42] Adicionalmente, la Academia Juárez, al igual que las escuelas primarias que la alimentaban, aumentaron su participación en las actividades, las celebraciones y los desfiles locales. [43]

Al mismo tiempo, la escuela procuró integrar mejor en sus programas a los estudiantes hispanos, logrando estabilizar las inscripciones. Los hijos de los residentes locales, incluso los hijos de las familias más influyentes en el estado de Chihuahua, fueron reclutados para que asistieran a la escuela. [44] Aunque el inglés continuó siendo el idioma principal de la enseñanza en la escuela, se instituyeron programas especiales para que los estudiantes nativos siguieran aprendiendo en su propio idioma a la vez que lograban dominar el inglés. [45] Se buscaron formas de ofrecer becas para los miembros de la Iglesia en todo México para que estudiaran en la Academia. Como resultado, los oficiales reportaron dos visitas muy positivas que hizo a la escuela el gobernador del estado de Chihuahua, así como la idea de que las colonias mormonas se estaban convirtiendo en “un escaparate del progreso, y de los métodos agrícolas y escolares” en la región. [46]

El cambio y la expansión de la población estudiantil no se lograron sin oposición. En respuesta a la propuesta, en el año 1959, de construir nuevas instalaciones escolares, Joseph T. Bentley, el presidente de la Misión Mexicana del Norte y graduado de la Academia Juárez, advirtió sobre los peligros de “entusiasmarse por ‘completo’” con ideas que “dañarían en vez de ayudar a las colonias en México.” Reflejando la percepción de las primeras épocas, Bentley expresó su opinión de que la sobrepoblación fue el resultado de admitir a muchos estudiantes de otras religiones. Y preguntaba si los recursos no se podrían utilizar mejor en otras partes. Bentley ofreció: “Si esos recursos se usaran para construir una escuela en Monterrey y quizás en otra de las ciudades grandes en México, se beneficiarían muchos miembros más.” [47] Mostrando sensibilidad hacia las necesidades más allá de las colonias, Bentley propuso que “se planificara para los jóvenes” de todo el país más bien que solamente para los pocos que pudieran asistir a la Academia Juárez. Bentley advirtió: “Si se aumenta la capacidad de la Academia, los estudiantes adicionales vendrán de la población mexicana, lo que traerá problemas raciales y de otras formas tales como, los matrimonios inter raciales, la disciplina, las normas (de la iglesia), etc.” Sin éxito, sugirió que se hiciera una planificación cuidadosa a largo plazo y que se adoptara en la escuela la proporción de uno-a-uno entre los estudiantes americanos y mexicanos. [48]

A pesar de las tensiones por los cambios en la composición de la institución, surgió un aumento notable en los graduados con nombres hispanos. Durante el año escolar 1967-1968, los estudiantes hispanos sobrepasaron por primera vez a los estudiantes americanos. una tendencia que ha seguido aumentando. [49] Al mismo tiempo la inscripción aumentó, estabilizándose cerca de su nivel actual de cerca de 400 alumnos en secundaria y preparatoria. Para el fin del siglo veinte, cerca del 85% de la población estudiantil era latina y cerca del 25% del estudiantado no eran mormones. [50] Académicamente, la escuela llegó a ser una prominente escuela preparatoria bilingüe auspiciada por una religión.

Todos estos cambios en la Academia Juárez coincidieron con un crecimiento dramático de la Iglesia en todo México. La membresía aumentó más de veinticinco veces al pasar de 5,646 miembros en el año 1950 a 141,211 para el año 1975. [51] Para el año 2015, la Iglesia reportó una membresía de más de 1.3 millones de personas en México, la más alta de la Iglesia en cualquier país fuera de los Estados Unidos. [52] Educacionalmente, con sus 52,180 alumnos, México ostenta la inscripción más alta de estudiantes en seminarios e institutos de cualquier país fuera de los Estados Unidos. [53] Desde una perspectiva de globalización, y de mayor importancia, este aumento ocurrió entre la población nativa de la nación.

Conclusión

En los primeros años de la Academia Juárez, la escuela trabajó para preservar una herencia nacional americana en un puesto de avanzada mexicano. Sin embargo, el adherirse a las prácticas educativas de los Estados Unidos creó una barrera para su asimilación en la sociedad mexicana. Anna Ivins, la hija del líder de la comunidad, una estudiante del primer grupo de graduados de la escuela, y eventualmente, la esposa del director de la escuela, capturó el punto de vista del mundo que prevalecía en esa época cuando escribió: “Estábamos haciendo nuestro mejor esfuerzo por ser buenos ciudadanos de nuestro país adoptivo.” [54]

Eventualmente, la preservación de un tipo americano de mormonismo, pese a lo bien intencionado, debía dejarse de lado si es que la Iglesia iba a florecer en México. El aislamiento hubo de ser reemplazado por la culturización. Stanley A. Peterson, que por mucho tiempo fue el administrador de la educación de la Iglesia y que dirigió mucho del crecimiento internacional del sistema, resumió el cambio así: “Es necesario que usemos a las personas locales,” dijo Peterson. “He visto áreas a las que seguimos mandando americanos, y cada vez que se manda a un americano y lo utilizamos, le gente local no prospera. A través de los años, nuestra filosofía ha sido el usar a la gente local tan pronto como se pueda. No sigan mandando americanos porque no hay continuidad. No existe el crecimiento local. Ese no es su programa.” [55]

En el caso de la Academia Juárez, la “gente local” incluye a los descendientes de los colonos que fundaron la región hace más de un siglo. Sin embargo, como resultado de los cambios demográficos, de la presión gubernamental, y del conocimiento cultural, “local” también incluye a población hispana de esa área. El fomentar un paradigma educacional que celebre a ambos grupos, abre la puerta al maravilloso crecimiento de la Iglesia en México.

Notas

Para un análisis académico más extenso de la educación mormona en México, ver de Scott C. Esplin, E.Vance Randall, Casey P. Griffiths, y Bárbara E. Morgan el capítulo titulado “Isolationism, Exceptionalism, and Acculturation: The Internationalisation of Mormon Education in México,” publicado en Journal of Educational Administration and History 46, núm. 4 (2014): páginas 387-404.

[1] - Para un informe de la expansión educativa internacional de la Iglesia, ver de Joe J. Christensen, “The Globalization of the Church Educational Systemn,” publicado en Global Mormonism in the 21st Century, editado por Reid L. Neilson (Provo, UT: Religious Studies Center, 2008), páginas 183-201. Christensen fue el comisionado asociado de educación para la Iglesia durante gran parte de esta expansión y él cree que no hubo “ningún otro programa de la Iglesia que se haya orientado hacia la globalización y la internacionalización tan rápidamente.”

[2] - “Reporte Anual de Seminarios e Institutos para 2015,” (Salt Lake City: La Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días, 2015), páginas 2, 4.

[3] - De John Taylor y George Q. Cannon a Christopher Layton, 16 de diciembre de 1884, citado en The Mormon Colonies in Mexico por Thomas Cottarn Romney (Salt Lake City: University of Utah Press, 1938), páginas 51-52.

[4] - Las seis colonias en el estado de Chihuahua fueron: Colonia Díaz, Colonia Juárez, Colonia Dublán, Colonia Pacheco, Colonia García y Colonia Chuichupa. Las tres colonias en Sonora fueron: Colonia Oaxaca, Colonia Morelos y Colonia San José (La Colonia San José fue una separación tardía de los residentes de la Colonia Morelos, y no ha sido incluída en algunas listas de las colonias mormonas mexicanas.) Clarence F. Turley y Anna Tenney Turley, History of the Mormon Colonies in Mexico (The Juarez Stake), 1885-1980 (Salt Lake City: Publishers Press, 1996), página 1; Romney, The Mormon Colonies in Mexico, página 56.

[5] - Clarence F. Turley y Anna Tenney Turley, History of the Mormon Colonies in Mexico (The Juarez Stake), 1885-1980 (Salt Lake City: Publishers Press, 1996), página 87.

[6] - John Taylor, en Messages of the First Presidency of the Church of Jesus Christ of Latter-day Saints, editado por James R. Clark (Salt Lake City: Bookcraft, 1966), 3: 58-59.

[7] - De Wilford Woodruff a la Presidencia de la Estaca Saint George, el 8 de junio de 1888, citado en Messages of the First Presidency, 3: 167-168.

[8] - La Iglesia operó treinta y seis academias y otras veinte escuelas llamadas seminarios debido a que ya existía una academia en las estacas correspondientes. No se deben confundir dichos seminarios con las actividades educativas actuales de la Iglesia que llevan dicho nombre. Scott C. Esplin y Arnold K. Garr, “Church Academies: 1875-1933,” en Mapping Mormonism: An Atlas of Latter-day Saints History, editado por Brandon S. Plewe, S Kent Brown, Donald Q. Cannon y Richard H. Jackson (Provo, UT: BYU Press, 2012), páginas 126-127.

[9] - Albert Kenyon Wagner y Leona Farnsworth Wagner, The Juarez Stake Academy, 1897-1997: The First One Hundred Years (Juárez, México: The Academy, 1997), página 6.

[10] - Anna Lowry Ivins Wilson, “Reminiscences, 1967,” Church History Library, Salt Lake City, página 15.

[11] - Wilson, “Reminiscences” páginas 18-20.

[12] - Anthony W. Ivins había servido previamente como el presidente de la Misión Mexicana de la Iglesia de 1882 a 1884.

[13] - Wilson, “Reminiscences” páginas 34-35.

[14] - Wilson, “Reminiscences” página 40.

[15] - Wilson, “Reminiscences” página 46.

[16] - Nelle Spilsbury Hatch, Colonia Juarez: An Intimate Account of a Mormon Village (Salt Lake City: Deseret Book, 1954), páginas 153-155.

[17] - Wagner y Wagner, The Juarez Stake Academy, páginas 149, 195.

[18] - En su relato, Ivins registra sus problemas con el idioma español. “Todas las clases de secundaria las enseñaba nuestro director, con la excepción del español, que era obligatorio, aunque nunca llegué a ser competente en el idioma.” Wilson, “Reminiscences” página 49.

[19] - The Juarez Stake Academy, Announcements for the Twelfth Academic Year, reproducido en Wagner y Wagner, The Juarez Stake Academy, página 36.

[20] - Nelle Spilsbury Hatch, “Manrique Gonzalez,” en Stalwarts South of the Border, editado por Nelle Spilsbury Hatch y B. Cannon Hardy ([California], 1985 Ernestine Hatch, 1985), páginas 212-213.

[21] - De Manrique González para Nelle S. Hatch, 26 de noviembre de 1950.

[22] - Wilson, “Reminiscences” página 56.

[23] - Wilson, “Reminiscences” página 52.

[24] - Guy C. Wilson, citado por Nelle S. Hatch en Academia Juárez A.C., 1901-1916 (Juárez, Chihuahua, México: Academia Juárez A, C., 1977), página 17.

[25] - Wilson, “Reminiscences” página 70.

[26] - Richard O. Cowan, Teaching the Word: Religious Education at Brigham Young University (Provo, UT: Religious Studies Center, 2008), páginas 9-10.

[27] - Para comentarios del por qué la Iglesia descontinuó sus academias, véase de Scott C. Esplin y E. Vance Randall, “Living in Two Worlds: The Development and Transition of Mormon Education in American Society,” History of Education 43, núm 1 (2014), páginas 3-30.

[28] - Adam S. Bennion, “The Latter-day Saints and Education,” Improvement Era, julio de 1920.

[29] - E. LeRoy Hatch, Medico: My Life as a Country Doctor in Mexico (Mesa, AZ: J. J. Hatch, 1999), página 20.

[30] - Annie R. Johnson, Heartbeats of Colonia Diaz (Salt Lake City: Publishers Press, 1972), página 223; también Hatch, Colonia Juarez, página 233.

[31] - Johnson, Heartbeats of Colonia Diaz, página 223.

[32] - Clark W. Johnson, “Mormon Education in Mexico: The Rise of the Sociedad Educativa y Cultural” (disertación doctoral, Brigahm Young University, 1977), página 50.

[33] - Historia manuscrita de las Escuelas en Juárez, páginas 1-2, citado en Johnson, “Mormon Education in Mexico,” página 40.

[34] - Henry L. Cain, “Reporte of the Juarez Stake School System,” 1 de octubre de 1942, Mexico, citado en Johnson, “Mormon Education in Mexico,” página 51.

[35] - Citado por Johnson en “Mormon Education in Mexico,” página 51

[36] - Citado por Johnson en “Mormon Education in Mexico,” página 48.

[37] - En la época de la crítica de Peña, la única escuela del gobierno en el área era una escuela primaria, ahora conocida como la Escuela Primaria Niños Héroes. Dicha escuela se abrió en Colonia Juárez en los años 1930. Una escuela secundaria conocida como la Telesecundaria se abrió en los años 1980.

[38] - Moisés T. de la Peña, “Problemas Agrícolas e Industriales de México,” traducción fue citada en una carta de Daniel P. Taylor para Joseph T. Bentley, del 7 de enero de 1959, páginas 3, 7, Correspondencia de Joseph T. Bentley, en L. Tom Perry Special Collections, de la Biblioteca Harold B. Lee de la Universidad Brigham Young, en Provo, Utah.

[39] - De la Peña, “Problemas Agrícolas e Industriales de México,” páginas 3, 7.

[40] - Dale M. Valentine, “The Juarez Stake Academy” (tesis magisterial, Brigham Young University, 1955), página 72.

[41] - Harvey L. Taylor, “The Story of L. D. S. Church Schools,” 1971, 2: 10-11, L. Tom Perry Special Collections, Harold B. Lee Library, Brigham Young University, Provo, UT.

[42] - Taylor, “The Story of L. D. S. Church Schools,” 2:20.

[43] - Johnson, “Mormon Education in Mexico,” página 58.

[44] - Dale M. Valentine, “The Juarez Stake Academy” (tesis magisterial, Brigham Young University, 1955), página 67.

[45] - Johnson, “Mormon Education in Mexico,” página 59.

[46] - Harvey L. Taylor, ‘Report: Tripo to LDS Colonies in Juarez and Dublan, México and the University of Chihuahua,” Joseph T. Bentley Correspondence, L. Tom Perry Special Collections; Joseph T. Bentley to Daniel P. Taylor, 3 de febrero de 1959, Joseph T. Bentley Correspondence, L.Tom Perry Special Collections.

[47] - La Iglesia aumentó su sistema educativo en otras partes de México, abrió el Benemérito de las Américas en la Ciudad de México en el año 1964. Barbara E. Morgan, “Benemérito de las Américas: The Beginning of a Unique Church School in Mexico,” BYU Studies Quarterly 42, núm. 4 (2013): páginas 89-116.

[48] - De Joseph T. Bentley para Ernest L. Wilkinson, 8 de agosto de 1957, Joseph T. Bentley Correspondence, L. Tom Perry Special Collections.

[49] - Johnson, “Mormon Education in Mexico,” página 59.

[50] - Shawn Foster, “The Mexican Connection: Mormon Colonies in Mexico Feel, Look Like Central Utah,” Salt Lake Tribune, 24 de mayo de 1998, página J1.

[51] - Efraín Villalobos Vázquez, “Church Schools in Mexico,” publicado en Mormonism: A Faith for All Cultures editado por F. LaMond Tullis (Provo, UT: Brigham Young University Press, 1978), página 127.

[52] - The Church of Jesus Christ of Latter-day Saints, “Facts and Statistics: Mexico,” Mormon News Room, http://www.mormonnewsroom.org/facts-and-statistic/country/mexico.

[53] - “Seminaries and Institutes of Religion Annual Report for 2015" (Salt Lake City: The Church of Jesus Christ of Latter-day Saints, 2015), página 4.

[54] - Wilson, “Reminiscences,” página 52.

[55] - Stanley A. Peterson, oral history, 1 de mayo de 1991, tal como se citó en “The Globalization of Latter-day Saint Education” por Casey P. Griffiths, (disertación doctoral, Brigham Young University, 2012), página 272.