La aceptación del Señor

C. Max Caldwell

El Elder C. Max  Caldwell sirvió como miembro del Segundo Quórum de los Setenta de la Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días de 1992 a 1997.

La motivación para esta presentación surgió alobservar a las personas que batallan para encontrar y sentir la paz en sus vidas, o que están frustrados por la falta de contentamiento y por lo mismo luchan con los sentimientos de fracaso. En los intentos que todos hacemos para lograr la primera y evitar el último, a veces descuidamos el obtener una verdadera perspectiva de ambos. En otras palabras, no entender y aplicar ciertos principios puede ser un motivo para sentirnos insatisfechos con nosotros mismos. Por otra parte, a quienes se sienten contentos con sus circunstancias actuales con frecuencia se les oye describir el resultado de sus esfuerzos como el éxito.

Recuerdo haber escuchado en un aeropuerto un lado de una conversación telefónica. Quien hablaba exclamó en un tono triunfal, “Por fin tuve éxito hoy.” Como no oí nada más, no me quedó mas que imaginar el motivo de su éxito. ¿Podría haber sido un vendedor habilidoso que había terminado las negociaciones de un contrato? ¿O quizá era un paciente persistente que se recuperaba de las limitaciones impuestas por un procedimiento quirúrgico y estaba saliendo del tratamiento de rehabilitación? Posiblemente era un diplomático decidido que había estado trabajando en negociaciones convincentes. Pudiera ser que fuera un maestro agobiado que trataba de capacitar a sus estudiantes en una técnica difícil o en un concepto que les era desconocido.

No supe cual, si acaso alguna, de esas suposiciones pudo haber sido cierta. Pero si sé que él se estaba regocijando en sus sentimientos de éxito. Deseé, y desde entonces lo he hecho, que toda la gente pudiera disfrutar frecuentemente de ese sentimiento. Pero esto hace que surja una pregunta importante: ¿Se debe fundar la determinación del éxito en complacer ya sea a otras personas o a uno mismo?

Quizá una experiencia igualmente común sea la sensación de fracaso. Este no es un sentimiento feliz. Cada uno de nosotros ha sido parte de un grupo competitivo en el cual alguien es seleccionado o es designado como ganador. Y los demás ¿pudieron haber sentido que fueron designados como perdedores? Cuando se participa en prácticas que se califican, aquellos que obtengan las calificaciones más bajas, ¿debería considerarse a sí mismos como menos exitosos y por lo tanto ser catalogados como fracaso parcial o total? Cuando premiamos y honramos a la gente con base en desempeños mesurables estadísticamente, ¿podemos estar asumiendo que los no premiados no lo hicieron bien? Los motivadores bien intencionados, fijan metas que aunque deseables, son inalcanzables para muchos ¿ y por lo tanto crean frustración entre los que rinden menos?

Cuando la gente se desespera o se desanima, ¿es porque sienten que han fallado al alcanzar una meta o condición o porque no lo hicieron dentro del tiempo que ellos mismos se fijaron? Un amigo muy deprimido me dijo que había pasado un par de semanas terribles meditando en sus fallas y debilidades. Y estaba preocupado por si a través de los años, hubiera hecho mal uso del tiempo, que hubiera fallado en responder a las necesidades familiares, en ser considerado en su trato con la gente como debió haberlo hecho. Me supongo que algunos de nosotros hemos tenido ideas similares. El Elder Neal A. Maxwell dijo: “A algunos de nosotros no se nos ocurriría condenar al vecino por sus flaquezas, más no nos podemos perdonar las nuestras; pues frecuentemente somos nuestro juez mas severo.”[1]

Me siento obligado a hacer una segunda pregunta importante: ¿La sensación de fracaso se debe basar por fallar en complacer a otras personas o a uno mismo?

Algunas veces se critica a la Iglesia por animar a sus miembros a que logren metas que parecen ser inalcanzables, tales como ser una madre modelo, un misionero que impone récords, un obispo super hombre, pero muy especialmente por tratar de alcanzar la perfección. Es muy común para los obispos oir a los miembros decir, “Bueno, no soy perfecto” o declarar, “Nadie es perfecto”. Esta filosofía se usa a veces como justificación de un esfuerzo mediocre o aún del pecado. Esto también puede profundizar el desánimo por el fracaso en alcanzar las metas fijadas por uno mismo o los objetivos de perfección mandados por el Señor. Los críticos dicen que nuestro pueblo será un grupo de fracasados frustrados que nunca experimentarán el éxito y por lo mismo nunca se sentirán realizados. Ciertamente, no nos disculpamos por ninguna meta celestial puesta por un ser celestial. Pero como el Elder Maxwell dijo: “No es fácil seguir los letreros del camino celestial mientras nos hallamos en el embotellamiento del tráfico telestial.”[2]

Hoy discutiremos los siguientes tres conceptos de la Doctrina y Convenios: Primero, ¿En qué consiste el éxito o el fracaso verdadero? Usaremos la mayor parte del tiempo con este. Segundo, ¿cómo logramos la aceptación del Señor? Tercero, ¿Donde vemos esta aceptación en la vida de José Smith?

Concepto 1: ¿En qué consiste el éxito o el fracaso verdadero?

El obtener ideas a estas preocupaciones parece que justifica el comentar una doctrina que, cuando se entiende y se aplica, brindará un impacto positivo en la vida de cada Santo de los Últimos Días. De las verdades sagradas que se hallan en el libro de revelaciones del Señor en esta dispensación, la Doctrina y Convenios, aprendemos algo sobre cómo deberíamos determinar qué es el real éxito o fracaso.

En lugar de sentir satisfacción con logros temporales o pasajeros que complacen a otras personas o a nosotros mismos, ¿podríamos ser mas sabios si nos esforzamos hacia un nivel mas significativo de satisfacción interna y eterna? Las declaraciones de las escrituras justifican llegar a la conclusión de que el éxito o fracaso verdadero se compara con la aprobación o una condenación de parte del Señor. Parece apropiado que uno de nuestros queridos himnos patrióticos contenga una súplica a Dios con respecto a Su refinamiento, “Hasta que todo éxito sea noble, y divino todo beneficio.”[3] Ningún trabajo es mas noble que aquel merezca el favor divino y la aprobación del Señor.

Permítanme ahora llamar la atención a algunas de las secciones de Doctrina y Convenios en donde encontramos este concepto. Este es uno de los temas predominantes en esta escritura de los últimos días que proporciona una norma significativa por la cual podamos determinar nuestro éxito o fracaso.

Sección 23. En esta sección tenemos una ilustración de los niveles opuestos de una relación con el Salvador los cuales se identifican como aceptación o condenación. En el mismo mes en que se organizó la Iglesia en 1830, el Señor se dirigió a cinco hombres y les dio instrucciones específicas para sus vidas así como para sus respectivos deberes en la obra del reino. A cuatro de los cinco se les dijo que “no estaban bajo condenación”, pero al quinto no se le dio esa seguridad. Todos esos hermanos, excepto Joseph Knight padre, habían sido bautizados y habían establecido una relación de convenio con el Salvador. Esos cuatro habían tenido éxito en complacer al Señor y ciertamente se esperaba que continuaran en un nivel de aceptación delante del Señor. Al parecer, hasta esa fecha habían hecho lo que el Señor les había requerido.

El quinto hombre, Joseph Knight, no había sido bautizado, aunque sabía que debía hacerlo. Con anterioridad él había manifestado creer en la obra de José Smith con las planchas del Libro de Mormón y había pedido una revelación que le instruyera con respecto a su parte en la obra de la Restauración. El Señor le había respondido y exhortado a que “procura sacar a luz y establecer la causa de Sión” (DyC 12: 6). Es obvio que para poder hacerlo, tendría que bautizarse. Una vez, al asistir al bautismo de otras personas, ignoró la certera impresión que recibió en esa ocasión de que él también debía bautizarse, pero esperó hasta junio de 1830. Por eso, el Señor lo consideró como que estaba bajo condenación y le declaró que su deber era “unirte a la iglesia verdadera... para que recibas la recompensa del obrero.” (DyC 23: 7).

Cuando el Señor le revela la verdad a una persona, Él espera cumplimiento; de otra forma la persona se encuentra bajo condenación delante del Señor. Cuando conocemos los principios eternos como el diezmo, el ayuno, o guardar el Día de Reposo y no cumplimos, con seguridad sentiremos el fracaso. El Señor declaró: “Porque de aquel a quien mucho se da, mucho se requiere; y el que peque contra mayor luz, mayor condenación recibirá.” (DyC 82: 3).

Secciones 39 y 40. El Reverendo James Covill había servido como ministro bautista durante cuarenta años antes de escuchar el mensaje de la Restauración por medio del Profeta José Smith. Acto seguido, hizo convenio de que haría cualquier cosa que el Señor requiriera de él. El Reverendo Covill les habría pedido, como lo hacen actualmente los ministros protestantes, a sus oyentes que aceptaran a Jesucristo como su salvador personal como condición para alcanzar la salvación que esperaban. Sin embargo, él no pudo darles la información acerca de cómo podían obtener su esperada herencia celestial. No pudo ofrecerles un bautismo autorizado con los convenios que le acompañan.

Elaborando sobre el limitado conocimiento de Covill y sus antecedentes, el Señor reveló que recibir a Cristo es recibir Su evangelio, el cual incluye el arrepentimiento y el bautismo. El Señor lo desafió a que se bautizara y que hiciera convenios eternos a fin de que pudiera recibir el Espíritu del Señor (ver los versículos 5-6, y 10).

Es interesante que el Señor no usó la palabrería de los protestantes. Él nunca sugirió ningún proceso tal como “aceptar a Cristo.” En lugar de eso, la revelación habló de “recibir” al Salvador. De hecho, si los mortales son desafiados a determinar si aceptan a Cristo, hay un mensaje implícito de que el hombre debe juzgar si Jesús es aceptable para el hombre. Jesús no está sujeto a juicio. Él es el juez. El hombre es quien está a prueba; él debe ser aceptable a Cristo mediante la recepción de los dones expiatorios del Salvador y poniendo su vida en armonía con los principios revelados del evangelio.

Una búsqueda en las escrituras muestra que los términos como aceptar, aceptado, aceptación, y aceptable siempre se usan en contexto con que el hombre y sus obras están siendo probados en cuanto a su aceptabilidad delante del Señor. Dichos términos no se usan con referencia a que Dios sea aceptado por el hombre. Debe ser nuestra conclusión el que logramos la aceptación del Señor cuando recibimos y participamos de Sus doctrinas y convenios. Algunos de los usos significativos de la raíz cep que es de orígen latino, son interesantes para nosotros: La A-cep-tación es de Cristo. La Re-cep-ción es nuestra decisión. Ser re-cep-tivos es nuestra oportunidad, La per-cep-ción es un don espiritual, en tanto que la de-cep-ción es de Lucifer. Cada uno tiene significados distintos. No debemos confundirnos.

Desafortunadamente, James Covill rechazó la palabra del Señor y no cumplió su convenio. El falló al no recibir el evangelio del Señor, lo que es semejante a fracasar en recibir al Señor. Aunque Covill no entró en un convenio formal por medio del bautismo, el Señor se refirió a su promesa verbal de ser obediente, como un convenio que lo obligaba. El Señor declaró: “Por consiguiente, quebrantó mi convenio, y queda en mí hacer con él como bien me parezca” (DyC 40: 3). Los violadores de convenios son fracasados que no son aceptables a Dios.

Sección 41. En la primera revelación registrada después de que José Smith se mudó a Ohio, el Señor nos dio Su definición del discipulado como sigue: “El que recibe mi ley y la guarda, tal es mi discípulo; y el que dice que recibe mi ley y no la guarda, no es mi discípulo, y será expulsado de entre vosotros” (versículo 5).

Ser un verdadero discípulo de Cristo y por lo tanto ser aceptado por Él, requiere más que un simple compromiso verbal con Él. Uno debe ser un receptor y un hacedor de la ley del Señor. Quienes reciben las recompensas del discipulado satisfacen estas dos expectativas. En la misma revelación se encuentra un ejemplo de ese tipo de persona. El Señor llamó a Edward Partridge para ser el primer obispo de la Iglesia y lo describió como un hombre de corazón puro y en quien no había engaño (versículo 11). Era un discípulo del Señor y era aceptable ante Él.

A la inversa, presentarse a sí mismo como uno que ha recibido la ley pero que no está dispuesto a cumplir con las responsabilidades de los convenios sagrados, es tergiversar al autor de la ley. Esto es hipocresía , una condición condenada por el Señor. Ese tipo de persona tiene un corazón impuro, es culpable de engañar, y es inaceptable ante el Señor.

Sección 38. En el meridiano de los tiempos, el Salvador oró pidiendo que hubiera unidad entre Sus discípulos. Dieciocho siglos después, el Señor mandó que los miembros de la Iglesia debían tener unidad. Él dijo: “Sed uno; y si no sois uno no sois míos” (DyC 38: 27). Notamos que si fallamos en lograr unidad con el Señor, sería evidencia y razón para nuestra inaceptabilidad ante Él. El Salvador le proclamó a los nefitas, “aquel que tiene el espíritu de contención no es mío” (3Nefi 11: 29). Quienes están en armonía con el Señor y con Sus enseñanzas tienen unidad con Él. Son también los que viven en armonía con los demás. Han logrado la aprobación y aceptación de su Maestro.

Sección 46. En esta sección, el Señor identificó muchos de los dones del Espíritu Santo y le aconsejó a los miembros de la Iglesia que buscaran los mejores dones que se acomodaran a sus necesidades específicas. Explicó el valor de dichos dones y proclamó que “se dan para el beneficio de los que aman y guardan todos los mandamientos, y de los que procuran hacerlo” (DyC 46: 9).

Aprendemos que entre los elegibles para recibir esos dones es encuentran quienes guardan todos los mandamientos. A la primera, uno puede concluír que nadie encaja en esta categoría. Pero si nadie lo hace, ¿por qué habría de mencionarse tal situación? El pensarlo mejor sugiere que no debemos asumir algo que el Señor no ha dicho. Él no dijo que los dones son para aquellos que guardan sus mandamientos todo el tiempo. Nadie lo hace. Pero muchos guardan los mandamientos la mayor parte del tiempo. Una segunda categoría de personas aceptables describe a aquellos que genuina y sinceramente están procurando guardar todos los mandamientos. Aunque no siempre puedan alcanzar sus metas espirituales, se están esforzando por hacerlo. Aunque algunas veces fallen y caigan, se levantan, se arrepienten si es necesario, y continúan esforzándose por vivir vidas rectas y aceptables.

Por eso, muchos SUD son elegibles para obtener dones del Espíritu, para participar en los privilegios que se extienden a los miembros fieles de la Iglesia, y pueden reclamar las promesas hechas por el Señor a los de Su pueblo que guardan los convenios, y son, lo más importante, aceptables ante el Señor. Son Santos dignos, aunque imperfectos. Cuando su obispo les pregunta si son dignos de participar en las distintas experiencias y privilegios de la Iglesia, contestan con un rotundo ¡sí! Estos son los que participan en paz de los emblemas sacramentales, quienes participan con tranquilidad de las ordenanzas y convenios del templo, quienes efectúan y reciben con confianza las ordenanzas del sacerdocio, quienes procuran y esperan los dones del Espíritu con la seguridad de que las promesas del Señor se cumplirán. Estos son los que son aceptables ante el Señor y quienes gozan de los sentimientos pacíficos que acompañan una vida bien vivida.

Concepto 2: ¿Como logramos la aceptación del señor?

Sección 52. Esta revelación contiene una muy bienvenida “norma en todas las cosas” (versículo 14) en la cual el Señor describe a una persona cuyas acciones y atributos son aceptables ante Él. Todo el mundo cuya naturaleza y comportamiento estén de conformidad con la norma del Señor tiene la certeza revelada de que está cumpliendo con las expectativas del Señor para esta época. El Maestro declaró:

“Por consiguiente, al que ora, cuyo espíritu es contrito, yo lo acepto, si es que obedece mis ordenanzas

“El que habla, cuyo espíritu es contrito, cuyo lenguaje es humilde y edifica, tal es de Dios, si obedece mis ordenanzas.

“Y además, el que tiemble bajo mi poder será fortalecido, y dará frutos de alabanza y sabiduría, de acuerdo con las revelaciones y las verdades que os he dado.” (vv. 15 al 17; énfasis agregado)

El Señor identifica al menos cinco características o rasgos inherentes en la persona que es aceptable ante Él:

El que ora. Esta es una persona que depende del Señor en vez de hacerlo en su propio entendimiento, razonamiento, poder y juicio. Obviamente, tal persona tiene fe en Dios lo cual es un pre-requisito para ser aceptable ante Él. El élder John A. Widtsoe del Quórum de los Doce Apóstoles ha dicho: “El hombre es tan grande como lo sean sus oraciones privadas. El individuo no es mayor que sus oraciones privadas. Si es un hombre que ora, crece hasta alcanzar una gran estatura. Si no lo es, se encoje a una estatura mas pequeña.”[4]

Aquel cuyo espíritu es contrito. Esta es una persona de humildad que ha sufrido por sus pecados y que conoce el poder de la redención de Cristo. Es enseñable y responde a las enseñanzas correctas. Ha oído y respondido a la invitación del Salvador de venir a Él. Su alma está inundada por el espíritu de arrepentimiento y el cambio en su corazón ha dado como resultado que tenga actitudes y conducta aceptables. El presidente Ezra Taft Benson comentó: “El milagro del perdón es real, y el arrepentimiento sincero es aceptado por el Señor.”[5]

El que obedece las ordenanzas del Señor. Ciertamente uno no puede obedecer las ordenanzas a menos que uno las reciba. Una persona no es aceptable ante el Señor en tanto que no venga al Salvador por medio de las ordenanzas y convenios del sacerdocio. Un hijo o hija de Dios que elige permanecer fuera del reino de Dios, o un miembro de la Iglesia que escoge no recibir todas las ordenanzas del sacerdocio, ciertamente es amado por Él, pero no es aceptable ante Él.

Aquel cuyo lenguaje es humilde y edificante. El habla por lo general expone la naturaleza y los pensamientos. El lenguaje puede mostrar una naturaleza ostentosa o traicionar a una mente y alma impuras. Una persona que habla blasfemias, vulgaridad u obscenidades esta negando los poderes edificantes del Espíritu Santo y no es deseable ni aceptable. Una vez, le tuve que decir a un socio mío que a menos que limpiara su lenguaje, no me podría permitir contar con su amistad. Él cesó de hablar con rudeza, al menos en mi presencia, y yo se lo agradecí.

La crítica y el chisme también pueden ofender y negar al Espíritu. El presidente Gordon B, Hinckley ha aconsejado lo siguiente:

La crítica es el precursor del divorcio, el cultivador de la rebelión, el catalizador que lleva al fracaso. Estoy pidiendo que nos alejemos de lo negativo que impregna a nuestra sociedad y que busquemos lo bueno y lo extraordinario entre aquellos con quienes nos asociemos, que hablemos mas de las virtudes de los demás más de lo que hablamos de las faltas de los demás, que el optimismo reemplace al pesimismo, que nuestra fe exceda a nuestros temores. Cuando era joven y me daba por criticar, mi padre decía: “Los cínicos no contribuyen, los escépticos no crean, los que dudan no logran nada.”[6]

A la inversa, las expresiones verbales pueden representar pureza de corazón y de mente y pueden transmitir conocimientos de valor eterno. ¿Quién no ha sido elevado hasta alturas espirituales al escucha los testimonios y las declaraciones divinas de las verdades reveladas?

Aquel cuyas obras y enseñanzas reflejan las verdades dadas por el Señor. El Señor es la fuente de toda verdad. Los medios por los que accedemos esa verdad incluyen a los profetas vivientes, las obras canónicas de escrituras, y la inspiración del Espíritu Santo (véase versículos 9, y 36). Al Señor ve con desagrado la enseñanzas de lo que no es verdad, sean falsedades deliberadas o tergiversaciones inadvertidas de Su mente y voluntad. Tales enseñanzas pueden ser los medios de desviar de Dios a las almas. El presidente Joseph F. Smith le advirtió a la Iglesia:

Entre los Santos de los Últimos Días, la predicación de doctrinas falsas disfrazadas como verdades del evangelio , se puede esperar de personas de dos clases...

Primero.—Los irremediablemente ignorantes, aquellos cuya falta de inteligencia se debe a su indolencia y pereza, los que sólo hacen un débil esfuerzo, si acaso, para mejorarse mediante la lectura y el estudio; aquellos que padecen de esa enfermedad terrible que puede tornarse incurable, a saber, la pereza.

Segundo.— Los soberbios y los que se engrandecen a sí mismos, que leen a la luz de la lámpara de su propia vanidad; que interpretan según reglas por ellos mismos formuladas, que han llegado a ser una ley para sí mismos y se hacen pasar por únicos jueces de sus propios hechos. Estos son mas peligrosamente ignorantes que los primeros.

Guardáos de los perezosos y de los vanidosos, en ambos casos es contagiosa su infección, mejor sería para ellos y para todos cuando se les obligue a poner a la vista la señal de peligro, a fin de que sean protegidos los sanos y los que no se han infectado.[7]

Cada uno de nosotros puede hacer una introspección para determinar si cumplimos con el modelo de aceptabilidad. Cualquier variación por nuestra parte podría resultar en modificaciones apropiadas de nuestra forma de pensar, de sentir o comportarnos. Además, todos podemos evaluar lo que vemos y oímos en otros y saber si debemos aceptar sus modos. La tolerancia y la aceptación no son lo mismo. Aunque debemos amar y tolerar a las personas que se apartan de las normas del Señor, no se espera que también aceptemos las desviaciones y las excepciones al modelo aceptable del Señor.

Sección 75. En esta revelación vemos que para ser aceptables ante el Señor hemos de hacer lo que le complace a Él, y decidir que nuestra voluntad se convierta en la Suya.

El Profeta José Smith, mientras viajaba junto con unos élderes para asistir a una conferencia, dijo: “Los élderes parecían estar ansiosos de que yo le preguntara al Señor para que ellos pudieran saber lo que debían hacer que fuera agradable para Él.”[8] La revelación que vino en respuesta a la pregunta de José identificó varias maneras en que los élderes complacen al Señor:

“He aquí, os digo que es mi voluntad que salgáis y no demoréis, que no estéis ociosos, sino que obréis con vuestra fuerza,

“Alzando la voz como con el son de trompeta, proclamando la verdad de acuerdo con las revelaciones y los mandamientos que os he dado.

Así que, si soís fieles, seréis premiados con muchas gavillas y coronados con honor, gloria, inmortalidad y vida eterna” (vv. 3-5)

Una revisión a las expectativas del Señor y Su consejo en esta y otras revelaciones, le brindan al misionero un plan para una labor misional eficaz. Ya tiene los medios para poder evaluar su servicio en el ministerio y saber cuando el Señor está complacido. No debe compararse con otros misioneros, ni debe juzgarse su trabajo por los resultados logrados por otros o en otras misiones. Si el ha subyugado su voluntad para que armonice con la voluntad del Señor, él sabe que ha presentado una ofrenda aceptable y disfruta de la tranquila confianza que acompaña el haber cumplido una misión de éxito.

Mientras servía como presidente de misión, un misionero me dijo al momento de ser relevado, “regreso a casa sin ningún remordimiento. Cumplí todas las reglas de la misión. Trabajé mucho e hice mi mejor esfuerzo para lograr todo lo que el Señor esperaba de mí. Me siento feliz al decir que hice una misión de éxito.”

Sección 97. Como un antecedente al principio del evangelio de esta sección, es bueno que recordemos un momento cumbre en la historia mortal del pueblo del Señor. Sucedió justo después de la destrucción que aconteció por los cataclismos que hubo en este continente al tiempo de la crucifixión del Salvador. El Señor habló desde los cielos y anunció un cambio en la ley de sacrificios. El pueblo del Señor obedeció fielmente esa ley de sacrificios de sangre desde los días de Adán unos cuatro mil años antes. En Su anuncio, el Señor abolió la práctica de los sacrificios de sangre. Aunque la ley no se descontinuó, se cambió la forma en que debía guardarse. El Señor les mandó: “y me ofreceréis como sacrificio, un corazón quebrantado y un espíritu contrito” (3 Nefi 9: 20).

En esta dispensación, el Señor volvió a afirmar ese mandamiento en 1831 (véase DyC 59: 8) y unos dos años después agregó al mandamiento una palabra muy importante y con gran significado: “De cierto os digo, que todos los que de entre ellos saben que su corazón es sincero y está quebrantado, y su espíritu es contrito, y están dispuestos a cumplir sus convenios con sacrificio, sí, cualquier sacrificio que yo, el Señor, mandare, éstos son aceptados por mí” (DyC 97: 8; énfasis agregado).

El Señor ha enfatizado que cualquier sacrificio que se nos pida que hagamos, hemos de hacerlo con buena disposición para obrar así|. Un sacrificio que se hace sin el deseo no llena las expectativas del Señor, y la persona puede esperar tener sentimientos de fracaso en sus esfuerzos por complacer al Señor. El profeta Mormón explicó este proceso cuando dijo:

“Porque he aquí, Dios ha dicho que un hombre, siendo malo, no puede hacer lo que es bueno; porque si presenta una ofrenda, o si ora a Dios, a menos que lo haga con verdadera intención, de nada le aprovecha.

“Porque he aquí, no se le cuenta como obra buena.

Pues he aquí, si un hombre siendo malo, presenta una ofrenda, lo hace de mala gana; de modo que le es contado como si hubiera retenido la ofrenda; por tanto, se le tiene por malo ante Dios” (Moroni 7: 6-8).

Por el contrario, la persona que cumple con un corazón dispuesto la petición del Señor, es aceptable ante Él. Sin embargo, existe otra dimensión en este asunto. Puede ser que a una persona no se le pida que haga un sacrificio específico, pero si su corazón está dispuesto a hacerlo, es aceptado por el Señor. Esta condición de la disposición es el punto crucial.

Todos sabemos que vamos a ser juzgados de acuerdo con nuestras obras, pero a veces las obras es lo único en que nos interesa. ¿Que pasa si una persona incapacitada no puede hacer ciertas obras? ¿Que pasa si alguno de nosotros no tiene la oportunidad de contribuír de la misma forma importante en que otros lo hacen? Todos nos hemos dado cuenta que hay personas que tienen la fuerza y los talentos que les permiten hacer algunas cosas más fácil, más rápido y mejor que los demás. Uno que externamente se desempeña menos productivamente ¿debe ser juzgado con una recompensa menor por sus esfuerzos?

Con respecto a estas preguntas, el Señor afirmó un principio eterno en una declaración revelada dada a José Smith en la visión del reino celestial, registrada en la sección 137 versículo 9 de la Doctrina y Convenios: “pues yo, el Señor, juzgaré a todos los hombres según sus obras, según el deseo de sus corazones.” En verdad nuestra aceptación ante el Señor se basa no solamente en nuestras acciones sino también en nuestras actitudes.

Recuerdo vívidamente lo que me comentó una pareja de misioneros maduros al regresar de una misión de 18 meses en un país europeo. Les pregunté cómo se sentían por haber hecho una misión. El hermano dijo: “me imagino que perdimos nuestro tiempo y dinero. No bautizamos a ninguna persona.” Al escuchar tal comentario me perturbé y les pedí que me dijeran más cosas de su misión. Me dijeron que trabajaron mucho para encontrar personas para enseñarles, pero que nadie quizo oír su mensaje. No me sorprendí con ese reporte porque sabía que la misión en la que sirvieron era un lugar muy difícil para que los misioneros enseñaran y bautizaran. Les pregunté si tuvieron otras responsabilidades o experiencias. Dijeron que trabajaron en la reactivación en una ramita. Les pregunté por esos esfuerzos. Expresaron su gran amor por los miembros con quienes trabajaron y describieron muchos resultados positivos en cuanto al aumento de la fe y la fortaleza en las vidas espirituales de mas de veinte personas.

Permítanme divagar, y proponer unas preguntas para nuestra consideración. ¿No trabajaron con diligencia? ¿No estuvieron dispuestos a servir y sacrificar tiempo y recursos en la obra del Señor? ¿No tenían en su corazón el deseo de cumplir con Su voluntad? ¿No creemos que su sacrificio era aceptable ante el Señor? ¿No es Su aceptación una mejor medida del éxito en vez de pensar que fracasaron debido a su idea de lo que es una evaluación adecuada de sus esfuerzos misionales? Después de hacerles a ellos unas preguntas similares, pude sentir la presencia de paz cuando consideraron el criterio que usa el Señor para Sus juicios y aceptación.

Este concepto es repetido por el Señor en la sección 124. Previamente, el Señor había mandado a los Santos en Missouri que construyeran un templo. Desafortunadamente, aunque empezaron la obra, se les impidió terminarla debido a las acciones subsiguientes contra ellos de parte de las chusmas de Missouri. Después de haber sido expulsados de Missouri y de haberse establecido en Nauvoo, fueron consolados, aunque habían fracasado en terminar su tarea; el Señor reveló su situación ante Él en el siguiente versículo: “De cierto, de cierto os digo, que cuando doy un mandamiento a cualquiera de los hijos de los hombres, de hacer una obra en mi nombre, y estos, con todas sus fuerzas, y con todo lo que tienen, procuran hacer dicha obra, sin que cese su diligencia, y sus enemigos vienen sobre ellos y les impiden la ejecución de ella, he aquí, me conviene no exigirla más a esos hijos de los hombres, sino aceptar sus ofrendas” (DyC 124: 49; énfasis agregado).

El presidente Joseph F. Smith enfatizó la necesidad de que sigamos intentándolo cuando enseñó:

“ No debe haber tal cosa como echarse para atrás cuando ponemos la mano sobre el arado... no debe haber tal cosa como el desánimo. Podremos fracasar una y otra vez... tal vez no realicemos el objetivos que nos hemos propuesto... Si fracasáis, no os preocupéis. Seguid adelante; intentadlo de vuelta; probadlo en otra parte. Nunca os deis por vencidos; No digáis que no se puede hacer. Fracaso debía ser una palabra desconocida... La palabra “fracasar” se debe borrar de nuestro vocabulario y pensamientos... Recibiremos la recompensa por todo el bien que hagamos; seremos premiados por todo el bien que deseemos hacer y nos esforcemos por realizar, aunque no lleguemos a lograrlo, porque seremos juzgados de acuerdo con nuestras obras, nuestras intenciones y propósitos... nosotros que tratamos...no fracasaremos si no nos damos por vencidos:.[9]

Atesoro el recuerdo de uno de mis élderes misioneros. Tenía dificultades para aprender el español y no había recibido evaluaciones favorables de su progreso en el Centro de Capacitación Misional. Aunque era muy diligente en sus esfuerzos, otros élderes en su distrito progresaron mucho más que él en sus estudios del idioma.

Después de que llegó a la misión, aún batallaba para comunicarse con las personas que hablaban español; trabajaba bajo muchas limitaciones cuando intentaba comunicarse con ellos. Pero sin embargo, no se dio por vencido; se negaba a desanimarse. Tenía un espíritu maravilloso, así que cuando les presentaba el Libro de Mormón a las personas y les expresaba su testimonio, ellos sabían que él sabía que el libro era verdadero. Muchos respondieron favorablemente cuando los invitaba a leerlo y más tarde permitieron que él y su compañero fueran a sus casas y les enseñaran. Aún tenía muchos problemas para conversar y enseñar, pero oró y estudió con mucha diligencia. Una buena cantidad de sus investigadores vinieron a la Iglesia. Yo supe que el Señor aceptó sus esfuerzos debido a su disposición de hacer todo lo que podía para cumplir con las expectativas del Señor.

Con el pasar del tiempo, sus habilidades idiomáticas mejoraron. Fue llamado a ser líder de zona en la zona en español, y cuando yo iba a hablarles a los de la rama en español, él era mi intérprete. Su misión fue su oportunidad para ganar la aceptación del Señor y que se le confirmara su situación.

Aunque el Señor espera que pongamos nuestro mejor esfuerzo para lograr cierto nivel de perfección en nuestro desempeño, es reconfortante saber que para nosotros, aquí y ahora, Él ha establecido un nivel de aceptación menor. Nuestros esfuerzos podrían describirse como “persistencia hacia un desempeño perfecto”. Hemos aprendido de las revelaciones del Señor lo que son Sus expectativas concernientes a nuestras responsabilidades mientras obramos para lograr ciertas metas establecidas. Se espera que busquemos alcanzar Sus niveles de desempeño. Se nos enseña que nos esforcemos sinceramente por obtener Sus rasgos de carácter y que hagamos esfuerzos genuinos para seguir Su ejemplo de conducta en todas las situaciones. Si nuestros corazones son rectos y estamos dispuestos a hacer Su voluntad, podemos ser y seremos siervos aceptables ante el Altísimo.

Ser aceptado del Señor, en en realidad el resultado de vivir de acuerdo con los primeros principios y ordenanzas descritos en el cuarto artículo de fe, a saber, fe en Cristo, arrepentimiento, bautismo, y el don del Espíritu Santo. Hay un principio más que necesitamos mencionar. Después de embarcanos en nuestra jornada a lo largo de la estrecha y angosta senda y ser hijos de Dios aceptables, debemos continuar nuestros esfuerzos y perseverar hasta el fin (veáse 2 Nefi 31: 15-21). En la Doctrina y Convenios, el Señor usó una palabra cuarenta y seis veces que basicamente significa lo mismo que “perseverar” pero que conlleva una connotación ligeramente distinta. La palabra es “continuar”. Me gusta que el Señor use esa palabra porque implica su aceptación actual y también valida la dirección que lleva una persona en el sendero hacia la vida eterna. Como ejemplo de este concepto podemos leer la declaración hecha por el Señor a John C. Bennett: “He visto la obra que ha hecho, la cual acepto si continúa, y lo coronaré con bendiciones y gran gloria.” (DyC 124: 17; énfasis agregado). Desafortunadamente, John Bennett no continuó sino que se apartó del Señor y de Su Iglesia y perdió las gloriosas bendiciones prometidas. Como ejemplo positivo, nos referimos a la confirmación del Señor a Lyman Sherman relativa a su posición aceptable ante Él y las promesas de bendiciones futuras maravillosas si continuaba fiel (veáse DyC 108: 2-5). Continuó fiel hasta su muerte.

Concepto 3: ¿Donde vemos la aceptación de José Smith por el Señor?

Veremos otro ejemplo de nuestro tema en la Doctrina y Convenios. Vemos un modelo en la vida y ministerio del Profeta José Smith por medio del cual él buscó y obtuvo la aceptación del Salvador. Seleccionaremos unos cuantos pasajes de escritura significativos en dicha presentación. Debemos darnos cuenta que hay algunos paralelismos para nosotros y nuestro destino.

Todos sabemos que José Smith era muy joven cuando el Señor le confió la responsabilidad muy abrumadora de poner los cimientos para ello y establecer el reino de Dios en la tierra. Pero todo el peso de la carga no fue colocado de inmediato sobre él. Aprendió un paso a la vez por medio de sus asignaciones y experiencias. Por ejemplo, debido a la pérdida de las 116 páginas del manuscrito del Libro de Mormón, José fue condenado y se le recordó que tenía el don de traducir pero que no debía buscar ni pretender ningún otro don sino hasta que terminara de traducir las planchas (veáse DyC 5: 4). Debía enfocar todos sus esfuerzos en esa asignación. Al hacerlo así, aprendió la manera de recibir revelación y se familiarizó más con la mente y la voluntad del Señor a la vez que aprendió principios de verdad y doctrina.

Un año después de haber terminado la traducción, José fue sostenido como el profeta del Señor, y a la membresía de la Iglesia se les mandó: “daréis oído a todas sus palabras y mandamientos que os dará...porque recibiréis su palabra...como si viniera de mi propia boca” (DyC 21: 4-5). ¡Qué responsabilidad tan pesada debía llevar un jóven de veinticuatro años de edad que no tenía experiencia en dirigir la Iglesia! Pero él pudo ser sostenido por la certeza de que era aceptable ante el Señor quien mostró un gran nivel de confianza en él. Él también supo que no estaría solo; y que el Señor lo dirigiría en su llamamiento.

Sin embargo, también es aparente que, aunque el Señor aceptaba a José en esa época, el joven profeta aún estaba sirviendo en forma condicional o a prueba. Él necesitaba mostrar que era digno de una aceptación continua. Durante los primeros años de su servicio, algunas de las revelaciones que recibió le recordaron la necesidad de ser diligente y fiel a esa confianza sagrada. Vamos a leer algunos de esos pasajes de la escritura.

En junio de 1829, casi un año antes de que se organizara la Iglesia, el Señor hizo la siguiente declaración condicional: “Ahora, no te maravilles de que lo haya llamado para mi propósito particular, el cual me es conocido; por lo que, si es diligente en guardar mis mandamientos, será bendecido para vida eterna, y su nombre es José” (DyC 18: 8; énfasis agregado).

Un poco mas de un año después, en septiembre de 1830, después de que Hiram Page había profesado recibir revelaciones, el Señor les recordó a los Santos que José aún servía como su profeta y era el único autorizado para recibir revelaciones para la Iglesia: “Pero he aquí, de cierto de cierto te digo, que nadie será nombrado para recibir mandamientos y revelaciones en esta iglesia sino mi siervo José Smith, hijo, porque los recibe así como Moisés” (DyC 28: 2).

Pasaron tres meses mientras José trabajaba en la traducción de la Biblia. Sidney Rigdon lo visitó y fue llamado por el Señor para ser su escribiente. Se le recordó a Sidney el gran llamamiento de José, aunque éste era todavía condicional. El Señor dijo: “y le he dado las llaves del misterio de aquellas cosas que han sido selladas, si, cosas que han existido desde la fundación del mundo, y las que vendrán desde ahora hasta el tiempo de mi venida, si persevera en mí; y si no, yo pondré a otro en su lugar” (DyC 35: 18; énfasis agregado).

Solamente pasaron dos meses más cuando una mujer de nombre Hubble vino entre los Santos pretendiendo revelar mandamientos y leyes para la Iglesia y profesando ser una profetiza. Podemos referirnos a estos problemas como “¡Hubble Trouble!” [Problema Hubble]. Debido a que algunos de los Santos fueron engañados y pensaron que ella representaba al Señor, José Smith le preguntó al Señor y recibió una revelación que incluye la siguiente declaración a los Santos: “habéis recibido un mandamiento que será por ley a mi iglesia, [la sección 42] por conducto de aquel a quien os he nombrado para recibir mandamientos y revelaciones de mi mano[José Smith]. Y esto sabréis con certeza, que no se os nombrado a ningún otro para que reciba mandamientos y revelaciones, hasta que él sea llevado, si persevera en mí” DyC 43: 2-3; énfasis agregado).

Nuevamente, en el otoño de 1831, todavía el Señor hizo otra declaración condicional sobre la posición profética que José ocupaba: “Y las llaves de los misterios del reino no le serán quitadas a mi siervo José Smith, hijo, por los medios que he señalado, mientras viva, si obedece mis ordenanzas” (DyC 64: 5; énfasis agregado).

En los primeros días de la Iglesia, fue necesario que el Señor enfatizara con frecuencia que José Smith era el único ser mortal autorizado para hablar en Su nombre y recibir revelaciones para la Iglesia. Pero, es interesante que durante el período de veintisiete meses, de junio de 1829 hasta septiembre de 1831, leemos que el Señor le advirtió cinco veces a José que su llamamiento dependía de que guardara los mandamientos y observara las ordenanzas. Sin embargo, el siguiente registro en el que el Señor habla del llamamiento de José en el reino contiene una declaración extraordinaria. En la sección 90 dada el 8 de marzo de 1833, el Señor le dijo a José: “De cierto te digo, las llaves de este reino nunca te serán quitadas mientras esté en el mundo, ni tampoco en el venidero” (DyC 90: 3; énfasis agregado).

Después de las distintas ocasiones en las que el Señor enfatizó la situación de prueba en que se encontraba José, Él ahora declara que el sagrado llamamiento y el papel de José ahora es eterno e incondicional. Uno se pregunta ¿Qué pasó? ¿Por qué el cambio? Cuando leemos la sección 132, encontramos la respuesta: El Señor le declaró a José: “Porque yo soy el Señor tu Dios, y estaré contigo hasta el fin del mundo y toda la eternidad; porque de cierto, sello sobre ti tu exaltación y te he preparado un trono en el reino de mi Padre, con Abraham tu padre” (DyC 132:49).

Algunas se preguntarán cómo es que la declaración del Señor en la sección 132 pudiera tener alguna relación con la declaración que se hizo en la sección 90. La simple razón es que la sección 132 se recibió por José Smith cuando menos un año antes y tan temprano como 1831, aunque no fue oficialmente escrita sino hasta 1843. Así, cuando la vocación y elección de José fueron hechos firmes por el Señor durante los últimos tres meses de 1831, esto precedió la revelación en la sección 90 dada en 1833 en la cual el Señor afirmó incondicionalmente la posición profética de José Smith tanto en este mundo como en el venidero.

Hacemos una pausa para una breve explicación sobre “vocación y elección”:

Ser llamados consiste en ser un miembro de la Iglesia y reino de Dios en la tierra... es tener la promesa condicional de la vida eterna... El llamamiento mismo es a la causa del evangelio; no está reservado para los apóstoles y profetas o para los grandes y poderosos en Israel; es para todos los miembros del reino. Tener la vocación y elección firmes es ser sellados para vida eterna; es tener la garantía incondicional de la exaltación en el cielo mas alto en el mundo celestial...es, en efecto, que se nos adelante el día del juicio.[10]

Durante la primera fase de la vida mortal y el ministerio de José Smith, el Señor le recordó en varias ocasiones que necesitaba guardar sus convenios y así mostrar que era digno de ser elevado más allá de su estado condicional en el reino del Señor. Después de hacerlo, José cambió de saber de su aceptación condicional ante el Señor a un nivel en el cual se le dio un cierto conocimiento de su estado de aceptación permanente, aún el de tener sellada su exhaltación.

Comentamos antes que al examinar las experiencias de José Smith respecto a su aceptación ante el Señor, notaríamos algunos comparaciones en nuestra búsqueda para recibir la aprobación del Señor. Al igual que José también hacemos convenios y prometemos que sinceramente nos esforzaremos por guardarlos, conociendo las promesas del Señor de dar la vida eterna a quienes son fieles. También debemos ser advertidos de las fallas y las tentaciones de la mortalidad y procurar diligentemente evitar cualquier desviación del plan del Señor para nuestra felicidad.

Hemos observado que José fue amonestado por el Señor cuando fue necesario, pero que después de un arrepentimiento genuino fue reinstalado a una relación favorable con la Deidad. Nosotros tampoco haremos siempre lo correcto. Pero cuando tropezamos o disgustamos al Señor, también nos arrepentimos y nos esforzamos por ser mejores. Si así lo hacemos, podemos esperar de lo alto la misma ayuda amorosa. Sabiendo que no alcanzaríamos todos los niveles de perfección en esta vida, el presidente Lorenzo Snow nos dio conocimiento y consejos reconfortantes:

“Si pudiéramos leer todos los detalles en la vida de Abraham, o en las vidas de otros grandes y santos hombres, sin duda encontraríamos que sus esfuerzos por ser rectos no siempre fueron coronados por el éxito. Por tanto, no debemos desanimarnos si somos vencidos en un momento de debilidad; pero, por el contrario, arrepentirnos de inmediato del error o el pecado que hayamos cometido, hasta donde sea posible, reparar el daño, y después buscar a Dios para que nos de fuerza renovada para ir y ser mejores. No debemos permitirnos el estar desanimados al descubrir nuestras debilidades. Es muy raro que encontremos una instancia entre todos los ejemplos gloriosos que nos han dejado los profetas, antiguos y modernos, en el cual permitieron que el Maligno los desanimara; sino que por el contrario, siempre buscaron sobreponerse, ganar el premio, y así prepararse para una plenitud de gloria”[11]

Al examinar el destino final de José Smith y considerar que su vocación y elección fueron hechas firmes, muchos pueden pensar que no seremos capaces de seguir su ejemplo. Pero la diferencia principal entre José y nosotros es que el sellamiento de su exaltación se efectuó durante su vida mortal; ciertamente algunos de nosotros también podríamos hacer los mismo, pero muchos no lo harán. Sin embargo, el tiempo en que se realice no hace ninguna diferencia en el esquema eterno de las cosas. Quienes encuentren la aceptación del Señor en esta vida y dejen la mortalidad habiendo perseverado hasta el fin en esa relación también serán sellados para vida eterna. Escuchen las enseñanzas confirmadoras de un Apóstol, el Elder Bruce R. McConkie, al hablar sobre este tema:

“Todos los Santos fieles, todos los que hayan perseverado hasta el fin, parten de esta vida con la garantía absoluta de la vida eterna.

“No hay evasivas, dudas, ni falta de certeza en nuestras mentes. Quienes han sido leales y fieles en esta vida no caerán al lado del camino en la vida venidera. Si guardan sus convenios aquí y ahora y parten de esta vida firmes y fieles en el testimonio de nuestro bendito Señor, saldrán con una herencia de vida eterna.

“Lo que decimos no significa que quienes mueren en el Señor, y son leales y fieles en esta vida, deben ser perfectos en todas las cosas cuando vayan a la siguiente esfera de la existencia. Solamente hubo un hombre perfecto —el Señor Jesús— cuyo Padre era Dios.

Pero lo que sí estamos diciendo es que cuando los Santos de Dios siguen un curso de rectitud, cuando obtienen testimonios seguros de la verdad y la divinidad de la obra del Señor, cuando guardan los mandamientos, cuando vencen al mundo, cuando ponen en sus vidas primero las cosas del reino de Dios: cuando hacen todas estas cosas, y parten de esta vida —aunque no hayan llegado a ser perfectos— aun así ganan la vida eterna en el reino de nuestro Padre; y eventualmente serán perfectos así como Dios su Padre y Cristo Su Hijo son perfectos.[12]

Así que, nosotros realmente podemos seguir el mismo sendero como José Smith. Hemos aprendido que el éxito verdadero en la vida mortal es el obtener la aprobación de nuestro Dios y ser aceptables ante Él. Todos los que obtengan ese estado lo pueden saber por la presencia apacible del Espíritu Santo. El Señor le dijo a José Smith que sabría cuando estaba en donde el Señor quería que estuviera debido a la “paz y el poder de mi Espíritu que fluirá hacia vosotros” (DyC 111: 8).

Nadie en esta Iglesia pondría en duda el éxito que José logró en su vida. Pero ¿qué fue lo que hizo? Encontró la aceptación del Señor,[13] aunque por un tiempo esa relación fue condicionada. Él tuvo que probarse a sí mismo al igual que todos los demás. Pero él perseveró fielmente y obtuvo del Señor la promesa incondicional de la vida eterna. No es de sorprender que José Smith nos haya suplicado: “os ruego que sigáis adelante, que avancéis y hagáis firme vuestra vocación y elección.”[14] Al considerar cómo es que cumplimos con la asignación del Profeta, solamente les decimos a nuestros hermanos Santos: “Reciban todos los convenios del sacerdocio que están disponibles, incluyendo los del templo, y guárdenlos”. Y para simplificarlo aún más decimos: “Guarden los convenios del bautismo y perseveren hasta el fin; la promesa es la vida eterna” (veáse Mosíah 18: 8-10). La vida eterna, o la exaltación, es el nivel más alto de la aceptación del Señor. No nos da ningún don mayor (veáse DyC 14: 7); y se confiere sobre todos aquellos que son aceptados por Él y que entonces continúan manteniendo ese estado. No hay éxito más grande. Es mi deseo y oración que todos podamos buscar constantemente obtenerlo.

“Discoveries from the Joseph Smith Papers Project: Early Manuscripts” [ Descubrimientos del Proyecto de los Documentos de José Smith: Primeros Manuscritos] por Robert J. Woodford, en The Doctrine and Covenants: Revelations in Context [La Doctrina y Convenios: Las revelaciones en Contexto] editores Andrew H Hedges, J. Spencer Fluhman, y Alonzo L. Gaskill (Provo y Salt Lake City: Deseret Book y Centro de Estudios Religiosos . Universidad de Brigham Young, 2008), páginas 1-22.

Notas

[1] Neal A. Maxwell en Conference Report [Reporte de la Conferencia] octubre 1976, pág. 14. Veáse tambien la Liahona de febrero de 1977 página 5.

[2] Neal A. Maxwell en Conference Report, octubre 1976, página 14.

[3] “América the Beautiful,” [América la Hermosa] Hymns (Salt Lake City: La Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días, 1985), núm 338.

[4] The Message of the Doctrine and Covenants [El Mensaje de la Doctrina y Convenios] por John A. Widtsoe (Salt Lake City: Bookcraft, 1969), pág. 39.

[5] The Teachings of Ezra Taft Benson [Las Enseñanzas de Ezra Taft Benson] por él mismo (Salt Lake City: Bookcraft, 1988), pág. 70.

[6] Stand a Little Taller [Levantaos un Poco Mas Alto] por Gordon B. Hinckley (Salt Lake City: Eagle Gate, 2001), pág. 161.

[7] Doctrina del Evangelio por Joseph F. Smith (Salt Lake City: La Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días, 1978), página 367.

[8] Historia de la Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días, por José Smith, eidtada por B. H. Roberts, 2ª. edición revisada. (Salt Lake City: Deseret Book, 1980), 1:243.

[9] Smith, Doctrina del Evangelio, página 128.

[10] Doctrinal New Testament Commentary [Comentario Doctrinal del Nuevo Testamento] por Bruce R. McConkie (Salt Lake City: Bookcraft, 1973), 3: 326, 330-331.

[11] “Blessings of the Gospel Only Obtained by Compliance to the Law” [Las Bendiciones del Evangelio Solo se Obtienen Cumpliendo con la Ley] por Lorenzo Snow, Ensign, octubre de 1971, págs. 19 y 21.

[12] Bruce R. McConkie, en Conference Report, octubre 1976, págs. 158-159.

[13] Smith, Historia de la Iglesia, 1: 316.

[14] Las Enseñanzas del Profeta José Smith, compilado y editado por Joseph Fielding Smith (Salt Lake City: La Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días, 1954), página 455.