“Y vosotros, ¿quién decís que soy yo?”: el testimonio de Pedro sobre Cristo

Terry B. Ball

 “‘Y vosotros, ¿quién decís que soy yo?’: El Testimonio de Pedro sobre Cristo”, por Terry B. Ball, en The Ministry of Peter, the Chief Apostle, [El Ministerio de Pedro, el Apóstol Principal] editado por Frank F. Jud hijo, Eric D. Huntsman, y Shon D. Hopkin (Provo, UT: Religious Studies Center; Salt Lake City: Deseret Book, 2014), páginas 13-26.

Terry B. Ball fue el decano de Educación de Religión y es profesor de escrituras antiguas en la Universidad Brigham Young.

El Apóstol Pedro es amado por los creyentes; quizás porque es tan auténtico y accesible para nosotros. Lo podemos entender. Nos identificamos con él. Admiramos su valor al abandonar todo “al instante” dejando sus redes como se lo pidió el Maestro cuando le dijo: “Venid en pos de mí, y os haré pescadores de hombres” (Mateo 4: 18-20; ver también Lucas 5:1-11). Entendemos su confusión al tratar de entender el significado y el mensaje de las parábolas (ver Mateo 15: 15-16). Sentimos la desesperación en su súplica “¡Señor, sálvame!”, cuando sus pies se hundieron en el mar turbulento aquella noche en el Mar de Galilea (ver Mateo 14: 22-33). Apreciamos su sorpresa durante la Transfiguración (ver Mateo 17: 1-13; Marcos 9: 2-9; Lucas 9: 28-36). Lloramos con él por su vergüenza al negar tres veces [al Señor] (ver Mateo 26: 69-75; Marcos 14: 66-72; Lucas 22: 54-62; Juan 18: 15-27), nos entristecemos con él en Getsemaní (ver Mateo 26: 36-46; Marcos 14: 33-37), y nos unimos a su júbilo y su asombro ante la tumba vacía (ver Juan 20: 1-10).

Quizás los escritores de los Evangelios quieren que tengamos esta conexión personal con Pedro. Parece ser que en sus relatos a propósito guardan más de las experiencias y conversaciones que él tuvo con Jesús que cualquier otro de los Doce originales. [1] Muchos pensamos que se le da tanta atención a Pedro en los Evangelios debido a que llegó a ser el portavoz y el principal entre los Apóstoles. Pero quizás Mateo, Marcos, Lucas y Juan hablan tan frecuente e íntimamente de la relación de Pedro con Cristo debido a que esperaban que al amar y entender a Pedro, estaremos más listos y preparados para aceptarlo como testigo especial de Cristo; ya que parece que fue preparado muy cuidadosamente para dar ese testimonio.

La Preparación de Pedro

Por haber acompañado a Jesús durante Su ministerio terrenal, el testimonio de Pedro de que el Maestro era el Mesías lo adquirió mediante las experiencias intelectuales, prácticas y reveladoras que se le permitieron tener. Eso quiere decir que su testimonio, como el nuestro hoy día, vino por medio de su cabeza, sus manos y su corazón.

El razonamiento pudo haberle dado amplia evidencia intelectual a Pedro de que Jesús de Nazaret era más que un simple hombre, porque si fuera un impostor, si no fuera el verdadero Mesías, ¿cómo podría haberle dado la vista al ciego, limpiar al leproso, hacer caminar al cojo, o levantar a los muertos? (ver Mateo 11: 4-5; ver también Juan 2: 11; 10: 25; 20: 30-31).

Su afirmación lógica de que Jesús era el Cristo, por lo general hubiera sido opacada por lo que aprendió al seguir las instrucciones del Maestro. Aprendió que si arrojaba su red como se lo dijo el Salvador, pescaría una gran cantidad de peces (ver Lucas 5: 1-9; Juan 21: 5-7), que si se adelantaba con fe cuando el Salvador le dijo “ven,” él también podría caminar en el agua (Mateo 14: 22-33), y que si repartía el escaso pan y los peces a la multitud tal como lo instruyó el Salvador, el milagro de la multiplicación sucedería bajo sus propias manos (ver Juan 6: 1-14).

Esos testimonios de su cabeza y de sus manos deben haber suplido significativamente al más poderoso testimonio que se le dio a Pedro; el testimonio revelado a su corazón. Jesús ayudó al humilde pescador a reconocer la fuente de dicho testimonio. Cuando les preguntó a sus discípulos “¿Quién dicen los hombres que es el Hijo del Hombre?” (Mateo 16:13), repitieron las conclusiones comunes de sus contemporáneos: “Unos, Juan el Bautista; y otros, Elías; y otros, Jeremías o alguno de los profetas” (Mateo 16: 14). Personalizando la interrogante, el Salvador preguntó: “Y vosotros, ¿quién decís que soy yo?” (Mateo 16:15). Sin demora Pedro declaró: “¡Tú eres el Cristo, el Hijo del Dios viviente! Entonces, respondiendo Jesús, le dijo: Bienaventurado eres, Simón hijo de Jonás, porque no te lo reveló carne ni sangre, sino mi Padre que está en los cielos” (Mateo 16: 16-17). En esa ocasión, al usar el nombre completo de Pedro en arameo, [Simón Bar-jona] el Salvador pudo haber estado usando un juego de palabras instructivo. Simón Bar-jona significa “Simón hijo de Jonás” o “Simón engendrado por Jonás”. Jona se puede usar como la forma aramea del nombre hebreo “Jonah” y tal era el nombre real del padre de Pedro. En hebreo, la palabra “Jonah” significa literalmente una paloma. [2] Por tanto, al usar el nombre Bar-jona, Jesús no solamente estaba hablando del parentesco biológico de Pedro sino que además estaba explicando como fue que se concibió su testimonio—no revelado por medio de “carne ni sangre” sino por el Espíritu de Dios—nacido de la paloma, la misma forma en que el Espíritu de Dios descendió en el bautismo de Jesús (ver Mateo 3: 13-17). [3]

En otra ocasión, Pedro dio un testimonio semejante inspirado por el Espíritu. Muchos de los que habían seguido a Cristo se confundieron, se espantaron y hasta se escandalizaron por el discurso sobre el pan de vida que dio en la sinagoga en Capernaúm (ver Juan 6: 48-65). Juan dice que “desde entonces, muchos de sus discípulos volvieron atrás y ya no andaban con él” (Juan 6: 66). Probando la profundidad de su convicción, Jesús se volvió hacia los Doce y les dijo: “¿También vosotros queréis iros?” (Juan 6:67). Hablando por todos, Pedro respondió fielmente: “Señor, ¿a quién iremos? Tú tienes palabras de vida eterna. Y nosotros hemos creído y sabemos que tú eres el Cristo, el Hijo del Dios viviente” (Juan 6: 68-69).

La preparación para que Pedro llegara a ser un testigo especial de Cristo incluyó varias experiencias algo privadas con Jesús. Solamente Pedro y otro discípulo, aparentemente Juan, siguieron a la multitud que llevaba al Salvador desde el Getsemaní hasta el palacio de Caifás, para que pudieran ser testigos y saber lo que pasaría con el Maestro (ver Mateo 26: 58; Marcos 14: 15; Lucas 22: 54; Juan 18: 15). [4] Junto con Santiago y Juan solamente, fue llevado por el Salvador para que presenciaran la resurrección de la hija de Jairo (ver Lucas 8: 49-56; Marcos 5: 35-43) y al Monte de la Transfiguración, para que allí recibieran un poder especial del sacerdocio y las llaves (ver Mateo 17: 1-13; Marcos 9:2-9; Lucas 9: 28-36). [5] A estos mismos tres Apóstoles se les pidió que “velaran con” Jesús mientras padecía la tristeza y el sufrimiento expiatorios en el Getsemaní (ver Mateo 26: 36-46; Marcos 14: 33-37). Como respuesta a sus preguntas, estos tres, junto con Andrés, también recibieron instrucciones privilegiadas de Jesús con respecto a las señales que precederían a la Segunda Venida (ver Marcos 13:1-37).

A menudo, el testimonio de Pedro recibió consejo personal e instrucciones cuando se acercaba al Salvador con preguntas o cuando Cristo percibió que este Apóstol necesitaba capacitación adicional. Cuando Pedro le preguntó cuántas veces debía perdonar a su hermano, Cristo le enseñó que no debería haber límites para perdonar a otros, y que a medida que nosotros perdonemos, podemos esperar ser perdonados (ver Mateo 18: 21-35). [6] Cuando le preguntó a Jesús qué recompensa podría esperar por seguirlo fielmente, el Salvador le prometio una gran recompensa pero entonces mencionó la parábola de los obreros de la viña, en parte para quizás ayudar al Apóstol a entender que debería enfocarse más en el privilegio de trabajar para el Maestro que en la recompensa a fin de no terminar decepcionado u ofendido (ver Mateo 19:27 a 20:26). [7] Cuando Pedro preguntó si la parábola del siervo vigilante era sólo para los discípulos o para todos, Jesús le enseñó que cualquiera que desee ser un siervo del Maestro deberá estar siempre preparado para su venida (ver Lucas 12: 31-49). [8] Una vez, al ver la falta de entendimiento del discípulo. Jesús le enseñó a Pedro que por ser el Hijo de Dios no estaba obligado a pagar el tributo anual que cobraba el templo para mantener la casa de Su Padre, pero para no ofender a aquellos quienes también les faltaba el entendimiento, hizo que Pedro fuera a pescar el pez que traía la moneda (ver Mateo 17: 24-27). [9] Durante la Última Cena cuando Pedro protestó la condescendencia del Salvador y se negó a que le lavara los pies, aprendió sobre el poder limpiador de esa ordenanza y entonces voluntariamente sometió todo su ser a la voluntad del Maestro (ver Juan 13:6-19).

Aunque el testimonio de Pedro acerca de Cristo creció al acompañarlo todos los días de su ministerio, tal parece que al discípulo se le dificultó comprender la plenitud de la misión mortal del Mesías de la cual debía ser testigo. Cerca del final de su ministerio, Cristo intentó ayudar a sus discípulos para que comprendieran el sacrificio que Él iba a efectuar, al advertir claramente que “el Hijo del Hombre tenía que padecer mucho y ser desechado por los ancianos, y por los principales sacerdotes y por los escribas, y ser muerto y resucitar después de tres días” (Marcos 8:31). Pedro se llenó de pánico con la idea de que mataran a Jesús y trató de persuadirlo, y por eso recibió un no muy suave regaño de parte del Maestro: “Apártate de mi, Satanás, porque no sabes las cosas que son de Dios” (Marcos 8: 32-33). Es probable que Pedro haya sido el más regañado de todos los discípulos de Cristo. El Salvador reprendió a Pedro porque dudó cuando lo rescató al caminar en el agua (ver Mateo 14: 31), lo reprobó por no entender una parábola (ver Mateo 15: 15-16), le dijo que no era tan fuerte como profesaba cuando dijo que él no se escandalizaría (ver Mateo 26: 33-34; Marcos 14: 29-30; Lucas 22: 33-34; Juan 13: 36-38), lo censuró por quedarse dormido en el Getsemaní (ver Mateo 26:40), y lo regaño por cortar la oreja del siervo del sumo sacerdote (ver Juan 18: 10-11). Increíblemente, a pesar de las continuas reprimendas que recibió de parte de Jesús, Pedro decidió no sentirse ofendido, sino más bien continuar siguiendo al Maestro, aprendiendo a diario y aumentando su testimonio de Él . [10]

La preparación de Pedro para llegar a ser un testigo especial de Cristo casi se completó con lo que vio, sintió y experimentó durante los días finales de la vida de Jesús. Durante esos últimos días debió haber visto la resurrección de Lázaro (ver Juan 11:1-46). También pudo haberse unido a la celebración de la entrada triunfal (ver Mateo 21: 1-11; Marcos 11: 1-11; Lucas 19: 29-40; Juan 12: 12-19). Fue enviado para preparar la Pascua y recibió las ordenanzas sagradas, las enseñanzas y los mandamientos que se dieron en la Última Cena (ver Mateo 26: 17-35; Marcos 14: 12-25; Lucas 22: 7-38; Juan 13-17). Sintió algo de la tristeza del Getsemaní, estuvo junto a Cristo cuando lo arrestaron, y lo siguió hasta el juicio (ver Mateo 26: 36-75; Marcos 14: 32-72; Lucas 22: 40-62; Juan 18: 1-27).

La preparación del pescador galileo culminó con lo que presenció después de la Crucifixión, empezando en la mañana del primer día de la semana. Al oír que la tumba estaba vacía, se apresuró para ver por sí mismo y se fue “maravillándose de lo que había sucedido” (Lucas 24: 1-12; ver también Juan 20: 1-9). [11] Lucas registró que un poco más tarde, ese mismo día, el Salvador resucitado se le apareció en privado a Pedro, aunque sabemos muy poco de ese acontecimiento (ver Lucas 24: 34; 1 Cor. 15: 3-8). [12] Esa misma noche, cuando Pedro estaba reunido con los demás Apóstoles y algunos discípulos en un cuarto cerrado, el Señor resucitado se les apareció a todos ellos. Para calmar sus temores y para afirmar la realidad de la Resurrección de su cuerpo tangible, los invitó a que sintieran las heridas en su cuerpo y comió con ellos. Entonces les abrió el entendimiento acerca de cómo fue que su Resurrección cumplió las profecías escritas en la ley de Moisés y las escrituras, declarando: “Y vosotros sois testigos de estas cosas” (Lucas 24: 36-48; ver también Marcos 16: 14; Juan 20: 19-23). [13] Después, los once discípulos viajaron a Galilea, como se los había mandado el Salvador, y allí en el “monte donde Jesús les había ordenado” les dijo: “Toda potestad me es dada en el cielo y en la tierra” (Mateo 28: 7, 10, 16-20).

Por medio de todo esto, la cabeza, las manos, y el corazón de Pedro recibieron mayor preparación para ser un testigo del Cristo resucitado, porque vio con sus ojos al Señor resucitado, lo oyó con sus oídos, lo sintió con sus manos, y seguramente, al igual que los discípulos en el camino a Emaús (ver Lucas 24: 13-32), sintió en su corazón la confirmación del Espíritu.

La Asignación de Pedro

Así como a Pedro le tomó tiempo, aprendizaje y experiencias para poder entender completamente la misión expiatoria del Mesías, el comprender su propia misión como testigo especial de Cristo también fue un proceso gradual. Cuando Jesús les pidió a Pedro y a Andrés su hermano que dejaran sus redes, les comunicó claramente sus planes de convertirlos en “pescadores de hombres” (Mateo 4: 18-20; ver también Lucas 5: 1-11). Más adelante, cuando Pedro y los otros once fueron llamados a ser testigos especiales, Jesús les confirió el poder para ministrar y realizar milagros y los envió a declarar que “el reino de los cielos se ha acercado” (Mateo 10: 1-42). Todavía después de todo esto, y de hecho después de haber seguido a Jesús los tres años de su ministerio, el Salvador percibió que su Apóstol principal aún necesitaba ayuda para entender su llamamiento. En la cámara solemne del cuarto superior, poco antes de descender a la agonía del Getsemaní, Jesús le advirtió, le aseguró y le mandó a Pedro: “Simón, Simón, he aquí que Satanás os ha pedido para zarandearos como a trigo; pero yo he rogado por ti, que tu fe no falte; y tú, una vez vuelto, fortalece a tus hermanos” (Lucas 22: 31-32). [14]

Parece que la comprensión total de lo que se iba a requerir de él la adquirió Pedro cuando el Señor le enseñó en la orilla del Mar de Galilea. Pedro y algunos de los otros Apóstoles habían viajado a Galilea; seguramente teniendo en la memoria el recuerdo de haber palpado dos veces en el cuerpo resucitado de su Maestro las heridas de la crucifixión. [15] Aparentemente aún pensando qué hacer consigo mismo, Pedro les dijo a sus hermanos: “Voy a pescar” (Juan 31: 3). Había sido pescador antes de abandonar sus redes para seguir a Cristo, pero ahora que Jesús ya no estaba con ellos, parece que Pedro se resignó a regresar a su antiguo estilo de vida. Sus hermanos lo siguieron.

Esforzándose toda la noche, no pescaron nada. Al acercarse a la orilla, posiblemente agotados y desanimados, vieron a alguien, a quien no reconocieron, que estaba indicándoles que arrojaran sus redes otra vez. Quizás recordando una ocasión anterior en que al obedecer una instrucción similar habían logrado una buena pesca, obedecieron, esta vez sin protestar ni dudar (ver Juan 21: 3-6; Lucas 5: 1-9). Al sacar sus redes otra vez abundando en peces, Juan comprendió quien era y le dijo a Pedro: “¡Es el Señor!" (Juan 21:7). Sin poder esperar a que el bote llegara a la orilla, Pedro “se echó al mar” a fin de llegar más rápido con el Señor (Juan 21:7). Cuando los demás llegaron, encontraron que les esperaba una comida de pan y peces. Juan nos recuerda que mientras comían con Jesús, “ninguno de los discípulos se atrevía a preguntarle: Tú, ¿quién eres?, sabiendo que era el Señor” (Juan 21: 12-13).

Después de comer, Jesús se volteó a Pedro y, posiblemente señalando a los peces a los que Pedro había decidido dedicarse, le preguntó a Su Apóstol: “Simón, hijo de Jonás, ¿me amas más que estos?” (Juan 21: 15). [16] Seguramente Pedro pensó que era una pregunta extraña. Por supuesto que amaba al Salvador más que a los peces o el pescar. Quizás hubo un toque de incredulidad en la respuesta a una pregunta absurda: “Sí, Señor, tú sabes que te amo,” a lo que Cristo respondió: “Apacienta mis corderos” (Juan 21: 15). Nuevamente el Señor le hizo la pregunta a Pedro, y Pedro nuevamente declaró su amor por Cristo, y Cristo nuevamente le mandó: “Apacienta mis ovejas” (Juan 21: 16). Pedro se entristeció cuando Jesús le pidió por tercera vez que confirmara su amor. Podemos sentir el patetismo y la pasión en el tercer testimonio de Pedro: “Señor, tú sabes todas las cosas; tú sabes que te amo” (Juan 21: 17). Otra vez Jesús le mandó: “Apacienta mis ovejas” (Juan 21: 17). [17] ¿Podría ser más claro el mensaje para Pedro? Si en verdad amaba al Señor, entonces Pedro ya no debía ser un pescador, sino un pastor, al cuidado del rebaño del Maestro. [18] De allí en adelante, el ministerio y las acciones de Pedro confirman que por fin entendió su asignación y misión de ser un siervo y testigo especial de Cristo. [19]

El Testimonio de Pedro

Después de ese día en Galilea, Pedro salió a cumplir con la asignación que Cristo le diera con una fe, valor y rigor extraordinarios. Como el Apóstol principal se adelantó para dirigir y presidir sobre el primer asunto urgente para la joven iglesia, o sea el reemplazo de Judas. Al explicar las calificaciones que el primer nuevo Apóstol debía poseer, Pedro aclaró que tenía que ser alguien que tuviera un testimonio de Cristo, desde el bautismo del Salvador hasta su Resurrección (ver Hechos 1: 15-26). Cuando Felipe había tenido mucho éxito al llevar el evangelio a Samaria, Pedro llevó a Juan junto con él para conferir, por la imposición de manos, el don del Espíritu Santo a los nuevos conversos, y para disciplinar y corregir el mal entendido de Simón el mago (ver Hechos 8: 14-25). Poco después, por ser el Apóstol principal, Pedro recibió la revelación que abrió la puerta para que el evangelio se llevara a los gentiles, e inició la obra al enseñar y bautizar a Cornelio y a todos los de su casa (ver Hechos 10). Luego tuvo el deber y privilegio de explicar a sus hermanos en Jerusalén que “¡Dios [también ha dado] a los gentiles arrepentimiento para vida” (Hechos 11: 1-18). Un poco antes había presidido el juicio de Ananías y Safira (ver Hechos 5: 1-11), y poco después dirigió el concilio en Jerusalén para discutir qué se debía esperar de los conversos gentiles (ver Hechos 15: 6-22).

Mientras se hallaba ocupado con estos deberes y posiblemente con muchos otros no registrados en el libro de Hechos, Pedro no descuidó su responsabilidad de siempre ser un testigo de Cristo. En el día de Pentecostés, cuando millares de personas se habían congregado para presenciar las maravillas del derramamiento del Espíritu Santo y empezaron a preguntar “¿Qué quiere decir esto?” (Hechos 2: 12), Pedro aprovechó el momento para enseñar acerca de Cristo (ver Hechos 2: 1-40). Alzando su voz hacia la curiosa multitud, les declaró que la efusión de las manifestaciones espirituales que estaban presenciando era el cumplimiento de lo “que fue dicho por el profeta Joel” (Hechos 2: 16-21). Entonces les habló de Jesús, recordándoles de su ministerio y los milagros que hizo entre ellos, y como fue que lo rechazaron y lo crucificaron y de la forma en que Su resurrección cumplió una profecía de su amado David. Concluyó su predicación con un testimonio confirmador y condenatorio: “Sepa, pues, ciertísimamente toda la casa de Israel, que a este Jesús a quien vosotros crucificasteis, Dios lo ha hecho Señor y Cristo” (Hechos 2: 22-36). Las palabras de Pedro les “compungió” el corazón y les hizo preguntar: “Varones hermanos, ¿qué haremos?” (Hechos 2: 37), a lo que Pedro de inmediato les respondió: “Arrepentíos y bautícese cada uno de vosotros en el nombre de Jesucristo para perdón de los pecados, y recibiréis el don del Espíritu Santo” (Hechos 2: 38). “Como tres mil personas” que “recibieron” las palabras e invitación de Pedro fueron añadidas a la iglesia ese día (Hechos 2: 41)

No mucho tiempo después, Pedro nuevamente testificó de Cristo ante una multitud atónita que en esa ocasión se había reunido en el pórtico de Salomón. “A la hora de la oración” Pedro y Juan habían venido a la puerta del templo llamada la Hermosa, en donde un hombre bien conocido, que era “cojo desde el vientre de su madre”, les pidió limosna (Hechos 3: 1-2, 10). Pedro le pidió que los mirara, y cuando éste cumplió esperanzado, Pedro, a nombre del Salvador, le dio mucho más que una limosna: “No tengo plata ni oro, más lo que tengo te doy: En el nombre de Jesucristo de Nazaret, ¡levántate y anda!” (Hechos 3:6). Cuando el hombre tomó la mano de Pedro, con la fe suficiente para ser sanado, sus pies y tobillos recibieron la fuerza para levantarse y hasta para saltar (ver Hechos 3: 7, 16). Al entrar al templo, “andando, y saltando y alabando a Dios” una multitud asombrada aparentemente empezó a seguirlo, preguntándose cómo se había hecho el milagro. El hombre, exuberante, regresó con Pedro y Juan y seguía “aferrado” a ellos. Mientras la asombrada multitud se congregaba, Pedro alzó su voz otra vez para testificar de Cristo. Les testificó que el cojo había sido sanado en el nombre y por el poder de Jesús. Al igual que el día de Pentecostés. les recordó a quienes le escuchaban que ellos habían negado, rechazado y “matasteis al Autor de la vida” y les testificó que en cumplimiento de las profecías Dios lo había resucitado de entre los muertos. Pedro entonces le imploró a la multitud: “Arrepentíos y convertíos para que sean borrados vuestros pecados;” y les enseño que como “hijos de los profetas” habían tenido el privilegio especial de que Cristo fuera enviado a ellos primero (ver Hechos 3: 19-26). Cerca de cinco mil nuevos creyentes fueron agregados a causa del milagro efectuado por Pedro y por el testimonio que dio ese día (ver Hechos 4:4).

Nos podemos imaginar la decepción y el resentimiento de “los sacerdotes, y el jefe de la guardia del templo, y los saduceos” cuando supieron que los seguidores de Jesús estaban realizando milagros en Su nombre y predicando “en Jesús la resurrección de los muertos” (Hechos 4: 1-2). [20] Suponemos que habían pensado que la ejecución de Jesús pondría fin a su obra y su ministerio. En un intento desesperado para apagar el fuego de la fe en Jesús, ese día en el templo, arrestaron a Pedro y a Juan y los encarcelaron durante la noche. Al día siguiente, mientras el concilio “interrogaba” a Pedro y Juan se les brindó a los Apóstoles otra oportunidad de dar testimonio de Cristo. Pedro, lleno del Espíritu Santo, hizo que se asombraran ya que testificó osadamente que el milagro de sanidad por el cual los habían arrestado se efectuó en el nombre de Jesús de Nazaret, a quien ellos habían crucificado y a quien Dios había resucitado de entre los muertos, y que era la “piedra” que había sido “rechazada” por ellos “los edificadores” pero que había “llegado a ser cabeza del ángulo” y el único nombre “en que podemos ser salvos” (Hechos 4: 9-12). Frustrados por la innegable y bien conocida evidencia que se les presentaba, el concilio no pudo hacer otra cosa que dejarlos en libertad, pero no antes de haberlos amenazado de “que no hablen de aquí en adelante a hombre alguno” en el nombre de Jesús (Hechos 4: 13-18). Sin preocuparse por las amenazas y comprendiendo totalmente su llamamiento como Apóstoles y sabiendo de quien habían recibido dicho llamamiento, Pedro y Juan respondieron: “Juzgad si es justo delante de Dios obedecer a vosotros antes que a Dios, porque no podemos dejar de decir lo que hemos visto y oído” (Hechos 4: 19-20).

Este enfrentamiento con el concilio de los líderes judíos que querían que dejara de testificar de Cristo no fue el último que tuvo Pedro. Su siguiente arresto fue, otra vez, causado por realizar milagros de sanidad. Puesto que diariamente se añadían a la iglesia los creyentes en Cristo, llevaban ante Pedro a sus enfermos para que los sanara, y los ponían en la calle con la esperanza de que al menos la sombra de Pedro los tocara cuando pasara por allí “y todos fueron sanados” (Hechos 5: 14-16). [21] Llenos de indignación porque Pedro no se sometió a sus amenazas el concilio se levanto y puso a Pedro con otros Apóstoles en la cárcel pública, pero durante la noche un ángel del Señor abrió las puertas de la prisión y les mandó: “Id, y estando en el templo, hablad al pueblo todas las palabras de esta vida” (Hechos 5:20).

A la mañana siguiente, cuando el concilio se reunió para interrogar a Pedro otra vez, se deben haber sorprendido al saber que, no solamente los Apóstoles se habían escapado por una puerta cerrada y vigilada, sino también que en ese mismo momento estaban enseñando en el templo (ver Hechos 5: 21-25). Inmediatamente despacharon al capitán de la guardia y a los oficiales para que arrestaran a los Apóstoles y los trajeran ante el concilio, lo que hicieron “sin violencia” por el temor de ocasionar un levantamiento. (Hechos 5: 26-27). El concilio les recordó severamente a los Apóstoles que se les había mandado que no enseñaran en el nombre de Cristo y acusaron a los Apóstoles de “haber llenado a Jerusalén” con la doctrina, lo que tenía la intención de echar la sangre de Cristo sobre el concilio. Pedro y los Apóstoles otra vez respondieron: “Es necesario obedecer a Dios antes que a los hombres”, y nuevamente testificaron que Jesús a quien ellos habían matado, había sido resucitado y exaltado como “Príncipe y Salvador, para dar a Israel arrepentimiento y remisión de pecados” (Hechos 5: 29-32). En ese momento, los del concilio sumamente enojados y llenos de culpa determinaron matarlos a todos, y lo hubieran hecho, de no haber sido por el sabio fariseo Gamaliel que les explicó que si la obra de los Apóstoles no era de Dios, se desvanecería, pero que si era de Dios, el concilio estaba en peligro de ser hallados luchando inútilmente contra Dios (ver Hechos 5: 33-39). Un poco calmados, o quizás atemorizados, por los razonamientos de Gamaliel, el concilio decidió azotarlos y mandarles, otra vez, que no hablaran en el nombre de Jesús, y los dejaron ir (Hechos 5:40). Pedro y los otros Apóstoles “partieron de delante del concilio, gozosos de haber sido tenidos por dignos de padecer afrenta por causa del Nombre. Y todos los días, en el templo y por las casas, no cesaban de enseñar y predicar a Jesucristo” (Hechos 5: 41-42).

A medida que el libro de los Hechos cambia su agenda para registrar el ministerio de Pablo, leemos menos y menos sobre Pedro. Sabemos que fue arrestado otra vez cuando Herodes “echó mano a algunos de la iglesia” (Hechos 12: 1-3) Para evitar que Pedro se escapara, Herodes asignó a cuatro grupos de cuatro soldados para que lo vigilaran en la prisión, pero aún así, una noche mientras dormía encadenado entre dos soldados, un ángel del Señor lo liberó de la prisión (ver Hechos 12: 1-11). [22] Leemos que subsecuentemente Pedro se quedó en Cesarea por una temporada (ver Hechos 12: 19). La última mención que se hace de Pedro en el libro de los Hechos lo ubica en el concilio en Jerusalén en el cual se discutía qué se podía esperar de los conversos gentiles. En ese concilio, siempre fiel a su misión, Pedro nuevamente testificó que todos, gentiles y judíos por igual, serían salvos “por la gracia del Señor Jesús” (Hechos 15: 6-11).

Aunque la narración histórica del Nuevo Testamento ya no menciona mucho sobre Pedro después de Hechos 15, [23] somos muy afortunados por tener dos epístolas del Apóstol. [24] El testimonio de Pedro sobre Cristo está presente en esas epístolas. En las cartas, Pedro nos enseña que podemos llegar a ser elegidos mediante la sangre de Cristo y podemos tener una “esperanza viva” por su resurrección (1 Pedro 1: 2-3). Nos recuerda que los sufrimientos y la gloria de Cristo cumplieron la profecía y que la prueba de nuestra propia fe será recompensada con alabanza, gloria, honra y gracia cuando “Jesucristo sea manifestado” (1 Pedro 1: 7. 10-11, 13). Nos testifica que nuestros “sacrificios espirituales” son aceptados por Dios por medio de Jesucristo y que Cristo sufrió por nuestros pecados “para llevarnos a Dios” (1 Pedro 2:5; 3:18). Habla del ministerio de Cristo a los “espíritus encarcelados” para que también sean juzgados rectamente

(1 Pedro 3: 19; 4: 6; ver también D y C 138: 18-21, 30). Nos exhorta a que soportemos el sufrimiento en la carne “con el mismo pensamiento” con el que Cristo sufrió y nos anima a que nos gocemos si es que “sois vituperados por el nombre de Cristo” (1 Pedro 4: 1, 13-14). Ora por que podamos recibir gracia y paz mediante el conocimiento de Cristo y nos enseña que el adquirir virtudes semejantes a las de Cristo nos ayuda a obtener ese conocimiento así como la “entrada” a su reino (2 Pedro 1: 2, 4-11). Nos advierte que si regresamos a la contaminación del mundo, después de haber escapado de ella por medio de Cristo, nuestro “estado final” será “peor que el primero” (2 Pedro 2:20). Reflexiona en su testimonio personal de los sufrimientos de Cristo y expresa su esperanza de ser “participante de la gloria que será revelada (1 Pedro 5: 1). Cerca del fin reconoce que él también “dentro de poco” deberá “dejar éste, mi tabernáculo, como nuestro Señor Jesucristo me lo ha declarado” (2 Pedro 1:14).

Al hacer esta solemne observación, quizás Pedro estaba pensando en las palabras que Jesús le dijo muchos años antes en las orillas de Galilea. Allí, después de mandarle a Pedro que apacentara sus ovejas, el Salvador le dio un destello del futuro al declararle: “Cuando eras más joven, te ceñías e ibas a donde querías; pero cuando ya seas viejo, extenderás tus manos, y te ceñirá otro y te llevará a donde no quieras” (Juan 21: 18). Juan vio el martirio de Pedro en esas palabras de Cristo y explicó: “Y esto dijo [Jesús] dando a entender con qué muerte [Pedro] había de glorificar a Dios. Y dicho esto, le dijo [a Pedro]: Sígueme” (Juan 21: 19). [25] Seguramente en su vejez y al pensar en su muerte, Pedro pudo hallar paz y gozo al saber que él había en verdad seguido a Cristo durante su vida y estaba listo para seguirlo en la muerte.

Conclusión

Nos gustaría que se hubieran conservado en el Nuevo Testamento más de las actividades y escritos de Pedro. [26] Lo que se ha conservado es un tesoro y nos hace tenerle simpatía a este fiel pescador. El registro, tan pequeño como es, nos declara que Pedro fue cuidadosa y personalmente preparado por Cristo para ser un testigo especial de Él. Al leer el relato, podemos descubrir que nuestra fe y nuestro conocimiento de Cristo crecen junto con el de Pedro. Dicho conocimiento nos puede dar esperanza y perspectiva en nuestro viaje personal hacia la fe. Cuando vemos que lo que Cristo esperaba de Pedro se le aclaró y luego vemos el valor y la dedicación con los que trabajó para cumplir la asignación del Salvador, se nos hace meditar en “¿Qué espera Cristo de mi?” y ¿Estoy haciendo lo suficiente?” Al estudiar el testimonio de Pedro sobre Cristo, nos hallamos deseosos de repetir sus palabras: “Nosotros hemos creído y sabemos que tú eres el Cristo, el Hijo del Dios viviente” (Juan 6:69).

Notas

[1] Aunque el testimonio, las experiencias y las enseñanzas del Apóstol Pablo se relatan en el Nuevo Testamento con más detalle que las de Pedro, Pablo no fue uno de los Doce originales y no es mencionado en los cuatro Evangelios.

[2] Francis Brown, The New Brown-Driver-Briggs-Gesenius Hebrew and English Lexicon (LaFayette, IN: Christian Copyrights, 1983), páginas 401-402.

[3] El Profeta José Smith enseñó que el Espíritu Santo es un personaje y que no “se confina a la forma de la paloma” durante el bautismo de Jesús. “President Joseph Smith’s Journal,” Journal, 4 volúmenes, diciembre de 1842 a junio de 1844, página161. http://josephsmithpapers.org/paperSummary/journal-december- 1842-june1844-book-1-21-december-1842-10-march1843?locale=eng&p=161 (accesado el 4 de marzo de 2014). Por tanto, los Santos de los Últimos Días típicamente entienden que la señal de la paloma es un testimonio de la presencia del Espíritu Santo en esa ocasión, en vez de creer que es el cuerpo real del Espíritu Santo.

[4] El otro discípulo solamente se menciona en el relato de Juan y no se dice su nombre. Debido a que Juan es muy renuente a usar su nombre al referirse a sí mismo en todo su Evangelio, muchos creen que él era el otro discípulo. Ver Juan 18: 15.

[5] Aunque los relatos de los Evangelios describen a Pedro, Santiago y Juan como simples observadores en la Transfiguración, los Santos de los Últimos Días entienden que estos tres Apóstoles también fueron transfigurados y allí recibieron una autoridad especial del sacerdocio. José Smith enseñó: “el Salvador, Moisés y Elías entregaron las llaves a Pedro, Santiago y Juan cuando ellos fueron transfigurados delante de él”. Joseph Smith, History, volumen C-1 [12 de noviembre de 1838-31 julio de 1842], página 546. http://josephsmithpapers.org/paperSummary/history-1838-1856-volume-c-1-2-november-1838-31julu-1842?p=546 (accesado el el 26 de febrero de 2014). Joseph Fielding Smith sugirió que estos tres Apóstoles recibieron al mismo tiempo las investiduras del templo y las llaves asociadas con dichas ordenanzas en el Monte de la Transfiguración. Doctrina de Salvación, compilada por Bruce R. McConkie, (Salt Lake City: La Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días, 1979, 2:155.

[6] La instrucción de Cristo para Pedro de que debía perdonar hasta setenta veces siete (ver Mateo 18: 22) no significa que deben ser 490 veces. Siendo que Dios creó el mundo en seis días y descansó el séptimo, en la cultura hebrea el número siete llegó a significar por completo o totalidad. Por tanto, si uno hace algo siete veces, lo hace por completo o enteramente (por ejemplo en José 6:16; Levítico 14:7; Daniel 4:16). De la misma forma, al instruir a Pedro que debía perdonar setenta veces siete, Cristo le está diciendo al Apóstol que debe perdonar completa y enteramente. La parábola de los dos deudores que sigue a esta pregunta parece que se dio para enseñar además que somos perdonados en la medida en que nosotros perdonamos (ver Mateo 18: 23-35).

[7] En la parábola de los obreros de la viña que fueron contratados a diversas horas del día, Pedro pudo ciertamente identificarse con los que habían trabajado todo el día pero que terminaron inconformes porque pensaron que se les había tratado mal. El mensaje debió ser claro para Pedro—se agradecido por el privilegio de trabajar y deja que el Maestro se preocupe por la recompensa—.

[8] La traducción de José Smith de Lucas 12: 38-57, aclara mejor este tema que la versión Reina-Valera.

[9] Para un interesante comentario sobre este acontecimiento, ver de Bruce R. McConkie Doctrinal New Testament Commentary en 3 volúmenes (Salt Lake City: Bookcraft, 1965), 1:412.

[10] Hablando de Pedro y de las reprensiones frecuentes que recibió de Cristo, el Presidente Spencer W. Kimball dijo: “Él reprendió algunas veces a Pedro porque lo amaba, y Pedro, por ser un gran hombre, pudo crecer debido a ello. Hay un magnífico pasaje en el libro de Proverbios que todos necesitamos recordar: ‘El oído que escucha la reprensión de la vida morará entre los sabios. El que tiene en poco la disciplina menosprecia su alma; pero el que escucha la reprensión adquiere entendimiento’ (Prov. 15: 31-32). Quien puede soportar la “reprensión de la vida” es un buen líder o un buen seguidor. Pedro lo pudo hacer porque sabía que Jesús lo amaba, y por tanto, Jesús pudo preparar a Pedro para un puesto de responsabilidad muy alto en el reino” “Jesus: The Perfect Leader ,” Ensign, agosto de 1979, página 5.

[11] Existe algo de confusión entre los escritores de los Evangelios respecto a qué tan pronto entendieron los discípulos que Cristo había resucitado. En tanto que Juan y Lucas sugieren que no entendían porqué la tumba estaba vacía, Mateo y Marcos registran que el ángel le explicó a María que Cristo había resucitado y le dijo que se lo reportara a los discípulos (ver Mateo 28: 1-8; Marcos 16: 1-8). Marcos reporta además que cuando María les dijo que Jesús había resucitado y que ella lo había visto, no le creyeron (ver Marcos 16: 9-11).

[12] Lucas es el único de los escritores de los Evangelios que se refiere a esta visita privada a Pedro. Pablo lo afirma en su primera epístola a los Corintios (ver 1 Cor 15: 3-8).

[13] Los escritores de los Evangelios, excepto Mateo dan una versión de esta aparación. La de Lucas es la más detallada. Juan reporta que la experiencia se repitió ocho días después cuando el aún incrédulo Tomás—que no había estado en la primera aparición—estaba presente y también dio testimonio (ver Juan 20: 24-29).

[14] Para mayor información de esta conversación de Cristo y Pedro, y sobre los principios que se pueden aprender de ella, ver de Joseph B. Wirthlin “Spiritual Bonfires of Testimony” en el Ensign de noviembre de 1993 y de L. Tom Perry, “Y Tú Una Vez Vuelto, Fortalece a tus Hermanos” Liahona de junio de 1975. páginas 33-36.

[15] Mateo y Marcos indican que después de su resurrección, cuando Jesús se apareció a María le pidió que les dijera a los discípulos que los encontraría en Galilea, quizás para facilitar la enseñanza que ocurrió allí (ver Mateo 28: 7; Marcos 16: 7). Juan indica que Pedro, Santiago. Juan, Natanael, Tomás y otros dos discípulos (ver Juan 21: 2) hicieron el viaje. No está claro si los discípulos a quienes no se nombra eran parte de los Doce.

[16] Algunos entienden que el antecedente de estos en este versículo son los otros discípulos que comían con ellos, pero el mensaje es más claro si entendemos que estos se refiere a los peces.

[17] Algunos dicen que el permitir que Pedro confirmara su amor tres veces, Cristo le estaba dando la oportunidad de enmendar sus tres negaciones en aquella desesperada noche del juicio. Ver por ejemplo Jesús el Cristo de James E. Talmage (Salt Lake City: La Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días, 1975), página 727; “El Primer Gran Mandamiento” por Jeffrey R. Holland, Liahona de noviembre de 2012; Para comentarios sobre las negaciones y las lecciones que se pueden aprender de ellas, ver de Gordon B. Hinckley “Y Pedro Salió y Lloró. . . ” ( El Camino de Regreso) en Liahona de agosto de 1979, página 90; de Neal A. Maxell “Un Hermano Ofendido” en Liahona de julio de 1982. Otros comentaristas, al notar las sutiles diferencias en el texto griego, sugieren que estas tres preguntas le fueron hechas a Pedro para enseñarle distintos aspectos y deberes de su llamamiento. De acuerdo con eso, el Salvador le preguntó dos veces a Pedro “me amas” usando el término griego agapao que se refiere a un tipo de amor social o moral, que se usa con frecuencia como amor divino o amor incondicional y que en todas partes se traduce como “caridad” (por ejemplo en 1 Cor 13: 1-4; 2 Pedro 1: 7; Apocalipsis 2: 19). La tercera vez que Jesús le preguntó a Pedro “me amas” para amor usó el término griego phileo que significa amistad, afecto o amor fraternal. Algo muy interesante es que en respuesta a cada una de las tres preguntas Pedro usó phileo. Para la primera afirmación del amor de Pedro, Cristo le mandó que “apacentara” del griego bosko que significa alimentar, dar de comer o nutrir a sus “corderos” del griego arnion que se refiere a una oveja tierna o recién nacida. A la segunda afirmación del amor de Pedro, Cristo le mandó que “apacentara” usando la palabra griega poimaino que significa atender o guiar a sus “ovejas” del griego probaton, que se refiere a una oveja adulta. En respuesta a la tercera afirmación del amor que Pedro le tenía a Cristo, el debía bosko a su probaton. Por tanto, al hacer las tres pregunta en tres maneras, el Salvador le preguntó a su discípulo si tenía amor fraternal hacia Él y en los subsecuentes mandamientos el Salvador le enseñó a Pedro que no solamente debía alimentar sino también dirigir tanto a los jóvenes como a los adultos de su rebaño. Para comentarios SUD para este asunto, ver el discurso de Anton H. Lund en la página 119 del Conference Report de octubre de 1908; y de Robert C. Webb: “Truth Seeking: Its Symptoms and After Effects,” en Improvement Era, de septiembre de 1913 páginas 1075-1091.

[18] Para comentarios sobre este evento y los principios que se pueden aprender de allí, ver “. . . . Y tú, Una vez Vuelto, confirma a tus Hermanos, por Robert D. Hales en Liahona, abril de 1997, página 90.

[19] Parece ser que los Apóstoles fueron comisionados por el Cristo resucitado, en dos ocasiones diferentes, para ser testigos para el mundo. Mateo indica que ese día en Galilea cuando Jesús les dijo a los once que toda potestad en el cielo y en la tierra le había sido dada, les mandó a los once que fueran a enseñar a “todas las naciones, bautizándolos en el nombre del Padre y del Hijo, y del Espíritu Santo; enseñandoles que guarden todas las cosas que os he mandado” (Mateo 28: 16-20; ver también Marcos 16: 15-18; Lucas 24: 46-47). Una comisión semejante se registra en Hechos. Después que el Salvador les mandó a los Apóstoles que permaneceran en Jerusalén hasta que “recibiréis poder cuando venga el Espíritu Santo” y entonces deberían de “testigos en Jerusalén, en toda Judea, y en Samaria, y hasta lo último de la tierra” (Hechos 1: 4-11).

[20] La enseñanza de la resurrección de los muertos debió ser especialmente molesta para los saduceos ya que no creían en ella, y ese era un punto de contención entre ellos y los fariseos (ver Mateo 22: 23; Hechos 23: 6-8).

[21] En el libro de Hechos hay otros dos relatos específicos de sanidades efectuadas por Pedro. Uno es la curación de Eneas, quien “hacía ocho años que estaba en cama, pues era paralítico”, y el otro fue la resurrección de entre los muertos de la querida costurera Dorcas (ver Hechos 9: 33-43).

[22] El relato de la muchacha llamada Rode, que en su sorpresa y por su emoción al oír la voz de Pedro en la puerta, lo dejo afuera mientras ella despertaba a todos los de la casa para darles la buena noticia, añade un toque personal y divertido al relato (ver Hechos 12: 12-19).

[23] Hay dos referencias adicionales a las actividades de Pedro que se encuentran en la epístola de Pablo a los gálatas. Una habla de que Pablo, tres años después de su conversión, pasó quince días con Pedro en Jerusalén; y la otra describe una confrontación con Pedro sobre lo apropiado de comer con los gentiles (ver Gálatas 1: 18; 2: 7-12).

[24] Aunque la autoría de estas epístolas es un tema de debate entre los eruditos bíblicos, yo acepto que Pedro es el autor de ellas. Para conocer una defensa reciente sobre la autoría de Pedro ver de Larry R. Helyer, The Life and Witness of Peter (Downers Grove, IL: InterVarsity Press, 2012), páginas 107-113 y 207-214.

[25] Algunos encuentran otra profecía sobre el martirio de Pedro durante la Última Cena. Esa noche, cuando Jesús les dijo a sus discípulos: “A donde yo voy, vosotros no podéis ir” (Juan 13: 33). “Le dijo Simón Pedro: Señor, ¿a donde vas? Jesús le respondió: A donde yo voy, no me puedes seguir ahora; pero me seguirás después” (Juan 13: 36). Para un comentario de esto como una profecía del martirio de Pedro, ver de McConkie Doctrinal New Testament Commentary, 1: 769, 863-864.

[26] Aparentemente, algunos escritores cristianos de los siglos segundo al cuarto dC. decidieron satisfacer nuestro deseo de tener más escritos de o sobre Pedro, ya que escribieron obras apócrifas tales como Los Hechos de Pedro, Los Hechos de Pedro y Andrés, Los Hechos de Pedro y de los Doce, y Los Hechos de Pedro y Pablo.