“Sino Cristo te anime”

Brad Wilcox

Brad Wilcox es maestro de educación en la Universidad Brigham Young y es miembro de la Mesa Directiva General de la Escuela Dominical. Fue el Presidente de la Misión Chile Santiago Este del 2003 al 2006.

Para muchas personas, el mensaje de la Pascua de Resurrección cae en oídos sordos. El élder Gerald N. Lund dijo: “Qué triste es que Dios amó tanto al mundo que dio a Su Hijo Unigénito, pero el mundo es tan ciego y apático que no les importa . Se alejan del don como si no tuviera consecuencia alguna.”[1] Esa apatía y rebelión abierta, me destroza el corazón. Sin embargo, para mi, como para muchos fieles discípulos en la Iglesia, es igual de preocupante que el mensaje de la Pascua no caiga en oídos sordos pero sí cae en oídos desanimados. Muchos miembros se sienten derrotados, como si nunca hicieran lo suficiente y siempre les faltara algo. El mensaje de la Pascua es que Cristo no vino para degradarnos sino para elevarnos.

Al fin del Libro de Mormón, Moroni incluyó una carta final de su padre Mormón en la que le pide que a pesar de todas las pruebas y desafíos que lo rodeaban, Moroni pudiera ser animado: “que las cosas que he escrito no te aflijan, para apesadumbrarte hasta la muerte; sino Cristo te anime, y sus padecimientos y muerte, y la manifestación de su cuerpo a nuestros padres, y su misericordia y longanimidad, y la esperanza de su gloria y de la vida eterna, reposen en tu mente para siempre. Y la gracia de Dios el Padre . . . y de nuestro Señor Jesucristo. . . quede contigo para siempre” (Moroni 9: 25-26).

El mensaje de Mormón es para todos nosotros cuando nos hallemos rodeados por las pruebas, cuando nos sintamos abrumados y abatidos, cuando parezca que se espera mucho de nosotros y parezca que el cielo está muy lejos y es inalcanzable. En tales ocasiones, también deben resonar en nuestros oídos las palabras de Mormón a su hijo: “Sino Cristo te anime.”

Tres Situaciones

Consideren los siguientes tres ejemplos de miembros desanimados. Sus circunstancias son distintas, pero sus problemas son similares.

El Misionero desanimado. Los misioneros se reunieron para una conferencia de zona. Los élderes y las hermanas esperaban con ansia el poder ver a los demás y recibir instrucciones de su presidente de misión. A medida que llegaban, intercambiaban las noticias de lo que estaba sucediendo en sus áreas . “¡No lo van a creer!” dijo uno de los élderes. “¡Encontramos a la mejor familia!” Él y su compañero dijeron la forma en que habían sido guiados hacia una familia de oro que los recibió bien en su casa y habían asistido a la Iglesia el domingo.

Otro misionero comentó: “Una hermana del barrio nos pidió que enseñáramos a su sobrino. Ya está leyendo el Libro de Mormón, y anoche aceptó la fecha para su bautismo.”

Todos estaban emocionados —bueno, casi todos— Uno de los misioneros jaló la manga de su compañero menor y se separaron del grupo. “Vamos a sentarnos” murmuró. Entraron a la capilla vacía en donde se iba a efectuar la reunión y se sentaron. El compañero mayor le preguntó al menor, “¿Por qué no somos bendecidos como los demás?” “¿Donde hay una familia de oro para nosotros y un investigador con fecha para su bautismo? ¿Qué estamos haciendo mal?

El compañero menor contestó: “Élder, no estamos haciendo nada malo. Estamos obedeciendo las reglas.”

“Bueno, ¡nos debe faltar algo! “Tenemos que empezar a trabajar más duro para ser dignos de las bendiciones del Señor.”

“¡Estamos trabajando duro! le contestó el menor. “Somos dignos y el Señor nos bendice.”

“Obviamente. eso no es suficiente. Empezando mañana, nos levantaremos más temprano y nos acostaremos más tarde, trabajaremos horas extras, y empezaremos a ayunar.”

La madre ocupada. La mamá les dio abrazos rápidos a sus tres hijos de edad escolar mientras los despedía en la puerta. Estaba muy agradecida porque esa semana le tocaba a su vecina llevarlos a la escuela y no tenía que estar vestida todavía. Regresó a la cocina justo a tiempo de ver que su hijo más pequeño trataba de alcanzar el jugo de naranja y lo tiró de la mesa. Ella corrió, pero no lo suficientemente rápido para evitar que el envase cayera al piso y derramara el jugo por todo el piso de la cocina. Le gritó: “¿Qué estabas pensando?” El niño comenzó a llorar.

¡Que día! ¿Habían leído las escrituras? No. Había tenido que buscar la tarea de su hijo mayor. ¿Habían hecho la oración familiar? Sí, pero el buen espíritu que había traído se había perdido por haberse enojado.

Más tarde, se regañó en un e-mail que le escribió a una amiga: “Debo levantarme más temprano a fin de estar vestida. Debo asegurarme de que leamos las escrituras. Debo controlar mi carácter y no gritar. Hay tantas cosas que debo hacer y tantas que debería hacer que batallo mucho para estar al día. Se que el Señor me ayudará si hago lo que me corresponde, pero ni siquiera eso puedo hacer.

La Presidenta Perfeccionista. La presidenta de la Sociedad de Socorro llegó tarde a la reunión de la presidencia. Eso casi nunca sucedía ya que normalmente llegaba temprano, pero ese día había sido muy difícil ya que había tenido que llenar seis órdenes de alimentos. La reunión comenzó con oración, y las hermanas empezaron a revisar el calendario, al revisar los eventos por venir, la presidenta empezó a elaborar una lista de los preparativos que debían hacerse. Era tal su personalidad, que no podía hacer las cosas a medias o delegarlas a otras personas. Con razón el obispo la llamaba “la doscientos porciento.” Su consejera le advirtió: “Te estás cargando mucho, debes hacer asignaciones.”

Le contestó: “Con el tiempo que me toma explicarle a una hermana lo que hay que hacer, y luego llamarle para recordarle, y verificar que se haga, es más fácil hacerlo yo misma.”

“Pero te vas a agotar,” le comentó la consejera.

“Ya estoy agotada,” contestó la presidenta.

“Entonces, haz lo mínimo indispensable.”

“No puedo hacer lo mínimo cuando sé que puedo hacer más” le contestó. “El Señor espera que de lo mejor de mí misma. ¿Cómo puedo pedir la ayuda de Dios si no doy todo lo que tengo?”

¿Están intentando — el misionero, la madre y la presidenta— ganar bendiciones? Están tratando de ganar la gracia o la salvación? Si se les pregunta, probablemente dirán que no, Solamente están tratando de hacer su parte — su mejor parte—. Pero su mejor parte, ¿será suficiente alguna vez? ¿En donde se detiene esa manera de pensar? Cuando las cosas salgan mal, con seguridad se convencerán a si mismos que fue por culpa de ellos por no haber andado la milla extra o por no haber realizado otro acto de servicio. Seguramente se regañarán a sí mismos por no haber hecho otra oración más o por no haber leído otro versículo de escritura. Muchos santos fieles, como estos tres, muy raramente piensan que están haciendo lo que se espera de ellos, y se están consumiendo en el intento.

El punto extremo al cual puede llevar esta perspectiva se hizo muy obvio en una entrevista que tuve en BYU con un misionero que acababa de regresar. Estaba anhelosamente consagrado a muchas causas buenas, que incluían la escuela, el trabajo, y llamamientos en el barrio. Y también, con mucha obediencia, estaba tratando de buscar tiempo para salir con muchachas. La lista de cosas que necesitaba hacer en el día, a fin de sentirse casi sin culpa, continuaba creciendo. Le advertí: “Estás cargándote mucho. No te estás acercando al Señor.”

Me contestó: “¡Magnífico. Ahora hay otra cosa que tengo que hacer —acercarme al Señor!”

Acercarse al Señor no es otra cosa que hacer.[2] Es lo único que hay que hacer. Cristo es la vid. Nosotros somos los pámpanos; y nos ha dicho: “porque sin mí nada podéis hacer” (Juan 15: 5). En Salmos 28 leemos: “Jehová es mi fortaleza y mi escudo, en él confía mi corazón, y me ayuda . . . y enaltéce[me] para siempre” (versículos 7, 9). Este mensaje es muy parecido a las palabras de Mormón: “sino Cristo te anime” (Moroni 9: 25). En cada una de las situaciones presentadas y en toda nuestra vida, la solución está en acercarse al Señor y permitirle que nos enaltezca al entender su gracia, al experimentar su poder transformador, y al encontrar la esperanza que solamente Él puede ofrecer.

Entender la Gracia

En la vida de muchos de los Santos de los Últimos Días, lo que se necesita no es un sacrificio más de parte nuestra, sino un mayor entendimiento del sacrificio del Salvador por nosotros y de la gracia que nos ofrece. El diccionario de la Biblia (en la edición en inglés de la Biblia de la Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días) nos dice que la gracia es “un medio de ayuda o fortaleza divina, que es dada por la abundante misericordia y amor de Jesucristo” y que está “disponible debido a su sacrificio expiatorio” (Bible Dictionary, “Grace,” página 697).

Con la misma seguridad con que necesitamos la gracia al llegar a la meta final de nuestra vida, es que la necesitamos también para poder llegar a la meta. Robert L. Millett escribió: “La gracia de Dios se extiende para usted y para mí a toda hora de todos los días y no se limita únicamente al día del juicio.”[3] La gracia es la razón por la que podemos decir: “Todo lo p[odemos] en Cristo que [nos] fortalece” (Filipenses 4: 13).

La mayoría de nosotros reconocemos nuestra dependencia total en el Señor para nuestra salvación en el más allá, pero es posible que pasemos por alto nuestra dependencia en Él aquí y ahora. Reconocemos el papel de la gracia cuando Alma hijo enseñó acerca del perdón divino (Alma 36: 18) pero es posible que no la reconozcamos cuando les dijo al pueblo de Gedeón que Cristo “sus enfermedades tomará él sobre sí, . . . a fin de que según la carne sepa como socorrer a los de su pueblo” (Alma 7: 12). Reconocemos el papel de la gracia cuando Alma (padre) enseñó acerca de la resurrección y la redención (Mosíah 18: 2) pero puede ser que la omitamos cuando compartió la respuesta a la oración en el cual el Señor dijo: “Y también aliviaré las cargas que pongan sobre vuestros hombros, de manera que no podréis sentirlas sobre vuestras espaldas, mientras estéis en servidumbre; y esto haré yo para que me seáis testigos en lo futuro, y para que sepáis de seguro que yo, el Señor Dios, visito a mi pueblo” (Mosíah 24: 14).

En True to the Faith leemos: “Además de necesitar la gracia para la salvación final, se necesita este poder habilitador todos los días de la vida. Al acercarse a su Padre Celestial con diligencia, en humildad y mansedumbre, Él los elevará y los fortalecerá por medio de Su gracia. . . . Confiar en Su gracia les permite progresar y crecer en rectitud.”[4]

En el segundo libro de Nefi se nos recuerda que confiemos “íntegramente en los méritos de aquel que es poderoso para salvar” (2 Nefi 31: 19). Sin Jesucristo no podemos ser resucitados ni perdonados. Sin embargo, la meta final no es solamente vivir después de que muramos y que seamos limpios. La inmortalidad y el estar sin pecado son solamente dos de los muchos atributos divinos que debemos adquirir. La meta final no es solamente venir a Cristo, sino llegar a ser como Él.

“El milagro del cambio, ese milagro asociado con la renovación y la regeneración del hombre caído, es la obra de un Dios. . . La transformación de una naturaleza caída a una naturaleza espiritual, de lo mundanal a la santidad, de la corrupción a la incorrupción y de la imperfección a la perfección ocurren porque los realizan los poderes divinos. Son acciones de la gracia,”[5]

No debemos ver la gracia de Cristo como un suplemento de nuestros obras ni nuestras obras como un suplemento de la gracia de Cristo como si tuviéramos que alcanzar un mínimo de estatura para poder entrar al cielo. No tiene nada que ver con la estatura; tiene que ver con el crecimiento. “Con frecuencia. . . los Santos de los Últimos Días piensan que se espera que los hombres y las mujeres hagan un 85 o 90 porciento y que le dejen el resto, un pequeño porcentaje, a Jesús para que Él lo administre.”[6] Sin embargo, el élder Russell M. Ballard nos recordó que: “No importa qué tanto trabajemos, no importa qué tanto obedezcamos, no importa qué tantas cosas buenas hagamos en esta vida, no serían suficientes de no ser por Jesucristo y Su gracia amorosa.”[7]

No llegamos al cielo por complementar. Llegamos al cielo por hacer convenios, y un convenio no es un contrato frío entre A y B en el que cada uno cumple con su parte respectiva. Es una relación agradable entre dos amigos que se hablan de tú, en el que cada uno trabaja y ama al otro.[8] Hacemos convenios al bautizarnos, y se extienden las manos para conferirnos el don del Espíritu Santo para que nos ayude. Hacemos convenios en el templo, y se extiende una mano para enseñarnos del deseo de Cristo de fortalecernos y ayudarnos. El presidente Cecil O. Samuelson dijo: “A esa mano extendida, le llamamos gracia.”[9]

Es probable que una de las razones del por qué los miembros de la Iglesia evitan hablar de la gracia sea porque muchas iglesias cristianas enseñan ese tema sin tener un conocimiento completo del plan de salvación. Robert L. Millet ha dicho: “Uno de los escándalos del mundo cristiano. . . es un aparente desprecio por la simple declaración del Maestro: ‘Si me amáis, guardad mis mandamientos’ (Juan 14:15)). . . . Una creencia superficial y una gracia barata han reemplazado a la profundidad del discipulado que demanda la Deidad.”[10] Algunos cristianos están muy felices de que Cristo nos haya salvado de algo y no han pensado lo suficiente sobre el por qué nos salvó. Están tan contentos de que la deuda se haya pagado que es posible que no hayan tomado en cuenta el por qué se originó la deuda. Mi amigo Omar Canals lo dice así: muchos cristianos ven a la Expiación nada más como un gran favor que Cristo nos hizo. Los Santos de los Últimos Días la ven como una gran inversión que Él hizo en nosotros porque nos está transformando.

Ser Transformados

El propósito de Cristo no es solamente el salvarnos sino también formarnos. Vivimos en un mundo pre mortal con nuestro Padre Celestial, pero no eramos como Él espiritualmente ni físicamente. Como queríamos ser como Él, se nos presentó un plan que requería que todos nosotros pasáramos por la experiencia de la mortalidad. Dios sabía que una parte inevitable de esa experiencia serían los errores y los pecados, así que preparó para nosotros a un Salvador. Sin la mortalidad, nuestro progreso hubiera sido detenido para siempre, pero sin la Expiación, las malas decisiones que son parte de la mortalidad también habrían detenido nuestro progreso. La Expiación nos permite ser educados por la mortalidad mas bien que ser condenados por ella.[11]

La justicia demanda la perfección o el castigo inmediato cuando fallamos, Jesús tomó nuestro castigo. Jesús pagó nuestra deuda con la justicia, y la pagó por completo. Él no la pagó casi toda, a excepción de unas monedas. Debido a que Él pagó esa deuda, ahora puede volver a nosotros con nuevas condiciones. Él nos pide una perfección eventual y nos ofrece fortalecernos, enseñarnos y guiarnos por ese proceso de desarrollo, sin importar cuanto tiempo requiera. Para lograrlo nos pide que tengamos fe en Él, que nos arrepintamos, que hagamos y guardemos convenios, que busquemos el Espíritu Santo, y que perseveremos hasta el fin. Nos dijo: “Venid en pos de mí” (Mateo 4: 19) y “Guardad mis mandamientos” (Juan 14: 15). Al cumplir, no estamos pagando las demandas de la justicia — ni siquiera la mínima parte— Más bien, estamos mostrando aprecio por lo que Cristo hizo y usamos la Expiación para mejorarnos y vivir una vida como la Suya.

A lo largo de los años he compartido la siguiente analogía, que ha mostrado ser útil para algunos: Las condiciones que Cristo nos pone es algo similar a una madre que hace que su hijo reciba clases de música. La madre, que le pagó al maestro de piano, requiere que su hijo practique. Al hacerlo así, ella no trata de recuperar el costo de las lecciones, sino que quiere ayudar a su hijo para que aproveche todas las ventajas de la oportunidad de vivir en un nivel más alto. El gozo de ella se encuentra no en recuperar su inversión sino en ver que se use. La práctica por parte del hijo no es sólo una manera concreta de mostrar gratitud por el sacrificio amoroso de la madre sino también el medio para ser transformado.

Si el hijo, en su inmadurez, ve las expectativas de su madre de que practique, como algo no necesario o abrumador, es porque todavía no ha captado la perspectiva de ella. Cuando sintamos difíciles las expectativas de Cristo con respecto a nosotros, quizás se deba a que todavía no podemos ver con sus ojos. Todavía no entendemos lo que quiere lograr de nosotros. Un Dios que no requiere nada de nosotros, no está haciendo nada por nosotros, y nuestro Padre Celestial no trabaja de ese modo.

El élder Dallin H. Oaks ha dicho: “El pecador penitente debe sufrir por sus pecados, pero este sufrimiento tiene un propósito distinto al del castigo o al de un pago. Su propósito es cambiar.[12] Ahora pongámoslo en términos de las lecciones de música: el hijo debe practicar el piano, pero la práctica tiene un propósito diferente al castigo o el reembolso. Su propósito es cambiar.

De vez en cuando he visto a un hombre caminando cerca del campus de BYU portando una cruz grande que dice”Salvado por la Gracia” Parece que este hombre piensa que los Santos de los Últimos Días no captan el mensaje. Por el contrario, reconocemos y estamos de acuerdo en que somos salvados por la gracia, pero también reconocemos que la salvación es solamente una parte del mensaje de la cruz de Cristo. Cristo vino a salvarnos al tender un puente que permita cruzar el abismo entre los humanos y lo divino, pero ¿entonces qué? Estar en paz con Dios y estar cerca de Él, ¿Es la meta final? No. Los Santos de los Últimos Días saben que hay mucho más en lo futuro. Creemos en la vida después de la muerte, pero también creemos en la vida después de la salvación. Cristo vino para salvarnos y transformarnos. Este conocimiento nos brinda una gran esperanza.

Encontrar la Esperanza

La esperanza proporciona perspectiva cuando contemplamos el pasado, y una nueva motivación al ver hacia el futuro. Un joven estudiante, Reed Rasband, escribió lo siguiente en mi clase de preparación para la misión: “Sabía que la Expiación trajo consuelo y perdón porque había recibido esas bendiciones, pero no me dí cuenta de la forma en que las bendiciones de la Expiación me llegaban de manera continua. En el pasado utilicé la Expiación solamente cuando la vida se me ponía difícil o cuando cometía errores. Mi uso de la Expiación era limitado porque no comprendía que el poder de Cristo para ayudarme era constante —aún cuando no pensara que necesitaba su ayuda— . Una de las piezas faltantes en el rompecabezas era la gracia. La gracia para mí, era una fuente de ayuda de forma vaga y difusa y que tenía dificultades para canalizar.”

Reed continuó diciendo que antes había creído que la gracia —la ayuda divina y el poder habilitador— debían ganarse por las obras, aunque éstas fueran mínimas. Y escribió: “Este paradigma fue fácil de entender. Jesús tenía Su parte y yo tenía la mía. Trabajé muy duro para cumplir con mi parte, tratando de vivir tan rectamente como pudiera a fin de ser digno de Su gracia. Sabía que solamente tenía que hacer mi pequeña parte, pero muy dentro de mí me preguntaba como sabría cuando hubiera cumplido con mi parte. Ahora comprendo que el problema con este punto de vista no era que no estuviera esforzándome por mejorar; era que no comprendía que Jesús es el que me mejora.”

Sin este conocimiento Reed se frustró porque pensaba que cualquier paso hacia el mejoramiento personal era responsabilidad suya. Aunque mejorara en un aspecto de su vida, aún había muchos otros en los que no estaba tan bien. Entonces trabajaría muy duro en alguno de ellos solo para darse cuenta de que se había deslizado hacia atrás en el primero. Reed sabía que podía dejar sus cargas a los pies de Jesús, pero estaba decidido a tenerlas bien limpias, muy bien envueltas, y hasta con un moño para que fueran aceptables.

Un punto de cambio para Reed ocurrió cuando consideró los atributos perfectos de Cristo. Reed escribió: “Solamente hasta que empecé a entender el amor perfecto de Cristo pude empezar a comprender Su gracia y Expiación. Jesús no me ama únicamente cuando estoy en pecado o en dolor. Me ama siempre y está dispuesto a ayudarme todo el tiempo. Él quiere que llegue a ser como Él.” Reed comprendió que la ayuda divina no estaba disponible únicamente al final de su cuerda —era su cuerda—. Reed no necesitaba ganarse la ayuda de Cristo. Tampoco necesitaba merecerla. Con mucha meditación Reed escribió: “No se gana la gracia más de lo que se merece el amor de Cristo.”

Reed sintió la esperanza cuando comprendió que las obras son importantes no porque sean un requisito para recibir la gracia, sino porque emanan de ella. Son la forma en la que canalizamos, usamos y mostramos aprecio por el don que no tiene precio. La gracia no es la ausencia de las altas expectativas de Dios sino la presencia del poder de Dios.

Al igual que Reed, he sentido la esperanza de la gracia al comprender que en esta escuela de la mortalidad no estamos solos. Junto con nuestra tarea tenemos la ayuda divina. Uno de los nombres favoritos de Jesús, para mí, es Emanuel. En las escrituras se nos dice su significado: “Dios con nosotros” (Mateo 1: 23). ¿Existe una mejor definición de la gracia que esta? Se requiere mucho de nosotros en este proceso perfeccionador, pero Dios y Cristo están con nosotros durante todo este viaje transformador.

Sentirse Animados

El mensaje de la Pascua de Resurrección es la Expiación de Cristo. Gracias a ella podemos vivir otra vez después de morir, y podemos ser perdonados de nuestros pecados. Pero el mensaje de la Pascua no termina allí. Debido a la Expiación, podemos ser consolados en nuestras tristezas y aflicciones. Pero el mensaje de la Pascua tampoco termina allí. A causa de la Expiación, al final podemos llegar a ser como Jesús. Esta idea confiere un gran significado a las palabras de Mormón: “Qué Cristo te Anime” (Mormón 9: 25). La palabra anime [lift en inglés] significa levantar o elevar a una posición mayor, pero también significa subir en rango o condición. Cristo eleva nuestra condición cuando nos acercamos a Él, al entender Su gracia, al experimentar Su transformación y al hallar la esperanza que sólo Él puede dar.

Al misionero desanimado le decimos: “¡Anímate! Cristo te levantará.” Las bendiciones no son solamente para los que andan la milla extra. Las bendiciones mejoran cada milla. La gracia no es un premio para el digno, sino el poder para llegar a ser digno. A la madre ocupada le decimos: “¡No te desanimes! Cristo te levantará.” No nos enfoquemos tanto en marcar la lista de las cosas por hacer, que nos olvidemos del por qué Dios nos dio la lista primeramente. No somos actos humanos. Nos llaman seres humanos. Dios sabe que el llegar a ser toma tiempo y que algunos días son mejores que otros. A la presidenta de la Sociedad de Socorro del 200 por ciento le decimos: “¡Gracias por sus esfuerzos sinceros! Pero recuerde que no están trabajando solamente para Dios sino que están trabajando con Él. Cristo le levantará.” Dios usa a las personas para terminar Su obra, pero también usa Su obra para pulir a las personas. Debido a que Él sabe que no podemos dar todo —al menos, no todo el tiempo— está dispuesto a aceptar cualquier esfuerzo sincero. No tenemos que ser perfectos ahora mismo. Solamente debemos estar dispuestos a ser perfeccionados.

Cristo no vino para abatirnos sino para edificarnos. Este es el mensaje de la Pascua y que lo necesitan en un mundo sordo y también los Santos desanimados. Cuando sintamos que no podemos hacer lo suficiente, podemos recordar que Él hizo más que suficiente (Eter 12: 26; Moroni 10: 32). Cuando nos sintamos adoloridos a causa de nuestras debilidades, nos podemos maravillar en Su fuerza (ver Salmos 136: 12). Cuando sintamos que hemos caído de la gracia, podemos comprender que es precisamente la gracia la que nos anima. Las palabras que Mormón le escribió a Moroni también fueron escritas para nosotros: “Sino Cristo te anime. . . y la gracia de Dios el Padre. . . y de nuestro Señor Jesucristo. . . te acompañe y quede contigo para siempre” (Moroni 9: 25-26).

Notas

[1] Gerald N. Lund, “What the Atoning Sacrifice Meant for Jesus,” en My Redeemer Lives, editado por Richard Neitzel Holzapfel y Kent P. Jackson (Provo, UT: Religious Studies Center, Brigham Young University; y Salt Lake City: Deseret Book, 2011), página 46.

[2] Ver de Stephen E. Robinson, Creámosle a Cristo (Salt Lake City: Deseret Book, 1992), pp. 65-69.

[3] Robert L. Millet, “What We Worship,” en My Redeemer Lives, página 85.

[4] True to the Faith: A Gospel Reference (Salt Lake City: La Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días, 2004), página 78.

[5] Robert L. Millet, By Grace We Are Saved (Salt Lake City: Bookcraft, 1989), páginas 19 y 86.

[6] Millet, “What We Worship,” página 84.

[7] M. Russell Ballard, “Building Bridges of Understanding,” Ensign junio de 1998, página 65.

[8] Truman G. Madsen, The Temple: Where Heaven Meets Earth (Salt Lake City: Deseret Book, 2008), página 69.

[9] Cecil O. Samuelson, “Be Ye Therefore Perfect” (discurso dado el 6 de septiembre de 2011, en la Universidad Brigham Young , en Provo, Utah).

[10] Millet, “What We Worship,” páginas 86-87.

[11] Ver The Belonging Heart por Bruce C. Hafen y Marie K Hafen, (Salt Lake City: Deseret Book, 1994) página 77.

[12] Dallin H. Oaks, The Lord’s Way (Salt Lake City: Deseret Book, 1991) página 223; el énfasis está en el original.