El Antiguo Testamento y la Pascua de Resurrección

Kent P. Jackson

Kent P. Jackson es profesor de escrituras antiguas en la Universidad Brigham Young.

Éste no es un documento académico; se parece mas a una homilía. Normalmente no usamos la palabra homilía en los círculos Santos de los Últimos Días, pero en la realidad con frecuencia preparamos homilías. Una homilía es un sermón basado en las escrituras, o que sigue a la lectura de un pasaje de las escrituras. Éste sermón cumple con esa definición. Algunas homilías se asocian con acontecimientos especiales en el calendario cristiano, como lo es ésta. Y muchas, como ésta, han sido el medio de expresar gratitud y gozo por la bondad de Dios, al continuar con los temas del templo, de alabanza, y adoración. Mi homilía se titula “El Antiguo Testamento y la Pascua de Resurrección. Se basa en la verdad de que Jesús es Jehová, el Dios del Antiguo Testamento, y de que “todas las cosas que han sido dadas por Dios al hombre, desde el principio del mundo, son símbolo de él” (2 Nefi 11:4). Me enfocaré en tres acontecimientos de la Semana Santa: El Domingo de Ramos; el sufrimiento de Jesús en Getsemaní; y la Resurrección de Jesús. De maneras importantes, los tres son acontecimientos del Antiguo Testamento, aunque se encuentran registrados en el Nuevo Testamento. Si usted no conoce la conexión entre la Pascua de Resurrección y el Antiguo Testamento, esta homilía es para usted.

La Entrada Triunfal

El primer acontecimiento del Antiguo Testamento que se halla en el Nuevo Testamento es la Entrada Triunfal, quizás el mayor ejemplo de alabanza y adoración en el Nuevo Testamento.

Cada primavera en el domingo anterior al de Resurrección, los cristianos en todo el mundo conmemoran la Entrada Triunfal de Jesús a Jerusalén que se relata en los Evangelios de Mateo, Marcos, Lucas y Juan. A ese día se le llama Domingo de Ramos y es el principio de la Semana Santa que culmina con la celebración de la Resurrección de Jesús. En Jerusalén esta conmemoración tiene un significado especial porque una procesión sigue una ruta muy cercana a la que siguió Jesús en el evento original. En el Domingo de Ramos del calendario latino (de Europa Occidental), peregrinos de todo el mundo se unen a los católicos árabes locales en un servicio en una pequeña iglesia en Betfagé lo cual marca el inicio de la entrada de Jesús a Jerusalén. Los cruzados del siglo XII identificaron lo que creyeron era la roca desde la cual Jesús montó el borrico; actualmente, aún se exhibe en la iglesia.

Para empezar la conmemoración anual, los obispos, los sacerdotes, y los creyentes se reúnen en el patio trasero de la iglesia para recordar gozosos la obra salvadora de Jesús. El Patriarca Latino de Jerusalén, la autoridad mayor de la iglesia católica en la Tierra Santa, bendice el acontecimiento anual. Tropas de scouts palestinos católicos llevando estandartes marcan el camino de la procesión. Detrás de ellos van miles de creyentes ondeando ramas de palmeras, recreando con gozo la entrada de Jesús a la Ciudad Santa. Caminan de este a oeste—suben el monte de los Olivos, bajan al Valle de Cedrón, más allá del lugar tradicional donde se encontraba el Jardín de Getsemaní, suben el otro lado de Cedrón, entran por la puerta de San Esteban, a la Ciudad Vieja de Jerusalén, y a la iglesia de Santa Ana, de novecientos años de antigüedad, en donde con una ceremonia gozosa se acaba la celebración del Domingo de Ramos.

El relato bíblico que así se conmemora nos da razón para regocijarnos. Es uno de los raros acontecimientos en el ministerio de Jesús que se menciona en los cuatro Evangelios, lo que demuestra su importancia.

En Lucas, leemos que mientras Jesús subía el Monte de los Olivos desde Jericó en su último viaje a Jerusalén, al acercarse a Betania y a Betfagé, envió a dos discípulos para que consiguieran un pollino en el cual pudiera montar. “Y lo trajeron a Jesús; y habiendo echado sus mantos sobre el pollino, subieron a Jesús encima de aquel. Y yendo, él, tendían su mantos por el camino. Y cuando llegaban ya cerca de la bajada del monte de los Olivos, toda la multitud de los discípulos, regocijándose, comenzó a alabar a Dios a gran voz por todas las maravillas que habían visto, diciendo: ¡Bendito el Rey que viene en nombre del Señor; paz en el cielo y gloria en las alturas”! (Lucas 19: 35–38).

Lucas no incluye la información que nos da Marcos de que “muchos tendían sus mantos por el camino, y otros cortaban ramas de los árboles y las tendían por el camino” (Marcos 11:8). Hicieron eso para hacer un camino alfombrado para Jesús, lo que significa un gran honor y reverencia. Mateo nos dice que la gente gritaba: “¡Hosanna al Hijo de David! ¡Bendito el que viene en el nombre del Señor! ¡Hosanna en las alturas!” (Mateo 21: 9). Juan agrega: “¡Bendito el que viene en el nombre del Señor, el Rey de Israel!” (Juan 12:13).

“Hosanna,” “Rey,” “Hijo de David,” “Rey de Israel, que viene en el nombre del Señor”—este lenguaje fue escogido cuidadosamente y es muy significativo—. Es verdad que la gente de la multitud sabía que no estaban recibiendo en Jerusalén a un Rabí galileo cualquiera. Pero hay mucho más que eso en las palabras que escogieron. Los textos de los cuatro Evangelios muestran que la gente de la multitud, y los mismos escritores de los Evangelios, sabían que estaban experimentando un acontecimiento bíblico; un acontecimiento del Antiguo Testamento.

¿Cómo es que sabemos esto? Todas las palabras y frases expresadas por la multitud en respuesta a la presencia de Jesús provienen del Antiguo Testamento. Rey, Hijo de David, y Rey de Israel son alusiones obvias a la monarquía en el Antiguo Testamento, que se estableció con David y que debería continuar por medio de sus descendientes (véase 2 Crónicas 13:5; 21:7; Salmos 89:3–4). Títulos como estos no los usaban a la ligera los judíos del tiempo de Jesús sino que estaban reservados para identificar las esperanzas mesiánicas. Los judíos no deseaban un nuevo reino sino la restauración del reino del Antiguo Testamento, y la gente lo reconoció en la persona de Jesús de Nazaret. Su venida “en el nombre del Señor” ilustra el nivel de alabanza y de adoración de la multitud. Los salmos unen la alabanza y la adoración al nombre de Dios: “Oh Jehová, Señor nuestro, ¡cuán grande es tu nombre en toda la tierra!” (Salmos 8:9). “Todas las naciones que hiciste vendrán y adorarán delante de ti, oh Señor, y glorificarán tu nombre” (Salmos 86:9). “Te alabaré, oh Jehová, Dios mío, con todo mi corazón, y glorificaré tu nombre para siempre” (Salmos 86:12).

Para fortalecer la conexión con el Antiguo Testamento, Mateo y Juan vieron en los eventos del Domingo de Ramos el cumplimiento de una profecía antigua. Mateo reporta: “y todo esto aconteció para que se cumpliese lo que fue dicho por el profeta” (Mateo 21:4). Entonces cita Zacarías 9:9 (véase Mateo 21:5), y Juan también lo cita (véase Juan 12:15), y que aparece así en la versión Reina-Valera 2009 de la Biblia: “Alégrate mucho, oh hija de Sión; da voces de júbilo, oh hija de Jerusalén; he aquí, tu rey viene a ti, justo y trayendo salvación, humilde y montado sobre un asno, sobre un pollino hijo de asna.”

El escenario en la profecía de Zacarías, es claramente milenario. Con imágenes parecidas a otras profecías del Antiguo Testamento, señala al día en el cual el Señor establecerá la paz por toda la tierra. Zacarías nos dice que Dios destruirá el armamento militar de los hombres —caracterizados por carruaje, caballo, y arco de guerra—. Él reinará sobre todo el mundo, y en ese día los que estén en prisión serán liberados por la sangre del convenio (véase Zacarías 9:11). El cumplimiento de la profecía estará por lo tanto en un contexto asociado con la Segunda Venida de Jesús, no con su Primera Venida.

Así, ¿cómo es que la Entrada Triunfal es el cumplimiento de una profecía milenaria? Cuando el Salvador entró en Jerusalén, cabalgó sobre el monte de los Olivos y hacia la ciudad como un reflejo cuidadoso de los eventos predichos en la profecía. Es obvio, según los registros, que todas las cosas sucedieron con la intención de que se identificaran sus acciones con los eventos predichos del futuro distante. El propósito de la Entrada Triunfal fue el de proclamar quién era Jesús, para identificar al hombre Jesús de Nazaret con el santo Mesías que vendrá al fin de los tiempos. Por tanto, su vida y ministerio terrenales fueron profecías y símbolos de su reino milenario. Montó un asno, en vez de un caballo (como se podría esperar) porque en los tiempos de la Biblia, un caballo era primordialmente parte del equipo militar, y el venía como el Príncipe de Paz. Mateo sabía la conexión con la profecía al escribir su relato, y Juan nos dice que solamente hasta después de la ascensión de Jesús—después de que los Apóstoles recibieron el Espíritu Santo—fue que entendieron completamente lo que había sucedido (véase Juan 12: 16).

En el evento del Domingo de Ramos, la conexión entre el Antiguo Testamento y la Pascua de Resurrección empieza a aclararse. Jehová, el Dios del antiguo Israel, triunfará sobre los enemigos de Israel y reinará sobre todo el mundo como el Rey de Reyes. El triunfo mesiánico de Jesús sobre la muerte y el pecado, lo presentarán no sólo como el Mesías prometido a Israel sino también como el Rey de Israel.

El Getsemaní

Nuestro siguiente acontecimiento del Antiguo Testamento registrado en el Nuevo Testamento es la experiencia de Jesús en el Jardín de Getsemaní.

Cada año, en la noche del Jueves Santo en el calendario latino, tres días antes del Domingo de la Pascua de Resurrección, se efectúa un servicio conmovedor en la Basílica de la Agonía de la iglesia Católica Romana. Algunas veces llamada la Iglesia de Todas las Naciones, esta iglesia del siglo veinte se levanta en el lugar en que hubo iglesias antiguas construidas por los bizantinos y posteriormente por los cruzados. Cerca a la base del Monte de los Olivos y opuesto a la Ciudad Santa, el lugar ha sido venerado desde las primeras épocas cristianas hasta la actualidad porque se considera que es lugar donde estaba el Getsemaní en los días de Jesús.

El servicio anual se realiza en la noche, después de que obscurece, a fin de reproducir el ambiente de la noche que Jesús pasó allí con sus discípulos antes de su arresto y crucifixión.

Aún de día, la iglesia representa la noche, con sus ventanas con vidrios obscuros y su cielo en azul obscuro salpicado de estrellas. Abajo y frente al altar, hay una plancha grande de roca que se cree es en donde Jesús “se postró sobre su rostro, orando y diciendo: Padre mío, si es posible pase de mi esta copa; pero no sea como yo quiero, sino como tú” (Mateo 26:39). Esas palabras muestran mucho del sentimiento del servicio de Jueves Santo que conmemora la última noche de Jesús en la tierra.

El servicio incluye cantos por un coro, cantos por la congregación y partes habladas—la lectura de las escrituras y oraciones—en latín, árabe, español, alemán, francés, italiano, hebreo y polaco. Entre las lecturas están los relatos de los Evangelios Sinópticos que cuentan la experiencia de Jesús en Getsemaní. Después de la reunión, se realiza una procesión con velas que lleva a los adoradores a través del Valle de Cedrón y subiendo hacia el oeste, terminando en la Iglesia de San Pedro en Gallicanto, que representa la casa de Caifás al que fue llevado Jesús después de su arresto en Getsemaní.

Mateo, Marcos y Lucas nos relatan la experiencia de Jesús en el jardín. Marcos relata los acontecimientos de la manera más sencilla:

Y llegaron al lugar que se llama Getsemaní, y dijo a sus discípulos: Sentaos aquí, entretanto que yo oro.

Y llevó consigo a Pedro, y a Jacobo y a Juan, y comenzó a afligirse y a angustiarse.

Y les dijo: Mi alma está muy triste, hasta la muerte; quedaos aquí y velad.

Y yéndose un poco adelante, se postró en tierra y oró que, si fuese posible, pasase de él aquella hora.

Y decía: Abba, Padre, todas las cosas son posibles para ti; aparta de mí esta copa, pero no lo que yo quiero, sino lo que quieres tú. (Marcos 14: 32–36)

Jesús estuvo solo durante esa experiencia terrible porque sus discípulos se durmieron. Solamente Lucas agrega que “se le apareció un ángel del cielo para fortalecerle” (Lucas 22: 43). La descripción de Mateo de que Jesús “se postró sobre su rostro” (Mateo 26:39) parece indicar la intensidad del sufrimiento de Cristo, pero únicamente Lucas nos dice que “estando en agonía, oraba más intensamente; y era su sudor como grandes gotas de sangre que caían a tierra” (Lucas 22:44). De igual forma ninguno de los relatos se acerca a la descripción de lo que realmente sucedió aquella noche, y el silencio de Juan acerca de toda esa experiencia continúa intrigando a los lectores.

¿Fue este un acontecimiento del Antiguo Testamento? Así lo creyeron los escritores de los Evangelios. Cada uno de los relatos incluye referencias a los eventos de esa noche que cumplían profecías del Antiguo Testamento. Mateo y Marcos mencionan que Jesús citó un pasaje que dijo que los discípulos lo abandonarían y huirían (véase Zacarías 13:7; Mateo 26:31; Marcos 14:27). En Lucas, Jesús declara: “Porque os digo que es necesario que se cumpla todavía en mí aquello que está escrito” (Lucas 22:37), y luego cita Isaías 53:12. Mateo fue más explícito al decir que los eventos de aquella noche fueron en cumplimiento de la profecía. Si las cosas no sucedían como estaba planeado “¿Cómo, pues, se cumplirían las Escrituras. . . ?” (Mateo 26:54). Al final, “todo esto ha sucedido para que se cumplan las Escrituras de los profetas” (Mateo 26: 56).

La Luz de Vida

Nuestro acontecimiento final del Antiguo Testamento escrito en el Nuevo Testamento es la Resurrección de Jesucristo, caracterizada por la luz de la nueva vida que trae, Jesús dijo: “soy la luz verdadera que ilumina a todo hombre que viene al mundo.” Él es “la luz y el Redentor del mundo; el Espíritu de verdad que vino al mundo. . . y en él estaban la vida y la luz de los hombres” (D. y C. 93:2, 9).

Los cristianos de muchas creencias usan la luz en sus servicios de adoración. A menudo es en forma de velas, cuyas llamas pueden representar la luz de Cristo. Siguiendo la práctica de encender lámparas de aceite en templo del Israel antiguo, muchos cristianos encienden velas con llamas ascendentes que representan las oraciones que se elevan de los adoradores hacia el cielo. La obscuridad representa la ausencia de la presencia divina, así como la luz representa la cercanía de Dios.

Quizás el uso más asombroso de las llamas en la adoración cristiana se encuentra en la celebración del Milagro del Fuego Santo que se efectúa cada año en Jerusalén. El Sábado Santo en el calendario cristiano ortodoxo, el día anterior a la Pascua de Resurrección ortodoxa, los fieles se reúnen en Jerusalén para participar en esta celebración extraordinaria de la Resurrección y que se ha efectuado por más de mil años. Ese ritual no se encuentra en las iglesias occidentales; o sea, las iglesias católica y protestantes. La celebración del Fuego Santo se hace solamente en Jerusalén, aunque la disfruta toda la cristiandad oriental y hasta se transmite en vivo en algunos países ortodoxos.

Miles de fieles se congregan en la Ciudad Santa ese día. Muchos son cristianos palestinos locales, pero desde Rusia, Grecia y otros tierras ortodoxas llegan peregrinos para participar en ese acontecimiento. Entran a la Iglesia de la Resurrección en Jerusalén (los católicos y los protestantes le llaman la Iglesia del Santo Sepulcro) con un paquete de velas en la mano. Esos paquetes tienen treinta y tres velas delgadas, una por cada año de la vida del Salvador. Miles de fieles llenan esa iglesia inmensa, y muchos otros se alinean en las calles adyacentes en todas direcciones de la Ciudad Antigua. Todos vienen con su velas apagadas y se acercan al edificio con un espíritu de alabanza y adoración. Esta es una de las celebraciones más gloriosas en su calendario religioso.

El Patriarca Ortodoxo griego en Jerusalén, la autoridad más alta de la Cristiandad Ortodoxa, preside dicha ceremonia y es auxiliado por los obispos de las iglesias de Armenia y Siria y por otras personas. En la iglesia. el sitio tradicional de la crucifixión, el sepulcro y la resurrección de Jesús, esa celebración anual renueva el poder del mensaje de la vida de Jesús. En el interior de la iglesia hay una estructura identificada como la tumba de Jesús. Tiene dos cuartos, el exterior representa el lugar en el que los ángeles anunciaron la Resurrección, y el interior representa el lugar donde fue sepultado Jesús. El Patriarca entra solo a la tumba, con su propio paquete de velas apagadas, mientras que otros esperan ansiosos su regreso. Pronto se ve fuego dentro de la estructura, y el Patriarca sal , sosteniendo su paquete de velas encendidas. La tradición es que el inicio del Fuego Santo en sus velas es un milagro ya que no se usan cerillos ni algún encendedor.

Las campanas de la iglesia empiezan a repicar cuando se ven encendidas las velas del Patriarca. Extiende sus velas hacia los que están cerca de él para encender sus velas. Ellos a su vez encienden las de otros y así las llamas se extienden a las velas de todos los asistentes dentro de la iglesia. De allí la llama se distribuye afuera del edificio a todos los miles a lo largo de las calles y en unos cuantos minutos, desde el repique de las campanas, los fieles a cientos de metros de distancia de iglesia, también reciben las llamas de los que están delante de ellos. Muchos se llevan las velas encendidas a sus casas para mantener encendida la flama. Ese fuego hasta es transportado a otros países ya que la celebración continúa allí, y así la luz que viene del lugar del triunfo de Jesús sobre la obscuridad se extiende por todo el mundo.

En la alabanza y adoración del Antiguo Testamento, Dios está asociado fuertemente con la luz. Él es su fuente y su poder sustentador (véase Génesis 1:3; Salmos 74:16). Cuando se construyó el tabernáculo, se puso mucho énfasis en la forma de iluminación de su interior (véase Exodo 25:31–37; 40: 24–25; Números 8: 1–4). Leemos en los salmos: “Jehová es mi luz y mi salvación (Salmos 27:1). Los fieles oran: “Alza sobre nosotros, oh Jehová, la luz de tu rostro” (Salmos 4:6); “Tú, pues, encenderás mi lámpara; Jehová, mi Dios, alumbrará mis tinieblas” (Salmos 18: 28); “Porque contigo está el manantial de la vida; en tu luz veremos la luz” (Salmos 36:9). Leemos también que aquellos que sean bendecidos serán quienes “andarán, oh Jehová, a la luz de tu rostro” (Salmos 89:15).

La asociación de Dios con la luz también es parte de la profecías del futuro. Isaías escribe que “la luz de Israel será por fuego, y su Santo por llama” (Isaías 10: 17); “Entonces nacerá tu luz como el alba” (Isaías 58: 8); “¡Levántate, resplandece!, porque ha venido tu luz, y la gloria de Jehová ha nacido sobre ti. Porque he aquí que tinieblas cubrirán la tierra y obscuridad los pueblos; mas sobre ti amanecerá Jehová, y sobre ti será vista su gloria. Y andarán las naciones a tu luz, y los reyes al resplandor de tu amanecer” (Isaías 60: 1–3).

En las propias palabras de Jesús y en las de los Evangelistas, el Nuevo Testamento conecta directamente a nuestro Salvador con las imágenes que el Antiguo Testamento hace de Dios como la luz de Israel. Jesús fue la luz que “resplandece en las tinieblas, y las tinieblas no la comprendieron.” Él es “la luz verdadera que alumbra a todo hombre que viene a este mundo” (Juan 1: 5, 9). El Salvador mismo enseñó: “Yo soy la luz del mundo; el que me sigue no andará en tinieblas, sino que tendrá la luz de la vida” (Juan 8:12); “Entre tanto que estoy en el mundo, luz soy del mundo” (Juan 9:5) y “Yo, la luz, he venido al mundo, para que todo aquel que cree en mi no permanezca en tinieblas” (Juan 12:46).

Al hacer declaraciones como estas, Jesús estaba aseverando su identidad como Jehová, el Dios del Antiguo Testamento.

El Mensaje de la Pascua de Resurrección del Antiguo Testamento

En sus libros y en sus epístolas, los escritores del Nuevo Testamento algunas veces hicieron conexiones y comparaciones con el Antiguo Testamento que a los lectores modernos les parece que descartan la intención de los autores originales. Algunos de los pasajes del Antiguo Testamento que se citan en el Nuevo Testamento no parecen tener el mismo significado que los escritores del Nuevo Testamento les dieron. No se si Mateo, para mencionar a un autor, creyó que todos los pasajes del Antiguo Testamento que aplicó a la vida de Jesús se referían en verdad a Jesús cuando los autores del Antiguo Testamento los escribieron. Pero el que los haya usado y su aplicación a Jesús, muestran que entendió muy bien un principio fundamental de la Biblia: La vida de Jesús, su sufrimiento, su muerte y su Resurrección son el verdadero mensaje del Antiguo Testamento. No podría ser de otra forma, ya que la vida de Jesús, su sufrimiento, su muerte y su Resurrección son el centro de toda verdad.

Los creyentes en la época del Nuevo Testamento tenían el mismo Antiguo Testamento que tenemos hoy en día. Por medio de las imágenes, tipos y símbolos nos enseña la verdad fundamental, pero pocos pasajes se centran abiertamente en Jesucristo. Uno que en verdad califica es la Profecía del Siervo de Jehová (Isaías 53), la cual es muy difícil de explicar como algo que no sea una profecía sobre Jesús. Cuando Felipe el discípulo encontró a un etíope leyendo ese texto, Felipe le pregunto: “¿Entiendes lo que lees? Y él dijo: ¿Y cómo podré si alguno no me enseña?. . . . Y el pasaje de las escrituras que leía era éste: Como oveja a la muerte fue llevado; y como cordero mudo delante del que lo trasquila, así no abrió su boca.” El eunuco preguntó: “De quien dice el profeta esto? ¿De sí mismo o de algún otro? Entonces Felipe, abriendo su boca y comenzando desde esta Escritura, le anunció el evangelio de Jesús” (Hechos 8: 30–32, 34–35). Abinadí leyó el mismo texto de Isaías a unos escuchas hostiles que no podían ver a Jesús en el Antiguo Testamento. Después de leerlo les dijo: “Dios mismo descenderá entre los hijos de los hombres, y redimirá a su pueblo” (Mosíah 15: 1).

Después de su Resurrección, Jesús encontró a dos discípulos en el camino a Emaús. Estaban hablando entre ellos de los acontecimientos sobre la muerte de Jesús y los rumores de su Resurrección. Jesús les dijo: “¡Oh insensatos y tardos de corazón para creer todo lo que los profetas han dicho! ¿No era necesario que el Cristo padeciera estas cosas y que entrara en su gloria? Y comenzando desde Moisés y siguiendo por todos los profetas, les declaraba en todas las Escrituras lo que de él decían. . . . Y se decían el uno al otro: ¿No ardía nuestro corazón en nosotros mientras nos hablaba en el camino y cuando nos abría las Escrituras?” (Lucas 24: 25–27, 32). Está claro, que Jesús pudo abrir el Antiguo Testamento para ver en el, y enseñar de allí las verdades que no fueron visibles para los antiguos lectores y siguen ocultas para los lectores modernos que no son auxiliados por su revelación.

De hecho, el mensaje de Cristo no está ausente del Antiguo Testamento. En este gran libro de escritura, la fe y el arrepentimiento son fundamentales hacia la persona y el carácter del Dios de Israel. Su capacidad para salvar es uno de los sellos de su personalidad, y la fe en su habilidad para librar a su pueblo de todos sus enemigos enseña la fe en su capacidad para salvarlos de los enemigos mayores—el pecado y la muerte—. La longanimidad de Jehová y su deseo de recibir a los pecadores arrepentidos son característicos de Su naturaleza. Fue posible el arrepentimiento porque su brazo de misericordia siempre estuvo extendido hacia aquellos que abandonaran sus pecados y vinieran a él. Los creyentes israelitas sinceros que no sabían nada de Jesucristo entendían la fe y el arrepentimiento y los veían como el fundamento de su relación con un Dios misericordioso—aunque no entendieran—todos los detalles de su salvación.

La adoración en el templo de Israel enseñó el evangelio cristiano, porque la expiación vicaria y el subsecuente perdón son el centro mismo de los sacrificios del templo. Los antiguos israelitas fieles sabían que no podían salvarse del pecado por sí mismos pero que necesitaban confiar en la intervención de Dios para liberarlos espiritualmente. Jesús, sus profetas del Libro de Mormón, y los escritores del Nuevo Testamento revelaron que Cristo mismo era el cordero de Dios que sería sacrificado, pero los principios fundamentales ya se habían dado a conocer en la ley de Moisés. Y el Mesías de Israel era Jehová mismo, algo que no siempre esta claro en el Antiguo Testamento pero que fue entendido por los seguidores de Jesús en el Nuevo Testamento y en el Libro de Mormón. Las personas honorables que esperaban a un Mesías salvador estaban esperando la venida de Jesús, y muchos lo reconocieron cuando vino.

Al enseñar el amor y la misericordia de Jehová y al dar testimonio de él, todos los profetas del Antiguo Testamento estaban testificando de Cristo, como dice que lo hicieron el Libro de Mormón (veáse Jacob 4: 4–5; 7:11). Quienes podían ver con el ojo de la fe vieron a Jehová como el centro de todos sus deseos y devociones justas. Quienes fueron enseñados, como el eunuco de Etiopía, o cuyos ojos fueron abiertos, como los discípulos en el camino a Emaús, les fue posible percibir justamente que Jesús de Nazaret era el Mesías y la ofrenda sin mancha de Dios ofrecida a favor de ellos. Uno de tales discípulos, Juan el Bautista, pudo testificar cuando vio a Jesús: “¡He aquí el Cordero de Dios, que quita el pecado del mundo!” (Juan 1:29).

Los escritores cristianos, desde Pablo hasta el presente, han visto en el mensaje de la Pascua de Resurrección el propósito y el cumplimiento de la Ley y los Profetas. La Pascua de Resurrección, es de hecho la culminación del Antiguo Testamento, la razón de su convenio, el mensaje de la ley de Moisés, el objetivo de su templo, y el cumplimiento de todas las esperanzas y aspiraciones de sus seguidores. El templo. la alabanza y la adoración de Israel, tenían su objetivo final en la misión de Pascua de Resurrección del Mesías Salvador del Antiguo Testamento: Jesucristo.