El papel de Cristo como el Padre en la Expiación

Paul Y. Hoskisson

Paul Y. Hoskisson, "El papel de Cristo como el Padre en la Expiación," en Buscad Diligentemente​, ed. Richard Neitzel Holzapfel y Kent P. Jackson, trad. Nefi Treviño y Fernando Dealba (Provo, UT: Religious Studies Center, 2010), 137–44.

Paul Y. Hoskisson es profesor de escritura antigua en BYU.

Mientras un antiguo estudiante y yo comentábamos Mosíah 15:1–8, una de las secciones más complejas del discurso de Abinadí ante el rey Noé y sus sacerdotes, se me ocurrió que Abinadí no estaba dando un discurso sobre la Trinidad, sino más bien acerca de la Expiación. Como parte de su defensa ante la corte de Noé y a la vez como parte de su responsabilidad de dar su mensaje profético al pueblo de Noé, Abinadí explicaba la función que Cristo tendría y la razón por la que Él podría efectuar la expiación. En el transcurso de su discurso, Abinadí también explicó por qué Cristo sería llamado el “Padre” [1] y el “Hijo” y la relación que existe entre Su paternidad, el hecho de ser el Hijo y la Expiación.

La explicación de la Expiación que dio Abinadí surgió de la pregunta que hizo uno de sus interrogadores casi al principio del juicio: “¿Qué significan las palabras que están escritas” por Isaías cuando dijo, entre otras cosas, “¡Cuán hermosos sobre las montañas son los pies de aquel que trae buenas nuevas!”? (12:20–21) [2]. Para contestar la pregunta, Abinadí le recordó a Noé y a sus sacerdotes que todos los profetas habían declarado que: “Dios mismo bajaría entre los hijos de los hombres, y tomaría sobre sí la forma de hombre, e iría con gran poder sobre la faz de la tierra” (13:34). Entonces, después de citar Isaías 53, que explica, mediante lo que llamo el tema de los “Sufrimientos del Siervo de Jehová”, lo que le sobrevendría a Dios durante su viaje en la tierra, Abinadí dio su testimonio personal de que “Dios mismo descenderá entre los hijos de los hombres, y redimirá a su pueblo” (15:1).

Lo que sigue a continuación, en los versículos 2 al 8, es una breve pero sublime exposición del por qué Cristo, el Dios que “descenderá entre los hijos de los hombres”, sería capaz de expiar “la iniquidad y las transgresiones de ellos, habiéndoles redimido y satisfecho las exigencias de la justicia” (15:9). Debido a que Abinadí usa expresiones que fácilmente se podrían malinterpretar, sería de utilidad llenar la tabla siguiente, con base en 15:2–8.

Títulos duales de Cristo:  
Los padres de Cristo:  
Naturaleza dual de Cristo:  
Aptitud dual de Cristo:  

Este Dios, el Jehová del Antiguo Testamento, sería llamado el Padre y el Hijo (15:2) Sería llamado el Hijo “porque morará en la carne” (15:2) y porque habría “sujetado [esa] carne a la voluntad del Padre” (15:2) Cuando Abinadí menciona al Padre y al Hijo en el versículo 2, se apresura a evitar cualquier malentendido acerca de que esté hablando de diferentes miembros de la Trinidad al declarar de inmediato que el personaje de quien está hablando, a saber, el Mesías, es “el Padre y el Hijo” (15:2). De ahí que, el primer renglón de la tabla se puede llenar como sigue:

Títulos duales de Cristo:

Padre

Hijo

Los padres de Cristo:  
Naturaleza dual de Cristo:  
Aptitud dual de Cristo:  

Abinadí explicó que el Salvador se llama “el Padre porque que fue concebido por el poder de Dios” (15:3), esto es, que el título “Padre” le fue dado a Cristo porque Él fue engendrado por Dios el Padre [3]. A Cristo se le llama “el Hijo, por causa de la carne” (15:3), o sea, que el título “Hijo” se le dio a causa de que fue concebido por María. De ahí que el Mesías, o el Salvador, “llega a ser el Padre e Hijo” (15:3). Lucas lo expresó así en su Evangelio, solo que de una manera un poco diferente: “Respondiendo el ángel, le dijo [a María]: El Espíritu Santo vendrá sobre ti, y el poder del Altísimo te cubrirá con su sombra; por lo cual también el Santo Ser que nacerá, será llamado Hijo de Dios” (Lucas 1:35) [4].

Abinadí quería que no hubiera confusión en cuanto a que estaba hablando casi exclusivamente de un miembro de la Trinidad cuando usaba los títulos “Padre” e “Hijo”. Y para asegurarse de que no hubiera confusión, nuevamente declaró que la única persona de la que estaba hablando y que lleva los títulos de “Padre” e “Hijo” era “un Dios, sí, el verdadero Padre Eterno del cielo y de la tierra” (15:4) Por tanto, la tabla se puede expandir de la siguiente forma:

Títulos duales de Cristo:

Padre

Hijo

Los padres de Cristo:

Engendrado por Dios

Concebido por María

Naturaleza dual de Cristo:  
Aptitud dual de Cristo:  

El Mesías fue llamado el Hijo de Dios porque “mor[ó] en la carne” (15:2). Este aspecto de la naturaleza de Cristo le permitió experimentar la mortalidad en la misma forma en que nosotros lo somos; pero aunque “sufre tentaciones… no cede a ellas” (15:5). Él aún “descendió debajo de todo” (DyC 88:6) [5]. A fin de que Cristo efectuara la Expiación, tuvo que “sujetar la carne a la voluntad del Padre”, o sea, tuvo que vencer la naturaleza mortal que heredó de María sometiendo esa naturaleza mortal a la voluntad de Su naturaleza divina que heredó de Dios el Padre. Usando una copla concisa, Abinadí comparó la “carne” con el “Hijo” y el “espíritu [6]” con el “Padre”, a saber, “el Padre porque fue concebido por el poder de Dios; y el Hijo, por causa de la carne” (15:3). Esto permite llenar la tabla como sigue:

Título dual de Cristo:

Padre

Hijo

Los padres de Cristo:

Engendrado por Dios

Concebido por María

Naturaleza dual de Cristo:

Espíritu

Carne

Aptitud dual de Cristo:  

Aunque Abinadí no llega de forma explícita a la siguiente conclusión concerniente a la aptitud dual de Cristo, aún así, de su breve tratado, se puede extrapolar la conclusión. Debido a que Cristo fue engendrado por Dios y concebido por María, también heredó todas las aptitudes que necesitaría para efectuar la Expiación. De Su madre, María, heredó todas las aptitudes de la mortalidad, incluyendo la posibilidad de morir. De Su Padre, Elohim, heredó muchos rasgos de divinidad, incluyendo la posibilidad de no morir. La primera aptitud es una que Él comparte con toda la humanidad (véase especialmente Alma 7:10–13); la segunda aptitud es exclusiva en Él [7]. Por tanto, Su habilidad de morir y Su habilidad para no estar sujeto a la muerte lo convierten en único entre todos los nacidos en la tierra. En verdad Él es la única persona nacida en esta vida que pudo escoger si es que moriría o no [8]. Y como Cristo mismo lo dijo, “Nadie me la quita [la vida], sino que yo de mí mismo la pongo. Tengo poder para ponerla, y tengo poder para volverla a tomar” (Juan 10:18) [9]. Por lo tanto, la tabla [10] se puede terminar así:

Títulos duales de Cristo:

Padre

Hijo

Los padres de Cristo:

Engendrado por Dios

Concebido por María

Naturaleza dual de Cristo:

Espíritu

Carne

Aptitud dual de Cristo:

No tenía que morir

Podía morir

Este Dios, que se llama el Padre y el Hijo, “descenderá entre los hijos de los hombres” (15:1) y morará en la tierra. Sufrirá “tentaciones, pero no cede[rá] a ellas” (15:5). Se someterá, según lo profetizó el pasaje de los “Sufrimientos del Siervo de Jehová”, a “que su pueblo se burle de él, y lo azote, y lo eche fuera, y lo repudie. Y tras de todo esto, después de obrar muchos grandes milagros entre los hijos de los hombres, será conducido, sí según lo dijo Isaías: Como la oveja permanece muda ante el trasquilador, así él no abrió su boca. Sí, aun de este modo será llevado, crucificado y muerto” (15:5–7).

En este acto final de auto-sacrificio, pues podría haberse escapado de ello en cualquier momento, al permitirse ser “llevado, crucificado y muerto”, Él hizo la sumisión suprema. Él sujetó la “carne” (que heredó de María) “aun hasta la muerte”. Al hacerlo así, “la voluntad del Hijo” (el deseo humano de vivir) fue “absorbida en la voluntad del Padre” (en la voluntad del espíritu divino del Salvador, que heredó de Su Padre) (15:7). Así Él cumplió los requisitos temporales de la Expiación, o sea, como el acto final de la Expiación terrenal, Cristo, quien no tenía que morir, libre y voluntariamente ofreció Su vida en la cruz [11] para que nosotros también, después de nuestra inevitable muerte temporal, seamos levantados a vida eterna con Él. Amulek lo expresó de forma concisa: “la muerte de Cristo desatará las ligaduras de esta muerte temporal, de modo que todos se levantarán de esta muerte” (Alma 11:42).

En resumen, la sin igual y hermosa explicación de Abinadí sobre la Expiación se puede delinear como sigue:

  1. Dios mismo bajaría y viviría en la tierra. Él sería tentado pero no cedería a la tentación, y en ese proceso sería burlado, oprimido, azotado, y eventualmente, crucificado.
  2. Cristo heredó de Su madre, María, la misma naturaleza mortal que poseen todos los hijos de Adán, incluyendo la capacidad de morir.
  3. Cristo heredó de Su Padre, Elohim, una naturaleza divina que ningún otro hijo de Adán tiene, incluyendo la capacidad de no morir.
  4. Cristo, en la cruz, libremente decidió someter Su naturaleza mortal a Su naturaleza inmortal, esto es, de Su propia y libre voluntad se sujetó a la muerte y efectuó la Expiación. Así como Adán hizo posible que la muerte viniera a todos los hijos del Padre Celestial al someterse libremente a las condiciones que trajeron la vida mortal, así Cristo, al someterse libremente a la muerte física, trajo las condiciones que hicieron posible la vida eterna para todos los hijos de Dios.

Con seguridad, muchos de los profetas conocían la doctrina que enseñó Abinadí [12]. Pero ninguna otra escritura reúne y combina estos elementos de la manera en que lo hizo Abinadí. No puede haber duda de que Abinadí conocía al Salvador, que sabía acerca del Salvador y que entendió el papel y la naturaleza únicos del Salvador muchos años antes de que Cristo condescendiera a nacer entre los hijos de Adán.

No puedo dejar el tema de Abinadí sin hacer otro comentario. Me parece que Abinadí debió saber de algunas semejanzas parciales pero imponentes entre él y el Salvador, como es el caso con casi todos los profetas de Dios. Al igual que Cristo, Abinadí experimentó mucho del rechazo y la persecución mencionados en el tema de los “Sufrimientos del Siervo de Jehová” que está en Isaías 53 (véase Mosíah 14). Por ejemplo, en ninguna parte de su discurso, menciona Abinadí que Cristo haya tenido éxito en convertir a alguien durante Su tiempo en la tierra. De hecho, varias de las declaraciones de Isaías que se citan en Mosíah 14 se podrían interpretar como que significan que Cristo tendría poco o nada de éxito en convertir a la gente durante Su ministerio mortal. Por ejemplo, “Despreciado y rechazado de los hombres… como que escondimos de él el rostro; fue menospreciado y no lo estimamos” (versículo 3); “lo hemos tenido por golpeado, herido de Dios y afligido” (versículo 4); y “todos nosotros nos hemos descarriado como ovejas, nos hemos apartado, cada cual por su propio camino” (versículo 6). Abinadí debe haber pensado que él también moriría sin haber logrado siquiera un poco de éxito. En verdad, hasta donde su conocimiento finito concierne, él fácilmente pudo haber pensado que no había tenido éxito en convertir ni a una sola persona.

Al igual que el Salvador, Abinadí fue ejecutado por personas que no eran dignas de juzgarlo. Aun así, parece ser que estaba consciente que sería ejecutado cuando regresara a predicarles por segunda vez a Noé y a su pueblo. Durante el curso de su juicio, Abinadí dijo: “no me retractaré de mis palabras que te he hablado concernientes a este pueblo, porque son verdaderas; y para que sepas que son ciertas, he permitido que yo caiga en tus manos. Sí, y padeceré aun hasta la muerte, y no me retractaré de mis palabras, y permanecerán como testimonio en contra de ti. Y si me matas, derramarás sangre inocente” (17:9–10). Parece que Abinadí, a semejanza de su Salvador, también decidió libremente exponerse a la muerte temporal, y de este modo sellar “la verdad de sus palabras” (17:20). Abinadí fue, como casi todos los profetas lo han sido, tipo y figura del camino que el Salvador andaría.

Este poderoso testimonio de Abinadí, dado, como fue, a un pueblo inicuo, contiene información acerca del Salvador que se expresa en una forma que no se encuentra en ningún otro pasaje de las escrituras. Verdaderamente, cuán hermosos sobre las montañas fueron los pies de Abinadí.

Notas

[1] Tradicionalmente, según el élder Bruce R. McConkie lo ha declarado, hay tres razones de que Cristo el Hijo también lleve el título Padre: (1) Él es el “Creador… de los cielos y de la tierra”, (2) “Él es el Padre de todos los que han nacido de nuevo” y (3) Él es el Padre a causa de la “investidura divina”. (Mormon Doctrine [La doctrina mormona], 2a. edición [Salt Lake City: Bookcraft, 1966], pág. 130). Véase también la importante y más completa declaración de la Primera Presidencia y el Consejo de los Doce Apóstoles fechada el 30 de junio de 1916, registrada en Messages of the First Presidency [Los mensajes de la Primera Presidencia] editor James R. Clark (Salt Lake City: Bookcraft, 1971), 5:25–34. Algunas veces he oído una cuarta razón (similar a la segunda razón del élder McConkie), de que Cristo es el Padre porque Él es el Padre de la Expiación, al igual que George Washington es el padre de los Estados Unidos. La razón por la que Abinadí aplicó el título de Padre a Cristo en este pasaje es diferente a las otras cuatro, lo cual la hace una quinta razón. Este documento aclarará la quinta razón.

[2] Esta y todas las siguientes referencias de las escrituras indican el libro de Mosíah en el Libro de Mormón, a menos que se indique de otra forma.

[3] Para otras referencias a Cristo como el Unigénito Hijo de Dios, véase Jacob 4:5, 11; Juan 1:14, 18.

[4] Véase también DyC 93:4, en donde Cristo declara que Él es “el Padre, porque me dio de su plenitud, y el Hijo, porque estuve en el mundo, e hice de la carne mi tabernáculo y habité entre los hijos de los hombres”.

[5] Véase también Discursos Sobre la Fe compilados por José Smith (traducidos y publicados por Arturo de Hoyos [México, D.F], página 59). Cristo, “es llamado el Hijo por la carne; y descendió en sufrimiento más abajo de lo que el hombre puede sufrir, o, en otras palabras, sufrió más grande sufrimiento y fue expuesto a contradicciones más poderosas de lo que el hombre es capaz”. Véase también 3 Nefi 1:14 y Éter 4:12, en los cuales Cristo se refiere a sí mismo en Sus funciones como Padre e Hijo.

[6] “Espíritu” aquí no se refiere a la persona espiritual que fuimos en la vida premortal. Más bien se refiere a una característica o un aspecto de la naturaleza divina de Cristo que Él heredó al ser el Unigénito. Otra forma de explicarlo sería la de “naturaleza espiritual” contra la “naturaleza mortal”. Esta distinción es obvia en Moisés 3:5 con los términos “espiritualmente” y “físicamente”. Comparése con Mormon Doctrine [La doctrina mormona] por Bruce R. McConkie, páginas 756–761, y con Doctrina del Evangelio por Joseph F. Smith (Salt Lake City; 1978), página 426.

[7] Eso es el por qué Amulek pudo decir: “Porque es preciso que haya un gran y postrer sacrificio; sí, no un sacrificio de hombre, ni de bestia, ni de ningún género de ave; pues no será un sacrificio humano, sino debe ser un sacrificio infinito y eterno” (Alma 34:10). Si Cristo fuera solamente un mortal igual que todos los mortales, no podría efectuar un sacrificio para expiar por toda la humanidad. Fue por causa de Su naturaleza inmortal que Su sacrificio fue infinito y eterno.

[8] Véase Conference Report [Reporte de la Conferencia], Liahona de enero de 1994, pág. 39, en el cual el élder Russell M. Nelson dice: “El Salvador era el único que podía llevar esto a cabo [la Expiación], pues había heredado de Su madre la facultad de morir. De Su padre obtuvo el poder sobre la muerte” En la misma página, el élder Nelson habla de una creación paradisiaca hecha por Dios, de una creación mortal causada por la Caída y de una creación inmortal efectuada por la Expiación.

[9] Un colega mío en educación religiosa en BYU me recordó ese pasaje. Nótense también las palabras de Cristo cuando estaba en la cruz: “Padre, en tus manos encomiendo mi espíritu. Y habiendo dicho esto, expiró” (Lucas 23:46).

[10] Para un listado similar, véase Cristo y el Nuevo Convenio por Jeffrey R. Holland, (Salt Lake City: Alexander Printing, 1997), página 198.

[11] La Expiación, si ha de ser efectuada por un sacrificio válido, debe ser ofrecida voluntariamente, (así como todos los sacrificios deben ser voluntarios para que sean válidos). Si la vida del Salvador le hubiera sido quitada a la fuerza, entonces su muerte habría sido involuntaria y no hubiera sido un sacrificio. De ahí que Él dijera: “Por eso me ama el Padre, porque yo pongo mi vida, para volverla a tomar” (Juan 10:17). El Presidente John Taylor dijo: “El Padre le dio [a Cristo] el poder de tener vida en sí mismo: ‘Porque como el Padre tiene vida en sí mismo, así también ha dado al Hijo el tener vida en sí mismo’ (Juan 5:26). Además, Él tenía la capacidad, que toda la humanidad había perdido, de restaurarles la vida otra vez; por lo que Él es la resurrección y la vida, y dicha capacidad ningún otro hombre la posee”. (“The Mediation and Atonement of Christ”) [La mediación y la Expiación de Cristo] en The Gospel Kingdom, [El reino del evangelio], editado por G. Homer Durham [Salt Lake City: Bookcraft, 1964], páginas 114–115). No era suficiente que Él tuviera la capacidad de huir de la cautividad y de la muerte. No era suficiente que Él se hubiera sometido a ser entregado en manos de sus verdugos. Él también tenía que escoger, tenía que desear la muerte temporal. Por esta razón, la crucifixión, por mucho que nos repugnen los aspectos viles de esta forma de ejecución, probablemente fue el único tipo de ejecución que le permitió la elección de morir o no morir. Para el observador casual, parecería que Cristo había sido ejecutado por crucifixión. Sin embargo, para quienes entendieron como Abinadí la naturaleza del sacrificio de Cristo, Su muerte en la cruz fue resultado de Su propia voluntad y no la de sus verdugos. Se insinúa este reconocimiento en Marcos 15:39 por la expresión del centurión romano que asistió a la ejecución al decir: “verdaderamente este hombre era hijo de Dios”. Puede ser que haya otros tipos de ejecución que habrían cumplido los requisitos recién mencionados, pero no conozco ninguno.

[12] Véase la forma en que el Rey Benjamín pronuncia las palabras de un ángel de Dios acerca de la Expiación en Mosíah 3. En especial, los versículos 8 y 9 revelan un conocimiento de la doctrina que enseñó Abinadí. Véase también la visión de Nefi en 1 Nefi 11; el discurso de Alma que se encuentra en Alma 7; lo que entendía Amulek en Alma 34:9–10; y la explicación de Alma a su hijo en Alma 42, especialmente el versículo 15. Se debe notar que Abinadí no pudo tener acceso a estos discursos, con excepción de 1 Nefi 11. Pero él pudo haber obtenido esta doctrina de la misma fuente de inspiración que estuvo disponible para Alma y Amulek.