¿Cuál es nuestra doctrina?

Robert L. Millet

Robert L. Millet, "¿Cuál es nuestra doctrina?," en Buscad Diligentemente​, ed. Richard Neitzel Holzapfel y Kent P. Jackson, trad. Nefi Treviño y Fernando Dealba (Provo, UT: Religious Studies Center, 2010), 115–36.

Robert L. Millet es profesor de la historia y doctrina de la Iglesia y ex decano de Educación Religiosa en BYU.

Se nos ha mandado enseñarnos “el uno al otro la doctrina del reino”. “Enseñaos diligentemente, —implora el Señor— Y mi gracia os acompañará, para que seáis mas perfectamente instruidos en teoría, en principio, en doctrina, en la ley del evangelio, en todas las cosas que pertenecen al de reino de Dios, que os conviene comprender” (DyC 88:77–78). Pero, exactamente ¿qué debemos enseñar? ¿Qué es la doctrina?

Antes de empezar estos comentarios, permítanme afirmar que entiendo implícitamente que la autoridad para declarar, interpretar y aclarar la doctrina descansa en los apóstoles y profetas vivientes. Por lo tanto, este artículo solamente hablará acerca de la doctrina y en ninguna manera intento enseñar más allá de mi propia mayordomía.

La doctrina: su propósito, poder y pureza

La doctrina es “el grupo básico de enseñanza o entendimiento cristianos (2 Tim. 3:16). La doctrina cristiana se compone de las enseñanzas que deben entregarse mediante la instrucción o la proclamación [...] La doctrina religiosa se ocupa de las preguntas más esenciales y comprehensivas.” [1]

Además, “la doctrina del evangelio es sinónimo de las verdades de salvación. Contiene las aseveraciones, las enseñanzas y las teorías verdaderas que se encuentran en las escrituras; incluye los principios, los preceptos y las filosofías reveladas de la religión pura; los dogmas, las máximas y las opiniones de los profetas son parte de ella; también los Artículos de Fe son una parte de ella, así como cada declaración inspirada de los agentes del Señor.” [2]

La doctrina central y salvadora es que Jesús es el Cristo, el Hijo de Dios, el Salvador y Redentor de la humanidad; que Él vivió, enseñó, sanó, sufrió y murió por nuestros pecados; y que se levantó de los muertos al tercer día con un cuerpo resucitado glorioso e inmortal (véase 1 Corintios 15:1–3; DyC 76:40–42). El profeta José Smith se refirió a estas verdades centrales como “los principios fundamentales” de nuestra religión y dijo que “todas las otras [...] son únicamente dependencias de esto.” [3]

El presidente Boyd K. Packer observó: “La verdad, la gloriosa verdad, proclama que existe un Mediador [...] Mediante Él se puede extender la misericordia a cada uno de nosotros, sin temor a ofender la eterna ley de la justicia. Esta verdad es la raíz misma de la doctrina cristiana. Mucho podéis saber del evangelio al ramificarse desde allí, pero si solamente conocéis la ramas y esas ramas no tocan la raíz, si han sido cortadas del árbol de esa verdad, no habrá vida, ni substancia, ni redención en ellas.” [4]

Tal consejo nos dirige hacia lo que es de más valor, ya sea en sermones o en el salón de clases, y es lo que debe recibir nuestro mayor énfasis. Hay poder en la doctrina, poder en la palabra (véase Alma 31:5), poder para sanar el alma humana (véase Jacob 2:8), poder para transformar el comportamiento humano. “Si la verdadera doctrina se entiende, cambia la actitud y el comportamiento”, ha enseñado el Presidente Packer. “El estudio de las doctrinas del evangelio mejorará el comportamiento de las personas más fácilmente que el estudio sobre el comportamiento humano. Es por eso que enfatizamos tanto el estudio de las doctrinas del evangelio.” [5]

El elder Neal A. Maxwell también ha indicado que “las doctrinas que se creen y se practican nos cambian y nos hacen mejores, a la vez que aseguran nuestro acceso vital al Espíritu. Ambos resultados son cruciales.” [6]

Quienes somos maestros asociados con la Iglesia de Jesucristo tenemos la obligación de aprender las doctrinas, enseñarlas apropiadamente y comprometernos a hablar y actuar de acuerdo con ellas. Solo de esta manera podemos perpetuar la verdad en un mundo lleno de error, evitar la decepción, enfocarnos en lo que más importa y encontrar gozo y felicidad en el proceso. El Presidente Gordon B. Hinckley declaró: “He hablado antes acerca de la importancia de conservar pura la doctrina de la Iglesia y ver que se enseñe en todas las reuniones. Me preocupa mucho esto. Los pequeños errores en la enseñanza de las doctrinas pueden llevar a falsedades grandes y malignas.” [7]

¿Cómo podemos “conservar pura la doctrina”? ¿Qué podríamos hacer?

1. Podemos enseñar directamente de los libros canónicos, las escrituras. Las escrituras contienen la intención, la voluntad, la voz y la palabra del Señor (véase DyC 68:3–4) para los hombres y mujeres de días antiguos y, por ende, contienen la doctrina y las aplicaciones que son tanto oportunas como intemporales. “Y toda escritura dada por inspiración de Dios es útil para enseñar, para reprender, para corregir, para instruir en justicia, a fin de que el hombre [o mujer] de Dios sea perfecto, enteramente instruido para toda buena obra” (Traducción de José Smith [TJS] de 2 Timoteo 3:16–17).

2. Podemos presentar la doctrina en la misma manera en que los profetas actuales la presentan (véase DyC 52:9, 36) en cuanto a contenido y énfasis. Mormón escribió: “Y aconteció que Alma, teniendo autoridad de Dios, ordenó sacerdotes [...] y les mandó que no enseñaran nada, sino las cosas que él había enseñado” (Mosíah 18:18–19; énfasis agregado).

“Se reunían, pues, en diferentes grupos llamados iglesias; y cada iglesia tenía sus sacerdotes y sus maestros; y todo sacerdote predicaba la palabra según le era comunicada por boca de Alma. Y así, a pesar de que había muchas iglesias, todas eran una, sí, la iglesia de Dios” (Mosíah 25:21–22; énfasis agregado).

3. Podemos dar atención especial a los comentarios de las escrituras dados por los apóstoles y profetas vivientes en los discursos de las conferencias generales, anotar remisiones a sus referencias en nuestras propias escrituras y enseñar ese comentario junto con las escrituras. Por ejemplo, podemos estudiar lo siguiente:

  • Lo que el élder Jeffrey R. Holland enseñó con respecto a la parábola del hijo pródigo en la conferencia general de abril de 2002;

  • Lo que el élder Robert D. Hales enseñó concerniente al convenio del bautismo en la conferencia general de octubre de 2000;

  • Lo que el élder Joseph B. Whirtlin enseñó en abril de 2001 referente a los principios del ayuno que se hallan en Isaías 58;

  • Lo que el élder Dallin H. Oaks enseñó en octubre de 2000 respecto a la conversión y el “llegar a ser” así como su perspicaz comentario de la parábola de los obreros en la viña;

  • Lo que el élder Russel Ballard enseñó en octubre de 2001 concerniente a “¿Quién es mi prójimo?” y lo que podría llamarse la doctrina de la inclusión.

4. Podemos enseñar el evangelio con claridad y simplicidad, enfocándonos en lo fundamental y enfatizando lo que más importa. No decimos todo lo que sabemos, y tampoco enseñamos hasta el límite de nuestro conocimiento. El Profeta José Smith explicó que “no siempre conviene relatar toda la verdad. Aun Jesús el Hijo de Dios tuvo que reprimir sus sentimientos muchas veces por el bien de sí mismo y sus discípulos, y se vio obligado a encubrir los justos propósitos de su corazón respecto de muchas cosas pertenecientes al reino de Su Padre.” [8]

5. Podemos reconocer que hay algunas cosas que simplemente no sabemos. El Presidente Joseph F. Smith declaró: “No se menoscaba nuestra inteligencia o nuestra integridad cuando decimos francamente, frente a una centena de preguntas especulativas, ‘yo no sé.’ Una cosa es cierta, y es que Dios ha revelado a nuestro entendimiento lo suficiente para nuestra exaltación y nuestra felicidad. Utilicen, pues, los santos lo que ya tienen; sean sencillos y sin afectación en cuanto a su religión, tanto en sus pensamientos como en sus palabras, y no será fácil que se desorienten y queden sujetos a las vanas filosofías del hombre.” [9]

Parámetros doctrinales

En los últimos años, he tratado de ver por debajo de la superficie y entender la naturaleza de las objeciones que los del mundo religioso tienen hacia los Santos de los Últimos Días. Sin duda el crecimiento de la Iglesia representa una amenaza real para muchos, especialmente para los grupos cristianos que resienten la forma en que les “robamos sus rebaños”. No nos hallamos en la línea de la cristiandad histórica y por lo tanto no somos ni católicos ni protestantes. Creemos en otras escrituras además de la Biblia y en la revelación continua por medio de apóstoles y profetas. No aceptamos los conceptos respecto de Dios, Cristo y la Deidad que emanaron de los concilios de la iglesia posteriores al Nuevo Testamento. Todas estas cosas constituyen las razones por las que muchos protestantes y católicos nos etiquetan como no cristianos. Hemos tratado, y creo que con cierto éxito, de hablar de nosotros como “cristianos pero diferentes”. Pero hay otra razón que nos hace sospechosos que apoya una gran cantidad de la propaganda anti-mormona; a saber, lo que ellos perciben que son algunas de nuestras “doctrinas raras”, muchas de las cuales fueron enseñadas por unos pocos líderes anteriores de la Iglesia.

Permítanme ilustrar con una experiencia que tuve hace algunos meses. Un ministro bautista estuvo en mi oficina en esa ocasión. Platicamos de muchas cosas, incluyendo de doctrina. Me dijo: “Bob, ¡ustedes creen en cosas muy extrañas! Le contesté, “¿Como qué?” Me dijo, “Oh, por ejemplo, ustedes creen en la expiación por sangre. Y eso afecta la insistencia de Utah en conservar la muerte por fusilamiento” Le respondí, “No, no creemos eso”. “Sí, si lo creen”, replicó de inmediato. “Conozco varias declaraciones de Brigham Young, de Heber C. Kimball y de Jedediah Grant que enseñan esas cosas”. Le dije “Estoy al tanto de esas declaraciones”. Y me di cuenta que estaba diciendo algo que no había dicho antes: “Sí, se enseñaron, pero no representan la doctrina de nuestra Iglesia. Creemos en la expiación por la sangre de Jesucristo, y nada más”. Mi amigo no se perturbó y me preguntó: “¿Qué quieres decir con que no representan la doctrina de tu Iglesia? Las mencionaron los principales líderes de la Iglesia”.

Le expliqué que dichas declaraciones se hicieron, en su mayoría, durante la época de la Reforma Mormona y que eran ejemplos de una cierta “retórica de resurgimiento” por medio de la cual los líderes de la Iglesia estaban tratando de “elevar las normas” en cuestión de obediencia y fidelidad. Le aseguré que la Iglesia, por sus propias normas canónicas, no tiene el derecho ni la facultad de tomar la vida de una persona debido a desobediencia o aún por apostasía (véase DyC 134:10). Le leí un pasaje del Libro de Mormón en el cual los profetas nefitas habían recurrido a “un extremado rigor [...] recordándoles [al pueblo] continuamente la muerte, y la duración de la eternidad, y los juicios y el poder de Dios [...] y mucha claridad en el habla, podría evitar que se precipitaran rápidamente a la destrucción” (Enós 1:23).

Parece que esto le satisfizo hasta cierto punto, pero entonces me dijo: “Bob, muchos de mis compañeros cristianos se han dado cuenta de lo difícil que es entender qué es lo que creen los mormones. ¡Dicen que es tanto como tratar de clavar una gelatina en la pared! ¿En qué creen ustedes? ¿Cómo deciden qué es su doctrina y qué no?” Sentí que estábamos en medio de una conversación muy importante, una que me estaba empujando hasta mis límites y que requería que pensara profundamente, más de lo que había hecho por algún tiempo. Sus preguntas eran válidas y en ninguna manera eran mal intencionadas. No tenían la intención de entrampar ni avergonzar a la Iglesia ni a mí. Simplemente, él estaba buscando información. Le dije, “Has hecho algunas preguntas excelentes. Déjame ver qué puedo hacer para contestarlas”. Le sugerí que considerara las tres ideas siguientes:

A. Las enseñanzas actuales de la Iglesia tienen más bien un enfoque, un alcance y una dirección estrechos; la doctrina central y salvadora es lo que debemos enseñar y enfatizar, no las enseñanzas superficiales o periféricas.

B. Con frecuencia, lo que se cita de líderes anteriores de la Iglesia, al igual que el asunto de la expiación por sangre mencionado anteriormente, está mal citada, mal explicada o tomada fuera de contexto. Además, no todo lo que dijo o escribió un líder de la Iglesia anterior es parte de lo que enseñamos hoy. La nuestra es una constitución viviente, un árbol de la vida, una Iglesia dinámica (véase DyC 1:30). Se nos ha mandado dar oído a las palabras de los oráculos vivientes (véase DyC 90:3–5).

C. Para determinar si algo es parte de la doctrina de la Iglesia, podemos preguntar: ¿Se encuentra dentro de los cuatro libros canónicos? ¿Está dentro de las declaraciones o de las proclamaciones oficiales? ¿Se ha comentado en la conferencia general o en otras reuniones oficiales por los actuales líderes generales de la Iglesia? ¿Se encuentra en los manuales generales o en los cursos de estudio aprobados actualmente? Si satisface cuando menos uno de los criterios mencionados, podemos sentirnos seguros y podemos enseñarlo apropiadamente.

Un porcentaje importante del anti-mormonismo se enfoca en las declaraciones hechas por líderes de la Iglesia anteriores que tenían que ver con enseñanzas periféricas y no esenciales. Nadie nos critica por creer en Dios, en la divinidad de Jesucristo o Su obra expiatoria, en la resurrección literal y corporal del Salvador y en la eventual resurrección de la humanidad, en el bautismo por inmersión, en el don del Espíritu Santo, en el sacramento de la Cena del Señor y cosas así. Pero se nos desafía con regularidad por las declaraciones que están en nuestra literatura en temas tales como los siguientes:

  • La vida de Dios antes de que fuera Dios

  • Cómo fue concebido Jesús

  • El destino específico de los hijos de perdición

  • Las enseñanzas de que Adán es Dios

  • Detalles respecto a lo que significa llegar a ser como Dios en la otra vida

  • Que el matrimonio plural es esencial para la propia exaltación

  • Por qué, antes de 1978, se les negó el sacerdocio a los negros

La lealtad a los hombres llamados como profetas

A la vez que amamos las escrituras y regularmente le agradecemos a Dios por ellas, creemos que cualquiera puede sentir confianza suficiente y hasta reverencia por los escritos sagrados sin creer que cada palabra entre Génesis 1:1 y Apocalipsis 22:21 ha sido dictada por Dios o que la Biblia ahora es igual a como ha sido siempre. Realmente, el Libro de Mormón y otras escrituras testifican que verdades claras y preciosas y muchos convenios del Señor se quitaron de la Biblia o no se incluyeron en ella cuando fue compilada (véase 1 Nefi 13:20–29; Moisés 1:40–41; Artículos de Fe 1:8). [10]

Pero pese a eso, apreciamos ese volumen sagrado y reconocemos y enseñamos las doctrinas de salvación que contiene, y procuramos alinear nuestras vidas de acuerdo con sus enseñanzas eternas.

De la misma forma, podemos sostener con todo el corazón a los profetas y apóstoles sin creer que son perfectos o que todo lo que digan o hagan es exactamente lo que Dios quiere que se diga o se haga. En breve, no creemos en la infalibilidad de los profetas o los apóstoles. Moisés cometió errores; sin embargo, le amamos y lo sostenemos y aceptamos sus escritos. Pedro cometió errores, pero le honramos y estudiamos sus palabras. Pablo cometió errores, pero admiramos su franqueza y su dedicación y atesoramos sus epístolas. Santiago escribió que “Elías era hombre sujeto a pasiones semejantes a las nuestras” (Santiago 5:17), y el Profeta José Smith enseñó que “un profeta [es] un profeta solamente cuando [obra] como tal.” [11]

En otra ocasión, el Profeta declaró: “Les dije que yo no era sino hombre, y no debían de esperar que yo fuese perfecto; si ellos exigían la perfección en mí, yo la exigiría de ellos; pero si soportaban mis debilidades y las debilidades de los hermanos, en igual manera yo soportaría sus debilidades.” [12]

Lorenzo Snow dijo: “Yo puedo hermanar al Presidente de la Iglesia, si es que no sabe todo lo que yo sé [...] Yo vi las [...] imperfecciones en [José Smith] [...] Le di gracias a Dios por haberle otorgado el poder y la autoridad a un hombre con dichas imperfecciones [...] pues sabía que yo mismo tenía debilidades, y pensé que había una oportunidad para mí.” [13]

Se nos ha recordado una y otra vez que a quien Dios llama, Dios lo califica. Esto es, Dios llama a sus profetas, Él le da poder y fortalece al individuo, le da una perspectiva eterna, desata su lengua y lo prepara para que dé a conocer las verdades eternas. Pero ser llamado como un Apóstol o aún como Presidente de la Iglesia no quita al hombre de la mortalidad ni lo hace perfecto. El Presidente David O. McKay explicó que “cuando Dios hace a un profeta, no deshace al hombre.” [14]

El Profeta José Smith declaró: “Esta mañana me presentaron a un hombre que venía del este. Después de oír mi nombre, manifestó que yo no era sino un hombre, dando a entender por sus palabras que él había supuesto que la persona a quien el Señor se dignaría revelar su voluntad debería ser más que un hombre. Parecía haberse olvidado de las palabras de Santiago, que ‘Elías era un hombre sujeto a semejantes pasiones que nosotros, y rogó con oración que no lloviese, y no llovió sobre la tierra en tres años y seis meses.’” [15]

El élder Bruce R. McConkie declaró: “Con toda su inspiración y grandeza, los profetas siguen siendo hombres mortales con las imperfecciones comunes a la humanidad en general. Tienen sus opiniones y prejuicios, y en muchas instancias deben resolver sus problemas sin inspiración.” [16]

“Así, las opiniones y puntos de vista, aunque sean de un profeta, pueden tener errores, a menos que dichas opiniones y puntos de vista sean inspirados por el Espíritu.” [17]

El Presidente Harold B. Lee indicó: “Ha habido ocasiones en que aún el presidente de la Iglesia ha actuado sin la inspiración del Espíritu Santo. Supongo que dirán que existe la historia clásica de Brigham Young en la época en que se acercaba el ejército de Johnston. Los Santos estaban enardecidos y el Presidente Young estaba listo para combatir. Se levantó en la sesión matutina de la conferencia general y dio un discurso vibrante en el cual desafiaba al ejército que se acercaba, y expresó su intento de combatirlos y expulsarlos. Por la tarde se levantó y dijo que Brigham Young había hablado en la mañana, pero que ahora iba a hablar el Señor. Dio entonces un discurso que era completamente opuesto al sermón de la mañana. Si eso sucedió o no, ilustra un principio: Que el Señor puede inspirar a su pueblo pero que ellos pueden en ocasiones expresar sus propias opiniones.” [18]

En 1865 la Primera Presidencia aconsejó a los Santos de los Últimos Días lo siguiente:

No deseamos que doctrinas incorrectas e infundadas se pasen a la posteridad bajo la aprobación de grandes nombres y que sean recibidas y consideradas por las futuras generaciones como auténticas y confiables, ya que crearía trabajo y dificultades para nuestros sucesores que tendrían que contender con ellas. Los intereses de la posteridad están, hasta cierto punto, en nuestras manos. Los errores en la doctrina y en la historia, si no son corregidos por nosotros que estamos versados en los eventos, y que estamos en posición de juzgar la veracidad o falsedad de la doctrina, pueden pasar a nuestros hijos como si nosotros las hubiéramos aprobado [...] Sabemos la santidad que siempre se agrega a los escritos de quienes han muerto, especialmente a los escritos de los Apóstoles, cuando ya no queda ninguno de sus contemporáneos, y sentimos, por tanto, la necesidad de ser vigilantes en estos puntos.” [19]

El Presidente Gordon B. Hinckley declaró: “He trabajado con siete presidentes de esta Iglesia. He reconocido que todos han sido humanos, pero es algo que nunca me ha preocupado. Quizás hayan tenido algunas debilidades, pero eso nunca me ha molestado. Sé que a través de la historia el Dios de los cielos se ha valido de seres mortales para llevar a cabo sus propósitos…” [20]

En otra ocasión el Presidente Hinckley les pidió a los Santos que “sigamos adelante en nuestra búsqueda de la verdad, particularmente los miembros de la Iglesia que reparemos en los puntos fuertes y en la virtud y en la bondad más bien que en los puntos débiles y en los defectos de aquellos que llevaron a cabo una obra tan grandiosa en su época. Admitimos que nuestros antecesores eran humanos y que indudablemente cometieron errores [...] Ha habido sólo un hombre perfecto en la tierra, en nuestro planeta. El Señor se ha valido de personas imperfectas para llevar a cabo la obra de edificar Su sociedad perfecta. Si alguno de ellos hizo algún desatino alguna vez o si tuvieron un leve defecto en su carácter, sorprende aun más que hayan logrado tanto.” [21]

Los profetas son hombres llamados de Dios para servir como portavoces del convenio para Sus hijos en la tierra, y, por lo tanto, no debemos tomar a la ligera lo que digan. Las primeras Autoridades Generales de esta dispensación fueron los profetas vivientes para sus contemporáneos, y mucho de lo que hoy creemos y practicamos descansa sobre el fundamento doctrinal que ellos colocaron. Pero la obra de la Restauración trae consigo la revelación gradual de la verdad divina al estilo línea por línea. Hace algunos años, mi colega Joseph McConkie les comentó a un grupo de educadores de religión:

Tenemos la erudiciónde los primeros hermanos sobre la cual construir. Tenemos la ventaja de tener historia adicional; estamos en una posición de ver algunas cosas con mayor claridad que como ellos las vieron [...] Vivimos en mejores casas que en las que vivieron los antepasados pioneros [...] pero esto no significa que seamos mejores o que nuestro galardón será mayor. De igual manera, nuestro entendimiento de los principios del evangelio debe estar mejor alojado, y constantemente debemos estar tratando de que así sea. No hay ningún honor en que estemos leyendo a la luz de las lámparas de aceite cuando se nos ha concedido una luz mayor. [22]

Así que es importante tomar nota de que al final el Señor nos tendrá por responsables por las enseñanzas, la dirección y el enfoque que nos brinden los oráculos vivientes de nuestro propio día, tanto sus comentarios basados en las escrituras canonizadas como de la escritura viviente que se nos entrega por medio de ellos mediante el poder del Espíritu Santo (véase DyC 68:3–4).

Enfrentando temas difíciles

Mi experiencia sugiere que el anti-mormonismo muy probablemente continuará aumentando en volumen, cuando menos hasta que el Salvador regrese y apague las prensas. A causa de que creemos en la Apostasía y en la necesidad de una restauración de la plenitud del evangelio, nunca seremos totalmente aceptados por aquellos que creen que tienen en la Biblia toda la verdad que necesitan. Pero quiero hacer notar dos cosas acerca del anti-mormonismo. Primero, los materiales anti-mormón definitivamente afectan más a los que no son Santos de los Últimos Días. Pero en algunos casos no solamente disuaden o atemorizan a los curiosos o a los investigadores interesados sino que también preocupan a muchos más miembros de la Iglesia de los que yo había creído previamente. Recibo algunas diez llamadas, cartas, o e-mails por semana de miembros de la Iglesia de todas partes en las que presentan preguntas que les han hecho sus vecinos o por la literatura que han leído. Hace poco tiempo un joven (casado y con familia) me llamó al atardecer, se disculpó por interrumpirme y procedió a decirme que se encontraba a punto de abandonar la Iglesia a causa de sus dudas. Me hizo varias preguntas, y se las contesté y expresé mi testimonio. Después de casi media hora de plática, me agradeció profundamente e indicó que sentía que ya estaría bien. Ésa no fue una experiencia aislada. Me imagino que lo que estoy diciendo es que el material antagónico llegó para quedarse y está afectando tanto a los Santos de los Últimos Días como a las actitudes de quienes profesan otra fe.

Segundo, con frecuencia los críticos de la Iglesia simplemente usarán nuestro propio “material” contra nosotros. No necesitan crear nuevo material; simplemente le escarban un poco y re-empaquetan lo que algunos de nuestros líderes en la Iglesia han dicho en el pasado y que no se considera hoy en día como parte de la doctrina de la Iglesia. Los SUD están ansiosos por defender y apoyar a sus líderes. En consecuencia, no estamos dispuestos a sugerir que algo que fue enseñado por el Presidente Brigham Young o por los élderes Orson Pratt y Orson Hyde pudiera no estar de acuerdo con la verdad que Dios nos ha dado a conocer “línea por línea, precepto por precepto” (Isaías 28:10; 2 Nefi 28:30).

Hace algún tiempo uno de mis colegas y yo estuvimos en el sur de California hablándoles a un grupo de unas quinientas personas, entre SUD y protestantes. Durante la parte del programa destinada para preguntas y respuestas, alguien preguntó lo inevitable: “¿Realmente son ustedes cristianos? Ustedes, como muchos dicen, ¿adoran a un Jesús diferente?” Expliqué que adoramos al Cristo del Nuevo Testamento, que de todo corazón creemos en Su nacimiento virginal, en Su divinidad, en Sus milagros, en Sus enseñanzas transformadoras, en Su sacrificio expiatorio y en Su resurrección corporal de entre los muertos. Agregué que también creemos en las enseñanzas de y acerca de Cristo que se encuentran en el Libro de Mormón y en las revelaciones modernas. Al fin de la reunión, una mujer SUD se me acercó y dijo: “¡No dijiste la verdad con respecto a lo que creemos!”

Muy sorprendido, le pregunté “¿Qué quiere decir?”

Me contestó: “Dijiste que creemos en el nacimiento virginal de Jesús, y sabes muy bien que no creemos en eso”

“Sí, si lo creemos”, le repliqué.

Entonces, muy emocionada, dijo, “Quiero creerte, pero durante años la gente me ha dicho que creemos en que Dios el Padre tuvo relaciones sexuales con María y que de esa forma fue concebido Jesús”.

La miré a los ojos y dije: “Estoy al tanto de esa enseñanza, pero esa no es la doctrina de la Iglesia; eso no lo enseñamos hoy día en la Iglesia. ¿Ha oído que las Autoridades Generales lo enseñen en la Conferencia? ¿Se encuentra en los libros canónicos, o en los materiales de estudio, o en los manuales de la Iglesia? ¿Está incluida en una declaración o proclamación oficial? Me pareció como si un gran peso hubiera sido quitado de sus hombros, y con lágrimas en los ojos, me dijo simplemente, “Gracias, Hermano Millet”.

No hace mucho, el Pastor Greg Johnson y yo nos reunimos con una Iglesia Cristiana Evangélica en el área de Salt Lake. El ministro de esa iglesia nos pidió que viniéramos a hacer una presentación (“Un evangélico y un SUD en diálogo”) que Greg y yo habíamos tenido anteriormente en varias partes del país. El propósito total de nuestra presentación era dar una muestra del tipo de relaciones que pueden tener las personas de diferentes religiones. Esta clase de presentaciones ha demostrado ser, según estimo yo, uno de los métodos más eficaces para construir puentes de comunicación en los que hayan participado.

En esa noche particular, la primera pregunta que hizo un miembro de la audiencia era con respecto al DNA y el Libro de Mormón. Hice un breve comentario e indiqué que una respuesta más detallada (e informada) escrita por un biólogo de BYU estaba por salir en un artículo del periódico. En ese momento se levantaron muchas manos. Escogí a una mujer que estaba muy cerca. Su pregunta fue: “¿Como manejan ustedes la doctrina de Adán-Dios?”

Le respondí: “Muchas gracias por esa pregunta. Me da la oportunidad de explicar (desde el inicio de nuestra plática) un principio que pondrá el fundamento para otras cosas que se dirán”. Tomé unos momentos para contestar la pregunta. “¿Cuál es nuestra doctrina? ¿Qué es lo que enseñamos hoy en día?” Les indiqué que si una enseñanza o idea no se encontraba en los libros canónicos, ni en las declaraciones o proclamaciones oficiales, que si no se enseñaba en las conferencias generales u otras reuniones oficiales por los apóstoles y profetas vivientes, o si no se encontraba en los manuales oficiales o en los cursos de estudios de la Iglesia, es muy probable que no sea parte de la doctrina o de las enseñanzas de la Iglesia.

Me sorprendí mucho cuando mi amigo pastor le dijo a la congregación: ¿Están oyendo lo que dice Bob? ¿Escuchan lo que está diciendo? ¡Esto es muy importante! Ya es hora de que dejemos de criticar a los SUD por cosas que ni siquiera enseñan hoy en día”. En este punto de la reunión sucedieron dos cosas: primero, se redujo el número de manos levantadas, y segundo, el tono de la reunión cambió dramáticamente. Las preguntas no fueron incisivas o desafiantes, sino más bien fueron esfuerzos para aclarar. Por ejemplo, la última pregunta fue hecha por un hombre de mediana edad: “A mí en lo personal me gustaría agradecerles, desde el fondo de mi corazón, por lo que han hecho esta noche. Esto me emociona. Yo creo que esto es lo que Jesús hubiera hecho. He vivido en Utah durante muchos años, y tengo muchos amigos SUD. Nos llevamos bien; no peleamos ni discutimos por asuntos religiosos. Pero realmente no hablamos acerca de las cosas que más nos importan, o sea, acerca de nuestra fe. No pienso hacerme un SUD, y estoy seguro que mis amigos mormones no quieren hacerse evangélicos, pero me gustaría hallar la forma de que hablemos de corazón a corazón. ¿Podrían ustedes dos hacer algunas sugerencias de cómo podemos profundizar y endulzar las relaciones con nuestros amigos SUD?”

En ese momento sentí que de alguna forma habíamos podido llegarle a parte de la audiencia. Richard Mouw, uno de mis amigos evangélicos, ha sugerido la necesidad de que tengamos una “convivencia civilizada”, o sea el desafío de ser leales a nuestra propia fe y no comprometer ni un ápice de nuestra doctrina y nuestra forma de vida, y al mismo tiempo esforzarnos a entender mejor y a respetar a nuestros vecinos que no son de las mismas creencias religiosas. [23]

Para mí, estas experiencias hacer resaltar el desafío que enfrentamos. No dudo en responder “No lo sé”, ya sea a una persona o a un grupo que me pregunte por qué los hombres son ordenados al sacerdocio y las mujeres no, o por qué a los negros se les negó el sacerdocio por cerca de un siglo y medio. Respondería de la misma manera a preguntas sobre algunos otros asuntos que no han sido revelados ni aclarados por quienes poseen las llaves adecuadas. La dificultad viene porque alguien del pasado habló de estos asuntos y presentó ideas que no están en armonía con lo que sabemos y enseñamos hoy, y porque dichas enseñanzas aun están disponibles, ya sea de forma impresa, o entre las conversaciones diarias de los miembros, y nunca han sido corregidas o aclaradas. Las preguntas importantes son simplemente, ¿Cuál es nuestra doctrina? ¿Cuáles son las enseñanzas de la Iglesia hoy? Si de alguna manera pudiéramos ayudar a los Santos (y a todo el mundo religioso) a que sepan las respuestas a estas preguntas, sin duda mejoraría nuestro esfuerzo misional, nuestra retención de conversos, nuestra activación, y la imagen y la fuerza global de la Iglesia. Si se presentan de manera apropiada, no necesita debilitar la fe o crear dudas. Podría hacer mucho para enfocar a los Santos más y más en las verdades fundamentales y salvadoras del evangelio.

Ilustraciones adicionales

Comentamos antes que una de las maneras de conservar pura la doctrina es presentar el mensaje del evangelio de la manera en que los apóstoles y profetas los presentan hoy. De igual manera, nuestras explicaciones de ciertas “doctrinas difíciles” o de doctrinas más profundas no deben ir más allá de lo que los profetas creen y enseñan en la actualidad. Tomemos un par de ilustraciones. La primera es un tema extremadamente sensible, que afecta y continuará afectando la cantidad y la calidad de los bautismos de conversos en la Iglesia. Me refiero al tema de los negros y el sacerdocio. Yo fui criado en la Iglesia, al igual que muchos lectores, y estaba al tanto de la restricción del sacerdocio. Desde que tengo memoria, la explicación del por qué a nuestros hermanos y hermanas negros se les negaban las bendiciones completas del sacerdocio (incluso los del templo) era alguna variante del tema de que ellos habían sido menos valientes en la vida premortal y por lo tanto vinieron a la tierra bajo una maldición; esa explicación ha sido perpetuada como doctrina durante la mayor parte de la historia de nuestra Iglesia. Me había aprendido de memoria el artículo de fe que declara que los hombres y las mujeres serán castigados por sus propios pecados y no por la transgresión de Adán (véase Artículos de Fe 1:2) y luego leí que “los pecados de los padres no pueden recaer sobre la cabeza de los niños” (Moisés 6:54), pero supuse que de alguna manera esos principios no se aplicaban a los negros.

En junio de 1978, todo cambió, no solo el tema de quién podría ser ordenado o no al sacerdocio sino también la naturaleza de la explicación del por qué se había puesto la restricción desde el principio. Al élder Dallin H. Oaks, durante una entrevista en 1988, se le preguntó: “Entre todas las doctrinas que la Iglesia ha expuesto o controversias en las que la Iglesia se haya visto envuelta, ésta [la restricción del sacerdocio] parece sobresalir. Los miembros de la Iglesia no han parecido tener mucho en qué basar su comprensión de este tema. ¿Podría usted explicar por qué fue así, y qué se puede aprender de ello?” Como respuesta, el élder Oaks declaró lo siguiente:

Si leen las escrituras con esta pregunta en la mente, “Por qué el Señor mandó esto o por qué mandó aquello”, encontrarán que en menos de uno de cada cien mandatos se ha dado alguna razón. Dar razones no es el modelo del Señor. Podemos ponerles razones a los mandamientos. Cuando lo hacemos estamos solos. Algunas personas pusieron razones al mandamiento del que estamos hablando aquí, y resultó que estuvieron totalmente equivocados. Hay una lección en eso. La lección que he aprendido de esto [es que] desde hace mucho tiempo decidí que tenía fe en el mandato y que no tenía fe en las razones que se habían sugerido para él.

Entonces surgió una pregunta de seguimiento: “¿Se está refiriendo a las razones que dieron aún las Autoridades Generales?” El élder Oaks contestó: “Seguro. Me refiero a las razones dadas por las Autoridades Generales y a las razones que otros elaboraron sobre esas razones. Todo el grupo de razones me parecía que era correr riesgos innecesarios [...] No cometamos el mismo error que se ha hecho en el pasado, aquí y en otras áreas, de tratar de ponerle razones a la revelación. Ha resultado que las razones han sido, en gran parte, hechas por los hombres. Lo que sostenemos como la voluntad del Señor son las revelaciones, y es allí donde se encuentra la seguridad.” [24]

En otras palabras, no sabemos realmente el por qué existió la restricción del sacerdocio. Cuando se nos pregunte “¿Por qué?”, la respuesta correcta es “No lo sé”. El sacerdocio estuvo restringido debido a “razones que creemos que son conocidas para Dios, pero que Él no las ha dado a conocer completamente al hombre.” [25]

He llegado a comprender que esto es lo que quiso decir el élder McConkie en su discurso en el Sistema Educativo de la Iglesia en agosto de 1978 en el que nos aconsejó:

Olviden todo lo que he dicho o lo que el presidente Brigham Young, el presidente George Q. Cannon o cualquier otro haya dicho en el pasado en oposición a la reciente revelación. Hablábamos con entendimiento limitado y sin la luz y el conocimiento que ahora ha sobrevenido al mundo. La verdad y la luz nos llegan línea sobre línea y precepto tras precepto. Acabamos de agregar una nueva corriente de inteligencia y luz sobre este tema en particular que acaba con toda la obscuridad y todas las opiniones y todos los pensamientos del pasado. Aquellos ya no importan más [...] Es un nuevo día y un nuevo arreglo y ahora el Señor nos lo ha revelado con una nueva luz. Debemos olvidar cualquier rendija de luz o cualquier partícula de obscuridad del pasado. [26]

Me parece, por tanto, que nosotros como SUD tenemos dos problemas por resolver al hacer que el evangelio restaurado esté disponible más ampliamente para la gente de color. Primero, necesitamos tener nuestros corazones y mentes purificados de todo orgullo y prejuicios.

Segundo, necesitamos eliminar todas las explicaciones anteriores para la restricción e indicar que aunque no sabemos por qué existió antes esa restricción, la plenitud de las bendiciones del evangelio restaurado está al alcance de todos los que se preparen para recibirlas. El élder Russell M. Ballard observó que “no sabemos todas las razones por las que el Señor hace lo que hace. Necesitamos estar contentos porque algún día lo entenderemos por completo.” [27]

Pasemos ahora a la segunda ilustración. Cuando estoy ante un grupo de personas que no son de nuestra fe y abro la sesión para preguntas, siempre se me pregunta acerca de nuestra doctrina concerniente a Dios y la Deidad, en lo particular referente a las enseñanzas de José Smith y Lorenzo Snow. Generalmente, no tengo dificultades para explicar nuestra creencia de que por medio de la Expiación el hombre puede llegar a ser como Dios, llegar a ser más como Cristo. En este tema, la Cristiandad Ortodoxa, un amplio segmento del mundo cristiano, aún cree en la deificación humana. La Biblia misma enseña que los hombres y las mujeres pueden llegar a ser “participantes de la naturaleza divina” (2 Pedro 1:4), “coherederos con Cristo(Romanos 8:17), ganar “la mente de Cristo” (1 Corintios 2:16) y llegar a ser perfectos como nuestro Padre que está en el cielo es perfecto (véase Mateo 5:48). El apóstol Juan declaró: “Amados, ahora somos hijos de Dios, y aún no se ha manifestado lo que hemos de ser; pero sabemos que cuando él se manifieste, seremos semejantes a él, porque le veremos tal como él es” (1 Juan 3:2). Tal vez más importante, esta doctrina se enseña poderosamente en la revelación moderna (véase DyC 76:58; 132:19–20).

El tema más difícil para otros cristianos es la doctrina acompañante que se presentó en los funerales de King Follett [28] y la copla de Lorenzo Snow, [29] a saber, que Dios una vez fue hombre. Las escrituras SUD declaran inequívocamente que Dios es un hombre, un Hombre de Santidad (véase Moisés 6:57) que tiene un cuerpo de carne y huesos (véase DyC 130:22). Claramente, estos conceptos son parte de la restauración doctrinal. Enseñamos que el hombre no es de un orden menor o de una especie diferente a la de Dios. Esto, por supuesto, hace que nuestros amigos cristianos se pongan extremadamente nerviosos (si no enojados), porque les parece que estamos rebajando a Dios en el esquema de las cosas y, por lo tanto, que tratamos de tender un puente sobre el abismo entre Creador y creación.

Me supongo que todo lo que podemos decir en respuesta es que sabemos lo que sabemos como resultado de la revelación moderna y que, desde nuestra perspectiva, la distancia entre Dios y el hombre es tremenda, casi infinita. Nuestro Padre Celestial en realidad es omnipotente, omnisciente y, por el poder del Espíritu Santo, omnipresente. Él es un ser resucitado, glorificado, exaltado, “el gobernador supremo y ser independiente en quién reside toda plenitud y la perfección [...] en él todo buen don y todo buen principio existe [...] él es el padre de toda luz; en él el principio de la fe reside independientemente, y él es el objeto sobre quien se centra la fe de todos los demás seres racionales y responsables para obtener vida y salvación.” [30]

La revelación moderna confirma que el Todopoderoso se sienta en su trono “con gloria, honra, poder, majestad, fuerza, dominio, verdad, justicia, juicio, misericordia y un sin fin de plenitud” (DyC 109:77).

¿Qué sabemos más allá del hecho de que Dios es un hombre exaltado? ¿Qué sabemos acerca de Su vida mortal? ¿Qué sabemos del tiempo antes de que Él llegara a ser Dios? ¡Nada!

En realidad no sabemos más de lo que declaró el Profeta José Smith y eso es poco. El conocimiento concerniente a la vida de Dios antes de la Deidad no se encuentra en los libros canónicos, ni en las declaraciones o proclamaciones oficiales, ni en los manuales actuales, ni en los materiales de estudio ni son declaraciones doctrinales en los temas que se predican en la conferencia general hoy en día. Este tema no es lo que llamaríamos una doctrina fundamental y salvadora, una de las que deben ser creídas (o comprendidas) a fin de obtener una recomendación para el templo o para estar en buena posición en la Iglesia.

Esta última ilustración resalta un punto importante: una enseñanza puede ser verdadera y aún así no ser parte de lo que hoy se enseña y se enfatiza en la Iglesia. Que sea o no verdad, puede, en realidad, ser irrelevante, si las Autoridades Generales no la enseñan hoy en día o no se enseña directamente en los libros canónicos o no se encuentra en los materiales aprobados. Tomemos otra pregunta: “¿Fue casado Jesús?” Las escrituras no nos dan una respuesta. El Presidente Charles W. Penrose declaró: “No sabemos nada acerca de que Jesús se haya casado; la Iglesia no tiene una declaración autorizada sobre el tema.” [31]

Así que si se casó o no, no es parte de la doctrina de la Iglesia. Nos haría bien aplicar la siguiente lección del Presidente Harold B. Lee: “Con respecto a doctrinas y significados de las escrituras, permítanme darles un consejo seguro. Usualmente no está bien usar un solo pasaje de las escrituras [o un solo sermón, agregaría yo], como prueba de un punto de doctrina a menos que esté confirmado por la revelación moderna o por el Libro de Mormón [...] Señalar un pasaje de escritura para probar un punto, a menos que sea confirmado [así] [...] casi siempre es algo peligroso.” [32]

Conclusión

En un sentido muy real, nosotros los SUD estamos mimados. Se nos ha dado tanto, hemos tenido tanto conocimiento que ha venido del cielo relativo a la naturaleza de Dios, Cristo, el hombre, el plan de salvación y del propósito total de la vida aquí y la gloria que se tendrá en la siguiente vida que somos dados a esperar tener las respuestas a todas las preguntas de la vida. El élder Neal A. Maxwell destacó que:

El regocijo de ser discípulo excede a sus cargas. De ahí que, mientras estemos atravesando nuestro Sinaí, nos nutrimos en los oasis abundantes de la Restauración. En esos oasis, algunas de nuestras primeras impresiones son mas pueriles que duraderas [...] no es de sorprender que, en medio de nuestra gratitud, algunos confundamos un árbol determinado con todo el oasis o un manantial particular de doctrina con toda el agua viva de la Restauración. Quizás en nuestro entusiasmo inicial haya habido incluso algunas exageraciones involuntarias. Hemos visto mucho y participado de mucho, de ahí que no podamos ‘expresar ni la más mínima parte de lo que [sentimos]’” (Alma 26:16). [33]

Tenemos mucho, estamos seguros, pero en realidad hay “muchos grandes e importantes asuntos pertenecientes al reino de Dios” aún por surgir (Artículos de Fe 1:9). El Señor le declaró a José Smith en Nauvoo: “porque me propongo revelar a mi iglesia cosas que han estado escondidas desde antes de la fundación del mundo, cosas que pertenecen a la dispensación del cumplimiento de los tiempos” (DyC 124:41; compárese con 121:26; 128:18). Y como observó el élder Oaks, se nos han dado muchos de los mandatos, pero no todas las razones del por qué, muchas de las instrucciones pero no todas las explicaciones. Regularmente digo en mis clases que es tan importante que sepamos lo que no sabemos como saber lo que sí sabemos. Se enseña o se comenta o aún se discute sobre demasiadas cosas que caen en la esfera de lo no revelado y por lo tanto no resuelto. Tales temas, especialmente si no están dentro del alcance de la verdad revelada que enseñamos hoy en día, no edifican ni inspiran. Con frecuencia, con demasiada frecuencia, llevan a la confusión y siembran la discordia.

Esto no quiere decir de ninguna manera que no debamos procurar estudiar y crecer y expandir nuestro entendimiento del evangelio. Pedro explicó que es necesario que haya una razón de la esperanza que hay en nosotros (véase 1 Pedro 3:15). Nuestro conocimiento debe ser tan tranquilizante para la mente como calmante para el corazón. El élder Maxwell enseñó que algunos “miembros de la Iglesia conocen las doctrinas del evangelio apenas lo suficiente para hablar de ellas superficialmente, pero su escaso conocimiento sobre las doctrinas más profundas es inadecuado para un discipulado profundo (véase 1 Corintios 2:10). De allí que, sin información acerca de las doctrinas profundas, no hacen cambios profundos en sus vidas.” [34]

El Presidente Hugh B. Brown una vez comentó: “Me impresiono con el testimonio de un hombre que se pone de pie y dice que él sabe que el evangelio es verdadero. Lo que me gustaría preguntarle es: ‘Hermano, ¿conoce usted el evangelio?’ [...] Un mero testimonio se puede obtener con un conocimiento superficial de la Iglesia y sus enseñanzas [...] Pero conservar un testimonio que sea de utilidad en la edificación del reino del Señor requiere un estudio serio del evangelio y saber en qué consiste.” [35]

En otra ocasión, el Presidente Brown enseñó que se nos requiere “defender solamente las doctrinas de la Iglesia que se encuentran en los cuatro libros canónicos [...] Algo más allá de eso, dicho por cualquiera, es solamente su propia opinión y no es escritura [...] La única forma que conozco por la cual las enseñanzas de alguna persona o grupo pueden llegar a ser obligatorias para la Iglesia es que esas enseñanzas hayan sido revisadas por todos los hermanos, presentadas ante los consejos más altos de la iglesia y entonces aprobadas por toda la membresía de la Iglesia.” [36]

Otra vez, el asunto es de enfoque, de énfasis, de cómo decidimos usar el tiempo cuando enseñamos el evangelio tanto a los SUD como a los de otras creencias.

Existe una razón válida del por qué es difícil “amarrar” la doctrina SUD; esa razón se deriva de la naturaleza misma de la Restauración. El hecho de que Dios continúe hablando por medio de Sus siervos ungidos; el hecho de que Él, mediante esos siervos, siga revelando, explicando y aclarando lo que ya se había dado; y el hecho de que nuestro canon de escrituras esté abierto, sea flexible y siga creciendo; todas estas cosas están en contraposición de lo que muchos en el mundo cristiano llamarían una teología sistemática.

El declarar la doctrina sana y sólida, la doctrina que se encuentra en las escrituras y que enseñan con regularidad los líderes de la Iglesia, es lo que edifica la fe y fortalece el testimonio y la dedicación al Señor y Su reino. El élder Neal A. Maxwell explicó que “las acciones importan al igual que las doctrinas, pero las doctrinas nos pueden llevar a realizar las acciones, y el Espíritu puede ayudarnos a entender las doctrinas así como impulsarnos a efectuar las acciones.” [37]

Él también indicó que “cuando las piernas cansadas se tambalean y las incitaciones al lado del camino nos atraen, las doctrinas fundamentales sacarán de lo profundo dentro de nosotros una nueva determinación. Las verdades extraordinarias nos impulsan a logros extraordinarios.” [38]

La enseñanza y la aplicación de la doctrina sana son grandes salvaguardas para nosotros en estos últimos días; nos protegen contra los dardos de fuego del maligno. El entender la doctrina verdadera y ser fiel a esa doctrina nos puede librar de la ignorancia, del error y del pecado. El apóstol Pablo le aconsejó a Timoteo: “Si esto enseñas a los hermanos, serás buen ministro de Jesucristo, nutrido con las palabras de la fe y de la buena doctrina que has seguido [...] entre tanto que voy, ocúpate en la lectura, la exhortación y la enseñanza” (1 Timoteo 4:6, 13).

Notas

[1] Holman Bible Dictionary, editado por Trent G. Butler (Nashville: Holman Bible Publishers, 1991) pág. 374.

[2] Bruce R. McConkie, Mormon Doctrine, 2ª ed. (Salt Lake City: Bookcraft, 1966), pág. 204.

[3] José Smith, Enseñanzas del Profeta José Smith, compiladas por Joseph Fielding Smith (Salt Lake City: La Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días, 1982) pág. 67.

[4] Boyd K. Packer en Conference Report, abril de 1977, página 80; véase también Liahona octubre de 1977, página 75

[5] Boyd K. Packer, en Conference Report octubre de 1986, página 20.

[6] Neal A. Maxwell, One More Strain of Praise (Salt Lake City: Bookcraft, 1999), página x.

[7] Gordon B. Hinckley, Teachings of Gordon B. Hinckley, (Salt Lake City: Deseret Book, 1997) página 620.

[8] Enseñanzas del Profeta José Smith. página 487.

[9] Joseph F. Smith, Gospel Doctrine, (Salt Lake City: La Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días, 1978), página 9.

[10] Comparése con Enseñanzas del Profeta José Smith, páginas 4–5, 66–67, 404.

[11] Enseñanzas del Profeta José Smith página 341.

[12] Enseñanzas del Profeta José Smith página 328.

[13] Citado por Neal A. Maxwell en Conference Report, octubre 1984, pág. 10; véase también Liahona de enero de 1985, página 8

[14] David O. McKay, Conference Report, abril 1907, págs. 11–12; véase también octubre 1912, pág. 121; abril 1962, página 7.

[15] Enseñanzas del Profeta José Smith, página 113.

[16] Mormon Doctrine, página 608.

[17] Bruce R. McConkie en el discurso “Are the General Authorities Human?”, pronunciado en un fórum del Instituto de Religión de la Universidad de Utah, 28 octubre de 1966.

[18] Harold B. Lee, The Teachings of Harold B. Lee, editado por Clyde J. Williams (Salt Lake City: Bookcraft, 1996), página 542.

[19] Brigham Young, Heber C. Kimball, y Daniel H. Wells, en Messages of the First Presidency [Los mensajes de la Primera Presidencia], compilados por James R. Clark (Salt Lake City: Bookcraft, 1965–1975), 2:232.

[20] Gordon B. Hinckley en Conference Report, abril de 1992, página 77; véase también Liahona de julio de 1992, página 63

[21] Gordon B. Hinckley, “The Continuous Pursuit of Truth”, Ensign, abril 1986, página 5; véase también Liahona de febrero/marzo 1986, página 10.

[22] Joseph Fielding McConkie, “The Gathering of Israel and the Return of Christ”, en el sexto simposio anual de los educadores de religión del Sistema Educativo de la Iglesia en agosto de 1982. Tipografía de la Universidad de Brigham Young, páginas 3 y 5.

[23] Véase Uncommon Decency, por Richard Mouw (Downers Grove, IL: InterVarsity Press, 1992).

[24] Dallin H. Oaks, Provo Daily Herald, 5 de junio de 1988, página 21.

[25] David O. Mckay, Hugh B. Brown, y N. Eldon Tanner, First Presidency Message, enero de 1970.

[26] Bruce R, McConkie, “La nueva revelación concerniente al sacerdocio”, en el libro El Sacerdocio (Salt Lake City: Deseret Book Company, 1982), páginas 150–151.

[27] M. Russell Ballard, comentarios en el servicio memorial para Elijah Abel; reportado en el Church News el 5 de octubre de 2002, página 12.

[28] Enseñanzas del Profeta José Smith, página 427–428.

[29] Lorenzo Snow, Teachings of Lorenzo Snow. Clyde J. Williams, editor (Salt Lake City: Bookcraft, 1996), página 1.

[30] Una compilación conteniendo los Discursos sobre la fe, compilación de José Smith y John A. Widtsoe; traducido y publicado por Arturo de Hoyos (México D. F.: Editorial Zarahemla S.A., 1987), página 19.

[31] Charles W. Penrose, “Editor’s Table”, Improvement Era, septiembre de 1912, página 1042.

[32] Harold B. Lee, Enseñanzas, página 157.

[33] Neal A. Maxwell, en Conference Report, abril 1996, páginas 94–95; véase también Liahona de julio de 1996, página 75.

[34] Neal A. Maxwell, Men and Women of Christ, (Salt Lake City: Bookcraft, 1991), página 2.

[35] Correspondencia de Hugh B. Brown a Robert J. Matthews el 28 de enero de 1969; citado en “Using the Scriptures”, por Matthews, 1981 Brigham Young University Fireside and Devotional Speeches (Provo, UT: Brigham Young University Press, 1981), página 124.

[36] Hugh B. Brown, An Abundant Life: The Memoirs of Hugh B. Brown, Edwin B. Firmage, editor (Salt Lake City: Signature Books, 1988), página 124.

[37] Neal A. Maxwell, That My Family Should Partake (Salt Lake City: Deseret Book, 1974), página 87.

[38] Neal A. Maxwell, All These Things Shall Give Thee Experience (Salt Lake City: Deseret Book, 1979), página 4.